7
La cápsula del día del juicio final
Las hadas mantenían floridos los terrenos de alrededor de la vivienda principal de Fablehaven todo el año, pero mientras Kendra se paseaba por el lindero del jardín, las flores le parecieron especialmente brillantes, como si la primavera añadiese esplendor incluso a unos jardines encantados. Las flores parecían más grandes: tulipanes del tamaño de tazas de café, rosas como tazones de sopa y girasoles más grandes que platos llanos. Los colores parecían más vibrantes, la hierba impresionantemente verde, los pétalos de las flores muy encendidos y con tonalidades eléctricas. Perfumes frescos se mezclaban en el aire, ligero y húmedo. Por todas partes revoloteaban las hadas, disfrutando de la gloria primaveral.
Kendra sintió con total certeza que sus percepciones de la belleza potenciada del jardín no tenían nada que ver con su estado de ánimo. Hacía tres días que el grupo había regresado del desierto de Obsidiana, y seguían sin tener ninguna pista sobre el paradero de Seth. Warren, Coulter y Tanu se habían teletransportado alrededor del globo con ayuda del Translocalizador; Vanessa había indagado entre sus mejores contactos; y el abuelo de Kendra había probado todos los métodos que conocía para llamar a la Esfinge. Sin embargo, ninguno de sus esfuerzos había dado resultado. El Translocalizador podía llevarles a lugares en los que hubiesen estado anteriormente, pero cada vez se hacía más evidente que para encontrar a Seth y a sus padres iban a tener que aventurarse por sitios que ninguno de ellos había visitado jamás.
Mientras Kendra se llenaba del esplendor de la primavera, imaginó a sus padres, maniatados en una celda sin sol, confundidos, hambrientos y enfermos. Mientras un hada utilizaba magia rutilante para avivar los reflejos de una delicada orquídea, ella se imaginó a su hermano, apresado en una botella como un genio dentro de una lámpara. O, peor, fuera de la botella, muriéndose de una grave herida en el pecho. ¿Cómo era posible que ella estuviese paseándose por un jardín esplendoroso, mientras el resto de su familia sufría?
—Eh, cara de malas pulgas, ¿anda tu hermano por ahí?
La voz provenía del bosque. Kendra alzó la vista y vio a Newel y Doren plantados justo más allá de la linde del jardín.
—Seth no puede ir a jugar con vosotros —los informó—. Le ha capturado la Sociedad del Lucero de la Tarde.
—¿La Sociedad? —dijo Doren—. ¡Oh, no!
Newel soltó una sonora carcajada, dándose una palmada en el velludo muslo y propinándole un codazo a Doren.
—No seas memo, Doren, hoy es el día de los Santos Inocentes, que aquí se celebra en abril. ¡Muy bueno, Kendra!
La chica guardó silencio. El sátiro tenía razón, hoy era 1 de abril. Sin Seth cerca para llenar con sal el bote del azúcar o para meter cubitos de caldo en la cebolla de la ducha, se le había olvidado por completo.
—No, yo en realidad no… —empezó a decir Kendra, pero Newel levantó una mano para hacerla callar.
—Antes de que sigas —dijo Newel entre risillas—, tengo una noticia muy importante. Doren y yo estábamos paseándonos cerca de la colina donde antes estaba la Capilla Olvidada…, y estaba abierta por la mitad, de un tajo. Muriel salió a lomos de Bahumat y seguimos sus andanzas hasta donde vive Olloch, el Glotón, al que despertaron. ¡Vienen todos juntos para acá! ¡Rápido, avisa a Stan! —Newel puso caras con gran regocijo; los hombros se le agitaban al tratar de aguantarse la risa.
Doren le soltó un manotazo con el dorso de la mano.
—Me parece que la chica habla en serio. Mira su cara.
Newel se puso una mano en la cintura y tendió la otra hacia Kendra.
—Se llama actuar, melón. Está haciendo el papel para que nos traguemos la broma, lo cual, por cierto, es una descortesía, Kendra. Una vez que te descubren, es mejor empezar de cero con otra triquiñuela. No intentes colarme otra, por supuesto. Resulta difícil engañar a un bromista.
—Pero antes de que la saludáramos, estaba paseándose por el jardín con cara de abatimiento —le recordó Doren a su amigo.
—¡Estaba actuando! —gritó Newel—. Seguro que vio que nos acercábamos. Estaba preparando el terreno para su broma. Le iría bien si actuase en un culebrón. Es superlinda. Kendra, pon ojos furibundos, como si acabase de amenazar a tu novio. ¿Por qué pones los ojos en blanco? ¡Inténtalo! Imagínate que soy el director de castin.
—¿Cómo ha sido? —preguntó Doren, ignorando a Newel.
—Una lectoblix le disparó una flecha —respondió Kendra, a la que se le estaba agotando la paciencia—. Seth se tomó una poción gaseosa y acabó atrapado en una botella por obra de un brujo malvado. No sabemos adónde le han llevado.
Newel guiñó un ojo.
—Toda buena mentira depende de los detalles. Los detalles ingeniosos contribuyen a dotar de Verosimilitud a un cuento chino, pero hay una frontera en la que lo ingenioso se convierte en ridículo.
—Eso Newel lo sabe bien —dijo Doren—. Él vive en el lado ridículo.
Newel se volvió para mirar de frente al otro sátiro; levantó los puños como si fuese un boxeador, moviendo las caderas a un lado y a otro.
