14

Un aliado inesperado

Al parecer había cierta confusión sobre dónde debían tener encerrada a Kendra. Estuvo mucho tiempo esperando en salas de guardia llenas de humo, mientras hombres y trasgos discutían y regateaban. Cuando finalmente sus escoltas se decidieron por una celda, justo cuando estaban metiéndola en ella apareció con una orden por escrito un trasgo retaco que tenía los ojos bizcos y la cara como el guante de un cácher de béisbol. Un hombre alto y con armadura y un trasgo panzudo con la mandíbula inferior mucho más saliente que la superior leyeron detenidamente el pergamino.

—Viene directamente de arriba —declaró el trasgo bizco dándose importancia.

—Eso ya lo veo, cara chata —replicó con un gruñido el trasgo de la mandíbula saliente—. ¿Por qué esa celda? No hemos tenido tiempo de examinarla debidamente aún, con todo este lío.

—¿Me estás diciendo que no? —le retó el trasgo bizco.

—Te digo que no me cuadra —refunfuñó el otro.

—Nosotros no somos quiénes para hacer las cuentas —le aconsejó el hombre de la armadura—. El jefe siempre tiene sus motivos.

—He ahí uno que habla con sentido —aplaudió el trasgo bizco.

—Ven por aquí —dijo el hombre de la armadura a Kendra.

La escoltaron a las profundidades de la mazmorra, hasta que finalmente llegaron a una gruesa puerta de madera. La abrieron y el trasgo barrigón le indicó que entrara.

—¿Estás seguro? —preguntó Kendra.

—No te hagas la listilla —le espetó el trasgo.

La puerta se cerró de golpe a su espalda y se oyó como se alejaban las pisadas de los guardianes. En el momento inicial en que los esbirros de la Esfinge se la habían llevado de su lado, sus carceleros la habían obligado a quitarse la cota de malla de adamantita. Sin ella se sentía mucho más vulnerable. La tenue luz de una antorcha se colaba en la celda a través de una mirilla, pero Kendra no la necesitaba. Para sus ojos incluso las sombras más negras de la celda eran simple penumbra, no oscuridad.

El único mueble de la húmeda y fría habitación era un camastro enclenque. En un rincón goteaba agua sin parar. Un agujero en el suelo parecía hacer las veces de letrina. Lo que más le llamó la atención fueron los mensajes que vio garabateados en la pared. Fue paseándose por la celda, leyendo algunas de aquellas frases escritas de un modo rudimentario.

¡Aquí manda Seth!

Bienvenidos al hogar de Seth.

¡Seth mola mazo!

Seth estuvo aquí. Ahora te toca a ti.

Seth Sorenson forever.

¡Buen provecho!

Si estás leyendo esto, es que sabes leer.

Todos los caminos conducen a Seth.

¿Todavía gotea agua?

Seth ronda por estos pasillos.

¡Estás en una prisión turca!

¡Seth es vuestro hombre!

Usa los mantelitos de la comida como papel higiénico.

Con frío, sin esperanza y sintiéndose sola, Kendra no pudo evitar reírse para sí al ver los mensajes que había garabateado su hermano. ¡Qué aburrido había tenido que estar!

Se sentó en el catre. ¿Adónde se habría ido su hermano? Uno de los guardianes había mencionado que era preciso inspeccionar la celda. ¿Quería eso decir que Seth se habría fugado? Eso encajaba con la discusión que había escuchado a hurtadillas, pero le pareció que era demasiado esperar. ¿Adónde se habría fugado? Al fin y al cabo, se encontraban en una reserva hostil en el este de Turquía.

¿Debía buscar la manera de salir de allí? ¿Era posible que Seth hubiese excavado un túnel? Hacía menos de una semana que le habían capturado. Por muy poco probable que fuese, le parecía desleal no echar un vistazo. Palpó las paredes y el suelo, dando golpecitos, tirando de salientes, tratando de meter los dedos en las rendijas. Retiró a un lado el catre, por si estuviera tapando algún tipo de falso panel. Poco a poco fue perdiendo el optimismo. Si su hermano había excavado un túnel para fugarse, ¿era posible que lo hubiese escondido tan bien?

La Esfinge había dejado caer que a lo mejor se cruzaba con Seth por la mazmorra. ¿Qué había querido decir? Al recordar la discusión entre los guardianes, dedujo que la Esfinge había participado activamente en la elección de su celda. ¿Su intención había sido que viese los mensajes escritos en las paredes? Podría entenderse aquello como cruzarse con su hermano en la mazmorra. ¿Le había asignado adrede una celda con un túnel de fuga? No tenía pinta.

Empezó a preocuparse realmente por Seth. Si no se había fugado, ¿qué le habían hecho? ¿Podría ser que la celda tuviese algún tipo de defecto peligroso? ¿Se cruzaría con su hermano por la mazmorra porque iba a morir igual que él? Observó atentamente el suelo de piedra, casi esperando que se viniese abajo en cualquier momento.

