29

Los prisioneros

-Apuesto a que creías que no te iba a tocar pagar —dijo Newel, masticando una pieza de fruta.

—Digamos que me alegro de que obtuvieseis vuestra recompensa —replicó Seth.

—¿Querrás, por favor, confirmar que Stan no pone pegas a la nueva tecnología? —quiso asegurarse Newel, lanzando una uva al aire para cogerla con la boca.

—¿De verdad pensáis que deberíamos decírselo? —preguntó Seth.

—Firmamos un acuerdo legítimo —dijo Newel—. No me haría ninguna gracia que Stan nos confiscase el generador y la pantalla plana. Nuestra petición es justa. Es preciso que esté de acuerdo desde el primer momento.

—¿Y si Stan prohíbe el trato? —preguntó Doren—. ¿Y si le da por querer cambiar los términos? ¿Y si nos da un certificado?

—Pues le plantamos cara —respondió Newel—. Los términos son inamovibles. Seguimos a Seth hasta el fin del mundo y nos enfrentamos a unos demonios increíblemente horrendos.

—De lo más antiestéticos —convino Doren, poniendo cara de asco—. Y duros. Sin ayuda de nuestros ástrides, habríamos acabado hechos papilla.

—Bobadas —espetó Newel—. Esos ástrides sobrevivieron por los pelos gracias a nuestra heroica intervención. No lo olvides.

—Haré lo que pueda con mi abuelo —dijo Seth—. He de irme, mis padres me están esperando. Deberías parar con las uvas, vais a quitaros el apetito.

—¿Quitarme yo el apetito? —exclamó Newel—. ¿Comiendo fruta? ¡Seth, yo pensaba que nos conocías!

—Newel tiene razón —concedió Doren—. Podríamos zamparnos cada uno un pastel de carne y, aun así, no acabaríamos con nuestro apetito.

—Ya hablaremos luego —dijo Seth—. Kendra y Warren me están esperando.

Seth y Kendra apenas acababan de llegar a Espejismo Viviente. Unos días atrás la Esfinge había utilizado el Translocalizador para viajar hasta su reserva secreta en compañía de Trask y de Warren, para preparar a sus subalternos para la rendición. Warren había vuelto enseguida con la noticia de que sus amigos y familiares estaban a salvo. También les había comunicado que los padres y abuelos de Seth habían insistido en que los chicos aguardasen a que Agad se hiciera con el mando de Espejismo Viviente antes de viajar allí.

Una vez que los dragones hubieron eliminado la insuficiente línea de retaguardia que habían dejado los demonios en la isla Sin Orillas, Agad no tardó mucho en sellar el santuario de las hadas. El brujo y los dragones habían combinado esfuerzos y habían usado un hechizo impresionante para trasladar la enorme cúpula que había cobijado la puerta de acceso a Zzyzx, y la colocaron justo encima del santuario. En cuanto la situación en la isla Sin Orillas quedó estabilizada, Agad y la mayor parte de los dragones que le habían acompañado habían partido rumbo a la quinta reserva secreta.

Ahora que Agad se había impuesto como nuevo encargado de Espejismo Viviente, Kendra y Seth habían recibido autorización por fin para usar el Translocalizador y presentarse allí. También habían ido Hugo, los sátiros, Vanessa y Bracken. La reina de las hadas se quedó en la isla Sin Orillas con su pueblo, dispuesta a heredar la antigua prisión de los demonios para convertirla en su nuevo hogar.

—¿De qué hablabais? —preguntó Kendra.

—Les prometí unas cosillas a los sátiros —dijo Seth—. Querían estar seguros de que les daré lo prometido.

—¿Y qué les prometiste?

—Un televisor de verdad solo suyo. Me parece que se lo han ganado.

—¿Lo sabe tu abuelo?

Seth negó con la cabeza.

—Pues que tengas suerte.

