28
El rey de los demonios
Kendra no podía soportar ver a su hermano meterse con la Esfinge en lo que se suponía era el corazón de la horda de demonios. Se sentía furiosa con Bracken por haber permitido que Seth se expusiera a semejante peligro. Pero no intervino de manera directa para evitar la partida de su hermano. Al fin y al cabo, la situación era desesperada y tenía la sensación de que ninguno de ellos llegaría a ver el final de aquel día si no cogían el toro por los cuernos, si no tomaban las riendas.
A medida que los demonios habían ido desplegándose desde la fisura, las escaramuzas se habían tornado cada vez más feroces y próximas. Un pequeño equipo de ástrides se llevó con artimañas a Brogo hacia la otra punta de la isla, chinchándole mientras el gigantesco demonio les lanzaba manotazos como si fuesen un puñado de molestos insectos. Otros se las ingeniaron para herir a algunos de los demonios que iban recostados en sus literas. Cuando Gorgrog avanzó agresivamente, guiando hacia el santuario a un nutrido grupo de sus huestes, Bracken partió para unirse a la lucha junto con Vanessa, Warren y varios ástrides.
Bracken advirtió a Kendra que se quedase cerca del santuario hasta el momento oportuno, y que entonces huyera. No le explicó cómo podría saber cuál sería ese momento.
Kendra se encontraba entre Trask y Hugo, mientras los demonios obligaban a retroceder a los ástrides y a las hadas que protegían el santuario. Dentro de poco, los demonios lograrían romper la barrera y Kendra se uniría a la lucha. O, tal vez, cuando los demonios se abriesen paso, sería el momento de huir.
—Esto podría ser el fin —dijo Newel, a espaldas de Kendra.
—Vaya manera de abandonar este mundo —afirmó Doren, entusiasmado—. Miradlos. Está claro que tenemos pululando por aquí un montón de demonios de menor importancia, pero veo muchos de los grandes entre ellos, como algunos miembros de la demoníaca aristocracia.
—Nos despediremos de este mundo a lo grande —convino Newel—. Muertos a manos de los mejores.
—Ojalá tuviese una espada decente —dijo Doren con un suspiro.
—Dímelo a mí —comentó Trask.
—Por lo menos cada uno tenemos un ástrid protector —soltó Newel con optimismo.
—Creo que mi ástrid puede con el tuyo —murmuró Doren a Newel.
—Tú sigue soñando —replicó Newel riendo entre dientes—. El mío tiene pinta de que podría partir al tuyo en dos y con las manos solamente.
—Para eso primero tendría que echárselas encima —contraatacó Doren—. El mío tiene aspecto de rápido y nervudo.
—Ni tú ni yo deberíamos chulear demasiado —replicó Newel—. Para mí que a Kendra le han tocado los mejores.
—Sin duda —convino Doren, enfurruñado—. Tiene enchufe.
La chica lanzó una mirada a los dos ástrides asignados a ella. Hoscos guerreros profusamente armados, Crelang y Rostimus parecían impacientes por unirse al combate. Por lo que se veía de la batalla, ni ellos ni otros guardaespaldas ástrides tendrían que aguardar mucho. La presión masiva de los demonios no daba tregua y obligaba a retroceder a las líneas defensivas de hadas y ástrides.
Un demonio alto y fornido, con unas tenazas voluminosas semejantes a las de las langostas, se abrió paso violentamente, abriendo hueco de modo que otros cuantos demonios pudieron ir tras su estela. Hugo corrió hacia él e hizo pedazos al demonio crustáceo con su pesada espada. Los guardaespaldas ástrides se enzarzaron en el combate y empujaron hacia atrás a los otros demonios que se habían abierto paso.
La pequeña victoria duró poco.
Un ástrid y una asombrosa hada naranja cayeron a manos de tres mujeres de cuatro brazos con cuerpo de araña. Aquellos seres demoníacos sostenían en cada mano una espada o un cuchillo, y se volvieron para agrandar el hueco que habían creado mientras otros demonios corrían a toda prisa para colarse por él. Cayó otra hada más, y de pronto la línea de los defensores se desmembró caóticamente.
Hugo regresó a grandes y pesadas zancadas para proteger a Kendra, indicándole mediante gestos que se retirarse al límite del santuario. Ella obedeció. Y entonces apareció la Esfinge, flanqueada por Targoron. Lanzó su espada a Trask, el cual se metió también en la lucha, con rostro adusto y la espada destellando. La Esfinge tenía un corte en el cuello del que manaba mucha sangre, pero Targoron enseguida lo espolvoreó con las Arenas de la Santidad y la herida se cerró.
—Poned los objetos mágicos a buen recaudo.
—Los llevaré a la posición de repliegue —respondió Targoron, alzando el vuelo con el Óculus, las Arenas de la Santidad y el Translocalizador.
Kendra no sabía nada de una posición de repliegue. Se sentía como alguien ajeno a aquella batalla en la que tantos planes se transmitían por vía telepática.
—¿Dónde está Seth? —preguntó a la Esfinge.
