17

Preparativos

Newel y Doren llegaron a la mansión justo cuando Seth estaba empezando a pensar que no se presentarían. Llevaba casi una hora esperando en el porche desde que había contactado con Bracken, y a cada minuto que pasaba su confianza era menor. Estaba a punto de pedirle a Hugo que le llevase de vuelta a la casa principal cuando aparecieron los sátiros correteando por la pradera de hierba descuidada. Cada uno llevaba una mochila al hombro. Newel iba tocado con un casco abollado. Doren llevaba un arco.

—Corre el rumor de que Graulas se ha adueñado de esta casa —dijo Newel a modo de saludo.

—Esperábamos que fuese una trola —añadió Doren.

—Nada de faroles —respondió Seth en voz alta—. Me encargaron que viniese yo a reclamarla en su nombre. —Bajó la voz y añadió—: No digáis nada a gritos sobre mis trolas si puede oíros algún diablillo.

—De acuerdo —respondió Newel, guiñándole el ojo con gesto cómplice. Hizo bocina con una mano, poniéndosela al lado de la boca—. ¡Más nos valdrá largarnos de aquí antes de que vuelva el oscuro señor de esta morada embrujada!

—Tampoco hace falta que lo pregones —le susurró Seth.

—Te hemos traído algo de equipo —dijo Doren, descolgándose la mochila y rebuscando dentro entre las cosas que llevaba. Sacó un escudo ovalado de poco menos de un metro de alto—. Todo héroe necesita los pertrechos adecuados.

—Gracias —dijo Seth.

—Adamantita —anunció Doren con orgullo, entregándole el escudo—. Lo pillamos del mismo pozo de alquitrán en el que encontramos la cota de malla.

—Seguramente pertenecía todo al mismo aventurero descuidado —conjeturó Newel—. Demasiado dinero, pero corto de talento.

Seth levantó el escudo para sopesarlo. Era liviano, casi como si se tratara de un juguete o de un elemento de utilería teatral, pero él sabía que, si estaba hecho de adamantita, sería más resistente que el acero y de un valor absolutamente incalculable.

—Qué pasada de regalo.

—Nos lo estábamos reservando para intercambiarlo por pilas —le explicó Newel—. Sin embargo, en vista de que hemos cerrado este nuevo trato…, bueno, todo inversor ha de velar por sus intereses.

—Sí, sería una pena que muriese antes de que pudiera entregaros el generador —dijo Seth.

Doren le dio un codazo a Newel.

—No te hemos traído solo el escudo.

De su mochila Newel extrajo una espada enfundada en una vaina de piel. La empuñadura de oro estaba adornada con piedras preciosas. Newel se la tendió a Seth y este desenvainó la espada. Parecía demasiado ligera.

—¿Esto no es adamantita también? —preguntó.

—Es adamantita templada —respondió Doren con gran satisfacción—. Encontramos solo la hoja de metal sin nada más. El borde está muy afilado. Los nipsies fabricaron la empuñadura, y recuperamos la vaina de un montón de trastos viejos.

—Los nipsies no han podido fabricarla ahora mismo, ¿verdad? —preguntó Seth.

—No —respondió Newel con una risilla—. Tardaron seis semanas. Es que queríamos preparar otro objeto para hacer negocios con él.

Seth se ciñó la vaina y enfundó la espada.

—¿Por qué no os habéis puesto armadura, chicos?

Newel resopló con aire burlón.

—Es que nos frena. Preferimos evitar que nos hieran simplemente evitando que nos alcancen.

—¿Y ese casco? —preguntó Seth.

Newel dio unos toquecitos en el casco con los nudillos.

—¿Este chisme viejo? Es mi talismán de la buena suerte.

—Cuéntale la historia —le instó Doren.

—Los sátiros jamás llevamos armadura, lo cual incluye también los cascos —empezó a contar Newel, gesticulando mucho con las manos—. Pero hace años actué en una función y el casco formaba parte de mi vestuario. Durante la escena de la gran batalla, unos cuantos estábamos asediando un castillo. No veas qué escenografía. La torre mayor debía de medir unos cuatro metros y medio de alto, y estaba hecha de piedra de verdad. Total, que mientras los actores perpetrábamos el asedio, un trozo grande de las almenas se soltó de lo alto de la torre.

—Una chapuza de escenógrafos —añadió Doren.

—Definitivamente, no estaba ensayado así —recalcó Newel.

—«¡Mirad, el enemigo flaquea!» —citó Newel con voz gallarda, levantando un dedo hacia el cielo para darle más efecto—. Como yo estaba de cara al público, concentrado en mi parlamento, no vi caer el pedrusco.

—Fue la mejor gracia de la velada —rio Doren.

