3

La piedra de los sueños

Seth lamentó no haberse quedado con la mano del zombi. ¡Un recuerdo perfecto de su primera misión oficial como Caballero del Alba! La había arrojado del todoterreno casi sin pensarlo. El oír todas esas voces de zombis debió de nublarle el sentido por unos momentos.

Las voces habían sido espeluznantes. Centenares de zombis, susurrantes y anhelantes, ansiosos por atacar, pero retenidos por una voluntad más fuerte que su deseo de comer. Le había dado la sensación de que estaban rodeados de zombis, pero no había visto nada. Hasta que aquellas monstruosidades salieron por fin de sus escondites, Seth había temido que quizás estuviera perdiendo la cabeza.

El señor Lich debía de ser el que los controlaba, el que había dado órdenes a los zombis de permanecer agachados hasta el momento idóneo. Era un viviblix, capaz de despertar y controlar a los muertos, y además actuaba como mano derecha de la Esfinge. Si Laura no los hubiese ayudado a huir a toda velocidad, habrían acabado todos como alimento de zombis.

Mientras el todoterreno cruzaba a toda pastilla por un puente que se extendía entre las dos orillas del río Arcoíris, Seth siguió lamentándose por la mano perdida. Podría habérsela metido a Kendra entre las sábanas. Podría haberla atado con una cuerda y haberla colgado de una ducha. Podría haberla puesto en una estantería en su cuarto, para presumir. Se prometió recordar todas estas opciones por si alguna vez volvía a caerle del cielo otra mano de zombi cortada.

Unos árboles inmensos flanqueaban la otra ribera del río. Alcanzaban casi los cien metros de altura.

—¡Vaya árboles tan grandes! —exclamó Seth.

—Son karris —respondió Laura a voces—. Son de la familia de los eucaliptos, y uno de los tipos de árboles más altos del mundo.

—¿Qué fue lo que ocurrió antes? —preguntó Vincent.

—Que Camira nos traicionó —respondió Laura con resentimiento—. Anoche dejó entrar en la reserva a varios miembros de la Sociedad, junto con docenas de zombis que trajo ese viviblix.

—¿Dijiste que Berrigan está bajo el control de un narcoblix? —preguntó Kendra—. ¿Sabes de qué narcoblix se trata?

—Está en la casa —dijo Laura—. Se llama Wayne.

Kendra miró a Seth, aliviada. A su hermano le había preocupado exactamente lo mismo que a ella: que Vanessa pudiese haber estado ayudando al enemigo.

Pasaron por un bache que les hizo dar un bote a todos, pero Laura no redujo la velocidad. Seth miró atrás, pero no vio que nadie les estuviera persiguiendo.

Cuando salieron de entre los imponentes karris, el monolito de obsidiana volvió a aparecer ante ellos. Sus dimensiones eran increíbles: el portento geológico parecía una montaña negra que hubiese sido esculpida hasta formar un ladrillo reluciente.

—Resplandece como un arcoíris —dijo Kendra.

—Yo no veo mucho colorido —disintió Seth.

—La piedra es negra —dijo Kendra—, pero la luz que se refleja en ella está llena de colores.

—Puede que sus ojos perciban cosas que nosotros no —comentó Laura con aire pensativo—. Nosotros la llamamos la Piedra de los Sueños. Está cargada de profunda magia.

Seth miró, con los ojos entornados, el monolito de obsidiana. Desde luego, tenía un lustre intenso, pero su brillo era blanco, no de colores. ¿Por qué Kendra veía colores? ¿Estaba la Piedra de los Sueños impregnada de magia de las hadas o algo parecido? Continuaron en silencio en dirección al increíble bloque de piedra.

Finalmente, Laura los acercó a escasa distancia de la Piedra de los Sueños, que rodeó con el atronador todoterreno. Se detuvo al otro lado. El monolito medía cientos de metros de altura y otros tantos de ancho; la longitud era el doble de la anchura. Seth se quedó maravillado al ver la lisura pulida de la piedra y la afilada perfección de las esquinas. Frenaron del todo con un leve derrape, cerca de la única imperfección que el chico había percibido en la superficie inmaculada: un hueco cóncavo del tamaño aproximado de medio balón de voleibol.

Trask detuvo su vehículo al lado de ellos. Seth miraba como Tanu tuvo que forcejear para bajar a Berrigan del todoterreno. Al final logró inmovilizarlo en el suelo. Trask fue hasta Laura a paso ligero.

—¿Qué ocurrió?

—Anoche Camira nos traicionó —dijo Laura—. Miembros de la Sociedad nos sorprendieron y capturaron la casa. Pensaron que con amenazar a sus rehenes bastaría para convencerme de que os hiciera caer en su trampa.

—Ya no hay rehenes —rio Berrigan—. ¡No, después de ese numerito! Tu sobrino está muerto. Igual que tú hermana y su marido. Y lo mismo digo de Corbin, de Sam y de Lois.

El rostro de Laura adoptó un gesto pétreo. El labio le tembló.

—Los habríais matado de todos modos. Al menos yo he logrado salvar unas vidas.

—Estáis todos muertos igualmente —le aseguró Berrigan—. Solo estáis alargando vuestra aniquilación.

—Sal de él, Wayne —le espetó Laura.

—Me está encantando el paseo —replicó Berrigan—. ¿Qué sentiste al matar a tu preciada discípula?

Laura le lanzó una mirada fulminante.

—Jamás habría sospechado de Camira.

—Ya has oído a la señora —dijo Tanu, apretando con su grueso antebrazo la nuca de Berrigan—. Sal.

—Tienes que dejar de comer bollería —respondió Berrigan casi sin aire, con voz estrangulada.

—Puedo hacer que te sientas superincómodo —le soltó Tanu.

