8

Bracken

Seth estaba sentado en el catre desvencijado de su lúgubre celda, observando el tenue titilar de una antorcha a través de la mirilla con barrotes de la puerta. Al fondo del recinto de piedra caían gotas de agua con la regularidad de un metrónomo, y formaban un charquito que poco a poco iba colándose por entre las grietas del suelo, quizá para acabar goteando en una celda en un nivel inferior. Junto a él había dejado la última comida: un bloque de carne compacta, una cuña de queso mohoso y un grasiento montículo de plasta morada. Había roído un poco de la carne, cubierta de costras, sin saber muy bien qué era lo que estaba comiendo. El apestoso queso tenía un sabor intenso. No había logrado convencerse a sí mismo de que debía tener ese moho, supuestamente. La pulpa morada no había tenido mal sabor, casi era dulce, pero la textura era insoportablemente fibrosa, como si unos pelos largos y duros hubiesen sido un ingrediente deliberado.

Esto no eran las mazmorras de Fablehaven. Esto eran mazmorras de verdad. Le habían llevado por unos pasillos húmedos y oscuros, le habían hecho bajar por unas escaleras que se desmoronaban y cruzar una serie de puertas de hierro vigiladas. Olía a tierra y a viejo, una mezcla de hedores a podredumbre, moho, roña y piedra. La puerta de madera de su celda tenía un grosor de unos doce o quince centímetros. La comida se la traían en unos tapetes tejidos, a través de una trampilla en la parte inferior. No le entregaban la siguiente comida hasta que él dejaba en un lugar accesible el tapete anterior.

De vez en cuando los ecos de unos gritos en la lejanía interrumpían el monótono goteo. Menos a menudo, una voz profunda entonaba tristes canciones sobre el mar. Ocasionalmente oía pisadas y veía pasar una antorcha por delante de su mirilla; la luz directa de la llama le parecía muy brillante.

Seth no había visto a otra persona desde que estaba encerrado en su celda. Se moría de ganas por hablar con alguien. ¿Cuántos días habían pasado? Unas cuantas comidas. Se preguntó cuántas veces le daban de comer.

Se bajó del camastro y gateó por el suelo de piedra sin pulir, hasta la endeble cacerola con agua que había junto a la puerta. Al no disponer de un cacito, tenía que beber a cuatro patas como un perro. La cacerola era tan ancha que, si la levantaba, casi seguro derramaría el agua, y solo se la rellenaban una vez con cada comida. Había descubierto que si ponía morritos y succionaba, bebía mejor. El agua sabía sosa y con gusto a arena, pero era líquido y unida a la comida que fuese capaz de digerir, con suerte le mantendría con vida.

Se acercó a usar el agujerito que había en el rincón delantero izquierdo de su celda. El olor que salía de ese boquete le dio ganas de vomitar. Tras dudar unos instantes, decidió aliviarse un poco más tarde.

A solas con sus pensamientos, regresó al camastro. Se preguntaba si la Esfinge de verdad se había convencido de que abrir Zzyzx era algo bueno. No podía ser sino la excusa que daba a los demás. Nadie realmente podría creer algo tan descabellado.

Seth se paró a pensar en su familia. A lo mejor sus padres se encontraban presos en esa misma mazmorra. A juzgar por la gran cantidad de pasillos que él había recorrido y de los varios niveles que había descendido de camino a su celda, la mazmorra era enorme. Trató de imaginarse la celda más profunda, la celda en la que todavía estaba metida Nagi Luna.

Intentó olvidarse de la idea de que vendrían a rescatarle. ¿Qué probabilidades había de que Kendra o el abuelo o quien fuese pudiera encontrar alguna vez aquel lugar? Hacía cientos de años que la gente buscaba la quinta reserva. Una operación de rescate era algo más que improbable. Prefería simplemente cruzar los dedos para que no capturasen a ninguno más.

¿Cuánto tiempo sería aquella celda su hogar? Realmente, podría serlo para el resto de su vida. Pero, una vez más, si la Esfinge abría Zzyzx, tal vez el resto de su vida no sería mucho tiempo.

Cogió el bloque de carne y mordisqueó una esquina salada. ¿Aprendería a tolerar esta comida? ¿A ansiarla con ganas?

