19

Cormac

El cielo había amenazado lluvia toda la mañana, pero aún no había caído ni una sola gota. Unos lentos nubarrones tapaban en esos momentos el sol. Seth miró la hora en su reloj. Casi la 1:30. Tenía la esperanza de que el leprechaun apareciera en breve. En cuanto se pusiera el sol, los centauros irían a por ellos, de eso no cabía la menor duda.

Seth se arrodilló detrás de un arbusto entre Newel y Doren, mirando fijamente un saco colgado de una rama encima de un tramo de arena, junto a un río. No lejos de allí, hacia arriba, el agua caía por una sucesión de salientes, creando una fina neblina alrededor de la base rocosa del último salto. Según Patton, las orillas próximas a la base de la cascada recibían con frecuencia la visita de un leprechaun llamado Cormac.

—¿Tú de verdad crees que este chisme funcionará? —preguntó Doren.

Seth sacudió la carta que tenía en una mano.

—Patton parece convencido de ello.

—Patton no se está jugando una inmensa suma de monedas de oro —gruñó Newel—. Ojalá este diseño estuviese comprobado.

—Estás equivocado —repuso Seth—. Patton dejó claro en su carta que la misma trampa nunca funciona dos veces con el mismo leprechaun. Él ha atrapado cinco veces a Cormac con cinco trampas diferentes, y cree que esta nueva trampa también funcionará.

—Si no dejas de hablar, el leprechaun no va a presentarse en la vida —dijo Vanessa entre dientes, haciéndole dar un respingo.

Como ahora rondaban libremente por Fablehaven toda clase de criaturas peligrosas, ella y Hugo habían estado registrando la zona. Seth no la veía, pero, por lo visto, sus labores de rastreo la habían acercado a ellos lo suficiente como para alcanzar a oírlos.

—Buena indicación —respondió Seth, también susurrando.

Revisó la trampa en silencio. Un reguero irregular de monedas de oro conectaba el arroyo con un pequeño arenal rodeado de piedras. De la hilera de monedas, unas estaban medio enterradas y un par de ellas enterradas por completo. En determinados puntos escogidos, habían esparcido multitud de monedas en poco espacio. Patton había explicado que los leprechauns no podían resistir la tentación de coger oro dejado sin vigilancia. Aquellos hombrecillos amasaban su fortuna precisamente encontrando tesoros perdidos o escondidos.

En teoría, el reguero de oro llevaría a Cormac a un punto en el que podría ver el saco colgado, el cual contenía a su vez setenta monedas de oro. Una petaquita de whisky, cortesía de los sátiros, reposaba encima de las monedas, en el interior del saco.

Los minutos fueron pasando muy poco a poco. Sin el estímulo de la conversación, Seth empezó a dar cabezadas de sueño. La noche anterior no había dormido profundamente y se había despertado temprano. Estaba cayendo en un animado sueño lleno de color, con un pastel, unas llamas y unos toboganes acuáticos, cuando Doren le hincó el codo en las costillas.

El chico levantó la cabeza de golpe. Un hombrecillo con levita roja estaba sacando de la arena una de las monedas medio escondidas. No le llegaba a Seth más arriba de las rodillas; llevaba un sombrero pasado de moda y tenía unas barbas hirsutas color caoba. El leprechaun limpió la moneda frotándola contra la tela de la levita, la olisqueó y se la guardó en un bolsillo.

Echó la cabeza hacia atrás y observó detenidamente el saco colgado encima de él.

—Qué lugar tan tonto para esconder un tesoro —dijo con acento irlandés. Hablaba muy alto, como si tuviese al lado a un compañero algo sordo, pese a que parecía estar solo—. A lo mejor el pobre infeliz pensaba ponerlo lejos del alcance de los animales. O a lo mejor no le dio tiempo a esconder debidamente sus ahorros. El tipo será tan rico que puede permitirse descuidos. A lo mejor es un idiota de remate, nada más. De esos está el mundo lleno. Pero, vaya, también podría ser una trampa.

El leprechaun miró a derecha y a izquierda, y se frotó su huesuda nariz. Por fortuna, Seth y los sátiros habían escogido un arbusto bien poblado, a buena distancia del saco.