—El cuerpo al que estás haciendo daño no es mío —replicó Berrigan, jadeando—. Hazle a Berrigan lo que te plazca.

—Sujétalo, Trask —dijo Tanu.

Trask le cambió el sitio al samoano. Tanu sacó de su morral una aguja y un frasquito.

—¿Me vas a matar a base de puntadas? —se burló Berrigan, soltando una risilla.

Tanu mojó la punta de la aguja en el frasquito.

—Puedo causarte mucho sufrimiento sin hacerle daño a tu anfitrión.

Tanu tocó el cuello de Berrigan con la aguja.

De inmediato, Berrigan gritó como un poseso. Se le hincharon los ojos y le salió saliva de los labios.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Laura, angustiada.

Tanu retiró la aguja y Berrigan perdió el conocimiento.

—La poción envía un mensaje de dolor extremo al cerebro —explicó Tanu—. No hace daño real, solo se comunica con los nervios. —Una vez más, pinchó el cuello de Berrigan con la aguja—. El narcoblix se ha retirado, pues de lo contrario estaría retorciéndose de dolor. —Rebuscó dentro de su mochila y sacó otro frasquito. Le quitó el tapón y lo movió debajo de la nariz de Berrigan.

El joven se convulsionó y abrió los ojos. Forcejeó con Trask sin apartar la mirada de Tanu.

—¿Quiénes sois?

—Son amigos, Berrigan —le tranquilizó Laura, poniéndose en cuclillas para que la viese—. Estate tranquilo.

—¿Qué ha pasado? —preguntó, un poco más sosegado.

Laura le acarició la frente.

—Ese narcoblix te drogó y te arrebató el cuerpo. Este es el equipo que estábamos esperando. Respóndeme a unas preguntas, para estar seguros de que eres dueño de ti. ¿Cuál es la canción favorita de tu tía Jannali?

Moon river.

—Cuando eras niño, ¿qué te gustaba echarle al puré de patatas?

—Taquitos de magro de cerdo en lata.

—¿A qué distancia máxima ha lanzado tu tío Dural una lanza?

—No tengo ningún tío Dural.

—Bienvenido, Berrigan. ¿Preparado para ayudar?

Él asintió con la cabeza. Tanu le ayudó a sentarse. Berrigan cerró los ojos y se frotó las sientes.

—Me duele un montón la cabeza. —Abrió los ojos—. ¿Qué ha sido de Camira?

—Está muerta —respondió Laura sin ninguna entonación en especial.

Berrigan bajó la cabeza un instante, con los ojos llenos de lágrimas.

—Se lo tiene merecido —logró decir. Su rostro se contrajo en una mueca de dolor—. Se lo tiene merecido. No me puedo creer, no me puedo creer que… —Rompió a llorar desconsoladamente.

—El duelo habrá de esperar —dijo Laura, poniéndose en pie—. Nuestros enemigos se nos echarán encima dentro de nada. —Miró a Trask con gesto grave—. Lo mejor que podéis hacer es llegar al Translocalizador y teletransportaros fuera de aquí. ¿Tenéis la llave?

—Por supuesto —respondió Trask—. ¿Qué posibilidades tenemos de plantar cara a nuestros enemigos antes de intentar acceder a la cámara?

Laura negó con la cabeza.

—Muy escasas. El viviblix cuenta con unos setenta zombis, quizá, bajo su control. A unos los trajo él y otros se han transformado aquí. Tienen al Asesino Gris, un narcoblix, un viviblix, un lectoblix, un psíquico, un par de licántropos y, lo peor de todo, un brujo llamado Mirav.

—Conozco ese nombre —aseguró Trask en tono grave—. Es de los viejos.

—El sol es nuestro mejor aliado contra él —dijo Laura—. Él no tolera la luz del día. Si le da el sol directamente, morirá. En cuanto llegaba el amanecer, se escondía en el sótano.

—Agad me contó que todos los brujos eran dragones —intervino Kendra.

—Mirav es un brujo de verdad —contestó Trask—, de modo que sí, antes era un dragón. Vino de la India. Es maléfico y un líder dentro de la Sociedad. Que esté aquí implica que la Sociedad está dedicando todos sus esfuerzos a esta misión.

—No vamos a poder contra un brujo y un ejército de zombis —dijo Tanu.

—Estoy de acuerdo —dijo Laura—. Por eso es por lo que tenéis que daros prisa para llegar al Translocalizador.

—¿Tú no vas a venir con nosotros? —preguntó Trask, extrañado.

Laura negó con la cabeza.

—Yo reuniré toda la ayuda que pueda y trataré de frenar su avance. Todavía me quedan algunos aliados. Confío en que podré eliminar el puente.

—Yo te ayudaré —se ofreció Berrigan fervorosamente.

—No —repuso Laura—. Será mejor si ayudas a los demás a llegar al objeto mágico. Por mi parte, conseguiré lo mismo contigo que sin ti.

Trask arrugó el ceño.

—Cuando hayas ejecutado tus planes para detener a nuestros perseguidores, ¿qué probabilidades tendrías de llegar hasta la pista de aterrizaje? Nuestro piloto podría sacarte de aquí.

—Ninguna —respondió Laura—. Yo era la encargada de esta reserva y no he sabido cumplir mi cometido. Haré todo lo que esté en mi mano para frenar a nuestros enemigos, para que vosotros podáis recuperar el objeto mágico. Todos sabemos que perder el Translocalizador sería una catástrofe. No abandonaré el desierto de Obsidiana. No quiero que me convenzáis de otra cosa. Decidle a vuestro piloto que se marche mientras haya esa posibilidad. Rápido, poneos en marcha, no tenemos un minuto que perder.

Trask se puso a sacar cosas de la parte trasera del todoterreno.

