13
El encantador de sombras
La alarma del reloj de pulsera de Seth lo despertó. Se peleó con los diminutos botones del reloj hasta que cesaron los pitidos. Se apoyó en un codo para incorporarse y se quedó mirando el bulto inmóvil de la cama de Kendra. Al parecer, la alarma no la había molestado.
Aun así, aguardó. Su hermana podía ser astuta. Era como si tuviese un sexto sentido cuando se trataba de evitar una de sus travesuras. Pasaron los minutos y seguía sin salir de la cama. Aprovechó para espabilarse del todo.
Horas antes, tras regresar de su misión entre los centauros, los demás les habían contado a Seth y a Warren todo lo que habían descubierto. Habían tomado la decisión de ponerse a buscar un primer cuerno de unicornio fuera de Fablehaven.
Sin decir nada a nadie, él había empezado a tramar sus propios planes.
Había pasado la tarde preguntándose por la voz que había escuchado mientras conversaba con los sátiros. En un primer momento había dado por hecho que quien le había hablado era un fantasma cualquiera que estuviera vagando por el bosque. Después se le ocurrió pensar en una posibilidad más convincente. Ahora estaba seguro de que la voz pertenecía al demonio Graulas.
Cuando cayó en la cuenta de eso, su plan empezó a encajar. Graulas debía de quedar impresionado al ver cómo Seth contribuía a la derrota de la plaga de sombra, del mismo modo que el demonio se había quedado atónito al ver cómo había vencido a la aparición. Estaba seguro de que el demonio le había llamado para que fuese a verle.
Que Graulas estuviera reclamando su presencia seguramente quería decir que tenía información útil. Resultaba interesante. A lo mejor podía explicarle por qué oía voces fantasmagóricas. Al fin y al cabo, los misterios oscuros eran su especialidad. Y, con suerte, a lo mejor podía darle alguna pista sobre cómo podrían birlar a los centauros el cuerno, a fin de cuentas. Quizás una visita al demonio les podía ahorrar males mayores.
Sus abuelos siempre le alentaban a aprender de sus propios errores. Y Seth había llegado a conocer demasiado bien a sus abuelos como para saber que jamás permitirían que fuese a ver al demonio. Eran implacablemente sobreprotectores. Si comentaba el asunto, se pondrían en guardia y haría todo lo que estuviese en sus manos para impedir que fuese. Así pues, Seth decidió no decir nada de su plan y dejar una nota debajo de la cama por si las cosas iban mal y no volvía nunca más.
¿Podría tratarse de una trampa? Sí. Pero si Graulas hubiese querido matarlo, podría haberlo hecho la última vez que Seth había ido a verlo. ¿Podría ser que ir a visitar a Graulas pusiese en peligro a todos, además de a él mismo? No, Seth no veía de qué manera podía ocurrir eso. ¿Y si estuviese equivocado y Graulas no hubiese estado llamándole? ¿Y si la misteriosa voz hubiese tenido un origen totalmente diferente? Si se presentaba ante Graulas sin que este le hubiese invitado, ¿podría matarlo el demonio por intrusión en su territorio? Tal vez. Pero la Esfinge estaba ya manos a la obra para apoderarse de su tercer objeto mágico, y los amigos y la familia de Seth solo estaban aferrándose a un clavo ardiendo. Alguien debía dar un paso decisivo. Seth apretó los dientes. Cuando habían perdido toda esperanza, ¿no le correspondía a él arreglar las cosas? Por supuesto que sí.
Rodó sobre sí y salió de la cama. Seth se ató las cinchas de su peto de adamantita y se puso por encima una camisa de camuflaje. Se puso los vaqueros, se ató los cordones de las botas y cogió su abrigo, guantes y gorro. A continuación, sacó el equipo de emergencia de debajo de la cama. El kit contenía cachivaches sueltos que podrían resultar de utilidad a alguien que se encontrase solo en medio del bosque en el transcurso de una aventura.
Además de equipamiento estándar (una linterna, una brújula, una navaja, una lupa, un silbato, un espejo y varios tentempiés), había conservado la poción gaseosa que le habían dado en el hotel. En medio de todo aquel lío, a Tanu se le había olvidado pedírsela.