Se preguntó si sería capaz de convencer a la Esfinge de que deseaba ser su aprendiz. Si se ponía a su servicio, en algún momento podría encontrar una oportunidad para escapar, tal vez incluso birlar un objeto mágico… o dos. Merecía la pena intentarlo, aunque la Esfinge parecía demasiado lista como para que alguien se la colase de esa manera.

Su única protección frente al aburrimiento era lo espeluznante de aquel lugar. Con el tiempo, a medida que iba dejando de distraerse con la preocupación y el miedo, fue creciendo el aburrimiento. Sí, la celda era penosa, pero estaba empezando a acostumbrarse. Se preguntaba si tal vez acabaría muriendo de aburrimiento.

Un retumbar a su espalda le sobresaltó. ¡Qué novedad! Desde la pared del fondo de la celda le llegaba aquel sonido bajo y pesado de piedra moliendo piedra. Un fragmento de la pared se abrió de cuajo y una suave luz blanca alumbró tenuemente la celda. Un hombre joven entró por la abertura, con la luz blanca en la mano.

Seth cogió el bloque de carne, la cosa más parecida a un arma que tenía a mano. El intruso se quedó paralizado en medio de la abertura, con una mano levantada en gesto defensivo.

—Por favor, no me ataques con esa amalgama de carne —dijo el desconocido—. Seguro que me provocaría una infección.

Seth bajó la carne misteriosa. El joven iba cubierto de harapos. Unos mocasines improvisados le envolvían los pies sucios. La luz blanca de la mano era casi mágica, una especie de piedra luminosa. Su luz dotaba a su tez mugrienta de un lustre nacarado. Alto y delgado, tenía una melena blanca plateada que le llegaba por los hombros, y su rostro era franco y atractivo.

—¿Quién eres? —preguntó Seth.

—Un compañero prisionero —respondió el joven.

Calculó que tendría unos dieciocho años.

—¿Puedo pasar?

Seth analizó al desconocido. ¿Qué clase de prisión tiene pasadizos secretos gracias a los cuales los internos podían visitarse los unos a los otros? Este tipo tenía que ser un enemigo enviado por la Esfinge para sonsacarle información. Aun así, en esos momentos estaba dispuesto a charlar casi con cualquiera. Lo que fuese con tal de mitigar su soledad.

—Claro, supongo que sí.

El joven dio media vuelta y sacó del pasillo un taburete de tres patas. Lo llevó al centro de la celda y se sentó.

—Bienvenido a Espejismo Viviente.

—¿De verdad se supone que tengo que creer que eres otro prisionero? —preguntó Seth.

—No me extraña que lo dudes, no es culpa tuya —dijo el joven—. Yo tengo el mismo recelo contigo. Me llamo Bracken.

—Seth.

—Te han metido en una de las celdas más profundas. Eso quiere decir que, o bien eres peligroso y te han quitado de la circulación por los siglos de los siglos, o bien eres un espía.

Seth manoseó el bloque de carne, dándole vueltas en las manos.

—¿Y cómo se supone que sé que no eres tú un espía? ¿Qué clase de prisión tiene pasadizos secretos entre las celdas?

—Esta mazmorra es vieja —respondió Bracken—. La han ampliado y reconstruido tantas veces que nadie conoce todos los pasillos medio enterrados ni todas las cámaras tapiadas. Siglos de presos cavando túneles se han sumado a los pasillos abandonados y a las cavidades olvidadas. Yo mismo ayudé a excavar algunos de estos pasadizos, pero la mayoría de ellos existían ya mucho antes de que viniese aquí. Eso sí: ninguno conduce al exterior. Ni siquiera se acercan. Pero hemos conectado entre sí muchas de las celdas profundas.

—¿Y nadie os ha pillado? —dijo Seth, incrédulo.

—No estamos engañando a nadie —replicó Bracken—. Si actuamos de un modo realmente evidente, tapian algunas de nuestras excavaciones y nos administran castigos, pero después volvemos a abrirnos paso por ellas. Nuestros túneles son relativamente inofensivos y nos mantienen ocupados. Así pues, si somos discretos, nuestros carceleros suelen hacer la vista gorda las más de las veces.

—Hablas como si llevases aquí mucho tiempo —dijo Seth—. ¿Cuántos años tienes? ¿Unos diecisiete?

Bracken sonrió con ironía.

—Soy un pelín mayor de lo que aparento. Te echarías a llorar por mí si supieses cuánto tiempo llevo aquí.

—Bueno, ¿y cuándo vas a empezar a husmear sobre mis secretos?