Warren llevó a Kendra y a Seth por un pasillo suntuosamente decorado, hasta una ornamentada puerta. Las plantas superiores del Gran Zigurat estaban todas lujosamente amuebladas. Llamó con los nudillos. De repente, Seth se sintió nervioso. Hacía mucho tiempo que no veía a sus padres. Quería saber cómo llevaban el haberse visto forzados a entrar en el mundo de criaturas mágicas que Kendra y él habían descubierto hacía dos veranos.

Abrió su padre. Tenía buen aspecto, quizás un poco más delgado.

—Son los niños —anunció, y su rostro se cubrió con una gran sonrisa. Mientras miraba a Kendra, se le llenaron los ojos de lágrimas. La envolvió en un abrazo inmenso y la meció a un lado y a otro.

—Hola, papi —dijo ella, apoyando la cabeza en su hombro.

Seth puso los brazos en jarras.

—Claro, como pensabais que estaba muerta, toda la atención se la dedicáis a Kendra. Pero que sepáis que yo he estado a punto de morir en varias ocasiones. ¡Seguramente más veces que ella!

—A ti también te queremos, hijo —dijo su padre, abrazando aún a Kendra.

Su madre apareció corriendo y la abrazó, al tiempo que sollozaba presa casi de un ataque de histeria. Finalmente su padre rodeó a Seth con un brazo.

—Me han dicho que te comportaste como un héroe —dijo.

—Seguro que han exagerado —respondió el chico—. Sí que me las apañé para matar a dos de los demonios más poderosos que hayan existido jamás. Me vengué prácticamente en nombre de toda la humanidad de los villanos que abrieron Zzyzx. Ojalá hubieses estado allí con la cámara de vídeo.

—Tengo entendido que Kendra también aportó su granito de arena —añadió su padre.

—Sí, tiene la costumbre de hacer todo lo posible por detenerme. Ese día casi todo me salió bien. Pero ¿sabes lo que no conseguí? No maté al rey de los demonios. Una vez más, Kendra me eclipsó.

—Me han contado que lo hizo con la espada que encontraste tú —dijo su padre.

—¡Eso es lo que trato de explicarle a todo el mundo! ¡Por fin hay alguien que lo entiende! Creo que mamá va a asfixiar a Kendra.

Su madre oyó el comentario y corrió hacia él para abrazarle con todas sus fuerzas.

—Eh, mamá —gruñó Seth—. Veo que no me equivocaba con lo de la asfixia.

—Entrad —los invitó su padre, estrechándole la mano a Warren.

Seth no podía creer que sus padres estuviesen alojados en una habitación tan lujosa. Desde las obras de arte que decoraban las paredes hasta los suntuosos cortinajes, pasando por los increíbles tapices y los muebles con incrustaciones de gemas preciosas, la habitación entera parecía diseñada para hacer alarde de una riqueza ilimitada.

—¿Sabéis que nosotros hemos tenido que ocupar una tienda de campaña? —se quejó Seth.

—Hasta que regresó la Esfinge, hace unos días, nosotros tampoco estábamos precisamente en un aposento de lujo —le recordó su padre.

Los abuelos Larsen entraron desde una habitación adyacente.

—Me había parecido oír unas voces —dijo la abuela Larsen.

De repente, Seth comprendió por qué se habían emocionado tanto sus padres al ver a Kendra. Aunque sabía que en realidad sus abuelos Larsen no estaban muertos, no había entendido del todo lo real que era aquella noticia hasta ese instante.

Corrió hacia la abuela Larsen y se abrazó a ella.

—¿Qué ha sido de mi pequeño Seth? —exclamó ella—. No me puedo creer lo alto que estás.

—Y yo no me puedo creer lo viva que estás —respondió él, con la nariz taponada de llanto.

Kendra estaba abrazando a su abuelo Larsen.

—Qué valientes habéis sido al haber estado tanto tiempo aquí metidos —dijo Kendra—. Ha debido de ser espantoso.

