11
Invitada sin invitación
Kendra se despertó tapada hasta las orejas entre sábanas almidonadas. Le dolía el cuello por haber estado durmiendo con demasiadas almohadas. La habitación, con las persianas bajadas, estaba prácticamente a oscuras, pero le llegaba el sonido del agua de una ducha. Se incorporó para mirar la hora en el reloj. La pantalla mostraba las 8.23.
Se desperezó, emitiendo un gruñido. La noche anterior habían pasado más de una hora en el coche antes de elegir otro hotel. Tanu y Warren habían arrastrado fuera al descomunal lobo y a la gárgola, y los habían dejado en el contenedor de basura.
El escuálido trasgo estaba en estos momentos atado y amordazado en la otra habitación, con Seth y Warren. Tanu les había dejado una poción extra somnífera para que se la administraran al grotesco prisionero. Sus habitaciones no eran contiguas esta vez, pero sí que estaban todas en el mismo pasillo.
Kendra oyó que dejaba de correr el agua de la ducha. Haciendo un esfuerzo, se liberó de las prietas sábanas y se bajó de la cama.
—¿Despierta? —preguntó su abuela desde la cama de al lado.
—Sí. ¿Tú también?
—Llevo un rato despierta, descansando en la oscuridad. Las habitaciones de hotel tienen algo: siempre me hacen sentir perezosa.
Kendra levantó las persianas y una luz atenuada por el cielo encapotado inundó la habitación.
—¿Se sabe algo del abuelo?
—Llamó hace un rato. La redada para pescar a la Esfinge no dio resultado. La casa estaba desierta, salvo por unas cuantas trampas y unos ancianos.
—¿Han encontrado a Haden?
—Sí —respondió la abuela—. No te inquietes por tus amigos. La Sociedad de los Caballeros del Alba tienen unos fondos considerables, guardados aparte, para atender a víctimas de circunstancias como estas.
—Entonces, ¿la Esfinge, Torina y los demás se han largado?
—Se han esfumado sin dejar ni rastro.
—¿Se llevaron a la bulbo-pincho? —quiso saber Kendra.
—No encontraron a ninguna Kendra falsa, así que seguramente sí.
—¿Qué tal fue la noche del solsticio?
—Según tu abuelo, tempestuosa pero sin peligro. Teniendo en cuenta lo que ocurrió, a lo mejor habríamos hecho bien en no movernos de Fablehaven y aguantar el embate. Pero, claro, a toro pasado todo resulta más fácil.
Tanu salió por la puerta del cuarto de baño en camiseta y pantalones cortos, con el pelo mojado.
—Hemos vivido para ver amanecer otro día más —declaró con una amplia sonrisa.
—Buen trabajo —dijo la abuela—. Stan cree que ya podemos volver a casa si queremos.
—Warren y yo hemos pasado la noche vigilando el hotel y los alrededores —contó Tanu—. Todo estaba en calma. El que Seth pudiese ver al trasgo asesino echó realmente a perder sus planes. El lobo y la gárgola solo estaban ahí como apoyo.
—¿Crees que nos tienen en su radar? —preguntó la abuela.
—Todo indica que la Sociedad nos ha perdido la pista. De todos modos, estaremos todos más seguros dentro de los muros de Fablehaven.
La abuela salió de su cama.
—¿Qué hay del trasgo?
—Lo hemos metido en el maletero del todoterreno, lo atamos bien y lo dejamos profundamente sedado. Lo presionaremos para sonsacarle información en cuanto esté bien encerrado en las mazmorras.
—Empecemos a recoger nuestras pertenencias.
Kendra fue al cuarto de baño a asearse. Cuando hubo terminado, las bolsas estaban hechas y aguardándola. Se dirigió tranquilamente hacia el ascensor con Seth, arrastrando su maleta de ruedas.
Él parecía pensativo.
Kendra se inclinó y entrechocó el hombro con el de su hermano.
—¿Conque ahora ves asesinos invisibles?
—Es un alivio que ese trasgo estuviera realmente ahí. Empezaba a pensar que a lo mejor yo era el único que oía voces de zombis porque me había vuelto loco.
—Yo no descartaría la teoría de la locura sin investigar antes un poco más.
—Por lo menos a mí no me secuestró un doble mío.
—Es verdad que suena un poco esquizoide.
Llegaron al ascensor. Kendra apretó el botón que tenía una flecha que señalaba hacia abajo.