—Herido. Se comportó heroicamente. Gracias a tu hermano todo ha sido diferente. Él solo acabó con Graulas y con Nagi Luna. Peredor lo está trayendo en estos momentos.
La chica se alegraba de que hubiesen recuperado los objetos mágicos, ya que Bracken había asegurado que eran fundamentales, pero se sentía muy, muy preocupada por Seth. ¿Estaría muy gravemente herido? ¿Volvería a verle?
Rostimus aterrizó al lado de Kendra, con la espada manchada de una especie de baba morada.
—Puede que tenga que sacarte de aquí.
Después de ceder mucho terreno, los ástrides y las hadas estaban finalmente defendiendo su posición delante del santuario. Pero los enloquecidos demonios no hacían sino luchar aún más encarnizadamente, y la formación defensiva empezó a ceder.
—¿Y qué pasa con el santuario? —preguntó Kendra. Si los demonios se abrían paso hasta el sagrado reino que había detrás del santuario, sería el fin para las criaturas de la luz.
—Mi obligación es protegerte —replicó Rostimus.
Newel dio unos golpecitos en el brazo al ástrid.
—¿Podrías prestarnos un par de armas?
—Mis flechas no les están haciendo nada —se lamentó Doren—. Estamos hasta el gorro de sentirnos como meros espectadores.
Rostimus sacó un par de cuchillos largos y a cada sátiro le entregó uno.
—Dadles un buen uso —los advirtió.
—¡Por la televisión sin fin! —exclamó Newel, lanzándose al ataque.
—¡Por las Frito-Lays! —chilló Doren, blandiendo por encima de la cabeza su cuchillo.
Kendra oyó unos chapoteos fuertes detrás de ella. Se dio la vuelta y vio más hadas guerreras emerger del estanque que rodeaba el santuario. Con ellas llegaron numerosos unicornios, fabulosos corceles de pelo blanquísimo y cuernos resplandecientes. Muchos de los unicornios adoptaron apariencia humana, transformándose en hombres y mujeres que portaban soberbias espadas.
Cuando los refuerzos se lanzaron al ataque, los demonios retrocedieron ante la nueva arremetida; muchos cayeron bajo sus espadas y lanzas. Del estanque seguían saliendo más criaturas: las dríades más altas que Kendra hubiese contemplado nunca, armadas con arcos, lanzas y alabardas; un grupo de lamasus, inmensos y ufanos; una fiera bandada de fénixes; y unas náyades chorreando agua, cada una con su daga bien asida en la mano. A medida que las sucesivas oleadas de recién llegados iban sumándose al combate, los demonios fueron cediendo cada vez más terreno.
Del estanque empezó a salir un número indefinido de haditas, como en una especie de surtidor. Unas cuantas portaban armas y salieron disparadas para echar una mano. Pero la mayoría no se unió a la batalla, sino que volaron rápidamente en la dirección opuesta. Salieron más criaturas, que también volaron con rapidez; muchos más unicornios, seres diminutos como duendes buenos y elfos, venados de color blanco con cornamentas doradas y otras extrañas bestias abandonaban el estanque solo para huir a toda prisa. Kendra casi no podía creer la cantidad de vida que estaba escapando del santuario.
Un rugido ensordecedor la obligó a desviar la atención del estanque. El bramido procedía de Gorgrog. Ástrides y fénixes habían acudido volando a luchar contra él y muchas de las altas dríades y de los lamasus estaban abriéndose paso brutalmente entre el ejército de demonios para llegar hasta su posición. Los ástrides y otras criaturas habían formado un círculo alrededor del rey de los demonios, impidiendo acercarse a sus aliados, mientras un pequeño grupo entablaba combate directo con Gorgrog. Aunque la batalla se libraba a bastante distancia de ella, Kendra podía ver que Bracken encabezaba la lucha, pues el santuario se hallaba sobre un terreno más elevado. Warren y Vanessa estaban luchando junto a él.
Mientras la chica observaba la escena, Gorgrog derribó a un ástrid en pleno vuelo con su espada dentada. El rey de los demonios era mucho más grande que sus oponentes, y se defendía dando pisotones al suelo y tajos con la espada mientras los demás intentaban rodearlo. Los atacantes semejaban ardillas asediando a un gorila.
Una mujer llegó hasta donde estaba Kendra y se puso a su lado. Alta y elegante, envuelta en luz, resplandecía con una belleza etérea. La reconoció de inmediato por una visión que había experimentado cuando usaba el Óculus.
Rostimus hincó una rodilla en el suelo, inclinando la cabeza.
—Majestad.
—Levanta —dijo la reina de las hadas; su voz era vibrante y serena en medio de la cacofonía de la batalla.
—¡Eres tú! —exclamó Kendra, fascinada por su presencia—. ¡Eres tú, realmente! ¿Por qué has salido? —La preocupación teñía por completo su voz. El avance de la oleada de refuerzos había empezado ya a frenarse.