Se agachó mucho hacia delante y cogió de debajo de la arena otra moneda. El hombrecillo le sacudió la tierra, se la acercó a una oreja y habló con ella en tono cariñoso.

—Háblame de tus hermanos. ¿Vienes de una familia numerosa? —Miró el saco entornando los ojos—. Me parece a mí que sí.

La moneda desapareció dentro de un bolsillo. El leprechaun puso los brazos en jarras para observar atentamente el abultado saco y el árbol del que colgaba. En la carta Patton había explicado que en general los leprechauns eran seres listos, pero que era sabido que el oro y el whisky les nublaban el entendimiento. Seth miraba con mucho interés.

—Podría ser una trampa —repitió el hombrecillo, escudriñando furtivamente por encima del hombro—. Si es así, ¿qué pasa si el viejo Cormac se larga con el cebo y deja lo demás? No veo por aquí ningún indicio de artilugio sofisticado. La experiencia me ha demostrado que pocos son los que han tenido el ingenio necesario para ganarme un pulso. Ese sinvergüenza de Patton Burgess lleva muerto y enterrado un montón de años. Pero ¿y si no es una trampa? Sería el rey de los tontos por dejarle a otro un botín tan suculento. —Se frotó las manos—. Muy bien, no tiene sentido seguir debatiendo cuando ya me he decidido.

El leprechaun corrió al pie del árbol y se puso a trepar por el tronco. Al ver que Newel y Doren se agachaban un poco más, Seth los imitó. El hombrecillo caminó por la rama hasta el sitio en el que estaba atada la bolsa. Cuando estuvo allí, se detuvo para ojear los alrededores por última vez. Satisfecho, se deslizó por la cuerda hasta la boca del saco, lo aflojó y se coló dentro.

En el instante mismo en que el leprechaun desaparecía, Newel y Doren se levantaron y echaron a correr. A pesar de su celeridad, Seth no oyó moverse ni una sola hoja. Sí que oía al leprechaun hablando para sí dentro del saco.

—Bueno, bueno, qué casualidad encontrarles aquí a ustedes. Oh, muchas gracias, cómo no.

A Seth le estaba costando una barbaridad permanecer inmóvil, pero los sátiros le habían advertido de que el leprechaun le oiría si trataba de acompañarlos. Se quedó mirando mientras Newel y Doren pisaban suavemente el pequeño arenal de debajo del saco. Newel utilizó un cuchillo atado a un palo para alcanzar la cuerda y conseguir cortarla. Doren cogió el saco y mantuvo bien apretada la abertura.

Ahora que tenían al leprechaun, ya no importaba hacer ruido. Seth fue a toda prisa con los sátiros sin preocuparse de las hojas que movía al correr ni las ramas que partía. Ya solo tenían que evitar que el leprechaun se les escapase con algún ardid. Una vez apresado, la magia de Cormac no servía para nada, siempre y cuando no le dejasen escapar. Patton había adjuntado una larga lista de avisos y precauciones.

Doren abrió el saco lo justo para que Seth pudiese meter un brazo. El chico agarró por los pies al hombrecillo y le sacó. El leprechaun se aferraba a la petaca de whisky.

—¡Suélteme! —exigió el leprechaun, cabeza abajo, retorciéndose obstinadamente.

—Qué hay, Cormac —dijo Seth—. Patton te manda recuerdos. —La carta aseguraba que eso llamaría la atención del leprechaun.

El hombrecillo dejó de luchar. Parecía anonadado.

—¿Patton, dice usted? ¿Él le dijo cómo me llamaba? ¿Quiénes son? ¿Qué es esto?

Seth dejó al leprechaun en la arena, sin soltarle del brazo. El hombrecillo aprovechó el que le quedaba libre para abrazarse a la petaca de whisky.

—¡La saca está vacía! —dijo Doren, palpando el interior.

Cormac le miró desde abajo, ceñudo.

—Pues claro que está vacía. Lo estaba cuando me la encontré.

—Pues estaba llenita de monedas de oro —le corrigió Newel.

El hombrecillo se indignó.

—Puede que sea un zopenco y un patoso por haberme dejado atrapar, pero no soy tan lento como para dejar escapar la oportunidad de meterme en el bolsillo una o dos moneditas.

—¡O setenta! —exclamó Doren—. Y otras treinta a la vera del río. ¿Cuántos bolsillos tienes?