—¿Por qué tienes que apretar el botón tú? —se quejó Seth.
—Pero, bueno, qué te pasa, ¿es que tienes tres añitos?
—Yo soy el aprieta botones oficial. Me encanta que se encienda la lucecita de dentro.
—Eres un memo.
Las puertas del ascensor se abrieron. El compartimento iba vacío. Warren se apresuró para entrar con ellos.
—¿De verdad está vacío? —preguntó Kendra, moviéndose a un lado y a otro para comprobar el espacio vacío desde diferentes ángulos.
—Muy graciosa —replicó Seth—. Yo creo que sí.
Warren se les unió en el ascensor. Seth pulsó el botón B. A continuación pulsó el 5, el 4, el 3 y el 2.
—Os echo una carrera —dijo, y salió del ascensor como una flecha antes de que se cerrasen las puertas, dejándose dentro la maleta.
—Creo que nos va a ganar —dijo Warren, apoyándose contra la pared.
—Si no le raptan mientras baja por las escaleras.
—Tanu ya está abajo. Ruth aparecerá enseguida.
Las puertas se abrieron en cada planta, en la que pudieron ver una imagen parecida. En la segunda planta, otra persona se subió al ascensor. Cuando las puertas se abrieron en el vestíbulo, Seth estaba allí, esperándolos, fingiendo estar aburrido.
—Me dio tiempo a pulsar más botones que a vosotros —se pavoneó, al tiempo que indicaba que le pasaran su maleta.
—Y de paso te has ganado cincuenta puntos de idiota —repuso Kendra—. Un nuevo récord.
—Lo que tú llamas puntos de idiota, yo lo llamo increíbles dólares.
Tanu había acercado el todoterreno deportivo a la entrada del hotel. Algún que otro trémulo copo de nieve descendía de las nubes color gris pálido. Warren metió el equipaje de todos, y Kendra se montó en el coche. La abuela la siguió poco después, e insistió en conducir ella, ya que Tanu no había dormido.
El viaje de regreso a Fablehaven fue tedioso. Las carreteras estaban limpias, pero la abuela conducía con cautela. Para empeorar las cosas, tuvieron que escuchar las quejas de Seth sobre la calefacción durante la segunda mitad del trayecto. Al final la abuela acabó por quitarla.
Al final salieron de la carretera y enfilaron el camino de acceso a la finca. Kendra iba con la cabeza gacha cuando su abuela exclamó:
—¿Qué es eso?
Kendra levantó la cabeza y vio un coche estampado contra la puerta de la verja de Fablehaven, con el capó totalmente abollado y el tubo de escape escupiendo gases al aire invernal. No reconoció el vehículo.
—Detén el coche —bramó Warren—. Llama a Stan por teléfono.
La abuela pisó con fuerza el freno y el todoterreno deportivo patinó hasta detenerse. Podían oír el fuerte pitido incesante del claxon del coche estrellado.
—Tiene que tratarse de una trampa —murmuró Tanu, abriendo su morral de pociones.
El móvil sonó antes de que la abuela pudiera marcar ningún número. Respondió la llamada.
—Estamos aquí, lo estamos viendo… ¿Hace cuánto…? Vale, esperaremos.
La abuela colgó el teléfono y empezó a ir marcha atrás.
—El coche acaba de estamparse contra la verja hace un momento. Stan quiere que volvamos a la carretera hasta que averigüe lo que está pasando.
La puerta del acompañante del coche dañado se abrió y una niña salió a gatas. Andando a cuatro patas con gran dificultad, se aproximó a la verja y se asió de los barrotes de hierro forjado para levantarse. Era idéntica a Kendra.
—¡Santo Cielo! —exclamó Kendra—. Para, abuela. ¡Es mi bulbo-pincho!
La abuela pisó el freno súbitamente, haciendo que a todos se les fuese la cabeza hacia atrás.
—¿Tu bulbo-pincho?
—La que yo hice cuando me escapé. Le dije que procurase obtener información, que huyese y que viniese a Fablehaven. Le di la dirección.
—Aun así, debe de tratarse de una trampa —advirtió Tanu.
—Dejadme que vaya a ver —se ofreció Warren, que abrió la puerta y se bajó de un salto del todoterreno deportivo.