—Estoy actuando de acuerdo con nuestro plan —respondió la reina de las hadas. Sus ojos estaban puestos en la lucha con Gorgrog—. Pero es posible que tenga que desviarme. Por mucho que mi hijo sea tan valiente y capaz, Gorgrog es demasiado para él. No pienso quedarme a un lado viendo cómo pierdo a mi hijo igual que perdí a mi esposo.
—¿Por qué está luchando contra Gorgrog? —preguntó Kendra.
—Para poder tener alguna posibilidad de vencer con nuestro plan, es preciso que al menos hiramos al rey de los demonios —respondió—. Kendra, cuando mi pueblo se bata en retirada, vete con ellos. Este santuario será arrasado dentro de poco.
—Yo me ocuparé de llevarla a un lugar seguro —le aseguró Rostimus.
La reina de las hadas asintió con la cabeza y se volvió hacia una guerrera hada esbelta y bella.
—Ilyana, supervisa la retirada si yo no puedo.
—Sí, majestad —respondió con voz firme el hada.
La reina de las hadas desenvainó una brillante espada y se elevó, volando sin alas. Gorgrog se percató de su proximidad y propinó un puntapié a Bracken que lo mandó dando tumbos por el suelo. La reina de las hadas descendió sobre el rey de los demonios, haciendo entrechocar su espada con la de él. Su brillante acero parecía diminuto al lado de la monstruosa arma del demonio, pero la tremenda fuerza del golpe de este no la abrumó. Una y otra vez, las espadas entrechocaron, creando un gran estrépito con cada impacto. En el resto del campo de batalla se hizo una pausa, pues muchos de los contrincantes se volvían parar mirar.
En ese momento, Peredor aterrizó al lado de Kendra. Llevaba a su hermano en brazos. El ástrid lo depositó delicadamente en el suelo.
—Seth —dijo Kendra casi sin respiración, arrodillándose a su lado.
El chico estaba hecho un desastre, con la cara pálida, la camisa hecha jirones y un hombro y los costados bañados en sangre. La Vasilis lucía con un tenue resplandor entre sus manos.
—¡Necesito un unicornio! —gritó Peredor.
—Eh, Kendra —murmuró Seth débilmente entre sus labios agrietados—. He acabado con Graulas. Tenemos los objetos mágicos.
Un apuesto guerrero se acercó y se arrodilló a su lado, tocando la frente de Seth con la punta de su espada. A continuación, le apoyó la palma de una mano en el pecho. El rostro del chico recuperó algo de color.
—El veneno casi había terminado con él —dijo el desconocido unicornio—. Lo he purgado, pero le ha causado un considerable daño interno. He detenido la hemorragia y he tratado de estabilizarle. Es preciso que le llevéis adonde estén las Arenas de la Santidad.
—Gracias —dijo Kendra, mientras el hombre se apresuraba a retornar a la batalla.
En esos momentos los que habían salido en formación desde el estanque estaban viéndose obligados a replegarse. La reina de las hadas había perdido la iniciativa con Gorgrog y hacía denodados esfuerzos por sobrevivir a sus incesantes golpes. Cuando Bracken intentó auxiliar a su madre, Gorgrog le arrancó de un golpe la espada de las manos. Kendra contempló aterrada el contragolpe que se cernía sobre Bracken, silbando por el aire. La reina de las hadas desvió parcialmente la gigantesca espada, pero, aun así, el golpe mandó a Bracken dando vueltas por el suelo con un tajo enorme en el pecho.
—¡No! —gritó Kendra, impotente.
Warren y Vanessa ayudaron desesperadamente a los ástrides, a las hadas, a las dríades y a los lamasus a contener la marea de demonios que pugnaban por acudir a defender a su rey. La reina de las hadas se colocó por encima de su hijo caído, desviando con desespero los poderosos ataques de Gorgrog.
¡Kendra no tenía modo de ayudarlos! Estaba a punto de presenciar la muerte de la reina de las hadas, de Bracken y del resto de sus amigos. ¡Si hubiese algo que pudiera hacer!
Sus ojos se posaron en la Vasilis. El arma le sostuvo la mirada y el fragor de la batalla remitió. Tuvo una sensación peculiar: era como si el arma estuviese llamándola. En un abrir y cerrar de ojos tomó la decisión.
—Seth, ¿me prestas la espada?
—¿La Vasilis? —preguntó su hermano.
—Bracken y la reina de las hadas están a punto de perder la vida —le apremió.
—Es posible que contigo no funcione igual que conmigo —la avisó él, que tenía la frente perlada de gotitas de sudor—. Pero, claro que sí, cógela. Yo no estoy en condiciones de usarla.
Kendra lanzó una mirada a Peredor.
—Lleva a mi hermano con las Arenas de la Santidad.
Seth le tendió la Vasilis y Kendra tomó el arma. La tenue hoja de la espada recobró vida con un destello y desprendió una brillante radiación blanca. Kendra se sintió electrizada al instante, con todos los sentidos potenciados, como si hubiese pasado medio dormida toda su vida y de pronto ahora se despertase de verdad. Mientras una luz cegadora salía de su espada, los demonios que se encontraban más cerca del santuario se tambaleaban y apartaban la vista, volviendo la cabeza y protegiéndose los ojos. Ástrides, dríades, unicornios y hadas los empujaron nuevamente a recular.
