22

Mark

Kendra y Bracken atraían la atención de la gente mientras iban paseando por la Third Street Promenade de Santa Mónica. Ella se había envuelto cuidadosamente en su capa de piel de lobo para tapar la espada y la ballesta, del mismo modo que Bracken había ocultado sus armas bajo su capa de piel de oso, pero aun habiendo entre la multitud un buen número de personas vestidas de formas extrañas, así como una insólita colección de artistas callejeros haciendo las delicias de los viandantes, ellos dos destacaban con sus prendas toscas y sus armaduras.

Un tipo maquillado con lápiz de ojos negro y con un aro en el labio se acercó a Bracken.

—¿De qué se supone que vais? —le preguntó el esquelético desconocido.

—El próximo fin de semana la Compañía de Santa Mónica Costa del Mar representa Enrique V —respondió amablemente Bracken—. Ya no me quedan folletos publicitarios, lo siento.

—Qué ropa tan chula —murmuró el tipo mientras Bracken y Kendra se alejaban.

Bracken había recurrido ya a un cuento parecido en varias ocasiones. Hasta había esquivado las sospechas de un agente de la policía.

Delante de ellos, un corro de mirones presenciaba la actuación de un hombre que hacía equilibrios con una silla apoyada en el mentón al tiempo que hacía malabares con unas pelotas de goma. Una mujer joven arrodillada a su lado tocaba música en vivo para acompañar el número, con un pequeño teclado. Mirando arriba y abajo, Kendra y Bracken fueron avanzando entre el gentío.

Estaban buscando un gato. Bracken había mantenido contacto con Niko, el cual había localizado al transformista entre aquellas calles tan de moda llenas de tiendas y restaurantes, cerca de la costa del sur de California. Niko no tenía comunicación con los demás transformistas, pero seguía percibiendo nítidamente su ubicación, aun cuando apenas acababa de llegar a la costa Este. También podía detectar que su objetivo actual estaba en esos momentos dentro del pellejo de un gato negro con manchas blancas.

Kendra pasó por delante de un triceratops con cabeza de metal y cuerpo de erizo. Estudió la calle y echó una ojeada a los tejados de las casas circundantes, esperando divisar al gato en cualquier momento. El sol de la tarde otorgaba un brillo rosado a todas las cosas y una suave brisa marina mantenía fresco el aire del cálido anochecer. En un esfuerzo por reprimir el hambre atroz que sentía, Kendra trató de ignorar a los comensales que cenaban en un patio, en unas mesitas redondas. Raxtus los había dejado en tierra hacía poco, después de tres días volando infatigablemente, con algún que otro alto en el camino para comer. Habían salido de Europa con provisiones y habían ido parando en navíos de mercancías o en transatlánticos para poder comer y descansar. Kendra jamás habría imaginado que podría quedarse dormida entre las garras de un dragón mientras sobrevolaban el océano, pero lo había conseguido. Raxtus había mantenido una velocidad asombrosa, mientras ella le infundía energía a través del tacto.

El dragón se encontraba en esos momentos dando vueltas por encima de ellos, montando guardia invisiblemente. Un día antes, Bracken había recibido un escueto mensaje de la Esfinge avisándolos de que uno de los eternos, llamado Mark, que residía en California, iba a ser el siguiente blanco. La Esfinge también había advertido a Bracken de que Nagi Luna los había visto a él, a Kendra y a Raxtus gracias al Óculus. Desde que habían recibido aquella mala noticia habían estado constantemente en estado de alerta.

También Warren había contactado con ellos. El curandero, en contra de su parecer, le había dado el alta pronto y Warren estaba cruzando el Atlántico en avión rumbo a Nueva York. El plan era que contactase con Bracken en cuanto aterrizase, para que le indicasen adonde debía volar a continuación.

Seth también se había comunicado con ellos. Estaba cumpliendo una misión que Patton le había encomendado, en compañía de Vanessa, Newel, Doren y Hugo. Bracken le había aconsejado que no le diese muchos detalles, a no ser que llegara un momento en el que hiciese falta que sus caminos convergieran.

Una pelirroja despampanante, de veintipocos años, venía hacia ellos con paso lento pero decidido; llevaba unas sandalias altas y un conjunto ceñido y elegante. Se quedó mirando a Bracken como quien no quiere la cosa, pero él no la correspondió, pues siguió buscando por los tejados con la mirada. La chica lanzó a Kendra una mirada maliciosa justo antes de cruzarse con ellos. Ya había visto a varias mujeres fijándose en Bracken por algo más que su estrafalario atuendo.

