25

El «Dama Suerte».

Seth iba andando por la playa, disfrutando de la sensación de la arena áspera y de los lisos fragmentos de concha bajo las plantas de los pies. Gaviotas de cabeza negra se mantenían suspendidas en el aire, planeando en la brisa. Cerca de él, el agua susurraba suavemente al lamer la arena, con sus millones de burbujas diminutas estallando al contacto con la tierra. Al retirarse el agua, las lavanderas correteaban por la orilla con sus raudos andares, metiendo el pico afilado en la tierra en busca de alimento.

A cierta distancia, detrás de él, Vanessa descansaba en una toalla, con unas enormes gafas de sol, una camiseta holgada y unas sandalias muy estilosas. Seth no divisaba a nadie más en la costa. Los únicos indicios de civilización eran unas casas a lo lejos en las que no se veía ni rastro de vida.

Seth nunca había estado en los Outer Banks. El paraje, en la costa de Carolina del Norte, estaba compuesto por unas estrechas barreras de arena que formaban alargadas islas, comunicadas entre sí mediante puentes y transbordadores. Vanessa y él se encontraban en la isla de Hatteras. Con el océano Atlántico a un lado y la ensenada de Pamlico Sound al otro, pasearse por la isla le causaba la impresión de encontrarse mar adentro, aun cuando podía perfectamente llegar andando a tierra firme.

Habían llegado hacía dos días, en un vuelo a Norfolk, Virginia, tras el cual habían viajado en un sedán alquilado, atravesando poblaciones con nombres como Kill Devil Hills (Montes Mata Diablo) o Nags Head (Cabeza del Rezongón). Según les habían contado unos lugareños mientras Seth y Vanessa comían pasteles de cangrejo en una cantina de carretera, la temporada turística no había empezado aún. Tal como les dijeron, el verano atraía hasta allí mucho tráfico y nutridas multitudes, pero en aquella época no parecía que hubiese mucho movimiento en ninguno de los restaurantes, y muchas playas parecían desiertas.

Una brisa fresca evitaba que el aire de la tarde resultase cálido. Después de vadear por el agua fría, Seth había decidido no darse un baño. En vez de eso, se contentó con pasearse a la orilla de las olas moribundas, buscando entre la infinita cantidad de conchas marinas de la playa las que le parecían las mejores. Casi todas eran pequeñas, muchas blanqueadas o partidas, pero algunas presentaban tonalidades atrayentes. Las que más le gustaron fueron unas cuantas conchas partidas brillantes y coloridas, que recordaban vagamente a las púas de los guitarristas, y agitaba en una mano sus favoritas, creando un sonido de sonajas.

Aquella noche iba a intentar llamar al barco que le trasladaría a la isla Sin Orillas. La duda que tenía era quién más iría con él.

Bracken se había mantenido en constante comunicación a través de la telepatía. La Esfinge le había informado de que, tal como esperaban, Zzyzx se abriría la mañana siguiente a la luna llena. Eso sería dentro de menos de cuatro días.

De acuerdo con la carta de Patton, se tardaba casi tres días en hacer el viaje de isla Hatteras a la isla Sin Orillas. El navío solo podía ser llamado a medianoche, para recoger a los pasajeros unas dos horas después. Aquella noche era la última en la que podrían zarpar si esperaban llegar antes de que se abriese Zzyzx.

Por la comunicación que había recibido, todo indicaba que Bracken, Warren, Trask y Kendra llegarían a Hatteras esa tarde a última hora. Después de perder al último de los eternos y de contactar con Seth, habían alquilado un coche y habían partido hacia los Outer Banks para reunirse con él.

En algún lugar, Hugo, Newel y Doren también estaban intentando llegar a tiempo. Seth y Vanessa habían volado desde Seattle, dejando a los sátiros y al golem en la camioneta, con una tarjeta de crédito y con el reto de llegar al punto de embarque en Hatteras antes de que el Dama Suerte llegase a recogerlos. Los sátiros habían reaccionado con entusiasmo ante la idea de tener por fin la oportunidad de ponerse al volante. Vanessa los había ayudado a planear por qué carreteras iban a tener que ir. Si viajaban rápido, deteniéndose solo a repostar, y si evitaban implicarse en alguna persecución policial, podían llegar a tiempo.

Seth lanzó al océano los trocitos de concha. Ese tiempo que había pasado con Vanessa en Hatteras había sido para él una gozada. Ella había pasado muchas horas durmiendo, recuperando el sueño atrasado después de tantos días seguidos conduciendo. Él había hecho todo lo posible por no pensar en sus padres y en sus abuelos, secuestrados, ni en la apertura de Zzyzx, y por imaginarse que estaba de vacaciones. Pero ahora la ilusión estaba a punto de tocar a su fin.

Se dejó caer en la arena. Por mucho que Bracken le asegurase que iban bien de tiempo, no iba a estar tranquilo hasta que los viese aparecer. ¿Y si tenían algún percance con el coche? Peor aún: ¡la Sociedad podía tenderles una emboscada!

Sacó del bolsillo la carta de Patton y la desplegó. Buscó la parte en la que le hablaba de cómo llamar al Dama Suerte.

Para llamar al Dama Suerte necesitarás la campana, el silbato y la cajita de música de Cormac, el leprechaun (mira más arriba). Una vez en la isla Hatteras, a medianoche, sube hasta lo alto del faro del cabo Hatteras y haz sonar la campana. El barco responderá solo si haces sonar la campana a medianoche y desde esa zona.

Seth detuvo su lectura. Al llegar a la isla Hatteras, se habían enterado de que en 1999 habían cambiado de sitio el faro, para que el océano no lo invadiese. No lo habían trasladado muy lejos, pero a Seth le preocupó que el cambio de ubicación pudiese afectar la capacidad de la campana de llamar al barco. Se preguntó si no sería mejor hacer sonar la campana desde el solar donde antes se alzaba el faro.