Cuchillo en mano, echó a correr hacia el coche accidentado. Kendra repasó minuciosamente con la mirada el bosque desnudo y nevado a ambos lados del limpio camino de acceso, pero no percibió el menor indicio de que hubiese por allí otras personas o criaturas.
—El coche está destrozado, pero la verja ni siquiera tiene una muesca —observó Seth—. ¿Cómo es posible?
—La verja es mucho más recia de lo que parece —dijo la abuela—. No te olvides de dónde nos encontramos. En Fablehaven las apariencias pueden ser engañosas.
Warren llegó al coche siniestrado. Aún con el cuchillo preparado, escudriñó el interior furtivamente desde las ventanillas. La niña, junto a la verja, se dio la vuelta para mirarlo; su semblante era la viva expresión del horror. De una brecha en la frente le manaba sangre. Levantó las manos para protegerse y cayó de hinojos en el suelo.
Warren bajó el brazo con el que sujetaba el cuchillo y levantó el otro con la palma de la mano abierta. Mientras hablaba a la niña, la expresión de la cara de ella se dulcificó. Al poco, estiró el cuello para ver el todoterreno deportivo con la mirada esperanzada.
Kendra salió rápidamente por la puerta. Su abuela y Tanu se apearon también y la llamaron, pero no les hizo caso. Cuando vio a su doble, a la niña se le iluminó al instante su atribulado rostro. Kendra corrió hacia ella, haciendo crujir bajo sus pies la fría grava del camino.
—Has venido —dijo Kendra cuando estuvo cerca. Tenía que hablar a gritos para hacerse oír por encima del pitido incesante del claxon del coche dañado.
—Fue lo que me ordenaste —respondió su doble, al tiempo que se recostaba contra la verja—. Tengo la pierna izquierda rota. Y lo mismo la muñeca izquierda.
—¿Por qué te has estrellado contra la verja? —preguntó Kendra.
La abuela, Tanu y Seth llegaron hasta ellas y se quedaron escuchando.
—Tenía miedo. Tengo información urgente. No sabía si venían pisándome los talones. La verja me pareció endeble.
—Pues te has puesto hecha una pena —dijo Kendra.
—Casi todas estas heridas son de antes. La brecha que traía en la cabeza se me ha reabierto al chocar.
Kendra observó a su doble.
—Has venido tú sola, por tu propio pie, ¿verdad? No es ninguna trampa, ¿no?
—No puedo estar segura de si me han seguido o no. Yo creo que no. He recorrido mucha distancia.
El abuelo, Dale y Coulter venían por el otro lado de la verja. Dale y Coulter iban en sendos quads.
El abuelo iba en brazos de Hugo.
—Deja que te cuente las noticias que traigo —dijo la réplica de Kendra—. Me sentiré mejor en cuanto me las haya quitado de la cabeza. La Esfinge ha usado el Óculus. Le dio problemas, pero ha sobrevivido.
—¿Qué sabe ahora? —preguntó la abuela.
La doble pestañeó al mirar a la abuela.
—Qué raro es verte fuera de mi memoria. Mm, quería averiguar dónde está la llave para un objeto mágico llamado Translocalizador. Anteriormente había comprado información a un miembro de la familia que administra la reserva australiana del desierto de Obsidiana. Al parecer, Patton cogió la llave en esa reserva y la escondió.
—¿Y la Esfinge ha averiguado dónde está? —preguntó Kendra.
Dale abrió la cerradura de la verja. La doble de Kendra había estado apoyada con todo su peso en ella. Estremeciéndose de dolor, se apartó para que Dale pudiese abrir.
—Sí. La llave se encuentra en una reserva de dragones que se llama Wyrmroost, al norte de Montana. Su plan es enviar a un tal Navarog a recuperarla.
La abuela se llevó una mano a los labios.
—El príncipe de los demonios. El dragón negro.
—El sujeto al que dejasteis salir de la Caja Silenciosa —añadió la doble—. De todos modos, al utilizar el Oculus, la Esfinge se quedó sin fuerzas. Si no hubiese estado débil y no hubiese tenido tanta prisa, dudo de que hubiese podido escapar.
—¿Cómo te fugaste? —preguntó la abuela.