—Y tú, amigo mío, acabas de cruzar al lado peligroso.
Doren no mordió el anzuelo.
—Esto no es ninguna broma del Día de los Inocentes. Ha perdido a sus padres a manos de la Sociedad, y ahora a su hermano, el mejor ser humano que conocemos.
—Ya quisiera yo que fuese una inocentada —dijo Kendra.
Newel descompuso su postura de boxeo. Su rostro se tiñó de incertidumbre. Entonces recobró la expresión picara de antes. Señaló con un dedo a Kendra y a Doren.
—Ya lo pillo, estáis los dos conchabados, para ver si me lo trago todo. En cuanto baje la guardia y me lo crea, os troncharéis de risa. No está mal… le falta un puntito de sutileza, pero no está mal.
—Aquí viene Warren —dijo Doren, gesticulando en dirección a la casa—. Él puede aclarar el entuerto.
—¿Ah, sí? No me digas —replicó Newel con picardía—. Y supongo que no estará metido en el ajo él también, ¿verdad? Estáis hechos unos embusteros, eso sí que os lo reconozco. Seguro que a continuación haréis que aparezca un notario con documentos firmados.
Kendra casi no podía creer que estuviese manteniendo esa conversación. Saludó a Warren con la mano. Lucía un aspecto mucho más arreglado, tras haberse afeitado y haberse cortado el pelo.
—¿Alguna novedad?
—Nada nuevo sobre Seth, de momento —respondió—. Pero tus abuelos quieren vernos. ¿Y estos dos? ¿Tratando de birlarte pilas?
—Estaban recordándome que hoy es el Día de los Inocentes de abril —dijo Kendra.
—Buenos días, Warren —le saludó Newel—. Apareces justo a tiempo. ¡La plaga de sombra ha comenzado de nuevo! ¡Los centauros están haciendo estragos!
—¿Qué quieren los abuelos? —preguntó Kendra.
—No concretaron el asunto —respondió Warren—. Algo en el desván.
—Perdonad, chicos —les dijo Kendra a los sátiros—. Tengo que irme.
—Si podemos hacer algo, ya sabes —contestó Doren.
Kendra asintió.
—Descuidad.
—¿Estás grabando esto? —bromeó Newel, mirando la vegetación circundante con cara de recelo—. De ser así, estás malgastando recursos. No voy a caer en la trampa.
—Nos vemos luego —se despidió Kendra, que se fue con Warren.
—Eh, Kendra —dijo Newel—, antes de que te marches, ¿podrías prestarme un pañuelo? ¿O algún otro objeto personal? Quiero chinchar un poco a Veri, fingir que estás colada por él.
—Oh, eso podría ser divertido —se rio Doren.
—Ni se os ocurra —les advirtió Kendra por encima del hombro—. No tiene ninguna gracia, es una crueldad.
—¡No más cruel que hacernos creer que mi mejor amigo ha sido secuestrado! —contraatacó Newel.
—¿Y yo qué soy? —preguntó Doren con retintín ligeramente ofendido.
—Tú eres más como un hermano —respondió Newel—. Yo quería decir mi mejor amigo humano. Y tuyo también.
—Es verdad que le han secuestrado —afirmó Doren, taxativo—. No está de broma.
—Te creo en un veinte por ciento —replicó el otro—. Mañana te lo volveré a preguntar.
—¿Tiene que ver con Seth? —preguntó Kendra a Warren mientras caminaban en dirección a la casa—. Si tienen malas noticias, preferiría saberlas ya.
—No se trata de malas noticas —respondió Warren—. Creo que necesitan tu ayuda para descifrar una inscripción.
Lo siguió al interior de la casa, al piso de arriba, donde estaba el dormitorio de sus abuelos, y luego al armario del cuarto de baño. La pesada puerta que comunicaba con el lado secreto de la buhardilla parecía como si perteneciese a la cámara acorazada de un banco. Warren giró la rueda de la combinación, empujó la puerta con fuerza y a continuación tiró de ella para cerrarla cuando hubieron pasado dentro, mientras Kendra empezaba a subir las escaleras.
El abuelo y la abuela, Coulter y Tanu estaban esperándola. A lo largo de una pared había una mesa de trabajo, y las demás estaban forradas de vitrinas de madera. Por toda la habitación había montones de objetos insólitos: máscaras tribales, un maniquí, un globo terráqueo enorme, una fotografía descolorida por el paso del tiempo, una jaula de pájaros. Por todas partes había baúles, cajas y otros contenedores, todos apilados unos encima de otros y a los que se llegaba gracias a estrechos pasillos.
El abuelo sonrió a Kendra. Todos sonrieron al verla. Desde su regreso del desierto de Obsidiana habían estado todos muy sonrientes. Kendra valoraba sus intenciones, pero tanta atención le parecía rayana en la lástima y solo servía para enfatizar su pérdida.
—¿Cómo estás hoy? —preguntó su abuelo.
—¿Es esto una broma por el Día de los Inocentes? —preguntó Kendra—. Si es así, no os molestéis, porque Newel y Doren ya me han recordado qué día es hoy.
—No estamos aquí para gastarte ninguna broma —respondió el abuelo. Lanzó una mirada a su mujer—. Pero resulta curioso que vayamos a abrir la cápsula el día 1 de abril.
—¿Qué cápsula? —dijo Kendra, extrañada.