Después de tocar la campana, dirígete a la zona de embarque señalada con un círculo en el mapa dibujado abajo. Transcurridos cien minutos desde el toque de campana, sopla el silbato tres veces cada pocos minutos, hasta que aparezca un bote de remos que te llevará al Dama Suerte. Una vez a bordo, vete al camarote del capitán, en la popa. Con independencia de las personas que lleves contigo al viaje, ve tú solo al camarote. Dentro mora una presencia. Haz sonar la cajita de música allí, y a continuación consigue que te lleven hasta la isla Sin Orilla. No estoy seguro de todo lo que implicará esta acción, pero la travesía durará tres días exactamente, ni una hora más ni una hora menos, conque calcula bien el momento.

Recuerda que el pasaje en el Dama Suerte es un viaje solo de ida. Tendrás que prever algún método alternativo para regresar de allí. A las criaturas voladoras les resultará considerablemente más fácil abandonar la isla Sin Orillas que llegar a ella.

Con esto doy por terminadas mis recomendaciones. Pide consejo a tus aliados sobre cómo planear la mejor manera de organizar vuestra defensa en la isla Sin Orillas. No resultará fácil. Puede que ni siquiera sea posible. Una vez más, haz lo que consideres con estas ideas. Yo tan solo te sugiero las acciones desesperadas que yo mismo probaría. Buena suerte.

Afectuosamente,

PATTON BURGESS

Seth dobló la carta y se la guardó. Se recostó en la arena, estirándose bien, y escuchó las olas. Cerrando los ojos y respirando el aire cargado de salitre, cogió arena con las manos y la dejó escapar entre los dedos.

Alguien le llamó por su nombre, a lo lejos. Se incorporó y vio a Kendra corriendo hacia él. Ver a su hermana le causó tal alivio que la emoción le salió incontrolablemente en forma de carcajada al tiempo que él también corría a su encuentro. Se abrazaron cerca de donde estaba Vanessa, sentada en su toalla.

—Hemos llegado con horas de sobra —dijo Kendra—. Bracken nos dijo que estabas preocupado.

—Bueno, es que lo habríais tenido muy complicado para coger el siguiente barco —respondió Seth. Detrás de su hermana, se acercaban Bracken, Warren y Trask—. Cuánto me alegro de veros.

—Yo también —dijo Kendra—. Pero ojalá hubiésemos podido salvar a uno de los eternos.

Vanessa se puso de pie cuando Bracken estaba ya cerca de ellos, con las manos apoyadas en la espada. Se miraron el uno a otro con evidente desagrado.

—Hola, Seth —dijo Bracken, sin apartar los ojos de Vanessa—. ¿Conque esta es tu blix?

—Soy Vanessa —dijo ella.

—Bracken —respondió él, muy erguido. Le tendió la mano—. Encantado de conocerte.

Vanessa miró la mano tendida con gesto ceñudo.

—¿Quieres meterte en mi mente, verdad?

—Parece adecuado —replicó Bracken.

—Ha sido realmente fantástica —afirmó Seth—. Una gran ayuda.

—Entonces no debería causarte ningún problema estrecharme la mano —insistió Bracken.

Vanessa no movió ni una pestaña para responder a su gesto.

—¿Quién está escudriñando tus intenciones ocultas?

—Mi especie goza de una reputación más fiable —respondió Bracken en tono neutro.

—Tu especie caza blixes —replicó Vanessa.

Bracken se encogió de hombros.

—De vez en cuando. Francamente, desearía que los blixes tuvieran más depredadores. La mayoría de ellos merecen ser cazados.

Vanessa le midió con la mirada.

—Discutible. Pero no me negarás que existe animosidad entre tu especie y la mía.

—No te lo negaré.

—Entonces tal vez puedas entender por qué no quiero que un unicornio se alce en portavoz de mis intenciones.

Bracken bajó la mano que le tendía.

—¿Estás insinuando que podría mentir acerca de lo que veo en tu mente?

—Sería la forma más rápida de justificar que me aniquilaras.

Bracken sonrió.

—O sea, que aquí estás, tratando de aislarte tú misma de lo que yo podría descubrir en ti. Si no tienes nada que ocultar, no tienes por qué oponerte. Yo diré la verdad, y lo saben.

—Pero yo no —repuso Vanessa.

—Vanessa podría haber intentado coger la espada —intervino Kendra.

Seth lanzó una mirada a su hermana.

—¿Quién te ha hablado de la espada?

Bracken se volvió hacia el chico.

—Se lo conté yo. Ya podemos conversar más abiertamente. He aprendido a detectar cuándo Nagi Luna tiene el Óculus dirigido hacia nosotros. Me hizo falta algo de práctica. Estoy acostumbrado a que trate de espiarme con su mente, pero la sutileza añadida del Óculus y el nuevo poder que le otorgaba me despistaron durante un tiempo. Desde que recuperé mi cuerno lo tengo más fácil. Hasta que iniciamos este último viaje por carretera no había conseguido dominar qué debía buscar. Desde que Civia murió a manos de una blix —dirigió a Vanessa una mirada cargada de intención—, Nagi Luna ha perdido el interés por nosotros. Hoy solo nos ha buscado dos veces, y sin mucho interés.

—Entonces, ¿ya podemos hablar con libertad? —preguntó Seth.

—Siempre que yo esté delante —puntualizó Bracken—. Os avisaré si hay que cambiar de táctica. Por cierto, ¿y la Vasilis?

—En el maletero de nuestro coche de alquiler —respondió Seth.