Sin embargo, Kendra tenía toda su atención puesta más allá de los demonios más próximos, en el combate entre la reina de las hadas y el rey de los demonios. Todos sus más desesperados anhelos y deseos (ver de nuevo a sus padres, rescatar a sus abuelos, proteger a sus amigos, salvar el mundo de aquella invasión demoníaca) convergían en la silueta astada de Gorgrog. El demonio trataba de matar a Bracken y a la reina de las hadas. Era el líder de los demonios. Encarnaba la amenaza que debían desbaratar.
La Vasilis tiró de ella con tal ímpetu que sus pies apenas tocaban el suelo. Iba corriendo dando unos saltos enormes, a una velocidad increíble para cualquier mortal. Ante el intenso ardor de su espada, los demonios se hacían a un lado. Y, cuando vio que le quedaba poco para llegar hasta Gorgrog, el temor dio paso a la euforia. Toda esa energía que otros aseguraban percibir en su interior, de pronto parecía haber aflorado a la superficie. No sentía la menor vacilación, la menor preocupación, tan solo una euforia incontenible al ser capaz, al fin, de ayudar a los seres a los que amaba.
Gorgrog detectó su presencia y se apartó de la reina de las hadas para volverse y encarar a la recién llegada. Kendra corría a toda velocidad hacia él, con la visión borrosa de los demonios a un lado y otro; la Vasilis resplandecía como un sol blanco. El demonio era muchísimo más alto que Kendra, pero ella dio un salto justo antes de llegar hasta él y se deslizó por los aires tan alto que casi le llegó a la altura de la cabeza, momento en que sus espadas entrechocaron explosivamente.
El impacto mandó a Gorgrog hacia atrás y casi le hizo perder el equilibrio, entre una lluvia de chispas y con una muesca de borde blanco en su monstruosa espada. Kendra aterrizó en el suelo con total ligereza, mientras la Vasilis resonaba en su mano. Se fijó en que la reina de las hadas, detrás del rey de los demonios, cortaba de un tajo uno de los eslabones negros que colgaban de su cinturón, tratando de liberar de sus cadenas a uno de los cadáveres deshidratados.
El rey de los demonios tenía toda su atención puesta en Kendra, pese a que el brillo de la Vasilis le obligaba a entornar los ojos. Los demonios que los rodeaban retrocedieron amedrentados. La chica no se movió de su sitio, y Gorgrog se abalanzó sobre ella. Dejándose llevar por un impulso de la Vasilis, en lugar de intentar frenar la espada del demonio con la suya, Kendra dio un paso a un lado al tiempo que él blandía su arma trazando un enorme semicírculo por encima de su cabeza. El acero se hundió profundamente en el suelo, al lado de Kendra. Ella, dando un brinco hacia delante, le golpeó en la pierna. Emitiendo un fuerte resplandor, su deslumbrante espada sajó la pelambre y la carne del demonio como la luz al penetrar en la oscuridad.
Con unas llamas de un blanco puro extendiéndosele salvajemente por la pierna y por el costado, Gorgrog se derrumbó con todo el peso de su cuerpo en el suelo. Kendra saltó hacia delante. La Vasilis refulgió como un relámpago en el instante en el que ella le acuchillaba con un golpe mortífero.
Cuando retrocedió para apartarse de la llameante silueta de Gorgrog, se dio cuenta de que la horda de demonios se había quedado en calma. Los ástrides y las hadas a su alrededor empezaron a alejarse volando. De entre la masa de demonios anonadados surgió un guerrero negro que parecía una versión ligeramente más pequeña de Gorgrog. Su cornamenta se ramificaba de un modo más parecido al de los renos y blandía un hacha de guerra descomunal.
—Orogoro —dijo la reina de las hadas, que se había puesto al lado de Kendra y sostenía en sus brazos un atrofiado cadáver de color marrón.
El gigantesco demonio corría para adueñarse de la corona ceñida aún la cabeza de su padre envuelto en llamas. Mientras Orogoro corría hacia la corona con los brazos extendidos, con el rostro crispado de dolor por las abrasadoras llamas blancas, el capitán de los ástrides, Gilgarol, aterrizó detrás de él y, descargando un golpe fortísimo con su espada, le cortó uno de sus enormes pies. Orogoro gimió ante aquel insoportable dolor.
—Vámonos —gritó la reina de las hadas, alzando el vuelo hacia el cielo, con el cadáver aún en sus brazos.
Crelang y Rostimus se posaron al lado de Kendra.
—Bien hecho —dijo Crelang.
—Tenemos órdenes de sacarte de aquí —agregó Rostimus en tono respetuoso.
—Adelante —dijo Kendra.
Ahora que el rey de los demonios había caído y que Bracken estaba ya fuera de peligro, notó que se había reducido aquel sentimiento de euforia. Vio a Bracken, a Warren y a Vanessa, transportados por otros ástrides.
Rostimus la cogió en sus brazos y alzó el vuelo hacia el cielo. Crelang volaba junto a ellos.