—Esas podrían haber sido mis últimas palabras, si no hubiese llevado puesto este casco —dijo Newel—. Aunque sea un trasto aparatoso, si me da suerte se merece que lo lleve a la batalla.

—¿Así fue como se te abolló? —preguntó Seth.

—Exacto —confirmó Newel.

—Newel nunca ha querido que nadie se lo repare —aclaró Doren.

—Me sorprende que no resultaras herido —dijo Seth.

—Me pasé casi dos días inconsciente —afirmó Newel.

—Su suplente estaba eufórico —dijo Doren.

Newel sonrió con suficiencia.

—La escena que acabó en chapucero desastre fue tal éxito que tuve que dejar el teatro. A partir de ese momento lo único que quería la gente de mí eran bufonadas. Y, créeme, habiendo sátiros de por medio, las bufonadas duelen un montón.

—Volvía a casa después de los ensayos cubierto de moratones —rememoró Doren.

—Veo que Doren se ha traído un arco —señaló Seth.

—Es un habilidoso arquero —dijo Newel—. Yo prefiero la honda.

El chico les indicó mediante gestos que se juntaran un poco y, bajando la voz hasta un tenue susurro, dijo:

—Ya tengo las indicaciones de Patton para nuestra misión. Vamos a tener que embarcarnos en todo un viaje. Creo que quizá deberíamos sacar a Vanessa de la caja silenciosa para que nos ayude. ¿Qué opináis?

—Estoy de acuerdo, sin lugar a dudas —afirmó Newel—. Es la mejor idea que he escuchado en todo el día.

—Lo secundo —dijo encantado Doren.

Seth miró a los sátiros con el ceño fruncido, dubitativo.

—Un momento. Lo que pasa es que la encontráis guapa.

—Llevo ya tiempo en este mundo —dijo Newel—. Y Vanessa Santoro no es simplemente guapa.

—Tiene razón —coincidió Doren—. Es dinamita en estado puro. Solo de hablar de ella se me acelera el pulso.

—Pero también es posible que sea una traidora —subrayó Seth.

—La tentadora letal —dijo Newel con deleite—. Mejor aún.

—Sin duda le dará un toque picante a la aventura —afirmó Doren, para animarle.

—Desde luego, estoy hablando con los tipos menos indicados —suspiró Seth.

—Créeme —dijo Newel con chulería—, estás hablando con los tipos adecuados. Llevamos persiguiendo nenas desde que la Tierra era plana.

Seth puso los ojos en blanco.

—El chico necesita un punto de vista objetivo —le reprendió Doren—. Él lidera esta expedición. Necesita opiniones válidas. Seth, mirando la cosa por todos sus lados, estoy profundamente convencido de que el paso correcto sería traer a Vanessa con nosotros. Así como todos los conjuntos que pueda necesitar. Y maquillaje. Y perfume. Y productos para el cabello. Lo que le haga falta.

Seth cerró los ojos y se frotó la cara. ¿De verdad la suerte del mundo dependía de aquellos dos payasos? ¿Debía implicarles en aquella aventura? Menos mal que tenía a Hugo.

Newel le soltó un mamporro en el brazo.

—¿Seth? ¡Anímate, hombre! Solo estamos bromeando. ¡Para mantener alta la moral!

—Sabemos qué harás lo correcto —dijo Doren.

Seth abrió los ojos.

—Yo realmente creo que Vanessa podría estar de nuestra parte. Además, es posible que necesitemos su ayuda para llegar adonde tenemos que ir.

—Si la traes, nosotros te cubriremos las espaldas —le prometió Newel.

—Un hombre sería estúpido si confiase en una mujer así de espectacular —murmuró Doren con sagacidad.

—Eso me ayuda un poquito más —respondió Seth—. Tenemos mucho que hacer. Deberíamos volver a la casa principal.

—Llévanos —dijo Newel.

—¿Alguno de vosotros ha cazado un leprechaun alguna vez? —les preguntó Seth mientras Hugo le levantaba del suelo.

Los dos sátiros dieron un respingo.

—Nunca —contestó Newel.

—Lo hemos intentado —añadió Doren—. ¿Te ha dado Patton instrucciones en ese sentido?

—Sí —afirmó Seth, cuando empezaban ya a cruzar el jardín—. Forma parte de nuestra misión.

Newel se frotó las manos.

—Esta aventura pinta cada vez mejor.

—Solo es cuestión de tomársela con el mejor humor posible. —Doren se rio.

Seth sonrió débilmente, preguntándose en su interior si los sátiros seguirían igual de animados cuando la empresa dejase de parecer divertida.

—¿Queréis que Hugo os lleve?

—¿Te parece que somos lentos? —protestó Newel—. Apurad el paso, que no nos quedaremos rezagados.