—Me tiré de un coche en marcha —respondió la doble—. Pero dejadme que siga contándoos la historia en orden. La Esfinge usó el Oculus en casa de Torina la mañana que Kendra se escapó. Ni se imaginaban que nos habíamos cambiado la una por la otra. Ni siquiera se dio cuenta nadie de que Cody se había ido. La Esfinge estaba entusiasmada porque pensaba que había dado un gran paso al aprender a usar el Oculus sin volverse loco. Y retrasó la salida prevista, para poder intentarlo. Mientras probaba, yo estuve con ellos, en la sala.
»Lo consiguió, pero al final fue como si apenas hubiese estado unos segundos. Una vez liberado del Oculus, estaba grogui pero entusiasmado y empezó a planear la manera de recuperar la llave de Wyrmroost. Antes de que pudiera enterarme de gran cosa, me sacaron de la sala. Y solo sé los detalles que os he contado. Aproximadamente una hora después de que la Esfinge saliese de su trance, alguien se dio cuenta de que la casa estaba siendo vigilada. La Esfinge se puso furiosa. Me llevaron por un túnel subterráneo hasta otra casa, a una calle de distancia por lo menos. Tenían varios coches aguardando y salimos de la población en un abrir y cerrar de ojos.
»Justo después de nuestra primera parada para repostar, fingí que estaba mareada del coche y les rogué que bajasen mi ventanilla. Iba maniatada. La ventanilla empezó a abrirse justo cuando el coche aceleraba por el acceso a la autopista, y al instante me lancé por el hueco abierto. Íbamos a una velocidad considerable. Me rompí la pierna y la muñeca y me hice un arañazo tremendo al rasparme con el asfalto. Varios conductores que venían detrás se pararon, de modo que la Esfinge continuó sin detenerse.
—¿Qué le dijiste a la gente? —preguntó Seth.
La doble sonrió.
—¿Qué tal, Seth? Pues le dije a un conductor de un camión, un tipo grandullón muy amable, que mi tío había intentado secuestrarme. No me costó nada convencerle, pues aún tenía las muñecas atadas.
—¿Adónde te llevaron? —preguntó Kendra.
—De vuelta a la gasolinera. Hice que telefoneaba a mi familia. No lograba recordar el número del móvil del abuelo. La gente hablaba de llevarme al hospital. Vi a una señora mayor entrando en la estación de servicio ella sola en un coche. Entró en el establecimiento y se fue derecha al cuarto de baño. Fingí que yo también tenía que ir al baño y me metí tras ella. Acorralé a la señora en uno de los compartimentos y le conté que el camionero era un guarro que me había cogido mientras yo hacía autoestop. Insistí en que debía alejarme de él. Le pedí que se hiciera pasar por tía abuela mía y que me llevara a un hospital. Ella accedió.
—¡O sea, fingiste que la anciana era pariente tuya! —exclamó Seth.
—Se lo tragaron, al menos lo suficiente para dejarnos marchar —respondió la doble de Kendra—. La señora no sabía que yo estaba tan malherida, pero sí podía ver que tenía un buen raspón y que estaba sangrando. Le expliqué que lo del hospital era simplemente una excusa para huir del camionero, y luego le pedí si podía llevarme a su casa para poder usar su teléfono. Tuve suerte. Vivía cerca y no tenía teléfono móvil.
»Cuando llegamos a su casa, fingí que llamaba al abuelo otra vez. A ella le conté que mi abuelo venía a recogerme, pero que vivía a dos horas de camino. La señora me invitó a comer con ella. Era muy maja, realmente. Me fijé en que tenía ordenador y le pedí si me dejaba ver mi correo electrónico.
»Por suerte, aún retenía en la memoria la dirección de Fablehaven. Introduje los datos e imprimí la ruta para llegar aquí. Mientras ella preparaba la cena, escribí una nota explicándole que me encontraba en una situación de vida o muerte y le prometí que le devolvería el coche, junto con un puñado de dinero a modo de compensación. Cogí una tarjeta de crédito de su cartera, pillé las llaves, me escabullí por la puerta y le robé el coche.
—A ver si lo adivino —dijo Seth—. Ese es el coche.
La doble de Kendra movió la cabeza afirmativamente.
—Su domicilio aparece en la ruta impresa que hay en el asiento del acompañante. Igual vosotros podéis cumplir la promesa que le hice. Sea como sea, yo tenía que venir aquí.
—Menudo calvario has tenido que pasar —dijo la abuela—. Has tenido suerte de que no te pillara la policía, por no hablar de la Sociedad. ¿Usaste la tarjeta de crédito para echar gasolina?
