24

Civia

Bajo un cielo encapotado que tapaba el sol, Raxtus aterrizó silenciosamente en una calle lateral, cerca del aparcamiento del supermercado. Sin tornarse visible, el dragón alzó el vuelo de nuevo para dejar a Kendra y a Bracken en tierra. Bracken echó a correr a toda velocidad por la acera, haciendo ondular su capa de piel de oso. Kendra iba detrás de él. Saltaron por encima de unos setos bajos que bordeaban la acera y continuaron a toda prisa por el aparcamiento, para meterse rápidamente en el asiento de atrás de un todoterreno deportivo.

Warren los esperaba al volante.

—Vaya conjunto más molón, Bracken. Pasas totalmente desapercibido.

—¿Sigue en la tienda? —preguntó Bracken.

Warren comprobó la hora en su reloj de pulsera.

—Desde hace casi ocho minutos. Llevo unas dos horas siguiéndola. La información que os dio Niko me llevó derecho a su apartamento.

—Bien —dijo Bracken—. ¿Y nuestros adversarios no han dado señales?

—Aún no. Al no haber ningún peligro evidente, no quería ir a por ella yo solo. Ni soy unicornio ni formo parte del reino de las hadas, de modo que no puedo demostrarle de ninguna manera que soy un aliado suyo.

—Probablemente hiciste bien —dijo Bracken—. Además, hasta que llegase Raxtus no podías hacer mucho para ayudarla a escapar. Nuestro infiltrado en la Sociedad me ha informado de que han mandado a otro asesino más para tratar de acabar con el último eterno. Me contó que los demás tienen órdenes de esperar a que llegue el nuevo antes de dar ningún paso. Eso nos permitiría ganar algo de tiempo. Al parecer, ya intentaron llevársela hace un par de semanas en Sudamérica, pero se les escapó. Parece ser que es una mujer muy escurridiza.

—¿Se llama Civia, verdad? —preguntó Warren.

—Eso me ha dicho nuestra fuente —respondió Bracken—. El informante apuntó también que el nuevo asesino que han enviado podría favorecernos de alguna manera.

—Cruzo los dedos para que tu fuente sea fiable —dijo Warren, no del todo convencido.

—Yo preferiría que el destino del mundo no dependiese de ello —añadió Bracken.

—¿Tú no tienes una armadura? —preguntó Warren a Kendra.

—Todo lo que llevaba acabó empapado —le explicó ella—. Tuvimos que parar a por ropa seca. En el fondo me alegro. No me van mucho las armaduras. Me siento enlatada y patosa.

—Las armaduras empiezan a ser mucho más útiles cuando a la gente le da por querer partirte en pedazos —dijo Warren.

—Por lo menos ahora tengo una pinta más normal —afirmó Kendra.

—Veo que has envuelto la espada en una sábana —observó Warren.

La chica la levantó.

—Era la mejor solución de camuflaje que pudimos agenciarnos sin perder mucho tiempo.

—Creo que deberíamos mandar a Kendra para que fuese a hablar con Civia —sugirió Bracken—. No nos interesa asustarla.

—Acercarse a ella podría resultar peligroso —los advirtió Warren.

—Cierto —convino Bracken—. Civia estará a la defensiva y es posible que reaccione a la desesperada. Pero se sentirá mucho menos intimidada con Kendra que con cualquiera de nosotros, y tú puedes ir con ella para presenciar la conversación.

—Ya que no voy vestido con pieles de animales… —respondió Warren.

—Yo calculo que habrá lucha —dijo Bracken—. Os esperaré aquí fuera. Perdona que hayamos tardado más en llegar de lo que esperaba. Raxtus tuvo que descansar un par de horas en Arizona. En muy pocos días ha volado un montón de millas.

—No pasa nada —respondió Warren—. Yo he llegado a Texas justo un poco antes que vosotros. Mi avión aterrizó hace tres horas.

—¿Debería llevarme la espada? —preguntó Kendra.

—Déjala aquí —respondió Bracken—. No nos conviene que se ponga todavía más nerviosa. Niko dijo que de su protección se ocupa una mujer que en estos momentos va camuflada de bichón frisé.

—¿Bichón frisé? —preguntó Kendra.

—¿Una mujer transformista? —se extrañó a su vez Warren.

—Un bichón frisé es un perrillo faldero con el pelo blanco y rizado —aclaró Bracken—. No tengo muy claro que el sexo influya en los transformistas, pero Niko mencionó que era mujer.

—¿Y Niko, anda cerca ya? —preguntó Warren.

—No le queda mucho —respondió Bracken—. Debería alcanzarnos dentro de una hora.

—Deberíamos ir entrando ya —dijo Kendra—. Tengo miedo de que los malos aparezcan otra vez.

Bracken asintió.

—¿Qué coche traía Civia?

—Ese pequeñito de ahí —contestó Warren, señalando uno con el dedo—. Un utilitario nada llamativo. Desde luego, ella sí que sabe pasar desapercibida.

—Tratad de traerla aquí —dijo Bracken—. Nos mantendremos en contacto a través de la piedra.

—Descuida —respondió Warren—. Kendra, espera unos treinta segundos y luego vienes detrás de mí.

Warren salió del todoterreno deportivo. La chica contó mentalmente hasta treinta y después salió del vehículo. Se dirigió al acceso principal del supermercado, cogió un carro y pasó con él por delante de las cajas, por si, por casualidad, alguna chica con un bichón frisé se disponía a salir del establecimiento. Vio a varias mujeres pasando con su compra por las cajas, pero ninguna llevaba perro alguno.

Kendra volvió a recorrer la parte delantera de la tienda de una punta a otra, mirando por los pasillos. Vio a Warren eligiendo entre las cajas de cereales. Le indicó con un gesto de la cabeza que fuese hacia la sección de frutas y verduras.

