10

Hotel

Los copos de nieve que levantaban las cambiantes rachas de viento azotaban la ventana del desván. Ventisqueros de nieve polvo cubrían los cristales inferiores. Seth caminaba por la habitación, haciendo botar una pelota de goma, incapaz de dejar de preguntarse cómo serían los fantasmagóricos prisioneros que le hablaban solo a él. Le costaba decidir si debía tener miedo o curiosidad. Oyó unas pisadas que subían las escaleras. La puerta del dormitorio se abrió y entró su abuelo.

—¿Habéis descubierto algo sobre los objetos mágicos? —preguntó Seth.

—Sí. Un mensaje se refería al Oculus. El otro trataba de un objeto mágico que sigue escondido. ¿Cómo te encuentras?

Seth hizo botar la pelota.

—Bien. Raro. No sé.

—Sentémonos. —El abuelo tomó asiento en una de las camas. El chico se dejó caer en la otra—. Saltaba a la vista que lo que pasó en las mazmorras te estaba inquietando.

Seth lanzó la pelota hacia delante con un efecto de giro que hizo que volviese a sus manos.

—Podría decirse que sí.

—Me da que escuchar voces espectrales puede ser una experiencia que normalmente te entusiasmaría. —El abuelo le miró, escrutando su expresión.

—En efecto. Es decir, es una pasada que pueda oírlas. Se ofrecían a ponerse a mi servicio, y en parte me encantaría disponer de un sirviente zombi. ¿A quién no? Pero algo no me convencía. Demasiado espeluznante. Abuelo, ¿y si al acabar con la aparición yo me volví malvado? No me dan miedo unas criaturas mortíferas. Puedo ver a personas de sombra que son invisibles. Oigo susurros proferidos por vuestros prisioneros más espantosos.

—Reconocer elementos siniestros imperceptibles para los demás no te convierte a ti en malvado —le respondió su abuelo con rotundidad—. Ser valiente tampoco. Todos tenemos dones y habilidades diferentes. Cómo usemos esos dones determina quiénes somos.

—Yo no notaba ningún miedo —dijo Seth—. No del tipo que paraliza. Las voces eran monstruosas, pero podría haberme acostumbrado a ellas. Eso es lo que me asusta. La voz seguía adulándome, diciéndome que era sabio y poderoso. ¡No me hace ninguna gracia que me admiren unos fantasmas! Estoy seguro de que me estaba tendiendo una trampa para perpetrar alguna jugarreta. Abuelo, no sé si puedo fiarme de mí mismo. Me daban ganas de echar una miradita a la celda. ¡Si no hubierais estado ahí vosotros, seguramente lo habría hecho!

—Siempre has sido más curioso que la mayoría —dijo el abuelo—. La curiosidad no hace que seas malvado. Que unos entes siniestros te dediquen palabras halagadoras tampoco. El espectro esperaba usarte para recobrar la libertad. Nada más. El demonio habría dicho lo que fuera con tal de convencerte.

—Lo peor del caso es que realmente tengo curiosidad. Por repugnante que suene, me encantaría ir a escuchar qué más quiere decirme el espectro. No porque tenga la intención de soltarlo. Es solo que me parece interesante. ¿Ves por qué no me puedo fiar de mí mismo? Yo bajaría porque siento interés, y luego esa cosa seguramente encontraría la manera de engañarme o de hipnotizarme, y en un abrir y cerrar de ojos Fablehaven sería atacada por espectros malignos.

—Pero, en cambio, aquí estás, previendo cuáles serían los posibles peligros —le respondió su abuelo—. Estás haciendo lo que debería hacer cualquier persona en su sano juicio y que sea responsable. No te dejes vencer por tu curiosidad.

—Pero ¿por qué yo podía oírlos?

—Si te soy sincero, no lo sé. Pero sí sé que hay una diferencia entre oír y escuchar. No siempre puedes evitar oír lo que oyes. Pero puedes controlar lo que atrae tu interés, aquello a lo que voluntariamente dedicas tu atención.

Seth tiró la pelota hacia arriba y la cogió.

—Supongo que tiene sentido. Toda esta historia sigue poniéndome los pelos de punta.