Bracken arrugó el entrecejo.

—Puede que no sea el lugar ideal para una de las armas más poderosas de la historia, pero supongo que en la playa llamaría la atención.

—Vanessa podría haber intentado robar la Vasilis —insistió Kendra.

—Podría haberlo intentado, sí —convino Bracken—, pero daré por hecho que es lo bastante lista para saber que no podría haberlo conseguido. Esa espada solo puede regalarse a un amigo, nunca un enemigo podrá arrebatarla, ni siquiera la muerte de su propietario.

—Lo desconocía por completo —replicó Vanessa con sarcasmo—. Soy muy cándida.

Bracken volvió a tenderle la mano.

—Para bien o para mal, acabemos ya con esto.

Vanessa levantó las cejas.

—En primer lugar, ¿y si te juzgamos basándonos en el éxito que has tenido a la hora de proteger a los eternos? ¿Cuántos de ellos han salido con vida después de que acudieras a socorrerlos?

—Ninguno —respondió Bracken en tono duro, cerrando en un puño su mano extendida.

—¿Cómo sabemos que no eres un unicornio malvado creado por la Esfinge? —le acusó Vanessa—. Desde luego, no tenemos aquí a ningún eterno que nos sirva para negarlo. ¿Qué garantías puedes damos?

—Bracken no es ningún traidor —dijo Kendra—. La reina de las hadas respondió por él.

—¿Ante ti, en persona? —preguntó Vanessa.

—Sí —afirmó Kendra.

—Ya basta de animosidad —interrumpió Warren—. ¿Es que esta noche no va a ser ya lo suficientemente larga? Vanessa, por favor, déjale que se asegure y acabemos con esto. Piensa en tu pasado. Todos dormiremos mejor.

Vanessa asió la mano de Bracken. Él la miró fijamente a los ojos durante un buen rato.

—Relájate, nada más —dijo Bracken—. Piensa en tu relación con la familia Sorenson. Piensa en tus objetivos actuales respecto a nuestra actual misión.

Bracken le soltó la mano.

—¿Y bien? —preguntó Vanessa.

—Amaba a la Esfinge —informó Bracken.

El semblante de ella se endureció.

—¿Lo has dicho en pasado?

—Cuando él la traicionó, se convirtió en una auténtica aliada nuestra —confirmó Bracken—. Sigue preocupada por la Esfinge. Le preocupa su integridad física ahora que Graulas se hecho con el poder de la Sociedad, pero no de una manera que pudiera perjudicar a nuestra causa. Su afecto tiene ahora otro destinatario.

—Cuidado con lo que vas a decir —le avisó Vanessa.

Bracken lanzó una mirada a Warren.

—Aunque sea una blix, podemos confiar en ella.

—¿Has mirado a Warren? —preguntó Seth sin poder contenerse—. ¿A Vanessa le gusta Warren?

Warren carraspeó, incómodo.

Vanessa fulminó con la mirada a Bracken.

—Muy diplomático. Warren y yo nos conocemos de hace tiempo, de cuando serví como miembro de los Caballeros del Alba. Me alegro de que se sepa a las claras, para que todo el mundo pueda cuchichear a gusto. Por cierto, salta a la vista que Bracken tiene fuertes sentimientos hacia Kendra. A veces no hace falta saber leer el pensamiento a la gente.

Bracken abrió la boca, se detuvo y volvió a cerrarla.

—No seas tímido —le chinchó Vanessa, empujándole suavemente el pecho con un dedo—. Es el fin del mundo de verdad. Hora de destapar esos sentimientos ocultos. La atracción que sientes por Kendra es algo así como lo que siento yo cuando me embeleso mirando a un bebé recién nacido: perfectamente natural.

Bracken se puso colorado.

—Me parece que te estás dejando llevar por tu imaginación. A mí Kendra me encanta, pero no como tú lo describes.

—Tienes razón. —Vanessa se rio—. Me he equivocado. No es como yo lo he descrito. Al fin y al cabo, Kendra parece mucho más madura que un bebé.

Trask carraspeó ruidosamente.

—Dejaos ya de rivalidad entre blixes y unicornios. Me temo que tenemos preocupaciones más graves.

—Seth tiene una carta de Patton Burgess que esboza nuestros objetivos actuales —dijo Vanessa—. Yo ya tengo la llave de la puerta del faro. Los blixes también servimos para algo.

—No hay mucho que hacer hasta esta noche —convino Seth.

Warren se frotó las manos.

—¿Alguno sabe dónde podemos pillar pasteles de cangrejo de calidad?

• • •

A menos de un kilómetro desde el faro de cabo Hatteras, Kendra iba con Trask en un todoterreno deportivo de alquiler. Por encima de su cabeza veía aparecer y desaparecer las titilantes estrellas del cielo a medida que se movían los jirones de nubes. Desenrolló la parte superior de una bolsa de papel en la que llevaba unos pretzels y se metió uno en la boca, masticándolo con deleite. Después de una quesadilla de gambas para cenar, completada con un sándwich de pastel de cangrejo, no tenía hambre; solo estaba inquieta. Miró la hora en su reloj de pulsera: las doce menos veinte.

Kendra se había sentido incómoda durante toda la tarde-noche. Las acusaciones vertidas por Vanessa en la playa la habían dejado profundamente azorada. No solo había puesto en un aprieto a Bracken por sus sentimientos, sino que además había hecho notar a todos la gran diferencia de edad entre él y Kendra. Lo que complicaba aún más la situación era que ella estaba empezando a sentir auténtico apego por Bracken. Era guapo, valiente, protector, listo, encantador y, quizá lo mejor de todo, sabía que lo era de verdad.