Kendra divisó allí a una joven de melena lisa negra, examinando las manzanas. Llevaba vaqueros gastados, zapatillas de deporte y una sudadera de la Texas Christian University. Su tez morena hacía pensar que tal vez fuese india o de algún país de Oriente Medio. Un perrito blanco como de peluche aguardaba pacientemente sentado en el asiento de niños pequeños de un carro de la compra bien cargado.

Cuando el animal se fijó con interés en Kendra, ella desvió la mirada. Se acercó con su carro al puesto de las naranjas y se entretuvo cogiéndolas y volviendo a dejarlas. La chica empujó su carro a la caja del brécol. El perro volvió a cruzar su mirada con la de Kendra. Ella optó por ser directa y viró su carro hacia la joven.

Dio la impresión de que el perro murmuraba algo, y entonces la chica se la quedó mirando mientras se le acercaba. Kendra le sostuvo la mirada.

—¿Te puedo ayudar? —preguntó la joven con una sonrisa relajada.

—Créeme, por favor —empezó a decir Kendra, que lanzó una mirada al perro—. He venido a ayudarte. La Sociedad viene otra vez a por ti.

—¿Qué sociedad? —preguntó la chica, riéndose, y metió disimuladamente la mano en el bolso—. Has debido de confundirme con otra persona.

—No, Civia, hablo en serio.

La joven abrió los ojos como platos. Rápidamente, echó un vistazo a su alrededor. En esos momentos ellas eran las únicas compradoras en la sección de productos frescos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó la chica, incómoda.

—Tienen el Óculus —respondió Kendra en voz baja—. He venido con un unicornio, un dragón y un amigo para intentar salvarte la vida.

—La niña tiene un halo asombroso —murmuró el perro con voz de mujer.

Civia dio unos pasos hacia Kendra y le puso una mano en el hombro. En la otra mano sostenía, disimuladamente, pegada a un costado de Kendra, una navaja automática.

—Escucha, bonita, no sé quién eres, pero yo sólita me las he arreglado bastante bien desde hace mucho, mucho tiempo. Yo trabajo sola.

La navaja acaparaba toda la atención de Kendra. Era consciente de que si decía lo que no debía o si hacía algo equivocado, podría acabar con un navajazo.

—Eres la última de los eternos —susurró.

Civia titubeó unos segundos, y a continuación endureció la mirada. La punta de la navaja automática pinchó a Kendra.

—Deja aquí el carro —ordenó Civia—. Sal del establecimiento conmigo.

—No estoy sola.

Warren apareció en ese momento con las manos en su carro de la compra y los ojos puestos en Civia. Kendra nunca le había visto tan serio. La mujer le lanzó una mirada.

—Cabe pensar que tus amigos no querrán que te mate —dijo Civia entre dientes—. Estoy segura de que estáis tratando de ayudarme, si no, ya te habría degollado. Pero yo no trabajo con compañeros. Sin excepción. Es evidente que me habéis identificado. Me marcharé.

—Tus enemigos pueden seguirte gracias al Óculus —trató de disuadirla Kendra—. Y nosotros podemos encontrarte con ayuda del jefe de vuestros transformistas. Enseguida estará aquí.

—He matado a mucha gente a lo largo de los años —susurró Civia—. Podría acabar contigo ahora mismo, y después podría ocuparme de tu malencarado amigo.

—No podrás derrotar a las personas que vienen a por ti —le advirtió Kendra, preparada mentalmente para recibir en cualquier momento un tajo de la navaja automática—. Cuentan con un equipo numeroso y con todas las armas apropiadas. Debes cambiar de estrategia y huir a Wyrmroost. Agad está allí. Es posible que él pueda protegerte.

Warren avanzó hacia ellas con su carro de la compra.

—Ya te has acercado bastante —le dijo Civia.

Warren se detuvo.

—Me da igual quién seas —contestó—. Si le tocas un pelo a Kendra, te partiré el cuello.

Civia arrugó el ceño, desplazando lentamente hacia abajo la navaja del costado de Kendra.

—Está bien, vosotros ganáis —dijo, suspirando y dejando caer los hombros. Entonces, empujó a Kendra en dirección a Warren y echó a correr hacia el fondo del supermercado.

Mientras Warren agarraba a Kendra para que no se cayese, el bichón frisé saltó hacia él desde el carro, transformándose en pleno salto en una pequeña mofeta. Warren trató de quitársela de encima propinándole un puñetazo, lo que la mandó volando a un contenedor de patatas.

—Vuelve al aparcamiento —le dijo a Kendra al tiempo que se iba corriendo a por Civia.

—No luches contra nosotros —riñó Kendra a la fiera mofeta.

Esta se transformó en un búho y salió volando a por Warren. Al fondo del establecimiento se oyó el grito de una mujer. Kendra retrocedió hasta la entrada de la tienda, justo a tiempo de ver que el todoterreno deportivo viraba haciendo chirriar los neumáticos para dirigirse a la parte trasera del edificio. Al parecer, Warren mantenía comunicación con Bracken.

Kendra salió a toda prisa a uno de los laterales del establecimiento y corrió por el asfalto en dirección a la parte de atrás. Al llegar, encontró el todoterreno aparcado de cualquier manera y vio a Warren tratando de quitarse de encima, con una fregona, a un búho. Civia estaba paralizada en el suelo, como si la retuviera alguna fuerza invisible. Raxtus.

—Hemos montado un buen numerito —advirtió Bracken a Civia. Estaba de pie a su lado, con la navaja automática en las manos—. Sea cual sea el acuerdo al que lleguemos en el futuro, es preciso que nos larguemos de aquí.

—Bien —respondió Civia, furiosa.

—Al coche —ordenó Bracken.

Civia de pronto recuperó la libertad de movimientos para ponerse en pie y corrió a meterse en el todoterreno deportivo. Warren se acomodó en el asiento del conductor. Kendra se sentó a su lado. Civia, Bracken y el búho ocuparon el asiento de atrás. Warren arrancó el coche y lo condujo en dirección a la calle.

