15
Cuernos
Kendra se despertó intranquila. Rodó sobre su cuerpo al otro lado de la cama y entornó los ojos al recibir la luz grisácea de justo antes del amanecer, que se filtraba por la ventana del desván. Girándose al otro lado, trató de fijar la vista en Seth, que seguía acurrucado en su cama y con la manta por encima de la cabeza. Cerró los ojos. No había ninguna necesidad de levantarse antes que el sol.
Entonces oyó la larga y lejana llamada de un cuerno. ¿Era eso lo que la había despertado? Otro cuerno respondía en un tono diferente. Nunca había oído resonar cuernos en el bosque de Fablehaven.
Volvió a echar un vistazo hacia Seth. Desde luego, estaba muy acurrucado. Y normalmente no dormía con la cabeza metida debajo de la manta.
Cruzó hasta su cama, miró debajo de las abultadas sábanas y lo único que encontró fueron sus almohadas. Comprobó debajo de la cama y vio que no estaba su kit de emergencias.
No le gustaba nada su papel de chivata, pero con un hermano como Seth, ¿qué podía hacer? No era que hubiese estado robando monedas del bote de las galletas. En Fablehaven su naturaleza aventurera a veces tenía consecuencias que ponían en peligro de la vida de los demás.
Al llegar ante la puerta del dormitorio de sus abuelos, Kendra llamó suavemente y a continuación entró sin esperar invitación. La cama estaba vacía. Tal vez Seth no se hubiese fugado, al fin y al cabo.
Tal vez ya todos estuvieran en pie. Pero, entonces, ¿por qué Seth habría simulado el bulto de la cama?
Corrió escaleras abajo y se encontró a sus abuelos en el porche de atrás, con Tanu y Coulter.
Estaban todos pegados a la barandilla, mirando fijamente a lo lejos, más allá del jardín. Los resonantes gemidos de los cuernos les llegaban desde diferentes puntos del bosque. Algunos sonaban cerca.
—¿Qué está pasando? —preguntó Kendra.
La abuela volvió la cabeza.
—Los centauros están agitados por algo. Rara vez se alejan tanto de Grunhold para llegar hasta aquí, y nunca soplan sus cuernos tan libremente.
Kendra sintió escalofríos.
—Seth ha desaparecido.
Todos se volvieron hacia ella.
—¿Desaparecido? —preguntó el abuelo.
—No sé cuándo —informó Kendra—. Metió sus almohadas dentro de la cama. Se llevó su kit de emergencias.
El abuelo bajó la cabeza y se tapó los ojos con una mano.
—Ese chico acabará por llevarnos al desastre.
—No estaríamos oyendo cuernos si lo hubiesen atrapado —observó Coulter.
—Cierto —admitió la abuela.
Warren se acercó por detrás, frotándose los ojos de sueño, con el pelo revuelto.
—¿Qué ocurre?
—Al parecer, Seth ha irritado a los centauros —contestó el abuelo.
—¿Habrá ido por el cuerno? —preguntó la abuela—. No es posible que haya sido tan estúpido.
—Si hubiese ido por el cuerno, los centauros lo tendrían en su poder —respondió Warren—. Es más probable que estuviese enojado porque no le dejamos que nos acompañara a Grunhold. Seguramente fue a echar un vistazo por sí mismo.
El abuelo asía con tal fuerza la barandilla del porche que se le hinchaban las venas del dorso de las manos.
—Será mejor que mandemos a Hugo a buscarlo. —Alzó la voz—. ¿Hugo? ¡Ven!
Esperaron. No apareció nadie.
El abuelo miró a los demás, con la cara desencajada.
—No es posible que haya embaucado a Hugo para que fuese con él.
—¿Mendigo? —llamó la abuela.
Un momento después, la marioneta de madera del tamaño de una persona apareció corriendo a gran velocidad por la pradera de hierba, los ganchos dorados de sus articulaciones tintineando. Se detuvo a poca distancia del porche.
—¿Se ha ido Hugo con Seth? —preguntó la abuela.
La marioneta señaló en dirección al bosque.
—No es de extrañar que los centauros no lo hayan apresado —dijo Tanu—. Si está huyendo con Hugo, debería conseguir regresar.
