4
Pasadizos
Kendra puso los ojos en blanco. Solo su hermano sería capaz de mostrarse entusiasmado después de que un rudimentario garrote de piedra hubiese estado a punto de cortarle la cabeza. Supuso que era mejor eso que regodearse en el pesimismo.
Mientras los demás se apiñaban al lado de la escalera, Kendra se detuvo unos instantes y paseó la mirada por toda la sala. La perfecta lisura que se apreciaba en todas las superficies del interior de la Piedra de los Sueños daba a aquel lugar un aspecto irreal. Nada allí dentro parecía haber sido construido por alguien. Al pensar en tener que recorrer más pasillos extraños y curvilíneos frunció el ceño. Después de lo de las estatuas y de aquellos extraños callejones sin salida, ¿quién sabía qué peligros podrían aguardarles? Berrigan tenía razón: las normas del mundo real no parecían aplicarse del todo en aquel lugar.
Pese a su aprensión, Kendra se colocó en la fila, entre Tanu y Seth; Trask encabezaba la marcha. ¿Qué otra cosa podía hacer? Los perseguían enemigos. Por no hablar de que necesitaban el Translocalizador para rescatar a Warren y, quizás, a sus padres.
Se alegraba de haber reparado en la cerradura, dentro de la hornacina. Hasta ese momento se había sentido como una maleta inservible. Por supuesto, uno de los principales motivos por los que la habían invitado a unirse al equipo era la posibilidad de que hubiese que recargar el Translocalizador. Si el objeto mágico no funcionaba, la magia que Kendra llevaba dentro debía servir para devolverle la vida. Aun así, esperaba poder encontrar otras maneras de echar una mano, aparte de servir como batería de recambio.
La escalera se estrechaba conforme descendía. Cuando terminaron los peldaños, Kendra y sus compañeros volvieron a recorrer en fila india un serpenteante y angosto pasillo hasta que dieron con un callejón sin salida. Volvieron sobre sus pasos y llegaron a una escalera corta que bajaba y que enseguida los llevó a otro punto muerto, también de paredes redondeadas. Cuando cambiaron nuevamente de dirección, encontraron una larga escalera que subía y subía trazando curvas, ora a izquierda, ora a derecha, haciendo que su ascenso los desorientase a todos, hasta que finalmente los escalones terminaron en un pasillo ancho y nivelado. Mientras avanzaban por el serpentino pasadizo, el aire fue tornándose tibio y húmedo.
El pasillo bajaba en pendiente, hasta que llegaron a un espacio grande y tenebroso, con el suelo anegado. El agua bullía, elevándose unos centímetros del nivel del pasillo, y la burbujeante superficie irradiaba calor. El ambiente estaba cargado de vapor, creando gotas de condensación en las paredes. Una sencilla canoa de madera estaba amarrada junto a la entrada de la sala, con dos pequeños remos dentro. En el centro de la cámara parcialmente sumergida se veía una isla baja, el único destino accesible por barca, aparte de los zócalos de las altas y lisas paredes.
—¿Qué profundidad tiene? —preguntó Seth, escudriñando el agua.
—No te sabría decir —respondió Mara—. El agua borbotea demasiado y la piedra en derredor es excesivamente oscura. Medio metro, como poco. Yo diría que más, tal vez mucho más.
Trask alargó el cuello para inspeccionar la sala, estirándose por encima del agua burbujeante.
—Probablemente la siguiente cerradura nos espera en esa isla. No veo nada en las paredes ni en el techo. ¿Algún entusiasta del remo entre nosotros?
—Yo sé manejar una canoa —dijo Vincent.
—Y yo —añadió Berrigan.
—Yo también —intervino Mara.
—La embarcación es pequeña —dijo Trask—. No creo que aguante el peso de más de dos personas. Vincent y Berrigan fueron los primeros en responder.
—No me gusta toda esta agua sobrecalentada —dijo Tanu—. Deberíamos tomarnos todos una de estas. —Sostuvo en alto un tubito con algo líquido dentro—. Esta poción está pensada para que quien la tome se vuelva resistente al fuego. Nos protegerá considerablemente frente a las altas temperaturas.
—Con esto ya me voy más tranquilo en esa desvencijada canoa —soltó Vincent, aceptando uno de los tubos.
—Tú haces milagros —dijo Trask.
—Procuro ir preparado —respondió Tanu—. Inicialmente, creé estas pociones para Wyrmroost.
Kendra le quitó el tapón a uno de los tubos y se bebió su contenido. El líquido semitransparente sabía dulce al principio, luego superpicante y, finalmente, fresco y ácido.
Cuando todos se hubieron bebido su poción, Vincent tomó el huevo de hierro que le tendía Trask. Tanu sujetó la canoa para mantenerla estable mientras los dos hombres se montaban en ella y se colocaban en posición.