El leprechaun se permitió una sonrisa astuta.

—Más de los que imaginarían un trío de desgarbados delincuentes.

—¿Delincuentes? —repuso Seth, desafiante—. No éramos nosotros los que estábamos robando.

—¿Quién estaba robando? —protestó Cormac, ofendido—. Si me encuentro una moneda en medio del bosque, la cojo. Lo mismo que haría cualquier tipo honrado. No había ningún posible dueño a la vista. Estaba salvándola.

—Podría ser nuestro territorio —le rebatió Newel—. Podríamos haber salido a cazar por ahí.

—Sí, claro, solo que no habían ido a cazar por ahí —le corrigió el leprechaun guiñándole un ojo—. Estaban acechando entre los arbustos, cual maleantes profesionales, esperando que algún honrado ciudadano de Fablehaven cayese en su trampa, para sacarle los cuartos. Son ustedes unos timadores. Unos bribones. Exijo que me liberen de inmediato.

—Perdona, Cormac —dijo Seth—. Necesitamos que nos lleves a tu madriguera para que nos devuelvas unas cosas que te dio Patton para que se las guardaras.

El leprechaun resopló y negó con la cabeza.

—No tengo por costumbre guardarle a nadie sus cosas, y menos aún a archienemigos. ¿Acaso le parezco a usted el encargado de un almacén? ¿Tengo pinta de descargador de mercancías? Es lo que he dicho: son ustedes unos bribones y no pienso tolerarlo.

—Llámanos como quieras —respondió Seth—. Te hemos apresado y harás lo que nosotros digamos.

—Puedes empezar por devolvernos las monedas —le instó Newel.

Cormac le miró como si no entendiese nada.

—¿Monedas, dice usted? Últimamente me falla la memoria. Disculpen, muchachos. Me temo que han apresado al tipo equivocado. No tengo ningún objeto bajo mi custodia, ni he visto oro alguno, ni poseo ninguna madriguera. Soy un humilde zapatero remendón, ese es mi oficio. Supongo que podría reparar un zapato o dos, si precisan alguna compensación a cambio de perdonarme la vida.

—No disponemos de mucho tiempo —dijo Seth—. Quizá simplemente deberíamos quitarte la levita, y listo.

Cormac le miró intensamente, apretando los labios y poniéndose colorado. Seth vio que temblaba.

—Muy bien —respondió el leprechaun con toda cordialidad—. Ya veo que no son ustedes ningunos novatos. ¿Qué desearían que fuese a buscar para ustedes?

—No irás a buscar nada —dijo Seth—. Nos llevarás a tu madriguera, nos darás lo que queremos y nos acompañarás otra vez aquí. No pienso quitarte las manos de encima hasta que hayamos hecho todo eso.

Cormac se acarició la barba con la mano libre.

—Patton Burgess —soltó entonces, como si estuviese blasfemando—. ¿Es que nunca va a dejar de acecharme ese malandrín? Hasta desde la tumba quiere quitarme lo que es mío.

—No —dijo Seth—. Nosotros solo queremos los objetos que Patton te dejó.

—Y que nos devuelva el oro —recordó Newel.

El leprechaun dejó caer la cabeza hacia delante y destensó todo el cuerpo. Entonces se lanzó con fuerza contra Seth, que aún le tenía cogido firmemente por un brazo. Cormac le mordió la mano, pero el chico no aflojó y le propinó una torta al leprechaun en la oreja. El hombrecillo aulló como si le hubiesen arrancado un brazo o una pierna.

—Ya basta —dijo Seth muy enfadado, cambiando la mano para asir al leprechaun por las piernas—. Quitadle la levita.

—Encantado —dijo Newel, poniéndose enseguida a desabrochar los diminutos botones dorados.

Doren le arrebató la petaca de whisky.

—¡No! —bramó Cormac—. ¡Por favor! ¡Me rindo! ¡Os daré la campanilla, el silbato y la cajita de música!

Newel seguía desabrochándole los botones, moviendo con gran rapidez sus ágiles dedos.

—¡Y os devolveré el oro! —prometió el leprechaun, apenado—. Fin del problema.