—Y yo tendré que enfrentarme a las consecuencias —gruñó el abuelo—. Los centauros no reciben a los intrusos con una sonrisa.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Kendra.
El abuelo carraspeó profusamente y dijo:
—Esperar.
—¿A quién le apetece un batido de fruta con yogur? —preguntó la abuela.
Todos, menos el abuelo, pidieron uno. La abuela se dirigía ya al interior de la casa, cuando Tanu dijo:
—Ahí viene.
Kendra miró a lo lejos. Hugo apareció corriendo a saltos desde el bosque, a toda velocidad, con Seth agarrado debajo de un brazo. El gólem corrió directamente hasta la terraza del porche y depositó a Seth en el suelo. En un primer momento, su hermano tenía cara de angustia, pero entonces intentó reprimir una sonrisa. La llamada de los cuernos seguía haciendo eco por todo el bosque, a veces solapándose sus lúgubres notas.
—¿Te parece gracioso todo esto? —preguntó el abuelo con severidad.
—No, señor —respondió Seth, todavía luchando para aguantarse la risa.
El abuelo se estremeció de ira.
—Con los centauros no se juega. Y tú no eres de fiar. Estás castigado indefinidamente. Estarás el resto del tiempo que pases aquí encerrado en una celda en las mazmorras.
La abuela apoyó una mano en el brazo del abuelo.
—Stan.
Él, tras encoger los hombros, se apartó de ella.
—Esta vez no suavizaré el castigo. Es evidente que en ocasiones anteriores hemos sido demasiado benévolos. No es ningún imbécil. Sabe que este tipo de conducta lo pone en peligro a él y a su familia. ¿Y todo para qué? ¡Para mirar a hurtadillas a unos centauros! ¡Frívolo pasatiempo! Hugo, ¿cómo es posible que te hayas unido a él en esta travesura?
El gólem señaló a Seth.
—Cuerno.
—Sí, ya oímos los cuernos de guerra —replicó el abuelo con impaciencia. Entonces, hizo una pausa y su semblante se distendió un poco—. ¿Me estás diciendo que fuiste a rescatar a Seth después de que oyeses los cuernos?
—No —dijo Seth, sin sonreír ya. Sacó un objeto de su kit de emergencias—. Te está diciendo que conseguimos el Alma de Grunhold. —Sostuvo en alto el nacarado cuerno de unicornio.
En la terraza del porche todos los presentes abrieron la boca asombrados.
—¡Caramba! —murmuró Coulter.
El abuelo fue el primero en recobrarse del pasmo, y empezó a recorrer los árboles con la mirada.
—Adentro. Ahora mismo.
Seth guardó de nuevo el cuerno en su caja de emergencias y saltó por encima de la barandilla para cruzar al porche. Warren le dio una palmada afectuosa en la espalda.
—¡Bien hecho!
—Hugo, reanuda tu misión de vigilancia del jardín —dijo el abuelo—. Tu excursión con Seth jamás tuvo lugar.
Kendra siguió a su hermano al interior de la casa, con la cabeza llena de interrogantes. ¿Cómo había sido posible que cogiese el cuerno? ¿Acaso los centauros se habían vuelto estúpidos? ¿Y qué había pasado con los centinelas, con el laberinto y con el trol? ¿Y con el sentimiento de culpa que impedía que nadie pudiese llevarse el cuerno?
Se acomodaron todos en el salón.
—Bueno, ¿sigues cabreado? —preguntó Seth, al tiempo que levantaba en alto el lustroso cuerno, con una sonrisa dibujándosele de nuevo en el rostro.
—Menos que antes —admitió el abuelo, luchando por reprimir una sonrisa—. Por lo menos no nos estabas poniendo en peligro por una frivolidad. De todos modos, ha sido una insensatez. ¿Cómo lo lograste?
—Primero fui a ver a Graulas.
—¿El demonio? —exclamó la abuela.
—Cuando estaba fuera con los sátiros, oí que me llamaba, me pedía que fuese a verlo… igual que cuando oí al espectro en la mazmorra. Supuse que Graulas podría explicarme lo que me estaba pasando, ya que los asuntos oscuros son su especialidad. Me contó que el clavo me convirtió en encantador de sombras.
—¿En encantador de sombras? —repitió Coulter, arrugando el entrecejo.
