15

Mensaje en una botella

La promesa que le había hecho a Coulter ayudó a Seth a no derrumbarse anímicamente, pese a haber estado al borde de ello. Poco a poco, fue dejando de rumiar acerca de su sentimiento de culpa y se hizo más consciente de la habitación derruida en la que se encontraba, así como del golem que esperaba pacientemente a su lado. Vio la pantalla de acero de la chimenea, hecha un amasijo en una esquina como si fuese una lata de refresco aplastada. Oyó el crujido y chasquido de las maderas al desplomarse hacia el exterior una parte del granero en llamas. El exterior. ¿Acaso la vivienda seguía teniendo un exterior y un interior, ahora que una porción tan grande de ella había quedado destrozada?

—Esta vez sí que la he liado buena —dijo Seth a Hugo.

—Demonio malo —contestó el golem.

—No lo vi venir, simplemente —gimió Seth—. ¿Cómo pude estar tan ciego?

El golem no dijo nada. Con su enorme mano dio unas palmaditas en el hombro del chico, para consolarle.

Seth se secó la nariz. Necesitaba estar ocupado, dejar de pensar mientras realizaba alguna tarea.

—No puedo deshacer lo que ha ocurrido. Pero tampoco puedo tirar la toalla. A lo mejor Patton tiene alguna idea sobre lo que debería hacer ahora. Es preciso que vayamos a la vieja casona.

—Peligro —le avisó Hugo.

—Ya sé que no es un lugar seguro —coincidió Seth—. Destruido el tratado, podríamos toparnos con monstruos sedientos de sangre en cualquier parte. Pero también quiere decir que aquí no estamos a salvo. Ya no.

—Hugo protegerte —respondió el golem con su voz grave como de piedras rodando.

—Te creo —dijo Seth.

—¿Hola? —se oyó decir a una tímida voz.

Seth dio media vuelta. Parecía la voz de Kendra.

—¿Kendra? —respondió él, confuso.

—Algo así —respondió.

Al cabo de unos segundos, su hermana apareció cojeando en la habitación, sin apoyar del todo la pierna derecha.

—Tú eres la bulbo-pincho —dijo Seth. Habían metido a la doble herida de Kendra en la Caja Silenciosa, después de que Tanu hubiese hecho todo lo posible por curarla—. ¿Cómo has salido de la caja silenciosa?

—Metieron a Vanessa cuando se marcharon a su misión, por lo que yo tuve que salir. Me queda poco tiempo. No sobreviviré muchas horas después del amanecer.

—¿Sabes qué ha pasado aquí? —preguntó Seth.

—La verdad es que no. Nadie me ha puesto al corriente. Sigo herida, así que no puedo ayudarte mucho. Mi estancia dentro de la caja silenciosa detuvo por completo mi proceso de curación. Expiraré antes de que me restablezca del todo. Como me apetecía escuchar música, me llevaron a la antigua celda de Vanessa. Tiene un equipo de sonido alucinante.

—¿Estarías dispuesta a volver a meterte en la caja silenciosa?

—Claro que sí, si quieres —dijo ella—. Prolonga mi existencia. No se diferencia mucho de cuando era simplemente una fruta. Salvo por la conexión con el árbol, por supuesto.

Resultaba extraño estar hablando con su propia hermana sabiendo que no era ella.

—Nos ha atacado un demonio.

—Sonaba horrible —dijo la bulbo-pincho—. No estaba segura de si subir o no, pero al final me pudo la curiosidad. A ti te habían capturado, ¿no? Estaban hablando de eso cuando me liberaron.

—Vinieron a rescatarme y todos resultaron apresados, pero yo me escapé. Es una larga historia.

Ella asintió, y entonces lanzó una mirada al cadáver que yacía en el suelo.

—¿El demonio ha matado a Coulter?

—Sí —repuso Seth, con un nudo en la garganta. La expresión de ella no varió—. ¿No te entristece?

—No como Kendra se entristecería —respondió con sinceridad la bulbo-pincho—. Conservo recuerdos de lo que ella sentía hacia él. Pero soy consciente de que no son recuerdos míos. Kendra me dio órdenes generales de ayudaros a todos; por eso lamento no haber podido evitar el percance.

—¿Me obedecerás a mí si te doy órdenes? —preguntó Seth.

—Claro que sí. Las últimas órdenes que recibí de Kendra antes de meterme en la caja silenciosa fueron ayudar siempre a sus familiares y no traicionaros nunca. Podría interpretar eso como que debería obedecer tus órdenes.

Seth se preguntó cómo podría utilizar a la bulbo-pincho. En un primer momento no se le ocurrió ninguna idea. La pierna herida de la chica limitaba sus opciones. Podía dejarla metida en la caja silenciosa hasta que surgiese alguna necesidad, pero eso implicaría dejar libre a Vanessa. ¿Quería la ayuda de la narcoblix o no? No le resultaba fácil decantarse. Debía ir a ver antes a Patton, probablemente.

—¿La mazmorra está en buen estado? —preguntó Seth.

—El techo se vino abajo en parte de la escalera que sube a la casa —respondió ella—. También se ha hundido un trozo del techo del primer pasillo. La puerta principal del corredor estaba medio tumbada, gracias a lo cual yo pude llegar aquí arriba. El resto de la mazmorra parece estar intacto.

Era un alivio. Lo último que necesitaba era que todos esos peligrosos cautivos anduviesen sueltos. Se preguntó hasta qué punto la destrucción del tratado debilitaría la mazmorra.