—Y todo para nada —bromeó el abuelo, que se rio—. Menudo desastre en el que os metí. Puede que como espía haya sido un fracaso, pero tengo entendido que vosotros dos habéis continuado con la tradición de la familia Sorenson.

—Os jugasteis la vida por nosotros —dijo Seth, abrazando a su abuelo Larsen—. Tengo la mejor familia del mundo.

—Lo mismo digo —dijo el abuelo Sorenson, que entró en la habitación con su esposa—. Mis nietos se alegrarán de saber que sus padres se comportaron con valentía y espíritu inquebrantable a lo largo de todo su cautiverio.

—La Esfinge no nos trató mal en ningún momento —dijo la madre—. Nuestra habitación no era para tirar cohetes, pero no estaba en una mazmorra como la que he oído describir a otros.

—De hecho, se comía bastante bien —apuntó el padre—. Si hubiésemos estado aquí por nuestra propia voluntad, casi habría podido decirse que han sido como unas vacaciones.

—¿Qué hay de la Esfinge? —preguntó Seth.

—Agad dijo que nos daría todos los detalles durante la cena —respondió la abuela Sorenson—. Al parecer, han organizado todo un banquete.

—¿Nos ponemos al día mientras comemos? —preguntó el padre.

Su mujer le dio un codazo.

—¿No podemos terminar de saludarnos?

—Yo apoyo a papá —dijo Seth—. Estoy muerto de hambre.

Warren los condujo hasta un comedor espléndidamente decorado. Seth nunca había visto una mesa tan cargada de manjares. Como era lo bastante larga para acomodarlos a todos, los Sorenson encontraron sitio de sobra también para sus amigos. Agad ocupaba la cabeza de la mesa. Seth se fijó en que Warren se sentaba al lado de Vanessa y que Bracken estaba junto a Kendra. Tanu se unió a ellos, así como Maddox, Berrigan, Elise y Mara, todos ellos debidamente restablecidos gracias a las Arenas de la Santidad.

Newel y Doren entraron a toda prisa en el salón cuando prácticamente todos habían ocupado asiento. Doren llevaba puesto un atildado chaleco. Se sentaron lo más próximos a Seth que pudieron: uno enfrente del chico y el otro al lado de su madre.

—Mamá, estos son Newel y Doren, mis mejores amigos de Fablehaven —dijo Seth.

—Me alegro mucho de conoceros —dijo su madre cortésmente, lanzando un par de desconcertadas miradas a sus patas—. Yo soy María.

—¿Has tomado leche, verdad? —preguntó Seth.

—Sí, los veo perfectamente —le tranquilizó su madre con una quebradiza sonrisa.

—No te preocupes —dijo Newel moviendo la mano para restar importancia a la situación—. Las nenas siempre se ponen tímidas con nosotros.

Doren le soltó un manotazo a Newel.

—¡Calla, hombre! ¡Qué es su madre! —Se volvió hacia María, al tiempo que se ponía la servilleta en el regazo—. Seth es un muchacho ejemplar. Para mí ha sido una influencia increíble. No es un rufián descamisado como otros que yo me sé.

—¿Rufián? —balbució Newel—. ¿Qué te parece hipócrita? ¿Sabes a quién te pareces con ese chaleco? ¡A Veri!

—Te lo avisé —murmuró Doren con la boca de soslayo—, pretendo causar buena impresión.

—Pues yo pretendo causar una impresión sincera —protestó Newel—. ¿Quién se apunta a ver quién bebe más salsa?

Cuando dio comienzo el banquete, Seth descubrió que la comida que había en la mesa era tan solo un aperitivo. Uno tras otro fueron llegando innumerables platos de exquisiteces, tanto conocidas como exóticas. Junto a las hamburguesas en miniatura y las alitas de pollo, había faisán asado y extraños mariscos. Seth trató de comer pausadamente, para poder probar una amplia variedad de manjares y disfrutar de las salsas y condimentos únicos.