—Sí —respondió Seth—. Por eso pude ver al trasgo invisible en el hotel, y por eso oía esas voces. Ya poseía prácticamente todos los poderes. Graulas se limitó a explicarme los detalles y lo hizo oficial.
Los mayores se miraron unos a otros en incómodo silencio.
—Termina de contarnos cómo te adueñaste del cuerno —le urgió el abuelo.
Seth les narró toda la peripecia, desde la ayuda que recibió de Nero, pasando por el momento en que se coló a gatas entre los centauros y el engaño al trol de la montaña, y terminando con su apresurada huida al jardín.
—No te vio ningún centauro —dijo el abuelo.
—Ninguno —le aseguró Seth.
—¿Y le dijiste al trol que te llamabas Navarog? —quiso confirmar la abuela.
—Exacto.
—Sin duda, los centauros sospecharán de nosotros —dijo el abuelo, abatido—. Pero sin pruebas no pueden iniciar una guerra. Diremos que tratamos de avisarles en cuanto nos enteramos de que la Sociedad podría querer ir por el cuerno. Serán reacios a reconocer que les robamos el cuerno delante de sus narices, y es posible que acepten encantados otra explicación.
—Entre tanto, deberíamos salir para Wyrmroost —dijo Warren—. En cuanto recobremos la llave de la cámara australiana, podremos devolverles el cuerno a los centauros. Fingiremos que se lo hemos quitado a la Sociedad.
—Tenemos que actuar con rapidez —añadió el abuelo—. Deberíamos consultar con el líder de los Caballeros del Alba. Esta misión debe salir bien. En este salón no disponemos de experiencia suficiente para formar un equipo adecuado.
—Lo secundo —murmuró Coulter.
—Vamos a necesitar domadores de dragón —coincidió Tanu.
—Yo voy, desde luego —anunció Seth—. Yo conseguí el cuerno.
El abuelo se volvió hacia él.
—Jovencito, tú aún no estás fuera de peligro. No empieces a hacer suposiciones atolondradas. Al ir al territorio de los centauros corriste un riesgo tremendo y sin autorización.
—¿Es que me habrías dado permiso alguna vez?
—Somos todos unos afortunados porque tu aventura culminase bien —añadió el abuelo, haciendo oídos sordos al comentarios de Seth—. De haber fracasado, estarías muerto y nosotros tendríamos una guerra explotándonos en las manos. Además, habrá que investigar a fondo toda esa historia de que eres un encantador de sombras. Los encantadores de sombras forman parte de antiguos cuentos infantiles. Generalmente, ellos hacen el papel de malos. No sabemos hasta qué punto las criaturas oscuras pueden dominarte.
—¿Y si ahora Graulas puede espiarnos a través de tus ojos? —preguntó la abuela.
—No creo que vaya de eso —repuso Seth.
—Sabemos bien poco sobre los encantadores de sombra —insistió el abuelo—. Haremos todo lo posible para averiguar más.
—Pues ya puedes esperar sentado —murmuró Coulter.
El abuelo se inclinó hacia delante, mirando a Seth con gesto amable.
—Sinceramente, no sé qué hacer contigo. Enfrentarte a Graulas fue un acto de una valentía increíble. Lo mismo cabe decir de coger el cuerno. Sé que tus intenciones eran buenas y que asumiste un riesgo calculado. Es más, no te equivocaste. Lo conseguiste. Apoderarte del cuerno fue un gran golpe. Pero hasta que sepamos más sobre tu condición de encantador de sombras, y dado que corriste un riesgo potencialmente desastroso sin permiso, me temo que voy a tener que castigarte igualmente.
—¿Castigarme? —estalló Seth, poniéndose en pie, con el cuerno en la mano—. ¡Pues menos mal que no encontré la cura del cáncer…! ¡Habrías podido arrestarme!
—Coincido con tu abuelo en este punto —dijo la abuela—. Te queremos y estamos preocupados por ti. Esta vez todo ha salido bien. Pero ¿cómo vamos a premiar semejante comportamiento? Como te queremos, debemos enseñarte a ser precavido, o tu arrojo acabará contigo.