—¿Un dragón? —farfulló Civia—. ¿En serio? Pero ¿de dónde habéis salido vosotros?

Bracken la cogió de la mano. Ese sencillo gesto pareció apaciguarla.

—Hemos venido a ayudarte —aclaró—. Puedo ver que llevas mucho tiempo huyendo.

Ella retiró la mano de un tirón.

—Sal de mi mente.

—¡Déjala en paz! —chilló la búho.

—Dile al búho que cierre el pico —pidió Bracken.

—Janan, estate callada —dijo Civia.

El búho se transformó de nuevo en perrillo faldero.

—No era mi intención inmiscuirme en tus asuntos —afirmó Bracken—. Es solo que resulta más rápido si echo un vistazo a tus pensamientos.

—Yo prefiero las palabras —insistió Civia—. Decís que la Sociedad viene a por mí. ¿Cómo sé que no sois enemigos míos?

—Él es realmente un unicornio —dijo Janan—. Tienen un aura inconfundible.

—Si quisiéramos matarte, ya lo habríamos hecho —le recordó Bracken.

Civia cerró los ojos y apoyó la cabeza en el asiento.

—Cada vez que alguien se implica en mi vida, la cosa acaba en fracaso y desgarro. La mayoría de mis encontronazos más recientes han sido resultado de alguna relación personal. Por mi culpa ha muerto gente de buen corazón. Me las he arreglado mucho mejor yo sólita.

—Hasta hace poco, sí —la provocó Bracken.

Ella abrió los ojos.

—Me encontraba en un pueblecito de Ecuador hace un par de semanas. Un lugar perdido que ni siquiera salía en los mapas. Allí regentaba una modesta tahona. Tenía algunos amigos casuales. Nadie conocía mi secreto. Pasé allí tres años. Y me tendieron una emboscada. Sin previo aviso. Hasta que mencionaste el Óculus, no tenía ni idea de cómo habían dado conmigo. Maté a dos de mis atacantes y hui a la jungla. Si no hubiese estado bien preparada, me habrían matado. Pero yo soy muy cuidadosa. Escondo armas en lugares convenientes. Oculto motocicletas y embarcaciones. Incluso helicópteros. Preparo trampas. Mi trabajo consiste en seguir viva y me lo tomo muy en serio.

—Las normas han cambiado —la informó Bracken—. Tus enemigos cuentan ahora con el Óculus. Poseen vastos recursos y saben lo que es preciso hacer para matarte.

—Yo tengo identidades falsas repartidas por todo el mundo —protestó Civia—. Domino más de treinta idiomas y me defiendo en otros treinta. Tengo acceso a ingentes cantidades de dinero. Soy una experta en alterar mi apariencia.

—Aunque te mantengas en continuo movimiento, te atraparán —dijo Bracken—. Debes cambiar de táctica y refugiarte tras un muro infranqueable.

—No existen los muros infranqueables —murmuró Civia.

—Pero sí hay muchos que pueden ofrecerte una protección más eficaz que un supermercado —comentó Warren—. ¿Vamos a algún sitio en concreto?

—¿Tú qué opinas? —preguntó Bracken a Civia.

—Tengo un trastero repleto de pertrechos. Pásame el GPS.

Kendra desenganchó el GPS del salpicadero del coche y se lo pasó a Civia. Ella empezó a introducir una dirección.

—Nuestro dragón te puede llevar a Wyrmroost —dijo Bracken—. En cuanto Agad se entere de todos los detalles, te garantizará un refugio seguro.

—¿Quién maneja el Óculus? —preguntó Civia.

—Un demonio llamado Graulas le ha quitado a la Esfinge el control de la Sociedad —explicó Bracken—. Otro demonio, Nagi Luna, ha resultado ser la más habilidosa en el manejo del Óculus. La semana pasada murieron dos de los eternos. Un agente infiltrado nos ha confirmado que en estos momentos están preparando tu asesinato.

—Solo quedo yo. —Civia suspiró—. Eso de llamarnos «eternos» nunca fue muy acertado. Nosotros no estamos a salvo de la muerte. Todo el que puede morir acaba muriendo tarde o temprano. Yo siempre di por hecho que sería la última. No sé cómo otra persona podría haber sido más precavida que yo. He estudiado un sinfín de técnicas de combate, he mantenido mi cuerpo en la mejor forma física, he evitado cualquier comportamiento sospechoso, me he abstenido de cualquier vicio, rehuyo las relaciones íntimas, siempre estoy alerta, siempre estoy preparada para lo peor. Pero sigo sin creerme del todo que los otros realmente hayan desaparecido. El saber que estaban en alguna parte me proporcionaba una sensación añadida de seguridad. ¿La Sociedad tiene en sus manos todos los objetos mágicos?

—Todos —respondió Bracken—. Y saben cómo llegar a Zzyzx. Tú eres su obstáculo final.

Civia se volvió hacia la ventanilla y se quedó mirando fuera.

—Tarde o temprano tenía que pasar. He vivido durante mucho tiempo como si fuese el último impedimento para la apertura de Zzyzx. Y ahora lo soy de verdad. Mi manera de vivir no es precisamente una gran vida. No tengo raíces en ningún sitio. Soy una forajida. Mi única compañía es la que me ofrece Janan, a la que estaré siempre agradecida por ello. Pero mi vida no resulta agradable. Tiene gracia que, desde hace ya mucho tiempo, he acariciado la idea de poner punto final a mi existencia, ansiando el día en que finalmente mis enemigos lograsen ser más hábiles que yo. Ese día por fin ha llegado.

—Aún no estás muerta —le aseguró Warren.

—Te llevaremos a Wyrmroost —se comprometió Bracken.

Civia negó tristemente con la cabeza.

—Lo intentaremos. Tal como me habéis descrito la situación, no lo conseguiré.

—El dragón… —empezó a decir Bracken.