—Ya está bien, Newel —dijo el chico. El sátiro dejó de desabrocharle la levita. Seth sostuvo en alto a Cormac para poder mirarle bien a los ojos—. Otro truco más, otro intento de huir, y te quito la levita sin preguntarte nada. Luego, te afeitaremos los bigotes. Y después a lo mejor sigo y te uso de cebo de pescar. No me pongas a prueba. He tenido una semana realmente mala.

Por primera vez pareció que el leprechaun dejaba de fingir.

—No tendrás más problemas de mi parte, muchacho. No puedes enfadarte con un viejo granuja por probar alguna que otra artimaña, ¿no crees? Dime, ¿cómo te llamas?

—Seth Sorenson.

—Bien, Seth, por primera vez desde Patton Burgess, parece ser que he encontrado la horma de mi zapato. No me he presentado formalmente. Me llamo Cormac.

—No estamos haciendo esto por diversión —dijo Seth—. Necesitamos realmente esos objetos. No tenemos intención de acosarte.

—¿Por dónde se va a tu madriguera? —preguntó Doren.

—Por detrás de la cascada —respondió Cormac.

—¿Esa de ahí? —preguntó Newel, señalando río arriba—. ¡Pero si hemos mirado en las cascadas a ver si había cuevas!

El leprechaun le dedicó una mirada cansada.

—Es verdad —dijo Newel—. Magia.

Seth llevó al leprechaun río arriba hasta donde una cortina de agua caía desde una cornisa de algo más de tres metros y medio de altura. Cormac tiró de la camisa del chico.

—Jovencito, esta es la parte más complicada. Necesito mi magia para abrir el camino, pero no puedo porque estás inhibiendo mis poderes al tenerme sujeto. ¿Consentirías en soltarme un instante? Te doy mi palabra de leprechaun de que no me escabulliré.

—Patton me advirtió de que tus promesas no valen nada —dijo Seth—. Y ya te avisé de que no intentes hacer ningún truco más. Te sujetaré por la barba. Patton me dijo que de ese modo podrás abrir libremente tu guarida sin que puedas utilizar tu magia contra mí.

Dejó al hombrecillo encima de una roca y le asió por las barbas del mentón con el pulgar y el dedo índice.

El leprechaun chasqueó los dedos y la cascada se detuvo. En la pared de roca de detrás apareció un túnel, cuadrado, con las esquinas redondeadas.

Seth levantó del suelo al leprechaun y sacó una linterna. Pisando con mucho cuidado por las rocas sueltas, agachándose se metió en el túnel. El techo bajo le obligaba a andar acurrucado. Newel y Doren los siguieron.

El pasillo terroso apestaba a humo de pipa. Tiradas por el suelo o encastradas en las paredes había grandes esmeraldas en bruto.

—Mirad esas piedras —dijo Newel—. Sé de un joyero que podría hacerlas destellar.

—¿Quién, Benley? —preguntó Doren.

—No, Sarrok, el trol. No hay nadie en Fablehaven con un ojo más fino que él ni con una mano más firme. —Newel se agachó para mirar de cerca una esmeralda sin brillo y del tamaño de una pastilla nueva de jabón.

—Las instrucciones advertían de que no debíamos tocar nada de aquí dentro —les recordó Seth—. Solo debemos coger lo que nos dé Cormac.

—Vaya desperdicio de recursos —gruñó Newel.

El túnel se ensanchaba para desembocar en una sala circular con muchas puertas de madera. Contra una pared se apilaban varios toneles y barriles. En el centro de la habitación, junto a un charco de agua inmóvil, había una mesa baja.

—Los objetos —insistió Seth.

—¿Estás seguro de que no preferirías un tesorillo? —preguntó Cormac—. Mucho más tradicional.

—Queremos los objetos que te dejó Patton —respondió Seth—. El silbato, la campanilla y la cajita de música. Y Newel y Doren quieren que les devuelvas su oro.

Cormac se frotó un lado de la nariz con un dedo y miró a los sátiros con gesto artero.

—Qué diantres hacéis unos faunos confraternizando con un jovenzuelo humano —los riñó el leprechaun—. Os voy a decir lo que haremos: liberadme del chiquillo y ¡tengo un tesoro para ti y otro para ti!

—Quitadle la levita —ordenó Seth.

Newel titubeó, pero cuando Doren le dio un codazo, empezó a desabotonarle la levita.