—Sopesé mis opciones y tomé decisiones inteligentes —replicó Seth—. Yo no me marché para ir a pedirles el cuerno. Solo me decidí a intentar ir por el cuerno cuando Graulas me explicó que gracias a mis habilidades como encantador de sombras tenía opciones de conseguirlo. O lo hacía yo, o no podría hacerlo nadie más. ¿Qué habría hecho Patton?
Warren rio entre dientes.
—Habría afeitado a los centauros, los habría untado en miel, los habría cubierto de plumas y los habría colgado como un puñado de piñatas. —Kendra, Seth y Tanu se rieron—. Digo yo…
—Muy pocos hombres que vivieron la vida como lo hizo Patton Burgess han tenido en su vida un buen final —dijo la abuela en tono muy serio, acallando así las risillas.
—No estamos seguros de cómo podemos orientarte, Seth —dijo el abuelo con resignación—. Es posible que, consideradas en su contexto, tus decisiones fuesen acertadas. A lo mejor si estuviésemos más dispuestos a que corrieras riesgos, podrías habérnoslo consultado. Desde luego, no me hace ninguna gracia tener que reprenderte por tu valentía y por tu éxito.
—¡Pues no lo hagas! —le instó el chico—. ¡Solo alégrate de que tengamos el cuerno! Ya sé que me queréis, pero a veces eso es un obstáculo. Sinceramente, ¿había alguna posibilidad de que me hubieseis permitido ir a ver a Graulas si hubiese acudido a vosotros para preguntároslo?
Sus abuelos se miraron.
—No —reconoció Stan.
—No os gusta que asuma riesgos porque os sentís como si tuvierais la obligación de protegerme. Incluso cuando por protegerme a mí salimos todos perdiendo. Si no detenemos a la Esfinge, ya no podréis proteger a nadie en absoluto. Yo no me fui a fisgar por ahí. A veces hace falta correr riesgos.
—Tendrás que dejarnos a tu abuela y a mí un poco de tiempo para que lo consideremos en privado —dijo el abuelo.
—Recordad que mis nuevas habilidades podrían resultarnos de ayuda dentro de la reserva de dragones —respondió Seth.
—Seguramente la excursión a Wyrmroost será una misión suicida —señaló la abuela—. La reserva entera es una trampa mortal. Con castigo o sin él, recuerda que necesitaremos enviar allí a un equipo reducido formado por nuestro operativo más experimentado.
Seth se llevó las manos a los labios.
—No podéis dejarme fuera así como así.
—No es asunto tuyo a quién incluimos y a quién dejamos fuera —declaró la abuela con rotundidad.
—El premio sería no tener que ir —comentó Coulter, resoplando.
—Ya, bueno, pues yo les devolveré este estúpido cuerno a los centauros antes que quedarme fuera del viaje a Wyrmroost —amenazó Seth—. ¡Buena suerte si queréis arrebatármelo!
—No va a ser ningún viaje de placer —dijo Coulter.
—Y no tiene nada que ver con avistar dragones que molan mucho —gruñó el abuelo, que estaba perdiendo los estribos.
—Aunque es verdad que molarán mucho —murmuró Warren, ganándose un codazo de Tanu.
A Seth se le llenaron los ojos de lágrimas. Abrió la boca como si se dispusiese a decir algo más; entonces, dio media vuelta y salió del salón hecho un basilisco.
—¿Qué vamos a hacer con este crío? —la abuela suspiró.
—No lo sé —respondió el abuelo—. Si no hubiese decidido ir por el cuerno, estaríamos todavía dando vueltas en círculos. A lo mejor él es el único de todos nosotros que lo tiene claro.
La abuela movió la cabeza en gesto negativo.
—No te engañes. Lo que le interesa es correr aventuras. Salvar el mundo es un feliz efecto secundario. Para él esto continúa siendo un juego.
—Patton era igual —intervino Warren—. Hizo mucho bien, en parte porque le chiflaba el peligro que entrañaba todo lo que hacía.
—En mi opinión, Seth se preocupa —intervino Kendra—. Ya no se trata solo de la diversión. Creo que está aprendiendo.
—Ha vivido muchas cosas esta noche —dijo Tanu—. Y no ha dormido mucho. Tiene una mezcla de emociones.
—Podría ir a hablar con él —se brindó Kendra.