—Tratemos de no volcar —recomendó Vincent.
—¿No te animas a probar aborigen hervido? —preguntó Berrigan.
—Eso no me da ningún reparo —respondió Vincent—. Lo que me inquieta es la guarnición filipina que lo acompaña.
Tanu les dio un empujoncito para alejarlos de la entrada. Vincent y Berrigan hundieron las palas de los remos en el agua burbujeante. Kendra calculó que hasta la isla mojada habría unos cincuenta metros. Manejando los remos con eficacia y cuidado, llevaron la canoa hasta su destino en poco rato. Vincent desembarcó el primero, y uno de sus pies resbaló al pisar la brillante superficie negra. Se equilibró y entonces Berrigan salió de la embarcación, pero se quedó en la orilla de la isla asiendo la canoa con una mano.
—A este lado hace bastante calor —dijo Vincent a voces—. Igual acabáis con un filipino al vapor.
—¿Ves alguna cerradura? —preguntó Elise.
—Sí, sin duda, justo aquí, en el centro de la isla. —Vincent se irguió del todo y, lentamente, dio media vuelta—. No veo ninguna otra cosa que pueda serlo. ¿Me acerco a ella?
—El tiempo es oro —respondió Trask, también a voces.
Vincent se arrodilló y sacó el huevo de hierro. La isla era lo bastante alta como para que los demás no pudiesen ver la cerradura desde la entrada, pero sí vieron que Vincent cambiaba de postura al girar la llave. Y sostuvo en alto una llave de menor tamaño, para mostrarles que había cumplido su cometido.
El agua dejó de borbotear. Se creó un silencio momentáneo. Tras la breve pausa, un fuerte viento barrió toda la sala. Vincent se echó cuerpo a tierra para no salir despedido. Berrigan saltó a la canoa cuando el vendaval la empujó por el agua. La pequeña embarcación zozobró peligrosamente, y entonces volcó. Él cayó al agua.
Kendra se dio cuenta de que en un momento dado el sonido del viento cambió, volviéndose más intenso y violento. Era como si el volumen aumentase a sus espaldas, como si por el pasillo soplase un huracán. Se volvió justo a tiempo de ver una pared de espumosa agua abalanzándose por el túnel en dirección a ella. Mara gritó algo a modo de aviso. Kendra apenas tuvo tiempo de cerrar los ojos y protegerse la cabeza con los brazos, antes de que una explosión de agua y espuma los tirase a ella y a sus amigos a la abrasadora laguna.
El agua ardía, pero Kendra apenas pudo notarlo en medio de las volteretas a que la sometió la fuerza de la repentina riada y que no le permitían ver nada. Se le metió un montón de agua caliente por la nariz. A medida que la colosal inundación empujaba a Kendra cada vez más lejos del túnel, la turbulencia disminuyó. Desorientada, Kendra abrió los ojos para comprobar dónde estaba la superficie; entonces, nadó hacia ella, siguiendo las burbujas que había formado la riada. El peso de su espada le impedía avanzar rápido, por lo que, como empezaban a abrasarle los pulmones, se soltó el cinto del arma. Cuando finalmente sacó la cabeza por la superficie, tosió agua y aspiró aire con ansiosas boqueadas. Notaba la ropa inflada y pesada, pero consiguió mantener la cabeza fuera del agua. Por lo menos su camisa de adamantita no le tiraba demasiado hacia abajo.
El agua parecía más fría de lo que le había parecido en un primer momento. O bien la nueva agua que entraba a raudales por el túnel estaba rebajando la temperatura general de la laguna, o bien la poción estaba ejerciendo su efecto compensador, porque aunque el agua le parecía incómodamente caliente, se podía soportar y no parecía estar infligiéndole daños físicos.
Kendra se encontraba ya al otro lado de la isla. Flotaba suavemente en posición vertical, desplazándose hacia el fondo de la habitación. No lejos de ella vio a Seth y a Tanu. Trask, Elise y Berrigan habían dado la vuelta a la canoa y, agarrados a los costados, nadaban hacia ella.
De repente Vincent sacó la cabeza del agua, jadeando intensamente.
—¡He perdido la llave! —dijo como pudo.
—¿Dónde? —le preguntó Trask, apremiándole.
—Por aquí, justamente —dijo Vincent—. Debajo de mí. Creo que Mara se ha sumergido para buscarla.
—Voy —dijo Elise, y desapareció bajo el agua.
—Yo también —anunció Berrigan, que se sumergió.
—Que todo el mundo agarre la canoa —ordenó Trask, que la impulsó hacia Kendra—. Me preocupa que no estemos aún fuera de peligro.
Kendra agarró la canoa un instante antes que Seth y Tanu. El nivel de agua dentro de la sala superaba el dintel de la entrada. A pesar de que seguía subiendo, el agua continuó entrando, ya sin hacer ruido. Ellos se desplazaban en silencio.