Seth metió sus almohadas entre las sábanas, se dirigió sigilosamente hacia la puerta y bajó por las escaleras, aguzando el oído a su espalda, por si Kendra se movía en su cuarto, y hacia delante, por si había alguien más levantado y rondando por la casa. Todo estaba en silencio. Sin hacer el menor ruido, avanzó hacia el garaje, encontró una bicicleta de montaña y salió con ella al exterior. Lamentó no tener el coraje de tomar prestado un quad, pero le preocupaba que el estruendo despertase a alguno y pusiese fin a su excursión antes de que hubiese dado comienzo. Desde algún lugar de la negrura, Hugo y Mendigo vigilaban el jardín. Seth esperó poder escabullirse con cuidado, sin que se enteraran. Con suerte, no habrían recibido órdenes directas de impedirle salir al bosque.
La temperatura nocturna estaba muy por debajo del punto de congelación. Nubes ocultas bloqueaban el paso a toda iluminación procedente del firmamento. Unas cuantas hadas de tenue brillo subían y bajaban entre las flores del jardín, aportando los únicos puntos de luz. Seth se montó en la bici y pronto descubrió que las botas pesadas no estaban diseñadas para pedalear. En cuanto cogió un poco de impulso, la cosa resultó más fácil.
Conocía el camino para ir a la cueva en la que vivía Graulas. Por lo que Seth había visto, Hugo se había encargado de mantener relativamente limpios de nieve los principales senderos que cruzaban Fablehaven. Con suerte, también pasaría en la ruta que debía seguir hasta la cueva. De lo contrario, a lo mejor tendría que soltar la bici y proseguir a pie.
Pedaleó por la pradera de hierba en dirección al camino que debía tomar. Escudriñando la oscuridad, cruzó por un parterre y tuvo que apretar los frenos y hacer un quiebro para sortear una hilera de rosales. Decidió continuar a pie, empujando la bici, hasta estar lo suficientemente lejos de la casa para poder usar la linterna.
Justo cuando salía del jardín y enfilaba por el sendero una mano enorme lo agarró por un hombro y lo levantó del suelo. La bici de montaña se estampó ruidosamente contra el suelo. Seth gritó de espanto y del susto, hasta que se dio cuenta de que era Hugo quien lo había pillado.
—Tarde —bramó el gólem.
—Bájame —le pidió Seth, sacudiendo las piernas en el aire—. ¡Casi me matas del susto!
Hugo depositó al chico en el suelo.
—Ve a casa —dijo Hugo, señalando la vivienda.
—¿Tienes órdenes de hacerme volver? —preguntó Seth, y metió una mano en su kit de emergencia.
—Proteger —respondió Hugo.
—Bien. Te dijeron que protegieras el jardín. No que hicieras de niñera conmigo.
—Bosque malo. Seth solo.
—¿Quieres venir conmigo? —tanteó Seth, y sus dedos nerviosos palparon el frasco con la poción.
—Proteger —repitió Hugo con más firmeza.
—Lo capto. Tienes órdenes que cumplir. Pero yo tengo las mías. Tengo que hacer un recado crucial.
—Stan enfadado.
—¿Quieres decir que el abuelo no querría que yo me marchase? Por supuesto que no. El piensa que todavía llevo pañales. Por eso estoy haciendo esto en plena noche. Tienes que confiar en mí, Hugo. Sé que he hecho algunas idioteces en el pasado, pero también he conseguido impedir que ocurrieran algunas desgracias. Tengo que meterme en el bosque un ratillo. No es por razones estúpidas, como ir por oro. Básicamente, estoy tratando de salvar el mundo.
El gólem permaneció en silencio unos segundos.
—No seguro.
—No es del todo seguro —reconoció Seth—. Pero estoy preparado. ¿Ves? Hasta tengo esta poción que me dio Tanu. Voy a un sitio en el que ya he estado antes. No me saldré del camino y llevaré cuidado. Si intento que me den permiso, no lo conseguiré. No me dejarán. Pero solo yo puedo hacerlo. Largarme a escondidas es mi única oportunidad. Tienes que confiar en mí.