—Ya habéis oído a la señora: coged vuestro equipo y pongámonos en marcha. Elise, llama a Aaron y dile que despegue inmediatamente. Nosotros saldremos de aquí usando el Translocalizador, o no saldremos nunca.

Elise sacó un teléfono de satélite y empezó a marcar un número. Seth cogió su maleta, la puso en el suelo y la abrió. En el viaje no había llevado sus armas encima; las habían enviado por otras vías hasta Perth, donde las habían cargado en el jet privado. Encontró su espada y se la ciñó, y cogió también un cuchillo. Al mirar a Kendra, vio que su hermana estaba poniéndose la cota de adamantita que le habían dado los sátiros. La camisa, liviana y resistente, le había salvado la vida en Wyrmroost. Él agarró su kit de emergencias, que ahora iba en una bolsa de piel en lugar de en una caja de cereales, pero que seguía conteniendo toda una serie de artículos que podrían venirle bien. Tenía todavía la torrecilla de ónice y el leviatán de ágata que Thronis le había dado. Comprobó que llevaba también la petaquita de metal que le había dado Tanu, cuyo contenido le serviría para adoptar un estado gaseoso. Solo debía usar esta poción en caso de vida o muerte, pues Tanu había dudado de que el Translocalizador pudiese actuar en él si estaba en forma gaseosa. Kendra tenía una petaca idéntica.

Al echar un vistazo a un lado, Seth vio a Berrigan sentado en el suelo con las piernas cruzadas, anonadado.

—Será mejor que cojas tus cosas —le dijo.

El joven se lo quedó mirando.

—Mis mejores armas están en la casa. Además, ¿crees que aquí te va a servir de algo una espada?

—Pues claro, si encontramos algo en que clavarla.

Berrigan sonrió débilmente.

—¿Quién sabe a qué nos enfrentaremos en el interior de la Piedra de los Sueños? Sinceramente, prefiero una muerte limpia aquí fuera, bajo el cielo. Ahí dentro no sabremos si estamos dormidos o despiertos. Lo más probable es que nos encontremos en una retorcida combinación de ambas cosas.

—Tenemos que entrar ahí, así que será mejor que vayamos bien preparados.

—Pues prepara tu mente, no la espada —le aconsejó Berrigan—. Eres joven.

Seth se encogió de hombros.

—Y tú eres un flacucho.

Berrigan sonrió, esta vez de corazón.

—Me gusta tu actitud.

—Siento lo de tu hermana. Parecía una tía bastante divertida.

—Era muy divertida. No me puedo creer que fuese una traidora. ¿Podría ser que la hubieran puesto en un aprieto cuando estaba en la universidad?

—A lo mejor era todo cuestión de control mental. O tal vez era una bulbo-pincho o algo parecido.

Berrigan espantó las moscas que daban vueltas alrededor de su cabeza.

—Camira era alucinante. Frívola, testaruda, chinchosa, pero alucinante. Preferiría pensar que no fue una traidora.

—Una vez pensé que mi hermana Kendra había muerto. Otra vez creí también que estaba siendo desleal. Resultó que todo había sido una artimaña de la Sociedad.

Berrigan le tendió la mano. Seth se la cogió y le ayudó a ponerse de pie. Berrigan miró la Piedra de los Sueños entornando los ojos.

—Siempre me he preguntado qué habría dentro. Supongo que debería llevar al menos un cuchillo.

Trask sostenía ahora en las manos un objeto ovalado de hierro, aproximadamente del tamaño de una piña, con unas protuberancias irregulares en la mitad superior. Su postura indicaba que pesaba bastante. Laura y Vincent estaban inspeccionando con gran interés la extraña llave.

—Será mejor que te des prisa —le instó Laura.

Trask se acercó arrastrando los pies hasta el hueco de la pared de la Piedra de los Sueños, aupó el huevo para encajar la parte superior en la hendidura y lo movió hasta que la llave quedó insertada correctamente. Entonces, rotó el huevo de hierro hacia la derecha. Cuando lo hubo girado media vuelta, la mitad superior de la llave se desprendió. Sin soltar todavía la mitad inferior, descubrió que dentro había alojada otra llave con forma de huevo, de menor tamaño.

—Es como una matrioska —murmuró Elise.

—¿Una qué? —preguntó Seth.

—Una de esas muñecas rusas de madera que se guardan una dentro de la otra —le explicó.

—Ah, es verdad.

—¿Dónde está la puerta? —preguntó Kendra. La llave había girado, pero no había aparecido ninguna abertura.

—No estoy segura —murmuró Laura.

Trask sacó la llave más pequeña de la mitad inferior de la grande.

—¿Hay otra cerradura? Esta llave tiene dientes en la parte de arriba, igual que la primera.

Berrigan negó con la cabeza.

—El resto de la roca es totalmente liso.

Mara estaba examinando con atención la ancha superficie de la pared.

—Desde aquí no se ve nada. Deberíamos examinarla entera.

Laura volvió a toda prisa al jeep que había conducido.

—Yo iré por la izquierda, vosotros id por la derecha. Tocad el claxon si encontráis algo.

Trask dejó caer al suelo la concha vacía de hierro y se llevó el huevo más pequeño al otro todoterreno sin necesidad de grandes esfuerzos. Todos se apiñaron en los jeeps en los que cada cual había venido.

Seth escudriñó la pared absolutamente lisa de la piedra en busca de alguna irregularidad mientras su todoterreno aceleraba. Miró arriba y abajo, pero si la segunda cerradura estaba en lo alto, no tenía ni idea de cómo podrían llegar hasta ella. No había agarres para escalar, ni árboles cerca, ni tenían a mano ninguna escala.

Doblaron por una esquina a toda velocidad y continuaron por el costado de la Piedra de los Sueños, dando botes por el terreno irregular. Ninguno de ellos detectó muescas de ningún tipo, ni oyeron ningún aviso del otro todoterreno.

