30

Un nuevo santuario

Hacía un caluroso día de verano y Kendra estaba paseándose por el jardín de Fablehaven. Aunque la humedad del aire hacía que notase pegajosa la camiseta, le encantaban las fragancias de las flores en todo su esplendor y la visión de las hadas dichosas entrando y saliendo de entre sus pétalos. Quizá dentro de un rato iría a ponerse el bañador y se daría un chapuzón.

Un granero nuevo se alzaba imponente a la vera del jardín, más grande que la construcción anterior, para que Viola tuviese espacio de sobra para crecer. La casa también había sido reconstruida, con un montón de detalles elaborados, añadidos por los duendes. Asimismo, Agad había diseñado una pista de acceso directo desde la casa de Fablehaven hasta la vieja mansión, que habían restaurado y a la que habían dotado de nuevas protecciones mágicas.

En esos momentos, Seth estaba fuera, viendo la tele en compañía de Hugo, Mendigo y los sátiros. El abuelo Sorenson había transigido a regañadientes cuando le explicaron en qué consistía el acuerdo, y en lugar del generador los sátiros disponían de tendido eléctrico hasta su casita más próxima. El abuelo albergaba la esperanza de que, al poder ver la tele sin ninguna limitación, la tecnología dejase de representar para ellos una gran novedad, pero de momento la pantalla plana con sonido envolvente era considerada ampliamente como la mayor maravilla de Fablehaven. Newel y Doren nunca habían gozado de tal grado de popularidad ni habían estado más joviales.

Seth seguía quejándose de no haber estado presente cuando Agad y los dragones habían recuperado Fablehaven de manos de los centauros, pero sí pudo acercarse de visita no mucho tiempo después, con el cometido de ordenar la marcha a los espectros. Varios ástrides y Bracken ayudaron en el proceso. Este último se había llevado una sorpresa al descubrir que el cuerno de unicornio que atesoraban los centauros en realidad le pertenecía a él. Como castigo por su sublevación, exigió que se lo devolvieran, y Agad redujo sus privilegios relativos a la libertad de movimientos por la reserva, así como sus prerrogativas territoriales. El brujo dejó Grunhold protegido a base de fuertes encantamientos, pero no tan poderosos como el escudo protector que en su día le proporcionaba el cuerno confiscado.

Cuando Kendra regresó a Fablehaven usando el Translocalizador, Bracken ya se había marchado. Durante su despedida en Espejismo Viviente él le había prometido que iría a verla al cabo de poco tiempo. La chica comprendía que la reina de las hadas necesitaba la ayuda de su hijo para transformar Zzyzx en un paraíso, pero a menudo lamentaba que no hubiese podido quedarse más tiempo junto a ella. Antes de irse, Bracken había usado sus poderes para cortar la ligadura narcoléptica con que Vanessa había atado a los Sorenson y a sus amigos. Tras su visita a Fablehaven, aunque había eliminado la atadura de Vanessa hacia algunos de los centauros, Bracken la había dejado vinculada a Ala de Nube y a Frente Borrascosa.

—Estoy preparando el almuerzo —anunció su madre asomándose por la ventana—. Sándwich de pavo, ¿vale?

—Guay —respondió Kendra.

—¿Lo quieres con un poco de aguacate? ¿Con arándanos?

—No gracias, solo con queso.

Sus padres habían decidido que la familia se mudase a vivir a Fablehaven. Todavía no tenían claro si Kendra y Seth volverían a la escuela pública o si continuarían con su educación en casa. Los abuelos Sorenson siguieron ocupando la vivienda principal, mientras que los Larsen se habían instalado en la vieja casona. Habían encontrado a Dale vivo y en buen estado en los establos, tras lo cual había seguido con su trabajo de mantenimiento de la reserva reconstruida. Kendra estaba encantada con la nueva dinámica que se había establecido en Fablehaven. Después de tanto tiempo, tenía a toda su familia a su alrededor, cosa que jamás habría imaginado, y la paz y la tranquilidad reinaban en la vida de todos ellos. Casi excesivamente.

Kendra miró hacia el bosque. El hada Shiara había ido a verla aquella mañana, rebosante de emoción. Con su vocecilla aguda y cantarina le había anunciado que recibiría una visita sorpresa ese mismo día, hacia las doce, pero no quiso relevarle más detalles ni pistas. Su entusiasmo había dejado intrigada a Kendra, y, en su fuero interno, llena de esperanza.