—Creo que dejaremos a Vanessa dentro de la caja silenciosa por ahora —decidió Seth—. Puede que después necesite su ayuda. ¿Podemos meter a Coulter contigo en la celda de Vanessa?

—Claro que sí, yo velaré por su cuerpo.

—Hugo, ¿te importaría?

—No importar —contestó el golem, y recogió a Coulter del suelo.

—Yo te espero aquí —dijo Seth—. Hugo, a lo mejor quieres llevar también a la bulbo-pincho abajo. Tiene la pierna herida.

Hugo levantó del suelo a la bulbo-pincho con la otra mano y salió pesadamente de la habitación, haciendo añicos los escombros bajo su peso. Seth se dejó caer en lo que quedaba de un sofá. Graulas debía de haber utilizado algo más que su fuerza física para destruir la casa. Había destrozado demasiado en demasiado poco tiempo. Seguramente la magia habría tenido algo que ver.

Seth sopesó sus bazas. El fiel golem ocupaba el primer puesto de la lista. Además contaba con una bulbo-pincho a punto de fenecer, con una narcoblix medio de fiar y, con suerte, con un mensaje procedente de Patton. ¿Qué decir de su estuche de emergencias? ¿Kendra lo habría vuelto a dejar en su cuarto? Conociéndola, estaría en su sitio, debajo de su cama. Salvo que se lo hubiese llevado a Espejismo Viviente para devolvérselo…

Sacó la moneda de su bolsillo. Podría comunicarse con Bracken. La idea de hablar con el unicornio le estremeció. ¿Cómo podría contarle que se había quedado ya sin el Translocalizador? No, contactaría con Bracken más tarde.

¿Y Dale? ¿Quizá se habría incorporado a la misión de rescate? Coulter no había especificado nada. Que él supiera, Dale nunca había salido en una misión al extranjero. Seguramente andaría por allí cerca, en algún lugar. De ser así, con el tratado invalidado, quizá se encontraba en apuros. Se lo preguntaría a Hugo.

Al poco rato, precedido por el sonido de sus pesados andares, Hugo volvió. Seth se levantó del maltrecho sofá.

—¿Tú sabes dónde está Dale? —preguntó Seth.

El golem echó la cabeza hacia atrás. ¿Estaba mirando el techo destrozado? ¿Estaba aguzando el oído? Seth no tenía muy claro cómo veía y cómo escuchaba el golem, ni si sus sentidos funcionaban de alguna otra manera.

—Establos —dijo el golem—. Habitación blindada.

—¿Sigue funcionando la habitación blindada?

—Sí.

Seth miró al golem. ¿Cómo podía saber que Dale se encontraba en los establos?

—¿Le puedes ver, Hugo?

El golem se metió varios dedos en las cuencas vacías de sus ojos.

—Con esto no. —A continuación se dio unos toquecitos en la sien—. Con esto.

—¿Con la mente?

—Sí.

—Entonces, ¿Dale está a salvo de momento?

—Sí.

—¿Puedes ver a mi abuelo?

Hugo levantó la cabeza con ademán de buscar, primero inclinándose hacia un lado y luego hacia el otro.

—Demasiado lejos.

Seth no había contado con que su idea hubiese dado resultado, pero había merecido la pena intentarlo.

—Necesito ir a por mí estuche de emergencias antes de irnos. —La escalera que arrancaba en el vestíbulo de la vivienda se había derrumbado, pero el pasillo de arriba se mantenía en pie en parte—. ¿Puedes auparme hasta ese pasillo?

Hugo lo levantó del suelo, se dirigió adonde antes había estado la escalera y, suavemente, le impulsó hasta el pasillo de arriba. Gracias a su altura y a la envergadura de sus brazos, no le hizo falta lanzarlo muy lejos. En una dirección, el pasillo terminaba al igual que el resto de la vivienda: con una panorámica abierta de copas de árboles y estrellas. Las escaleras de la buhardilla estaban hacia el otro lado.

Pasando por delante de boquetes abiertos en las paredes, Seth se dirigió apresuradamente hasta las escaleras de la buhardilla, las cuales estaba casi intactas, si bien los escalones aparecían recorridos por unas rajas enormes. Arriba faltaba gran parte de una de las paredes de la habitación de los juegos, así como un buen trozo de techo. En el suelo había algunos agujeros. Pero las camas se encontraban en su sitio. Seth se asomó a mirar debajo de la suya y al instante divisó su estuche de emergencias. Comprobó su contenido y encontró que estaba todo donde lo había dejado, incluidas las figurillas del leviatán y de la torre que se había traído de Wyrmroost.

Regresó igual que había subido y saltó a los brazos de Hugo.

—Lo tengo. Ya podemos ir a la casona.

El golem salió de la casa en ruinas por la parte de atrás. La intensa luz de las llamas iluminaba la noche; ahora el granero entero estaba siendo pasto del fuego. Otra porción de la estructura se vino abajo, lanzando un remolino de chispas por los aires, por encima de las altísimas llamas. Incluso desde la distancia, a Seth le llegaba el calor de aquel infierno.

Cuando el golem empezaba a cruzar el jardín, dos siluetas salieron del bosque.

—¿Seth? —gritó Doren.

—¡Seth! —exclamó Newel.

Los sátiros se dirigieron hacia ellos, retozando por la pradera de hierba. Hugo ralentizó el paso.

—¡Estás bien! —chilló Doren—. ¡Lo sabía!