—No, déjale que medite —dijo la abuela—. Es un buen chico. Si le dejamos que repose todo lo sucedido, se calmará y verá por sí mismo la vergüenza de su estallido.
—Tiene razón cuando dice que no podemos quitarle el cuerno —señaló Warren—. De hecho, es posible que no podamos utilizarlo sin él. No deja de ser un bien robado. Tal vez él sea la única persona capaz de soportar el sentimiento de culpa.
—Ya nos ocuparemos de eso cuando debamos hacerlo —dijo el abuelo—. Os juro que ese muchacho me llevará a la tumba. Por el momento, dejadme que telefonee a Dougan. Los lugartenientes deberían poder ayudarnos a organizar un grupo de combate.
—Iré por él —empezó a decir la abuela, pero el repentino bocinazo de un cuerno interrumpió sus palabras. Mucho más fuerte que los demás, este sonaba a escasa distancia.
Warren salió corriendo del salón.
—Están en los linderos del jardín —dijo desde fuera.
—Yo me ocuparé —dijo el abuelo—. Espero que Seth estuviese en lo cierto cuando afirmaba que no tenían ninguna prueba contra él.
—Déjame ir contigo —sugirió Kendra—. Parecerá todo más inocente, como si nos hubiesen pillado desprevenidos.
El abuelo parecía a punto de decirle que no. Pero entonces su semblante cambió.
—¿Por qué no? Tienes razón, no nos conviene transmitir la impresión de estar ni remotamente a la defensiva. Nos interesa poner cara de extrañeza al verlos por aquí. Pero déjame hablar a mí.
Dale bajó dando tumbos por las escaleras, con cara de sueño y vestido con el pijama.
—¿Qué es todo este jaleo?
—Dale —dijo la abuela—. Sal al porche y quédate mirando la conversación entre Stan y los centauros. No tenemos ni idea de por qué han venido.
El abuelo acompañó a Kendra fuera. Cruzaron la pradera de hierba hasta donde esperaba Ala de Nube, plantado junto a un centauro de gran estatura que tenía el pelaje color azul claro.
—Saludos, Ala de Nube —dijo el abuelo mientras se acercaban a ellos—. No contaba con volver a veros tan pronto.
—No finjas tanta cortesía —gruñó el centauro azul—. Devolved el Alma.
—Eh, eh, para el carro —respondió el abuelo en tono menos amistoso—. ¿De qué estás hablando? Me parece que no nos conocemos.
—Oteador del Cielo es nuestro líder espiritual —explicó Ala de Nube.
—Cuando desperté esta mañana —dijo Oteador del Cielo—, el poder que protegía Grunhold había disminuido. El Corazón seguía en su sitio, pero el Alma había desaparecido. Encontramos huellas humanas que llegaban hasta la ciénaga. Al otro lado de la marisma localizamos unas huellas parecidas, junto con las inconfundibles pisadas de vuestro gólem. Las huellas del gólem eran muy recientes y regresaban directamente a vuestro jardín.
El abuelo observó a Oteador del Cielo con cara de perplejidad.
—¿Y vosotros creéis que eso significa que el cuerno lo ha cogido uno de nosotros?
Kendra nunca había reparado en que su abuelo era tan buen actor. Su incredulidad parecía auténtica.
—Uno de nuestros espías nos hizo llegar cierta información hace poco. Al parecer nuestros enemigos podrían intentar apoderarse del cuerno. Le transmitimos esa información a tu rey. Yo mismo envié allí a Hugo como medida de precaución, para que vigilase por si veía algo sospechoso.
—Ayer vosotros nos pedisteis prestado el cuerno —le recordó Ala de Nube.
—Exacto: os lo pedimos. Nos habría venido bien. Sabíamos que nuestros enemigos también lo querían. Pero no teníamos intención ninguna de robároslo. Si hubiésemos pretendido tal cosa, ¿por qué íbamos a llamar la atención hacia nosotros haciéndoos antes una visita? ¿Por qué íbamos a querer avisaros de que lo vigilarais bien?
Oteador del Cielo le miró ceñudo.
—Cuando surge la necesidad, disponemos de medios secretos para comunicarnos con nuestro trol de montaña, Udnar. Él mencionó el nombre de Navarog.