—Ahí —murmuró Bracken, dándole un codazo suave a Kendra.

Ella siguió su mirada hasta un estrecho balcón que sobresalía encima de un restaurante. Un gato los miraba fijamente desde allí; era negro y tenía la cara blanca en parte, y el pecho del mismo color. Bracken le llamó moviendo el dedo índice, enroscándolo y estirándolo. El felino desvió la mirada y se puso a lamerse una pata.

Bracken se acercó al restaurante, sin apartar la vista del balcón. El gato seguía lamiéndose como si nada. Bracken se agachó para coger una chinita del suelo y se la lanzó. La piedrecita no alcanzó al gato, pero chocó con cierto estrépito contra los barrotes de hierro forjado.

El gato levantó la vista. Bracken le indicó que bajara moviendo un brazo. Después de desperezarse tranquilamente y de bostezar enseñando todos los dientes, el minino saltó desde el balcón hasta un toldo, de ahí a un tiesto y a continuación echó a correr por la calle. Bracken salió tras el raudo felino, mientras Kendra le seguía de cerca.

El gato continuó corriendo a toda velocidad hasta meterse en un angosto callejón, entre unas tiendas. Bracken trató de no perderle, abriéndose paso entre una panda de bulliciosos estudiantes de secundaria. Kendra le siguió con menos ahínco, mientras oía comentarios de los jóvenes del tipo «Tranquilo, Robin Hood» o «Me parece que ese tío lleva una espada».

Al tratar de abrirse paso entre la pandilla que los miraba divertida, Kendra tropezó y se cayó. Un par de manos la ayudaron a levantarse. Era un pelirrojo grandullón.

—¿De qué va esa ropa que lleváis? —preguntó.

—Estoy ayudando en la campaña publicitaria de una obra de teatro —dijo la chica—. Siete pavos la hora. El peor empleo de mi vida.

Varios de los estudiantes la escuchaban con atención.

—¿Eso de ahí es una ballesta de verdad? —le preguntó el pelirrojo.

Con la caída, Kendra no había podido evitar que se le viera el arma.

—Qué más quisiera —respondió—. Le dispararía a mi jefe. Tengo que irme.

Se apresuró a meterse en el callejón. Cuando llegó, se encontró a Bracken andando cautelosamente hacia el gato con las palmas en alto.

—Soy amigo, de verdad —le dijo al gato. Este le miraba con recelo, encorvado, listo para salir disparado—. He estado hablando con vuestro jefe, que responde al nombre de Niko. Tres de los eternos han perdido la vida. Es preciso que hablemos.

—¿Y la chica? —preguntó el gato con recelo—. Ella no es un unicornio.

—Pero es de las hadas —explicó Bracken—. Estamos de tu lado. Unas personas con bastantes malas intenciones vienen hacia acá. Es preciso que encontremos a Mark.

—Seguidme —dijo el gato dando un suspiro.

Kendra y Bracken fueron con el gato hasta el final del callejón y después se metieron por otra calle diferente, hasta que llegaron a un aparcamiento. El gato los llevó hasta una esquina del solar, donde encontraron un banco al lado de un seto bajo. El gato se subió al banco de un salto. Kendra y Bracken se sentaron.

—¿Mark anda por aquí cerca? —preguntó Bracken, mirando en derredor.

—No está demasiado lejos —respondió el gato—. A unas manzanas. He aprendido a dejarle espacio. Ya no nos llevamos nada bien.

—Pero tú has hecho la promesa de protegerle —dijo Bracken.

—Cumplo con mi trabajo —replicó el gato—. Se ha complicado últimamente. Mirad, yo detecto que tú eres un unicornio y que la chica tiene un aura peculiar, pero antes de que os lleve con él necesito que me contéis con todo detalle vuestra historia.

Bracken le habló al transformista de Graulas, de la Esfinge y del Óculus. Le describió lo que se habían encontrado cuando intentaban avisar a Roon Oricson. Le habló de las recientes advertencias de la Esfinge y le explicó que en una reserva de dragones podrían estar protegidos.

—Entonces, ¿tenemos a unos asesinos pisándonos los talones mientras nosotros conversamos? —preguntó el gato.

—No sabemos exactamente cuándo aparecerán —dijo Bracken—. Podría ser ahora mismo, podría ser mañana, pero en todo caso será pronto.

