5
El Translocalizador
-No veo ninguna cerradura —observó Kendra, mientras recorría con la mirada las paredes, el suelo y el techo.
—Yo tampoco —dijo Mara.
—Encontraremos una en esos animales —predijo Trask.
Los toros mecanizados se habían vuelto y rodaban hacia la entrada; sus voluminosas siluetas se reflejaban en el suelo pulido. El león siguió rondando por el fondo de la sala, con su melena de cobre lanzando destellos.
—Vayamos a ver a qué nos enfrentamos —dijo Trask, que empezó a avanzar—. A juzgar por su diseño, yo diría que los toros no pueden girar muy bien. Deberíamos poder esquivarlos si vamos de puntillas. El león es otro cantar. Parece como si los toros estuvieran defendiéndolo, por lo que apuesto a que encontraremos la cerradura en el león. Kendra, Seth, quedaos en la entrada con Elise. ¿Quién tiene la llave?
—La llevo yo —respondió Tanu, que iba con Trask.
—Dispersaos —dijo este—. Que trabajen un poco.
Mara se alejó por la izquierda, Berrigan por la derecha, y Trask y Tanu avanzaron por el centro de la sala, distanciados el uno del otro. Los toros viraron un poco e incrementaron la velocidad, dirigiéndose los dos hacia Tanu.
—Creo que saben que la llave la tengo yo —dijo mientras los toros iban a por él rápidamente.
—¿Cuánto pesa ahora? —preguntó Trask, que se apartó un poco más de Tanu.
—En torno a tres kilos, tal vez.
—Lánzamela —dijo Trask.
—Podría esperar al último momento, ¿no crees?
—No, ahora.
Tanu arrojó la llave con un lanzamiento bajo en dirección a Trask. Este había envainado su espada y se había colgado la ballesta al hombro, de modo que atrapó el huevo de hierro con ambas manos. Los toros cambiaron de dirección, alterando el curso para ir a por Trask. Este se mantuvo en su sitio mientras los toros se le venían encima con los espaciados pitones apuntando hacia abajo. Kendra contuvo la respiración al verle hacer un quiebro en el último momento, tanto que la punta de uno de los pitones no le alcanzó la pierna por muy poco.
Los toros empezaron a virar para dar media vuelta e ir a por él de nuevo, derrapando al girar. Trask echó a correr ahora hacia el león, con grandes zancadas. Mara corría a la vez que él, en paralelo. Berrigan hizo lo mismo por el otro lateral de la sala. Tanu apretó el paso valientemente, tratando de no quedarse rezagado.
—Están dando media vuelta —los avisó Elise al ver que los dos toros se abalanzaban a por Trask, a su espalda.
—Pásamelo —dijo Mara.
Sin interrumpir las zancadas, Trask lanzó la llave a Mara, que la cogió en el aire con una sola mano, lo que la hizo perder un poco el paso hasta que de nuevo recuperó el equilibrio. Uno de los toros viró hacia Mara; el otro siguió a por Trask.
—No son tan lerdos —dijo Seth.
Mara se detuvo y se quedó inmóvil, mirando de frente al toro que se abalanzaba hacia ella, aparentemente despreocupada. Cuando lo tuvo cerca, se apartó dando un ágil brinco a un lado, ejecutando una voltereta lateral con una sola mano. Trask también se las ingenió para esquivar a su toro.
El león rugió, haciendo temblar su mandíbula mecánica. Uno de los toros fue a por Berrigan, el cual se apartó de su camino con agilidad. El otro toro se volvió para perseguir nuevamente a Mara, quien arrojó el huevo de hierro a Trask antes de aprovechar que la bestia había bajado la testuz, para agarrarse al asta y montarse de un salto, elegantemente, en la grupa del animal. El toro de hierro agitó la cabeza y sus componentes metálicos chirriaron. Sin embargo, Mara lo cabalgó sin el menor esfuerzo.
Kendra reprimió una sonrisa. Al parecer, sus amigos tenían la situación bajo control. Era como si estuviesen batiéndose contra unas marionetas gigantes.