Un demonio volador les escupió una llamarada de fuego y Crelang le perforó el cuello con una jabalina. Ningún otro enemigo los hostigó. El ejército de los demonios, al completo, parecía sumido en la confusión. Kendra empezó a escuchar voces que exclamaban: «¡Dragones! ¡Vienen dragones! ¡Dragones por el oeste!».
Rostimus llevó a Kendra hasta la cima de una ancha sierra que se elevaba detrás del santuario, hacia un lado. Muchas de las otras criaturas de luz ya estaban esperándolos allí. Desde aquel punto con vistas panorámicas, Kendra contempló el mar, donde un mínimo de veinte dragones avanzaban a una velocidad de vértigo en dirección a la isla Sin Orillas. Kendra se quedó mirándolos un buen rato, preguntándose si ahora que llegaban los dragones la situación cambiaría de verdad. Aunque ella había matado al rey de los demonios, quedaba una numerosa hueste de congéneres.
—¿Necesitas que curemos alguna herida? —preguntó Rostimus.
La chica se tentó el cuerpo.
—Creo que no. —Observó atentamente la muchedumbre que tenía alrededor, en busca de algún rostro conocido—. ¿Habéis visto a alguno de mis amigos?
Rostimus y Crelang llevaron a Kendra con Trask, Newel y Doren. Les preguntó si habían visto a Seth. Doren le dijo dónde estaba.
Encontró a su hermano sentado al lado de Bracken. Ya les habían aplicado a los dos las Arenas de la Santidad para revivirlos. Seth se levantó entusiasmado al verla acercarse.
—Te vi con los prismáticos —dijo, emocionado—. ¡Me parece que a la Vasilis le gustas tú más que yo! Cuando te llevaste la espada, recordé que Morisant me comentó que podría suceder. ¡No podía creer que lo conseguirías!
Kendra abrazó fuertemente a su hermano, aliviada de verle bien. Luego se volvió hacia Bracken y se estrecharon en un abrazo desesperado.
—Nadie ha visto nunca brillar con tanto fulgor una espada —le dijo Bracken al oído, sin tratar de disimular su admiración—. Lo que hiciste fue algo imposible. Ni en nuestras más descabelladas fantasías nos imaginábamos que podríamos matar a Gorgrog.
Kendra se soltó de sus brazos, halagada y cohibida a la vez.
—¿Y ahora qué va a pasar?
—Ahora rezaremos para que nuestro plan dé resultado —dijo Bracken, arrugando la frente.
Detrás de Seth y Bracken, Kendra vio a la reina de las hadas sentada al lado de un caballero de más edad que ella, de complexión frágil. Ella le tenía cogidas las manos y le decía algo en voz baja, pero él permanecía sentado inmóvil, con mirada ausente.
—¿Quién es ese hombre que está ahí con la reina de las hadas? —preguntó Kendra.
—Mi padre —respondió Bracken en voz baja.
—¿Cómo? —exclamó Kendra—. ¡Creía que estaba muerto!
—En realidad ninguno de nosotros le vio morir —le explicó Bracken—. Dimos por hecho que habían acabado con él. Mientras luchábamos contra Gorgrog, mi madre percibió su presencia, pero casi no podía reconocerle. Cuando ella y yo le recuperamos, primero pensamos que lo habían transformado en uno de los seres de ultratumba. Sin embargo, después nos dimos cuenta de que estaba apresado bajo unos poderosos conjuros demoníacos que le mantenían con vida, consciente y sensible, pero al filo de la muerte. Gorgrog lo portaba encima como un trofeo, y llevaba siglos arrastrándolo por Zzyzx. No puedo ni imaginar todo lo que mi padre habrá padecido. Las Arenas de la Santidad nos lo han devuelto físicamente, pero no ha envejecido bien y no hay ni rastro de sus cuernos. Se halla en estado catatónico.
—Qué horror —dijo Kendra—. ¿Hay esperanzas de que se recupere?
—Siempre hay esperanza —respondió Bracken—. Los unicornios nos contamos entre los más avezados sanadores, y mi padre tenía un alma resistente. El tiempo nos lo dirá. Mi madre asegura que cuando Gorgrog cayó, él pareció esbozar una sonrisa.
Kendra, Seth y Bracken contemplaron desde lo alto de las montañas cómo una multitud de demonios voladores se elevaba del suelo para enfrentarse a los dragones. Estos atacaron sin reservas, lanzando relámpagos por las fauces, escupiendo llamaradas cegadoras y soltando abrasadores chorros de ácido. A la cabeza volaba Celebrant, con sus escamas brillando como el platino. Era exactamente como lo había descrito Raxtus: enorme, ágil, poderoso. Cada vez que se cerraban sus dientes o sus garras, un demonio caía en picado desde el cielo.
Tres dragones pasaron volando a ras por entre la maraña de demonios terrestres, envolviéndolos en fuego. Vieron al gigantesco Brogo lanzando su bola de pinchos, que derribó a uno de los dragones.