No había sabido qué decirle, cómo mirarle, en toda la noche. Al final, había dejado de prestarle atención para concentrarse en Seth. Su hermano había pasado mil y una aventuras desde la última vez que le había visto. Ahora le veía más triste, más meditabundo.

Kendra volvió a enrollar la bolsa de los pretzels. ¿Y si Vanessa tenía razón? ¿Y si le gustaba a Bracken? Una cosa era estar enamorada de un chico inalcanzable, y otra muy diferente plantearse la posibilidad de que él realmente correspondiese a sus sentimientos. Aun sin que Vanessa lo hubiese señalado, sabía de sobra que era un unicornio y que tenía cientos de años. ¡Pero había muchas cosas en él que parecían muy humanas! ¡Muy normales! Bueno, era más guapo de lo normal. En la práctica, por muy real que fuese su verdadera identidad, Bracken tenía el aspecto de un chico atractivo solo un par de años mayor que ella.

Por supuesto, justo después de que Bracken hubiese recuperado su segundo cuerno se había comportado como un ser sobrenatural. Pero en cuanto solventaron la crisis, había vuelto a ser el mismo chico de siempre. Sin el tercer cuerno, todavía no podía adoptar su apariencia equina. A todos los efectos prácticos, era un humano. Y aunque fuese un pelín sobrenatural, Kendra se preguntaba a veces si ella misma no había dejado de ser totalmente humana. Desde que había entrado a formar parte del reino de las hadas, le costaba verse como una adolescente normal y corriente.

Kendra apoyó la cabeza contra la ventanilla. ¿De verdad estaba preocupándose por los sentimientos de Bracken hacia ella, cuando el mundo estaba a punto de acabarse? ¿Tan tonta era? ¿Y si él le adivinaba el pensamiento? ¡Se moriría de vergüenza!

—¿Me das un pretzel? —preguntó Trask.

Kendra dio un respingo.

—Claro —dijo, pasándole la bolsa—. ¿Qué haremos con el coche de alquiler, abandonarlo sin más?

—Lo entenderán. Les pagaremos una indemnización para compensárselo. Los Caballeros del Alba siempre pagan sus deudas, y una pizca de más. Pagamos anónimamente porque, de lo contrario, nos arrestarían demasiadas veces, pero pagamos. Como es natural, si el mundo se acaba creo que todos tendrán asuntos más apremiantes de los que quejarse.

—Cierto —dijo Kendra.

Aunque había acribillado a Trask a preguntas sobre sus padres y sus abuelos, él no pudo decirle nada, había pasado todo el tiempo encarcelado en un calabozo aislado en Espejismo Viviente. También había interrogado a Vanessa. La narcoblix había viajado dentro del cuerpo de Tanu junto con parte del grupo, pero los habían metido en celdas separadas, encerrados sin salir durante noche y día, por lo que no había podido enterarse de nada, salvo que seguían apresados en la mazmorra.

Después de estacionar el vehículo en un lugar desde el que podía observar la carretera principal, Kendra y Trask se enderezaron en sus asientos al ver acercarse a toda velocidad una camioneta abierta, que pasó zumbando junto al todoterreno deportivo; a continuación, los pilotos traseros brillaron con mayor intensidad y la camioneta cambió de sentido. Se detuvo justo frente a ellos. Hugo se apeó de la parte trasera dando un salto.

Kendra y Trask se bajaron del todoterreno, y Newel y Doren saltaron a su vez de la camioneta.

—¡Te lo dije! —exclamó Doren, propinándole a Newel un manotazo con el dorso de la mano—. Te dije que te fiaras del golem.

Newel chascó los nudillos.

—Nos dirigíamos al punto de encuentro acordado cuando Hugo empezó a percibir vuestra presencia. Él nos trajo aquí.

—Llegamos con dos horas de adelanto —dijo Doren, muy ufano.

—Seth —bramó Hugo con su voz pedregosa, señalando en dirección al faro.

—Seth está bien —le aseguró Kendra—. Solo está llamando al barco que nos trasladará. Warren, Bracken y Vanessa están con él.

—Para llegar aquí me da que os habéis saltado olímpicamente algunas limitaciones de velocidad, ¿eh, chicos? —dijo Trask.

Newel se rio.

—¡Sí que corre esa camioneta, sí! Rara vez hemos ido a menos del doble del límite de velocidad.

—Ha sido la pera —recalcó Doren, entusiasmado.

—¿Y no os topasteis con ningún control de velocidad? —preguntó Kendra.

—Dos veces —respondió Newel—. Nos retiramos educadamente de la circulación. Las dos veces al agente se le puso cara de susto al encontrarse con una cabra al volante, sin ningún humano a la vista.

—Nos registraron el vehículo en dos ocasiones —añadió Doren—. No tuvimos ninguna dificultad a la hora de clavarles uno de los dardos que nos dejó Vanessa. Se quedaron frititos, los metimos otra vez en su coche y aquí paz y después gloria.

—Estoy seguro de que otros agentes respondieron cuando pararon a ver qué les pasaba —dijo Trask—. Pero seguramente atribuyeron a una alucinación el informe sobre una camioneta conducida por unas cabras.

—Vanessa tenía cinco placas de matrícula de sobra, con sus correspondientes numeraciones —explicó Newel—. Las cambiábamos después de cada incidente.

Trask se rio.

—Puede que eso también haya sido una ayuda. Nosotros también tuvimos que pisar el acelerador para llegar aquí, pero tuvimos más suerte que vosotros con los radares.

Kendra miró a los sátiros.

—¿De verdad que vais a venir con nosotros a Zzyzx?

—Para eso hemos hecho tantos kilómetros —dijo Doren.