—Mark está bien en estos momentos —confirmó el gato—. Puedo percibir claramente dónde está y cómo se encuentra, pero no tengo forma de detectar problemas antes de tiempo. Solo me enteraré cuando se produzcan. Debería haberme quedado más cerca de él. Venid conmigo. Por el camino os explicaré nuestro problema. No digáis más de lo que sea necesario. Ya llamáis bastante la atención vestidos de armadura. Y hablar con un gato podría ser el colmo, incluso en un lugar como Santa Mónica.

El gato los llevó por una calle que bajaba a la playa.

—Por cierto, podéis llamarme Tux. Esta es mi apariencia predilecta. El nombre empezó con una broma, pero ahora es así como me llama. Cree que me saca de mis casillas, pero en el fondo me da igual. Me ha llamado cosas mucho peores.

»Marcus comenzó su travesía como uno de los eternos con un claro sentido del propósito y del compromiso. A pesar de todo lo que ha ocurrido desde entonces, sigo rememorando aquellos tiempos iniciales con cariño. Disfrutamos de muchas décadas buenas. Pero, poco a poco, los siglos han ido avinagrándole el carácter. Primero empezó a quejarse de vivir una vida tan larga y de las cosas a las que se había comprometido. Su entrega flaqueó. Después perdió prácticamente todo el gas.

»Mark ha intentado quitarse la vida en numerosas ocasiones. Si os digo la verdad, no sé hasta qué punto quiere poner fin a su vida. Es posible que solo le guste fingir que muere. Nunca ha probado nada que pudiera acabar, de verdad, con su vida. Se ha tirado de puentes y ha conducido en moto en sentido contrario al del tráfico. Termina herido, pero se cura rápidamente, y yo le cuido. He tenido que sacarle del mar más de una vez. Ha llegado a echarme a mí la culpa de su estado inmortal, y eso que yo solo me dedico a hacer mi trabajo. ¿No preferiríais sentiros deprimidos pero estar en tierra firme que sentiros deprimidos flotando a la deriva en el océano?

—Vamos, que es posible que no quiera escucharnos —dijo Kendra.

—No estoy seguro —respondió Tux—. A lo mejor la idea de que haya unos asesinos que de verdad saben cómo acabar con los de su especie sirve para sacarle de la depresión de golpe y porrazo. O, tal vez, se eche en sus brazos encantado de la vida. Si tenemos suerte, el hecho de ver un par de caras nuevas y de escuchar voces diferentes podría ayudarle a reavivar su sentido del deber.

—El peligro es real —dijo Bracken—. Podríamos morir todos. A Roon le defendían docenas de hombres, y altos muros, y él deseaba vivir, pero acabaron con él.

Tux apretó el paso. Cruzaron Ocean Avenue para entrar en un parque alargado, con caminitos empedrados, praderas verdes y un montón de palmeras. El gato se acercó a un hombre larguirucho que dormitaba en la hierba, vestido con una mugrienta chaqueta verde militar y unos vaqueros raídos. Tenía el pelo largo y barba descuidada. El olor que desprendía dejaba claro que no se había bañado desde hacía muchos días.

—Mark, despiértate —ordenó Tux.

El hombre cambió de postura y se humedeció los labios.

—Déjame en paz, Tux. Pero ¿de qué vas?

—Tenemos visita.

El hombre se sentó y miró alternativamente a Kendra y a Bracken.

—¿Qué pasa? ¿Es que viene el circo a la ciudad?

—Sabemos quién eres —dijo Bracken con cuidado.

—Tú no tienes ni pajolera idea —respondió el hombre—. ¿Quieren que me vaya de aquí? Pues ya me iré de aquí. Dejadme en paz.

—Eres Mark, uno de los eternos —dijo Kendra.

El hombre se sobresaltó. Su rostro delataba su sorpresa. Intentó atizarle un manotazo a Tux, que lo esquivó con gran agilidad.

—¿Qué has estado cuchicheando por ahí? —acusó al gato.

—Tux no nos ha contado nada —dijo Bracken—. Solo quedan vivos dos de los eternos. Tus enemigos tienen el Óculus. Vienen a por ti.

Mark gruñó.

—Ya era hora.

—No seas loco —dijo Tux.

Mark se quitó de los ojos unos mechones de pelo grasiento.

—¿Y vosotros creéis que podemos hacer algo si quiere dar conmigo una gente que tiene el Óculus? Si no me pillan aquí, me pillarán andando por esa calle o a un par de pueblos de aquí, lo mismo da.