Celebrant y los otros tres dragones (el más pequeño de los cuatro tenía que ser Raxtus) volaron hacia allí al rescate. Mientras los otros tres dragones defendían a su camarada caído y le ayudaban a alzar nuevamente el vuelo, Celebrant abrió la boca y liberó una llamarada cegadora de energía blanca en dirección a Brogo. La energía le partió en dos la máscara y tiró al suelo al colosal bruto. Replegando las alas, Celebrant se lanzó de cabeza contra el titánico demonio, arañándole y mordiéndole con fiereza. Cuando volvió al cielo, Brogo quedó tumbado medio boca abajo, con unos desgarros profundos y sin uno de los brazos.
En otro punto, el último batallón de ástrides que defendía el santuario dio media vuelta y salió volando, despidiendo destellos con las alas. Orogoro renqueaba cerca de la primera línea de las huestes demoníacas, usando el hacha de guerra a modo de muleta. Siguiendo sus indicaciones, la horda de demonios empezó a tirarse al agua del estanque, desapareciendo al instante.
—¡Oh, no! —exclamó Kendra.
—Forma parte del plan —dijo Bracken, que observaba la escena con semblante adusto y sin decir nada—. He ordenado a nuestras fuerzas que se retiraran.
La reina de las hadas se acercó a ellos.
—Los demonios han soñado desde siempre con conquistar mi reino. Es un reino de luz y pureza. Nada podría agradarles más que arrasarlo.
—Un momento —dijo Seth—. ¿Esperabas que esto ocurriese?
—Mi madre destruyó ya todos los demás santuarios —dijo Bracken—. Ha evacuado a todos sus súbditos, así como los talismanes y toda la energía que era capaz de traerse consigo. Ahora su reino está vacío y cuenta solo con una puerta de acceso.
Kendra observó a los demonios que entraban en tropel en el santuario.
—Salen de una prisión para meterse en otra —comprendió.
—Si es que todo marcha como está previsto —recalcó Bracken.
—Tenemos firmes motivos para esperar que así sea —dijo la reina de las hadas—. Sus líderes están entrando. Los demás los seguirán. Les llevará su tiempo descubrir cuán férreamente he sellado las puertas de mi reino.
Los dragones cesaron en su ataque y se limitaron a sobrevolar en círculos el éxodo de los demonios, proyectando sobre ellos sus sombras amenazantes. Una vez más, mientras contemplaba el vuelo de los dragones, distinguió la figura menuda de Raxtus, volando como una flecha entre los demás, de mayor tamaño que él. Incluso sin necesidad de aplicar más violencia, la amenaza de los numerosos dragones en el cielo parecía apremiar a los demonios.
Durante más de tres horas, Kendra y sus amigos contemplaron, con el corazón en un puño, la procesión de demonios que no paraba de salir de la fisura de la cúpula y de entrar en un nuevo reino a través del santuario. La ingente cantidad de demonios dejó anonadada a Kendra. Habían tenido razón sus compañeros: de ninguna manera habrían podido derrotar a estos demonios librando una batalla. Por cada demonio que habían matado, habían emergido mil más.
—¿No saben que es una trampa? —le preguntó Kendra a Bracken, al final.
—Deben de intuir que algo no marcha bien —respondió Bracken—. Están entrando en un reino que han soñado poseer desde el inicio de los tiempos. Pero el reino está vacío y sin defensas. Les ha sido entregado solo tras una resistencia simbólica. Mientras nosotros hablamos, ellos lo están haciendo pedazos. Los más listos saben que es demasiado bonito para ser verdad. Pero su rey ha caído y su heredero se encuentra herido. El sol brilla en el cielo. No les interesa tener que enfrentarse con la Vasilis. No les interesa luchar contra los unicornios, ni contra los ástrides, ni contra el resto del pueblo de las hadas. Y seguramente estarán extrañados ante la creciente atmósfera de incredulidad que reina en el mundo exterior. En los tiempos en que lo abandonaron muchos de estos demonios, se les temía en cualquier lugar. Ahora, la mayor parte de la humanidad considera que su existencia es una broma.
—Podrían haberse apoderado de todo esto —dijo la reina de las hadas—. Podrían haber destruido este mundo con toda facilidad. Pero el brindarles acceso a mi reino les ofreció una posibilidad tentadora para la que no requerían el menor esfuerzo. Parece que han mordido el anzuelo.
—Entonces, tú perderás tu reino —afirmó Kendra.
—Ya no es mi reino —respondió ella—. A partir de ahora será la nueva prisión de los demonios.
Coincidiendo con la llegada al santuario de los últimos demonios rezagados, un dragón largo, dorado y rojo, descendió suavemente hacia la cima de la sierra, planeando con dos pares de alas. Al ver su cabeza de león, con su melena carmesí, Kendra vio que se trataba de Camarat, el dragón de Wyrmroost. A su vera venía Raxtus. Kendra cogió a Seth de la mano mientras los dragones se posaban en tierra cerca de ellos. Agad iba montado en Camarat, sentado en una elaborada silla de montar. El dragón se agachó mucho y el mago desmontó.