—El dragón me pareció pequeño —le interrumpió Civia—. Valiente, sin duda, pero pequeño. Si ese demonio es tan habilidoso con el Óculus como decís, nos cortarán el paso y acabarán conmigo. Con el Óculus guiándolos, si ahora tienen toda su atención puesta en mí y si cuentan con el tipo de recursos que me habéis descrito, entonces carecemos de defensas realistas.

—Debemos intentarlo —dijo Kendra.

—Claro que lo intentaremos —repuso Civia—. Perdonad si os he parecido fatalista. Lo que trato de hacer es evaluar con la mayor franqueza las circunstancias. Gracias a mi experiencia y a mi esfuerzo, mis cálculos son fiables. Pero a lo mejor la fortuna está de nuestra parte. Tenéis razón: esconderme en Wyrmroost podría ser una solución temporal. Por lo menos, sabemos que Agad será comprensivo con mi angustiosa situación. Si el dragón me traslada allí, seguramente tendré más posibilidades de sobrevivir.

—Pero no te parece que sea una gran alternativa —comentó Warren.

—La verdad es que no —respondió Civia simplemente.

—Tienes razón —reconoció Bracken a regañadientes—. Utilizaron wyvernos en Santa Mónica para detenernos. Raxtus se las apañó para matarlos, pero mientras tanto tuvo serios problemas para proteger a sus pasajeros. Como te podrás imaginar, el eterno que vivía en Santa Mónica ansiaba morir. En cualquier caso, nuestros enemigos se hallan demasiado cerca de su objetivo. Antes que permitir que llegues a Wyrmroost, nos mandarán todo lo que tengan en su arsenal. Pero ¿qué otra cosa podemos hacer?

—Yo aquí no estoy instalada del todo —dijo Civia—. Los últimos diez días los he pasado moviéndome de un lado para otro. Supongo que podríamos intentar encontrar algún sitio desde el que plantarles cara.

—Pero eso genera el mismo problema que si huyes con el dragón —dijo Warren—. Van a mandar todo lo que tengan contra nosotros. Solo que, a diferencia de si te vas con el dragón, aquí te arrinconarán.

Civia arrugó la frente.

—Supongo que si el dragón toma una ruta capaz de despistarlos, podría ser que tuviésemos alguna mínima opción de conseguirlo.

—Yo iré con vosotros —se ofreció Bracken—. Puedo ayudar a defenderte si en algún momento Raxtus tiene que dejarnos en tierra. No se me da mal luchar con una espada. Y Niko, el jefe de los transformistas, se reunirá con nosotros enseguida.

—No os olvidéis de mí —dijo Janan.

Civia asintió con la cabeza.

—Mi trastero no queda lejos. Vayamos a coger el equipamiento adecuado. —La expresión de su rostro se suavizó. Se inclinó hacia delante y le dio a Kendra unas palmadas en el hombro—. Perdona por haber reaccionado tan violentamente cuando trataste de hablar conmigo. Te enfrentaste con siglos de costumbre. Ahora entiendo que tu intromisión en mis asuntos estaba justificada.

—Caramba —comentó Janan—. Civia jamás pide disculpas.

—Eso no es cierto —replicó ella, a la defensiva.

—Cuando yo estoy delante no lo haces —murmuró el perro.

—Gracias, Civia —dijo Kendra—. Nos hacemos cargo de lo chocante que debe de parecer todo esto.

—Simplemente nos alegramos un montón de encontrarte viva —añadió Bracken—. Haremos todo lo que esté en nuestras manos para que eso no cambie.

—¿Trasteros La Estrella Solitaria? —preguntó Warren.

—Ahí es —respondió Civia.

Warren detuvo el vehículo junto a un poste con un teclado, delante de una valla electrónica. Al otro lado de la valla se veían hileras de estructuras de escasa altura, hechas a base de ladrillos de hormigón ligero. Las puertas, todas azules y separadas unas de otras por la misma distancia, otorgaban al conjunto de trasteros independientes un aspecto de barrio densamente poblado, compuesto por completo de garajes colindantes.

—¿Tu código? —preguntó Warren.

—Nueve, siete, cero, uno, almohadilla —recitó Civia.

Él pulsó las teclas y la puerta se abrió lentamente. Warren entró con el vehículo en el complejo. Una tapia, rematada con alambre de espino, rodeaba las instalaciones.

—Gira a la izquierda —indicó Civia.

Siguiendo sus indicaciones, después del primer giro, Warren tiró por el tercer pasillo y detuvo el cuatro por cuatro más o menos en la mitad.

—Hagámoslo rápido —dijo Warren—. Tenemos el tiempo justo.

Civia salió del coche y Janan se bajó de un salto detrás de ella. Bracken y Kendra también salieron. Warren se quedó dentro del vehículo, con el motor encendido.

Tras sacar un llavero de su bolso, Civia abrió el pesado candado de su trastero alquilado y levantó el portón. Dentro del almacén había varios baúles y diversos armarios altos. Kendra se fijó también en que había un par de motocicletas, una grande y pesada, y la otra pequeña y de líneas elegantes.

Civia se movió por entre sus enseres como sabiendo lo que tenía que buscar exactamente. Abrió un baúl y se ciñó a la cintura una espada corta y después una daga. A continuación sacó de un armario un arco compuesto y cogió un carcaj con flechas.

—¿Qué necesitáis? —les preguntó.

—¿Tienes espadas? —quiso saber Bracken.

Ella abrió un armario metálico.

—Elige la que quieras.

Bracken sacó una espada envainada y le quitó la funda.

—Sí que estás bien preparada —admitió.

—Me dedico a eso. Kendra, ¿quieres ponerte una cota de malla?

Raxtus aterrizó pesadamente delante del trastero.

—Están aquí —anunció con urgencia.

—Explícate —dijo Bracken.

—Cuatro furgonetas negras vienen a toda velocidad hacia esta zona. Tres wyvernos acercándose por el aire, junto con un dragón de fuego. Aparecieron todos a la vez.