Tanu se había parado en medio de la sala y se había arrodillado. Sacó de su mochila algo que parecía una enorme sábana de seda, y a continuación se bebió el contenido de una botella. Se quitó los zapatos y empezó a expandirse, rasgando en un abrir y cerrar de ojos las prendas que no le había dado tiempo a quitarse. El samoano creció hasta acabar siendo dos veces más alto que antes, mientras que su carnoso corpachón se volvía cada vez más ancho y grueso para conservar la proporción. Se ató la sábana alrededor de la cintura. Una vez completada la transformación, les sacaba la cabeza y los hombros al león y a los otros.
Al percibir el peligro, el toro que Mara no había cabalgado se lanzó a por Tanu. El otro echó a trotar en línea recta a por Trask, mientras el león saltaba a por Berrigan. Tanu se mantuvo plantado en su sitio como un torero, hizo un quiebro danzarín a un lado para esquivar los pitones y entonces empujó un costado del toro bajando uno de los hombros. El impacto derribó al toro mecánico y, al resbalar por el suelo de piedra, su cuerpo de hierro chirrió.
A lomos del otro toro, Mara pidió que le pasaran la llave. Trask se la lanzó al tiempo que se apartaba del camino de un brinco. Cuando Mara se tumbó hacia delante para agarrar el objeto, tocó el huevo de hierro con las yemas de los dedos, pero este cayó al suelo con un golpe que resonó en toda la sala.
Berrigan trató de escapar, pero el león de bronce le dio con una de sus zarpas y el chico cayó de bruces contra el suelo, con unos desgarrones paralelos en la espalda. Tanu corrió a ayudarle y el león se volvió para enfrentarse a la nueva amenaza.
De pronto, Seth, que se encontraba junto a Kendra, salió impelido hacia delante, dando un repentino traspié. Se volvió para mirar a su hermana con una expresión de conmoción en la cara. Kendra tardó unos segundos en ver la punta de flecha que le asomaba por el pecho.
Elise y Kendra giraron sobre sus talones y vieron a Torina al fondo del vestíbulo que tenían detrás, colocando otra flecha en su arco. A su alrededor empezaron a verse zombis de paso tambaleante. Uno de los que iban a la cabeza del pelotón era claramente reconocible: se trataba de Laura, con el pelo revuelto y la ropa desgarrada y ensangrentada. Otro era Camira.
Torina lucía una expresión triunfal que daba mareo mirar. En la casa había estado demasiado lejos para que Kendra pudiese verla con toda nitidez. La lectoblix tenía un aspecto todavía más juvenil que la última vez que había conversado con ella, y también parecía más atlética, como una mujer que obviamente sabía moverse por un gimnasio. Su atuendo deportivo acentuaba aquella imagen. Sonrió al tiempo que estiraba la cuerda de la flecha.
Antes de que Kendra tuviera tiempo de reaccionar, la flecha chocó contra su estómago. El proyectil rebotó contra la cota de adamantita que llevaba puesta bajo la camisa. La chica salió despedida. Seth le había dado esa armadura. En realidad le pertenecía a él. Si la hubiera llevado puesta, no tendría ahora una flecha atravesándole la caja torácica. Sosteniéndole la mirada a Kendra con sus ojos azul claro, Torina arrugó los labios en un mohín de decepción.
Elise tardó unos segundos en ajustar su ballesta y le disparó un virote a Torina. La lectoblix se protegió tras el batiburrillo de zombis que no paraban de aparecer, y la saeta se alojó en la cadera de un hombre calvo en estado de putrefacción.
—¡Tenemos compañía! —gritó Elise, al tiempo que agarraba a Seth por el hombro y se metía con él a toda prisa por uno de los lados de la entrada, para apartarse de la vista del pasadizo.
Kendra, agachada, los siguió por el umbral de la puerta al interior de la inmensa sala.