Los sátiros se ganaron la simpatía de los padres de Seth, divirtiendo a la concurrencia con chistes contados a voz en cuello y consumiendo enormes cantidades de comida, mientras el chico los cronometraba. El ambiente se asemejaba tanto al que hubiera podido respirarse durante unas gozosas vacaciones que al poco rato Seth se sintió como si ninguno de sus familiares hubiese sido secuestrado nunca ni lo hubiesen dado por muerto. Cuando entraron los carritos de los postres, se sentía ahíto y relajado, y menos preocupado de lo que había estado hasta donde le alcanzaba la memoria.

A la cabecera de la mesa, Agad dio unos golpecitos con un tenedor en una copa de cristal. Los comensales fueron guardando silencio, mientras el anciano brujo se preparaba para dirigirles unas palabras.

—Gracias a todos por haber venido a cenar conmigo. Es el banquete más animado que he disfrutado desde antes de que la mayoría de los presentes hubieseis nacido. Incluidos Stan y Hank.

Todos rieron.

—Hemos conseguido entre todos una victoria milagrosa. Después de haber evitado por los pelos el desastre, sospecho que podemos tomarnos los placeres más sencillos de la vida con renovado gusto. Tenemos ahora en nuestras manos la oportunidad de contribuir a definir un nuevo futuro, de salvaguardarlo frente a algunos de los peligros que hemos soportado y de recuperarnos de las pérdidas sufridas. Dediquemos unos instantes a recordar a quienes hicieron el sacrificio máximo por ayudarnos a conseguir esta victoria.

Seth bajó la vista a su regazo, tratando de no pensar en Coulter, controlándose para que no se le saltaran las lágrimas. Apartó de su mente las imágenes de valerosos ástrides y hadas cayendo en combate. Con la mandíbula apretada, luchó por dejar pasar de largo el recuerdo de Lena, de Dougan y de Mendigo. Pensaba en ellos a menudo, y volvería a pensar en ellos más en privado, pero en esos instantes lamentó que Agad hubiese invocado aquellos sentimientos tan fuertes.

—En las próximas semanas, meses y años todos nosotros tendremos que enfrentarnos a muchos cambios —prosiguió Agad—. En la mayoría de los casos, será un cambio bienvenido, aunque entrañe nuevos desafíos. Hay reservas que habrá que restituir y reorganizar. Allí donde sea necesario, se nombrarán nuevos responsables. Se repararán gran parte de los daños causados, en la mayoría de los casos para ser más fuertes que nunca. Reconstruiremos y dará comienzo una nueva era de paz y seguridad.

Estas palabras recibieron un aplauso espontáneo.

Agad se acarició la barba.

—Yo tendré que cargar con muchas responsabilidades, pues pretendo establecer más protecciones para la nueva prisión de los demonios. Cuando termine, una vez que estén bien guardados los objetos mágicos, e instalados una serie de nuevos protocolos y precauciones, creo que la prisión será mucho más inexpugnable. Como nuevo encargado de Espejismo Viviente, dirigiré mis operaciones desde aquí; este será mi campo base. De vez en cuando es posible que tengáis que participar alguno de vosotros. No quiero estropear este momento feliz con un discurso aburrido, pero hay un asunto que siento que hemos de resolver como grupo antes de pasar a ocuparme de mis deberes. El asunto concierne al castigo que habremos de imponer a la Esfinge.

El salón estaba en absoluto silencio.

—Tras la batalla en la isla Sin Orillas, estuve reflexionando sobre cómo proceder con la Esfinge. En la última etapa nos ofreció una asistencia fundamental, pero se había dedicado infatigablemente a trabajar en pos de la catástrofe, mediante engaños, sabotaje y hasta asesinatos. Me incliné por dejar que la naturaleza siguiera su curso. La Esfinge había estado prolongando su vida gracias a la Pila de la Inmortalidad, y decidí que un castigo adecuado sería prohibirle usar ese objeto mágico, lo cual, básicamente, era como sentenciarlo a muerte.