—Seth nos prometió una televisión de pantalla plana y un generador —aclaró Newel—. Además, poder presenciar desde primera fila el fin del mundo es infinitamente mejor que esperarlo sin hacer nada en Fablehaven, con los centauros a la carga.

—Seth me contó lo de los centauros —dijo Kendra.

—Si conseguimos salir con vida del encuentro con los demonios, habrá un juicio —aseveró Trask.

—Tenemos alguna probabilidad —dijo Doren—. Seth tiene la Vasilis. Se han compuesto poemas y canciones dedicados a esa espada.

—¡Por no hablar de que tenemos a un unicornio en nuestro bando! —exclamó Newel—. Ellos son los superhéroes del mundo mágico. No son muy extrovertidos, pero cuando se deciden a ayudar, la cosa cambia radicalmente.

—No vengáis con nosotros con la cabeza llena de falsas expectativas —los advirtió Trask—. Fijaos bien en quién es el enemigo. Estamos hablando de Gorgrog y de su horda. Casi con toda certeza no regresaremos con vida.

—Lo entendemos a la perfección —respondió Newel alegremente—. Si esto es el fin, pues qué se le va a hacer. No nos podemos quejar… Pero ¿no podemos también esperar que suceda lo mejor?

Trask se encogió de hombros.

—Supongo que la esperanza es lo último que se pierde.

• • •

Por encima de la base de ladrillo rojo, visible a la luz de la luna tamizada por las nubes, unas franjas rojas y blancas subían en espiral hasta lo alto del faro, confiriéndole el aspecto de un poste gigante de peluquería de caballeros. Vanessa llevó a Seth hasta la puerta de la base y la abrió rápidamente. El chico la siguió adentro.

Subieron por la escalera de caracol; podían ver un poco con ayuda de una pequeña linterna. La escalera estaba formada por unos treinta escalones aproximadamente, entre un descansillo semicircular y otro. Las ventanas, dispuestas cada cierta distancia, permitían ver una panorámica cada vez más alta. Cuando llegaron al último peldaño, Seth estaba casi sin resuello.

Una plataforma de observación rodeaba toda la cabeza del faro. Vanessa y Seth salieron a ella. La luna, en su fase gibosa creciente, salió de detrás de una nube, bañando con su resplandor plateado el océano corrugado y el litoral salpicado de vegetación. La brisa marina y la gran altura hicieron sentirse a Seth como si estuviese en la cofia del vigía de algún navío gigantesco.

—¿Es la hora? —preguntó el chico.

—Casi —respondió Vanessa, mirando la hora en su reloj.

Seth sacó la campanilla y le quitó la funda de cuero que insonorizaba el badajo. Tocó la campanita enérgicamente por encima de su cabeza. Sonó muy fuerte, pero no tenía nada que hiciera pensar que fuese sobrenatural. Tocó y tocó sin cesar, hasta que Vanessa le dijo que parase. Entonces, se asomó a mirar desde la barandilla.

Mucho más abajo, Bracken le dirigió el haz de una luz. Seth volvió a tapar el badajo y lanzó la campanita al vacío. Tal como habían planeado, Bracken y Warren llevarían ahora la campana al lugar donde antes se levantaba el faro y volverían a hacerla sonar. Con suerte, al tocarla en ambos puntos, podrían estar más seguros de que el barco respondería como deseaban.

Seth fue detrás de Vanessa, y bajaron los peldaños hasta salir del faro. Ella cerró con llave y regresaron corriendo hasta el lugar donde habían dejado el coche. Antes de llegar al vehículo, una silueta enorme de aspecto humanoide salió de la oscuridad corriendo hacia ellos pesadamente. Tras el breve susto inicial, Seth se dio cuenta de que se trataba de Hugo. Echó a correr hacia el golem, el cual le recogió del suelo estrechándole en un abrazo sembrado de rocas.

—¡Lo conseguisteis! —exclamó Seth.

—Condujo deprisa —respondió Hugo.

—¿La camioneta ha llegado entera? —preguntó Vanessa, admirada.

—Camioneta bien —la tranquilizó Hugo.

Newel y Doren aparecieron también, correteando hasta ellos. Hugo dejó a Seth en el suelo.

—No me puedo creer que lo hayáis conseguido —dijo Seth—. Supuse que os tomaríais vuestro tiempo, quemando tarjeta de crédito en garitos de comida rápida.

—No sería mal modo de afrontar el fin de la civilización —admitió Newel—. Después de una buena dosis de comida basura, al final todo acaba sabiéndote igual.

—Rico, pero grasiento —dijo Doren—. Además, conducir a toda pastilla es otro nuevo placer que nos chifla a los dos.

—Puede que no volvamos de esta —dijo Seth en tono serio.

—Lo sabemos —respondió Newel—. No para de advertírnoslo todo bicho viviente. Si no fuese porque sé que no es así, diría que estáis queriendo darnos esquinazo. La cosa se resume en que, si lo conseguimos, entonces no solamente habremos salvado el mundo, también habremos salvado la tele, la comida basura, los refrescos, los donuts, las chocolatinas y el helado.

—Salvamos las patatas Frito-Lays —dijo Doren con aire solemne.

—Vosotros habéis podido disfrutar toda la vida de esas maravillosas delicias precocinadas —añadió Newel en tono acusador—. Las dais por hecho. Pero Doren y yo apenas estamos empezando a conocerlas.

—Nadie va a hacerle la puñeta a las marcas de repostería —dijo Doren—. No mientras yo pueda evitarlo.

—Será un honor para nosotros teneros cerca —dijo Seth.

—Hugo podría suponer una complicación —observó Vanessa—. Si el barco solo pone a nuestra disposición un bote para llevarnos a bordo, el golem podría hundirlo.