—¿Sigues sin fiarte de mí? Al menos no tienes un pelo de tonto.

—No me atribuyas tanto mérito. Estoy aquí metido, ¿no lo ves?

Bracken le observó atentamente con aire astuto.

—Sí, es verdad. Y no cabe duda de que eres un encantador de sombra, por lo que es tan evidente que puedes ser un espía que me pregunto por qué la Esfinge se molestaría en encerrarte.

—¿Cómo has sabido que soy un encantador de sombra?

—Sé más que eso —dijo Bracken, arrimando el taburete al camastro—. ¿Te importa que te haga una pequeña prueba?

—Depende de cómo sea.

—Nada que te vaya a doler —le tranquilizó Bracken. Lanzó la piedra resplandeciente al camastro—. Cógeme las manos, nada más. —Él le tendió las manos con las palmas hacia arriba.

—Esto es extraño —dijo Seth, sin levantar las manos de su regazo.

—Solo quiero hacerte un par de preguntas. Si te pregunto algo que no te gusta, adelante, puedes soltarme un puñetazo en la cara.

Seth dejó a un lado su bloque de carne y cogió las manos de Bracken, que le miró a los ojos.

—Dime cómo te llamas.

—Seth Sorenson.

—Dime una mentira.

—La comida de este sitio está para chuparse los dedos.

Bracken sonrió.

—Dime algo que sea verdad.

—Los centauros son unos cretinos.

La sonrisa se hizo más amplia.

—¿Eres amigo de la Sociedad del Lucero de la Tarde?

—Para nada. Todo lo contrario. Soy un caballero del Alba.

Bracken soltó sus manos y retiró el taburete hacia atrás.

—Te creo. De hecho, sé algunas cosas sobre ti. Tienes amigos aquí dentro.

—¿Mis padres? —dijo Seth, esperanzado.

—Tus padres a lo mejor están aquí, pero no en una celda a la que podamos acceder.

—Bueno, ¿qué eres, un detector de mentiras de carne y hueso?

—Se me da bien calar a las personas. Quería mirarte más de cerca. No sería la primera vez que nos enviasen a un bulbo-pincho. Ahora ya sé que no eres un bulbo-pincho ni un doble. Más importante: tus amigos podrían haberse equivocado a la hora de escoger aliados. Cuesta creer que un encantador de sombra pueda estar de vuestra parte. Pero ahora estoy convencido.

Seth se cruzó de brazos.

—Me alegro de haber superado tu prueba. ¿Tienes algo que pueda poner en la puerta de mi nevera?

—Me he dejado las pegatinas en mi celda.

Seth se frotó las manos.

—Esto sigue sin demostrarme que puedo confiar en ti.

—Totalmente de acuerdo. Pondría en duda tu juicio si lo hicieras. Para empezar, ¿qué te parece si te llevo a visitar a uno de tus amigos?

—Genial. ¿Tengo muchos aquí dentro?

—Unos cuantos. —Bracken cogió la piedra luminosa.

—¿Dónde has conseguido esa luz?

—La hice yo. —Se dirigió delante de Seth hacia la abertura de la pared del fondo de la celda—. En estos momentos prácticamente me he quedado sin poderes, pero todavía sé hacer un par de trucos.

—¿Qué eres, un brujo?

Bracken se rio y cerró el agujero de la pared. Entonces empezó a caminar por un estrecho pasillo.

—Un brujo encerrado en unas celdas como estas sería, desde luego, un brujo apenado. Te contaré más sobre mí en cuanto tengas la certeza de que soy de confianza. Vamos a seguir en silencio un tramo. En esta zona las paredes son delgadas, y cerca de aquí hay un vigilante montando guardia.

Bracken cerró la mano en la que llevaba la piedra para que solo saliese un poquito de luz. Seth le siguió por una pendiente, pisando con ligereza. Al contacto con los pies, el suelo parecía resbaladizo.

El angosto pasadizo terminó estrechándose hasta llegar a un punto muerto.

—Esta parte es un poco difícil —susurró Bracken. Se metió la piedra luminosa en un bolsillo y señaló hacia arriba. Un globito de luz del tamaño de una pelota de pin pon salió disparado de la yema de su dedo y ascendió revoloteando. La bola subió hasta un agujero del techo, que resultó ser un hueco como de chimenea.

Apoyando pies y manos en ambos lados del pasadizo, Bracken subió trepando como una araña hasta que sus pies quedaron fuera del alcance de Seth. La agilidad y la seguridad de sus movimientos hacían que la maniobra pareciese fácil.