—Ahora que sabemos que posees esta habilidad, te mantendremos alejado en este tipo de circunstancias. De hecho, en parte por eso he venido a hablar contigo. ¿Sabes qué día es mañana?

—Estaba preguntándome cuándo sacarías el tema. Mañana es el solsticio de invierno.

El abuelo levantó una mano. Seth le pasó la pelota de goma y él se puso a botarla.

—No quería mencionarlo con demasiada antelación para no poner nervioso a todo el mundo. Bastante follón ha habido ya como para añadir tensión porque esta noche toque velada festiva.

—¿No tenemos que hacer preparativos? ¿Tallar calabazas y todo eso?

—Los faroles hechos con calabazas ahuecadas son una precaución extra y no muy conveniente con este tiempo. Yo estaba pensando más bien en algo así como que vuestra abuela os lleve a Kendra y a ti a un hotel para que paséis allí la noche.

Seth indicó la pelota y el abuelo se la pasó con un bote.

—¿No es peligroso que salgamos de la reserva? La Sociedad podría venir por nosotros.

—Hemos sopesado los pros y los contras. La idea de dejaros fuera de las protecciones que proporciona Fablehaven no me hace ninguna gracia, pero parece que las noches festivas están volviéndose cada vez más violentas. Si la Sociedad tiene la intención de atacar nuestro hogar, seguramente ocurrirá esta noche, en la que criaturas siniestras gozarán de plena libertad para cruzar los límites y entrar en el jardín. Las voces que oíste en el pasaje del Terror han hecho que la decisión sea más fácil de tomar. Durante las noches festivas rondan por la reserva demasiadas apariciones y sombras. No quiero que estés aquí si sus voces pueden llegar hasta ti. Mandaremos a Warren y a Tanu con vosotros para asegurarnos de que estáis a salvo. Pagaréis al contado. Solo será una noche.

Seth asintió. Rebotó la pelota contra la pared, no consiguió cogerla y se quedó mirándola rodar por el suelo.

—Puedo pasar con eso. No me apetece nada tirarme toda la noche con unos monstruos susurrándome cosas extrañas. Hablando de Tanu y Warren, ¿dónde están?

—Mientras nosotros buscábamos los mensajes de Patton, ellos estaban interrogando a Vanessa en compañía de tu abuela.

—¿Sobre qué?

—Estamos tratando de decidir qué vamos a hacer con ella. Nos ha contado algunas cosas sobre posibles traidores en las filas de los Caballeros del Alba. Nadie que tú conozcas. Sigue afirmando que tiene un secreto tremendo que no quiere contarnos hasta que la liberemos.

—No podemos dejarla suelta —dijo Seth—. La abuela tiene razón cuando dice que podría estar jugando con nosotros.

—Cierto. Al mismo tiempo, si realmente ha abandonado a la Esfinge, Vanessa podría constituir una valiosa aliada. Nos ha facilitado ya un montón de información por voluntad propia. No puedo culparla por reservarse algún elemento con el que ejercer presión mientras la tenemos prisionera.

—¿Es que nunca vamos a pasar al ataque? —preguntó Seth—. Deberíamos dar caza a la Esfinge y recuperar los objetos mágicos.

—Eso estamos intentando. Trask ha mantenido constantemente vigilada la casa en la que tuvieron encerrada a Kendra. Cody, el amigo de tu hermana, le dio todos los detalles que necesitó. Creemos que la Esfinge está dentro todavía. Un equipo de ataque ha montado una redada para esta noche. Ojalá pudiera ser más optimista. La Esfinge es escurridiza.

Seth se levantó de la cama.

—¿A qué hora nos vamos al hotel?

—Vanessa insiste en que quiere hablar con Kendra y tu hermana ha mostrado interés. Tu abuela supervisará la conversación. Cuando hayan charlado, os prepararemos.

• • •

Kendra sabía que su vieja amiga aguardaba tras la puerta de la celda. Había querido hablar con Vanessa desde el mismo instante en que la habían encerrado en la Caja Silenciosa, meses atrás.