—Yo no quiero ir sin Hugo —señaló Doren—. ¿Visteis cómo aplastó a esos centauros solo con la fuerza de sus manazas?

—¿Va a hacer falta que secuestremos una embarcación? —preguntó Newel.

—Tendréis que hacerlo con cuidado —dijo Vanessa—. Estas aguas son famosas por su peligrosidad. No por nada a esta zona se la conoce como el Cementerio del Atlántico. Los cambiantes bancos de arena de esta costa han hundido centenares de barcos.

—Eso explica la necesidad de poner un faro —dijo Newel—. Ya nos las apañaremos. El golem debería poder discernir vuestro paradero. Vamos, Hugo. Será mejor que nos demos prisa.

—Nos vemos entre las olas —se despidió Doren.

Los sátiros se subieron en la camioneta y Hugo se acomodó en la parte trasera. Vanessa explicó a Trask lo que se proponían hacer los sátiros, y él estuvo de acuerdo con el plan.

Kendra se acercó a Seth.

—¿Qué tal ha ido? —le preguntó.

—He tocado la campana. Ahora veremos si da resultado.

—¿Quieres un pretzel?

—Estoy lleno. Me he pasado con los pasteles de cangrejo.

Se quedaron en silencio unos segundos.

—¿Eres consciente de que esta es nuestra última aventura? —le dijo Kendra.

Seth acarició la empuñadura de la Vasilis.

—Sí. ¿Y tú?

Su hermana asintió en silencio.

—Resulta bastante obvio, ya que ni siquiera hemos preparado un plan para volver. No pudimos evitar este desenlace cuando aún era posible. Y tuvimos un montón de oportunidades. Los objetos mágicos. Los eternos. Ahora ya no nos quedan más opciones. Supongo que ir a Zzyzx es mejor que quedarnos de brazos cruzados. Siempre será mejor morir valerosamente en compañía de amigos que perecer escondidos.

—Tú no hace falta que vayas —dijo Seth.

—Tú tampoco.

—Yo voy. Para eso he ido a por la Vasilis. Si tengo que morir, moriré luchando contra demonios, no huyendo de ellos. Me ayuda imaginar qué haría Patton. Me ayuda pensar en Coulter.

—Yo también voy —dijo Kendra. Y, temblándole el labio, añadió—: Me gustaría poder despedirme de mamá y papá.

—No pienses eso —respondió Seth—. Piensa en ganar. Piensa en proteger al mundo.

Su hermana logró esbozar una sonrisa.

—Lo intentaré.

Cuando volvieron Bracken y Warren, todos se subieron al todoterreno deportivo y al sedán, y se pusieron en camino hacia el lugar señalado en el mapa de Patton. Después de comprobar que llevaban todo el equipamiento necesario, se dirigieron a pie hasta la orilla del mar y esperaron el momento oportuno para empezar a tocar el silbato.

Seth se fijó en que Bracken se sentaba al lado de Kendra. No pudo resistir la tentación de escuchar su conversación a hurtadillas.

—Siento lo de antes con Vanessa —dijo Bracken—. Pretendía atacarme por haberla puesto en evidencia.

—No te preocupes —contestó Kendra—. Lo entiendo.

Bracken cogió la mano de la chica y la miró intensamente.

—Vanessa no se equivocaba.

Seth sabía que era el momento de replegar la antena. Metiéndose las manos en los bolsillos, se alejó paseando por la playa. No podía dejar de pensar en lo que Kendra le había dicho de que esa sería su última aventura. A solas en la oscuridad, tuvo que reconocer que tenía razón. Tener la Vasilis era una pasada, y Hugo era una criatura formidable, y seguramente Bracken se guardaba algún as en la manga, pero luego se paró a pensar en el poder indomable de Bahumat, vio de nuevo a Olloch, el Glotón, arrancándole a Hugo un brazo y se acordó de Graulas demoliendo la casa de Fablehaven. Los demonios tenían un poder terrible, y Zzyzx albergaba un número inmenso de los peores de entre ellos.

¿Y si Raxtus conseguía que Agad participase también? Podría venirles de miedo contar con un brujo, sobre todo si se traía un puñado de dragones. Sin embargo, supuestamente, la horda de demonios de Zzyzx era aún más poderosa que los dragones.

—Curioso momento para pasearse por esta playa —dijo una voz detrás de Seth, en un tono familiar.

Se dio la vuelta y se encontró ante un hombre grisáceo de barba hirsuta, con impermeable con capucha y recias botas. No le había oído acercarse.

—Estoy con unos amigos.

—Ya me he dado cuenta —respondió el hombre, dirigiendo la mirada al mar—. Puede que en breve aparezcan en esta playa unos visitantes poco agradables. A buen entendedor, pocas palabras bastan.

Aquel hombre no era un tipo cualquiera. Seth le miró con atención; el desconocido parecía levemente translúcido.

—Lo sé —dijo—. Los he llamado yo.

—¿Estás seguro de que quieres hacerlo?

—Es que necesito llegar a un sitio.

El hombre volvió la cabeza y miró a Seth.

—Hay muchas maneras de ir.

—No adonde nosotros vamos —explicó el chico—. Tenemos que llegar a la isla Sin Orillas. Unos demonios se proponen abrir Zzyzx.

El hombre volvió a mirar hacia el mar.

—No puedo decir que sepa gran cosa acerca de eso. Por lo que veo, tienes tus motivos para ir. Ándate con ojo cuando negocies el pasaje. Esa nave puede ponerse intratable.

—¿Tiene alguna recomendación que hacerme? —preguntó Seth.

El hombre volvió a mirarle.

—No es mi intención inmiscuirme.

—Se lo ruego.