La doble asintió.
—La última vez que lo intenté, no funcionaba. El depósito está casi vacío.
—Nos ocuparemos de que la señora reciba un coche nuevo y una generosa compensación —prometió la abuela—. Por ahora, lo mejor será que te llevemos a la casa. Tanu se encargará de tus heridas.
Tanu levantó en brazos a la doble de Kendra, con mucho cuidado. Ella hizo un gesto de dolor y se dejó llevar.
—Buen trabajo —le dijo Kendra a su doble.
—Me siento aliviada de haberte encontrado. Llegar hasta aquí fue toda una odisea.
El pitido incesante se interrumpió de golpe. Dale y Warren habían abierto el capó a la fuerza y estaban encorvados sobre el maltrecho motor.
—Es igualita que tú —murmuró la abuela a Kendra cuando Tanu se alejaba—. Es asombroso.
—Y no durará más que otro día, tal vez un par —dijo Kendra—. Será la segunda Kendra que muere en una semana.
• • •
Seth estaba sentado en un sofá del salón, dándose toques en las rodillas como si estuviera tocando los bongos. El abuelo había convocado un gabinete de crisis. Estaban todos esperando a que Tanu bajase de examinar a la bulbo-pincho. Todo el mundo guardaba silencio y mantenía una actitud pensativa.
Seth frunció el ceño mientras miraba a su alrededor. Ahora que la Esfinge estaba más cerca que nunca de su objetivo, ¿eran estas las personas que iban a detenerlo?
Más de la mitad parecían, o demasiado mayores, o demasiado jóvenes. Sin duda, habían desbaratado algunos ataques lanzados por la Esfinge, pero, en general, este siempre se salía con la suya.
Y nadie había iniciado ningún tipo de contraataque exitoso contra él. Seth estaba convencido de que había llegado la hora de pasar al ataque.
Tanu bajó las escaleras y entró en el salón.
—¿Cómo está? —preguntó la abuela.
—Tiene un esguince en la muñeca. La pierna está rota, pero podría ser peor. Una fractura leve. Además, se hizo un buen raspón contra el asfalto y sufre una conmoción cerebral bastante seria. ¿Quién sabe cómo se las apañó para conducir desde tan lejos? Desde luego, tiene mucho coraje. Le he suministrado unas sustancias que servirán para mitigar el dolor y acelerar su recuperación.
—Tampoco es que vaya a vivir mucho para disfrutar de ella —murmuró Kendra.
—Ella es consciente de que su vida es muy corta —dijo Tanu—. No paraba de pedir hablar contigo, Kendra. Tiene la esperanza de que haya alguna otra manera de poder ayudarte antes de que se muera.
—Podríamos guardarla en la Caja Silenciosa —propuso Seth—. Preferiría conservarla a ella en el limbo que al Maddox malo. Nunca se sabe cuándo una doble de Kendra podría venirnos bien en un momento dado.
—¿No sería un suplicio para ella? —preguntó Kendra.
—Parece que todo le va bien siempre y cuando tenga un propósito que cumplir —respondió Tanu.
—No perdemos nada por planteárselo —sugirió la abuela—. A ver qué opina.
—Pensaremos en ello después de la reunión —dijo el abuelo.
—Tengo que hacer una pregunta incómoda —intervino Warren—. ¿Es posible que la bulbo-pincho de Kendra haya sido corrompida? ¿O que pudiera tratarse de una bulbo-pincho distinta de la que Kendra dejó atrás, en la casa de Monmouth?
—Stan y yo lo hemos pensado —respondió la abuela—. Está claro que la Esfinge ha averiguado datos sobre la llave de Wyrmroost. Esa información no se la extrajo ni a Kendra ni a la bulbo-pincho, porque no sabían nada del tema hasta después de haber escapado. No vemos qué valor estratégico podría obtener él de dejar que nosotros nos enteremos de lo que ha descubierto. De hecho, la Esfinge querría mantener en secreto su descubrimiento con el fin de ir por la llave de Wyrmroost sin tener que enfrentarse a ningún competidor. Vigilaremos de cerca a la doble de Kendra, pero a Stan y a mí su relato nos inspira confianza.
—Esperad un momento —dijo Seth, abriendo los ojos como platos—. ¿Y si la Kendra que rescatamos es simplemente otra réplica? ¡¿Y si de verdad no es Kendra?! ¡Ella podría haber llevado a los malos hasta nuestra habitación del hotel! ¡A lo mejor aún no hemos visto a la Kendra real! Podría seguir en manos de ellos.