—¿Qué está pasando? —exclamó Newel.

—Déjame en el suelo, Hugo —pidió el chico. El golem obedeció—. Escapé de la Sociedad y curé a Graulas.

—¿Curaste a Graulas? —chilló Newel—. ¿Es que la Sociedad te extirpó el cerebro?

—Creí que podría paliar su sufrimiento en su lecho de muerte —contestó Seth—. En vez de eso, me robó los objetos mágicos que traía y le dio por destrozarlo todo. Coulter ha muerto. Graulas se largó de aquí no hace mucho. Ahora la Sociedad tiene en su poder todos los objetos mágicos que abren Zzyzx.

—Y el tratado ya no está activo —añadió Doren—. Notamos que las fronteras se desvanecían.

—Cierto —confirmó Seth.

—Vinimos hacia aquí cuando vimos a Viola trotar por el bosque, enloquecida —dijo Newel—. Esto va a ser un caos absoluto. ¿Y Stan?

—No hay nadie en ninguna parte. —Seth les explicó que habían capturado a los demás cuando intentaban rescatarle.

—Menudo berenjenal —lamentó Newel, con las manos apoyadas en sus lanudas caderas.

—¿Y ahora qué? —preguntó Seth—. ¿Se marcharán de Fablehaven las criaturas?

Newel y Doren cruzaron una mirada.

—Muchos sátiros están huyendo a Grunhold —dijo Doren—. El territorio de los centauros resistirá aun con el tratado abolido. Por supuesto, los centauros serán ahora libres de moverse a su antojo. Habrá criaturas que se marchen, pero la mayoría de ellas tienen aquí su hogar. Pasará un tiempo antes de que muchas de ellas se atrevan a cruzar la verja del exterior.

—Sin un encargado de la reserva para apaciguar los ánimos, es probable que los centauros traten de hacerse con el mando —conjeturó Newel—. A cambio de tierras, ofrecerán refugio a otras criaturas. Siempre les ha fastidiado no ser los amos del lugar.

—¿Y qué pasa con las criaturas oscuras? —preguntó Seth.

—No es fácil saberlo —dijo Doren—. Los demonios de Fablehaven están atados o han desaparecido. La bruja del pantano está cada día más vieja y chiflada. Las criaturas oscuras no tendrán a nadie que las lidere. Los minotauros podrían dar problemas si deciden salir de sus territorios, pero dudo de que los centauros se lo permitieran. Sin un cabecilla, probablemente los trasgos, los duendes y los diablillos se mantendrán a raya. A los gigantes de niebla les encanta su ciénaga. Algún que otro trol saldrá a merodear y a intentar sacar partido de la rebelión. Muchas de las criaturas oscuras hibernan, excepto en las noches de las festividades. Tú mejor que nadie sabrás si los seres de ultratumba se han puesto en marcha.

—Yo no noto nada —dijo el chico.

—Me quitas un peso de encima —respondió Doren.

—Y vosotros, ¿qué hacéis? —preguntó Seth.

—Queríamos formarnos una idea de lo que estaba pasando —dijo Newel.

—Y ahora que ya lo sabéis…

—Estaría guay ir a ver una peli —fantaseó Newel—. ¿Sabes de alguna sala de cine donde dejen entrar a cabras?

—Ninguna sala de cine dejará entrar a ninguna cabra —sentenció Seth.

Newel arrugó el ceño.

—A lo mejor podríamos pasarle al de la taquilla un poquito de leche de Viola. —Lanzó una mirada a Doren—. Podríamos ponernos botas y pantalones holgados.

—Y también podríais ayudarme a salvar el mundo —dijo Seth.

—¿Tienes algún plan? —preguntó Doren.

—Será mejor no entrometerse en asuntos humanos —interrumpió Newel, agarrando a Doren por el codo—. Acabo de acordarme: íbamos a evacuar a unas mujeres y a unos niños.

—El fin del mundo significaría el fin de la televisión —les recordó Seth.

Newel se quedó de piedra. Tardó unos segundos en recobrar el sentido.

—Veremos reposiciones.

—No, si ya nadie trabaja en las emisoras de televisión —dijo Seth en tono solemne—. Vuestra tele portátil será un trasto inservible, aun con el receptor digital. Por el contrario, si me ayudarais, no me detendría ante nada para conseguiros un generador de gasolina.

—¿Un generador? —dijo Newel—. Soy todo oídos.

—Necesitaríais una fuente de alimentación fiable y de larga duración para vuestra nueva televisión de pantalla plana y para vuestro nuevo reproductor de DVD.

Newel se lamió los labios con aprensión.

—¿Cuál es el plan?

—Estoy perfilándolo —repuso Seth—. Antes tengo que ir a la vieja casona. Patton dejó allí un mensaje para mí.

A Newel se le iluminó la cara.

—O sea, que te llevamos a la casona… ¿y tú nos das los aparatos?

—Necesitaría que me echaseis una manita, chicos, hasta que superemos esta crisis —dijo Seth—. No voy a mentiros. Va a ser muy peligroso.

—Con el peligro nosotros podemos perfectamente —contestó Doren dándole su apoyo incondicional.

—No tan rápido —saltó Newel—. Nos reservamos el derecho a abandonarte a tu suerte en cualquier momento.

—En cuyo caso el trato queda anulado —aclaró Seth.

La última porción importante del granero se desplomó, como una ola atroz que rompiese contra un rompeolas en llamas. Newel se cruzó de brazos.

—Todo generador de gasolina necesita abastecimiento de combustible.