—En esta buhardilla hay unas cuantas puertas y compartimentos secretos —le explicó su abuela—. Una de las puertas ocultas conduce a una torrecilla. Patton dejó dentro de la torrecilla una cápsula del tiempo, un secreto que ha llegado hasta nosotros porque se transmitió de un encargado a otro.
—¿Tiene temporizador? —preguntó Kendra—. Si está programado para que se abra hoy, ¡a lo mejor sí que es una inocentada!
Tanto si se trataba de una broma como si no, a Kendra le encantaría saber de Patton. Se le hacía raro haberle conocido en persona, haber trabajado codo con codo con él para salvar Fablehaven, sabiendo que había muerto mucho antes de que ella hubiese nacido.
—Patton no la llamaba cápsula del tiempo —dijo el abuelo—. Él la llamaba su Cápsula del Día del Juicio Final. Como encargado de Fablehaven, recibí la indicación de no abrirla a no ser que el fin del mundo pareciese inminente.
—Nunca habías mencionado nada de esto —contestó Kendra.
—Tenía que seguir siendo un secreto —respondió el abuelo—. Pero creo que ha llegado el momento de abrirla. Tu abuela está de acuerdo. Ya no sabemos por dónde tirar. Necesitamos desesperadamente cualquier tipo de ayuda que podamos recabar.
—¿Qué hay de Vanessa? —dijo Kendra—. Ella aún guarda secretos.
El abuelo suspiró.
—Ha dado a entender que en breve podría revelarse su mayor secreto. Insiste en que es mejor para todos que la ayudemos a no desvelarlo todavía, hasta dentro de un poco más de tiempo.
La abuela arrugó el ceño.
—Al margen de las razones que ella aduce, opino que está haciéndose la interesante, hasta el momento en que recupere la libertad, para tener algo con que poder presionarnos…, siempre y cuando demos por hecho que realmente hubiese un secreto, para empezar.
—Ha venido suministrándonos información útil sin cesar —dijo Tanu.
—Útil pero no vital —resopló Coulter.
La abuela cogió a Kendra de la mano.
—Hay una serie de caracteres en la cara externa de la lata que no somos capaces de leer. Creemos que tal vez nos ayuden a tener clara nuestra decisión.
—Necesitáis que os los traduzca —dijo Kendra—. ¿Dónde está?
Coulter los condujo hasta una de las numerosas vitrinas altas que forraban las paredes, abrió las puertas, a continuación se metió dentro y abrió el falso fondo.
—Normalmente tenemos esta vitrina repleta de cachivaches —dijo Coulter—. Como hemos estado sopesando si abrir o no la cápsula, la hemos despejado hace poco.
Kendra entró a través de la vitrina y bajó tres escalones para acceder a la atestada habitación circular de la torrecilla. En el suelo, erguido en el centro, había un cilindro de acero que casi le llegaba por la cintura. Para ella el texto grabado en el exterior del contenedor era como si estuviese escrito en inglés.
Coulter, el abuelo y la abuela entraron uno tras otro en la habitación, ocupando por completo el espacio disponible alrededor de la cápsula. Warren y Tanu se quedaron mirando desde la vitrina.
—¿Lo puedes leer? —preguntó el abuelo.
—«Abrir solo en época de gravísima crisis relacionada con Zzyzx y con el fin del mundo. La llave de la cápsula debe girarla alguien que sea descendiente mío de sangre, y ha de prenderse una vela umita dentro de la habitación para que la cápsula no se destruya a sí misma» —leyó Kendra.
—¿Algo más? —preguntó el abuelo.
—Eso es todo lo que veo —respondió su nieta, inspeccionando la cápsula por todos los lados. Recorrió la metálica superficie curvilínea con una mano, notando los surcos del texto bajo las yemas de los dedos.
—No sabíamos nada de la vela —dijo la abuela—. La cosa podría haber acabado fatal.
—Y tampoco sabíamos que quien girase la llave tenía que ser pariente de Patton —intervino el abuelo.
—Merece la pena leer las instrucciones —se quejó Coulter.
—¿Tenéis la llave? —preguntó Kendra.
El abuelo sostuvo en alto una llave larga y negra, de dientes complicados.
—Tu abuela tendrá que hacer los honores.
—O Warren —puntualizó ella.
—Voy a por una vela —se ofreció Coulter, y salió de la torrecilla.
—¿Dónde está Dale? —preguntó Kendra.
—Ocupándose de que la reserva funcione debidamente —respondió el abuelo.
La abuela cruzó los brazos.
—¿Qué sería de nosotros sin Dale y Hugo?
—¿Qué creéis que encontraremos dentro? —preguntó Warren, intrigado.
El abuelo se encogió de hombros.
—Información, probablemente. Un arma, tal vez. No me sorprendería nada. Conociendo a Patton, podría contener el objeto mágico que nos falta.
—¿Estáis preocupados porque la Esfinge pueda estar mirando mientras la abrimos? —preguntó Kendra.
—Esta buhardilla está bien protegida frente a fisgones —dijo el abuelo—. Por supuesto, nada puede desviar del todo la mirada del Óculus. Si resulta que la Esfinge está en estos momentos mirándonos con todas sus fuerzas, verá lo que estamos haciendo. Pero no podemos permitir que su posesión del Óculus nos paralice. No es posible que se pase el día entero espiándonos.
—Y aunque pudiese observarnos a todas horas, sería preciso que nos mantuviéramos en activo —dijo la abuela—. Mientras la Esfinge tenga el Óculus en sus manos, debemos ser todo lo discretos que podamos y cruzar los dedos para tener un poquito de suerte.