Cormac se retorció y se puso a gritar.

—¿Conque os ponéis del lado de los humanos, eh? ¡Esto no se olvidará! ¡Clemencia! ¡No me quitéis el abrigo!

—No —dijo Seth—. Estabas avisado de sobra.

Newel le sacó la levita a tirones. El leprechaun, disgustado, se quedó en camisa, amarilla oscura, y con un chaleco estampado.

—La recuperarás si cooperas —dijo Seth—. Lo siguiente que haremos será afeitarte la barba.

—¡Ya me habéis dado suficientes problemas! —protestó Cormac—. Déjame al lado de esa puerta. —Señaló la puerta a la que se refería.

Sin soltarle la barba, Seth depositó al leprechaun donde quería. Cormac llamó tres veces con los nudillos y dio una palmada.

—¿Eso es todo? —preguntó Seth.

—Ábrela —dijo el leprechaun.

Seth cogió a Cormac del suelo y abrió la puerta, tras la cual aparecieron las tripas de un armario abarrotado casi únicamente con botellas vacías.

—Ciérrala —le indicó Cormac—. Ahora vuelve a abrirla.

El chico obedeció. Cuando volvió a abrir la puerta, el armario había desaparecido. A cambio, se encontró mirando el interior de un largo túnel.

—Una vez más —dijo Cormac, suspirando.

Seth volvió a cerrar la puerta y después la abrió de nuevo, para encontrarse con una habitación grande llena de estanterías, cajones de embalar y baúles. Las estanterías estaban repletas de tesoros diversos, como delicadas figuras de porcelana, collares de perlas, urnas esmaltadas, tallas de marfil, copas antiguas con joyas incrustadas, así como una colección inmensa de cajitas de rapé. Lienzos antiguos decoraban las paredes en marcos dorados. Tres armaduras completas, ricamente ornamentadas, ocupaban un rincón, al lado de un soporte lleno de alabardas.

—¿Dónde están los objetos de Patton? —preguntó Seth.

—En la caja del estante de abajo —dijo Cormac, indicándolo—. Cógelos tú mismo.

Seth se agachó sin soltar a Cormac y sacó la caja de madera de la estantería. Abrió los cierres y levantó la tapa; dentro encontró una campanilla de mano, una cajita de música y un silbato fino y largo, cada objeto metido perfectamente en un compartimento forrado de terciopelo, con la forma exacta de cada uno. Satisfecho, cerró el estuche y salió de la habitación.

—¿Éxito? —preguntó Doren.

—Eso parece —respondió Seth. Estrechó la mano de Cormac—. Si nos has engañado, volveremos.

—Yo nunca miento cuando hago una entrega a alguien que me ha capturado —replicó Cormac—. Gracias a eso nos mantenemos con vida los de mi progenie. Esos son los objetos que Patton me dejó.

Seth señaló a los sátiros.

—Devuélveles el oro y te dejaremos en paz.

—He traído el saco —dijo Doren, abriéndolo con un meneo.

—Me hará falta la levita —dijo Cormac—. Dentro están las monedas.

—Pues yo no he podido encontrar ninguna —intervino Newel, tendiendo la pulcra levita al leprechaun.

Cormac levantó las cejas y metió los brazos por las mangas.

—Sujetadme por los pies y agitadme por encima del saco.

Seth puso al leprechaun cabeza abajo y empezó a subirle y bajarle por encima de la saca abierta. Las hábiles manitas de Cormac hurgaron en el interior de la levita y una lluvia de monedas de oro empezó a caer hacia el saco acompañada de un tintineo musical. La lluvia fue debilitándose poco a poco, hasta que terminaron de caer las últimas rezagadas.

—Me parece que está todo —verificó Doren, sopesando el saco.

—¿Sabes qué te digo? —dijo Newel, tendiéndole la petaca al leprechaun—. Que te puedes quedar con el whisky.

A Cormac se le iluminó la cara.

—Eso es muy amable de tu parte. —Aceptó la petaca—. Estoy seguro de que encontraréis la salida los tres solitos.

—Tienes que acompañarnos fuera —dijo Seth—. Patton nos avisó. Entonces dejaremos de molestarte.

—De acuerdo, acabemos cuanto antes —accedió el leprechaun de mala gana.