—Novecientos litros —le prometió Seth.

Newel puso una expresión inescrutable. Desvió la vista hacia Doren y este asintió. Olisqueó el aire. Tragó saliva. Y a continuación escupió en la palma de su mano y se la tendió a Seth. Él se la estrechó. Newel sonrió.

—Acaba usted de adquirir una unidad de apoyo de primera.

—Que en cualquier momento podría dejarme en la estacada —completó Seth, secándose la palma de la mano en los pantalones.

—En cuyo caso no tendrás que gastarte los ahorros de toda una vida en un equipo de ocio y televisión —añadió Doren.

Newel se frotó las manos.

—Me alegro de que hayamos alcanzado un acuerdo. Ya sabes, podría resultar estimulante embarcarse de nuevo en una aventura de verdad.

—Las aventuras tienden a ser incómodas y mortíferas —le recordó Doren a su amigo.

—No me malinterpretes —repuso Newel—. Últimamente le he cogido el gusto a las emociones fuertes. Pero si no arriesgas nada, no ganas nada.

Doren le propinó al chico un suave puñetazo en un brazo, con actitud juguetona.

—Nos dio pena pensar que tal vez te habíamos perdido. Estará bien echar una mano a un amigo.

—Y ayudarnos a nosotros mismos —recalcó Seth—. El fin del mundo como que afecta a todo el mundo.

—Hasta ahora no nos había ido mal simplemente esperando que este tipo de crisis se resolvieran por sí solas —murmuró Newel.

—En eso tienes toda la razón —le secundó Doren. Y miró a Seth—. ¿Estás seguro de que no preferirías buscar algún escondite y esperar a ver qué pasa?

—Tengo que arreglar este lío —dijo Seth—. Si no lo hago yo, no lo hará nadie. A veces no os entiendo, chicos. ¡Habláis como si no corrieseis aventurillas cada dos por tres!

—Ese diminutivo es justamente lo que se aplica en nuestro caso —dijo Newel—. Las nuestras son aventuras ridículamente pequeñitas. Una cosa es birlar comida o un poco de oro. Es como un hobby. Es fácil no salirse de los propios límites. Pero otra cosa muy diferente es participar en una causa de verdad. Las causas tienen la santa manía de contaminarte el sentido común, hasta el punto de que la persona corre unos riesgos mucho mayores de lo que la cordura aconsejaría.

—Motivo por el cual vosotros os reserváis el derecho a echaros atrás —dijo Seth.

—Exactamente —respondió Newel.

—Seth te salvó a ti de la influencia de Ephira y de Kurisock —le recordó Doren.

—Ya lo sé —le espetó Newel—. No hace falta que saques a relucir el pasado. Si no me cayese bien el muchacho, no accedería a participar.

—Pues parece como si ya estuvieses apoyando la causa —le chinchó Doren.

—Basta ya de cháchara —replicó Newel, blandiendo en alto un puño cerrado en dirección a Doren. Se volvió hacia Seth—. Supongo que el hombre de tierra puede llevarte a la casona sin nuestra ayuda. Ya que es posible que este lío tremendo llegue a adquirir las dimensiones de una auténtica operación de búsqueda, deberíamos ir a por algo de equipamiento.

—No es mala idea —dijo Seth, de acuerdo con él.

—Nos vemos en la casona —respondió Doren, que se dio la vuelta.

—Si no aparecemos, no te lo tomes como algo personal —le dijo Newel a cierta distancia, volviéndose un poco.

—Vamos, Hugo —ordenó Seth.

El golem lo levantó y se lanzó a todo correr bosque adentro, en otra dirección distinta de la de los sátiros. Seth se preguntó si Newel y Doren volverían. Si aparecían, ¿realmente debía dejar que se unieran a él? Le encantaría estar acompañado y contar con su ayuda, pero ¿no había muerto ya demasiada gente por su culpa?

En la oscuridad, debajo de los árboles, no había mucho que ver. Seth oía los ruidos que hacía Hugo al aplastar a su paso el sotobosque, partiendo ramas y apisonando arbustos. De tanto en tanto saltaba por encima de algún obstáculo o subía por alguna pendiente empinada. En algunos momentos su ruta viraba para salvar obstrucciones que él no podía ver. Aunque la vegetación congestionaba el camino, el golem lo hizo estupendamente para proteger a Seth mientras avanzaban a toda velocidad entre el denso follaje.

En un momento dado, se detuvo y se puso en cuclillas. Apenas unos instantes después, Seth oyó a unas criaturas de patas con pezuñas galopando entre la vegetación, cruzándose con ellos a cierta distancia.

—Seguramente será mejor evitar que nos vea nadie —susurró el chico después de que el sonido del galope hubiera desaparecido.

—Sí —respondió Hugo, lo más en voz baja que era capaz de hablar, tras lo cual reanudó la marcha saltarina entre los árboles.

Al final llegaron al borde del jardín que rodeaba aquella mansión con pórtico de columnas. Bajo las estrellas, el majestuoso edificio parecía negro.

—Acabemos con esto —susurró Seth, al tiempo que rebuscaba en su kit de emergencias en busca de una linterna.

—Espera —le avisó Hugo—. Trol dentro. Saqueando. Dos guardianes trasgos.

—¿Puedes sacar a los trasgos?

Hugo se estremeció y soltó una exhalación entrecortada. Seth se dio cuenta de que estaba riendo a carcajadas.

El chico dio unas palmaditas en el hombro rocoso de Hugo.