—¿Serías más veloz que ellos? —preguntó Bracken.

—Lo puedo intentar —respondió Raxtus con confianza en sí mismo—. Los wyvernos vienen de todas direcciones.

—¿Puedes eliminar al dragón de fuego? —preguntó Bracken.

—Creo que sí —contestó Raxtus.

—Sube tú solo, invisible —dijo Bracken—. Ocúpate de las amenazas aéreas y vuelve a por Civia. Nosotros retendremos a los demás.

Raxtus alzó el vuelo y se volvió invisible al poco de haber despegado del suelo. Oyeron el estrépito de la verja al aplastarse, seguido del chirrido de unos neumáticos.

—Esperad aquí dentro —les dijo Bracken a Civia y a Kendra.

Espada en mano, salió del trastero. Civia se enfundó en una chaqueta de cuero de motorista y se puso un casco de moto. Kendra cogió otro arco de un armario y un carcaj con flechas. Preparó una flecha en la cuerda, con la mano temblorosa. Fuera, Bracken conversaba con Warren.

—¿Ha llegado el fin? —preguntó Janan con candidez.

—Sinceramente, espero que no —respondió Civia, con la voz amortiguada por efecto del casco.

—Nuestra lucha no es con vosotros —anunció una voz amplificada por arte de magia—. Entregadnos al eterno y podréis iros en paz.

¡Kendra reconoció aquella voz! Se asomó a mirar por la puerta del trastero. Las furgonetas negras bloqueaban ambos extremos del pasillo de trasteros, dos en cada punta. Enfrente de las furgonetas del extremo izquierdo estaba plantado Mirav, el brujo, con una toga ricamente recamada que le llegaba hasta los tobillos. Detrás de él Torina sacaba de su carcaj una flecha, flanqueada por cuatro minotauros que blandían sendas pesadas hachas.

En el otro extremo del pasillo, el Asesino Gris desenvainaba sus espadas. Trask salió de una de las furgonetas, con su pesada ballesta en las manos. Por su manera de moverse, Kendra entendió que debía de hallarse bajo el influjo de un narcoblix. También bajaron torpemente de las furgonetas unos trasgos con armadura.

Kendra lanzó un vistazo al cielo encapotado. Al parecer, Mirav era capaz de tolerar la luz del día si había suficiente nubosidad. Se preguntó si habría sido él quien habría congregado las nubes.

—Hablemos de ello —replicó Bracken como queriendo apaciguar los ánimos. Ahora sostenía en alto tanto el escudo como la espada.

Warren aún no había salido del todoterreno deportivo, pero también empuñaba ya una espada.

Por encima de ellos, un wyverno chilló y se lanzó hacia el suelo; tenía el cuello enroscado de un modo muy desagradable. Mirav levantó la vista. Pronunciando unas extrañas palabras, alzó una mano hacia el cielo y Raxtus se tornó visible, avanzaba a toda velocidad para embestir lo que parecía una serpiente voladora del tamaño aproximado de un poste telefónico. Al ver a Raxtus, el dragón escupió fuego por sus fauces llenas de colmillos y realizó una serie de maniobras evasivas, retorciéndose como una cinta en medio de un vendaval.

—Habéis escogido la destrucción —anunció el brujo, sacando enérgicamente un cuerno de unicornio de entre los pliegues de su vestido ceremonial.

El cuerno nacarado era mucho más grande que el que Kendra había usado en Wyrmroost, tres veces más largo tal vez. A cada lado del brujo los minotauros iniciaron la embestida, armados con hachas y mazas. El Asesino Gris echó también a correr a toda velocidad desde la otra punta, seguido de trasgos con espadas y lanzas. El brujo señaló a Bracken con un dedo rematado en una larga uña y entonó un cántico.

Bracken soltó una carcajada, arrojó la espada a un lado y extendió una mano en dirección al mago.

—A mí —dijo.

Aunque Kendra entendía el significado de sus palabras, estaba segura de que no estaba hablando en inglés.

El cuerno de unicornio saltó de entre los dedos del brujo y salió disparado hacia Bracken, quien lo atrapó con toda la facilidad del mundo. Una vez en sus manos, el cuerno se transformó enseguida en una espada con empuñadura de ópalo y una reluciente hoja de plata. A pesar de lo nublado que estaba el cielo, con el arma en su mano parecía como si, de repente, Bracken estuviese justo debajo del sol. Un resplandor nuevo envolvía su semblante y de sus ojos brotó de súbito una llamarada de fuego.

—El loco le ha traído su segundo cuerno —murmuró Janan al lado de Kendra.

Mirav parecía conmocionado, pero prosiguió con su hechizo. Cuando el brujo hubo terminado el ensalmo, de su dedo extendido empezaron a salir disparadas unas balas de energía chisporroteantes que volaron por el aire como centellas y que únicamente desviaron su trayectoria cuando Bracken sostuvo en alto su espada. Todos los proyectiles que Mirav había lanzado regresaron para estallar contra él, desplazándole hacia atrás y quemándole la toga.

Mientras Bracken corría adelante para interceptar la embestida de los minotauros, Warren pisó el acelerador y se fue con el todoterreno en el sentido contrario. Trask hizo añicos el parabrisas con un par de virotes de su ballesta, pero el vehículo continuó ganando velocidad. El Asesino Gris fue haciendo requiebros a izquierda y derecha, pero Warren mantuvo el vehículo en línea recta para atropellarle. En el último momento, el Asesino Gris se hizo a un lado, esquivando por muy poco el todoterreno. Entonces, el coche se abalanzó sobre un grupo de trasgos, pasó por encima de unos cuantos e hizo saltar por los aires a otros, que se estampaban contra el suelo de manera brutal. Cuando el todoterreno deportivo se acercaba a las furgonetas de la otra punta del pasillo, Warren abrió la puerta y se tiró en marcha, rodando por el asfalto. El vehículo se estrelló contra las furgonetas a toda velocidad, con tal fuerza que les hizo dar tumbos, junto con un montón de cristales rotos que saltaron por los aires.