—¡Raxtus! —gritó Kendra mientras el dragón se acercaba a ellos—. ¡Trajiste refuerzos!
—¡Sí! ¡Y hasta ayudé en el combate!
Seth movió la cabeza señalando a Agad, que se alejaba ya de Camarat.
—¡Pensaba que los dragones no dejabais que nadie os montara! —dijo.
Camarat desplegó las alas y volvió al cielo.
—De vez en cuando hacemos una excepción —respondió Raxtus—. Camarat y Agad son hermanos.
—¿Qué hiciste para convencer a los dragones de que vinieran a ayudarnos? —preguntó Kendra.
—Agad prometió a Celebrant que le nombraría encargado de Wyrmroost cuando todo hubiese terminado. Los dragones de Wyrmroost llevan siglos soñando con gobernarse ellos mismos. Además, yo le conté a mi padre que Navarog había prometido que la horda de los demonios le mataría. Creo que eso ayudó. ¡Por primera vez, me dejó participar con él en una batalla!
Agad llegó hasta ellos y se arrodilló delante de la reina de las hadas. Todos miraron atentamente al brujo.
—Habéis hecho un sacrificio inmenso —dijo él en tono reverencial.
—Era necesario —respondió la reina de las hadas—. Mi reino se habría marchitado hasta morir si los demonios se hubiesen apoderado de este mundo. ¿Puedes encerrarlos dentro?
—Si me permitís usar los cinco objetos mágicos, estos nobles dragones que me acompañan han accedido a ayudarme a clausurar vuestro último santuario de modo mucho más seguro que Zzyzx. He dispuesto de muchos siglos para reflexionar sobre todo lo que hubiera querido hacer hace mucho tiempo. Ahora ya puedo llevar a la práctica esas mejoras.
—¿Qué dices tú? —preguntó la reina de las hadas, volviéndose hacia Bracken.
—¿Os referís a mi cuerno? —preguntó Bracken—. Por supuesto que sí, úsalo como hasta ahora. Estoy acostumbrado a esta apariencia humana. Deja encerrados a esos demonios todo el tiempo que te sea posible.
Agad asintió, pensativo.
—La prisión anterior duró miles de años. Esta nueva resistirá mucho más tiempo.
—¿Qué vais a hacer? —preguntó Kendra a la reina de las hadas—. ¿Adónde vais a ir?
—Heredaremos un nuevo hogar —respondió ella, mirando atentamente a Agad.
—Eliminaré las restricciones impuestas sobre Zzyzx —anunció Agad—. A decir verdad, dentro de Zzyzx hay el triple de espacio que el que teníais en vuestro anterior reino.
—¡Vais a vivir en la prisión de los demonios! —exclamó Seth.
La reina de las hadas sonrió.
—Los creadores tienen muchas ventajas frente a los destructores. Hace falta mucho más talento para crear algo hermoso que para destrozarlo. En poco tiempo los demonios dejarán mi antiguo reino tan feo como Zzyzx. Pero jamás recrearán lo que han echado a perder. Y, a la inversa, con tiempo y con esfuerzo, algún día Zzyzx será tan bello como mi antiguo reino.
—Más hermoso —prometió Bracken—. Dispondremos de más espacio para trabajar… y contaremos con una entusiasta mano de obra. Teniendo en cuenta el peligro que hemos corrido, las bajas sufridas en nuestro bando han sido muy pocas. Dos docenas de hadas, ocho ástrides, dos unicornios y unas cuantas criaturas más. Las Arenas de la Santidad están restableciendo rápidamente a los heridos.
—¿Vendrás conmigo? —preguntó la reina de las hadas a su hijo en tono esperanzado y con lágrimas en los ojos.
—Por supuesto —respondió Bracken—. Me encantan los retos. Echaré una mano supervisando la reconstrucción.
Kendra experimentó una fuerte opresión en el pecho. ¿Quería decir aquello que nunca más volvería a ver a Bracken? Desde luego, eso era lo que parecía.
Agad hizo una reverencia a la reina de las hadas.
—Majestad, sois muy sabia. Algunos imaginan que la diferencia entre el cielo y el infierno es una cuestión de geografía. Pero no es así. La diferencia es mucho más evidente en los sujetos que moran en uno y en otro.
—Aún tenemos mucho por hacer —dijo la reina de las hadas—. Entregad a Agad sus objetos mágicos y que cada cual se ocupe de sus respectivas obligaciones.
—Yo tengo un problema —dijo Kendra en voz baja.
—Habla, Kendra —la animó la reina de las hadas—. Siempre estaremos en deuda contigo. Si necesitas nuestra ayuda, la tendrás en todo momento.
—Mis padres, mis abuelos y muchos de mis amigos siguen encarcelados en la reserva de Espejismo Viviente. ¿Alguno de vosotros podéis ayudarnos a rescatarlos?
—Para mí sería un honor —respondió Agad—. Los dragones pueden ser muy persuasivos.
—También los ástrides —prometió Bracken.
—Supongo que la Esfinge en persona te ayudará a convencer a sus esbirros a retirarse —sugirió la reina de las hadas.