—A por ellos.

Con Seth cogido con un brazo, el golem se abalanzó hacia el jardín. Cuando se acercaban al porche de la casona, uno de los trasgos exclamó:

—¿Quién anda ahí?

Hugo no ralentizó la carrera. Dejó a Seth en el suelo delante de los escalones del porche y los salvó de un brinco. El chico divisó a un trasgo lanzándose con una lanza en ristre. El golem desvió el proyectil apartándolo con un brazo, asió al trasgo de los tobillos y lo utilizó para zurrar al otro guardián. Al entrechocar, sus armaduras produjeron un fuerte estrépito, y el segundo trasgo rodó aparatosamente a lo largo del porche. Hugo lanzó a la otra punta del jardín al primero de los trasgos, al que todavía tenía agarrado de los tobillos. La criatura voló de lado, recorriendo a ras de la hierba una distancia increíble, antes de rebotar en el suelo y continuar rodando hasta detenerse. Los dos trasgos se largaron de allí a toda prisa, dejando atrás sus armas, tiradas en el suelo.

—Buen trabajo, Hugo —dijo Seth, subiendo los escalones.

Hugo emitió la misma exhalación irregular de antes e imitó cómicamente la manera en que el trasgo había rebotado contra el suelo del jardín y había continuado rodando. Seth también se echó a reír.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó entre dientes una voz procedente del interior de la casona.

—¡Intruso! —gritó Seth en tono de mando—. ¡Detén tus actividades y sal de aquí de inmediato!

Al momento apareció Ñero en el umbral de la casa, con una mirada terrible, hasta que vio a Hugo. Entonces clavó los ojos en Seth.

—Buenas noches, amigos —dijo el trol con su voz profunda y aterciopelada.

Seth encendió la linterna. El trol tenía cierto aire de reptil, con sus brillantes escamas negras resaltadas por unas pintas amarillas. Los orificios de su morro se tensaron y destensaron, al tiempo que entornaba sus ojos arteros. Ñero se encorvó, cargado de tensión, marcando sus formidables músculos.

—¿Por qué estás saqueando la mansión? —preguntó Seth.

—Ve a preguntarle a tu mentor —respondió el trol en un tono comedido, a pesar de su postura tensa—. Graulas ha puesto fin al tratado. No puedes culpar a un viejo comerciante de aprovechar una oportunidad de oro.

—Graulas me dejó a mí al mando —dijo Seth, improvisando sobre la marcha—. Tuvo que abolir el tratado para poder marcharse de Fablehaven. Pero volverá. Y quiere la mansión como residencia privada.

Ñero enseñó varias hileras de dientes afilados como agujas, clavando en Seth una mirada recelosa.

—¿Tú estás abiertamente a su servicio?

El chico no dio muestras de la menor inseguridad.

—Mi familia ha abandonado Fablehaven. Yo me he quedado. Tengo mucho que aprender. Graulas me mandó aquí para cerciorarme de que su futuro hogar continuaba siendo seguro.

Ñero se inquietó.

—¿Cómo iba yo a saber que…?

—No digo que sea culpa tuya —dijo Seth—. Me has ayudado en el pasado. Ayúdanos a los dos esta noche. Corre la voz de que no se toque nada dentro de la mansión ni a su alrededor. Tampoco en la casa principal de Fablehaven, especialmente en la mazmorra. Graulas conoce hasta el último detalle de ambas casas y no tendrá compasión con aquel que ose llevarse sus trofeos.

—Ya decía yo que era demasiado bonito para ser verdad —murmuró Ñero.

—¿Cómo dices? —preguntó Seth con un toque de amenaza en su voz.

—Se hará como dices, joven señor Sorenson —respondió obsequiosamente el trol, inclinando la cabeza—. Por supuesto, por tu bien, será mejor que todo esto resulte ser cierto cuando regrese Graulas.

—¿Pretendes amenazarme? —repuso Seth, crispado. Si se trataba de colarle una trola, tenía que comportarse del modo más convincente posible—. A lo mejor una charla con una sombra despejaría tus dudas.

El trol del precipicio levantó sus manos y pareció que finalmente se sentía intimidado.

—No hace falta ponerse desagradable.

—Eres tú el que lo provoca —le espetó Seth—. Yo estaba tratándote con absoluta cortesía. Supongo que vosotros, las alimañas, solo entendéis un idioma. Hugo, vamos a ver si los troles vuelan tan lejos como los trasgos.

El golem agarró a Ñero por el torso, se volvió y lo lanzó al jardín como si fuese una pelota de fútbol. Con ayuda de la linterna, el chico siguió la trayectoria del trol por los aires, que dibujó un largo arco. El trol se irguió mientras volaba, extendiendo brazos y piernas como hacen las ardillas voladoras. Cuando aterrizó en el suelo, a más de cuarenta metros de distancia, rodó con gran agilidad y acabó de pie.

—Que no vuelva a verte —le gritó Seth.

Entonces, le dio la espalda y entró en la casa. No lejos de la puerta, en el suelo, había una gran saca llena de candelabros, objetos de plata y otros tesoros domésticos. Detrás de Seth, Hugo pasó por la puerta, estrujándose para caber por ella.

—¿Se está yendo? —susurró Seth pasados unos instantes.

—Sí —confirmó Hugo en voz baja.

El chico se quedó cabizbajo.

—Bien. Me alegro de que aterrizara bien. No pretendía portarme mal con él. Quería proteger nuestra propiedad y mantener a las criaturas oscuras lejos de nosotros. Gracias por ayudarme.