En la otra punta de la habitación, Tanu había inmovilizado al león tumbándolo panza arriba. Mara se había bajado del toro y había recuperado el huevo de hierro. Trask miró hacia la entrada, con la ballesta gigante y un par de largos proyectiles preparados. El toro que Tanu había derribado yacía de lado, inmóvil, pero el otro estaba dando la vuelta para atacar de nuevo a Mara. Berrigan se puso de pie tratando de no perder el equilibrio.
—La cerradura está debajo de su barbilla —bramó Tanu.
Seth puso una mueca de dolor y se desplomó en el suelo. La vara plumada de la flecha le asomaba por la espalda; y la cruel cabeza, por delante. Rebuscó algo en su kit de emergencias y sacó una petaca, y a continuación le pasó la bolsa a Kendra.
—Guárdala bien —dijo con voz ronca.
—Te recuperarás —le aseguró Kendra, histérica. ¡Qué deprisa ocurría todo!
Seth desenroscó el tapón de la petaca.
—Me ha dado —dijo, respirando con dificultad—. Soy un pincho moruno.
—No puedes volverte gaseoso —insistió Kendra—. ¡A lo mejor no puedes teletransportarte con nosotros!
—Mejor eso que morir desangrado o convertirme en un zombi. —Se señaló la punta de flecha—. En este estado no soy útil. —Emitió una tos húmeda hacia su puño, y a continuación se tragó el contenido de la petaca. Al transformarse en una versión espectral y vaporosa de sí mismo, su cuerpo y su ropa se volvieron brumosos. La flecha de su pecho también adquirió una consistencia gaseosa.
Elise agarró a Kendra, apartándola de la entrada un poco más, apresuradamente. La chica se dejó llevar. La forma espectral de su hermano herido las siguió a un paso mucho más lento.
A buena distancia de ellos, con una mueca de esfuerzo atroz y el sudor perlándole la frente, Tanu sujetaba al león de bronce en una llave de lucha, con aquella bestia retorciéndose para zafarse. Mara se les acercaba. El toro de hierro se les venía encima rápidamente, pero ella llegó antes al león y se montó encima de él. A toda prisa, introdujo la llave en un hueco y la giró. Tanto los dos toros como el león se descompusieron en sendos montones de pedazos de metal, desarmándose acompañados de un fuerte estrépito. Las partes que formaban el toro que venía hacia ellos rodaron por el lustroso piso de piedra, chocando contra los restos del león.
Mientras los zombis empezaban a entrar en la sala arrastrando los pies, Trask disparó un proyectil con su enorme ballesta, luego dejó el arma en el suelo y desenvainó la espada. Tanu y Berrigan se pusieron a quitar planchas metálicas y adornos, arrojándolos por el aire, buscando frenéticos el Translocalizador. Tanu tenía los brazos y los hombros llenos de arañazos y feos pinchazos que le sangraban. Elise corrió con Kendra hacia el león demolido.
Una voz que cantaba melodiosamente hizo que Kendra mirara hacia atrás por encima del hombro. Los zombis se habían apartado dejando un pasillo en medio para que entrase en la sala un hombre de tez dorada que emitía un resplandor cegador. El esbelto desconocido llevaba capa y turbante. Ornaban su barba trenzada cuentas, huesos y trozos de bramante. Llevaba en alto un puño apretado. A cada paso que daba dejaba atrás una huella hecha de llamas azules y verdes. Su cántico se elevó de volumen hasta convertirse en un grito, al tiempo que señalaba a Tanu, en la otra punta de la sala. En un abrir y cerrar de ojos, el gigante samoano se redujo hasta su tamaño natural.
—¡Lo tengo! —gritó Mara, sosteniendo en alto un tubo de platino—. Estaba dentro de la llave.
—¡Úsalo! —bramó Trask.
Tanu, Mara y Berrigan agarraron los tres a la vez el Translocalizador. No pasó nada.
No lejos de donde Trask estaba plantado con su espada, Kendra y Elise venían corriendo una al lado de la otra, todavía a unos cuarenta metros del fragmentado león. Tanu se apartó de Mara y Berrigan y lanzó por los aires el Translocalizador como un quarterback desesperado. El canuto voló trazando un alto arco hacia Elise y Kendra, dando vueltas sobre sí longitudinalmente. Elise detuvo su carrera, dio varios pasos a un lado y se lanzó de cabeza para coger el objeto mágico al vuelo.