—Hay travesaños colocados por todo el tiro —susurró moviendo los labios y casi sin emitir sonido, y tiró de sí hacia arriba para continuar reptando en vertical.

Seth ascendió por el agujero del techo, apoyándose con pies y manos, y después aupándose poco a poco. Las paredes estaban tan espaciadas entre sí que el ascenso no resultaba cómodo. Con cada movimiento, temblándole los brazos, apenas lograba avanzar un palmo. Cuando llegó hasta la boca del tiro, apuntaló las piernas y rápidamente estiró un brazo para agarrarse a un travesaño, y a partir de ahí siguió a Bracken por el hueco. En lo alto del húmedo y oscuro tiro de chimenea Bracken levantó una trampilla de madera. Seth le siguió afuera, a un nuevo pasadizo. La cara superior de la trampilla estaba disimulada para quedar camuflada en el suelo, tal como vio después de que Bracken la cerrase con cuidado.

Bracken hizo volver la bola de luz flotante, la apagó con la mano y sacó la piedra de su bolsillo. Seth le siguió por el pasillo, se metió tras él por una puerta oculta y después por otro pasillo hasta que su guía se detuvo.

—Ya hemos llegado —dijo Bracken, un poco menos susurrante—. Este personaje tiene siempre la celda cerrada por dentro.

Llamó dando unos golpes en la pared con la piedra: cuatro golpes lentos, dos más seguidos, una pausa y luego otros tres golpes rápidos. Al instante, un conjunto de bloques de piedra retrocedieron, dejando un hueco lo bastante grande como para que cupieran por él reptando. Bracken entró primero.

—¿Le traes? —preguntó una voz conocida mientras Seth entraba a gatas—. ¡Aquí está!

Seth alzó la vista, sorprendido.

—¿Maddox?

El fornido mercader de hadas sonrió, muy feliz de verle.

—Seth, lamento que estés aquí, pero me alegro de verte. —Le tendió una de sus manos musculosas para ayudarle a levantarse.

—¡Estás vivo! —exclamó el chico—. La última vez que te vi, era un impostor.

—Un bulbo-pincho —dijo Maddox en tono grave—. Crucé los dedos para que os dierais cuenta del engaño.

—Al principio no —dijo Seth—. El bicho hizo un buen trabajo. Pero nos dimos cuenta antes de que causase realmente serios problemas.

—Los bulbo-pinchos proceden de aquí, ¿sabes? —dijo Maddox—. Los últimos árboles bulbo-pinchos están en esta reserva. Te seré sincero: si alguna vez logro salir de esta mazmorra, me sentiría muy tentado de quedarme a echar un vistazo. Esta reserva es muy antigua. ¡Quién sabe qué especies supuestamente extinguidas podría encontrar!

Seth arrugó el ceño.

—¿Cómo puedo estar seguro de que no eres un bulbo-pincho?

—¡Buen chico! —bramó Maddox. Lanzó una mirada a Bracken—. Este chaval piensa como un superviviente.

—Lo mismo creo yo —coincidió Bracken.

—Bracken te lo puede decir —le dijo Maddox a Seth—. Pero apuesto a que tampoco te fías de él, ¿eh?

—Yo quiero fiarme de vosotros, chicos —respondió Seth—. Pero es que no quiero ser idiota.

—Un bulbo-pincho tendría mis recuerdos —dijo Maddox—. No hay mucho que yo pueda hacer para demostrarte mi autenticidad. De momento, tendrás que conformarte con que no te presionemos para que nos cuentes ningún secreto.

—Para empezar, creo que no tengo ninguno —respondió Seth—. La Sociedad ya sabe todo lo que yo sé.

—Bueno, bueno, no pienses así —dijo Maddox—. Nunca se sabe qué detalle suelto podría darle a la Sociedad una ventaja. Mantén la boca bien cerrada.

—De acuerdo.

Bracken cogió del suelo la alfombrita vacía de la comida de Maddox.

—¡Veo que otra vez has limpiado el plato!

Maddox sonrió incómodo.

—Para serte sincero, he comido cosas peores.

—¿Peores? —Bracken se rio—. ¿Dónde? ¿Era algo crudo y putrefacto? Seth, este tío se zampa todo lo que sirven aquí. Ha engordado fácilmente diez kilos desde que le trajeron.