Kendra miró la hora en el reloj de pulsera. Ya habían pasado las doce del mediodía. Tal vez Shiara se había equivocado. No era del tipo de hada que solía gastar bromas pesadas.

Cuando la chica empezaba a volver a la casa, andando algo remolonamente, un dragón blanco plateado apareció planeando por encima de las copas de los árboles. La criatura bajó la cabeza y se lanzó hacia el jardín, trazando una espiral en el cielo. Ralentizó su vuelo en el último momento y aterrizó con una fioritura de sus alas brillantes.

—Hola, Kendra —dijo Raxtus—. ¿Qué te ha parecido mi entrada en escena?

Kendra estaba feliz de ver a Raxtus, y su llegada tenía todo el sentido del mundo. Shiara era el hada que había cuidado de él cuando era un polluelo, así pues era normal que estuviese tan entusiasmada si iba a hacerles una visita. Pero, a la vez, para Kendra había sido un chasco. Había esperado que la visita sorpresa fuese la de otro ser que también solía volver locas a las hadas.

—Muy impresionante —respondió—. Parece como si hubiese pasado mucho tiempo.

—He estado echando una mano con la reconstrucción —dijo el dragón—. Ya no reconocerías Zzyzx. Esas hadas saben trabajar cuando se ponen a ello. Creo que ha sido bueno para todos. Hacía años que no las veía tan llenas de ilusión. Y es fantástico tener de nuevo a los ástrides entre nosotros.

—Me alegro —dijo Kendra—. ¿Has venido a ver a Shiara?

—Sí.

—Debe de sentirse muy orgullosa de ti.

Raxtus estiró el cuello hacia un lado, un gesto de timidez.

—¿Sabes?, por fin mi padre está tratándome como un dragón de verdad. Me vio acabar con un par de dragones cuando atacamos la retaguardia de Orogoro. Yo soy superpequeño, y el arma que escupo en el aliento es una birria, pero mis escamas son casi tan duras como las suyas y mis dientes y garras son inusualmente afilados. Yo no tenía ni idea. En el fondo, nunca me había puesto a prueba yo mismo. Ahora que mi padre gobierna en Wyrmroost, ha planificado todo un plan de entrenamiento para cuando vuelva de ayudar a la reina de las hadas. A mis hermanos de mayor tamaño les ha enseñado un montón de trucos que yo me había perdido. Con su ayuda, me convertiré en un guerrero más eficaz. ¡Pero te prometo que no permitiré que eso me vuelva imbécil!

—No me cabe duda de que simplemente hará que te sientas más seguro de tu lado agradable —dijo Kendra.

—Y a lo mejor también más temible, ¿no? —dijo él, esperanzado.

—Eso seguro.

—¿Sabes?, no he venido solo.

Kendra contuvo la respiración. Trató de mantener la compostura.

—¿Ah, no?

—Me pidió que te llevase a verle.

—¿Estamos hablando de Bracken? —preguntó Kendra.

—No, de Crelang. ¿Te acuerdas de él? ¿El ástrid? Era uno de tus guardaespaldas.

Kendra miró a Raxtus sin comprender nada.

—Es una broma. ¡Pues claro que hablo de Bracken! Pero no le digas que te lo he dicho. Se suponía que tenía que ser una sorpresa.

—Te prometo que pondré cara de sorpresa. —El pulso se le aceleró. ¿Y si notaba que estaba como un flan? No quería dar una imagen patética. ¡Pero le había echado mucho de menos! Hacía semanas que no le veía.

—Habla un montón de ti —la informó Raxtus en tono de confidencia—. Trátale con delicadeza. Voy a llevarte donde está y luego ya no os molestaré más. Os merecéis un poquito de intimidad.

—Debería avisar a mis padres —dijo Kendra.

—Volveré para decírselo —la tranquilizó Raxtus—. No va a ser mucho rato. Tiene una sorpresa para ti. ¡Pero ya estoy hablando más de la cuenta otra vez! ¿Te importa si te cojo? ¡Y no le digas que se me han escapado tantas cosas!

—Descuida —dijo Kendra.