Seth empezó a andar por el pasillo en dirección a la cascada. Al final llegaron a una pared lisa. Seth agarró a Cormac de las barbas, el leprechaun chasqueó los dedos y la pared se abrió hacia fuera, revelando una suave llovizna.

Seth salió y corrió a la orilla del cauce. Newel y Doren se detuvieron en la boca del túnel.

—¿Por qué no salís? —preguntó el chico.

Newel miró hacia el cielo.

—Esta lluvia me va a estropear el pelo.

—¿El pelo? —exclamó Seth, sin poder dar crédito a lo que oía.

—Quiere estar guapo para Vanessa —explicó Doren.

—¡Lo mismo que tú! —le espetó Newel.

—Yo podría conseguiros un filtro de amor de eficacia comprobada, a cambio de cien monedas de oro —ofreció Cormac.

—Estáis empezando a comportaros como Veri —les advirtió Seth.

Newel y Doren intercambiaron una mirada de desagrado, y acto seguido se apresuraron a cruzar la cortina de lluvia. Newel se atusó los cabellos para ordenárselos. Doren se sacudió con las manos algo de barro que le había manchado los brazos.

—¿Hemos terminado? —preguntó Cormac, exasperado.

—Sí —dijo Seth, que lo dejó en el suelo.

El leprechaun saltó como una rana hasta la boca del túnel y chasqueó los dedos. La cascada empezó a caer nuevamente por el borde de la cornisa, tapando la desaparición del túnel.

El repentino sonido de unos cascos de caballo hizo que Seth se diera rápidamente la vuelta.

Seis centauros avanzaban al trote en dirección a ellos, encabezados por Ala de Nube y Frente Borrascosa. El primero llevaba una flecha colocada en la cuerda de su arco. El segundo sujetaba con firmeza una enorme maza. Los demás centauros también iban armados.

Era evidente que los centauros habían estado esperándolos. ¿Dónde estaban Vanessa y Hugo? Seth llevaba una espada colgada de la cintura y un escudo al hombro, pero no quería probar su eficacia contra los centauros. Ala de Nube les había concedido hasta el anochecer. Con suerte, podría convencerle de que les dejase marchar.

—Nos mentiste —le recriminó Ala de Nube sin que mediara preámbulo alguno—. Estás aliado con la oscuridad.

—¿Es que habéis tenido algún problema a la hora de adueñaros de nuestras posesiones? —preguntó Seth en tono inocente.

—Has enviado a unos adversarios sobrenaturales a tierras de los centauros —dijo Ala de Nube—. Ríndete y te haremos prisionero, o muere. Lo mismo vale para tus sarnosos esbirros. —Su tono de voz imponía obediencia inmediata.

—Nos concediste hasta la puesta de sol —protestó Seth—. ¿Es que los centauros son unos embusteros?

—Te dimos hasta la puesta de sol para que te marcharas —dijo con severidad Ala de Nube—, no para que te dedicaras a hacer preparativos para iniciar la guerra contra nosotros. Tu agresión anula nuestra concesión.

—¿De qué agresión me hablas? —saltó Seth, enfureciéndose—. ¿Es que os envié yo a mis apariciones? ¿O vosotros os topasteis con ellas cuando tratabais de robarnos una propiedad nuestra?

—Las casas en cuestión estaban abandonadas —dijo Ala de Nube—. Liberaste fuerzas malignas en territorio que se halla bajo nuestra protección. No nos arriesgaremos a que cometas más fechorías.

—Pues precisamente os estáis arriesgando a que se cometan más fechorías —repuso Seth, sin saber muy bien qué más hacer, aparte de fanfarronear—. ¿De verdad queréis véroslas con un ejército de muertos vivientes?

—No, no queremos eso —respondió Ala de Nube—. Y eso explica nuestra presencia aquí. Como prisionero nuestro, ordenarás a las apariciones que se marchen. A la primera señal de agresión por parte de los muertos vivientes, morirás.

—Ya basta de palabrería —amenazó Frente Borrascosa—. Raudo, Centella, apresadlos.

Dos de los centauros empezaron a trotar hacia ellos. Ala de Nube se dio una palmada en el cuello como si le hubiese picado un insecto. Perdió el equilibrio, dejó caer el arco y cayó al suelo.