—No podemos quedarnos quietos —contestó Bracken—. Si nos movemos de un lado para otro, variando nuestro rumbo de manera impredecible, podemos trasladarte a un refugio seguro, como Wyrmroost.

—¿Una reserva de dragones? —se mofó Mark—. ¿Queréis que me esconda en una reserva de dragones? ¿No os parece que mi vida es ya lo bastante patética?

—Esto es más grande que tú —repuso Bracken, tratando de mantener la paciencia—. Estamos a falta de dos de los Eternos para que puedan abrir Zzyzx.

—Tarde o temprano tenía que pasar —dijo Mark, poniéndose en pie. Era media cabeza más alto que Bracken—. Ya veo adonde va a parar todo esto. Mirad, chicos, yo estoy cansado, muy cansado. Agotado en la máxima extensión del término. Mental, física y espiritualmente. Todo lo que podía agotárseme se me agotó hace mucho tiempo. A no ser que estés ya en las últimas, no te tiras años dejando que te acosen los vagabundos y que te echen de los bancos en los parques públicos.

—Puede que no consigamos llegar a tiempo para salvar al último —dijo Kendra.

—Mira, Mark —dijo Bracken, empezando a perder el temple—, yo también llevo un puñado de años por este mundo, más que tú. Tirar la toalla no es una opción. El compromiso que asumiste no desaparece cuando ya no estás de humor. Tienes que espabilar y responsabilizarte. La lucha entre la luz y la oscuridad depende de ello. Están en juego miles de millones de vidas. Si quieres descansar, llevar una vida sencilla, ¿por qué no hacerlo en una reserva de dragones?

—Es un cabezota —le advirtió Tux con cierto sonsonete.

—Tú no te metas —le soltó Mark.

—Y un picajoso —añadió Tux.

Mark trató de propinarle un puntapié. El gato se apartó correteando hasta quedar a una distancia segura.

—Tenemos con nosotros un dragón —dijo Bracken—. Es uno pequeño. Puede llevarte a Wyrmroost volando. Puede tomar una ruta larga, llena de cambios de dirección. Es nuestra mejor baza.

Mark se metió las manos en los bolsillos.

—¿Cómo te llamas, forastero?

—Bracken.

—Yo me llamo Marcus. Mark para la mayoría. ¿Y la chica?

—Kendra.

—¿Es una persona? —preguntó Mark—. ¿Es humana?

—Sí —dijo Bracken.

—Tú no.

—Yo soy un unicornio.

Mark se rio en voz baja.

—Perfecto —murmuró, secándose los labios con el dorso de la mano—. ¿Cómo voy a saber si estoy chiflado o no? Mi viejo amigo es un gato parlante y aquí tengo a un unicornio vestido de vikingo que quiere que me vaya a vivir entre dragones, ¿es eso?

—No estás chiflado —dijo Bracken sin alterarse—. Dame la mano.

Mark retrocedió.

—No, no. Lo siento mucho. Lo único que me queda es mi libre albedrío.

—No quería…

—No trates de convencerme de que no pretendías manipular mis emociones —dijo Mark—. Ya sé lo que persigues. Lo mismo que el gato. Queréis que pague eternamente mi error.

—¿Qué error? —preguntó Kendra.

—¡El de acceder a convertirme en un inmortal! —Mark gruñó Cerró los ojos y respiró hondo para recobrar la compostura—. Fue por una buena causa, lo sé. Vosotros dos tenéis intenciones loables. Yo no discrepo de la causa. Nadie me mintió. Simplemente, no entendí el coste que supondría. No del todo, no de verdad. Me refiero al elevado coste de existir y existir y existir mucho tiempo después de que quieras parar, mucho tiempo después de que haya desaparecido el sentido. Es un precio demasiado alto. Mis intenciones eran puras. Recuerdo por qué accedí de forma voluntaria. Simplemente, carecía de la visión necesaria para saber que acabaría así. Creo que no estoy hecho para vivir tanto tiempo. Convertirme en uno de los eternos fue un error y nadie me va a liberar de esta condena.

—Puedo entender lo que sientes —dijo Bracken—. Vivir puede dejar exhausto a cualquiera. En especial vivir una larga vida huyendo. Aun así, tanto si fue un error como si no, tienes que cumplir con tu obligación. Hay demasiado en juego. No es el momento de dejar que tu crisis existencial llegue a su punto álgido.