—¿Me zambullo? —preguntó Tanu.
—He visto que te mantienes a flote a duras penas —dijo Trask—. Estás como yo: demasiado equipo encima. Da a los otros unos segundos más.
Mara fue la primera en salir, con respiraciones hondas y controladas.
—La tiene Berrigan —informó—. La llave pesaba demasiado. Yo casi no podía ascender con ella.
A los pocos segundos, Berrigan y Elise asomaron a la superficie, ambos a la vez. Se acercaron a nado y auparon la llave de hierro para meterla en la canoa.
—No sé cómo lo ha hecho —dijo Berrigan, señalando a Mara con la cabeza—. Cuando la encontramos, ya estaba subiendo, pero, aun así, debía de estar a unos doce metros de profundidad.
—La llave se hundió muchísimo antes de que pudiera alcanzarla —contestó ella—. La encontré rodando por la pendiente sumergida de la isla. Bajaba despacio.
—Soy un patoso —lamentó Vincent—. Fue culpa mía. La riada me pilló desprevenido.
—No es fácil nadar con ella en las manos —dijo Berrigan—. Todo está arreglado.
—¿Nos vamos a ahogar? —preguntó Seth, lanzando una ojeada al techo. El nivel del agua continuaba subiendo.
—Buena pregunta —dijo Trask—. ¿Alguno de vosotros ha visto una salida ahí abajo?
Mara negó con la cabeza.
—Yo miré, pero no vi ni salidas ni cerraduras. Por supuesto, no pude mirar por todas partes.
—¿Pudiste ver el suelo? —preguntó Kendra.
—Sí. Quedaba a unos seis metros, tal vez, del lugar más profundo al que llegué.
—¿Os encontráis bien? —preguntó Seth—. ¿No le da a uno la enfermedad del buzo al subir tan rápido después de sumergirse tan hondo?
Elise sonrió.
—No estábamos tan abajo. Además, hay menos peligro de sufrir algún problema por descompresión cuando haces buceo libre. Ya sabes, cuando solo usas el aire de los pulmones.
—Mientras tanto, el agua sigue subiendo —señaló Vincent.
—Vamos a buscar otra cerradura —decidió Trask—. ¿Me equivoco al decir que Mara, Elise y Berrigan son nuestros mejores nadadores? —Nadie opuso ninguna objeción—. Vosotros tres, explorad bajo el agua lo mejor que podáis. Los demás miraremos por arriba. A ver si encontramos algún túnel de evacuación o una cerradura.
Sin soltarse de la canoa, Kendra metió la cabeza bajo el agua para ver cómo Berrigan, Elise y Mara se zambullían y se alejaban buceando cada uno en una dirección. Mirando debajo del agua, ahora que había dejado de borbotear, la visión subacuática era sorprendentemente nítida y bien iluminada, aunque Kendra no podía discernir del todo si de verdad era capaz de ver hasta el fondo.
—El agua ya no borbotea —dijo la chica cuando sacó la cabeza del agua—. Está más fría.
—La temperatura está cayendo —observó Tanu—. La poción no impide que notes el calor. Solamente reduce el daño.
—Es como si estuviéramos en un yacusi de agua caliente —dijo Seth, con la mirada hacia arriba.
—Da igual a qué temperatura esté una vez que se llene hasta el techo —murmuró Vincent.
—El techo es irregular —dijo Trask—. En esa esquina tenemos una especie de tubo de chimenea. —Señaló hacia un hueco cuadrado que había en el techo—. No resulta fácil saber hasta qué altura llega el hueco, pero deberíamos ponernos debajo. Va a ser nuestro último recurso.
Mara asomó cerca de la pared, en la zona de la entrada sumergida.
—Sigue entrando agua. He buscado alrededor de la entrada, pero no he encontrado ninguna cerradura. —Sin esperar respuesta, volvió a meterse debajo del agua.
Kendra buscó atentamente por toda la superficie de las paredes y del techo, mirando con mayor intensidad a medida que el techo se les iba aproximando. Berrigan, Elise y Mara reaparecían cada tanto, para informar de que aún no habían encontrado nada. La temperatura del agua seguía descendiendo, hasta que dejó casi de estar tibia.
—Diminutas perforaciones en el techo —señaló Vincent—. ¿Las veis?
—Yo las veo —confirmó Trask.
—Esos minúsculos hoyitos quieren decir que esto es una trampa mortal —dijo Vincent—. El aire escapa por esos agujeros, de modo que la sala pueda llenarse por completo sin dejar bolsas de aire.
—Supongo que no tendrás ninguna podón antiahogamiento —intervino Seth.