—Alto —ordenó Frente Borrascosa levantando un puño y registrando con la mirada los árboles cercanos.

Un centauro de pelaje azulado inclinó el torso para examinar a Ala de Nube, mientras los otros tres se volvían en actitud defensiva para inspeccionar la zona. La suave lluvia empezó a tamborilear sobre la fronda, moviendo las hojas. Frente Borrascosa se estremeció y maldijo. Al inspeccionarse el fornido hombro, se arrancó un pequeño dardo con cola de alas. Blandió la maza en la dirección de la que había venido el proyectil. Todos los ojos se dirigieron hacia arriba, a Vanessa, que se había camuflado en lo alto de un árbol y se disponía a cargar de nuevo su cerbatana.

—¡Emboscada! —rugió Frente Borrascosa, levantando las patas delanteras. Al posarse de nuevo en el suelo, con fuerza, levantó gotas de barro.

Hugo apareció por entre los árboles, a la carrera. Tres de los centauros dieron media vuelta para enfrentarse a él, blandiendo sus armas. El centauro azulado lanzó una jabalina en dirección a Vanessa, quien se dejó caer ágilmente hasta una rama inferior para esquivar el proyectil. Newel sacó su honda y se agachó, cogió un guijarro y lo lanzó contra la parte trasera de la cabeza de un centauro de rubios cabellos, que se tambaleó.

Dos de los centauros galoparon al encuentro de la acometida de Hugo, uno sujetando una lanza como si estuviese participando en una justa, el otro blandiendo una espada larga. Hugo se quitó de encima la lanza empujándola a un lado y a continuación se abalanzó al frente, llevándose por delante a los centauros atacantes con los brazos abiertos en cruz, como si fuesen dos prendas puestas a secar en la cuerda de la colada. La espada larga acabó clavada hasta el fondo en lo alto del hombro del golem. Hugo se quitó el arma y la arrojó a un lado.

Mientras el centauro azulado se preparaba para lanzar una segunda jabalina, un dardo de la cerbatana se alojó en su pecho; cayó al suelo en cuestión de segundos. El centauro al que Newel había atizado con el guijarro clavó los ojos en Seth y cargó contra él, sosteniendo en alto un hacha de guerra de doble filo. Doren disparó una flecha, pero el centauro, volviendo el hacha hacia sí como si fuese un escudo, desvió el disparo.

Seth soltó el estuche de los objetos de Patton, desenvainó su espada y sostuvo en alto el escudo. Hugo iba hacia él, pero se encontraba demasiado lejos para poder detener al centauro. Vanessa estaba cargando de nuevo su arma. Newel cogió otra piedra. Doren sacó una segunda flecha.

No había tiempo. Seth se enfrentaría él solo a aquella embestida.

Flexionando las rodillas, inclinó el escudo y sostuvo en alto la espada, con la esperanza de hacer creer al centauro que pretendía recibirle de cabeza. Cuando el furioso centauro estuvo a escasa distancia de él, Seth se lanzó al suelo y rodó sobre sí mismo. El hacha cortó el aire con un silbido, por encima de él.

El centauro dio la vuelta para ir de nuevo a por él, pero de pronto empezó a tambalearse. Seth vio el pequeño dardo plumado clavado en su cuello. Segundos después el centauro de dorados cabellos se derrumbó en el suelo.

Vanessa utilizó otros dos dardos para silenciar a los centauros a los que Hugo había dejado heridos. Mientras bajaba del árbol ordenó al golem que se mantuviera vigilante. Entonces, se acercó a Seth.

—¿Estás bien?

—Ahora mejor —respondió el chico—. Esos dardos los han dejado realmente fuera de combate.

—Ya sabes cuánto me gusta dormir a la gente —dijo Vanessa—. Anoche, rebuscando entre mis cosas, encontré una toxina somnífera que Tanu extrajo de Glommus, el dragón al que maté en Wyrmroost. Es lo más potente que he visto en mi vida.

—¿Tú mataste un dragón? —dijo Newel, estupefacto.

—Qué mujer —añadió Doren, moviendo solo los labios.

—¿Tienes los objetos de Patton? —preguntó Vanessa.

—Sí —contestó Seth, cogiendo del suelo la caja y limpiándola con la mano.