Coulter regresó, ya con la vela encendida.
—¿La sostengo sin más?
—Ponte cerca de la cápsula —le indicó el abuelo—. Ruth, ¿quieres hacer los honores?
La abuela introdujo la llave en la parte superior de la cápsula y la giró. Tras oír un leve chasquido, el abuelo la ayudó a desenroscar la tapa del artefacto. Ella la dejó a un lado. Kendra contuvo la respiración mientras su abuelo metía un brazo dentro.
Extrajo de la cápsula un pergamino enrollado. Escudriñó el interior del recipiente y después lo palpó unos instantes.
—Parece que esto es todo lo que metió. —Desenrolló el pergamino y levantó las cejas—. Vamos a necesitar que Kendra nos lo lea.
La chica cogió el pergamino de manos del abuelo. Al igual que los caracteres del recipiente, el mensaje parecía escrito en inglés. En la parte de abajo había un diagrama del Cronómetro, con diversas etiquetas.
Saludos, guardianes actuales de Fablehaven.
Posiblemente estaréis leyendo estas líneas no mucho tiempo después de que os visitara. A juzgar por las evidencias que pude ver con mis propios ojos cuando estuve en vuestra época, la Sociedad se encontraba en las últimas fases de su plan para abrir Zzyzx. Yo dispongo de más información que podría resultaros de utilidad, pero no quise arriesgarme a dejarla toda por escrito. Os contaré lo que pueda. He descubierto cómo podéis usar el Cronómetro para enviar hasta cinco personas al pasado. El Cronómetro solo transportará mortales, y solo podrá haceros retroceder como máximo hasta el día de vuestro nacimiento. Para que os quede claro: el dispositivo transportará a un grupo de mortales hasta el día en que nació el integrante de más edad del grupo. Cuando viajéis al pasado no podréis llevar ningún objeto con vosotros.
Más abajo encontraréis indicaciones para fijar la fecha del viaje con el Cronómetro en el 24 de septiembre de 1940, a la ocho y media de la tarde. Si Coulter está aún con vosotros, debería tener la edad justa para retroceder a ese día. De lo contrario, tendréis que encontrar un voluntario con la edad adecuada.
En caso de que decidáis usar el Cronómetro para venir a mi época, hacedlo en la buhardilla. Me hace mucha ilusión volver a veros, sino a todos, sí al menos a alguno de vosotros. Me alegraría mucho saber que no necesitáis de mis consejos.
Vuestro siempre,
PATTON BURGESS
Kendra leyó el mensaje a todos los demás.
—Este es el momento en el que necesitaríamos el consejo de Patton —dijo el abuelo.
—Id vosotros cinco —propuso Tanu—. Patton querrá ver a parientes suyos. Yo puedo defender el fuerte.
Coulter estaba encantado. Le pidió a Kendra que tradujese las instrucciones del Cronómetro y que descifrase las etiquetas del diagrama. No paraba de sonreír y asentir con la cabeza. Después de haberse pasado meses tratando de entender cómo funcionaba el Cronómetro, parecía comprender el significado de las indicaciones sin ningún tipo de duda, aunque a Kendra aquellas instrucciones le resultaban sumamente confusas.
—El Cronómetro está aquí, en la buhardilla —dijo en cuanto la chica hubo terminado—. No hay mejor momento que este, ¿a qué no?
—No veo qué ventaja puede reportarnos esperar —coincidió el abuelo.
Salieron de la torrecilla a la zona principal de la buhardilla. Coulter extrajo el Cronómetro, una esfera de oro cubierta de grabados y de interruptores y botones, y le pidió a Kendra que volviese a traducir un pequeño fragmento de las instrucciones del pergamino. En un periquete tuvo hechos los ajustes necesarios.
—Así debería funcionar —anunció Coulter—. Todo el que vaya a venir tiene que poner una mano en el dispositivo. Y yo he de bajar esta palanca y a continuación mover este pequeño interruptor.
Kendra notó que el corazón le palpitaba a toda velocidad. Era todo tan repentino. ¿De verdad estaba a punto de ver de nuevo a Patton? ¿Podría tener él algún consejo que pudiera ayudarlos a salir de aquel espantoso aprieto?
Los otros habían puesto ya una mano en la esfera. Kendra añadió la suya.
—Vamos allá —dijo Coulter sin mucha convicción. Apoyó un dedo en lo que parecía un símbolo grabado, lo deslizó por un surco y cambió de posición un diminuto conmutador.
Kendra notó como si alguien le diese un puntapié en la barriga.
Se dobló hacia delante, expulsando violentamente el aire de los pulmones. Alzó la vista, incapaz de inhalar aire. Coulter y sus abuelos se habían desplomado en el suelo de la buhardilla, todos con las manos en la zona abdominal. Warren estaba en cuclillas, con las manos en las rodillas. La chica apartó la vista, ya que ninguno de ellos llevaba ropa.
Coulter emitió un patético sonido como de rana croando. A Warren le entró tos. Kendra soltó un pequeño eructo, y a continuación vio que de nuevo podía inhalar aire. El momentáneo ataque de pánico remitió en cuanto sus pulmones le volvieron a funcionar.
Alguien le echó delicadamente una bata por los hombros. Kendra se dio la vuelta. Era Patton. Sus cabellos eran blancos, la cara tenía manchas de la edad y una sonrisa pícara le iluminaba un rostro lleno de arrugas. Una tenue cicatriz que Kendra no recordaba haberle visto le recorría la frente en una línea oblicua. Estaba más delgado y había perdido estatura, con sus frágiles hombros encorvados.