Casi todos los demás habían hablado ya con ella, y le habían contado la información que les había suministrado. Pero Kendra no había estado cara a cara con ella. La última comunicación directa que había mantenido con Vanessa había sido una nota garabateada en el suelo de una celda.

—No tienes que hacer esto —dijo su abuela.

—Quiero hablar con ella —afirmó Kendra—. Solo estoy un poco nerviosa.

—¿Estás segura?

No lo estaba. Pero dijo que sí.

Con una ballesta en la mano, la abuela introdujo una llave y abrió la puerta de la celda. Vanessa estaba recostada en su catre, impecablemente vestida. En una mesa abarrotada de novelas había un farolillo que funcionaba con pilas. Un espejo colgaba encima de una cómoda sobre la que había diversos productos de belleza. Habían hecho un esfuerzo evidente para proporcionarle algunas comodidades.

—Hola, Kendra —dijo Vanessa, levantándose.

—¿Qué tal? —respondió Kendra.

—Lo siento.

—Deberías.

Vanessa parecía muy seria.

—Te debo mucho.

—Estuviste a punto de matarnos.

—Kendra, mereces que te pida disculpas con toda mi alma. Tú me sanaste. Tenía heridas incurables y me encontraba a nada de la muerte. Después de la traición que cometí, nadie podría haberte culpado si me dejabas morir. Ni siquiera yo. Durante años trabajé fielmente al servicio de la Esfinge. ¿Cómo me lo pagó? El villano me clavó una puñalada por la espalda en cuanto me volví incómoda para él. En contraste, yo te engañé, te traicioné y puse a tus seres queridos en peligro y aun así, tú me mostraste clemencia. Quiero que sepas que mi lealtad no es ciega y que no he perdido del todo la razón. Nunca jamás volveré a traicionarte.

Kendra cambió el peso de una pierna a otra, incómoda.

—Gracias, Vanessa. Estoy segura de que eres capaz de entender por qué tus disculpas podrían resultar difíciles de creer. Pero las valoro y espero que sean sinceras.

—Sería estúpida si te culpase por dudar de mí. Iré demostrando mi sinceridad con paciencia.

La abuela resopló con amargura.

—O aguardando con paciencia a que llegue tu oportunidad de cometer otra traición de consecuencias realmente catastróficas.

—Motivo por el cual no puedo decir nada en contra de vuestra decisión de tenerme encerrada en esta celda —concedió Vanessa—. Podría ser más eficaz si estuviese pululando por ahí con total libertad, pero puedo entender que eso sería pediros demasiado. Y estáis en todo vuestro derecho.

—¿Querías verme para pedir disculpas? —preguntó Kendra.

La conversación era más dura de lo que ella se había esperado. Vanessa le gustaba, pero al mismo tiempo la odiaba. Tenía ganas de irse.

—Principalmente —respondió Vanessa—. También quería compartir contigo una información.

—Me han dicho que estabas guardándote algunos secretos.

—Mi mayor secreto no puede divulgarse aún —dijo Vanessa—. Hay gente buena en vuestro lado de este conflicto cuya integridad peligraría si esta verdad se hiciese demasiado pública. De momento, callármela beneficiará vuestra causa. Es posible que llegue un día en que eso cambie. Además, convenientemente, este último secreto me otorga un poquito de poder de presión para, quizás en un momento dado, poder salir de este encarcelamiento. Ahora estoy de vuestro lado, pero no tengo ningún deseo de terminar mis días metida entre rejas.

—Me han dicho que tú me ayudaste a escapar —dijo Kendra.

—Me hice con el control de una persona mientras dormía y me enteré de que la Esfinge te tenía bajo su custodia. También me enteré de un plan para liberarte. Los Caballeros del Alba cuentan con sus propios espías. Descubrí dónde te tenían prisionera y alerté a Stan. No es que yo sola, personalmente, facilitara tu liberación. ¿Quién acompañaba a la Esfinge?

Kendra le habló de Torina y del señor Lich y a continuación le describió lo mejor que pudo a las otras personas a las que había visto con la Esfinge.

Vanessa asintió.

—No me sorprende que trataran de emplear el control mental para probar el Óculus. A ver si lo adivino… También trataron de leerte el pensamiento.

—Sí.