—Tienes ahí una espada magnífica. No te olvides de que la llevas, si se pone temperamental. Hay gente que solo respeta a los que podrían hacerles daño. Yo, sin ir más lejos, no me acercaría al Dama Suerte.

Bracken llegó corriendo, aunque sin demasiada prisa. Seth dio un paso en dirección a su amigo, saludándole con la mano. Cuando se dio la vuelta otra vez, el hombre gris había desaparecido. No podía haberse escondido en ningún sitio. Un escalofrío le recogió la nuca.

—¿Le has visto? —preguntó Seth a Bracken cuando este estuvo más cerca.

—Era una aparición. Por eso he venido hacia acá. Por la sensación que me producía, era una aparición benévola. Una especie de espíritu protector.

—Me ha hablado del Dama Suerte —le contó Seth.

—Espero que le escucharas atentamente —dijo Bracken—. ¿Estás bien?

—Lo bastante. Vi que charlabas con mi hermana.

—Vanessa ha creado una situación incómoda. Tenía que aclararlo con ella.

Seth sonrió. Regresaron juntos con los demás. Una vez allí, fijó la vista en el mar, esperando ver aparecer a Hugo, Newel y Doren en un bote robado. Los seis guardaban silencio, sentados en la arena. Kendra apoyó la cabeza en el hombro de Bracken. Trask y Vanessa dormitaban.

Al final, Bracken se apartó de Kendra y le dio un codazo suave a Seth.

—Hora de tocar el silbato de contramaestre.

El chico sacó el silbato del estuche, se puso de pie y emitió tres largos pitidos. Dos minutos después repitió el reclamo. Y de nuevo dos minutos más tarde.

La luna se ocultó detrás de unos nubarrones, ensombreciendo la vista del mar desde la playa. Seth continuó tocando el silbato cada dos minutos. Cuando la luna volvió a asomar, un gran bote de remos se aproximaba a la orilla, todavía a bastante distancia.

Los pitidos habían despertado a Vanessa y a Trask. Seth guardó el silbato y todos cogieron sus pertrechos. El bote de remos encalló en la arena y un par de marinos saltaron al agua. Seth había visto zombis y espectros. Esas figuras parecían un término medio: no eran tan oscuras ni tan elegantes en sus movimientos como los espectros, y se movían con mucha más agilidad y eficacia que los zombis. Su piel, marrón y nudosa, daba sensación de magra y resistente.

Tras repasar con la mirada por última vez las negras aguas del océano en busca de señales de Hugo o de los sátiros, Seth se metió vadeando en el frío mar junto a los otros, y aceptó la ayuda que le ofreció un marino de ultratumba para subir al bote. Dentro aguardaban otros dos marinos de ultratumba, sujetando los grandes remos. Cuando todos estuvieron a bordo, los dos marinos que estaban en la orilla empujaron la embarcación al agua y se subieron.

El bote tenía sitio para que todos cupieran cómodamente, pero a duras penas habrían entrado también los sátiros. Hugo, sin duda, habría sido demasiado grande. Seth se consoló pensando que no habían dejado en tierra al golem sin una buena razón.

Los marineros de los remos maniobraban con el bote con eficiente competencia. Si había por allí cerca bajíos peligrosos, Seth no vio ni rastro de ellos. El bote de remos se alejaba rápidamente de la playa, cabeceando entre el oleaje.

Seth aguzó el oído para escuchar a los marineros de ultratumba, pero, al igual que le sucedió entre los muertos enhiestos, no detectó sus pensamientos. Intentó trabar conversación con ellos mentalmente, pero no percibió ninguna respuesta.

La luna se ocultó de nuevo detrás de las nubes. Remar en medio de esas aguas negras y ondulantes ponía los pelos de punta. Todo resultaba surrealista: el movimiento de vaivén de la embarcación, el salitre del aire marino, el marinero de ultratumba que iba sentado detrás de él, con un aro oxidado colgando de su lóbulo marchito. Seth reparó en que Bracken había rodeado a Kendra con un brazo.

Llevaban un buen rato en el bote de remos cuando Bracken se puso de pie. Levantó una mano y una brillante bola de luz blanca se elevó de entre sus dedos, iluminando con una luz fantasmagórica el barco de madera que apareció delante de ellos, colosal.

—Guau —exclamó Seth moviendo solo los labios, sin emitir apenas sonido alguno, impresionando ante el tamaño del barco.

La nave tenía tres mástiles altos, llenos de complicados aparejos pero sin velas. Bien lejos del agua, a gran altura, les aguardaban varias cubiertas de diferentes alturas, bordeadas por una barandilla ornamentada. La madera lucía vieja y desgastada, pero no podrida. Seth pudo ver el nombre del barco en letras metálicas. El mascarón de una sirena, esculpido primorosamente, pendía del frente, con rostro crispado por el pánico y los brazos encadenados a los costados.

Los marineros, sin prestar la menor atención a aquella luminosidad añadida, maniobraron con el bote en paralelo al Dama Suerte. Seth oyó el zumbido de un motor. Se dio la vuelta y vio que por el agua se les aproximaba una lancha motora.

—Nos han encontrado —dijo Trask.

—Subid por la escala de mano —les indicó Bracken.

Seth esperó a que los demás subiesen, hasta que en el bote de remos solo quedaron él y Bracken con los cuatro marineros de ultratumba. Uno de ellos les indicó que subiesen por la escala.

—Vienen unos amigos —explicó Seth.

Sin el menor atisbo de haber comprendido lo que le decía, el marinero volvió a indicar mediante gestos que subiesen al barco. Seth se tomó su tiempo para dirigirse, arrastrando los pies, hasta la escala. La motora estaba cada vez más cerca. Se ciñó bien el cinturón de la espada y buscó algo en el estuche que Cormac le había dado.