—Respira sin más, Kendra —dijo con su voz de siempre, solo que algo menos enérgica. Le dio unas palmaditas en la espalda con mucho cuidado.
Arrastrando los pies, Patton repartió suaves batas blancas entre los demás. Warren ayudó a los abuelos de Kendra a levantarse. Coulter sonrió radiante al tomar la bata en sus manos.
—Qué bueno verte de nuevo, Patton.
Este movió la cabeza en gesto afirmativo y cruzó la habitación arrastrando los pies hasta una mecedora. Kendra no la recordaba, pero le sorprendió lo parecido que estaba el desván, ya abarrotado de trastos, si bien algunos de los objetos y de los recipientes no parecían tan gastados por el tiempo. Apoyando las manos en los reposabrazos para ayudarse, Patton se sentó con cuidado en la mecedora.
—Bueno, sé que dentro de un año estaré muerto —dijo Patton.
—¿Qué quieres decir? —replicó Warren.
Patton se frotó la nariz con el dorso de un dedo.
—Actualizo el pergamino a diario, añadiendo un día a la fecha más próxima a vuestro tiempo en la que podéis venir a verme. Como finalmente habéis aparecido, eso quiere decir que he hecho mi última actualización. Había albergado la esperanza de llegar a cumplir cien años. Un bonito número redondo. Supongo que no puedo quejarme. Me alegro de haber vivido lo suficiente para que Coulter pudiera traeros aquí. Un dolor de cabeza menos del que tendréis que preocuparos.
—Unos años más y habría podido traeros yo —dijo Stan.
—No os lo expliqué todo en la nota —dijo Patton. Sacó un reloj de bolsillo y un monóculo, y miró la hora. Satisfecho, volvió a guardarlos—. Solo disponemos de media hora para estar juntos. Habréis visto que el Cronómetro no ha viajado con vosotros. Dentro de media hora, si permanecéis aproximadamente en el sitio en el que aparecisteis esta vez, seréis devueltos a casita, a vuestra época. De lo contrario, os quedaréis atrapados en el tiempo. Si hace falta que hablemos más rato, tendréis que volver nuevamente. Coulter, eso implicaría darle al botón C-5 tres cuartos de vuelta.
—Entendido —dijo Coulter.
Patton se inclinó hacia delante.
—Vayamos ya al grano. ¿El Óculus está en manos de la Esfinge?
—Sí —respondió la abuela.
Patton arrugó el ceño.
—Sabía que no debí dejarlo en Brasil. Estuve dándole vueltas a la idea de ir a recuperarlo, pero la verdad es que ya no estaba para esos trotes… En fin, eso es agua pasada. Por lo menos en estos tiempos la Esfinge aún no lo tiene, así que podemos conversar sin miedo. ¿También tiene el Translocalizador?
—Lo tenemos nosotros —apuntó el abuelo.
A Patton se le iluminó la cara.
—¿Recuperasteis la llave en Wyrmroost?
—No fue pan comido —dijo Warren—. Tenemos que darle las gracias a Kendra, más que a nadie.
Patton la miró con ternura.
—Bien hecho, querida mía. ¿La Esfinge tiene aún las Arenas de la Santidad?
—Correcto —dijo el abuelo.
—¿Y la Pila de la Inmortalidad?
—No estamos seguros —respondió la abuela—. No hemos conseguido encontrar la quinta reserva secreta.
Patton arrugó la frente con gesto meditabundo.
—Yo tampoco di nunca con la quinta reserva. Ni con la Pila de la Inmortalidad. Ya lo sabéis, claro. La Esfinge sin duda lleva ya tiempo rondando.
—¿Crees que la tiene ya? —preguntó el abuelo.
—No te lo podría asegurar —reconoció Patton—. Es lo que supongo. Tengo verdadero talento para encontrar cosas. Pero la quinta reserva y la Pila de la Inmortalidad se me han resistido por completo. En toda mi vida no he oído nunca ningún rumor verosímil respecto a ninguna de las dos.
—La Esfinge ha capturado a Seth —dijo Kendra, intentando que no se le quebrara la voz—. Unos integrantes de la Sociedad le apresaron en el desierto de Obsidiana. También secuestraron a mis padres.
Patton se enderezó.
—¿Al final tus padres se enteraron de lo que verdaderamente esconde Fablehaven?
—No —respondió el abuelo—. De todos modos, al parecer la Esfinge los secuestró.
Patton entornó los ojos, asiendo con fuerza los reposabrazos de la mecedora.
—Daría prácticamente lo que fuera con tal de tener unas palabritas con ese maníaco. Supongo que desearlo no me servirá de mucho. ¿Sabéis si ha aprendido a usar el Óculus con eficacia?
—Sí —dijo Kendra—. En Wyrmroost la reina de las hadas confirmó que le había visto usarlo. Pero necesita a un colaborador que le ayude, gracias al cual él puede liberar su mente del dominio del Óculus cuando quiere terminar la sesión.
Patton hizo un rápido movimiento afirmativo con la cabeza. La agachó y entrelazó las manos sobre el regazo. Por un instante, Kendra pensó que se había quedado adormilado. Entonces, alzó la vista.