Maddox se puso colorado y se acarició las andrajosas pieles que le cubrían la panza.

—No estoy diciendo que preferiría esta bazofia si pudiera comerme una lasaña casera. Cuando me trajeron, estaba famélico.

—Yo no puedo ni darle un bocado a la carne —dijo Seth.

—Es como un depósito de sal —añadió Bracken. Y señaló a Maddox con un pulgar—. Este lo mastica enterito.

—Le puedes encontrar puntos de fractura y tantear en busca de alguna zona menos compacta —dijo Maddox.

—¿Y qué me dices del engrudo con pelos? —preguntó Seth.

—Yo no tengo tan claro que sean pelos —dijo Bracken en tono serio—. Podrían ser venas.

—Vosotros reíros de mí —gruñó Maddox, agitando los brazos hacia ellos—. Hacedme caso: es mejor almacenar reservas si tienes la oportunidad. Nunca puedes estar seguro de cuándo podrás volver a comer.

—Yo sí sé cuándo y qué será —le retó Bracken—. Llevo mucho tiempo aquí metido. Dos veces al día, como un reloj, nos sirven una masa compacta de chucho, rata y duende maligno.

Seth soltó una carcajada y al mismo tiempo hizo sonidos como si le dieran arcadas.

—Espero que estés de broma.

—Viene una antorcha —dijo Bracken, agachándose y cubriendo la luz que emitía su piedra. Con gran sigilo retrocedió hacia el agujero por el que había entrado.

Seth le imitó.

—No es la hora de la comida —susurró Maddox.

La tenue luz que se colaba por entre los barrotes de la mirilla fue moviéndose a medida que se acercaban las pisadas. Una antorcha pasó fugazmente por delante de la pequeña abertura rectangular, y las plúmbeas pisadas continuaron por el pasillo.

Bracken permaneció en tensión, callado, hasta que dejaron de oírse.

—Casi nunca entran en las celdas —dijo Bracken—. Pero, con mi mala estrella, trato de estar preparado por si hacen una excepción.

—Dime, Seth —empezó a decir Maddox, incómodo—, ya sé que no debería presionarte, pero ¿has recibido noticias de mi hermano Dougan que no tengas que guardar en secreto?

A Seth se le borró la sonrisa. Maddox no sabía lo de su hermano.

—Oh, oh —dijo Maddox—. ¿Malas noticias?

—Las peores imaginables —respondió Seth.

La boca de Maddox se torció y tembló. Bajó y subió el mentón.

—Entiendo. ¿Se fue con valor?

Seth respondió que sí con la cabeza, enérgicamente.

—Sucedió en Wyrmroost. Le atrapó un dragón. Dougan ayudó a salvar a Kendra y la misión.

Maddox exhaló entrecortando el aire.

—¿Qué dragón? —A pesar de su dolor, ya estaba pensando en la venganza.

—Navarog. Pero luego murió, cuando estaba bajo su forma humana.

—¿Navarog está muerto? —exclamó Bracken. Lanzó una mirada a Maddox y logró contener su evidente entusiasmo.

Maddox se dejó caer, desmadejado, en el chirriante camastro. Parecía envejecido de repente.

—Estamos jugando a un juego mortífero. Algo así tenía que suceder.

Seth pensó en Vincent. Se sintió preocupado por Kendra y por sus abuelos. Tal vez pasar tiempo en una mazmorra fuese más seguro que lo que ellos iban a vivir en los próximos días y semanas. Tenía que encontrar la manera de ayudarlos.

—¿Qué probabilidad tenemos de poder fugarnos de aquí? —preguntó.

—Está crudo —respondió Bracken—. Yo llevo cientos de años intentándolo.

—¿Cientos de años? —exclamó Seth.

—Algunos no nos habituamos nunca al menú —se lamentó Bracken.

—Aquí abajo podemos movernos de un lado a otro —dijo Maddox—, pero no hemos dado con la manera de acceder a los niveles superiores, ni con algo parecido a una vía de escape.

—Yo he buscado a lo largo y ancho —les aseguró Bracken—. También he cavado cantidad de túneles.

—¿Y dejar K. O. a un guardián? —preguntó Seth.

—Aunque rara vez se abren nuestras puertas, yo lo he intentado unas cuantas ocasiones —dijo Bracken—. Hay demasiados puntos de control en la subida, demasiadas puertas cerradas. Y una vez salta la alarma, el número de poderosos esbirros que reúne la Esfinge es excesivo.