Todos se volvieron para mirar a Kendra.
—Soy yo, de verdad —les aseguró la chica—. ¿Es que no hay algún tipo de prueba? ¿Una manera de diferenciarme sin que quepan dudas?
—Pudo leer el mensaje que Patton dejó en la cámara secreta —dijo la abuela—. Un bulbo-pincho no habría podido replicar esa capacidad. Solo una magia de hadas muy potente podría conferirle el don de leer esas palabras.
El abuelo movió la cabeza en gesto de asentimiento.
—Coincido. Pero valoro que estés tan alerta, Seth. No debemos bajar la guardia. Hay que ponerlo todo en duda. No dar nada por descontado. De todos modos, ahora debemos centrarnos en la Esfinge y el Translocalizador.
El abuelo resumió lo que Kendra, Coulter y él habían descubierto acerca de la ubicación del Translocalizador y sobre dónde había escondido Patton las llaves necesarias.
—¿Qué posibilidades tiene la Esfinge de apoderarse del primer cuerno de un unicornio? —musitó la abuela.
—¿Qué posibilidades tiene de encontrar bulbo-pinchos? —replicó Coulter.
—¿Son difíciles de encontrar los cuernos de unicornio? —preguntó Seth.
—Los unicornios se cuentan entre las criaturas mágicas menos fáciles de ver —dijo el abuelo—. Creemos que siguen existiendo, pero no hay ninguna certeza al respecto. Se trata de criaturas escurridizas de una pureza extraordinaria, y sus cuernos poseen potentes propiedades mágicas. Hace mucho tiempo los cazaban magos codiciosos, y estuvieron a punto de extinguirse. A lo largo de la vida de un unicornio, cada ejemplar desarrolla tres cuernos. Pierden los dos primeros a medida que avanza su crecimiento, algo parecido a lo que nos pasa a los humanos con los dientes de leche. El cuerno que tenemos aquí, en Fablehaven, es el único primer cuerno de cuya existencia yo tengo noticia.
—Pero eso no quiere decir que la Esfinge no consiga encontrar otro en algún otro lugar —recalcó Coulter.
—Cometeríamos una estupidez si diésemos por hecho que no lo va a conseguir —coincidió Warren—, especialmente ahora que está empezando a dominar el Óculus. De alguna manera, en algún lugar, encontrará uno.
—Que sepamos, es posible que ya tenga uno —intervino la abuela en tono sombrío.
—Si eso es lo que nos preocupa —dijo el abuelo—, no veo más opción que tratar de adelantarnos a la Esfinge y hacernos con la llave de Wyrmroost. Todos hemos sido testigos de la inventiva que tiene la Esfinge. Ahora que sabe dónde está la llave de la cámara australiana, dará con la manera de meter a Navarog en la reserva de dragones. Y en cuanto se apodere de la llave de la cámara, no le faltará mucho para conseguir el Translocalizador.
—Pero ¿podemos nosotros proteger la llave de la cámara mejor que los dragones de Wyrmroost? —preguntó Tanu.
—Por lo menos tenemos la opción de poner en circulación la llave de la cámara —replicó el abuelo—. Podemos utilizarla o transferirla. Dado que la Esfinge conoce su ubicación actual, que se adueñe de ella es solo cuestión de tiempo.
—Entonces, nuestra primera tarea consiste en recuperar el cuerno que guardan los centauros —dijo la abuela.
Dale lanzó un silbido.
—Buena suerte con eso. Ese cuerno es su más preciada posesión. Idolatran a Patton por habérselo entregado. Del cuerno procede la energía con la que Grunhold se transformó en un recinto seguro durante la plaga de sombra.
—¿Podríamos convencerlos de que nuestra intención es solo tomarlo prestado? —propuso el abuelo—. Después de la misión podríamos devolverlo.
—A no ser que se nos coman los dragones —comentó Coulter.
—Va a ser difícil convencerlos —intervino la abuela.
—Eso es quedarse corto… —puntualizó Dale.
—¿Por qué no lo robamos? —sugirió Seth.
Los demás se echaron a reír, sin que él entendiese por qué.
—Por desagradable que eso suene —dijo Warren—, es posible que al final no nos quede otro remedio. ¿Alguno sabe algo de dónde lo tienen guardado?