—Si la Esfinge puede utilizar el Óculus, vuestra situación es realmente angustiosa. Será muy difícil detenerle. La parte más difícil de abrir Zzyzx es reunir los conocimientos necesarios y encontrar los objetos adecuados. Controlar el Óculus dará el triunfo a la Esfinge.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó el abuelo.
—Guardar los objetos mágicos que tenéis —dijo Patton—. Puede que en determinados momentos sea prudente usar el Translocalizador, pero no serán muchos. La Esfinge es paciente e inteligente. Si adivina el destino que podríais querer visitar mediante el Translocalizador, y se las ingenia para robarlo, todo estará perdido.
—¿Hay algún sitio mejor que Fablehaven para esconder los objetos mágicos? —preguntó la abuela.
—No me hace gracia que haya dos objetos mágicos en el mismo sitio —dijo Patton—. Pero aún menos gracia me hace la opción de transportarlos, sobre todo teniendo en cuenta que la Esfinge tiene el Óculus. Lo más cercano a un brujo en el que yo confiaría es Agad, el de Wyrmroost. Él entiende lo que está en juego. Algunos de vosotros podríais desplazaros allí al instante gracias al Translocalizador. Prácticamente no hay un lugar mejor defendido que una reserva de dragones. Si todo lo demás fracasa, Wyrmroost podría serviros como último recurso. Tendréis que aplicar vuestro criterio lo mejor posible.
Patton estudió sus rostros antes de continuar.
—En el caso de que perdáis todos los objetos mágicos, tal vez os haga falta saber dónde encontrar Zzyzx. ¿Tenéis idea de cuál es su ubicación exacta?
En un primer momento nadie contestó, pero luego el abuelo de Kendra negó con la cabeza.
—Zzyzx se encuentra en el Atlántico, en una isla al suroeste de las Bermudas: la isla Sin Orillas. —Les dio el dato de la latitud y longitud, de carrerilla—. Como quizá ya hayáis imaginado, es casi imposible dar con ella. De ahí su nombre. Unos potentísimos hechizos distractores, además de otras defensas, desvían la atención de ella. Se sabe que los barcos desaparecen cuando se acercan a sus proximidades.
—El Triángulo de las Bermudas —murmuró Coulter.
—¿Has estado? —preguntó el abuelo.
Una comisura de la boca de Patton se curvó hacia arriba en una sonrisa ladeada.
—¿Por qué iba a cometer semejante disparate…? A no ser que hubiese en esa isla un santuario de la reina de las hadas y que hubiese decidido conocer todos los santuarios posibles de ella a los que pudiese llegar.
—¿Pues darnos alguna información útil sobre la isla Sin Orillas? —preguntó la abuela.
—Un lugar hermoso —dijo Patton—. Deberían haber escogido un emplazamiento más feo para la prisión. Tal vez la isla fuese más fea en la época en que la encontraron los brujos. Lo que yo vi fue un paraíso echado a perder. La isla es más grande de lo que podríais pensar. Zzyzx se encuentra en el interior de la montaña central, una cúpula gigantesca de roca. El santuario está en la cara oriental. Llegar a la isla puede resultar complicado.
—¿Cómo llegaste tú? —preguntó Kendra.
Patton la miró con un brillo en la mirada.
—En un barco fantasma. Pero fue una travesía sin retorno, plagada de peligros. Regresé a casa a lomos de un ave gigante.
—¿Qué tipo de ave? —quiso saber Coulter, maravillado.
—Una parecida a un pájaro trueno —dijo Patton—. Se encabritan y son difíciles de cabalgar; no es muy recomendable. La había llevado conmigo en el barco.
—¿Qué más nos puedes decir? —preguntó el abuelo, volviendo al tema.
—Si la Esfinge tiene en su poder el Óculus, dependiendo de su dominio de él y de sus conocimientos, tarde o temprano irá a por los eternos. ¿Os han llegado noticias de ellos ya?
—¿Los eternos? —preguntó Warren.
—Son cinco —respondió Patton—. Uno relacionado con cada objeto mágico. Forman parte del sello que mantiene cerrado Zzyzx, y supuestamente son el obstáculo final. En su día fueron seres humanos normales y corrientes, pero los brujos que fundaron Zzyzx los hicieron virtualmente inmortales. Los objetos mágicos no pueden abrir la prisión hasta que los cinco hayan muerto.
—Jamás había oído hablar de esto —dijo el abuelo—. Ni medio susurro.
—Yo tampoco —añadió Warren, con un puntito de rivalidad en la voz.
—Tuve que indagar un poco —dijo Patton—. A fondo. Es uno de los secretos de los que nunca he escrito nada. El anonimato ha sido, históricamente, una de sus mejores vías de protección.
—¿Sabe alguien dónde están? —preguntó Warren.
—No es muy probable. Yo traté de encontrarlos. Creo que conocí a uno en Japón, hace años. Un hombre de mediana edad que llevaba siempre consigo un pájaro exótico. Ahora podría estar en cualquier parte. Pero si la Esfinge los busca con ayuda del Óculus, el anonimato dejará de ampararlos. Tienen que estar parapetados tras unos muros bien recios.
—¿Tenemos modo de encontrarlos sin el Óculus? —preguntó el abuelo.
Patton se encogió de hombros.
—Os costaría Dios y ayuda. No hay ningún rastro. Podríais ir a hablar con las Hermanas Cantarinas. O daros una vuelta por el Pasillo de los Susurros. O probar a ver si conseguís que os cuente algo el Muro Tótem.