Raxtus la cogió del suelo y alzó el vuelo.

—Agad me ha dado autorización para moverme con total libertad por todas las reservas que ya ha restituido —anunció Raxtus—. Creo que quiere que vea y oiga para él, cuando estoy entre los dragones. Ha depositado en mí una gran confianza.

—Eso es fantástico —contestó Kendra, con la mente puesta ya en el reencuentro inminente.

—Será un vuelo rápido —dijo Raxtus.

Conforme se hacía real la perspectiva de ver a Bracken, Kendra empezó a sentir un conflicto en su interior, algo inesperado. Una cosa era soñar con los ojos abiertos con un romance, y otra muy diferente enfrentarse a ello a plena luz del día. ¿Cuál podría ser esa sorpresa? ¡Y si se le declaraba! ¡En realidad ella no estaba del todo preparada para algo así! Estaba claro que era guapo, valiente, leal. Y, lo mejor de todo, era alguien en quien realmente podía confiar. Pero ella tenía quince años y él era más viejo que la mayoría de los países de la Tierra, por muy joven que pareciese.

La angustia le hizo un nudo en las entrañas. No debía sacar conclusiones antes de tiempo. Era imposible que Bracken fuese a declararse, pero ¿y si quería iniciar una relación sentimental con ella? Una cosa era hacerse unos arrumacos cuando parecía que el mundo estaba a punto de terminar, y otra muy diferente explicarles a sus padres que quería salir con un caballo mágico más viejo que Matusalén.

Mientras el dragón se deslizaba por los aires en dirección al círculo de cenadores que rodeaba el antiguo santuario de la reina de las hadas, Kendra trató con todas sus fuerzas de serenarse. Sería genial ver a Bracken. Intentaría permanecer callada para escuchar lo que él tenía que decir, antes de que le diese un pasmo. Pasaron por encima de un muro de setos y aterrizaron en la hierba, cerca de la pasarela de madera blanca que rodeaba el estanque.

Bracken se encontraba en los escalones que subían a la pasarela, en vaqueros y con una camisa blanca holgada: era irresistiblemente apuesto. Cuando Kendra estuvo en tierra, él echó a correr tranquilamente hacia ella.

—Me voy a visitar a Shiara —dijo Raxtus—. Vuelvo enseguida. Que lo paséis bien.

El dragón alzó el vuelo.

—Hola, Kendra —la saludó Bracken con cara de alegría, y evidentemente contando con que ella se hubiese llevado una sorpresa.

—¡Eres tú! —exclamó la chica, tratando de hacerse la sorprendida—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo estás? ¿Qué tal está tu padre?

—Mi padre muestra leves señales de mejoría. Todavía no ha hablado. Nuestros mejores sanadores creen que acabará recuperándose, pero es posible que no del todo. ¡Me alegro de verte!

—Lo mismo digo.

—Ven —dijo Bracken, indicándole con un ademán que le acompañase—. Quiero enseñarte una cosa.

La cogió de la mano y subió con ella la escalera de la pasarela. Luego la llevó por todo el paseo de tablones de madera hasta el pequeño embarcadero que había junto a la caseta de las barcas. Juntos caminaron casi hasta el extremo del pantalán.

—¿Qué querías enseñarme? —preguntó ella, y dio un paso adelante para escudriñar la islita del otro lado del agua que en su día había albergado el santuario.

—¿No te has preguntado cómo he llegado aquí? —dijo Bracken, acercándose un poco por detrás de Kendra.

—¿Te ha traído Raxtus?

—Más o menos. Prueba otra vez.

—¿El Translocalizador?

Él negó con la cabeza.

—Agad ha reunido ya todos los objetos mágicos para empezar a esconderlos. Intenta adivinarlo otra vez.

Kendra se quedó boquiabierta y, conteniendo la respiración, se volvió para mirar a Bracken frente a frente.

—¿Has arreglado el santuario?

—Este es nuestro primer santuario nuevo —dijo Bracken con una sonrisa—. La segunda entrada a nuestro reino. Esperamos crear muchos santuarios nuevos en los próximos años. Fablehaven ha tenido el honor de albergar el primero de ellos. Agad nos ha ayudado a preparar el terreno. ¡Ahora ya puedo venir a verte siempre que quiera!