Hugo se dio la vuelta y miró la casa. Seth apenas podía distinguir al gigante de tierra en la oscuridad.
—Hugo venir.
—¿Vendrás conmigo? No hace falta que lo hagas. No nos conviene dejar el jardín sin vigilancia.
Hugo señaló en dirección al jardín.
—Mendigo.
—¿Mendigo está vigilando también? —quiso confirmar.
—Seth ir. Hugo venir.
El chico notó que le invadía una oleada de alivio. Aquello era un inesperado golpe de suerte. Se preguntó si Hugo también accedería a ir con él cuando se enterase de adonde tenía pensado ir.
Solamente había una manera de averiguarlo.
—Hugo, llévame a la cueva en la que vive Graulas.
Hugo aupó al chico.
—¿Seth seguro?
—Tenemos que ir allí. El puede proporcionarme información importante. Podría servir para salvar el mundo. ¿Te acuerdas de la última vez? El abuelo no quería que fuese allí, pero al final conseguimos información que nos ayudó a detener la plaga.
Hugo se adentró en el bosque a grandes zancadas, avanzando a gran velocidad. Cuando no tenía que viajar llevando la carreta, el gólem prefería ir campo a través en lugar de limitarse a usar los caminos y los senderos. El hielo y la nieve crujían bajo sus gigantescos pies. Las ramas desnudas les pasaban rozando como látigos en la oscuridad, pero Hugo modificó la forma en que llevaba cogido a Seth para evitar que le arañasen. ¡Esto era infinitamente mejor que ir pedaleando con dificultad por caminitos helados en mitad de la gélida negrura!
Seth no se había parado a considerar la posibilidad de que Hugo le ayudase. Había oído al abuelo darle al gólem la orden de proteger el jardín y, que él supiera, jamás había desobedecido un mandato.
Al parecer, Hugo obraba cada vez con mayor libertad.
Cuando llevaban mucho rato atravesando el bosque con aquellas pesadas zancadas en medio de la fría noche —tanto que Seth empezó a preocuparse por si se congelaba vivo—, el gólem se detuvo de pronto y lo depositó en el suelo. La noche estaba tan oscura que Seth no distinguía ningún elemento diferenciador en el paisaje, pero supuso que aquella parada repentina querría decir que habían llegado a su destino. El gólem no debía de tener autorización para poner el pie en el territorio concedido a Graulas. Si Seth se topaba con problemas, tendría que apañárselas él solo.
Seth sacó la linterna de su kit de emergencias. El foco brilló sobre una cuesta nevada que subía hasta una empinada colina, con una cueva en un lateral. Seth se frotó las orejas, parcialmente entumecidas, para devolverles algo de calor y se reajustó el gorro y el abrigo para taparse mejor la cara.
—Gracias por traerme —dijo Seth—. Volveré enseguida.
—Tener cuidado.
Mientras Seth se abría paso por la nieve en dirección a la gruta, empezó a cuestionarse si aquella excursión no sería una locura. Se dirigía a pie, a solas en plena noche, a la cueva de un malvado y poderoso demonio. Con la esperanza de subirse un poco los ánimos, alumbró a Hugo con la linterna.
A la luz de aquel simple foco blanco, el gólem, plantado en mitad de la nieve, tenía un aspecto diferente, como si fuese una extraña estatua primitiva. No era muy reconfortante.
Apretando la mandíbula, Seth aceleró el paso. Ya que iba a meterse en aquel lío, muy bien podía acabar con ello cuanto antes. Marchó por delante del poste podrido del que colgaban los grilletes oxidados, se detuvo un instante ante la gran boca de la cueva, estuvo a punto de dar media vuelta, y a continuación se metió dentro a grandes pasos.
Se apresuró por el túnel excavado en la roca, dejando atrás un par de recodos antes de llegar a una cámara abarrotada de trastos de cuyo techo abovedado colgaban unas raíces retorcidas. Lo primero que le llamó la atención fue el antinatural calor reinante. Lo segundo fue el olor, dulzón y desagradable, como a fruta estropeada.