—¡Navarog! —exclamó el abuelo—. ¿El dragón? ¿El príncipe de los demonios? Hasta hace poco estaba encarcelado. Nos hemos enterado de que está fuera otra vez. Todo esto tiene mala pinta.
—Un dragón demoníaco no habría podido entrar en Grunhold —declaró Oteador del Cielo.
—Navarog puede adoptar forma humana —dijo el abuelo, pensativo—. Es un poderoso señor de los demonios. Tal vez haya utilizado la magia para frustrar vuestras defensas. Después, quizá cambiara de forma de nuevo y se fuera volando, eso explicaría por qué sus huellas desaparecieron.
—O puede que estuviera compinchado con vosotros y que el gólem lo trajera hasta aquí —dijo Ala de Nube, cuya postura y cuya voz parecían ya menos seguras.
El abuelo se rio.
—Sí, claro, Navarog el dragón, el príncipe demonio, resulta que es ahora nuestro chico de los recados. Esta sí que es buena.
Oteador del Cielo frunció el entrecejo.
—Udnar informó de que el intruso se movía a una velocidad inhumana y que lo embaucó diciéndole cómo se llamaba, como si no temiera posibles represalias. Dejó un plátano en el sitio del Alma.
—Eso es una malísima noticia —se lamentó el abuelo—. Nuestros enemigos pueden usar el cuerno para fines horribles.
—Así pues, afirmáis que no tenéis nada que ver con el robo —quiso confirmar Oteador del Cielo.
El abuelo se encogió de hombros.
—¿Te parece factible que alguno de nosotros haya podido vencer las numerosas barreras que protegen vuestra Alma? Si averiguamos algo, seréis los primeros en saberlo.
—Muy bien —concedió Oteador del Cielo—. Estaremos ojo avizor.
Los centauros dieron media vuelta y se alejaron a un galope suave por el bosque desnudo.
• • •
Seth iba y venía por el dormitorio del desván, con el cuerno agarrado fuertemente con una mano.
Había estado seguro de que su hazaña dejaría en nada el enfado de sus abuelos por haberles desobedecido. Y, hasta cierto punto, así había sido. Pero, en el fondo, seguía sintiendo que había decepcionado a todo el mundo.
¿Por qué deseaba tanto ir a Wyrmroost? ¿Sus abuelos tenían razón? ¿Deseaba ir como si fuera a hacer turismo? ¿Quería ver los dragones, sin más? ¿De verdad creía que su presencia iba a cambiar la situación?
Sí, ver dragones sería una pasada. ¿Por qué engañarse? Los dragones formaban parte del atractivo. Pero no eran su única motivación para querer ir a Wyrmroost. La Sociedad del Lucero de la Tarde había entrado en su vecindad y había secuestrado a su hermana. La Esfinge había demostrado que ya no había ningún lugar seguro. Nada le frenaría. Había que detenerlo antes de que abriese la prisión de los demonios y destruyese el mundo.
Seth ahora tenía poderes. Era inmune a la manipulación mágica, así que tal vez podría ser un fantástico domador de dragones. Pero nadie podría comprobarlo, a no ser que le diesen la oportunidad. Supuestamente Gavin era su mejor domador de dragones, y él tampoco era un adulto.
Desde luego, podía servir de ayuda en Wyrmroost. Siempre encontraba la manera. ¿Es que era menos peligroso quedarse en casita sin hacer nada, mientras la Esfinge se apoderaba del mundo?
No debería haberse enfadado tanto con sus abuelos. Irritarlos no contribuiría en nada a mejorar sus probabilidades de ir con ellos. Respondían a razones, no a amenazas. Y se merecían su respeto.
¡Pero era tan frustrante que todo el mundo le dijera siempre lo que podía y lo que no podía hacer!
Oyó que alguien se acercaba por las escaleras. La puerta se abrió. Era Kendra. Miró la habitación de una punta a la otra. La frente se le arrugó.
—¿Seth?
Como las cortinas estaban echadas, la habitación estaba en penumbra. Él se encontraba a bastante distancia de la puerta. Pero no estaba escondido.
Kendra se dio la vuelta para marcharse.
—Estoy aquí —dijo Seth.
Sobresaltada, su hermana giró sobre sus talones.