Hugo cruzó el jardín dando brincos. Seth pensó que el golem caminaba un poco más despacio que antes de que se les unieran los sátiros, pero aun así avanzaron a buen ritmo por el bosque y, fieles a su palabra, Newel y Doren no se quedaron rezagados, corriendo a toda velocidad tras ellos.

Llevaban un rato atravesando cual centellas el oscuro bosque cuando Hugo se detuvo en seco. Por encima de ellos el tapiz de hojas de los árboles lo tapaba todo excepto unas cuantas estrellas sueltas.

Seth aguzó el oído pero no oyó nada.

—¿Centauros? —preguntó Doren.

—Detrás de nosotros —coincidió Newel—. Vienen en esta misma dirección. Justo hacia nosotros. Por lo que oigo, es como si estuvieran siguiéndonos.

—¿Podemos dejarlos atrás? —preguntó Seth.

Newel rio entre dientes.

—No creo que haya nada en Fablehaven que pueda dejar atrás a un centauro.

Hugo dejó a Seth en el suelo y se plantó delante de él. Unos segundos después, el chico pudo oír el sonido de una trápala que se acercaba. A medida que el golpeteo de los cascos de caballo fue haciéndose más audible, oyó también el sonido de las hojas de los árboles al agitarse y, de tanto en tanto, alguna rama que se partía. Los sátiros estaban en lo cierto. Los centauros iban derechos hacia ellos.

Seth encendió la linterna justo cuando los centauros aparecían a medio galope a lo lejos. Rápidamente se detuvieron. Ala de Nube lideraba el grupito formado por cuatro centauros. Llevaba una flecha preparada en la cuerda de su enorme arco. El haz de la linterna ascendió desde sus patas de pelo plateado hacia su torso humano disparatadamente musculado, para después alumbrar uno por uno a los otros centauros.

—Saludos, Seth Sorenson —dijo Ala de Nube con voz resonante—. Necesito tener unas palabras contigo.

—¿En pleno bosque? —preguntó él, desde detrás de Hugo—. ¿En plena noche? —No estaba precisamente ansioso por conversar con unos centauros. Estaba seguro de que todavía sospechaban que él había robado su cuerno de unicornio, y aunque ya se lo habían devuelto, sabía que los centauros eran de esas criaturas que guardan mucho rencor.

—El tratado ha quedado abolido —respondió Ala de Nube con voz nítida y fuerte—. En toda la reserva reina la confusión. Necesitamos saber qué proponéis vosotros, los humanos, que hagamos.

—Estamos en ello —le tranquilizó Seth.

—Nos han llegado rumores de que has reclamado el uso de la mansión en nombre del demonio Graulas —le acusó con severidad.

—Las noticias corren como la pólvora por estos pagos —le dijo Newel a Doren.

—Ya se ha enterado hasta la caballería —respondió Doren.

—Estoy haciendo lo que puedo para mantener a las fuerzas oscuras lejos de las casas mientras las defensas están anuladas —reconoció Seth—. A lo mejor vosotros podríais ayudarme a difundir el rumor.

—Entonces, ¿esa historia es falsa? —preguntó Ala de Nube con insistencia.

—Sí —respondió Seth—. Pero no vayáis contándolo a todo el mundo.

—Con un rumor falso no podrás disuadir mucho tiempo a los malhechores —dijo Ala de Nube—. Deduzco que tus abuelos han abandonado la reserva.

—No por su propio pie —aclaró Seth—. Pero sí, en estos momentos no están.

—Me permito sugerirte que pongas las casas bajo la protección de los centauros —le aconsejó Ala de Nube—. Parece que nuestro sino es alzarnos como los auténticos guardianes de Fablehaven.

—Igual no es mala idea —dijo Seth—. ¿Me puedes prestar un puñadito de guardianes hasta que regresen mis abuelos?

Ala de Nube negó con la cabeza.

—No me has entendido bien. Nosotros solo protegemos nuestras propiedades.

—¡Quieres que te dé las casas! —gritó Seth—. ¿Para qué quieren los centauros unas casas humanas?

—Podríamos encontrar usos para ellas —respondió Ala de Nube—. Por ejemplo, podríamos mantenerlas despejadas de humanos.

Los otros centauros rieron para sí.

—Entonces no, no queremos vuestra protección —dijo Seth.

—Elige bien tus palabras —le recomendó Ala de Nube—. Si no dejas que ejerzamos nuestra protección, es posible que tengas que enfrentarte a un ataque por nuestra parte.

—¿Me estás amenazando? —preguntó Seth.