Después de recorrer con la linterna unos muebles podridos, unas cajas de embalaje destrozadas, unos huesos blanquecinos y unos libros llenos de moho, detuvo el foco sobre un bulto informe apoyado contra el muro, medio doblado sobre sí mismo. Podía ver y oír a la figura respirar lenta y entrecortadamente. La figura llena de bultos cambió de posición, haciendo que sus telarañas se inflaran suavemente, y se irguió. La luz de la linterna iluminó un rostro polvoriento cuya carne se descolgaba en rugosas bolsas de piel inflamada. De los lados de la cabeza calva asomaban sendos cuernos de carnero y una película lechosa le nublaba los ojos, negros y fríos.
—Has… venido —dijo el demonio, resollando, con una voz increíblemente profunda.
—Es verdad que me llamaste —dijo Seth—. Eso pensé.
—Y tú… me oíste. —Al moribundo demonio le entró un ataque de tos y su cuerpo desprendió volutas de humo que flotaron por el aire. Cuando terminó de toser, Graulas escupió hacia un rincón un lapo de una sustancia verduzca y brillante—. Acércate.
Seth se acercó al inmenso demonio. Incluso estando Graulas sentado en el suelo, Seth le llegaba solo a la altura del hombro encorvado. El asqueroso hedor se intensificó al acercarse a él, adquiriendo la naturaleza de una rancia mezcla entre descomposición e infección. Seth tuvo que reprimir las arcadas.
Graulas cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás, mientras su voluminoso pecho se hinchaba y deshinchaba trabajosamente como si tuviese dentro un fuelle gigantesco. A cada dificultosa respiración, Seth oía una vibración húmeda.
—¿Estás bien? —preguntó Seth.
El demonio movió su grotesca cabeza hacia atrás y hacia delante, haciendo que los pliegues de la papada aleteasen al estirar el cuello. Habló lentamente.
—Estoy más despierto que la última vez que hablamos. Pero, aun así, sigo muriéndome. Tal como te comenté cuando nos conocimos, para los de mi especie la muerte es un proceso lento. Los meses son como minutos. En cierto modo, envidio a Kurisock.
—¿De verdad está muerto?
—Ha abandonado esta esfera de la existencia. Su nueva morada es menos agradable. Sin duda estará allí para darme la bienvenida. —Una arañita descendió desde la punta de uno de los cuernos de carnero, colgando de un hilo plateado.
—¿Por qué querías verme? —preguntó Seth.
El demonio se aclaró la voz.
—Has sido tonto por venir. Si entendiste quién te llamaba, te hubieras tenido que mantener lejos de aquí. Bueno, a lo mejor no has sido tan tonto, porque de nuevo tengo la intención de ayudarte. Cuéntame: ¿qué tal están desarrollándose tus habilidades?
—Bueno, pude oírte cuando estaba en el bosque con los sátiros. En las mazmorras pude oír a todos los espectros que susurraban. Y el otro día vi a un trasgo que era invisible.
El demonio levantó su grueso dedo retorcido y se dio unos toques con él en un agujero informe que tenía en un lado de la cabeza.
—Me guste o no, mis percepciones alcanzan hasta mucho más allá de este antro. Puedo ver gran parte de la reserva desde aquí, toda menos un puñado de lugares ocultos tras una protección. Uno de los lugares en los que jamás pude mirar fueron los dominios de Kurisock. Hasta que murió. Entonces se quitó el telón y pude ver el interior. El clavo de la aparición dejó una marca en ti cuando se lo extrajiste. Cuando fue destruido, tú te encontrabas cerca y parte de su poder huyó hasta ti, marcándote aún más profundamente.
—¿Marcándome?
—El clavo te confirió poder. Te dejó listo para conseguir unos logros aún mayores. Yo comprendo tu necesidad. Mientras viajaban por caminos desprovistos de protección, tus parientes estuvieron conversando sobre el objeto que desean coger de los centauros. Tu abuelo debería haber sido más precavido. Pude oír hasta la última palabra que dijeron.
—Necesitan el cuerno de unicornio que tienen los centauros —dijo Seth—. Tenía la esperanza de que tal vez tú pudieras saber cómo podríamos hacernos con él.