Kendra notó que se ruborizaba y se volvió hacia el agua.

—Eso sería genial, de verdad.

—Espero venir a verte bastante —dijo Bracken—. Quiero ir conociendo mejor a tus padres y a tus abuelos. Pasar algún rato con Seth. Es un tipo interesante.

—Es bastante majo —respondió Kendra, tratando de controlar sus expectativas.

—Aún le debe un favor a las Hermanas Cantarinas —dijo Bracken—. Quiero echarle una mano para que no haya ningún problema en ese sentido.

—Mi familia se sentirá más tranquila cuando se entere.

—Puede que aún pueda encontrar la manera de usar su torre y su leviatán.

—Le dio mucha rabia no poder usarlos en la isla Sin Orillas —dijo Kendra, riéndose de buena gana—. Tiene pensado plantar la torre aquí, en Fablehaven, para darle a Hugo una residencia oficial.

—Nunca va mal tener en la recámara unos objetos como esos. —Entonces, sonrió con intención y se acercó más a ella—. Pero aunque disfrute mucho con tu familia, tengo otros motivos para querer venir a Fablehaven de visita.

—¿Y eso? —preguntó Kendra, con el corazón desbocado. Estaba demasiado nerviosa como para volverse a mirarle de nuevo.

—Hacía mucho tiempo que no me sentía atraído por ninguna chica —dijo Bracken—. Contra todo pronóstico, esta vez ¡mi madre me ha dado su aprobación!

Puso las manos en los hombros de Kendra y la volvió hacia sí.

—Es decir, ya me entiendes —añadió en voz baja, sonriendo—, ¿qué unicornio no se sentiría atraído por una damisela virtuosa?

—¿Y a qué chica no le gustan los unicornios? —bromeó Kendra, alzando la mirada hacia él.

—Este es el problema —dijo Bracken, frunciendo las cejas—. Yo me siento joven. El paso de los años no logra afectar a mi cabeza ni a mi cuerpo. Forma parte de mi naturaleza: el tiempo no mina mucho mi juventud. Pero, seamos sinceros, por muy joven que pueda sentirme, existo desde hace mucho tiempo. Cronológicamente, tus abuelos a mi lado son unos bebés. Y tú ni siquiera has llegado a la edad adulta.

—A mí no me pareces viejo —repuso Kendra, no muy segura de si realmente se creía lo que estaba diciendo. Bracken parecía joven, pero en ocasiones su actitud delataba atisbos de un alma mucho más vieja.

—Llevo en este mundo el tiempo suficiente para darme cuenta de lo importante que es hacer las cosas a su debido momento —dijo Bracken—. Me importas profundamente, Kendra. En cuestión de pocos años habrás podido madurar, y yo aprovecharé ese tiempo para ayudar a mi madre a reconstruir su reino. —Cogió sus manos entre las suyas—. Este es el primer santuario que hemos restaurado. Como te dije antes, vendré a verte, y ya veremos qué nos depara del futuro.

La chica se sintió como si le hubiesen quitado un peso de encima. No cabía duda de que le gustaba a Bracken, como tampoco había duda de que dispondría de tiempo suficiente para aclarar sus sentimientos, sin la presión de estar inmersa en una relación formalizada oficialmente.

Aun así, al levantar los ojos y clavar la mirada en los de Bracken, que la contemplaban con total adoración, sospechó que el enamoramiento podría prolongarse y evolucionar hasta convertirse en algo más. Al fin y al cabo, ¿no se había casado Patton con una náyade? A lo mejor, con el tiempo, Bracken y ella podían dar con la manera de conseguir que funcionase entre ellos una relación de verdad. Tal vez, cuando llegase el momento oportuno, ella podía convertirse en una de los eternos y podrían permanecer los dos juntos sin envejecer jamás, protegiendo el mundo del mal.

—Lo entiendo —dijo Kendra—. Tiene sentido.

Bracken sonrió, con una cándida mezcla de alivio y alegría.

—¿Quieres saber lo mejor de todo? En cuanto las cosas estén más como las quiere mi madre, tengo permiso para llevarte de vez en cuando a nuestro reino. ¡Serás la primera mortal que ponga el pie allí!

—Eso me parece perfecto —dijo Kendra. Y lo decía de corazón.