—El orden artificial de Fablehaven ha quedado trastocado —declaró Ala de Nube—. El orden natural impone que los más fuertes se queden con lo que quieran. Da gracias a que te tendamos la mano de la compasión al brindarte nuestra protección.

—Da gracias porque te dejen darles permiso, para después confirmar sus exigencias —murmuró Newel entre dientes.

—Esto no es asunto tuyo, hombre cabra —le advirtió Ala de Nube.

Newel se puso colorado y apretó los puños, pero se mordió la lengua.

—Tendrás que reclamar tú mismo el uso de las casas —dijo Seth—. Yo no cedo nada. Mis abuelos volverán y Fablehaven será restaurada.

Ala de Nube intercambió con sus compañeros centauros unas miradas divertidas.

—¿Crees que el tratado será reconstituido?

—Es lo más seguro —replicó Seth, esperando haber entendido correctamente el significado de ese verbo.

—Fablehaven tal como tú la has conocido ha terminado —afirmó con arrojo Ala de Nube—. Alégrate de que los centauros estemos aquí para evitar que la reserva degenere en el caos total y absoluto.

—¿No querrás decir más bien que me alegre de que los centauros estéis aquí para meteros con las criaturas más débiles y someterlas a la esclavitud? —preguntó Doren.

Ala de Nube pegó el extremo de la flecha a la mejilla y apuntó a Doren con ella. Hugo se interpuso entre ellos. Ala de Nube se distendió.

—Una palabra más de cualquiera de vosotros dos, hombres cabra, y nos batiremos en duelo —prometió Ala de Nube—. ¿Es que no os habéis enterado, so gandules, de que vuestro pueblo nos ha cedido ya por escrito sus tierras?

Newel levantó la mano como un colegial y se señaló la boca.

—Puedes hablar —concedió Ala de Nube.

—Nosotros no hemos participado en ese acuerdo —dijo Newel.

—Entonces, sugiero que os larguéis de aquí —repuso Ala de Nube—. Ahuecad el ala. Ya nos hemos adueñado de Viola, la gran vaca, después de encontrárnosla vagando por el bosque, dejada a su suerte. Cuando despunte el sol, la mayor parte de lo que antes fue la reserva de Fablehaven formará parte de Grunhold.

—Pensamos largarnos de aquí ya —replicó Seth—. En otro lugar se está librando una batalla en la que debemos participar.

Los centauros se echaron a reír.

—Si esa batalla es importante —dijo Ala de Nube—, espero que vosotros no seáis los refuerzos.

—Deberíais desearnos buena suerte —respondió Seth en tono amenazante—. Estamos tratando de evitar que abran Zzyzx. De acuerdo, es verdad que no estaba reclamando propiedades en nombre de Graulas, pero, créeme, si abren la prisión, regresará y él mismo se adueñará de las posesiones, y no vendrá solo.

Los centauros no parecían ya tan joviales.

—¿A eso ha ido Stan? —preguntó Ala de Nube.

—A eso está yendo todo el que vale algo —respondió Seth.

Ala de Nube se crispó.

—Por fortuna para ti, siento poco interés en las ingenuas opiniones de los humanos. Aun así, me sorprende que ciertas lecciones anteriores no te hayan enseñado a medir bien tus palabras.

—¿Lecciones anteriores? —preguntó Seth—. ¿Como cuando Patton hizo papilla a Pezuña Ancha?

Newel y Doren se volvieron hacia él con un respingo. Sus miradas querían advertirle de que no debía seguir por ahí. Seth comprendía su inquietud, pero no podía evitarlo.

Desde lo alto, Ala de Nube clavó una seria mirada en el chico, que procuraba en todo momento que el haz de la linterna le diera directamente al centauro en los ojos.

—Recuerdo cierta ocasión en que un tercero intervino en una disputa que cualquier hombre de verdad habría manejado él solito. —Su tono de voz le avisaba de que estaba pisando terreno peligroso.

Seth quería alardear de haber robado el cuerno. Le daban ganas de recordarles la vez en que Pezuña Ancha suplicó clemencia a un humano. Sabía que esos comentarios les escocerían. Pero tenía una misión que llevar a cabo y unos amigos a los que proteger. No podía arriesgarse a enfurecer a los centauros tanto como para que pasasen a la acción.

—Tienes razón —dijo Seth—. Yo provoqué la pelea y debería haberme ocupado yo solito del asunto.

Un leve atisbo de sonrisa se dibujó en los labios de Ala de Nube.

—¿Dices que os estáis preparando para abandonar esta reserva también vosotros?

—No lo he dicho con esas palabras —repuso Seth—. Nos marchamos para intentar salvar Fablehaven y el mundo de una destrucción segura. Sois bien recibidos si queréis ayudarnos.

Ala de Nube sonrió son suficiencia.