»Cuando comuniqué a la Esfinge mi veredicto, mantuvimos una larga conversación. Aceptó como justo el castigo, y entonces me propuso otra solución. Personalmente, estaría dispuesto a aceptar la alternativa que me ofreció. La sometí al juicio de Bracken y de la reina de las hadas, que opinan que es sincero.

»Todos sabemos que la Esfinge es un maestro de la persuasión. Decidí exponeros la cuestión, sin que la Esfinge estuviera presente, para que no pudiera influirnos. Me comprometo de antemano a que, al margen de mis opiniones personales, me atendré a la decisión que tomemos en este momento como grupo.

Seth estaba en el borde de su silla. Lanzó una mirada a Newel, que estaba comiéndose la servilleta de papel con los ojos como platos, absolutamente concentrado.

—Cuando selle la nueva prisión de los demonios de manera más permanente que la anterior, necesitaré nuevos eternos —explicó Agad—. A estas alturas conocéis todos el papel que desempeñaron estos a la hora de mantener cerrada Zzyzx. La Esfinge desearía ser uno de ellos.

Se produjo una oleada de murmullos de sorpresa. Agad levantó ambas manos y los murmullos cesaron.

—Permitidme que exponga los detalles, para vuestra consideración. En esencia, nos ofrece intercambiar una condena a muerte por una condena a cadena perpetua. Considerad los siguientes aspectos. Como miembro de los eternos, la Esfinge no podría abrir la prisión de los demonios, a no ser que estuviese muerto. Nunca ha creído que nadie, menos él, debería abrir la prisión de los demonios, cosa que demostró en la isla Sin Orillas, de manera que casi con toda certeza se mantendrá fiel a nuestra causa. Tiene debilidad por la longevidad y por protegerse a sí mismo. Sabe guardar secretos y sabe esconderse. Es notablemente astuto y paciente. Ha sabido sobrellevar los retos que plantea el hecho de vivir una vida larga, y ansia poder seguir así. Como voluntario que cumpliría los requisitos necesarios para convertirse en uno de los eternos, no creo que podamos encontrar a un candidato más idóneo.

»Recordad que ser uno de los eternos es más un castigo que un premio. Preguntádselo a Bracken o a Kendra: la mayoría de los anteriores eternos tuvieron dificultades para soportarlo y consideraban su sino una pesada carga y un martirio. Una vida antinaturalmente larga, huyendo en todo momento de seres que quieren darte caza, no es ningún paraíso.

»Teniendo en cuenta la historia de la Esfinge, yo adoptaría precauciones añadidas, como vigilarlo personalmente e instalar un sinfín de protecciones mágicas y prácticas. Le permitiría algo de margen para que eligiese un escondite y para que instalase las defensas que considerase más eficaces, pero habría que atarlo en corto.

»Al concederle lo que pide, ¿estaríamos recompensando sus crímenes? En otras circunstancias, no creo que la Esfinge quisiera ser uno de los eternos. Pero como alternativa a la muerte, parece dispuesto. Que Bracken nos explique sus motivos.

Agad tendió una mano en dirección a Bracken, que se puso de pie.

—La Esfinge posee una voluntad de hierro. Tiene mucha práctica a la hora de proteger sus pensamientos de todo escrutinio del exterior. Sin embargo, a medida que iba tanteando su mente, acabé convencido de que desea convertirse en uno de los eternos por una serie de motivos aceptables. En primer lugar, quiere persistir. Le tiene a la muerte un miedo profundo, lo cual va unido a un poderoso disfrute de la existencia. En segundo lugar, desea redimirse. Sabe que engendró una catástrofe, cosa que en ningún momento fue su intención. Quiere hacer todo lo que esté en su mano para garantizar que no vuelva a producirse una crisis como esta. Y, por último, se siente culpable y considera que este podría ser un castigo apropiado. Yo no siento el menor aprecio por él, y le estudié a fondo y largo rato. Esto es todo lo que encontré.