—Precisamente este es el momento —le rebatió Mark, con una mirada intensa—. ¿Sabes cuánto tiempo llevo esperando esto? He jugado con la muerte, sin duda, sobre todo para probar la ilusión de llegar a un final, para fingir que tenía algo de control sobre mi destino. Sin embargo, nunca he buscado a un dragón ni a un fénix para que pusiesen fin a mi vida prematuramente. Si me hubiese empeñado de verdad, podría haberlo hecho. Ahora se acerca un final natural. No el suicidio. Tan solo lo inevitable, que por fin llama a mi puerta. Después de todos estos siglos, tengo derecho a dejar de luchar.

—No tienes tal derecho —respondió Bracken—. Si esto fuese solo sobre ti, estaría de acuerdo. Pero no puedes permitir que el resto del mundo pague tu error. El día que accediste a aportar tu granito de arena para que Zzyzx no se abriese nunca, ese día todo esto dejó de tener que ver exclusivamente contigo.

Mark se tapó las orejas con las manos.

—Es preciso que eso sea verdad. Lo entiendo. El problema es este: sigo siendo una persona. Te guste o no, tengo voluntad propia. Toda la culpa y todas las acusaciones y toda la coacción del universo no bastan para arrebatarme eso por completo. ¿Acaso obro mal al haber aceptado esta responsabilidad y al no ser consecuente con ello después? Sí. Me lo dice Tux, me lo dice mi corazón, y me lo han dicho otros como tú. Tanto si me equivoco como si no, sigue estando en mi mano el romper mi promesa. No soy yo el que pretende acabar con el mundo. Si quieres echarle la culpa a alguien, échasela a ellos. Yo solo soy un tipo que está tratando de superar por fin un error que cometió hace cientos de años. Puedes intentar obligarme a vivir. Pero, ya que hablamos de juramentos, deja que hago uno nuevo. El primero que hago en mucho tiempo. Si me llevas a rastras a una reserva de dragones, por la fuerza, de inmediato y sin la menor vacilación buscaré a un dragón para que ponga fin a mi vida. Me estaréis llevando a un lugar repleto de oportunidades sin fin. Probablemente, si me dejáis en paz, viviré más tiempo.

—Por favor —dijo Kendra—. Piensa en la cantidad de vidas que se destruirán.

—Lo he pensado —respondió Mark—. Créeme, querida, entiendo todos los matices de la situación, de verdad que sí. Pero ¿cuánto se ha preocupado por mí la gente a la que estoy protegiendo? ¿Cuánto se han preocupado por mi cordura, por mi felicidad, por mi derecho a encontrar la paz?

—Ellos no hicieron ninguna promesa —dijo Bracken—. Ellos no están evitando el fin del mundo. Los que conocen tu sacrificio sienten por ti un aprecio inconmensurable. Puede que tu vida no sea justa, pero es absolutamente necesaria.

—Dejadme en paz —gruñó Mark—. No tengo por qué justificarme ante vosotros. Esta conversación ha terminado. Creedme, ya no me quedan sentimientos que podáis manipular. Tendrías más suerte si le hicieras cosquillas a un cadáver. Por lo menos hay otro miembro de los eternos. Con suerte, alguien tan duro como tú, don Unicornio. Llévate al otro mamón, digo héroe, a tu reserva de dragones. A mí déjame en paz.

Mark dio media vuelta y se marchó corriendo. Bracken y Kendra se quedaron mirándole en silencio.

—Raxtus va tras él —dijo Bracken. Se acuclilló al lado del gato—. ¿Qué piensas de todo esto?

—Estoy sorprendido —respondió Tux, con gesto cansado—. Era la respuesta más probable, pero en mi interior esperaba que la confrontación pudiese arrojar otro resultado. Conozco tanto a Mark, es como un hermano molesto; esperaba que delante de unos nobles desconocidos adoptase una actitud más valiente. También esperaba que la perspectiva de una muerte inminente de verdad pudiese servirle de escarmiento. Después de este numerito no me queda duda de que Mark es realmente tan vacuo como él mismo dice. En tiempos fue un buen hombre.

—¿Y ahora qué? —preguntó Kendra.

—Le raptamos —respondió Bracken—. Raxtus le llevará a Wyrmroost. Agad tendrá que encerrarle en algún sitio. Entre tanto, vamos a coger un coche para ir a buscar al último de los eternos.

—Yo tengo que quedarme a su lado —dijo Tux—. Si se aleja demasiado, empiezo a sentir como si una cadena tirase de mí hacia él. Por cierto, estoy de acuerdo contigo. La única opción que nos queda ya es que nos encarcelen.