—Y bien que lo lamento —respondió Tanu, riendo sombríamente—. Podríamos probar con una poción gaseosa, pero no surte efecto debajo del agua, y no creo que esos agujeros sean lo bastante grandes para usarlos como vía de escape, ni siquiera en estado gaseoso. Nuestra forma podría dispersarse excesivamente…, y sería el fin. Como último recurso, supongo que podemos probar. Kendra y tú tenéis cada uno una poción gaseosa, y yo tengo tres más.
El liso techo les quedaba ya al alcance de la mano. Trask llamó a Berrigan, Elise y Mara cuando volvieron a sacar la cabeza del agua: les dijo que se acercaran a la canoa. Los tres estaban exhaustos y chorreando. Colocaron la canoa debajo del hueco cuadrado del techo. Kendra miró hacia arriba. Si ponían la canoa en diagonal, cabría por aquel tubo de chimenea, atravesándola de una esquina a otra. Veía el techo en lo alto del hueco, a muchos metros de distancia, brillante y liso. Tuvo la sensación de estar mirando hacia arriba desde el fondo de un pozo.
Cuando el nivel de agua llegó al techo de la sala, el pequeño grupo fue subiendo poco a poco por el hueco, agarrados a la canoa. Con considerablemente menos volumen, el hueco se llenaba más aprisa que la cámara de abajo. La canoa tiraba de ellos hacia arriba a una velocidad alarmante. La parte superior se acercaba rápidamente.
—Yo no veo agujeros en este techo —dijo Tanu—. Ni hablar de usar la poción gaseosa.
—Veo un pequeño ramal cerca de lo alto —anunció Mara.
—Tienes razón —coincidió Kendra—. Otro hueco pequeño que se abre hacia un lado.
—Será mejor que volquemos la canoa —dijo Trask—. Eso creará una bolsa de aire. Tanu, agarra la llave.
En cuanto Tanu hubo asido el huevo de hierro, Trask volcó la canoa. Se agarraron todos a ella mientras el techo se les acercaba.
—No os metáis debajo de la canoa hasta que no os quede más remedio —ordenó Trask—. El oxígeno se nos acabará en un abrir y cerrar de ojos.
—Voy a explorar el túnel lateral —dijo Berrigan—. Dame la llave.
Tanu se la pasó. Berrigan se aupó hasta él en cuanto el nivel de agua subió lo suficiente, y tuvo que arrastrarse pegado al suelo debido a lo angosto del espacio. Detrás de él, el agua empezó a inundar el tunelillo. Un instante después, aquel hueco lateral quedó anegado y la panza de la canoa chocó contra el techo. Kendra levantó la barbilla, rozando el techo con su nariz mientras inhalaba aire por última vez, presa del pánico, antes de que el agua lo cubriese todo hasta los topes.
Conteniendo la respiración, Kendra miró hacia Berrigan. Este desapareció por una esquina del túnel lateral. El agua ahora estaba fría. Vincent se metió bajo la canoa volcada. Trask hizo una señal a Kendra para que hiciese lo mismo.
Sacó la cabeza del agua en el reducido espacio de la canoa, al lado de Vincent, que respiraba jadeando. Olía a madera mojada.
—Esta es nuestra única bolsa de aire —se quejó Vincent—. Fuera no hay ni gota. Debe de haber respiraderos en alguna parte, en las esquinas o así, quizá tan pequeños que no podemos verlos. —Se detuvo como si se le hubiese ocurrido algo al decir aquellas palabras—. O quizás es que este lugar es, simplemente, sobrenatural. —Emitió una risilla—. Supongo que no es el mejor momento para mencionar que ahogarme ha sido siempre el peor de mis temores.
—Para mí tampoco ha sido nunca una meta —dijo Kendra, tratando de no perder la valentía.
Seth asomó dentro de la canoa. Los demás aparecieron también.
—Ni rastro de Berrigan —dijo Mara—. Me voy tras él. Hay una posibilidad de que este túnel pequeño conduzca a una salida.
—Ve —contestó Trask, de acuerdo.
Mara se zambulló por el ramal lateral.
Trask miró a Kendra y luego a Seth.
—A no ser que vuelvan diciendo que es un callejón sin salida, en cuanto notemos que el aire se carga iremos tras ellos.
Vincent había cerrado los ojos con fuerza y movía los labios sin emitir sonido alguno. Kendra tiritó. Había demasiadas cabezas dentro de la bolsa de aire de debajo de la canoa. Al cabo de poco tiempo se haría irrespirable. ¿Qué se sentía cuando uno se ahogaba? ¿Perdería el conocimiento antes de tragar agua? ¿Inhalar líquido en vez de aire aportaría algún consuelo, una ilusión de respirar? No quería averiguarlo. Trató de no pensar en ello.
—Vaya una forma de morir —murmuró Seth.
—Todavía no estamos muertos —dijo Tanu.