—¿Y fracasaron?

—Parecían realmente desconcertados.

—Yo te mordí, Kendra, pero jamás podría controlarte. Tu mente está muy bien protegida. Ninguno de esos enemigos reviste verdadero interés, exceptuando a la Esfinge y al señor Lich. A pesar de sus delirios, Torina no es más que una participante menor. Siento curiosidad por saber quién era la persona que llevaba máscara. ¿Podría haberse tratado del prisionero de la Caja Silenciosa?

—Podría haber sido cualquiera —respondió la abuela.

—Debo advertiros a las dos de algo —replicó Vanessa—, la Esfinge es un hombre sumamente paciente. No habría renunciado a todas sus intenciones como lo ha hecho, si no viese una vía despejada para alcanzar su meta. Tened por seguro que cuenta con un plan para obtener todos los objetos mágicos. No bajéis la guardia. Se le da muy bien anticiparse a cualquier imprevisto. Mientras actuáis para detenerlo, es posible que os encontréis trabajando a favor de sus objetivos.

—Somos conscientes de los peligros —le aseguró la abuela.

—Dejad que os cuente algo de historia. Durante siglos, el líder de la Sociedad del Lucero de la Tarde ha sido un brillante cerebrito llamado Rhodes. Con los años, empezaron a correr cada vez más rumores acerca de su verdadera identidad: un astuto lord blix, un mago, un demonio. En ocasiones la Sociedad creyó que había muerto o que había perdido interés, pero siempre volvía a salir a la superficie. Era paciente y tremendamente hermético. Ninguno de nosotros estuvo nunca ante su presencia.

»A lo largo de los últimos diez años, Rhodes se volvió más activo que nunca. Al igual que vuestro gran archienemigo: la Esfinge. Gracias a mi talento, yo estoy siempre descubriendo información. No mucho antes de que me asignaran la misión de recuperar el objeto mágico de Fablehaven, empezaron a cuadrar varias piezas sueltas del rompecabezas y me encontré formando parte de un grupúsculo de la Sociedad que sospechaba que la Esfinge y Rhodes podrían ser la misma persona.

»Tras haber confirmado ahora que la Esfinge y Rhodes es la misma persona, y que estaba trabajando al servicio de la Sociedad, los miembros de esta se sentirán más entusiasmados que nunca. Muchos de ellos han ido quedando inactivos con los años, pero esta noticia hará que las filas de los activos crezcan con fuerza. Es evidente que después de tantos siglos de espera el final está próximo.

—Nunca había oído hablar de Rhodes —dijo la abuela.

—Tal como he dicho, era muy hermético —replicó Vanessa—. Mucho más, incluso, que la Esfinge. Nosotros solo podíamos pronunciar su nombre si se daban determinadas condiciones.

—Torina se refirió a él como la Esfinge —comentó Kendra.

—No me sorprende —repuso Vanessa—. Nosotros a Rhodes lo llamábamos la Estrella Polar. Pero ahora estará usando su identidad sorpresa como la Esfinge para subirle la moral a su tropa. Ruth, Kendra: ha dedicado siglos a investigar el funcionamiento de los objetos mágicos para estar preparado para cuando los encuentre. Contad con que se moverá con rapidez para recuperar los otros objetos mágicos, y que poco después abrirá la prisión del demonio.

—Gracias por el aviso —dijo la abuela—. ¿Eso es todo?

—Solo quiero cerciorarme de que comprendéis que pretendo utilizar mis habilidades para espiar a la Sociedad —dijo Vanessa—. Os iré contando lo que sepa conforme lo vaya descubriendo. No os controlaré a ninguno mientras dormís. Si lo hago, tendréis todo el derecho a matarme.

—¿Y si compartes secretos con nuestros enemigos mientras estás por ahí, habitando la mente de personas dormidas? —la retó la abuela.

—En primer lugar, no me contéis secretos que yo pudiera compartir. En segundo lugar, vosotros necesitáis información desesperadamente: la amenaza que representa la Esfinge es real e inmediata. En tercer lugar, sí, hasta cierto punto necesitáis confiar un poco en mí. No os decepcionaré.