—¿Las Hermanas Cantarinas? ¿El Pasillo de los Susurros? ¿Todo eso existe de verdad? —preguntó Warren al abuelo con desconfianza.
—Magia turbia —respondió este—. El tipo de magia que normalmente conlleva un altísimo precio.
—No afirmo que pueda ofreceros soluciones cómodas —dijo Patton—. Vosotros me habéis preguntado y yo os estoy diciendo lo que se podría intentar hacer.
—¿Cómo se los puede matar? —preguntó Kendra—. Has dicho que los Eternos son casi inmortales.
—No envejecen, no caen enfermos y no mueren fácilmente —dijo Patton—. Por lo que entiendo, de alguna manera están vinculados con la magia de los objetos mágicos, especialmente con las Arenas de la Santidad y con la Pila de la Inmortalidad. Para matarlos haría falta aliento de dragón, fuego de fénix, una herida mortal producida con un cuerno de unicornio o algún arma de potencia similar.
—¿Algo más que nos puedas decir sobre Zzyzx? —tanteó el abuelo.
Patton frunció el ceño.
—En estos momentos no. Volved de nuevo si las cosas empeoran, y tal vez se me haya ocurrido alguna idea más, pero verdaderamente desesperada. Con suerte, nunca tendremos esa conversación. Antes de que os marchéis, hablemos sobre estrategia. Habéis agotado todas las posibilidades de poder encontrar a Seth y a sus padres, ¿verdad?
—Todas —respondió el abuelo.
—Todo, excepto ir a hablar con las Hermanas Cantarinas —apostilló la abuela.
Patton negó con la cabeza.
—Stan tiene razón, son peligrosas y poco de fiar, constituyen un último recurso. ¿Y no habéis encontrado ninguna pista sobre su paradero?
—Nada —dijo Warren—. Es como si hubiesen desaparecido del planeta.
Patton se rascó una mejilla.
—¿Ni le habéis sonsacado a Vanessa ese famoso secreto?
El abuelo se ruborizó ligeramente.
—Aún no. Ella sostiene que pronto nos lo desvelará.
—Mientras no conozcáis ese secreto, no habéis agotado todas las vías. Haced que lo confiese. Kendra, ¿has hablado últimamente con la reina de las hadas?
—El santuario de Fablehaven está destrozado —le recordó ella.
—A lo mejor es hora de buscar otro santuario al que puedas hacerle una visita —dijo Patton—, aunque os cueste algo de esfuerzo. La reina de las hadas es una enemiga mortal del rey de los demonios. Esta amenaza hará que te preste atención. En verdad necesitáis aliados. ¿Quién sabe cómo podría echaros una mano? Mencionaste que percibió a la Esfinge usando el Óculus, ¿no es así?
—Correcto.
—Eso me resulta extraño —dijo Patton—. Normalmente, para conectarse con el Óculus hasta un poderoso ente del exterior tendría que ser invitado. Utilizar el Óculus colocaría a la Esfinge en una posición de vulnerabilidad frente a mentes poderosas, pero para que de verdad pudieran acceder a él, tendría que bajar totalmente la guardia.
—A lo mejor yo la invité cuando usé el Óculus —respondió Kendra.
—¿Tú usaste el Óculus? —exclamó Patton.
Kendra le explicó que Torina la había secuestrado y que la Esfinge la obligó a usarlo. Le contó que la reina de las hadas la ayudó a liberarse del sometimiento de su mente por parte del Óculus.
—Ya entiendo —dijo Patton—. A través de ti, que acudiste a ella voluntariamente, la reina de las hadas halló una vía de conexión con el Óculus. Si ha conservado ese nexo, es posible que disponga de nuevas informaciones relacionadas con la Esfinge. Tenéis que hacer un seguimiento.
—Lo haremos —prometió el abuelo.
Patton asintió.
—Hablemos de prioridades. Como os comenté antes, vuestra principal prioridad consiste en conservar los objetos mágicos que están en vuestro poder. Sin ellos, la Sociedad no puede lograr sus objetivos. La segunda prioridad es apartar a la Esfinge del Óculus. Hasta que lo consigáis, penderá en todo momento sobre vosotros la amenaza de la destrucción. Mi intuición me dice que si encontráis a Seth y a sus padres, encontraréis a la Esfinge y el Óculus. Seguid las vías de investigación de las que hemos hablado, especialmente la de Vanessa. A lo mejor os conviene encomendar a algunos caballeros la misión de localizar y proteger a los eternos. No será una tarea fácil, pero merece la pena. Como el sigilo ya no les ofrece a los eternos la protección que esperan, debéis avisarlos de que un enemigo tiene en su poder el Óculus y tratar de que se refugien en algún lugar seguro.
El abuelo se frotó la boca y la barbilla, absorto en sus reflexiones. Enarcó las cejas y miró fijamente a Patton.
—Ojalá tuviésemos a un hombre como tú en nuestra época.
—Has hecho un gran trabajo, Stan —respondió cariñosamente Patton—. Nunca había visto un grupo como el que conforman las personas de las que te has rodeado. —Dirigió entonces su mirada hacia Warren—. No me extrañaría enterarme de que muchos de vosotros superáis mis logros. Seamos francos, Stan, los retos a los que os enfrentáis son más grandes que los que yo tuve que lidiar. —Sonrió con preocupación—. La mayor parte de mis problemas me los busqué yo solito.
—Hablando de calidad humana —dijo Kendra—, ¿está Lena por aquí?