Kendra se hundió para meter la cabeza bajo el agua y miró por el hueco. Ya no se veía a Mara. Se quedó un ratito sumergida, mirando con esperanza. De pronto Mara apareció de nuevo a lo lejos; volvía a toda velocidad. ¡El nivel del agua empezó a bajar! Kendra chilló de alegría, y el sonido salió distorsionado por el agua, con burbujas saliéndole de la boca. Mara avanzaba a toda prisa. Kendra divisó a Berrigan detrás de ella. Entonces el agua bajaba tan deprisa que el hueco lateral se perdió de vista.
Kendra salió a la superficie. Trask y Tanu dieron la vuelta a la canoa y todos se agarraron a ella. Mara se dejó caer desde el ramal, entrando en el agua con los pies estirados y los dedos apretados, sin golpear a nadie. A los pocos segundos, Berrigan se zambulló igual que ella, por un resquicio minúsculo entre Vincent y Trask. Enseguida Mara y Berrigan se aferraron también a la canoa.
—Al final del túnel había una cerradura —dijo Berrigan, levantando en alto un huevo de hierro más pequeño—. Este sitio lo diseñó una gente de lo más cruel.
La canoa descendió hasta salir del hueco de la chimenea y el nivel del agua siguió bajando rápidamente. A pesar de la emoción, a Kendra empezaron a castañetearle los dientes. El agua estaba enfriándose de verdad.
—El agua está saliendo más deprisa que cuando entró la tromba —dijo Mara.
—Justo lo que necesitaba —rezongó Vincent—, que un sumidero gigante me trague.
Kendra observó las paredes con la esperanza de que apareciese ante su vista un nuevo túnel. El nivel del agua seguía bajando en picado.
—El agua se está poniendo realmente fría —dijo Seth.
—Demasiado fría —coincidió Trask—. Algo marcha mal.
—Se va a congelar —predijo Mara.
Trask aupó a Kendra a la canoa. Tanu subió a Seth. Berrigan echó dentro la llave.
—A la isla —ordenó Trask.
La isla no existía aún. El nivel del agua era todavía demasiado alto. Kendra vio que los demás daban frenéticas brazadas para ir hacia el centro de la sala. Cuando asomó la punta de la isla, una frágil película de hielo se formó en la superficie del agua. Mara, rasgando la película de hielo, llegó la primera a la isla, seguida de Berrigan. Al seguir bajando el nivel del agua, la isla iba quedando al descubierto poco a poco. Elise gateó por la roca negra y resbaladiza. Trask y Tanu la siguieron, abriéndose paso con el cuerpo por la costra de hielo cada vez más gruesa, hasta que, tirando con fuerza, consiguieron salir del agua en proceso de congelación.
Cuando la superficie se volvió sólida, el nivel del agua dejó de descender. El hielo apresó a Vincent. Fuera del agua helada tenía la cabeza, los hombros y los brazos, a tan solo unos metros de distancia de la isla. Al tratar de auparse para salir, atragantándose y boqueando, el hielo que lo rodeaba se resquebrajó y él desapareció por completo bajo el agua; y, antes de que pudiese asomar de nuevo, la superficie se había vuelto a congelar.
Por debajo de Kendra, la canoa se partió, aplastada por el hielo al solidificarse. Mara se abalanzó por encima del hielo, en el punto en el que Vincent se había hundido, con su pequeña hacha en una mano y Berrigan cogiéndola de los tobillos. El hielo la sostenía sin resquebrajarse. Golpeó la superficie, haciendo saltar astillas de hielo.
Tras unos segundos, se detuvo. Se apartó a un lado, limpió la zona de esquirlas de hielo que habían llegado hasta allí y miró hacia abajo.
—El hielo va llegando cada vez más abajo —informó—. Vincent está aterrado. No para de empujar el hielo de su cuerpo para evitar quedar atrapado, lo cual le aleja todo el tiempo de la superficie. Debe de haber casi metro y medio de hielo entre él y nosotros. Casi no alcanzo a verle. Ya no le veo.
Kendra y Seth se bajaron de la canoa para ponerse en el compacto hielo. Tanu, Trask, Berrigan y Elise fueron con Mara para golpear el hielo, con cuchillos y espadas. Seth desenfundó su espada y se puso también a picarlo.
Kendra había perdido la suya. Mientras los demás se afanaban diligentemente, ella siguió con mirada aterrorizada su patético avance, tratando de no pensar mucho en la tragedia que estaba teniendo lugar bajo sus pies y que no podían ver. ¿Estaría Vincent ya encastrado en hielo, atrapado, inmóvil? ¿Estaría inconsciente? ¿Estaría hundiéndose sin querer, presa de la histeria, tratando de escapar de lo inevitable mientras se quedaba sin aire? ¿Estaban siquiera cavando en el punto correcto? Después de perderse de vista, podía haberse desplazado en cualquier dirección.