—Nosotros no nos entrometeremos en los nimios asuntos de razas inferiores. Pero os dejaremos hasta el amanecer para que os marchéis.

—Necesitamos reunir algunos pertrechos —dijo Seth—. ¿Qué tal si nos dais libertad de movimientos hasta el siguiente anochecer?

—Muy bien —concedió Ala de Nube—. Que se sepa que, una vez pasado el próximo anochecer, cualquiera de vosotros al que se encuentre en la propiedad antes conocida como Fablehaven estará ilegalmente en territorio de los centauros y será tratado en consonancia.

—Pues para que quede bien claro —puntualizó Seth—, yo no os reconozco como dueños de estas propiedades… y regresaré.

—Por tu cuenta y riesgo —dijo Ala de Nube. Se volvió a los otros centauros—. Ya hemos desperdiciado bastante tiempo aquí. ¡Adelante!

Los cuatro centauros se alejaron por el bosque con el retumbar de sus cascos. Mientras la trápala iba debilitándose, Newel miró a Seth.

—¿Empiezas a captar por qué los sátiros odiamos tanto a los centauros?

—Más o menos —respondió él—. Igualmente, teniendo en cuenta lo embarullado que se ha vuelto todo, podría ser bueno que ellos protejan Fablehaven.

—Si tú lo dices… —masculló Doren—. Después de esta conversación yo me habría apuntado a tu misión sin esperar recompensa. Antes aquí lo pasábamos bien. Sospecho que dentro de nada este lugar estará irreconocible.

—Las cosas se han puesto feas en todas partes —dijo Seth en tono grave—. Gracias por vuestro apoyo.

—De todos modos, seguimos interesados en el generador —se apresuró a añadir Newel.

—Lo tengo claro —les aseguró Seth—. Deberíamos darnos prisa y volver a la casa.

• • •

Seth encontró la versión bulbo-pincho de Kendra en la celda de Vanessa escuchando una canción de amor. Trató de no pensar en el cadáver que había en un rincón, envuelto en una manta. Newel y Doren cuchicheaban entre sí sobre lo auténtica que parecía Kendra. Hugo montaba guardia en el porche trasero.

—¿Todo bien por aquí? —preguntó Seth.

—La cosa ha estado tranquila —le confirmó su falsa hermana—. ¿Ya puedes ocuparte de mí?

—Creo que vamos a necesitar la ayuda de Vanessa —dijo Seth.

La bulbo-pincho apagó el equipo de música y lo siguió al pasillo. Tras haber estado en las celdas de Espejismo Viviente, la mazmorra de Fablehaven le pareció un espacio modesto y acogedor. Seth fue aprisa hasta el armario alto en el que estaba metida Vanessa. Abrió la puerta y la bulbo-pincho entró dentro. Cerró la puerta, el armario dio una vuelta y, cuando la puerta volvió a abrirse, la falsa Kendra ya no estaba y en su lugar apareció Vanessa.

Salió del armario observando a Seth y a los sátiros con curiosidad.

—¿Por qué tengo la impresión de que ha ocurrido algo terrible?

—Porque así ha sido —respondió el chico con franqueza.

—Sé que los otros se fueron para rescatarte —dijo ella—. Empieza a partir de ahí.

El chico le resumió todo lo que había pasado, asumiendo abiertamente su parte de culpa. Vanessa le escuchó en silencio, haciéndole apenas unas pocas preguntas aclaratorias. Cuando hubo acabado de esbozarle lo esencial de las recomendaciones que le había hecho Patton, empezó a pensar que Vanessa parecía muy fatigada.

—¿Por qué a nosotros no nos lo contaste todo con pelos y señales? —preguntó Newel cuando Seth hubo terminado.

—Pensé que era mejor aguardar a que estuviésemos todos juntos —respondió Seth con mucho tacto.

—Total, que tenemos que poner a unas cuantas apariciones a montar guardia, atrapar a un leprechaun y salir de la reserva antes del anochecer —recapituló Vanessa.

—Esos serían los primeros pasos —coincidió Seth.

—¿Tienes idea de lo peligroso que será ir a ver a las Hermanas Cantarinas? —preguntó Vanessa.

—No del todo —respondió él—. ¿Tienes un plan mejor?

Ella le miró detenidamente sin decir nada.

—Ojalá lo tuviera. Estamos tan cerca de la más absoluta derrota que los descabellados planes que te sugirió Patton representan, seguramente, nuestra mayor esperanza de vencer. Pero eso solo es así porque básicamente no tenemos ni la menor posibilidad de lograr la victoria. Estamos hablando de que tenemos que obrar toda una serie de milagros antes de conseguir siquiera una pequeña oportunidad de irritar levemente a esos demonios.