—¿Y si movilizamos a un puñado de presos? —preguntó Seth—. ¿En plan gran trabajo en equipo?

Bracken se encogió de hombros.

—Probablemente sea la apuesta con más probabilidades de ganar. Han pasado décadas desde la última vez que orquesté un nutrido estallido al estilo de un motín. Mis dos intentonas anteriores acabaron fatal. Hay demasiados tramos estrechos en el camino de subida. En una ocasión mantuvieron cerrada una puerta de hierro reforzándola mediante algún sortilegio mágico, hasta que acabamos claudicando porque, de lo contrario, moríamos de hambre. Otra vez nos redujeron empleando gas tóxico. Como podréis imaginar, nuestros captores no son benévolos con nosotros, después de estos intentos.

—Tú puedes hacer que las cosas emitan luz y calas a la gente —dijo Seth—. ¿Posees otros dones mágicos que pudieran servir de ayuda?

—No muchos —respondió Bracken—. Podría echar una mano a la hora de organizar las comunicaciones. Y tengo cierta destreza para curar heridas. Mis poderes son relativamente débiles. ¿Y tú, encantador de sombra? Tal vez poseas habilidades más útiles que las mías. ¿Sabes andar convertido en sombra? ¿Sofocar fuegos? ¿Abrir cerrojos?

—Sé andar convertido en sombra —dijo Seth—. No sabía que los encantadores de sombra pudiesen abrir cerrojos.

—Con sus poderes mentales —apuntó Bracken—. Pero tendrías que ser un auténtico profesional. Varias de las puertas principales están aseguradas mediante hechizos.

—¿De verdad es un encantador de sombra? —preguntó Maddox.

—Sin lugar a dudas —respondió Bracken.

—No soy ningún experto en la materia —confesó Seth—. Sucedió por casualidad. —Les explicó lo que había pasado en la arboleda con el clavo y la aparición, y lo de que Graulas después había confirmado sus poderes.

—He oído hablar de Graulas —dijo Bracken—. Nunca me he topado con él en persona.

—Está a un paso de la muerte —apuntó Seth—. Como su fin está tan próximo, ya no se preocupa por sus alianzas y, a veces, me echa una mano por puro aburrimiento.

Bracken se quedó meditabundo.

—Tal vez Graulas te haya sido de ayuda en el pasado, pero no bajes la guardia con él. Los demonios son malvados hasta lo más profundo. Está en su naturaleza el aprovecharse del prójimo. De ellos nunca ha salido nada bueno.

—Me recuerdas a mi abuelo Sorenson —dijo Seth—. Graulas no finge ser bueno, pero es cierto que me ayudó de verdad.

—Solo te dice que vayas con pies de plomo —repuso Maddox en tono amable—. Bracken tiene algo de experiencia con demonios. Puede ser que te ofrezcan ayuda si ven que pueden sacar partido de ello, pero siempre están maquinando algo. Al final, el árbol malo tiende a dar frutos malos.

—Bueno, de todos modos es posible que en estos momentos ya esté muerto —intervino Seth—. La última vez que le vi estaba muy apagado. Cuéntame tu historia, Bracken. ¿Qué poderes tenías antes? ¿Por qué sabes tanto de demonios?

—Ya hablaremos de todo eso en otro momento —respondió Bracken, desviando la mirada.

—¡No hace falta que seas tan modesto! —bramó Maddox—. ¡Cuéntale al chaval lo que eres!

Bracken clavó la vista en el techo, como si desease no estar allí.

—Ni siquiera sabe aún si debería fiarse de nosotros. Esto es prematuro.

—No voy a poder airear información delicada durante una buena temporada —dijo Seth—, pero creo que sí me fío de vosotros lo suficiente. Mi instinto me dice que estamos en el mismo bando. Por cierto, me habéis dicho que podíais presentarme a otros colegas.

—Acabo de conocer a tu amiga Mara —dijo Bracken—. Sabe tan poco de mí como tú. Además, sé cómo llegar hasta tu amigo Berrigan. Es una especie de escalada peligrosa. Está herido. He estado ayudándole a curarse.

—Tienes que decirme quién eres —insistió Seth—. Tengo mucha curiosidad, en serio. No está bien que menciones algo así y que después te lo calles. ¡Es una tortura para mí!

—Soy un unicornio —dijo Bracken.

Seth soltó una carcajada.