—Hugo ayuda.

—No me cabe duda de que lo has hecho. —Seth cargó con la pesada saca y la trasladó a la despensa, donde quedaría un poco menos a la vista. Pese al mensaje que acababa de transmitirle a Ñero, seguramente habría más saqueadores. No había necesidad de ponerles más fácil el trabajo—. Vamos a buscar las escaleras que bajan a la bodega.

Hugo echó la cabeza hacia atrás, como si estuviera buscando algo.

—Ven.

Con la luz de la linterna alumbrando el camino, Seth siguió a Hugo hasta una puerta cerrada con llave. Hugo la abrió con un suave empujón y descendieron las escaleras que aparecieron detrás. Toneles, cajones de embalar y cajas abarrotaban el sótano cubierto de telarañas. El haz de luz de la linterna reveló una puerta de hierro en una pared, cerca de ellos. Seth se preguntó si daba a una mazmorra.

Encontraron la chimenea sin mucho esfuerzo. Hugo apartó rápidamente varios toneles de gran tamaño para abrir paso a Seth, levantando polvo y haciendo que las telas de araña ondeasen y se desgarrasen. Seth se metió, agachándose, en la chimenea y pronunció las palabras: «A todo el mundo le gustan los fanfarrones».

Al instante, el fondo de la chimenea se convirtió en una cortina de polvo. El chico atravesó aquella pantalla etérea, agitando a su paso las partículas suspendidas, y entró en un túnel cuyas paredes de piedra estaban apuntaladas con vigas de madera. El aire en el interior de aquel túnel excavado por la mano del hombre era notablemente más fresco. Hugo le siguió a cuatro patas.

Avanzaron por el pasadizo, cuyo piso dibujaba una pendiente descendente. Pasada cierta distancia, el túnel se agrandaba y se convertía en una espaciosa caverna natural. Por la parte más profunda de la sala discurría un suave riachuelo, que salía por debajo de una pared y se perdía por debajo de otra. El haz de la linterna iluminó una serie de cofres, una cama, una mesa de despacho, una caja fuerte, equipamiento de acampada, unos cuantos barriles y una mesa grande cubierta de mapas.

Sobre la mesa, una botella verde con su corcho puesto llamó su atención. Tenía una gran etiqueta blanca con la palabra Seth escrita en letras gruesas. Avanzó hasta la mesa y cogió la botella. A continuación abrió la nota que encontró doblada debajo, para leer rápidamente el sucinto mensaje.

El contenido de esta botella está destinado

ÚNICAMENTE A SETH SORENSON.

Trató de descorchar la botella empujando el corcho hacia fuera con los pulgares, pero no consiguió moverlo. Rebuscó en su kit de emergencia, sacó la navaja, seleccionó el accesorio sacacorchos y lo enroscó en el corcho. Después de un buen tirón, el corcho salió del cuello de la botella con un ¡pop! que sonó como a hueco, y un gas de colores empezó a brotar de ella.

Dejó la botella en la mesa y retrocedió para apartarse, preocupado momentáneamente porque algún saboteador hubiese transformado el mensaje de Patton en una trampa envenenada. Sin embargo, unos segundos después, cuando el gas dejó de manar de la boca de la botella, se aglutinó y adoptó la forma de Patton: viejo, arrugado y translúcido.

—Patton —soltó Hugo con su ruido de piedras.

—Si eres Seth —dijo la nube de Patton—, intenta tocarme.

El chico dio unos largos pasos hacia delante y pasó una mano a través de la figura gaseosa, creando una turbulencia pasajera en su zona media.

—Muy bien —dijo Patton—. Me alegro de que hayamos logrado ponernos en contacto. Nuestro amigo Coulter me envió esta noche un mensaje de lo más preocupante. Basándonos en las escasas pruebas disponibles, conseguimos deducir qué había sucedido. Pensamos que el grupo que partió en tu rescate fracasó y perdió el Translocalizador, que a continuación te fue entregado no sabemos cómo, junto con las Arenas de la Santidad. Obrando de buena fe, fuiste a curar a Graulas, quien te robó los objetos mágicos y se marchó entonces con la intención de robar el Cronómetro. Perdóname si nuestras deducciones fueron erróneas, pero era la única manera en que podíamos entender la repentina recuperación y liberación de Graulas, así como tu inesperada aparición en el extremo del jardín.

—¿Puedes oírme? —preguntó Seth, cruzando los dedos.

El Patton gaseoso continuó hablando como si no se le hubiese formulado pregunta alguna.

—Coulter estaba seguro de que iba a perder la vida al regresar a vuestro tiempo. Se lo tomó como un valiente. Entiendo que si estás escuchando este mensaje, querrá decir que estás tratando de encajar su reciente fallecimiento. Te sientes solo y desesperado, y te vendría bien recibir algún consejo. Lamento que no pueda haber una comunicación real entre tú y yo. No soy más que una carta parlante. Podría sencillamente haber escrito este mensaje, pero supuse que te vendría bien algo de compañía, aunque solo fuese a través de una ilusión. Además, con toda franqueza, últimamente tengo mucho tiempo libre. Crear este monólogo gaseoso fue una idea muy entretenida.

»Seth, contra todo pronóstico, he vivido más tiempo que la mayoría de los hombres. Y, al igual que cualquier persona con dos dedos de frente, he tratado de averiguar el sentido de mi existencia. A lo más a lo que he llegado ha sido a concluir que el propósito de la vida debe de consistir en aprender a tomar sabias decisiones. Estoy convencido, y trato de vivir de acuerdo con ello.