—No es preciso que nos ayudes —dijo Seth, un tanto alicaído.

—Os ayudaré —repuso Vanessa—. Sería un crimen dejar que lo intentes tú solo. Merece la pena pelear, aunque solo sea por una mínima probabilidad de salvar el mundo. No quiero que dejes de tener fe en el plan. Es verdad que ofrece un rayito de esperanza, cosa que no tendríamos sin él. ¿Quién sabe? A lo mejor, con suerte, Kendra, Warren y tu amigo el unicornio descornado encuentran algún modo inimaginable de aportar su granito de arena desde Espejismo Viviente. Y si la situación está obligando a la Esfinge a actuar contra la Sociedad, puede que disfrutemos de un aliado muy poderoso. Dicho lo cual, quiero asegurarme de que tenemos todos bien claro que probablemente estemos a un paso de la tumba.

Newel levantó un dedo.

—Doren y yo hemos pactado, de hecho, una cláusula que nos permite escapar a dicho destino. Nos reservamos el derecho a retirar nuestro apoyo en cualquier momento y a salir por patas.

Vanessa le dirigió una mirada de incredulidad.

—Tened en cuenta que, para cuando penséis que debéis huir, seguramente será demasiado tarde.

—Anotado —dijo Newel.

—Seth estará ocupándose del trabajo más peligroso —continuó Vanessa—. Si él cae, los demás lo dejamos y salimos corriendo.

—Basta ya de pensamientos alegres —dijo Seth—. Tanto optimismo me está produciendo dolor de cabeza. Bueno, lo que yo quiero saber es si un espectro puede derrotar a un puñado de centauros.

—A plena luz del día un espectro sucumbiría ante los centauros —dijo Vanessa—. Pero en la oscuridad o bajo el suelo o dentro de un edificio un centenar de centauros retrocederían ante un espectro.

—Entonces tengo que ir al Pasillo del Terror —dijo Seth—. ¿Puedes ayudarme a diferenciar cuáles son los espectros?

—Sí.

El chico encabezó la marcha hacia la puerta pintada de rojo sangre. Aunque tuvieron que recorrer varios pasillos y doblar por un par de esquinas, le pareció que el Pasillo del Terror estaba mucho más cerca de la caja silenciosa que antes de haber pasado una temporadita en Espejismo Viviente. Las explicaciones de Patton indicaban que tenía que pronunciar unas palabras concretas antes de girar la llave que abría la puerta del Pasillo del Terror. Seth abrió la carta y buscó esas palabras. No estaban en inglés.

—¿Puedes leer esto? —preguntó a Vanessa.

Ella inspeccionó la carta.

—Sí. Dame la llave.

Vanessa metió la llave en la cerradura, apoyó la palma de la mano en la puerta, farfulló unas palabras ininteligibles, giró la llave y empujó la puerta. Luego, le entregó a Seth la llave y la carta.

El aire del pasillo era gélido.

—Nosotros montaremos guardia aquí fuera —dijo Newel con rotundidad.

Vanessa le dedicó una mirada que delataba que había entendido sus intenciones.

—Seguramente será lo mejor. —Newel evitó mirarla a los ojos. Seth y Vanessa entraron en el pasillo—. Noto fuertes presencias aquí dentro —comentó ella.

—¿Cómo puedes percibir la diferencia entre las criaturas oscuras? —quiso saber Seth, que podía oír sus voces susurrantes, hablando de hambre y sed, de dolor y soledad.

—Principalmente por experiencia —dijo ella—. Existen dos tipos esenciales de seres que no descansan: los corpóreos y los etéreos. Los entes corpóreos tienen una forma física, como los muertos vivientes, las almas en pena y los zombis. Los seres etéreos son más fantasmagóricos, como los espectros, los fantasmas y las sombras espectrales.

—Yo puedo oírlos hablando todos a la vez —apuntó Seth—. He hablado con uno de estos presos. Se ofreció a servirme.

—Podría ser un buen sitio por el que empezar —dijo Vanessa.

Seth apretó el paso y fue dejando atrás numerosas puertas del pasillo, a derecha e izquierda. La oscuridad estaba poblada de voces tristes. Se detuvo en la última puerta de su izquierda. Delante quedaba la pared lisa tras la que un pasadizo secreto podría llevarles más allá aún.

—He vuelto —dijo Seth, mirando hacia la puerta.

Las voces enmudecieron.

—He estado esperando, oh, magno. —Esa fue la respuesta que recibió, dicha en un tono atento—. ¿Cómo puedo servirte?

Seth se volvió hacia Vanessa.

—¿Puedes oírle?

Ella negó con la cabeza. Estaba pálida.

—¿Puedes decirme qué es?