Graulas se puso a toser en una violenta progresión de espasmos respiratorios y ahogos, tras la cual quedó hecho un guiñapo, tendido de lado, apoyado en un codo. Seth retrocedió unos pasos, preguntándose si se encontraba a punto de presenciar la muerte del viejísimo demonio, ahogado en sus propias flemas. Finalmente, boqueando y con un fluido cremoso babeándole por la comisura de los labios, Graulas hizo un tremendo esfuerzo y volvió a incorporarse.
—El primer cuerno de un unicornio es un objeto cargado de poder —dijo Graulas con la voz ronca—. Purifica todo lo que toca. Cura cualquier dolencia. Neutraliza cualquier veneno. Elimina cualquier enfermedad.
—¿Quieres que lo use para curarte a ti?
El demonio volvió a toser. Podría haber sido también una risa entre dientes.
—La enfermedad se ha entretejido en mi ser. Si me tocase un primer cuerno, seguramente me mataría. Así de corrompido estoy. Yo no necesito el cuerno. Pero sé cómo puedes hacerte con el Alma de Grunhold. Si quieres conseguir el cuerno, debes emplear tus dotes de encantador de sombras.
—¿De qué?
—Los encantadores de sombras gozan de un vínculo de hermandad con las criaturas de la noche Es imposible manipular sus sentimientos. Nada escapa a su mirada. Oyen y entienden el lenguaje secreto de las tinieblas.
—¿Y yo soy un encantador de sombras? —preguntó Seth con vacilación.
—En esencia sí. El clavo estableció una base sólida. Mi intención es estabilizar esos dones y convertirte formalmente en aliado en la noche. Gracias a eso tus habilidades ganarán intensidad.
—¿Y me harán más malvado? —susurró Seth.
—Yo no he dicho un aliado del mal. De todo don puede hacerse un buen o un mal uso. Este poder es tuyo ya. Yo simplemente te ayudaré a aprovecharlo mejor. Utilízalo como desees.
—¿De qué modo me servirá para conseguir el cuerno? —preguntó Seth.
El demonio fijó la mirada en el chico, sopesando su valía con los ojos empañados. Cuando volvió a hablar, su tono era diferente.
—¿Quién sabe manejarse por un dédalo invisible? El hombre que pueda verlo. ¿Quién sabe sortear a un trol de montaña? El hombre que se haga su amigo. ¿Quién es capaz de robar el primer cuerno de un unicornio? El hombre que sea inaccesible al sentimiento de culpa.
—Verdaderamente escuchaste a mi abuelo.
—Me haría gracia ver que los centauros reciben una cura de humildad —dijo Graulas—. Eres el primer encantador de sombras desde hace siglos. Tal vez serás el último. Somos pocos los que podríamos dar carácter formal a este honor. Tú presentas ya la mayoría de los rasgos, en fase embrionaria. Nada podrá borrar eso. Es mejor completar lo que ha comenzado. La oscuridad te ha tocado, del mismo modo que la luz ha envuelto a tu hermana.
—Suena turbio —respondió Seth, echándose atrás. ¿De verdad quería que un demonio moribundo le hiciese favores? ¿Acaso el hedor a descomposición que reinaba en aquel lugar no constituía una señal de que debía marcharse de allí?
Gimiendo, ayudándose de un poste de valla lleno de astillas a modo de muleta, Graulas se levantó con mucho esfuerzo hasta quedar de pie, sus cuernos curvos casi rozaban el techo. El demonio empezó a gesticular ampulosamente como si estuviese pintando un cuadro en la nada y a entonar unos cánticos en un idioma gutural. Hacia el final del numerito, Seth empezó a entender lo que decía:
«… consolador de fantasmas, camarada de troles, consejero de demonios, por este acto y de ahora en adelante nombrado y reconocido como encantador de sombras».
Graulas bajó los brazos y se sentó con fuerza en el suelo. Bajo su peso se oyó el crujido de la madera al partirse. Una nube de polvo se levantó.
—¿Estás bien? —preguntó Seth.
El demonio tosió suavemente.
—Sí.
—¿Por qué cambiaste a mi idioma al final?
Las comisuras de la boca del demonio se curvaron hacia arriba.