—Esto es como tratar de cavar en hormigón —gruñó Seth, frustrado.
—El hielo tiene una dureza sobrenatural —resopló Mara, blandiendo su pequeña hacha con ahínco.
Kendra se hincó de rodillas y notó el frío del hielo a través de los pantalones empapados. Pasaron unos minutos. La chica se estremeció. ¿De verdad pensaban los otros que rescatarían a Vincent? Había desaparecido. Desaparecido sin remedio. No era justo ni agradable, pero era así.
Repasando la sala con la mirada, vio un nuevo pasadizo donde antes no había habido ninguno. A pesar de la tragedia, lo único que podía pensar era que debían apresurarse y seguir adelante antes de que se presentasen Torina y los zombis, y de que el sacrificio de Vincent no hubiese servido para nada. Notaba una mezcla de indiferencia y aturdimiento mientras sus compañeros picaban el hielo y solo conseguían sacar virutas de agua congelada. La histeria trataba de sacarla de aquel estado, pero ella hizo lo posible por mantener una actitud de distanciamiento.
Al final Trask se puso de pie. Apenas habían excavado algo más de medio metro en el suelo.
—Rescatar a Vincent es imposible —suspiró.
—Se ha abierto un túnel nuevo —dijo Elise en voz baja.
—Será mejor que sigamos adelante —los aconsejó Trask, a su pesar—. Ninguno de nosotros querría que la misión fracasara mientras los otros tratan en vano de recuperar nuestro cadáver.
—Debí haberme tirado antes —lamentó Mara entre dientes, picando todavía el hielo con su pequeña hacha, con los ojos fijos en el cráter creciente que habían formado en el hielo—. Estaba encima del hielo. Casi había conseguido salir. Si le hubiese tendido mi mano un segundo antes…
—Pues tal vez te habrías ido con él por el hielo —terminó Trask por ella—. Sucedió muy deprisa y nos pilló a todos por sorpresa. Tendría que haberle sacado a la canoa junto con Kendra y Seth.
—Lo cual igual habría hundido la embarcación —dijo Tanu—. Podríamos haberlos perdido a los tres.
—Si no vamos a seguir picando, es preciso que continuemos adelante —les advirtió Elise—. Esta trampa nos ha costado muchísimo tiempo.
—Tiene parte de razón —coincidió Berrigan, mirando en derredor como si no se fiase de las paredes ni del techo—. Este lugar es mortífero. Cuanto antes prosigamos, mejor.
Tanu corrió hasta la canoa y sacó la llave. Kendra despegó los pantalones empapados de la dura superficie de hielo para ponerse de pie y cruzó la sala junto con sus compañeros para meterse por el nuevo pasadizo. Al andar, la ropa calada se le movía adelante y atrás, rígida. En la piel le salieron unos bultitos.
El aire del pasadizo era más cálido que el de la gélida sala. Trask iba en cabeza, con la ballesta en una mano y la espada en la otra. El pasadizo se fue estrechando hasta que de nuevo tuvieron que ponerse en fila india. Kendra apretaba los dientes para evitar que le castañetearan.
El pasadizo casi nunca estaba horizontal, sino que subía o bajaba todo el tiempo. Cuando llevaban recorrida cierta distancia, apareció una bifurcación. Trask mandó detenerse a todos.
—Esto podría traernos problemas —dijo Elise desde atrás.
—¿Qué hacemos? —preguntó Trask.
—Experimentar —respondió Mara.
—¿Intuís alguno qué camino debemos escoger? —preguntó Trask.
—Aún no —respondió Mara. Estaba estudiando las paredes y escudriñando los dos pasillos.
—Pues yo diría que el de la derecha —dijo Trask, y reanudó la marcha a la cabeza de la fila.
El pasadizo serpenteaba, hasta que llegaron a un callejón sin salida. Cuando volvieron sobre sus pasos, se toparon con otro callejón sin salida. Retrocedieron de nuevo y se detuvieron al llegar a una zona más espaciosa, en la que el pasadizo divergía en tres direcciones diferentes.
—Esto tiene mala pinta —gimió Elise.
—Un laberinto que cambia por arte de magia, lleno de bifurcaciones —musitó Seth—. No es precisamente ideal para ganar tiempo.
—Podríamos acabar perdidos aquí dentro para siempre —advirtió Berrigan.
—Yo podría adelantarme para echar un vistazo —dijo Mara—. Podría ir corriendo.
—Si dieras con un camino de salida, a lo mejor después no tienes modo de volver hasta nosotros —la avisó Trask.