Al doblar por la siguiente esquina de la otra punta de la piedra, Mara señaló una gran abertura, delante de ellos. El otro todoterreno apareció por el extremo del otro lado y ambos se juntaron en la entrada de un túnel.

—Una cerradura gigantesca —soltó Seth.

—La primera llave sí que abrió una puerta —dijo Berrigan—. Justo en la otra punta de la Piedra de los Sueños.

—La siguiente cerradura estará en algún punto de aquí dentro —añadió Trask—. Preparaos.

Seth y el resto del grupo se bajaron de los todoterrenos. Cada uno de ellos comprobó su equipamiento. Kendra se acercó a Seth por un lado.

—¿Ya te estás divirtiendo? —le preguntó.

—Un poquillo. Estoy deseando que los zombis nos alcancen. Lo mejor hasta ahora ha sido cuando los atropellamos.

Kendra meneó la cabeza.

—Deberíamos preguntarle a Tanu si tiene alguna poción para curar la estupidez.

—Tengo la esperanza de conseguir otra mano de zombi. ¡No me puedo creer que tirase aquella!

Kendra puso los ojos en blanco.

El chico observó la oscura entrada al túnel. Tenía el ancho justo para que cupiese una persona que anduviera erguida. El suelo del angosto pasadizo estaba en pendiente y se perdía de vista. Puede que Seth fuese inmune al miedo cuando se debía a algún sortilegio, pero seguía sintiendo las emociones naturales de cualquier persona. El temor y la angustia le estaban poniendo enfermo; sin embargo, reprimiendo un escalofrío, puso cara de impasibilidad. De ningún modo iba a permitir que su hermana notase su angustia.

Trask avanzó a grandes pasos hasta la boca del túnel y miró a los demás.

—No pensábamos que íbamos a entrar en la cámara secreta de esta manera. Hay prisa, estamos cansados y actuamos bajo presión. La parte buena es que no tenemos mucho tiempo para estresarnos con esta situación. Podemos hacerlo. Hemos reunido a un equipo perfecto, y vamos todos bien equipados. Yo estoy listo. Adelante.

Laura se puso de pie en su todoterreno.

—Yo me marcho. Buena suerte.

—Laura —la llamó Trask—. No renuncies fácilmente a tu vida. Conoces esta reserva. Haz lo que puedas por detener a nuestros enemigos y luego huye.

—No tengo ninguna prisa por morir. —Dio la vuelta con el todoterreno y, pisando el acelerador, se alejó.

Tanu se acercó a Trask.

—Si vas a ponerte tú en cabeza, permíteme que me encargue yo de la llave.

Trask le pasó el huevo de hierro a Tanu, se descolgó del hombro la enorme ballesta y encabezó la marcha por el interior del túnel. Entraron en fila india: Vincent, Mara, Berrigan, Tanu, Kendra, Seth y, al final, Elise.

Al igual que el exterior de la Piedra de los Sueños, el techo, las paredes y el suelo del pasadizo eran de obsidiana totalmente lisa. Seth no dejaba de lanzar miradas atrás, hasta que perdió de vista la entrada. Elise vigilaba la retaguardia, con su compacta ballesta en ristre.

—¿De dónde viene la luz? —preguntó Mara.

Hasta que oyó esa pregunta, Seth no se había dado cuenta de que aunque ninguno de ellos llevaba aún linterna, el pasadizo estaba iluminado por un resplandor constante. No veía por ninguna parte la fuente de esa luz.

—Este lugar es un sitio sobrenatural —dijo Berrigan.

El pasillo empezó a dibujar curvas a un lado y a otro. Primero a la izquierda, después a la derecha, luego hacia abajo, después hacia arriba y hacia la izquierda, luego hacia abajo y a la derecha, y así sucesivamente. Al poco rato, Seth había perdido por completo la noción de en qué dirección se desplazaban respecto del punto por el que habían entrado. El pasillo no se bifurcaba en ningún momento. Las dos únicas alternativas eran, o seguir hacia delante, o volver hacia atrás.

Seth permanecía en tensión, acariciando mientras andaba la empuñadura de la espada. Al cabo de varios minutos, Trask dijo:

—¿Qué tenemos aquí?

—¡Esto tiene que ser una broma! —añadió Vincent.

Seth se puso de puntillas y se asomó a un lado y a otro para intentar ver a qué se referían, pero el pasillo era demasiado estrecho y había demasiadas personas entre él y Trask. Conforme avanzaba, el túnel fue ensanchándose, de modo que los demás empezaron a desplegarse. Enseguida Seth pudo ver de lo que hablaban: un callejón sin salida.

Después de ensancharse, el pasillo terminaba en una pared curvilínea. Mara, Vincent y Trask estaban registrando el fondo del pasillo y las paredes de alrededor. Tanu encendió una linterna, pero ni aun así consiguió encontrar nada.

—Hemos debido de pasarnos algún ramal —sugirió Elise, mirando hacia atrás.

—El pasillo llega hasta aquí sin interrupciones desde la entrada —replicó Mara con serena seguridad—. No había aberturas ni en el techo, ni en las paredes, ni en el suelo: ningún tipo de ruta alternativa.

—Yo no vi ningún otro camino —añadió Trask—. Debe de haber algún pasadizo secreto.

—¿Ninguno detectasteis alguna cerradura? —preguntó Kendra.

—Yo no vi nada —respondió Mara. Suspiró—. A lo mejor estaba disimulada.

—Usad las manos y los ojos —dijo Vincent—. Palpad en busca de cualquier mella o hueco.

Registraron el área del fondo del pasadizo. El techo era tan bajo que casi todos llegaban a tocarlo. Buscaron con gran diligencia, pero no hallaron nada.