»A mi modo de ver, una buena decisión no siempre es segura. Muchas decisiones que merece la pena tomar implican correr riesgos. Algunas exigen coraje. Tú elegiste curar a Graulas. Seth, yo creo que de haber estado en tu piel, con tus conocimientos, habría hecho lo mismo que tú. Imagino que pensabas que estabas dulcificando la salida de Graulas de este mundo. El demonio te había ayudado en el pasado, y tú le estabas concediendo lo que parecía ser un pequeño favor. Si hubieses podido prever lo que iba a pasar, habrías obrado de otro modo, claro. Pero he estado dándole vueltas y comprendo tu decisión. También la entendió Coulter.

»Cometer errores forma parte del proceso de aprender a elegir bien. No hay modo de evitarlo. Nos vemos obligados a tomar decisiones, pero no siempre captamos bien lo que sucede. Incluso postergar o evitar una decisión puede convertirse en una decisión en sí misma, que conlleva graves consecuencias. Los errores pueden resultar dolorosos, a veces causan daños irreparables, pero… bienvenido a la Tierra. Las malas decisiones forman parte de la maduración personal, y tú mismo te verás afectado por las malas decisiones de otras personas. Tenemos que estar por encima de esas cosas.

»Aunque a simple vista pueda resultar desastrosa, es posible que tu decisión tenga sus ventajas. Al propiciar la participación de Graulas, las cosas cambian para la Esfinge. Por muy listo que sea, seguramente no se imaginaba que esto pudiera pasar. Está claro que la Esfinge no fue quien te prestó los objetos mágicos. Ya que el Translocalizador estaba en su poder, no tenía más que mandar a una fuerza a Fablehaven, hacerse con el Cronómetro y continuar con sus planes de abrir Zzyzx. Entiendo que tu decisión ha desbaratado sus planes. Si ese es el caso, podríamos tener alguna posibilidad.

»No pude tratar contigo mucho tiempo, Seth, pero me impresionaste. Eres como yo. Cuando la gente como nosotros comete errores, luego se ocupa de arreglar el estropicio. No será fácil, puede que ni siquiera sea posible, pero me dispongo a hacerte una serie de sugerencias drásticas, basadas en las cosas que yo intentaría hacer si estuviese en tu lugar. Haz con ellas lo que te parezca.

El Patton gaseoso sonrió ligeramente.

—Tus parientes están atrapados. Tus enemigos, en movimiento. El mundo se encuentra al borde de la destrucción. Te sugiero que lo salves.

Un escalofrío acompañado de un cosquilleo recorrió a Seth de la cabeza a los pies. Le gustaba adonde iba a parar todo aquello.

—Si yo fuese tú, me plantearía que los objetos mágicos están perdidos y actuaría partiendo de la base de que mi enemigo logrará su meta de abrir Zzyzx. Cuando se abra esa prisión, me interesaría estar listo para enfrentarme a la horda de los demonios.

A Seth se le puso la carne de gallina. ¿Sería capaz de semejante acto de valentía? ¿No le harían papilla los demonios?

—Necesitarás un arma. En este caso, yo llevaría algo grande. Trataría de encontrar la Vasilis, la Espada de la Luz y la Oscuridad, el más legendario acero del que tengo conocimiento. Recuerda su nombre: Vasilis. Dítelo a ti mismo. —Seth susurró la palabra—. Esta célebre espada refleja el corazón de quien la empuña. Creo que, en manos de un virtuoso encantador de sombra, sería bastante poderosa.

»Yo busqué la Vasilis una vez, pero como no necesitaba con urgencia el arma, abandoné su búsqueda. Desconozco su paradero, pero creo que está escondida en nuestra parte del mundo. Imagino que las Hermanas Cantarinas podrían ponerte en la buena dirección. Tus abuelos me cortarían el pescuezo por hacerte esta sugerencia, pero necesitas un arma de tal envergadura y no tienes tiempo para ir tú solo a buscarla sin ayuda. Las Hermanas solo ayudan a los demás a cambio de un precio que siempre es alto, pero yo he estado en su madriguera tres veces y aquí estoy.

»No hay manera de prepararse para una reunión con ellas. Regatearán contigo. Si no logras llegar a un acuerdo con ellas, te quitarán la vida, así que ve con mucho cuidado. En un sobre que hay dentro del cajón de mi escritorio encontrarás la latitud y la longitud de donde se halla su morada. Residen en una isla del río Missisipi, protegida por un suave hechizo distractor. Llevan mucho tiempo viviendo allí.

»Además, te hará falta un pasaje para llegar a la isla Sin Orillas, donde se encuentra Zzyzx. La latitud y longitud exactas están también en el sobre, pero te servirán de bien poco. Ninguna embarcación normal y corriente puede navegar hasta allí. He estado en Zzyzx, a bordo de un barco que preferiría olvidar. Necesité la ayuda de un nigromante. A ti no te hará falta si mantienes despierta la mente. El barco que tendrás que buscar está tripulado por criaturas de ultratumba, que obedecerán tus órdenes. Para que el Dama Suerte acuda a tu llamada, tendrás que viajar a la isla Hatteras, en el extremo del litoral de Carolina del Norte, y seguir las indicaciones contenidas en el sobre. Antes de que puedas llevarlas a cabo, necesitarás reunir una campana, un silbato y una caja de música que te entregará cierto leprechaun de Fablehaven. Encontrarás más detalles dentro del sobre.