Kendra estiró la cuerda del arco, apuntó y disparó al Asesino Gris. Había practicado un poco de tiro con arco y su flecha iba perfectamente dirigida a su blanco, pero el Asesino Gris se la quitó de encima en pleno vuelo con un movimiento circular de una de sus espadas, casi como quien no quiere la cosa.

En la otra dirección, Bracken se retorcía y giraba sobre sus talones para esquivar los golpes de los minotauros, venciéndolos uno a uno con gran eficacia. Mirav, con su toga envuelta en llamas, avanzó hacia delante arrastrando los pies, con un cuchillo destellando en la mano. Bracken ensartó a uno de los minotauros con la espada, se agachó para esquivar el fortísimo golpe de una maza y arrancó la espada de su víctima para partir en dos al siguiente atacante con un solo movimiento giratorio. Los minotauros eran fuertes y feroces, pero parecían lentos y patosos mientras Bracken danzaba entre ellos, matándolos uno por uno.

Kendra preparó otra flecha y Civia salió con ella al pasillo entre los trasteros, con una flecha preparada ya en la cuerda de su ballesta. El Asesino Gris se iba acercando acompañado de un grupito de trasgos. Detrás, a cierta distancia, Warren luchaba con tres trasgos con ayuda de su espada. Kendra y Civia dispararon a la vez contra el Asesino Gris, pero incluso a una distancia tan corta, él interceptó las dos flechas, una con cada espada.

—¡Civia! —gritó Janan.

Dando un salto increíblemente alto para ser un perrito faldero, el diminuto can se interpuso en la trayectoria de una flecha plumada con plumas de fénix procedente del otro extremo del pasillo. La flecha que habría atravesado a Civia por la espalda ensartó a la perrilla. Al instante, unas llamas rojas consumieron a la transformista sin dejar de ella el menor rastro.

Con la cara deformada por el dolor, Civia huyó del pasillo para esconderse de nuevo en el trastero de alquiler. Kendra también la siguió y tiró de la puerta del local para cerrarla, tras lo cual preparó otra flecha, aunque tenía los dedos temblorosos. Detrás de ella, Civia arrancaba el motor de la motocicleta pequeña con una rápida patada.

Un par de trasgos abrieron la puerta del trastero tirando de ella con fuerza hacia arriba. Kendra disparó la fecha y dio a uno en el pecho, lo que provocó que el bicho retrocediera tambaleándose. Mientras el Asesino Gris caminaba hacia ellas con las espadas preparadas, un rugiente oso pardo se abalanzó sobre él desde un lado, dándole tal empujón que el hombre salió despedido, dando volteretas por el asfalto. Cuando el otro trasgo se dio la vuelta para hacer frente a la amenaza, el oso se transformó en un tigre, se tiró a por él de un salto y le clavó los colmillos en el cuello. Al fin había llegado Niko.

Otro trasgo atacó al tigre por detrás, haciéndole un corte profundo con una cimitarra. Pero antes de que a Kendra le diese tiempo a disparar una flecha para socorrerle, el tigre ya se había dado la vuelta y había despachado al atacante. La raja que le había dejado la cimitarra se selló por sí sola y desapareció.

Mientras el Asesino Gris se levantaba del asfalto, Niko volvió a transformarse en un oso y se alzó sobre los cuartos traseros. El Asesino Gris retrocedió hacia el extremo del pasillo en el que Torina aguardaba con el arco en ristre. Kendra aprovechó para salir al pasillo y cubrir a Niko.

En el lado del pasillo en el que el todoterreno había destrozado las furgonetas había montones de trasgos por el suelo: muchos de ellos habían muerto a manos de Warren; otros pocos, más próximos, víctimas de Niko. En esa zona ya no quedaba ninguno en pie. Sin embargo, en esos momentos, Warren se encontraba peleando cuerpo a cuerpo con Trask.

Por el otro extremo, el Asesino Gris seguía retrocediendo. Detrás de él se divisaban los cuerpos muertos o moribundos de los minotauros, tirados por el suelo. Cerca de las furgonetas, Mirav tenía levantadas las dos manos y creaba con ellas un resplandor en el aire. Bracken atacaba el escudo invisible con su espada, levantando a cada golpe un sinfín de chispas brillantes y haciendo que el brujo se estremeciera, ya gravemente quemado. En esos momentos, el voluminoso corpachón del oso impedía a Kendra disparar al Asesino Gris.

Civia salió con la motocicleta lo justo para asomarse a mirar por el pasillo. Echó un vistazo a derecha y a izquierda y aceleró el motor, dirigiéndose hacia Warren y los vehículos destrozados. En la otra dirección, Kendra vio a Torina encaramarse a lo alto de una de las furgonetas. La mujer estiró la cuerda de su arco, llevándosela hasta la mejilla.

—¡No! —gritó Kendra, tras lo cual apuntó brevemente y disparó su propia flecha, que pasó junto a la distante viviblix sin rozarla siquiera, erró el blanco por metro y medio.

Torina liberó su flecha. Niko dio un brinco para intentar interceptarla, pero no la alcanzó del todo, y el Asesino Gris aprovechó la ocasión para echar a correr a toda velocidad hacia él y ponerse a repartir tajos contra el oso.

Kendra dio media vuelta y contempló horrorizada la trayectoria de la flecha, que descendía en curva sobre la motocicleta que avanzaba a toda pastilla. La considerable distancia, unida a la rápida aceleración de la motocicleta, complicaban la eficacia del tiro. Aun así, la flecha atravesó a Civia justo por el centro de la espalda. Unas llamas rojo carmesí se extendieron por encima de sus hombros, mientras la moto se ladeaba y ella rebotaba contra el suelo, rodaba dando tumbos y se deslizaba por el asfalto.