—La cerradura podría estar en cualquier lugar del pasadizo —dijo Trask finalmente.

—Aquí no hay nada —confirmó Vincent.

—Ese pasillo era larguísimo —señaló Elise.

—Entonces más vale que nos pongamos manos a la obra —dijo Trask—. No nos olvidemos de quién nos está persiguiendo. Mantened los ojos abiertos.

Trask volvió a ponerse en cabeza, y los demás le siguieron en el mismo orden que antes. Seth iba deslizando las manos por la brillante pared. ¿Cómo podrían haber camuflado los creadores de esta cámara secreta la siguiente cerradura? ¿Podría ser que estuviese tapada con una trampilla? ¿O que la protegiese algún hechizo distractor?

—¿Kendra? —preguntó.

—¿Sí?

—Si la cerradura está protegida mediante algún tipo de hechizo distractor, quizá tú seas la única capaz de verla.

—Buena observación, Seth —dijo Trask desde el principio de la fila—. Mantén los ojos bien abiertos, Kendra.

—Eso procuro hacer.

Retrocedieron lentamente por el pasillo durante unos minutos sin encontrar nada sospechoso.

—Aquí hay algo que no me encaja —murmuró Mara.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Trask.

—No me parece que estemos desandando realmente el camino por el que vinimos.

—El túnel carece de bifurcaciones —le recordó Trask.

—Eso es lo que no me gusta —dijo Mara.

—Solo da la sensación de que es diferente porque vamos con más cuidado —dijo Vincent.

—No estoy de acuerdo —replicó Mara.

Seth acarició las paredes en busca de alguna grieta o filo, o de cualquier cosa fuera de lo normal. Arrastraba los pies como si quisiera palpar el suelo, aun cuando Vincent iba ya a gatas examinando el piso del pasillo mucho más de cerca. Tenía que haber algo que estaban pasando por alto.

—Oh, no —dijo Trask.

—¿Qué? —preguntó Elise desde atrás.

—Imposible —se quejó Vincent.

—Otro callejón sin salida —respondió Trask.

Seth notó que se le erizaba el vello de la nuca.

—¿Qué quieres decir con «otro callejón sin salida»? —le desafió Elise.

—Este lugar es sobrenatural —repitió Berrigan con voz temblorosa—. Hemos dejado atrás el mundo real. No debería sorprendernos nada. ¿Os parece esto más extraño que el que haya luz sin que sepamos de dónde viene?

Seth continuó avanzando hasta que pudo ver lo mismo que los demás. Nuevamente, el pasillo se ensanchaba para, de repente, terminar en un fondo curvo.

Mientras Vincent y Mara registraban las paredes y el techo, Trask se quedó vigilando la zona con una mano en la cintura y la otra sosteniendo la enorme ballesta.

—No perdamos tiempo aquí —dijo Trask—. Permaneced atentos, pero mantened el ritmo. Mara, avísame si vuelves a notar que el camino ha cambiado.

Continuaron con mayor premura. Al cabo de como mucho un par de minutos, Mara dijo que el camino le parecía diferente. Un poco después, llegaron a otro callejón sin salida, casi idéntico a los dos anteriores.

—Estoy empezando a sentir mi primer episodio de claustrofobia —declaró Vincent, con la cara brillante de sudor.

—Un sitio genial para una primera vez —dijo Trask.

—Yo creo que estamos progresando —comentó Mara, olisqueando el aire—. Solo que no a la manera en que estamos acostumbrados.

—Entonces, prosigamos —les instó Trask.

Llegaron a varios callejones sin salida más. De vez en cuando, una pendiente empinada o una sospechosa serie de curvas a un lado y a otro le dejaron claro a Seth que el pasadizo cambiaba constantemente, aun cuando ellos tuviesen la sensación de estar avanzando y retrocediendo entre los dos mismos extremos todo el tiempo.

Por fin, Trask soltó una carcajada de alivio.

—Mirad esto, parece que hemos encontrado otro sitio.

El pasadizo se ensanchaba otra vez, lo que les permitía separarse de nuevo, pero en esta ocasión se abría a una cámara muy espaciosa. Se detuvieron en el umbral y contemplaron la enorme sala. Al igual que en los túneles, una luz uniforme la iluminaba, todavía sin un origen aparente. La pared de delante de ellos era curvilínea; el suelo, semicircular; el techo, media cúpula.

Justo delante de ellos se veía una gran estatua dentro de una hornacina, flanqueada por dos pilas de granito. Esculpida en una piedra verdosa, la figura tenía la cara alargada y los rasgos exagerados, y blandía un garrote plano y curvo. Una extensión lisa de barro verdoso dominaba la sección más próxima del suelo, bordeada con baldosas de dibujos geométricos azules y negros. El resto del suelo era de obsidiana pulida, totalmente liso salvo por unas muescas en círculo cerca del centro.

—No hay puertas —dijo Vincent—, pero la cerradura del suelo parece ser del tamaño correcto.

Seth dio unos pasos al frente y usó un dedo para marcar el barro verdoso.

—¿Qué tendrá de especial todo este barro? —se preguntó, extrañado—. Está húmedo.

—¿A lo mejor es para dibujar? —tanteó Kendra—. Como una tablilla prehistórica para pintar, pero en gigante, ¿no? ¿Como para dibujar mapas?

Vincent se encogió de hombros.

—¿Quién sabe? Yo no veo ninguna indicación para pintar.

—¿Qué suponéis que pasaría si retrocediésemos desde aquí? —preguntó Trask.

—Que nos encontraremos con más callejones sin salida —dijo Mara—. No creo que este lugar nos permita regresar. ¿No lo notáis? Cada callejón sin salida nos corta el camino de vuelta y nos obliga a entrar cada vez más dentro, como si nos estuvieran tragando.