—Entonces deberíamos correr todos —dijo Mara—. Dejadme que os guíe. Es posible que tengamos que probar varias opciones antes de acertar, pero yo puedo encontrar la manera. Tengo una idea bastante aproximada del punto de la Piedra de los Sueños en el que nos encontramos. Como parece que percibo cambios en los túneles, creo que puedo dar con el camino para salir de aquí.
—¿Alguna otra propuesta? —preguntó Trask.
—Yo podría dejar señales en las intersecciones —sugirió Elise.
Mara negó con la cabeza.
—Eso podría animar a nuestros perseguidores. Estoy segura de que no olvidaré las intersecciones. Confiad en mí. El sentido de la orientación es mi mayor virtud. Nací para esto.
Nadie dijo nada durante unos segundos.
—Ponte a la cabeza —decidió Trask. Y se volvió hacia sus compañeros—. Gritad si creéis que el ritmo es demasiado duro.
Mara echó a correr por el pasillo central. Kendra se alegraba de que fuesen corriendo. El esfuerzo físico la ayudaba a sacudirse el frío. Llegaron a una bifurcación en forma de T. Mara tiró por la izquierda. Entonces se toparon con tres callejones sin salida seguidos, sin desviarse del pasillo, hasta que llegaron a una pequeña sala en la que el pasillo se ramificaba en cinco direcciones. Mara eligió una de ellas, sin detenerse.
A Kendra le satisfizo que lo único que tuviera que hacer fuera seguir a otra persona. No podía comprender cómo Mara podía conservar el sentido de la orientación en medio de estos pasillos angostos y llenos de recovecos. La similitud de las lisas paredes, suelos y techo hacía casi imposible diferenciar un sinuoso pasillo de otro. El tiempo pasaba, y ellos una y otra vez se topaban con callejones sin salida e intersecciones. De vez en cuando Mara decía en voz alta que se hallaban en un pasillo por el que ya habían pasado antes, o en una intersección que habían visto previamente. Kendra no tenía ni la menor idea de si era cierto o no.
Llegó un momento en que, a pesar de que el ritmo de la carrera había bajado un poco y de que ella estaba acostumbrada a practicar ejercicio físico con regularidad, Kendra sintió que le faltaba el resuello. No quería ser el eslabón débil y ponerse a rogar que parasen un poco. Pero viendo cómo jadeaban los demás, consideró que no era ella la única persona que se estaba quedando sin cuerda.
Fue Tanu quien finalmente pidió que continuaran a paso de caminata. Nadie se quejó. Ahora Kendra tenía la ropa mojada no solo de agua, sino también de sudor. Siguieron andando varios minutos, y luego probaron otra vez a correr. Iban corriendo de un lado a otro, entre un callejón sin salida y otro, llegando de tanto en tanto a una intersección. Trask, Berrigan y Elise hacían comentarios cada vez que reconocían rasgos en los pasadizos o posiciones de las intersecciones, pero siempre dejaban a Mara la última palabra.
Pasado mucho rato, Trask ordenó hacer un alto para comer algo. Kendra se sentó al lado de Seth y se dedicó a masticar un sándwich parcialmente aplastado, con la espalda apoyada en la fría pared. Se preguntaba cuánto más rápido serían capaces de correr si oían llegar a sus enemigos.
—Lo que pone los pelos de punta de este lugar —dijo Seth con la boca llena— es que si elegimos un camino equivocado podríamos perder terreno y darnos de bruces con los zombis.
—Tenemos que estar preparados para eso —dijo Trask—. Esperemos que Laura se las haya ingeniado para frenarlos.
—Fuera el sol está a punto de ponerse —señaló Mara.
—Entonces el brujo se unirá a la persecución —les recordó Berrigan.
—¿Crees que nos estamos acercando? —le preguntó Kendra a Mara.
—Todavía no es fácil saber por dónde queda el final —respondió ella—. Hemos eliminado unas cuantas rutas, bien porque eran callejones sin salida, bien por tratarse de vueltas que no conducían a ninguna parte. El tiempo nos lo dirá.
—Tiempo es lo que no tenemos —refunfuñó Elise.
—Insistiremos como si nos fuera la vida en ello —dijo Trask—, porque así es en realidad. Y la vida de otras personas también.
—Eres un buen líder —dijo Seth, pensativo—. ¿Cómo te preparas para una aventura como esta?
Trask resopló.
—Uno no puede prepararse del todo. Haces lo posible por adquirir diversas habilidades. Tratas de aprender de tus éxitos y de los fracasos vividos a lo largo de los años. Procuras formar un equipo de gente con talentos y experiencias variadas. Principalmente, tratas de mantener la calma lo suficiente para pensar con claridad incluso en situaciones de presión extrema. Intentas aprovechar la adrenalina para enfocar tu atención, en vez de dejarte llevar por el pánico. Te mantienes alerta en todo momento, listo para improvisar. Y conservas la esperanza de que todo saldrá siempre de la mejor manera.