Niko lanzó un rugido y se transformó en un tigre, tras lo cual salió disparado hacia Civia, sangrando profusamente por sus múltiples heridas. La chica se levantó del suelo y se quedó apoyada sobre las rodillas y las manos; las hambrientas llamas se extendían por todo su cuerpo y al final terminó dándose de bruces contra el suelo.

Mirav gritó pidiendo socorro y el Asesino Gris respondió a su llamada, corriendo en dirección a Bracken, que le daba la espalda.

Kendra alertó a su compañero a voz en cuello. Él se dio la vuelta y recibió a su atacante. Al entrechocar, las espadas resonaron intensamente.

En lo alto de la furgoneta, una triunfal Torina preparó otra flecha en el arco. Sin embargo, Raxtus descendió sobre ella desde el cielo y le propinó un golpe tan feroz con las garras que la mujer salió despedida por los aires. Aunque había estirado ya la cuerda del arco para disparar, el proyectil saltó sin rumbo fijo, del fuerte impacto. Raxtus batió las alas y se elevó para enfrentarse al último wyverno.

Con el alma en vilo, Kendra presenció la lucha entre el Asesino Gris y Bracken. No podía arriesgarse a ayudarle con una flecha, por temor a dar a la persona equivocada. Bracken parecía limitarse a defenderse, pues a duras penas lograba detener solo con una espada el ataque de las otras dos. Cada vez que intentaba contraatacar, el otro bloqueaba el movimiento de su espada y se veía obligado a agacharse o a saltar hacia atrás para evitar un golpe mortal.

Kendra entró corriendo en el trastero de Civia para coger una espada de un armario y volver a salir a toda prisa para echarle una mano. Le aterraba la sola idea de plantar cara a un adversario como el Asesino Gris, pero si podía conseguir distraerle, tal vez Bracken lograra acabar con él rápidamente.

Cuando volvió a salir al pasillo, vio que Bracken había levantado una mano y estaba creando un cegador estallido de luz. Bajó su espada y esquivó por muy poco un par de rápidos tajos sin necesidad de moverse mucho. Entonces, con la espada destellando como si fuese un relámpago, aniquiló al Asesino Gris de un solo golpe. Se dio la vuelta y se dirigió con paso firme y seguro hacia Mirav, que se encontraba tendido boca arriba, con las manos en alto para sostener el resplandor de su escudo mágico.

—Te partiré en dos si debo hacerlo —dijo Bracken.

Con los ojos rebosantes de malicia, Mirav le escupió.

Bracken levantó un puño. El brazo entero le temblaba. El resplandor suspendido en la nada pareció doblegarse y, a continuación, se partió en mil pedazos. Mirav profirió un grito. Kendra miró hacia otro lado para no ver a Bracken acabando con el brujo con ayuda de su espada.

Después de volver la cara hacia el otro lado, menos preocupada ya por Bracken, Kendra corrió en dirección a Civia y Niko. Las llamas se habían extinguido.

—Ha muerto —lloró Niko, con voz temblorosa—. Me marcho. El último eterno ha caído. He fracasado.

—Me salvaste a mí —dijo la chica, acariciando su tupido pelaje.

—Encantado de haberlo hecho —murmuró él, pronunciando aquellas palabras con dificultad—. A lo mejor es suficiente. Cuando cayó Roon, temí que todo estuviera perdido. Siempre pensé que él sería el último. Por poco no ha sido así. Me voy con él.

El tigre distendió todo el cuerpo, y él y Civia se deshicieron en un montículo de fino polvo negro.

Bracken pasó corriendo junto a Kendra, en dirección a Warren y a Trask.

—Es un amigo nuestro —le avisó Warren, con los dientes apretados—. Creo que algún narcoblix le tiene bajo su influjo.

Bracken dejó la espada en el suelo y fue corriendo a ayudar a Warren a inmovilizar a Trask en el suelo. Mientras Warren le sujetaba, Bracken cogió de nuevo su espada. El arma se transformó en un cuerno y Bracken sostuvo la punta del acero pegada a Trask, que no paraba de retorcerse y luchar.

—¡Fuera de aquí! —ordenó Bracken.

Una vez más, Kendra supo que lo había dicho en un idioma que no era inglés.

Se produjo entonces un fogonazo intenso y Trask dejó de oponer resistencia.

—¿Warren? —preguntó, aturdido—. Oh, no. ¿Dónde estamos? ¿Qué he hecho?

Mientras Warren le explicaba la situación, Bracken volvió corriendo junto a Kendra.

—¿Estás bien? —le preguntó, tendiéndole la mano y ayudándola a levantarse del suelo.

—Civia ha muerto —respondió Kendra, confusa.

—Lo sé —dijo Bracken.

La chica apretó los dientes y luchó por contener el llanto.

—Lo hemos fastidiado.

—Es un mazazo terrible —reconoció Bracken.

—¿Y ahora qué vamos a…?

Bracken empujó a Kendra a un lado y levantó su escudo. Una flecha se estampó contra él con un ruido sordo. Al fondo del pasillo estaba Torina, arrodillada, con el arco en la mano. Tenía unos surcos profundos en un costado, recuerdo del zarpazo del dragón, y también lucía serios arañazos en un brazo y en una pierna, resultado de su caída desde el techo de la furgoneta a la gravilla del asfalto. Raxtus aterrizó encima de una furgoneta, detrás de ella, haciendo temblar todo el vehículo bajo el peso de su cuerpo. Torina lanzó una ojeada rápida atrás, por encima del hombro, arrojó a un lado el arco y corrió en dirección a Bracken con las manos en alto.

—¡Me rindo!

—De rodillas —ordenó Bracken, avanzando hacia ella a grandes pasos.

Ella obedeció inmediatamente, con una expresión de espanto e inocencia en el semblante.

Incluso herida y con la melena despeinada, era una mujer increíblemente atractiva. Bracken continuó caminando hacia ella.