—Eso no alivia mucho mi claustrofobia —farfulló Vincent.

—Podríamos retroceder sobre nuestros pasos a ver qué pasa —continuó diciendo Mara—, pero no estoy segura de que después dispusiéramos de otra oportunidad para llegar a esta sala. Seguramente la cerradura es el siguiente paso.

Tanu avanzó.

—Los demás esperad aquí.

Rodeó el lecho de barro bordeado con baldosas para llegar al surco del suelo. Poniéndose en cuclillas, observó con atención la llave de hierro, analizó las muescas circulares, introdujo la llave, la acopló bien y la giró dándole media vuelta.

Un leve temblor hizo vibrar el suelo. Dos caños salieron de repente de la pared próxima a la estatua y comenzaron a echar agua en las pilas. La estatua levantó muy alto el garrote curvo, como si se dispusiera a golpear con él. Tanu desechó una concha vacía de la llave y se puso debajo del brazo un huevo de hierro de menor tamaño.

Todos miraban atentamente la estatua, esperando para ver si atacaba, pero había dejado de moverse después de izar el garrote. Seth miró al suelo, a la capa de barro, y vio unas palabras escritas con unos caracteres que no reconocía.

—¡Mirad el barro! —exclamó—. ¡Un escrito!

—«Formad un paladín. El tiempo vuela» —leyó Kendra.

—¿Sabes leer sánscrito? —preguntó Vincent—. ¿O chino?

—Sé leer inglés —respondió Kendra—. Y también algunos garabatos.

—Debe de estar en un idioma de las hadas —dijo Trask—. El mensaje se repite en varias lenguas. ¿Qué quiere decir?

—Las pilas deben de ser clepsidras —contestó Elise—. Relojes de agua.

—El barro —dijo Vincent—. Debe de ser el barro. —Corrió hacia delante y hundió las manos en el barro húmedo, hasta las muñecas, y entonces se puso a hacer un hoyo, alternando en el proceso parte del escrito—. Esto es un charco de barro. Una poza. Creo que tenemos que modelar un paladín con el barro para que pelee con la estatua.

—Yo era un negado en clase de Plástica —farfulló Trask—. ¿Quién sabe trabajar con barro?

—Yo tengo un poco de experiencia —dijo Elise.

—Yo también —se brindó Mara.

—Mara y Elise modelarán a nuestro guerrero —ordenó Trask, con la voz tensa—. Los demás nos pondremos a sacar barro para que ellas vayan usándolo, y haremos lo que nos digan. ¿De cuánto tiempo disponemos?

Mara cruzó la sala a toda velocidad para mirar dentro de las pilas. Vincent ya estaba sacando barro del charco con vigor y apilándolo a poca distancia. Berrigan saltó al barro, hundiéndose hasta los tobillos. Se hincó de rodillas y empezó a sacar barro cogiéndolo con los brazos. Mara observó un instante las pilas.

—Diez minutos —dijo desde el fondo de la sala—. Once, tal vez. Siempre asumiendo que el agua caiga a un ritmo constante.

Tanu depositó a un lado el huevo de hierro y entró en la poza de barro, hundiendo profundamente sus pies morenos. Seth vadeaba por el barro junto con Trask y Kendra. La capa superior tenía un tacto blando, como de cieno, pero el barro adquiría consistencia a unos diez centímetros de profundidad. Cogió dos puñados de barro resbaloso de la blanda capa superior y fue echándolos hacia el montón de Berrigan, que crecía rápidamente.

—¿Qué aspecto queremos que tenga? —preguntó Elise.

Nadie respondió durante unos instantes.

—Hacedlo como Hugo —propuso Seth—. No bonito, solo grande.

—Me gusta eso —coincidió Trask—. Hacedlo fornido. Con los brazos y las piernas anchos. Más grande que la otra estatua, si podemos.

—Vamos a tener que modelarlo tendido —dijo Mara—. Si no, se nos deshará.

Berrigan había quitado la mayor parte del barro blando de su zona y estaba valiéndose de su cuchillo para cortar trozos de gran tamaño de la materia más consistente. Al ir excavando, pronto quedó claro que el barro alcanzaba una gran profundidad. Rápidamente obtuvieron tres montículos en la orilla de la poza de lodo. Elise y Mara iban cogiendo de la montaña más grande para modelar los pies y las piernas. Tanu se puso a transportar pesadas cargas de barro desde los otros montículos hasta el más grande.

Pasados varios minutos, con los brazos de color gris verdoso, pues los tenía cubiertos de barro hasta los codos, Vincent fue a comprobar cómo iban las pilas.

—Tienen agua hasta más de la mitad —anunció—. Será mejor que colabore a modelar la figura. Tanu, ayúdame a llevar más barro a nuestro paladín. ¡No dejéis de sacar barro fresco!

—Ya lo habéis oído —gruñó Trask, y utilizó una espada para extraer otro enorme bloque verduzco.

Seth se fijó en que Berrigan era el más rápido sacando barro. El joven trabajaba en silencio, incansablemente, transportando con sus delgados brazos unas cargas más grandes de lo que Seth habría imaginado. A Seth le ardían los músculos. Recogía el barro al mejor ritmo que podía, recordándose que cada denso terrón añadiría masa a su defensor. No era tan eficaz como Berrigan o como Trask, pero transportaba más material que Kendra.

Elise y Mara estaban modelando los brazos; Tanu añadía volumen al torso, y Vincent parecía estar creando un gran martillo. ¡Puede que el guerrero de barro cobrara forma al fin y al cabo!

—Comprueba las pilas, Kendra —dijo Vincent.

Ella corrió a la otra punta de la sala.

—Están casi llenas, como unos siete octavos. Solo nos quedan un par de minutos.