»Es posible que te interese llevar acompañantes a tu aventura. Hugo debería poder salir de Fablehaven. Desde que las hadas le otorgaron voluntad propia, quedó libre de todo compromiso de quedarse siempre aquí. Por supuesto, es posible que Graulas haya abolido el tratado, en cuyo caso cualquier criatura podría entrar y salir a su antojo. Escoge con cuidado a tus acompañantes. De lo que he podido colegir de mis recientes conversaciones con tus abuelos, creo que Vanessa podría ser una buena baza que merecería la pena usar, pero dejaré en tus manos la decisión final.

»Además, te recomiendo que practiques el solicitar ayuda de los seres de ultratumba. En el mismo cajón del sobre dejé unas copias de las llaves de la mazmorra de Fablehaven y del Pasillo del Terror. Si el tratado ha quedado anulado, recaba los servicios de una aparición para que monte guardia en la mazmorra. Aunque en general no es deseable contar con la ayuda de los fantasmas, en tu caso sería una buena idea. Necesitas ir a lo práctico y tu causa es lo bastante desesperada. Hay determinados entes en la mazmorra que no te interesa que campen a sus anchas. Cuando trates con los muertos vivientes, asegúrate de que prometen serte leales, y que queden bien claros y acordados todos los detalles. Fija límites, establece premios. Como están hambrientos de seres vivos, un premio evidente para ellos por montar guardia es tener derecho a cobrarse cualquier víctima que pase por allí. Ese tipo de cosas. Si te resulta imposible acceder a la mazmorra, podrías reclutar muertos del pantano Lúgubre. Hugo sabe ir. Si viajaras a ese lugar, fíjate bien para no salirte de la pasarela de madera. Con suerte, se habrá mantenido en buen estado de conservación.

»Si necesitaras más ayuda, como sospecho que podría pasarte, plantéate ir a buscar a Agad, el brujo que se encarga de Wyrmroost. Él es uno de los cinco brujos que fundaron Zzyzx, algo que prácticamente nadie sabe. Es posible que pueda darte buenos consejos para enfrentarte a esta amenaza. Nadie más que él desea que esos demonios permanezcan a buen recaudo.

»Ahora ya están en tus manos todas las ideas que he conseguido reunir. Utiliza lo que te parezca que tiene sentido. Sin duda, se te ocurrirán otras estrategias de tu propia invención a medida que vaya evolucionando la situación. Ephira debería proteger de manera efectiva mis comunicaciones contigo hasta menos de un año antes de que llegue tu momento de necesidad. Confío en que mis mensajes te lleguen sin ningún tipo de alteración.

»Me encantaría poder hacer más por ti. No te obsesiones por las decisiones que ya no puedes cambiar. Errar es de humanos. Aprende del pasado, pero concéntrate en el presente y en el futuro. Te esperan escollos que yo nunca he conocido. No deseo conducirte hacia situaciones que puedan causarte algún daño, pero cuando el mundo se encuentra al borde del final, la única alternativa real es la de salvarlo. Con una amenaza inminente como la de la apertura de Zzyzx, no quedan opciones que no entrañen peligro. Si vuelves a descorchar la botella, podrás escuchar de nuevo este mensaje. Solo lo reproduciré para tus oídos. Buena suerte.

La versión gaseosa de Patton volvió a meterse en la botella a toda velocidad. Una vez que estuvo dentro todo el gas, Seth tapó la botella con el corcho.

¡Cuánto tenía que asimilar! ¡Demasiado! Se estrujó la cabeza. Por alguna razón, una cosa era decirse a sí mismo que iba a intentar salvar el mundo, y otra muy diferente recibir ese encargo de labios de Patton, como si realmente todo dependiera de él. ¡Había muchísimo en juego!

Sin embargo, Patton tenía razón. Ya no quedaba ninguna opción que no entrañase peligro. Intentar eludir esa responsabilidad sería una decisión en sí misma. Una mala decisión. Por lo menos Patton le había mostrado una senda que podía seguir. Haría todo lo que estuviera en su mano por lograrlo, y lo haría pasito a pasito.

Cruzó la sala hasta la mesa de despacho y encontró un sobre con su nombre escrito en él, en el segundo cajón en el que miró. A su lado vio que estaban las llaves de la mazmorra. Abrió el sobre y echó un vistazo rápido a las hojas que contenía. Vio las prometidas latitudes y longitudes, así como explicaciones y descripciones para cada dato. La última parte estaba dedicada a los eternos y a los últimos pasos necesarios para abrir Zzyzx.

Satisfecho al ver que tenía todo lo que Patton le había prometido, dobló de nuevo los papeles para guardarlos en el sobre y se lo metió en un bolsillo.

—Vamos, Hugo —dijo—. Vamos a ver si se han presentado esos sátiros.

Cuando salieron, Seth se planteó utilizar la moneda para contactar con Bracken. Le resultaría doloroso y vergonzoso explicarle cómo había perdido el Translocalizador, pero tal vez a él se le ocurriría alguna forma de ayudarle. Al fin y al cabo, estaba en Espejismo Viviente y parecía un tipo lleno de ideas y recursos. ¿Quién sabía, a lo mejor un motín carcelario oportuno en el mismísimo cuartel general de la Esfinge podría servir como decisiva maniobra de distracción? Llegados a este punto, no estaba la cosa para ignorar cualquier opción que pudiera resultar ventajosa.