—Excelente —replicó Vanessa—. Tenemos que salir de Fablehaven. Hemos vencido a esos centauros gracias al efecto sorpresa. Por cierto, perdona que te usara de cebo. Como ya os habían seguido hasta la cueva del leprechaun, me pareció que era la estrategia más prudente.

—Dio resultado —sentenció el chico, aprobando su actuación—. ¿Cuánto rato estarán dormidos estos memos?

Vanessa fue hasta Ala de Nube y le dio un empujoncito con la punta del pie.

—La dosis era pequeña y ellos son criaturas poderosas. Aun así, deberían pasarse dormidos un día entero, por lo menos. La sustancia que extrajo Tanu es verdaderamente asombrosa. Nuestro problema es que, sin duda, hay más centauros que saben de esta misión y vendrán a husmear. La próxima vez que los centauros nos ataquen, acudirán en mucho mayor número.

—Pero nosotros nos habremos ido —dijo Doren.

—Eso espero. —Vanessa se arrodilló junto a Ala de Nube, abrió la boca y se pegó a su cuello.

Tras unos cuantos segundos en esa posición, se apartó de él secándose los labios.

—¿Te vas a apoderar de él? —preguntó Seth.

—Enseguida. —Uno por uno, fue mordiendo a los demás centauros—. El castigo por adueñarme de uno es el mismo que por adueñarme de seis. Nunca se sabe cuándo te puede venir bien una bestia llena de músculos.

Vanessa se tumbó en el suelo mojado por la lluvia y cerró los ojos. Ala de Nube se movió y se puso de pie. Newel y Doren se alejaron de él correteando.

—Caramba —dijo Ala de Nube, flexionando los brazos y formando con los bíceps unos montículos inflados—. Nunca me había metido en la piel de un centauro. —Levantó las patas delanteras y dio unas coces al aire con los cascos—. Podría acostumbrarme a esto.

—¿No deberíamos darnos prisa? —le recordó Seth.

—Cierto —respondió Vanessa a través de Ala de Nube—. Pon mi cuerpo en el lomo del centauro. Voy a necesitar que uno de vosotros se suba encima de mí para sujetarme.

Newel y Doren levantaron de inmediato la mano.

—Yo te sujetaré —le dijo Doren en tono convincente.

—Yo podría sujetarte con una cuerda para que no te escurras —intervino Newel, que sacó de su macuto un trozo de cuerda.

Ala de Nube se agachó y cogió su arco.

—Newel, me gusta la idea de utilizar cuerda. —Ala de Nube alzó la voz—. ¡Hugo! ¡Ven! Debemos marcharnos.

El golem colocó el cuerpo inconsciente de Vanessa a lomos del centauro. Newel la ató a la espalda del torso humano y al cuerpo del caballo.

—Yo cabalgaré contigo para asegurarme de que no te caes —añadió el sátiro, tratando de adoptar un aire informal.

Hugo cogió en volandas a Seth y a Doren. El chico miró desde arriba a los cinco centauros dormidos.

—Ojalá tuviésemos sillas de montar —dijo—. Me molaría que se despertaran y se viesen con sillas de montar puestas.

Newel y Doren se rieron socarronamente.

—¡Deberíamos ponerles calcomanías que les diesen vergüenza! —exclamó Doren—. De gatitos, por ejemplo. ¡O pintarles un bigote!

—Cortarles la cola —sugirió Newel.

—Creedme, chicos —intervino Ala de Nube sin sonreír ni siquiera—, ya van a estar suficientemente furiosos.

—Me parece que Vanessa se está convirtiendo en un centauro —rio Doren.

—Se le está pegando su mismo sentido del humor —bromeó Newel.

—Simplemente soy consciente de que al haberles mordido, me he vuelto su enemiga mortal. Por lo que a los centauros se refiere, he firmado mi propia orden de ejecución.

—Eso sí que es un modo de parar en seco un chiste —comentó Newel.

—No tenemos tiempo para bromas —repuso Ala de Nube—. Yo iré delante. Hugo, mantén mi ritmo lo mejor que puedas. Nos encontraremos en el garaje.

Ala de Nube echó a galopar con todas sus fuerzas. Hugo le siguió con sus grandes zancadas saltarinas.