—Yo no cambié de lengua. Felicidades.
Seth se tapó los ojos unos segundos.
—¡No te di permiso para hacer eso! —Luego miró al demonio con expresión grave—. Temo que mi visita haya sido una tremenda equivocación.
Graulas se humedeció los labios agrietados con su lengua llena de magulladuras.
—Yo no puedo volverte malvado más de lo que tú puedes hacerme bueno a mí. Te preocupa que aceptar ayuda de un demonio pueda alterar de alguna manera tu identidad. Yo una vez fui muy malvado. Deliberadamente malvado. Con el paso del tiempo, me debilité y me deterioré, mi ansia de poder remitió. La apatía sustituyó a la avaricia. Ya no estás hablando con un demonio maligno. Un demonio maligno te habría matado nada más verte. Estás hablando con una cáscara que se pudre. Mi vida terminó hace mucho tiempo. Cuando creía que había dejado de sentir, tú despertaste mi interés.
Si conservo suficiente grado de curiosidad, es para ayudarte. No albergo ninguna intención secreta. Eres libre de utilizar tus dones como mejor consideres.
Seth frunció el ceño.
—Supongo que no me siento más malvado que antes.
—Lo que determina el carácter de alguien son las decisiones que toma. Tú no elegiste convertirte en un encantador de sombras. Estas nuevas habilidades te han sobrevenido debido a unas circunstancias que escapaban a tu control. En todo caso, tu condición de encantador de sombras debería protegerte del mal, tanto a ti como a tus seres queridos. Ahora ves y oyes más nítidamente. La magia no puede confundir tus sentimientos. Encontrarás oportunidades para hablar, más que para luchar.
—¿Ahora estás hablando en mi idioma?
—Sí. —Otro ataque salvaje de tos sacudió al demonio. Cuando los espasmos remitieron, Graulas estaba tendido de lado, despatarrado, con los ojos cerrados—. Debo descansar.
—¿Cuándo debería ir por el cuerno? —preguntó Seth.
—Ahora mismo —respondió el demonio con su voz ronca, cada vez más débil—. Esta noche.
—¿Cómo veré el laberinto invisible? —preguntó Seth.
—Del mismo modo que me ves a mí. —Graulas suspiró—. Tus habilidades han quedado estabilizadas.
—Tengo más preguntas. ¿Qué puedes decirme de la Esfinge? Sabemos que es el jefe de la Sociedad del Lucero de la Tarde.
—Llevo siglos confinado en esta reserva —gruñó Graulas con voz somnolienta—. Dejé de interesarme por la política del mundo hace siglos. Mis recuerdos son de la antigua India y de la antigua China. De la Esfinge sé poco. Cuando vino de visita a Fablehaven parecía un hombre. Pero no resulta fácil detectar a un avatar, ni siquiera a mí.
—Tú detectaste a Navarog.
—Había conocido a Navarog antes. Y a su avatar. No es lo mismo.
—Tal vez tenga que enfrentarme con Navarog.
El demonio soltó una risotada.
—No luches contra Navarog.
—¿Tiene algún punto flaco?
Graulas abrió los ojos como dos rendijas.
—Concéntrate en el cuerno. Nero te enseñará lo necesario sobre andar entre la sombra y trabar amistad con troles.
—¿Nero? —preguntó Seth.
Una voz melosa habló a su espalda.
—Volvemos a encontrarnos, Seth Sorenson.
El chico se dio la vuelta e iluminó al trol con la linterna. Reconoció sus rasgos de reptil, sus ojos salientes y redondos, el reluciente cuerpo negro con marcas amarillas.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Un encantador de sombras —dijo Nero en un tono empalagoso y con una sonrisa bobalicona—. ¿Quién lo habría sospechado? Y pensar que un día yo te salvé de una caída y casi te hice mi sirviente.
—¿Vives cerca de aquí?
Una larga lengua gris salió rápidamente de la boca del trol y se chupó con ella el ojo derecho.
—Cuando maese Graulas manda algo, yo obedezco.
—¿Estás aquí para ayudarme a mí? —preguntó Seth.
—Necesitas un tutor. Graulas quiere que te instruya en unas cuantas disciplinas y que te acompañe a Grunhold.