Continuaron comiendo sin decir nada, hasta que Trask les comunicó que era hora de reanudar la marcha. Mara se puso nuevamente a la cabeza, y de nuevo recorrieron interminables pasillos a paso ligero o andando, dando media vuelta en incontables callejones sin salida. Poco a poco, Mara empezó a reconocer prácticamente todas las intersecciones a las que llegaban, lo que hizo que se sintiera frustrada.
Al fin, cuando el último pasillo los hubo llevado hasta una intersección que se abría en tres direcciones, se exasperó y detuvo la marcha. A Kendra le había costado reconocer gran parte de las intersecciones, pero esta sí que la recordaba.
—A lo mejor ha sido un error que yo os guiara —se disculpó Mara—. Si mis cálculos no fallan, cualquiera de estos tres pasillos nos llevará a más redes de vueltas y callejones sin salida que acabarán trayéndonos de nuevo hasta aquí. He debido de pasar algo por alto. No sé cómo seguir.
Kendra nunca había visto a Mara tan intranquila. Entonces, se le ocurrió algo.
—Mara, a lo mejor tenemos que considerar esta intersección como un callejón sin salida y regresar por el pasillo por el que hemos venido.
Ella entornó los ojos y se frotó la frente con los nudillos, dejando que una sonrisa se le dibujara en el rostro.
—Por supuesto, claro, tiene que ser eso. Solo he probado a desandar lo andado cuando llegábamos a un callejón sin salida, no en las intersecciones.
—Bien pensado, Kendra —le reconoció Trask.
—Me ha quitado las palabras de la boca —protestó Seth.
Mara los guio por el mismo pasillo por el que acababan de ir. Llegaron a una zona en la que el túnel se bifurcaba en dos direcciones: una en ligera pendiente hacia arriba; la otra, en ligera pendiente hacia abajo.
—Esto es nuevo —dijo Mara con renovada energía—. Seguidme.
Continuaron adelante, a ratos corriendo y a ratos andando, casi sin detenerse, pasando por delante de algunas intersecciones repetidas veces. De vez en cuando, Mara les hacía dar media vuelta sin que hubiesen llegado a ningún callejón sin salida. Kendra notó que le pesaban los párpados. Sentía las piernas cargadas. Los músculos le abrasaban al correr. Lo único que evitaba que se tumbara en el suelo en forma de ovillo para echarse a dormir era el miedo.
Cuando pararon para comer y beber algo, Kendra dio unos tragos de agua y se apoyó contra la pared, encorvando la espalda, para cerrar los ojos y descansar un poco. Tanu tuvo que despertarla cuando llegó el momento de reanudar la marcha. Pidiéndole disculpas, la aupó para que se pusiera en pie.
—No es culpa tuya —dijo Kendra, y se espabiló dándose unos cachetes en la cara.
No mucho rato después, Mara reanudó la carrera con mayor ímpetu que antes, asegurando que percibía algo diferente en el aire. Kendra hizo esfuerzos por mantener el ritmo. Tanu corría a su lado, apoyando una mano en la parte baja de su espalda para darle ánimo.
La chica intentó que se le contagiara la esperanza de Mara. ¿Podía tratarse del final de aquel laberinto implacable? ¿Realmente iban a lograr escapar antes de que todos cayeran extenuados? Tras una última intersección y de varios callejones sin salida, el pasillo se abrió y aparecieron en la sala más grande de todas las que habían encontrado hasta el momento.
—Buen trabajo —dijo Trask, entusiasmado, dándole unas palmadas a Mara en la espalda.
—Nos hallamos en el corazón de la Piedra de los Sueños —dijo ella—. En el centro hueco.
El inmenso espacio vacío de la sala rectangular tenía unas dimensiones proporcionales a la propia Piedra de los Sueños. Metros y metros de pulida obsidiana negra formaban el suelo, las paredes y el techo, iluminado todo ello con aquella misma misteriosa luz que había bañado los serpenteantes pasadizos. Tres extraños mecanismos patrullaban el fondo de la sala, que por lo demás estaba totalmente vacía. Se trataba de dos toros mecánicos y un león del mismo tipo.
Compuestos de planchas de hierro superpuestas, los toros, del tamaño de elefantes, movían la cabeza mientras se desplazaban por el suelo mediante cuatro ruedas cada uno, con las patas metálicas de adorno, colgando y moviéndose. El león, hecho de bronce, era un ingenioso mecanismo, de tamaño algo mayor que los toros; se paseaba de acá para allá sobre unas zarpas gigantes, moviéndose con una elegancia sinuosa que no cuadraba con su aspecto de robot de cuerda.
—¿Serán los guardianes del objeto mágico? —se preguntó Seth en voz alta.
—Eso espero —respondió Elise—. Estoy harta de este sitio.