Trask levantó su ballesta, apuntó y disparó otro dardo. El brujo agitó la mano y el proyectil se transformó en un inofensivo reguero de polvo rutilante. Detrás del brujo, el Asesino Gris entró furtivamente en la sala con las espadas desenvainadas, confiado. Trask corrió hacia Kendra y Elise.
Elise le pasó el cilindro a Kendra. Todo el revestimiento plateado estaba recubierto de símbolos tallados. Había también unas diminutas piedras preciosas blancas, que emitían destellos. La chica notó que el Translocalizador empezaba a zumbar, lleno de vida, en cuanto entró en contacto con sus dedos. Se fijó en sus tres segmentos y pudo ver dónde tenía que girar el tubo, pero vaciló, pues quería esperar a que Trask las alcanzase.
En la entrada de la cámara, el brujo se había puesto nuevamente a entonar su cántico. Abrió un saquito de tela de brocado y de él salieron al instante unas cadenas de gruesos eslabones, que produjeron un tintineo al chocar contra el suelo pulido. Las cadenas eran demasiado grandes como para caber en la bolsita sin ayuda de la magia. Torina cruzó el umbral con el arco preparado, junto con una feroz criatura que parecía mitad oso, mitad lobo. Los zombis seguían avanzando a trompicones.
Trask sujetó la sección central del Translocalizador; Kendra, la parte izquierda; Elise, la derecha. Justo cuando Torina disparaba una flecha, giraron el artefacto.
Kendra experimentó fugazmente la sensación de estar plegándose hacia dentro, como si estuviese comprimiéndose hasta un único punto de algún lugar del centro de su cuerpo, y entonces aquella extraña sensación pasó y se vio de pie en un diminuto apartamento. Por las ventanas entraba la luz del día a raudales. En la calle alguien tocó la bocina de un coche.
—¿Dónde estamos? —preguntó Elise.
—En mi apartamento de Manhattan —dijo Trask, echando su ballesta a un sofá próximo—. El primer sitio que se me ocurrió. Soltad el artefacto. Tengo que ir a por los demás.
Kendra y Elise soltaron el mecanismo. Trask lo giró y desapareció. Por un instante, Elise y Kendra se quedaron mudas, una al lado de la otra. El frigorífico ronroneó al activarse el compresor.
—Volverá, ¿verdad? —preguntó Kendra.
—Volverá.
—¿Hay alguna posibilidad de que coja a Seth?
Elise se la quedó mirando sin decir nada, con gesto de empatía.
—Lo intentará —dijo finalmente.
Elise empezó a andar por el piso. Kendra se cruzó de brazos. El elegante apartamento contaba con sofás de piel, una televisión de pantalla plana, mesita de cristal, fotografías en blanco y negro en las paredes y lámparas de diseño. A Kendra le desagradaba el suspense de la espera.
—¿Cuándo crees que…?
Trask reapareció de repente con Tanu. El samoano estaba envuelto en cadenas hasta la parte baja del pecho. Trask tenía una flecha clavada en un hombro.
—No puedo volver —dijo entre jadeos—. No podemos perder el objeto mágico.
—¿Y qué pasa con los demás? —preguntó Elise.
—Mara y Berrigan están envueltos en cadenas —dijo Tanu—. El brujo lanzó un hechizo y metió a Seth en una botella.
Kendra gimió involuntariamente y se llevó las manos a la boca.
—¿Qué le va a pasar?
—Metido en la botella no podrá recobrar su estado normal —explicó Tanu—. Quedará convertido en un gas hasta que sea liberado, durante años, en teoría. Le han hecho prisionero.
—Podría ser peor —dijo Trask con delicadeza—. El brujo podría haberle dispersado: eso le habría destruido. Por lo menos esto significa que lo quieren vivo.