—Los centauros forman una sociedad orgullosa y reservada —contó el abuelo—. Pero como responsable que soy, técnicamente puedo hacerles una visita al año sin temor a que me hagan daño. Aparte de eso, tienen derecho a matar a cualquiera que se aventure a entrar en el territorio que tienen concedido. Solo he hecho uso de mi derecho en dos ocasiones. No son precisamente una compañía grata.
—Nos interesa acercarnos lo más posible al cuerno —apuntó la abuela—. Debemos analizar la disposición del terreno, para poder planear una incursión si fuera necesario. Entonces podremos hacer fuerza ante ellos para pedírselo prestado.
—Si se niegan a prestarnos el cuerno, la visita servirá también como misión de reconocimiento —remató Warren.
—Les haré saber inmediatamente que tenemos previsto visitarlos —dijo el abuelo—. Iremos mañana.
—Yo también voy —declaró Seth.
—No les caes nada bien a los centauros —le recordó su abuelo—. Tu impertinencia desembocó en la humillación de Pezuña Ancha a manos de Patton. Nos convendrá que estés lo más lejos posible de sus dominios.
—De la muerte de Pezuña Ancha nos culparán a todos —observó la abuela.
—Por eso deberíamos llevar a Kendra —dijo el abuelo—. Pezuña Ancha la ayudó a acabar con la plaga. La finalidad de tenerla allí será honrar a los centauros por el sacrificio de este. Si ella lo puede hacer de corazón, tal vez su gesto ayude a nuestra causa. No podemos esperar eludir la cuestión.
—Estaré encantada de pedir disculpas —dijo Kendra—. Me siento muy mal por su muerte, y él nos ayudó a todos de verdad.
—Deberás tener cuidado —dijo el abuelo—. No quieren tu compasión. Su orgullo les hará rechazar cualquier ofrenda de ese estilo. Pero si muestras gratitud sincera por su sacrificio, si reconoces su papel en la salvación de Fablehaven… bueno, tal vez nos ayude a hacer algún avance.
—¿No será peligroso para Kendra? —preguntó Coulter. ¿No le echarán la culpa los centauros a ella más que a ningún otro por la muerte de su compañero? Era ella la que cabalgaba a sus lomos en aquel momento.
—Es posible —respondió el abuelo—. Pero bajo la protección que nos brinda mi derecho de visitas anuales, no podrán hacerle nada. Es más, vacilarán antes de culpar abiertamente de su fallecimiento a una chiquilla. Que un poderoso demonio te mate suena mucho más heroico.
—¿Quién más debería acompañaros? —preguntó Tanu.
—Casi todos vosotros. Cuantos más ojos puedan observar la situación, mejor.
—Menos con los míos —murmuró Seth.
—No podemos irnos sin que nadie se quede a cuidar de Seth y de la casa —dijo Coulter.
—¿Cuidar? —se quejó Seth—. ¿Es que pretendes destruir mi autoestima?
—Dale es el que más veces ha tratado con los centauros —dijo el abuelo—. Ruth tiene talento para negociar. Warren, Tanu y Coulter son todos avezados aventureros con experiencia en el rescate de objetos protegidos. Además, Coulter tiene experiencia con los objetos mágicos.
—Puedo ocuparme del chiringuito yo solo —les aseguró Seth con rotundidad.
—Yo me quedaré —se ofrecieron a coro Warren, Tanu y Coulter.
—Warren se quedará en la casa con Seth —estableció el abuelo—. Seth, dejarte con protección extra no tiene nada que ver con que valoremos más o menos tu valor, sino con tu edad.
—A lo mejor podría ir con vosotros disfrazado —propuso Seth.
—No podemos tomarnos esta misión a la ligera —le contestó su abuela—. Debemos procurar que la visita resulte lo más cortés posible. Si no conseguimos recuperar el cuerno, la Esfinge se apoderará de la llave sin mayor problema. Seth, tu historia con los centauros está contaminada. Puede que sean capaces de sobreponerse a la heroica muerte de Pezuña Ancha, pero los centauros jamás olvidan un insulto.
—Siempre igual: parece que lo que he hecho en el pasado me va a impedir hacer cosas en el futuro —farfulló Seth.
—Seth, acabas de iniciar la senda hacia la sabiduría —repuso su abuelo.