—Tú no puedes penetrar en Grunhold.
—No. Pero como mortal que eres, tú sí. De hecho, como encantador de sombras, incluso es posible que sobrevivas.
Seth volvió la cabeza para mirar a Graulas.
—¿Estás despierto?
El demonio chasqueó los labios.
—Despierto o dormido, siempre estoy escuchando.
—¿De verdad quieres que vaya a Grunhold esta noche?
—No habrá una oportunidad mejor —respondió el demonio como gruñendo, y rodó sobre sí—. Ahora, déjame en paz, chico.
Seth miró a Nero.
—Vale. ¿Y cómo sobreviviré?
El trol se lamió el otro ojo.
—Como encantador de sombras, puedes caminar entre la sombra. Lejos de toda luz brillante, serás prácticamente invisible. Muy, muy oscuro. Si permaneces en la sombra, hasta unos ojos alerta pasarán sobre ti sin detectarte. Sobre todo si te quedas inmóvil. Esto te ayudará a acercarte a la entrada.
—¿Podré ver en la oscuridad?
—Apaga la linterna.
Seth hizo lo que se le decía. No podía ver nada.
—Parece que no. —Encendió de nuevo la linterna.
Nero se encogió de hombros.
—Es posible que tu visión no pueda penetrar las tinieblas, pero con el tiempo deberían ir emergiendo en ti otros talentos. No hay dos encantadores de sombras iguales.
—¿Qué tipos de talentos?
—He oído hablar de encantadores de sombras que podían apagar llamas. Proyectar miedo. Bajar la temperatura de una habitación.
Seth sonrió.
—¿Tú me puedes enseñar?
—Esas habilidades irán emergiendo de forma natural o no aparecerán en absoluto. Volvamos a la tarea que nos ocupa. Maese Graulas me ha informado de que hay un trol de montaña que vive dentro de Grunhold. Junto con su fama de alcanzar un tamaño increíble y de poseer una fuerza tremenda, los troles de esta especie tienen una merecida fama de estúpidos. El zoquete te reconocerá como aliado de la noche. Pero, además, tiene encomendado velar por el cuerno. No le muestres que tienes miedo. Da por hecho que es amigo tuyo y así seguramente te ganarás de verdad su amistad. Luego, tienes que convencerle de que eres un liante y que robar el cuerno es una travesura. A los troles de montaña les encantan las bromas. —El trol levantó su mano palmeada.
—¿Eso es un plátano? —preguntó Seth.
El trol arrojó la fruta por encima del hombro y la atrapó con gran destreza cuando caía tras su espalda.
—Tu travesura consistirá en cambiar el cuerno por un plátano. Al trol debería hacerle mucha gracia.
Seth se rio.
—¿Me lo estás diciendo en serio?
—Totalmente.
—¿Dónde has encontrado un plátano?
—Tengo mis proveedores. Algunos sátiros cultivan fruta tropical.
Seth se cruzó de brazos.
—Invisible o no, el laberinto podría dar problemas, ¿verdad?
—Será la parte más complicada —respondió Nero—. Si te falla el instinto, el truco con los laberintos es siempre doblar a la izquierda. Solo vira a la derecha cuando no puedas doblar a la izquierda. Al final terminarás cubriendo sistemáticamente toda la extensión del laberinto, hasta encontrar tu meta.
—La entrada solo estará abierta una hora.
—Como ya he dicho, el laberinto va a ser la parte más difícil.
Seth se sentó encima de un barril mugriento.
—Si me quedo atrapado dentro, tendré que aguardar a que vuelva a hacerse de noche, cuando la entrada se abre de nuevo. A mi familia le dará un pasmo cuando se entere. ¿Cómo llegamos a Grunhold?
Nero se frotó las manos.
—La mejor forma de ir es atravesando la ciénaga. Tengo una balsa. Puedo dejarte cerca de la parte sur del círculo de piedras.
—Espero que pueda convencer a Hugo.
—Te vi llegar con el gólem. Si él pudiese llevarnos hasta la balsa, nos ahorraríamos cierto tiempo.
Deberíamos darnos prisa, se está haciendo tarde.