—Lena es fantástica —respondió Patton—. Está más radiante que nunca. Cómo logra fingir cariño hacia un viejo saco de huesos como yo es algo que escapa por completo a mi comprensión. Mientras hablamos, ella está abajo, con órdenes estrictas de no molestarme. Ha aprendido a ser indulgente con mis caprichos seniles.
—¿No podemos verla? —preguntó Kendra.
—No, porque viajar en el tiempo es una magia poco frecuente y peligrosa —contestó Patton—. No tengo motivos para creer que Lena te hubiese visto alguna vez en su vida, hasta el día en que llegaste a Fablehaven. En teoría yo no creo que una máquina del tiempo pueda alterar realmente el pasado. Estoy convencido de que cualquiera que lo intente descubrirá simplemente que cualquier acto que realice formaba ya parte del pasado. Pero, al mismo tiempo, no estoy seguro de que los brujos que diseñaron el Cronómetro entendiesen del todo los poderes con los que estaban jugando. Dudo de que puedan crearse paradojas, pero no me apetece nada correr riesgos. Por mucho que os gustaría a todos saludar a Lena, ella aún no os conoce. Os conocerá a su debido tiempo. Tal vez sería mejor dejarlo así.
—Si el Cronómetro no puede cambiar el pasado, ¿de qué sirve? —preguntó Kendra.
—Sabemos que el Cronómetro puede afectar al presente —respondió Patton—. A vuestro presente. Como cuando os visité durante la plaga de sombra. Y como estoy tratando de hacer ahora, al compartir información con vosotros. El Cronómetro, además, puede valerse del pasado para afectar al futuro. Para quienes deseen acceder a Zzyzx, supone una herramienta necesaria.
—Creo que me va a estallar la cabeza —dijo Warren.
Patton se rio.
—A mí también. —Puso cara de nostalgia, y los ojos se le humedecieron—. Ojalá hubiese podido hacer más, haber evitado todo esto de alguna manera. Me he pasado la vida intentándolo. He hecho todo lo posible, de corazón.
—Has hecho más de lo que podríamos haber esperado o imaginado —dijo la abuela, apoyando una mano en la suya.
Patton guiñó un ojo al abuelo.
—Te casaste con una buena moza.
—No te quepa duda. Es una Burgess.
Patton sacó su reloj de bolsillo y su monóculo.
—El tiempo siempre se escapa de las manos. Aún deberíais disponer de algunos minutillos más, pero quizá no sería mala idea que vayáis colocándoos en vuestra posición inicial. ¿Recordáis la latitud y longitud de Zzyzx?
Coulter repitió las coordenadas. Kendra fue a colocarse en el sitio en el que había aparecido cuando había viajado a esta época del tiempo. Los demás hicieron lo mismo.
—¿Algo más que queráis repasar? —preguntó Patton.
—Tal vez volvamos a visitarte —repuso Coulter—. Si queremos venir otra vez, giraré el botón C-5 tres cuartos de vuelta.
—Entendiste bien —dijo Patton—. Debería haberle pedido a Lena que os preparase algo de comer. Se lo encargaba los primeros años que esperaba vuestra visita. Supongo que empecé a creer que a lo mejor llegaba a cumplir cien años.
—Ha sido genial verte —dijo Kendra, tratando de evitar que se le hiciera un nudo en la garganta. Últimamente tenía las emociones a flor de piel.
Patton se meció para coger impulso y poder levantarse, se acercó hasta ella y le dio un abrazo.
—A ese hermano tuyo no le pasará nada. No te extrañe si aparece en la puerta de casa con el Óculus en el bolsillo trasero de los vaqueros.
Kendra también abrazó a Patton. Se le notaban los huesos.
—No me achuches tan fuerte. —Patton se rio con ganas—. Me he vuelto frágil. Me alegro de haber podido veros a todos otra vez. Siento que haya hecho falta el fin del mundo para provocar que nos reuniéramos.
Warren y Coulter rieron con amargura.
—Haz algo lindo para Lena de mi parte —dijo Kendra.
—Pensaré en algo especial —le prometió Patton, que se apartó.
—Gracias, Patton —dijo la abuela.
—Un placer, Ruth.
Se quedaron todos callados. Kendra detestaba esa tensión, el tener que esperar a que Patton desapareciera. En parte, quería quedarse, escabullirse de alguna manera del dolor de cabeza que la aguardaba en el presente.
—Seth se va a poner hecho una furia por haberse perdido esto —apuntó Kendra.
—Mándale recuerdos de mi parte, con todo mi cariño —respondió Patton.
—Creo que él…
A Kendra se le escapó de golpe todo el aire. La bata había desaparecido, otra vez tenía puesta su ropa y estaba doblada por la cintura, tratando de respirar. Una vez más, sus abuelos y Coulter aparecieron desplomados en el suelo.
—¿Estáis todos bien? —preguntó Tanu—. ¿Qué ha pasado? ¿Ha funcionado?
Warren fue el primero en recobrar el aliento.
—Hemos hablado con Patton durante media hora.
Tanu meneó la cabeza, ayudando a la abuela a levantarse.
—Pues vosotros ni parpadeasteis un segundo. Coulter cambió la posición del conmutador y os caísteis todos como si alguien os hubiese zurrado en la barriga. ¿Resultó productivo?
El abuelo asintió con un gesto rápido de la cabeza.
—Hay que ponerse manos a la obra.