—Cuidado, Bracken —le avisó Kendra—. ¡Muerde! Puede succionarte la vida.

Al llegar a ella, Bracken se dio la vuelta y miró hacia Kendra.

—Lo tengo todo controlado. No tiene modo de…

Torina saltó hacia delante con todas sus fuerzas y agarró a Bracken por el torso, clavándole los dientes en el cuello. Él se quedó inerte en sus brazos.

—¡No! —chilló Kendra.

Torina le mordió una segunda vez. Su piel refulgió con una luminosidad interior. El brillo se intensificó y, por un instante, se le vieron las venas y los huesos. Entonces, envuelta en una asombrosa llamarada blanca, Torina explotó por los aires.

Con las lágrimas rodándole por las mejillas, Kendra corrió hasta Bracken, que se puso de pie y se abrazó a ella. La chica le estrechó con todas sus fuerzas, hundiendo la cara en su hombro.

—¿Estás bien? —le preguntó ella sin poder contenerse, confundida.

Él la apartó un poco y le sonrió.

—No son muchos los viviblixes que tienen la oportunidad de morder a un unicornio. Y los que lo han probado, nunca han podido avisar a los demás. Notan la inmensa cantidad de vitalidad que albergamos y la ansían fervientemente, pero aún no ha habido ninguno que haya sido capaz de manejar tal intensidad.

—Algo así como querer llenar un globo de agua usando una manguera de bomberos, ¿no?

—Más o menos, sí —convino Bracken.

—¿Le curaste tú? —preguntó Warren, señalando a Trask con un movimiento del pulgar.

Bracken asintió con la cabeza.

—Al haber recuperado mi cuerno, puedo deshacer la mayor parte de las maldiciones y curar casi toda clase de lesiones. —Apoyó una mano en un hombro de Trask—. La narcoblix ya no tiene ningún poder sobre ti.

—Te estoy profundamente agradecido —dijo Trask—. Siento haber tenido algo que ver en vuestros problemas.

Warren miró a un lado y otro del pasillo.

—Vamos dejando un reguero de destrucción allá por donde vamos.

—Gajes del oficio —murmuró Trask.

—Estuvimos tan cerca de lograrlo —se lamentó Warren, frustrado—. ¿Y ahora qué hacemos? Esta era nuestra última oportunidad.

Warren siempre había sido muy resistente. Kendra nunca le había visto tan abatido. Ella se sentía igual, pero estaba tratando con todas sus fuerzas de no venirse abajo.

—Nuestra última oportunidad de impedir la apertura de Zzyzx —puntualizó Bracken—, por muy desagradable que sean nuestras perspectivas, esto aún no ha acabado. —Se volvió hacia Raxtus—. ¿Pudiste con el dragón de fuego?

—Acabé con él, sí. Mis escamas son más duras de lo que hubiese imaginado nunca. En realidad, jamás las había puesto a prueba. El fuego apenas me hizo cosquillitas. Y aunque el brujo me fastidió la invisibilidad, me las ingenié para manejar a los wyvernos.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Kendra.

—Tu participación en la misión ha terminado, Kendra —respondió Bracken—. Nuestros caminos se separan aquí. Yo iré a Zzyzx. He de librar la última batalla.

—No pienso quedarme fuera —se opuso Kendra—. Se nos avecina el fin del mundo. Prefiero contribuir a evitarlo que ser otra víctima aleatoria más.

Warren se cruzó de brazos.

—Solo porque estén cayendo misiles, no quiere decir que tengas que irte corriendo a la zona cero.

—Deberías refugiarte en algún bastión como Wyrmroost —dijo Trask—. Hay pocos lugares que puedan resistir bien la llegada de las hordas de demonios.

Bracken tomó la mano de Kendra en la suya.

—Voy a enviar a Raxtus a Wyrmroost. Puedes irte con él. Vamos a necesitar que reclute toda la ayuda que Agad sea capaz de reunir.

—Ni hablar —replicó Kendra—. Me necesitáis. Necesitáis guerreros y yo puedo devolver su fuerza a los ástrides. No pienso quedarme escondida. Voy con vosotros.

—Los ástrides se marcharon de Wyrmroost no hace mucho —informó Raxtus—. No estoy seguro de adónde se fueron.

—Kendra tiene parte de razón en cuanto a los ástrides —intervino Warren—. Tan probable es que aparezcan a nuestro lado como que estén en cualquier otra parte, y ella podría estar con nosotros cuando nos los encontremos.

—Tal vez incluso es más probable… —murmuró Bracken, mordiéndose el labio inferior.

—Y en las últimas emergencias con las que nos hemos enfrentado, nos ha sido de grandísima ayuda —añadió Warren.

Trask asintió.

—Es verdad, es miembro de los Caballeros del Alba de pleno derecho.

—Muy bien, muy bien —dijo Bracken, cediendo—. Si no conseguimos detener la marea cuando se abra Zzyzx, nadie estará a salvo en ningún sitio. Además, Kendra seguramente sería un blanco fácil. No pasa nada porque venga con nosotros.

—Buena decisión —soltó ella, y para sus adentros esperó no arrepentirse de haber insistido tanto.

Bracken se volvió hacia Raxtus.

—¿Puedes echar un vistazo a ver si ves a la policía? Ahora ya deberías poder hacerte invisible otra vez.

Raxtus alzó el vuelo y desapareció.

—Esperad un momento —dijo Kendra, cayendo en la cuenta de algo—. ¿Alguno de vosotros sabe cómo se va a Zzyzx?

—Aún no le he pedido a tu hermano información más detallada —respondió Bracken—. Tenía la esperanza de que al final sus esfuerzos hubiesen resultado innecesarios, al menos durante un tiempo. Sin embargo, por lo que he podido ver, me parece que Seth conoce la manera de llegar a Zzyzx. Es el momento de coordinar nuestras acciones.