—¡Estás ahí! ¿Dónde te habías metido?
—Llevo aquí todo el rato.
—Vaya, supongo que eso de andar en la sombra realmente funciona. No está tan oscuro aquí dentro.
Seth se encogió de hombros.
—¿También tú querías echarme la bronca?
—Más bien quería asegurarme de que estabas bien. Y echar un vistazo al cuerno de unicornio.
Seth lo levantó.
—Pesa más de lo que parece. —Lo observó detenidamente, como valorándolo—. Yo diría que su valor es de unos diez millones de alucinantes dólares.
—O de diez millones de puntos idiotas… según como lo mires. ¿Puedo cogerlo?
Seth frunció el ceño, con recelo.
—¿Te han mandado aquí arriba para quitarme el cuerno?
Kendra le miró con gesto de reproche.
—No. No creo que estén muy angustiados por tus amenazas. Me interesa, nada más.
—No estoy seguro de poder dejar que lo cojas —dijo Seth—. Al fin y al cabo, es un bien robado. ¿Y si al tocarlo empiezas a sentirte superculpable? Lo mismo te vuelves loca y quieres devolvérselo a los centauros.
—Quien lo tomó prestado fuiste tú, no yo. ¿Por qué iba a sentirme culpable?
Seth acarició la suave superficie del cuerno con el pulgar.
—Si soy capaz de prestártelo, es que también puedo confiárselo a ellos. Así podían no llevarme a Wyrmroost.
—Tarde o temprano tendremos que averiguar si eres capaz de dejárselo a otras personas. Ahora podría ser un momento tan bueno como cualquier otro. Mira, si lo que te preocupa es que yo pretenda llevármelo, dame permiso solo para tenerlo durante un minuto, nada más. Después tendré que devolvértelo.
Seth suspiró.
—De acuerdo. Puedes cogerlo un poco.
Le tendió el cuerno.
Kendra lo cogió.
—Tienes razón, pesa más de lo que parece.
—¿No te sientes culpable?
—Ni pizca. Qué blanco es.
Seth arrugó el ceño.
—Parece que no me van a necesitar, después de todo.
Kendra le devolvió el cuerno.
—¿Quién sabe lo que decidirán?
—Yo sí lo sé —repuso Seth—. El mensaje de Patton explicaba que Wyrmroost está protegido por un hechizo distractor muy potente. Eso quiere decir que incluso si a nadie le hace gracia la idea, seguramente tú tendrás que ir. Para los otros puestos seleccionarán a gente de más edad, como Warren. Les preocupará demasiado que yo pueda resultar herido y que no tenga suficiente experiencia, a pesar de que ya haya demostrado que estoy más preparado que ninguno.
—No entiendo por qué te empeñas en ir —replicó Kendra—. Por mi parte, solo pensar que puede que tenga que ir… buf, me dan ganas de vomitar.
—¿Incluso si Gavin forma parte del grupo?
Kendra se ruborizó.
—Me da lo mismo. ¿Qué importancia puede tener eso? No somos más que amigos por correspondencia. —Se mordió el labio inferior—. ¿Crees que igual le necesitarán?
—Te lo garantizo. Wyrmroost es una reserva de dragones y él es el prodigio de los domadores de dragones. ¡Será vuestra segunda cita en un parque natural mortífero! La próxima vez deberíais quedar en un minigolf.
—Eres un bicho raro —dijo Kendra—. Y has eludido mi pregunta. ¿Por qué tienes tantas ganas de ir?
—¿Es que no te gustaría ver dragones? A todo el mundo le gustaría. Pero la razón más importante es simple: tenemos que detener a la Esfinge o será nuestro fin, y yo sé que puedo ayudar a conseguirlo.
—Hay muchas maneras de ayudar —le discutió Kendra.
—Buena observación. A lo mejor puedo ocuparme de prepararos la bolsita del almuerzo.
—No digas eso.
—Yo solo he de ocuparme de las cosas aburridas. A lo mejor puedo escribirle a la Esfinge una carta contundente.
Kendra le puso una mano en el hombro.
—Pase lo que pase, prométeme, por favor, que no cometerás ninguna estupidez.
—O algo que sea espectacular… según como lo mires.
—Prométemelo.
Seth acarició el cuerno.
—Ya veremos.