—Y al permanecer en estado gaseoso, su herida no empeorará —añadió Tanu.
Kendra asintió en silencio, tratando de comportarse con valentía mientras las lágrimas le rodaban por las mejillas. Se sentía como si estuviesen estrujándole el corazón. ¡Primero sus padres y ahora Seth! ¿Qué más le arrebataría la Esfinge? La ira le brotó como una llamarada, lo que la ayudó a combatir la pena. Apretó los dientes.
—Tal vez yo misma podría volver un momento, agarrar a Mara y salir otra vez de allí —sugirió Elise.
Trask negó con la cabeza.
—Yo a duras penas he conseguido volver. Ahora están preparados. Te atraparán. Tenemos que dejarlo para mejor ocasión.
Elise se volvió y abrazó a Kendra.
—Seth estará bien. Contamos con una nueva y poderosa arma en nuestra guerra contra la Sociedad. Utilizaremos el Translocalizador para rescatar a tu hermano y a tus padres.
La chica no estaba segura de hasta qué punto creía en sus palabras, pero era agradable escucharlas.
—Warren —dijo Kendra en voz baja—. Tendríamos que traer a Warren.
—¿No deberíamos volver antes a Fablehaven? —dijo Tanu.
—No, no vaya a ser que esté muriéndose de hambre —protestó Kendra, secándose las lágrimas de la cara—. Hace ya mucho tiempo que le dejamos allí. No tendría que pasarnos nada. Se encuentra en una habitación aislada del resto del mundo. No sé yo qué podría ser menos arriesgado que eso. Debería teletransportarme allí en este preciso instante.
—Iré contigo —dijo Elise.
—Yo puedo ponerme con mis arañazos y con el hombro de Trask —dijo Tanu, desenrollándose las cadenas que le ceñían el abdomen.
Trask asintió.
—Ve y tráele.
—¿Visualizo la habitación y ya está? —preguntó Kendra.
—Yo simplemente visualicé mi apartamento —respondió Trask, tendiéndole el Translocalizador.
Elise sujetó la parte izquierda del Translocalizador. Procurando apaciguar su fatigada mente tras la conmoción de perder a Mara, a Berrigan y a su hermano, Kendra se imaginó la bodega, visualizando los cachivaches apilados, el suelo de pizarra, las paredes de adobe. Giró la sección central del artefacto, notó la misma sensación de derretimiento, de repliegue. Al cabo de un momento, Elise y ella aparecieron de pie exactamente en el lugar que ella había visualizado.
Un farolillo eléctrico iluminaba el espacio. Un pequeño trol cabezudo, de tez verdosa y una boca ancha y sin labios, giró sobre sus talones para mirar a Kendra y Elise, olisqueándolas con recelo. Junto al trol estaba sentado un hombre vestido con ropas mugrientas. Una barba y larga melena le tapaban el rostro.
—¿Cómo llegáis aquí? —preguntó Bubda, adoptando una actitud menos agresiva.
Kendra levantó el Translocalizador.
—Un transportador mágico.
Warren se puso en pie con cuidado.
—¿Quiénes sois? —preguntó, sin sonreír.
—Tú ya sabes quién soy —dijo Kendra.
Warren entornó los ojos, al tiempo que llevaba disimuladamente una mano al cuchillo que tenía en el cinturón.
—Disculpa que no corra a abrazarte. ¿Qué clase de juego es este?
Kendra se dio cuenta de que la última vez que Warren la había visto, Navarog la había hecho prisionera antes de sellar la bodega destruyendo la mochila. Por lo que él sabía, ella y Elise podían ser dos bulbo-pinchos. Su repentina aparición era para él algo demasiado bueno para ser cierto.
—Somos nosotras, Warren, de verdad —dijo Elise—. Ese cuchillo no te va a hacer falta. No vamos armadas.
Warren sonrió con tristeza.
—Me encantaría creeros. Kendra, ¿cómo escapaste del dragón?
—Raxtus se lo zampó —dijo Kendra.