—No he llegado a ese veredicto así como así —dijo Bracken, caminando en la dirección que había tomado Mark—. He pasado tiempo en una cárcel. Es inhumano. Pero las cárceles cumplen una finalidad necesaria. Las prisiones protegen la libertad de las masas de aquellos que abusan de la suya. Desde mi punto de vista, la libertad del mundo está por encima de los derechos personales de Mark. Puede que cometiese un error al convertirse en uno de los eternos, pero no debería pagarlo el resto del mundo. Le guste o no, es a él a quien le corresponde pagar por su decisión.

—Amén —dijo el gato, que estaba completamente de acuerdo.

—¿Estás en contacto con Raxtus? —preguntó Kendra.

—Acabo de decirle que atrape a Mark —respondió Bracken—. Vale, Raxtus le tiene ya. Hemos quedado en la playa, para que Tux pueda reunirse con él.

—Por aquí —dijo el gato, apresurándose.

Bracken y Kendra lo siguieron a la carrera.

Tux los llevó por un sendero hasta una pasarela que cruzaba por encima de la autopista de la costa Pacífica. Subieron a la pasarela a toda prisa. Por debajo, los coches pasaban a gran velocidad, la mayoría ya con las luces encendidas. El sol se había puesto por el horizonte, dejando el brumoso cielo sobre el océano sembrado de franjas rosadas y anaranjadas. El puente comunicaba con un aparcamiento en el que no había ni un alma y donde se veía cristal hecho añicos destellando a la mortecina luz del anochecer. Entre el aparcamiento y las olas que rompían haciendo espuma se extendía un trecho desnudo de arena. Puestos de vigilancia sin personal montaban guardia a intervalos regulares a lo largo de la playa. A la izquierda, en una zona más grande de aparcamiento, junto al muelle de Santa Mónica, se veían docenas de coches y mucha gente.

Mark estaba tendido en la arena, no lejos de la orilla. Por encima de él unas gaviotas volaban en círculos y graznaban. Kendra lanzó una mirada a la montaña rusa que había en el muelle. Entre la playa, el muelle, las tiendas, el tiempo que hacía y los restaurantes, en otras circunstancias podría haber sido un sitio donde pasárselo realmente bien.

Llegaron junto a Mark. Él los miró desde la arena con desprecio. Por su postura, Kendra podía adivinar que Raxtus le tenía sujeto.

—Sois unos mendrugos —los recriminó.

—Y tú eres un espantajo patético —dijo Bracken—. Se me ha agotado la paciencia. Vamos a salvarte la vida, así que será mejor que vayas haciéndote a la idea.

Mark lanzó una mirada fulminante a Tux.

—¿Qué tienes que decir en tu defensa?

—Miau —replicó el gato, pronunciando la onomatopeya como la diría una persona.

—Raxtus, llévate a Mark y a Tux a Wyrmroost. Explícale a Agad la situación. Dale esta piedra, para que podamos comunicarnos. —Bracken le tendió un saquito y el dragón invisible lo cogió—. Ve por una ruta que sea imposible de predecir.

Raxtus apareció con un pestañeo, estirando el cuello.

—Tenemos compañía.

La mirada de Kendra se dirigió al cielo. Un par de enormes criaturas aladas se acercaba a gran velocidad.

—Wyvernos —murmuró Bracken.

Mark rompió a reír.

Un Hummer frenó con un chirrido en el aparcamiento próximo a la pasarela de la autopista.

—¡Alza el vuelo! —urgió Bracken al dragón, al tiempo que desenvainaba la espada—. ¡Llévate a Kendra!

—Espera —protestó ella, cogiendo su propia espada.

Sin dudarlo un momento, Raxtus se volvió invisible y la agarró por la cintura. Kendra, Mark y Tux se elevaron del suelo, mientras las alas del dragón invisible batían con fuerza y levantaban una polvareda en la playa.

Mientras ascendían y empezaban a volar por encima del agua, Kendra echó un vistazo atrás para ver a las personas que se bajaban del Hummer, a Bracken cruzando a zancadas por la arena y luego, arriba, a los wyvernos que se les echaban encima.

—Más wyvernos —los advirtió Raxtus, girando hacia la costa.

Kendra inspeccionó el horizonte y vio que un wyvernos se les aproximaba desde mar adentro. Otro volaba hacia el muelle desde el sur. Y otro más venía como una centella desde el norte, bordeando la costa. Raxtus luchaba por ganar altura, mientras los wyvernos se le acercaban por todas partes. Tenían la cabeza como de lobo, alas ce murciélago y unas garras negras alargadas.