—Ya vendiste a Stan una vez. —La abuela suspiró—. Sabes lo que sospecho sobre tus pretensiones de reformarte. Me encantaría que me demostraras que estoy equivocada. —La abuela abrió la puerta de la celda.

—Espera —dijo Kendra—. ¿Sabes quién dejó la mochila en mi cuarto?

Vanessa la miró con semblante meditabundo.

—Tengo mis sospechas. Pero forman parte del secreto que debo guardar. Deberías alegrarte por contar con aliados secretos.

—Vamos, Kendra —rezongó la abuela—. Aquí pocas respuestas vamos a encontrar. No malgastes saliva haciendo más preguntas.

—Adiós, por ahora —dijo Vanessa.

—Nos vemos —respondió Kendra.

• • •

Ya no caía más nieve del cielo nublado y las máquinas quitanieves habían limpiado casi totalmente las carreteras, pero la abuela entró con mucho cuidado en el aparcamiento de la Posada Cortesía.

Incluso sin ir muy rápido, el todoterreno deportivo había patinado varias veces por las calles cubiertas de hielo.

La Posada Cortesía era un hotel de madera de grandes dimensiones, cuyo aparcamiento estaba prácticamente vacío y a medio limpiar de nieve. La abuela maniobró hasta detener el vehículo en un estacionamiento. Tanu entró para ocuparse del registro en recepción y hacerse una idea del lugar mientras los otros aguardaban en el coche. Seth ansiaba que su abuela apagase la calefacción, pero por las rejillas de la ventilación continuó saliendo un chorro de aire caliente.

—Me voy a morir de un ataque al corazón en medio de la nieve —farfulló. Era la tercera queja que hacía sobre la temperatura. La abuela hizo oídos sordos. Él se planteó por unos instantes la posibilidad de quitarse la camisa a modo de protesta.

—Hace un pelín de calor —observó Warren.

—Este vehículo no es un estado democrático —replicó la abuela.

Unos minutos después, Tanu regresó con dos tarjetas electrónicas. Cogieron sus bártulos y entraron en el hotel. Las llamas de un fuego danzaban en la chimenea de la entrada y el aire estaba impregnado de un perfume de productos de limpieza con aroma a limón. Subieron en ascensor hasta la segunda planta y recorrieron un pasillo enmoquetado hasta llegar a un par de puertas contiguas.

Warren entró el primero, para comprobar a fondo la habitación mientras los demás se quedaban en el pasillo. Después de lo que pareció una larga espera, Warren salió y abrió con la llave electrónica la segunda habitación. La abuela, Tanu, Kendra y Seth pasaron a la primera habitación.

—Yo ocuparé la cama supletoria —se ofreció Tanu.

—Yo soy más bajita —dijo Kendra.

—Y del equipo de seguridad —respondió Tanu—. No discutas.

El plan era que la abuela, Kendra y Tanu durmiesen allí, y que Seth y Warren ocupasen la habitación contigua. El chico desenvolvió el jaboncito que había junto al lavabo. Se oyeron entonces unos golpes rápidos en la puerta que comunicaba por dentro las dos habitaciones.

Seth se pegó a ella.

—¿Contraseña?

—Las contraseñas son para mariquitas —respondió la voz amortiguada de Warren.

—Esa me vale —dijo el chico, y desbloqueó la puerta y la abrió.

—Las habitaciones parecen estar limpias —declaró Warren—. Con suerte disfrutaremos de una noche larga y aburrida.

Seth cogió su maleta y la llevó a su habitación. Era idéntica a la primera (pero dispuesta al revés), salvo porque en esta no había cama supletoria. Cuando estaba subiendo la maleta al lecho, percibió un leve movimiento en la punta más alejada, junto a la ventana.

Se dio la vuelta y clavó la mirada en el rincón vacío. ¿Estaba abierta la ventana? ¿Se había movido de lado la cortina? Todos los demás estaban en la otra habitación.

Sin apartar la mirada, de pronto captó otro atisbo: una mano que asomó a su vista momentáneamente, así como parte de una pierna. Esas dos extremidades aparecieron de la nada y desaparecieron igual de rápidamente. Seth gritó y se apartó del rincón dando tumbos.