—¿El chiquitín que trató de curarme? —exclamó Warren sin dar crédito—. Te daré un consejo: cuando sueltes una mentira, procura que sea algo más creíble.
—Estábamos atrapados en aquella estrecha gruta —explicó Kendra—. Raxtus cabía dentro bajo su forma de dragón, pero Gavin no pudo cambiarse y adoptar su verdadera forma.
Las comisuras de los labios de Warren se movieron.
—Me encantaría creerlo. ¿Qué te parece si os someto a un breve cuestionario? Puede que la Sociedad sea capaz de copiar vuestro aspecto externo, pero no vuestras aptitudes. —Se inclinó hacia delante y cogió el farolillo eléctrico—. Que nadie se mueva. Voy a apagar este chisme. —Tocó un interruptor y la luz se apagó.
Kendra supuso que la habitación estaba totalmente a oscuras para los demás. Para ella solo estaba en penumbra.
Warren levantó cuatro dedos.
—¿Cuántos dedos he levantado? —preguntó.
—Cuatro —respondió Bubda.
—Tú no, Bubda —protestó Warren—. Ya sé que tú ves en la oscuridad. Bueno, ¿cuántos ahora?
—Cuatro aún —dijo Kendra. Él cambió a dos dedos—. Ahora dos. Ahora tres.
Warren encendió de nuevo la luz. Las miraba con expresión esperanzada.
—Si la Sociedad supiera cómo meterse aquí dentro, no les haría falta utilizar ningún subterfugio —dijo Elise.
—Trask y Tanu están esperándonos —dijo Kendra—. Están heridos.
—Entonces, habéis conseguido el… —hizo una pausa y lanzó una ojeada a Bubda—, la cosa, bueno…, ¿esa cosa que queríamos conseguir con la llave de Wyrmroost?
—A un alto precio —respondió Elise—. Seth, Mara y un hombre llamado Berrigan han sido hechos prisioneros. Y Vincent Morales perdió la vida.
—Cuánto lo lamento —dijo Warren.
—¿Qué tal tus lesiones? —preguntó Kendra.
Warren flexionó las muñecas.
—Estoy bien. Tanu me dejó tal cantidad de medicinas que sané en poco tiempo. Me encuentro un poco desnutrido. He estado racionando mis provisiones. Estaba a punto de probar el engrudo rancio del que vive Bubda.
—Mi engrudo mejor que muesli —repuso el trol, poniendo cara de asco.
—Se te ve en buena forma —comentó Elise, no sin admiración.
—No hay mucho que hacer por aquí —respondió Warren—. He estado practicando ejercicio. Y jugando al yahtzee. Me sorprende que no hayamos desgastado los puntos de los dados.
—Vete ya —dijo Bubda, moviendo la mano para indicar que se largase de una vez—. Bubda no quiere compañero de cuarto.
Warren se rio.
—Bubda, tienes que venir con nosotros. De aquí no hay forma de salir. Al final te quedarás sin comida, incluso de la que eres capaz de digerir tú.
—Bubda no marchar. Bubda por fin tener paz.
Warren puso los brazos en jarras.
—Vamos, no seas así, no he sido tan malo, ¿no?
Bubda arrugó la cara.
—Podrías ser peor. No tanto como muesli.
—¿Qué me dices de todas las partidas de yahtzee a las que hemos jugado?
—Si Bubda juega solo, Bubda gana siempre.
Warren se volvió a Kendra y Elise.
—Una vez saqué siete yahtzees seguidos en una sola partida. ¡Siete!
—El hacer trampa —murmuró Bubda.
—Por enésima vez, ¿cómo se supone que hice trampa? ¡Si estabas delante! ¡Tú mismo viste rodar el dado!
—Tú hacer trampa —dijo Bubda—. Demasiada suerte.
—¿Qué me dices de la vez que sacaste cinco yahtzees? —le recordó Warren.
—Eso habilidad —replicó Bubda con aire de superioridad.
—Detesto interrumpir —dijo Elise—, pero tenemos que volver con Tanu y Trask.
—La dama tener razón —dijo Bubda—. La dama, única inteligente. Vete.