—Los wyvernos son rápidos —dijo Raxtus jadeando—. Están hechos como yo. No estoy seguro de poder deshacerme de cinco de ellos, al menos no llevando pasajeros visibles.

—¡Aquí, aquí! —gritó Mark, agitando los brazos—. ¡Venid a por mí!

—Cállate —le espetó Kendra, que estaba cargando la ballesta.

Cuando los wyvernos más próximos se abalanzaban a por ellos Raxtus giró sobre mí mismo y se lanzó en picado. Kendra disparó la ballesta, pero la maniobra de evasión provocó que el virote errase el blanco. Unas garras chocaron con fuerza contra las escamas de Raxtus. Kendra notó que el dragón se estremecía; después, el océano empezó a subir hacia ellos a una velocidad alarmante. Raxtus tiró de sí mismo con fuerza hacia arriba para romper la trayectoria descendente y rozó la cresta de las olas, volando en paralelo a la costa. Los wyvernos descendieron por ambos lados sin quedarse atrás. Uno de ellos lanzó un aullido triunfal y se abalanzó sobre Raxtus, y todos acabaron zambulléndose en el agua salada del mar.

Tras recuperarse de la conmoción del impacto y del agua fría, la chica se vio envuelta en burbujas que le impedían ver. Se desprendió de la capa de piel de lobo y braceó para salir a la superficie, pero el peso de su armadura de cuero y de su espada ralentizó su ascenso. Vio que estaba al lado de Mark, luchando por mantener la nariz y la boca fuera del agua. Cerca de ellos unos cuerpos enormes salieron del agua de golpe, dando coletazos, gruñendo y salpicando, levantando millares de gotas de agua como fuentes.

Un wyverno que aún no se había involucrado en la refriega se lanzó hacia ellos. Mark levantó los brazos haciendo señales invitadoras, y el wyverno le atrapó. Kendra agarró a Mark por una pierna y salió también del agua, tirada por la bestia, en dirección a la playa.

—Déjame en paz —gruñó Mark, dándole patadas con la otra pierna para soltarse de ella.

Kendra se aferró desesperadamente durante unos segundos, pero luego ya no pudo asirle más y cayó al espumoso oleaje. El agua ayudó a amortiguar la caída, pero igualmente se golpeó contra el lecho marino, y después una ola encrespada la arrastró dando tumbos.

Cuando pudo hacer pie, avanzó tambaleándose por la parte ya menos profunda en dirección a la orilla, tosiendo sin parar para expulsar agua salada que le ardía en la garganta.

En la playa una flecha chocó con un ruido sordo contra el escudo de Bracken, mientras se le echaban encima dos hombres armados con sendas espadas. Bloqueó una con el escudo, mientras que desvió la segunda con la suya, y a continuación despachó a uno de los atacantes con un contragolpe salvaje. El otro espadachín retrocedió, con el arma en ristre, esperando a que Bracken hiciese el siguiente movimiento.

El wyverno había soltado a Mark desde el aire en la otra punta de la playa, cerca del aparcamiento y del Hummer. Kendra reconoció a Torina al lado del vehículo, con el arco en la mano. Mark se arrodilló con la ropa cubierta de arena, mirando a sus verdugos. Se quitó la chaqueta militar y se rasgó la camisa que llevaba debajo para abrírsela dejando el pecho al descubierto, en un inconfundible gesto de rendición. Torina preparó una flecha y un hombre ataviado de gris de la cabeza a los pies dio unos pasos al frente, con una espada ligeramente curvada en cada mano. Kendra se dio cuenta de que era el Asesino Gris que había visto en el desierto de Obsidiana.

—¡No! —gritó ella, corriendo por la arena empapada, al tiempo que trataba de asir bien la empuñadura de su espada, excesivamente alejada de Mark como para llegar a tiempo.

Al alcanzar la parte seca de la playa, la arena reseca ralentizó su carrera. La ropa mojada colgaba de su cuerpo pesadamente. El aparcamiento seguía demasiado lejos. Un halcón descendió en picado contra el guerrero de gris, pero este se lo quitó de encima con un fluido movimiento de la espada, sin aparente esfuerzo. Mientras el Asesino Gris se colocaba delante de Mark y descargaba sobre él el golpe mortal, Bracken profirió un grito de frustración. Al instante, Mark se deshizo como si fuese un puñado de polvo, y sus ropas mojadas cayeron vacías sobre la arena.