—No, de verdad.

—Habla en serio —aclaró Maddox.

Seth observó a Bracken con cara de escepticismo.

—¿No tienen un cuerno los unicornios, normalmente? ¿Y, ya sabes, pezuñas, pelo y esas cosas?

—Esta es mi apariencia humana —dijo Bracken.

—Algunos unicornios tienen un avatar —aclaró Maddox—. Ya me entiendes, como los dragones.

—¿Puedes recobrar tu apariencia de caballo? —preguntó Seth—. Mi hermana se moriría de envidia.

—No puedo —respondió Bracken—. Renuncié a mi cuerno y, por tanto, estoy atrapado en mi apariencia humana.

—¿Los unicornios no tenéis tres cuernos? —preguntó Seth.

—Cierto —respondió Bracken, admirando al chico, como si le impresionasen sus conocimientos—. Como los humanos y los dientes de leche. De crías solo tenemos un cuerno, luego lo mudamos por uno de mayor tamaño en la adolescencia, que a su debido tiempo mudamos por nuestro cuerno permanente de adultos.

—Pero el tuyo no era permanente —dijo Seth.

—Debería haberlo sido, pero renuncié a él.

—¿Por qué? ¿Alguien te derrotó o algo así?

Los ojos de Bracken emitieron un destello peligroso.

—¡Jamás habría entregado mi tercer cuerno a un adversario!

—Tranquilo —le apaciguó Maddox.

Bracken se sosegó; los hombros se le movían un poco arriba y abajo.

—Renuncié a mi tercer cuerno voluntariamente. Lo entregué a los brujos que hicieron la prisión de los demonios.

—Espera un momento —dijo Seth, atando cabos—. Luego, entonces, ¿la Pila de la Inmortalidad está hecha con tu cuerno?

Bracken lanzó una mirada a Maddox.

—No está mal.

—Es un chaval brillante.

Bracken volvió a centrar su atención en él.

—Eso es correcto. ¿Cómo sabías que la Pila de la Inmortalidad está hecha a partir de un cuerno de unicornio?

—Me la enseñó la Esfinge —respondió Seth.

—¿Que hizo qué? —balbució Maddox.

Bracken puso cara de no creérselo.

—¿Voluntariamente?

—Sí, después de curarme con las Arenas de la Santidad.

—¡Te aplicó las Arenas de la Santidad a ti! —gritó Maddox.

—Un poquito menos de entusiasmo —le riñó Bracken—. No hace falta que se entere la mazmorra entera. Ahora lo entiendo. Tiene sentido. Como eres un encantador de sombra, la Esfinge alberga la esperanza de hacerte su pupilo. Quiere ganarse tu confianza.

Maddox cerró los puños.

—Yo no me fiaría de esa sanguijuela ni para dejarle que fregase mi retrete.

—Yo tampoco —coincidió Seth—. Pero estábamos hablando de Bracken.

Este carraspeó con timidez.

—Bien. Bueno, cuando renuncié a mi tercer cuerno, ya no pude recuperar mi forma verdadera. Tenía aún mi segundo cuerno, que podía usar como arma y que me ayudó a conservar gran parte de mis poderes. Pero al final la Esfinge me apresó, me quitó por la fuerza el cuerno que me quedaba y me metió en esta mazmorra.

—Debes de odiar profundamente a los demonios por haber entregado tu cuerno permanente a esos brujos —comentó Seth.

—Mi especie existe en oposición a la de los demonios. Nosotros somos protectores y creadores. Ellos son explotadores y destructores. Donde nosotros aportamos luz, ellos traen oscuridad. Además, yo tenía… motivos personales. Los brujos me convencieron de que mi cuerno era fundamental para hacer que la prisión de los demonios fuese lo más impenetrable posible. No me mentían, pero te puedes hacer una idea de la angustia que siento al pensar que dentro de poco quizá mi sacrificio se revele inútil.

Seth se golpeó la palma de la mano con el puño.

—Lo cual nos lleva de nuevo a mi objetivo. Tenemos que encontrar el modo de salir de aquí. Puede que lo hayáis intentado anteriormente, pero nunca ha sido tan urgente como ahora.

Bracken y Maddox se cruzaron una mirada.

—¿Qué piensas tú? —preguntó Maddox.

Bracken suspiró.

—Está bien. Ya que el mundo está a punto de acabarse, ¿por qué no probar una última vez un plan de fuga?