Warren entró en la habitación a toda prisa. Se detuvo en seco y miró a su alrededor.

—¿Ha sido un simulacro?

Seth entrecerró los ojos, mirando con intensidad.

—Creo que hay algo en el rincón.

—¿En ese? —preguntó Warren.

Un cuerpo completo apareció brevemente a la vista: un trasgo con la cabeza huesuda, la nariz apergaminada y colmillos protuberantes. Tenía la piel toda cubierta de manchas rosadas y anaranjadas, brillantes, como si fuesen cicatrices de quemaduras.

—¡Mira! —chilló Seth, retrocediendo de nuevo de un brinco.

—No he visto nada —dijo Warren, al tiempo que sacaba un par de cuchillos, uno más largo que el otro.

Tanu estaba plantado en el umbral de la puerta con una cerbatana en la mano.

—Yo tampoco veo nada.

—O hay un trasgo de pie en ese rincón o me estoy volviendo loco —insistió Seth con voz temblorosa. El trasgo no era visible en ese momento.

Con los dos cuchillos en la mano, Warren avanzó hacia el rincón. El trasgo volvió a aparecer fugazmente, mirando a Seth; sus irregulares aletas de la nariz se le hinchaban constantemente.

—Otra vez lo veo —anunció Seth, y señaló con un dedo.

Warren lanzó el cuchillo de menor tamaño hacia el rincón. Contorsionándose, el trasgo se apartó a un lado dando un salto, esquivando por poco la afilada hoja. El cuchillo se alojó en la pared. El trasgo lo arrancó con fuerza y se abalanzó sobre Warren.

—¡El cuchillo ha desaparecido! —dijo Warren.

—¡Ahí viene! —le avisó Seth.

El trasgo ya no volvió a aparecer fugazmente. Veía a esa criatura con absoluta nitidez.

Tanu se acercó a Seth.

—¿Dónde está?

Warren retrocedió, blandiendo a ciegas el cuchillo largo. El trasgo esquivó los ataques desesperados y lanzó un tajo a Warren en todo el pecho. Este se lanzó hacia delante, pero el trasgo eludió la cuchillada haciéndose a un lado y aprovechó el impulso de Warren para empujarlo al suelo.

—Ahí —dijo Seth, señalándolo.

Tanu sopló con todas sus fuerzas.

El trasgo se detuvo un instante, mirando el pequeño dardo emplumado que se le había clavado en una muñeca. Perdió el equilibrio, se balanceó, recobró la vertical y finalmente se vino abajo, estampándose contra el suelo.

—¿Esa es la cerbatana de Vanessa? —preguntó Seth.

—Sí —dijo Tanu—. Endulcé la poción somnífera de los dardos hasta una dosis casi letal.

Seth indicó el trasgo derribado.

—¿Ahora ya lo veis?

—Qué va.

Warren se puso de pie como pudo, tocándose la franja de sangre que le cruzaba el pecho.

—¿Es profundo?

—Llevo armadura de cuero debajo de la camisa —respondió—. Aun así, el bicho me ha hecho un buen arañazo. Yo mantengo siempre afilados mis cuchillos. —Warren se agachó para recuperar el cuchillo que había lanzado.

De pronto, se oyó un gruñido feroz procedente del pasillo. Tanu le arrojó a Seth una poción. Sacó dos más y se dirigió a la habitación contigua.

—¡Haceos gaseosas! —les indicó a la abuela y a Kendra.

Seth había usado la poción gaseosa el verano anterior. Servía para convertirse en una versión vaporosa de uno mismo. Hecho de gas, nada de lo que él conocía podría hacerle daño; sin embargo, por otro lado, se quedaba sin la posibilidad de asistir a Warren y a Tanu.

En lugar de beberse la poción, se arrodilló al lado del trasgo. ¿Qué era lo que lo hacía invisible a los demás? Supuso que tenía que tratarse de algún tipo de elemento mágico, como el guante de Coulter. El trasgo iba vestido con prendas sencillas: una camisa de seda negra, unos pantalones cortos del mismo color y unas sandalias. Por debajo del cinturón vio que llevaba un par de agujas de tricotar, largas y puntiagudas, así como una cuerda con nudo corredizo. Una llamativa pulsera de plata adornaba uno de sus nervudos antebrazos.