Bracken saludó a Agad bajando la cabeza y tomó asiento.

—Si queréis saber mi opinión —dijo Agad—, dejar morir a la Esfinge sería un castigo servido rápidamente del que no extraeríamos ningún beneficio, aparte de la satisfacción de que desaparezca. Por el contrario, convertirlo en uno de los eternos le obligaría a pagar por sus crímenes rindiendo un servicio duradero y arduo a la humanidad. Pero, no sé, quizá no estoy enfocando correctamente la cuestión. Estaría encantado de escuchar cualquier objeción.

Nadie dijo nada. Todos, sentados alrededor de la mesa, se miraban los unos a los otros. Seth cruzó la mirada con Kendra. La chica asintió, y él a ella, y se puso de pie.

—Yo odio a la Esfinge —dijo Kendra—. Lo detesto por sus mentiras y por lo que nos hizo. Si lo que él más desea es vivir una larga vida, ardo en deseos de denegarle esa petición, de hacerle tanto daño como él nos hizo a nosotros. No soporto imaginar que acabe sintiéndose como si se hubiese librado astutamente de pagar las consecuencias de su traición. Pero creo que este castigo tiene sentido.

Se sentó. Seth se levantó.

—Yo también.

Bracken se puso en pie.

—Gracias a mi cuerno, él se ha mantenido con vida. La influencia de mi cuerno seguirá manteniéndole con vida. A mí no me importa dejar que la Esfinge sobreviva con estas condiciones. Estoy de acuerdo con que cumplirá bien el papel.

Vanessa se puso de pie.

—Conozco a la Esfinge desde hace mucho tiempo. He trabajado para él. Como mencionó Agad al principio, es un experto del engaño, un maestro de la manipulación. Convertirlo en uno de los Eternos me parece apropiado, pero se le da de maravilla hacer que sus propios intereses parezcan lógicos. Aunque no esté aquí presente para hablar por sí mismo, Agad está transmitiéndonos su retórica. La Esfinge tiene un siniestro historial de fechorías cometidas mientras muestra su cara amable. La única manera de estar a salvo de la Esfinge es que deje de existir.

Doren se puso en pie de un brinco.

—Vanessa es una bella mujer y deberían tomarla muy en serio. Por su intelecto. Y por su cautivadora personalidad. Gracias.

Mara se levantó.

—Comprendo la preocupación de Vanessa. Los agentes de la Esfinge mataron a mi madre. Jamás le perdonaré, pero creo que convertirlo en uno de los eternos es mejor castigo que matarlo. La larga vida que le esperaría le obligaría a pagar mucho más por sus crímenes que lo que podría ofrecer una muerte rápida. Y las mismas cualidades que le hicieron tan peligroso son las que servirán para mantener cerrada Zzyzx.

Otros de los presentes añadieron su respaldo. Unos cuantos manifestaron dudas. El abuelo quiso preguntarle a Agad un par de cuestiones relacionadas con la manera de vigilar a la Esfinge, y el brujo le dio respuestas que lo satisficieron. Al final, se decidió por mayoría convertir a la Esfinge en uno de los eternos. Solo disintieron Vanessa y los sátiros.

—No quería tomar la decisión yo solo —declaró Agad una vez emitidos todos los votos—. Además, no me parecía que fuese justo con las muchas personas a las que perjudicó. Me siento bien con la resolución que hemos tomado. Creo que, gracias a ella, la nueva prisión de los demonios será más segura. Y creo que el tiempo demostrará que, aun teniendo un componente de clemencia, el castigo que hemos acordado es riguroso y severo. Y, ahora, ¿qué tal un postre?