—Berrigan puede seguir extrayendo barro —gritó Vincent, que colocó el asa del gran martillo de guerra en la burda palma derecha—. Todos los demás deberíamos ponernos a trabajar en el guerrero. Tenemos un montón de barro amontonado, ¡traedlo aquí! Nos conviene esculpir un escudo para el brazo izquierdo, y las piernas han de ser más gruesas. Haced los pies más grandes para que tenga estabilidad. ¡Deprisa!

La poza de barro había quedado excavada hasta la cintura casi por completo. Seth se aupó para salir y empezó a llevar barro de los montículos a las piernas, para que fueran más fornidas. Mientras añadía barro al barro ya existente apretándolo con las manos, se preguntó cuánto tiempo sobreviviría su guerrero. Al fin y al cabo, la otra estatua era de piedra maciza. ¿No partiría sin ningún problema al paladín de barro con su garrote? ¿Qué podía hacer una maza de barro contra la piedra?

Kendra se quedó junto a las pilas. La estatua se erguía amenazante a su lado, casi el doble de alta que ella.

—Están casi llenas —dijo desde allí—. Tal vez quince segundos más.

—Apártate de la estatua —ordenó Trask.

—¡No os preocupéis mucho por la cabeza! —indicó Vincent con vehemencia—. Me gusta sin mucho cuello. Más recio. ¡Poned más en los hombros! ¡Rápido!

Kendra cruzó la sala a toda prisa desde las pilas. Seth añadió otro pedazo de barro al pie izquierdo. Mara estaba encorvada encima de la cara, haciendo el hueco de los ojos y dando forma a una nariz.

Cuando Seth oyó que el agua se derramaba al rebosar las pilas, un viento repentino barrió la sala con una fuerza sorprendente. Tambaleándose, el chico tuvo que inclinar el cuerpo contra el vendaval para no perder el equilibrio.

El viento cesó tan rápidamente como había comenzado, y la estatua del otro lado de la sala salió de la hornacina. La voluminosa figura del suelo se incorporó hasta quedar sentada, pero ya no era de barro. Al igual que la otra estatua, el paladín que habían modelado estaba ahora hecho de piedra maciza de color verdoso.

—Debería tener un nombre —dijo Mara.

—Goliat —sugirió Elise.

—Me gusta —dijo Vincent.

—¿Cómo deberíamos llamar a la otra estatua? —preguntó Tanu.

—Nancy —dijo Seth rápidamente.

Vincent y Trask se rieron.

Goliat se puso en pie tambaleándose. Tenía la cabeza algo cuadrada, sin cuello. Una de sus fornidas piernas era un pelín más corta que la otra. Los dedos del pie derecho eran demasiado largos y tenían forma de zanahorias. Ahora que Goliat estaba de pie, los brazos se le veían un poco regordetes y cortos, aunque gruesos. Uno de los antebrazos llevaba enganchado un escudo rectangular y la otra mano sostenía una pesada maza de piedra. Como no habían alisado adecuadamente el barro, toda su superficie estaba cubierta de bultos y placas irregulares, lo cual acentuaba su aspecto de estatua toscamente labrada. Goliat no era tan alto como Nancy, que tenía una larga mandíbula y la frente alta, pero tenía los hombros a la misma altura y era un poco más ancho.

Mientras las estatuas se acercaban entre sí, Trask se los llevó a todos hacia la entrada. Tanu recogió del suelo la llave con forma de huevo. Seth iba andando de espaldas para poder ver a los dos contrincantes, que parecían estar midiéndose mientras se desplazaban con cautela, con las armas en ristre. Como trabajo de Plástica, Goliat era un desastre. Parecía hecho al tuntún por un niño que no hubiese puesto especial cuidado en su obra. Sin embargo, como combatiente diseñado para aplastar estatuas enemigas, tenía potencial.

—¿Podemos ayudar a Goliat? —preguntó Seth.

—No creo que nuestras flechas y espadas vayan a servirle de mucho —respondió Trask—. Si hubiese traído un mazo conmigo, podría ser otro cantar.

—¿No podríamos crear alguna distracción? —preguntó Elise.

Trask se encogió de hombros.

—Podríamos acabar convertidos nosotros en el tipo equivocado de distracción. La estatua guardiana podría aprovechar nuestra integridad física para forzar a Goliat a cometer errores. Veamos cómo se las arregla nuestro paladín. A lo mejor su corpulencia le da algo de ventaja.

Las estatuas caminaron en círculo mirándose fijamente y quedó claro que Nancy estaba más equilibrada y, por tanto, se movía con mayor fluidez. La estatua enemiga puso a prueba a Goliat cambiando con brusquedad de dirección en varias ocasiones y haciendo pequeños amagos de ataque. Dado que Goliat les había quedado un tanto torcido, no lo tenía fácil para cambiar de dirección de un modo fluido. Nancy aprovechó el momento en que Goliat se tambaleaba al apoyar todo su peso en la pierna corta para lanzarle su primer ataque. La estatua enemiga se abalanzó hacia delante rápidamente, describiendo con el garrote plano un semicírculo malintencionado. Al chocar con violencia contra la cabeza de Goliat, el garrote se partió, quedando reducido a menos de la mitad. Como revancha, Goliat impulsó el brazo del escudo, que chocó con gran estrépito de piedra contra piedra. Nancy dio unos tumbos marcha atrás. Goliat fue tras él.

Seth hizo bocina con las manos alrededor de la boca y le lanzó vítores.

Sin mirar hacia él, la estatua enemiga lanzó en dirección a Seth lo que le quedaba del garrote. Mara saltó hacia delante y empujó a Seth al suelo, de modo que el garrote partido les pasó volando por encima, cortando el aire, antes de caer y rebotar con gran estrépito por el pasillo.