Vanessa se acercó muy rígida a la puerta y se asomó a mirar por el agujero. Seth dio por hecho que estaba experimentando los efectos del miedo mágico al que él era inmune. Ella retrocedió.

—Bingo —dijo—. Un espectro. De los fuertes. Asegúrate de que queda obligado a servirte mediante un juramento, o si no moriremos todos a la vez.

—Seré tu más fiel sirviente, oh, fuerte —prometió el espectro.

—Tu ayuda podría venirme bien —dijo Seth—. Necesito un… sirviente que monte guardia en esta mazmorra. Podrás hacer lo que desees con todo aquel que se acerque demasiado a ella.

—Permíteme cumplir ese deber —solicitó con fervor el espectro.

—No deberás hacer daño a ningún miembro de esta casa, como mis abuelos o mi hermana.

—Capto tu intención. Entiendo.

—Deberás regresar a esta celda en cuanto yo te lo ordene.

—Sí, sí, lo que me pidas. Libérame y soy vuestro.

—Jura que cumplirás estas tareas y que obedecerás mis órdenes en todas las cosas —dijo Seth.

—Mediante pacto solemne, te juro lealtad, oh, sabio. Prometo obedecer la letra y el espíritu de todas tus órdenes.

Seth lanzó una mirada a Vanessa.

—Creo que ha jurado. Parece realmente deseoso.

A ella le temblaron hasta las cejas.

—Asegúrate de que ahí dentro no hay nadie más.

—¿Estás tú solo en esa celda? —preguntó Seth.

Se produjo un silencio.

—No estoy solo. Dos de mis hermanos de menor categoría me acompañan en mi confinamiento.

Unos escalofríos le recorrieron la espalda. ¡Había sido una trampa! Una aparición juraba lealtad mientras otras dos aguardaban para tenderle una emboscada. Al final, con el «maestro» muerto a manos de las apariciones que no le habían jurado fidelidad, ¡las tres habrían quedado libres!

Seth tenía que dar la impresión de tenerlo todo bajo control.

—¿Querrán las otras apariciones ponerse a mi servicio?

—Se pondrán a tu servicio —respondió. Ya no se le notaba tan deseoso.

—Enviaría a uno de ellos a proteger la vieja casona. Y al otro a proteger los establos y los animales. Quedarán sujetos a los mismos términos y condiciones de antes.

—Prometo fidelidad, y prometo ejecutar tus órdenes —afirmó una voz nueva.

—Prometo fidelidad, y hacer realidad tus órdenes —prometió otra diferente.

—Juradme que no saldrá de vosotros ni de otros de vuestra misma especie ninguna emboscada ni ningún engaño —dijo Seth—. Prometed que nos protegeréis de todo daño a mí, a mis amigos y a mi causa.

—Lo juramos —respondieron las tres voces al mismo tiempo.

—Esta mujer, Vanessa, y los sátiros Newel y Doren están conmigo y bajo mi protección. Si los centauros se acercasen a estas propiedades aunque solo sea un poquito, podréis hacer con ellos lo que queráis.

—Comprendemos —respondieron las tres voces—. Libéranos, oh, poderoso.

—¿Entendéis cuáles son los tres sitios que deseo proteger?

—Los podemos ver mentalmente.

Seth se volvió hacia Vanessa.

—Creo que están preparados.

—¿Hay una llave? —preguntó ella.

Seth sacó otra llave distinta y la carta de Patton.

—Además hay que decir otras palabras.

Vanessa cogió la carta y se acercó a la puerta de la celda. Introdujo la llave, apoyó la palma de la mano contra la puerta y murmuró algo con voz temblorosa. Giró rápidamente la llave y se echó hacia atrás.

La puerta de la celda se abrió de golpe. Una oleada de frío salió como derramándose, como si la habitación hubiese sido una cámara frigorífica. Tres formas oscuras salieron de ella, deslizándose hacia delante con una elegancia espectral. Una de ellas era un poco más alta que Seth, mientras que a las otras dos les sacaba casi una cabeza. Costaba discernir detalles. La luz de la linterna no las iluminaba. Esos seres parecían engullir por completo toda luz, por lo que su aspecto resultaba difuso.

Seth lanzó una mirada a Vanessa. Ella se agachó y bajó la cabeza, absolutamente petrificada.

—Vosotros tres, esperad aquí de momento —dijo Seth—. Dejadme que aparte a mis amigos antes de que os coloquéis en vuestros puestos.

—Como tú digas —declaró el espectro más alto con una voz grave tan dura y fría como un bloque de hielo.

Seth cogió a Vanessa de la mano, y los dedos de ella recobraron vida al contacto con su mano. Enderezó el cuerpo y miró atónita a Seth. Él la llevó de la mano por el pasillo hasta cruzar la puerta en la que los esperaban los sátiros.