—Bubda, tienes que venir —insistió Warren.
—Bubda se queda. Bubda se relaja. Tú ir. Llevar tu muesli.
Warren miró a Kendra y a Elise en busca de apoyo.
—Podemos volver aquí en cualquier momento —dijo Kendra—. Incluso dentro de una o dos horas. Pero deberíamos volver ya junto a Trask y Tanu. Tenemos que llevarlos a Fablehaven.
—¿Dónde están ahora? —preguntó Warren.
—En el apartamento de Trask en Nueva York.
—¿Tiene algo en la nevera? —preguntó Warren con ilusión. Se volvió para mirar a Bubda de frente—. No voy a abandonarte, señor Trol Ermitaño. Disfruta de tu descanso, porque pienso volver. Te encontraremos un hogar todavía mejor que este. Algún lugar lleno de comida húmeda. Nada que esté seco o crujiente. Nada de muesli.
Bubda le dio la espalda, farfullando algo ininteligible.
Warren fue hasta Kendra.
—Si esto es algún tipo de truco o trampa, lo habéis hecho genial, porque me habéis liado. ¿Qué tengo que hacer?
—Sujeta el cilindro, nada más —le indicó Kendra.
Elise sostuvo el lado izquierdo, Kendra sujetó el segmento central y Warren agarró el extremo derecho.
—No puedo decir que echaré de menos este lugar —murmuró.
Kendra imaginó el apartamento de Trask, giró el tubo y un instante después estaban de pie entre un sofá de piel y una mesa baja de cristal. Tanu estaba encorvado junto a Trask, poniéndole un ungüento en el hombro.
—Vosotros dos nunca os tomáis un respiro —bromeó Warren.
—Gajes del oficio —replicó Tanu.
—Y tú pareces un náufrago en una isla desierta —dijo Trask.
—Ya quisiera. Habría dado lo que fuera por una brisa marina. —Warren se acarició la barba—. Kendra, ¿y si me teletransportas contigo a un barbero?
—Deberíamos irnos a Fablehaven —dijo Trask—. Mi apartamento cuenta con algunas protecciones, pero nada que ver con los muros de una reserva. Primero id vosotros.
—¿Y si paramos en una hamburguesería por el camino? —preguntó Warren sin mucha convicción.
—Estoy segura de que mi abuela te preparará algo en un periquete —respondió Kendra, girando ya el cilindro.
Un segundo después ella, Warren y Elise estaban en Fablehaven, los tres juntos en la cocina. No se veía a nadie más por allí.
—¿Hola? —dijo Kendra alzando la voz.
—¿Kendra? —respondió su abuelo. Sonaba como si estuviese en su despacho.
—Enseguida vuelvo —le dijo Kendra a Elise. Girando el cilindro, regresó ella sola al apartamento de Trask.
—¿Fue todo bien? —preguntó Trask.
—Nos fuimos directamente a la cocina —contestó Kendra.
Trask asintió.
—Bien. No me sorprende. Pero me impresiona más saber que el Translocalizador haya podido saltarse las defensas de una reserva, mucho más que comprobar que puede transportarnos a la otra punta del planeta. Vámonos.
En cuanto Trask y Tanu sujetaron el Translocalizador, Kendra se teletransportó con ellos a Fablehaven. Cuando aparecieron en la cocina, sus abuelos y Coulter estaban allí ya. Parecían algo callados.
—Toma esto, Stan —dijo Tanu—. La llave que recuperamos en Wyrmroost tenía dentro otras más pequeñas, como una muñeca rusa. ¿Y adivinas qué encontramos en el centro? El Translocalizador.
—La llave era su cámara secreta —intervino el abuelo.
—Elise nos ha contado lo que les ha pasado Seth y a los demás —dijo Coulter.
La abuela de Kendra la estrechó con fuerza entre sus brazos.
—Le rescataremos —le prometió.
La chica asintió y notó que le escocían los ojos. En esos momentos no estaba muy segura de poder decir nada sin echarse a llorar.