Seth le arrancó la pulsera y se la puso. El trasgo seguía siendo visible, al igual que su propio cuerpo. En ocasiones anteriores, cuando el chico se había puesto el guante mágico de Coulter y se quedaba inmóvil, su cuerpo se volvía transparente incluso para sí mismo. Pero como de alguna manera ahora sus ojos veían a través del chisme del trasgo, no tenía forma de calibrar si se había vuelto invisible o si simplemente acababa de robar una joya hortera.

Warren y Tanu se habían abalanzado al pasillo. Seth oyó más gruñidos. Salió a toda prisa de la habitación. Se quedó boquiabierto al contemplar la escena que vio a unos metros, en el pasillo: Tanu y Warren se estaban enfrentando a un lobo gris que tenía casi el tamaño de un caballo. El gigantesco canino tenía ya tres dardos plumados visibles entre su pelaje, además del cuchillo de Warren. El feroz lobo abrió y cerró sus fauces repetidas veces hacia Warren, quien a duras penas mantenía a raya al animal a base de retirarse poco a poco y de lanzarle tajadas al hocico con el cuchillo largo. Tanu disparó otro dado de la cerbatana. A continuación se dispuso a dejar el arma en el suelo y ponerse a rebuscar en su morral de pociones.

La abuela salió de su habitación con la ballesta en una mano y la poción que Tanu le había dado en la otra. Seth sonrió de oreja a oreja. Al parecer, él no era el único que no estaba dispuesto a volverse gaseoso y a perderse la acción. La mujer dirigió la mirada hacia donde estaba el lobo, sin hacer caso a Seth. Levantó su arma apuntando con mucho cuidado. El chico se echó a un lado. Detrás de la abuela, la ventana del fondo del pasillo explotó en una lluvia de añicos irregulares cuando una criatura alada y musculosa se estrelló contra ella para atravesarla.

La abuela giró sobre sí misma mientras la cornuda gárgola, con el cuerpo cubierto de cortes sangrantes, se incorporó sobre sus patas y echó a correr por el pasillo, tridente en mano y con las alas plegadas. Ella puso la ballesta en horizontal y disparó un bodoque. Cuando el proyectil desapareció dentro de la testa de la criatura, la gárgola se echó hacia atrás y se derrumbó en el suelo como si hubiese estampado la cara contra una viga invisible.

Seth se dio la vuelta y vio que el lobo retrocedía, alejándose de Warren, con las patas flaqueándose y con el hocico desgarrado y empapado. Tanu se llevó una poción a los labios. Warren blandió el cuchillo largo. Al lobo se le doblaron las patas y se desplomó en el suelo, convertido en un montón inerte de pelo y sangre.

La pulsera en el brazo de Seth parecía estar calentándose poco a poco. Se la quitó justo cuando empezaba a resultar imposible tocarla. Al arrojarla a un lado, vio que desaparecía en un chispazo antes de tocar el suelo.

—¿Seth? —exclamó la abuela—. ¿De dónde sales?

—El trasgo tenía una especie de pulsera de la invisibilidad. Se puso muy caliente y se desintegró.

—A lo mejor se había quedado sin energía —dijo su abuela—. O tal vez estaba preparada mediante algún hechizo de autodestrucción para el caso de que alguien la robara.

Warren y Tanu intercambiaron unas miradas. El primero se alejó por el pasillo a paso ligero para bajar a la recepción, mientras Tanu se acercaba a la abuela y a Seth.

—Gracias por derribar a la gárgola, Ruth —dijo Tanu—. Debió de seguirnos por el aire cuando salimos de Fablehaven. Aquí no estamos a salvo. Deberíamos recoger nuestras cosas. Warren va a comprobar que no haya moros en la costa.

Una versión etérea y traslúcida de Kendra salió levitando de su habitación. Miró la gárgola caída y el lobo.

—No te preocupes, Kendra —dijo Seth, pasando una mano a través del cuerpo inconsistente de su hermana—. Yo cogeré tu maleta.