Desde el frío y duro suelo, Seth observó a Goliat, que blandía su maza en lo alto trazando unos cuantos círculos, mientras Nancy se las ingeniaba para esquivar los golpes con ágiles movimientos de piernas. Goliat no cejaba en su acoso, blandiendo agresivamente la maza. La estatua enemiga trataba de aprovechar cualquier ocasión entre golpe y golpe, colando puñetazos y patadas. El contraataque de Nancy resultó inútil, pues solo le alcanzaba sin mucha fuerza antes de verse obligada a esquivar el siguiente mazazo.

Goliat aprovechó su ventaja sin ceder un ápice, persiguiendo a la estatua enemiga por toda la sala, maniobrando siempre de tal manera que su adversario permaneciese en todo momento lejos de la entrada al pasadizo. Seth contemplaba el combate con los puños apretados, y su angustia iba en aumento al ver que Nancy conseguía eludir todos los golpes de Goliat. ¿Qué harían si perdía? De ninguna manera podrían hacer frente a esa enorme y ágil estatua: los haría papilla sin ningún problema.

En un momento en que Goliat blandió su maza, Nancy, en lugar de esquivar el golpe se dejó alcanzar. La maza le dio e hizo añicos la mitad superior de su cabeza, que saltó por los aires como una lluvia de piedrecitas. Pero mientras recibía aquel golpe, la estatua enemiga le propinó a Goliat una fuerte patada en el tobillo de la pierna corta, lo que le hizo perder el equilibrio y caer despatarrado.

Nancy se hincó de rodillas con fuerza, encima de la muñeca de la mano que sostenía la maza, y le arrebató el arma; entonces le cortó la cabeza a Goliat con un mazazo temible. La cabeza, tosca y cuadrada, rebotó y rodó por el suelo; Seth pensó que parecía un dado. A medio levantar, moviéndose con una velocidad y una agilidad alarmantes, la estatua enemiga atizó otro mazazo brutal a Goliat en la cadera. Este trató de quitarle la maza, pero Nancy se apartó de él dando un salto.

Decapitado y con un montón de grietas cubriéndole la zona de la cadera derecha, Goliat se puso en pie. La estatua enemiga empezó a dar vueltas a su alrededor, inclinando hacia él la maza con actitud amenazante. Cuando Nancy se abalanzó para atacarle, Goliat se lanzó a su encuentro, con el escudo en alto. La maza descendió despiadadamente hacia él, silbando, destrozando el escudo y deshaciéndole el antebrazo desde el codo. Goliat utilizó el brazo bueno para golpear a la estatua enemiga en el pecho. Nancy cayó de espaldas, pero se puso a cuatro patas mientras el otro se lanzaba a la carrera, al ataque. La maza de piedra chocó una vez más contra la cadera derecha de Goliat; la cabeza del arma saltó por los aires, pero Goliat se había quedado sin pierna derecha. La estatua enemiga lo empujó y lo lanzó de espaldas.

—Estamos acabados —gimió Vincent.

—La cerradura —dijo Kendra, señalando algo.

Todos los ojos se volvieron hacia la hornacina del fondo de la sala en la que Nancy había estado inicialmente. En la parte más profunda de la hornacina se veían unas muescas circulares, un poco más pequeñas que la hendidura del suelo.

—Bendita seas —le dijo Trask a Kendra, y dejó en el suelo la ballesta para arrebatarle a Tanu la llave con forma de huevo.

—Yo soy más rápida —dijo Mara.

—Si no cargas con una cosa que pesa veinte kilos —repuso Trask precipitadamente. Abrazando la llave de hierro como si fuese un balón de fútbol, echó a correr hasta la otra punta de la sala.

La estatua enemiga se dio cuenta de inmediato, se volvió, dándole la espalda a Goliat, y se apresuró a cortarle el paso a Trask. Seth contuvo la respiración. Cuando Nancy estaba ya a poca distancia de Trask, este viró hacia la derecha, obligando a la enorme estatua a cambiar de rumbo. Entonces, en el último instante, Trask volvió a doblar hacia la izquierda, escapando por los pelos de las manos tendidas de la estatua, que se abalanzaba sobre él.

Goliat estaba en esos momentos gateando por el suelo como un cangrejo maltrecho, valiéndose del brazo bueno, del brazo cortado y de la pierna que le quedaba. Mientras la estatua enemiga se recuperaba de su infructuosa persecución, Trask corrió como un loco hasta la hornacina. Nancy apretó el paso para tratar de apresarlo, pero antes de que pudiera lograr su objetivo, Goliat se arrojó contra él y atenazó a Nancy por las piernas con sus gruesos brazos. La estatua enemiga se dio un trompazo contra el suelo, y entonces empezó a patear y agitarse para intentar liberarse, pero Goliat le tenía fuertemente cogido.

A una docena de pasos de distancia, Trask llegaba a la hornacina y metía el huevo de hierro en el hueco. Después de probar en diferentes posiciones unos segundos, consiguió que encajase en su sitio y le dio media vuelta.

Al instante, tanto Nancy como Goliat se desmoronaron y quedaron convertidos en polvo. Desde la poza de barro se elevó una nube verde llena de gránulos. El suelo tembló, al tiempo que una ráfaga de viento barría la sala, como para soplar aquella polvareda y hacerla desaparecer. Trask volvió de la hornacina cargado con un huevo de hierro más pequeño.

—La poza de barro es ahora una escalera —informó Vincent, de pie en el borde y mirando hacia abajo.

Trask se puso el huevo de hierro en la palma de la mano y flexionó el brazo hacia dentro.

—Y yo os digo que nuestra llave pesa ahora menos de doce kilos.

—¿Te lo estás pasando bien ya? —le preguntó Kendra a Seth.

—¿Al ver a unas estatuas gigantes hacerse picadillo a base de porrazos? No se me ocurre nada más bello.