—Esperad —gritó Newel—. Ya estamos aquí. Perdonad que hayamos tardado tanto. Creo que hemos dañado la lancha. Hugo tuvo que rescatarnos de unas barreras de arena.

El motor se paró en seco y la lancha continuó a la deriva hasta chocar con un golpe seco contra el bote de remos, meneando a sus ocupantes. Newel y Doren se pasaron de un salto al bote.

—Estos son nuestros amigos —dijo Bracken—. Viajan con nosotros.

Los marinos del reino de los muertos no hicieron el menor movimiento para detenerlos. Seth empezó a subir por la escala, seguido de Bracken. Al mirar abajo, vio que Hugo pasaba con mucho cuidado al bote de remos, que tembló bajo su peso. Un instante después, el golem subía detrás de Doren la escala del lateral del barco.

Cuando Seth llegó arriba, se encontró con que los demás estaban todos apiñados, frente a un grupo de veinte miembros de la tripulación de muertos vivientes. Aunque los marineros, todos vestidos con harapos, no hacían gestos agresivos, su formación en grupo y sus posturas daban a entender que suponían un peligro. Bracken, Newel, Doren y Hugo se unieron a Seth y al resto de sus compañeros.

—El camarote del capitán estará en popa —dijo Bracken, señalando hacia allí—. Imagino que querrán que esperemos aquí mientras tú te aseguras el pasaje. Es preciso que todo salga bien. Tanto si podemos librar un combate contra estos marineros malditos como si no, nosotros no podemos hacer que la nave nos traslade a nuestro destino.

—Sin problema —dijo Seth, apretando los dientes.

Se alejó de sus amigos, andando entre los marineros de ultratumba. Llevaba una mano puesta todo el tiempo en el puño de la Vasilis y procuraba que no se le notara el miedo. Ninguno de los marineros se interpuso en su camino. Cuando estuvo al otro lado, sus preocupaciones se disiparon en parte.

Continuó hasta la puerta del camarote del capitán. Se planteó llamar con los nudillos, pero al final la abrió sin más. La habitación, en penumbra, estaba ricamente amueblada. Una preciosa alfombra cubría gran parte del suelo. En las paredes había mapas y gráficos detallados. El escritorio era pequeño, pero ornamentado, y el generoso camastro tenía sábanas de seda.

La habitación estaba vacía, al parecer.

Arrodillándose, Seth abrió el estuche, extrajo la cajita de música, le dio cuerda y la dejó en el suelo. No ocurrió nada. Abrió la tapa de la cajita de música y esta empezó a sonar.

De inmediato, empezó a formarse un remolino en el aire y la temperatura se desplomó. La puerta se cerró de golpe y las sombras de repente se tornaron mucho más profundas. Mapas y diagramas vibraron en las paredes y del escritorio salieron volando algunos documentos. Aunque Seth no veía a nadie, supo que ya no estaba solo. Se le había unido una inexplicable presencia.

«¿Por qué abusas de mi amabilidad?», inquirió una voz de niña, dentro de su cabeza. Sonaba infantil, pero Seth intuyó que la que hablaba era una anciana.

—He de llegar a la isla Sin Orillas —dijo Seth—. Esta es la única manera que conozco de llegar allí.

«No has venido solo. ¿Qué pinta aquí ese unicornio? ¿Y ese golem?».

Era evidente que la niña estaba disgustada.

—Viajo con mis amigos para evitar una catástrofe —dijo Seth—. ¿Nos llevarás?

«¿Que si os llevaré? —Las palabras le taladraron la mente y se estremeció—. No os llevaré. Odio esa isla. Tú y tus compañeros entraréis a formar parte de mi tripulación. Salvo el unicornio y el golem, que se irán al fondo del mar».

—Eso no es aceptable —replicó Seth, preocupado, llevándose, casi sin darse cuenta, la mano al pomo de su espada.

«¡No es aceptable! ¿Tienes idea de con quién estás tratando? Acudí a tu llamada, tal como se te prometió. Una vez a bordo, harás lo que ordene. Este no es tu sitio. No negociaré contigo. ¡Márchate! Y comunica mi veredicto a tus compañeros».

Seth desenvainó la Vasilis y el tibio confort de la ira se despertó en sus entrañas. La seguridad en sí mismo desbancó a sus vacilaciones y temores, y se sintió avergonzado por cómo había estado dejándose amedrentar. ¡Sus amigos contaban con él! La espada emitió un fulgor rojizo, iluminando la habitación y revelando una débil silueta en un rincón. Parecía una nube poco densa de motas de polvo, con forma de mujer de larga melena. La espada tiró de él hacia aquel ser brumoso.

—Ya basta de estupideces —ordenó Seth, refrenando el tirón ansioso del arma—. He pasado por demasiadas cosas como para discutir ahora con una niña de mil años de edad. Mis amigos y yo nos dirigimos a una muerte segura. Tú solo eres nuestro medio de transporte. Te invoqué educadamente. Tú nos ofrecerás un viaje a salvo, o tu existencia tocará a su fin cuando me ponga a hacer cerillitas con tu arco y cebo para peces con tu tripulación.

Silencio.

«Discúlpame —respondió ella tímidamente, ya despojada de todo tinte amenazante—. En un primer momento te comportaste como un impostor. Eres cruel al engañarnos de ese modo. No nos hagas daño, y en este instante os garantizo a ti y a tus compañeros el pasaje a la isla Sin Orillas».

—Dispones de tres días —dijo Seth—. Debemos desembarcar mucho antes del amanecer.

«Como tú digas, oh, magno».

Seth se volvió para marcharse.

—Me gustaría que esta fuese la última vez que tuviéramos que hablar.

«Sin intención de faltarte al respeto, pero lo mismo digo».