—Además, Fablehaven está hecha un desastre —les recordó Seth a todos.
—Me encargaré personalmente de arreglar las cosas en Fablehaven y en Espejismo Viviente —se comprometió Agad.
—Yo secundo la promesa —añadió Bracken.
Kendra se sintió aliviada, sobre todo por poner a salvo a su familia y por devolverles Fablehaven, y también en parte porque parecía que iba a poder estar más tiempo con Bracken antes de que se marchara.
—Habrá otros temas que tratar y otros cabos sueltos que arreglar —dijo Agad—. Por ejemplo, Bracken me comentó que vuestro antepasado, Patton Burgess, os dio consejo. Me gustaría regresar en el tiempo hasta la etapa final de su vida para contarle que todo salió de maravilla, para que pueda descansar en paz. Fue un buen hombre.
—¿Eso podría alterar la información que nos transmite? —preguntó Seth—. ¿Podría modificar la manera en que todo esto ha salido?
—Ya tenéis la información que os transmitió —dijo Agad—. Vuestras visitas a Patton forman ya parte del pasado, incluso las visitas que aún no le habéis hecho. La información que os dio es una consecuencia de todas esas visitas. No me cabe duda de que lo tuvo muy difícil a la hora de decidir qué información os daba y cuál debía callar para sí. Me aseguraré de transmitirle que la información que compartió con vosotros era exactamente la que necesitabais saber. Todos y cada uno de los implicados en esta victoria tuvieron que recorrer un camino complicado.
—¿Podríamos pedirle a Patton que le comunique a Coulter que hemos vencido? —preguntó Seth—. Coulter fue a verle justo antes de morir.
El brujo le guiñó un ojo.
—Creo que podemos aportar nuestro granito de arena para tratar de que así sea, pero no te puedo prometer nada en concreto. Los viajes a través del tiempo son una cosa muy peculiar. Cuando tratamos de alterar el pasado, nos encontramos con que inevitablemente nuestra participación era ya parte del pasado. Los pocos brujos que he conocido que se dedicaron activamente a investigar paradojas del tiempo se fueron todos al pasado y no ha regresado ninguno; por eso, mi empeño es siempre mantener el menor tipo de relación posible con la historia.
—Una política sabia —dijo la reina de las hadas.
Seth carraspeó incómodo.
—Aprovecharé que me estáis prestando atención para haceros una pregunta más. —Se puso a rebuscar en su caja de emergencias—. Tuvimos un sirviente de madera, llamado Mendigo, que nos ayudó a salir con vida de Wyrmroost, pero que acabó hecho pedazos en el proceso. Tengo aquí los ganchitos que unían todas sus partes. —Le tendió a Agad la palma de la mano abierta, en la que sostenía un montón de ganchos.
Agad cogió uno y se lo acercó a un ojo, entornándolo.
—Sí, recuerdo que Camarat me habló de vuestro compañero. Los ganchitos son un buen comienzo. Has dicho que era de madera. ¿No te quedará, por casualidad, algún pedazo de madera?
Seth arrugó el ceño.
—Se desintegró por completo con el veneno de Siletta.
Agad frunció las cejas, pensativo.
—Entonces no estoy seguro de poder…
—Un momento —dijo Kendra—. Sí que quedó algo de madera. En Wyrmroost, cuando Mendigo saltó a aquel cañón para escapar de los grifos, se le cayó un buen trozo. Me acuerdo de haberlo encontrado cuando salí a registrar la zona. Debería seguir dentro de la mochila mágica.
—Y podemos ir a la bodega de la mochila con ayuda del Translocalizador —añadió Seth, entusiasmado.
—En ese caso, creo que puedo restaurar a vuestro autómata sin mucho problema —les aseguró Agad.
—Y yo tal vez podré agregarle una chispa de libre albedrío —dijo la reina de las hadas—. Así el sirviente podrá aprender y evolucionar.
—Gracias —respondió Seth, sonriendo de oreja a oreja—. ¡Sois la mejor gente del mundo! Oh, Agad, Bracken, casi se me olvida: Morisant os manda recuerdos. Me pidió que os diera las gracias y que os dijera que no os guarda rencor. Parecía arrepentido de haber acabado en ese estado.
—Qué noticia tan estupenda, Seth —dijo Agad con los ojos brillantes—. Me agrada mucho saber que finalmente mi mentor halló reposo. Morisant fue en su día un gran brujo, quizás el más grande de nuestra orden. Gracias a su sabiduría levantamos un santuario a la reina de las hadas tan cerca de Zzyzx. Es verdaderamente milagroso que te confiara la Vasilis.
—Y prestársela a Kendra resultó también de fábula —dijo Seth.
El viejo brujo se echó a reír y apoyó una mano en un hombro de Kendra y otra en el de Seth.
—Vosotros dos habéis vivido unas pruebas terriblemente duras. Vuestro nombre pasará a la historia. Estamos todos muy orgullosos de vosotros. Ojalá pudiésemos expresaros de algún modo nuestra gratitud. De momento, tendrá que bastaros con que os diga que por fin podéis descansar tranquilos.