Torina cambió de flecha y apuntó a Bracken, que levantó el escudo al tiempo que echaba a correr hacia ellos. Torina disparó y Bracken detuvo el proyectil justo con el borde inferior del escudo.

—¡Kendra! —gritó Raxtus desde algún lugar detrás de ella.

Se dio la vuelta y vio a un wyverno que volaba directo en su dirección. Llena de rabia y frustración, blandió la espada por encima de su cabeza. Chocó con gran estrépito contra las garras afiladas como cuchillas y se le escapó de entre los dedos. Kendra cayó a la arena; las manos le dolían muchísimo, y las garras del wyverno, que le pasaron por encima tratando de apresarla, no lo lograron por muy poco. El wyverno se ladeó para iniciar de nuevo el ataque, pero entonces se estampó bruscamente contra la arena con la cabeza de lado. Un instante después, acompañado de una ráfaga de viento, Raxtus se posó a su lado al tiempo que se volvía visible.

Con un chirrido de neumáticos, el Hummer salió disparado del aparcamiento. Kendra y Raxtus acudieron junto a Bracken, que seguía donde habían caído la chaqueta militar y los vaqueros mojados. A Bracken le consumía la impotencia. Su mirada se dulcificó cuando vio a Kendra.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, estoy bien —respondió ella.

Envainó la espada y arrancó una flecha que se había alojado en su escudo.

—¡Nos hemos librado por tan poco! —Lanzó un vistazo al cielo y luego a Raxtus—. ¿Con cuántos wyvernos acabaste?

—Con los cinco. Dos en el agua y tres en el aire. No fue un combate justo, que digamos. Sus garras no podían clavarse en mis escamas y yo permanecía invisible. Tienen todos un punto muy vulnerable, justo donde se juntan el cuello y la nuca. Me lo enseñó mi padre.

—¿Qué ha sido de Tux? —preguntó Kendra.

—Se transformó en halcón y trató de echar una mano —dijo Raxtus—, pero se volvió polvo, como Mark.

Bracken propinó un puntapié a la chaqueta militar.

—¡Maldito cobarde! Ojalá hubiese sido yo un poquito más rápido…

—Nos estaban observando —dijo Raxtus—. Sabían exactamente cómo desbaratar nuestros planes. Aunque hubiésemos sido un poquito más rápidos, es probable que hubiesen encontrado la ruta que hubiese tomado y habrían matado a Mark igualmente.

—¿Cómo es que esa espada lo mató? —preguntó Kendra—. Pensé que solo le mataría el fuego de un fénix o de un dragón, o un cuerno de unicornio.

—El asesino llevaba unas espadas mágicas —respondió Bracken con amargura—. Las empuñaduras eran de diente de dragón y el acero estaba encantado. Esa magia debió de ser el equivalente al aliento de un dragón.

—Torina estaba con ellos —señaló Kendra.

—Tenía varias flechas emplumadas con plumas de fénix —dijo Bracken—. Mágicas, igualmente. Con ellas también habría podido rematar el trabajito. —Sacó la otra flecha clavada en su escudo y la sostuvo en alto—. Conmigo no se molestó en utilizar las especiales.

—Huyeron de ti —le animó Raxtus.

—Pues yo creo que huían de ti —dijo Bracken—. Y bien que hicieron. Te estás convirtiendo en un adversario formidable para ellos. Hubiese tratado de seguirlos, pero es posible que fuese una trampa y nuestra prioridad ahora es el eterno que vive en Texas. Podríamos desperdiciar tiempo persiguiendo a esos payasos, mientras otra brigada de asalto se nos adelanta y da al traste con nuestra última esperanza.

Raxtus ejercitó sus alas.

—Después de nuestra última travesía, Texas está a tiro de piedra. Hmmm. Podría ser el momento de marcharnos.

—Viene la policía —dijo Bracken.

Kendra oyó unas sirenas lejanas. Miró hacia el muelle.

—La gente ha debido de vernos.

—No sé qué pensarán de mí los transeúntes —dijo Raxtus—. Tampoco estoy muy seguro de qué pensarán de los wyvernos. Pero seguro que los que nos hayan estado viendo habrán distinguido a unas personas volando por aquí y por allá, disparándose flechas y atacándose con espadas. Bracken dejó un par de cuerpos muertos en la playa. La policía ha debido de recibir unas cuantas llamadas. Es hora de salir volando.

—Tienes razón —coincidió Bracken—. Intentaré comunicarme con la Esfinge. Entre tanto, sácanos de aquí.