—Hay algo sobrenatural ahí dentro, da la sensación —dijo Doren.

—Sea lo que sea, eso que has liberado no es ningún espectro normal y corriente —confirmó Newel—. Nos ha hecho falta tirar de todas nuestras agallas para no movernos del sitio.

—Deberíais iros, los tres —dijo Seth—. Esperadme con Hugo.

Ambos sátiros le ofrecieron el brazo a Vanessa. Sin embargo, ahora que había recuperado el control de sí misma, ella los rechazó y se marchó con brío por el pasillo. Los sátiros corretearon tras ella para no quedarse atrás.

Seth esperó hasta que los perdió de vista. A continuación, contó hasta cien, obligándose a hacerlo despacio.

—¡Vale! —dijo en voz alta—. ¡Ya podéis salir!

Los tres espectros se deslizaron hasta el umbral de la puerta y llegaron más rápido de lo que Seth había esperado.

—Solo un segundo —dijo el chico.

El espectro más alto se acercó a él.

—¿Tú no sientes nada en mi presencia? —le preguntó.

—Un poquito de frío —respondió Seth—. Pero los otros lo pasan fatal cuando vosotros andáis cerca.

—En verdad que eres poderoso —dijo el espectro, desprendiendo casi veneración por él.

—Soy una persona sociable —replicó él, incómodo—. No hago distingos. Vosotros sí que parecéis bastante poderosos. ¿Qué probabilidades tendríais de vencer al rey de los demonios?

—Ninguna —respondió el espectro, cortando el aire con aquella dura palabra como si hubiese estado hecha de acero congelado.

—Ya lo pillo —dijo Seth. Cerró la puerta del Pasillo del Terror—. Cuando vayáis a vuestros puestos, procurad evitar a mis amigos.

—Como ordenes —respondieron los tres.

Silenciosos como las sombras, los espectros comenzaron a desplazarse hacia delante, andando y deslizándose al mismo tiempo.

Seth no era capaz de mantener el mismo ritmo que su extraño y fluido avance, y enseguida los perdió de vista. Cuando finalmente llegó a las escaleras para salir de la mazmorra, se dio cuenta de que el espectro alto estaba ya montando guardia. No se cruzaron ni una palabra.

Seth encontró a Vanessa y a los sátiros en el porche de atrás, cerca de Hugo.

—Sentimos pasar a los espectros —dijo ella.

—¿Os dio la impresión de que iban en la dirección correcta? —preguntó Seth.

—Pareció que iban por allí —respondió Newel.

El chico contempló el jardín. Unas cuantas hadas de trémulo brillo revoloteaban tranquilamente en la oscuridad. Tuvo la sensación de que la noche estaba a punto de terminar.

—¿Qué os parecería si reuniéramos un ejército enorme de espectros y cosas espeluznantes para combatir a los demonios? —preguntó Seth, cavilando.

—Sería como intentar luchar contra tiburones echándoles agua del mar —dijo Vanessa—. Nuestra mayor esperanza es recorrer la senda que marcó Patton.

Seth desplegó la carta de Patton y se sirvió de la linterna para leer la parte dedicada al leprechaun.

—La carta dice que el mejor momento del día para coger al leprechaun es la tarde.

—Deberías dormir un poco —sugirió Vanessa—. Necesitarás toda tu energía. Hugo y yo podemos montar guardia.

Seth estaba realmente cansado.

—Está bien.

Los sátiros se pusieron a improvisar unas camas aprovechando los asientos rotos de un sofá. Seth se fue hacia el garaje, alumbrándose con la linterna, para sacar un par de sacos de dormir.

—¿Me prestas la linterna? —le preguntó Vanessa cuando volvió—. Mientras tú duermes, quiero buscar cosas.

El chico le pasó la linterna.

—Duerme un poco —dijo ella amablemente.

Hugo despejó una zona de los escombros. Seth desenrolló el saco de dormir, abrió un poco la cremallera y se metió dentro. Deseó que de alguna manera el sueño pudiera hacer desaparecer todo lo que estaba pasando.

Newel y Doren empezaron a roncar de mala manera. En un primer momento, Seth creyó que le estaban tomando el pelo, pero al final se dio cuenta de que no era ninguna broma. Intentó no prestar atención a los ronquidos a dúo. Estuvo un buen rato tumbado sin dormirse, tratando de ponerse cómodo, cambiando de posición, dándose la vuelta, esforzándose mucho para no obsesionarse con el futuro, preguntándose si lograría conciliar el sueño en algún momento. Al final, su agotamiento pudo con todo y se sumió en un profundo y agitado sueño.