Por mucho que la registró, la lúgubre celda no arrojaba ninguna pista. No detectó ningún modo de escapar de allí ni percibió ninguna amenaza concreta. A lo mejor Seth había tenido una buena idea. Tal vez la mejor forma de pasar el tiempo era dedicarse a garabatear mensajes en las paredes para ayudar a su siguiente ocupante.

Del fondo de la celda salió un sonido grave de piedra rascando contra piedra. Kendra observó atónita cómo una porción de la pared se descorría a un lado. ¿Había pisado sin darse cuenta un resorte escondido?

Un hombre joven abrumadoramente guapo se coló por el hueco que había dejado la porción corredera de la pared, portando una luz blanca en una mano. Se quedó petrificado al ver a Kendra, pestañeando y echando ligeramente hacia atrás la cabeza. Levantó una mano para protegerse los ojos.

—¿Quién eres tú? —le preguntó Kendra, desafiante.

—Un vecino —respondió el desconocido—. Pensé que mis fuentes debían de estar equivocadas cuando me enteré de que ya habían encontrado reemplazo para esta celda.

—¿Sabes quién estaba antes?

—Lo sé. ¿Puedes bajar un poquito la luz? —dijo el hombre.

—¿Cómo dices?

—¿Que le des al interruptor o lo que sea? Brillas como un faro. —Pestañeando y lagrimeando, el joven la miró momentáneamente a los ojos.

—La mayoría de la gente no ve mi luz —dijo Kendra—. Ni siquiera yo.

—Está bien, dame unos segundos, la vista se me acostumbrará. —Pestañeando con frecuencia, volvió un poco más la cabeza hacia ella y poco a poco fue abriendo los ojos—. Vale, creo que ya puedo manejarme. —Su gesto de no poder mirar a causa de la luz intensa fue transformándose en una expresión más parecida a la admiración—. ¡Caramba, tú nunca lucirás poquito!

Se quedaron mirándose el uno al otro unos segundos. Bajo su ropa andrajosa se adivinaba un cuerpo atlético. El joven tenía el pelo fuerte y crecido, unos expresivos ojos azul plata y una tez perfecta. Sus atractivos rasgos varoniles habrían pegado mucho más para la portada de una revista que para una cárcel.

—Me llamo Bracken —dijo.

—¿Es que la Esfinge te envía a recibir a todas las chicas nuevas? —Era demasiado apuesto para ser otra cosa que un espía.

Él levantó las manos como para tranquilizarla.

—Haces bien en ser precavida.

—Créeme, he aprendido a serlo. Dile a la Esfinge que deje que me pudra en paz.

—Vamos, no me rechaces tan pronto. Yo mismo he sospechado de ti, pero es evidente que formas parte de la familia de las hadas. Eso debe querer decir que eres… ¿su hermana?

—¿Hermana de quién?

—De Seth.

La chica contuvo el impulso de emocionarse al oír mencionar el nombre de su hermano. Claro que aquel joven sabía quién era Seth. Solo estaba intentando incitarla.

—¿Dónde está mi hermano?

Bracken se cruzó de brazos y la miró como evaluándola.

—Nunca me comentó que fueses tan… luminosa.

Kendra notó que se ruborizaba.

—Responde a mi pregunta. —Su tono de voz era duro.

Una vez más, Bracken levantó las palmas de las manos.

—Perdona. Te lo diré: se ha largado. No estoy seguro de adónde. Probablemente a Fablehaven.

—¿Qué?

—Alguien le trajo el Translocalizador y él se teletransportó para salir de aquí.

—¿Cómo es eso posible?

—Seguramente a ti se te ocurrirá una respuesta mejor que a mí Si todo va bien, contactará conmigo dentro de poco.

Kendra resopló, exasperada.

—¿Es que sois amigos por correspondencia?

—Le di una moneda que nos permite comunicarnos telepáticamente. Sé que está lejos de aquí porque no puedo llamarle. En cuanto utilice la moneda para ponerse en contacto conmigo, deberíamos poder hablar.

Kendra frunció el entrecejo.

—¿Una moneda mágica de telepatía? ¿Quién eres? O, por lo menos, ¿por quién te haces pasar?

Bracken se rio y negó con la cabeza.

—Si te digo la verdad, te parecerá absurdo.

—Inténtalo.

—Ni siquiera crees que sea un preso de verdad; esto no te lo vas a creer.

—Tú prueba. A lo mejor te interesaría tartamudear…, podría servirte para que me lo tragase.

—¿Tartamudear?

—Es una larga historia.

Él apartó la mirada.

—Soy un unicornio.

A Kendra se le descolgó la mandíbula. Tardó unos segundos en recuperarse.

—¿Acabas de decir «unicornio»?

Con mirada vacilante, él se encogió de hombros y levantó las manos a la vez.

—Te lo advertí.

Kendra rio de incredulidad.

—Mira, Bracken, te iría bien volver a la escuela de espías. De hecho, a lo mejor deberías probar directamente otra salida profesional. Salta a la vista que no te contrataron por lumbreras.

—Puede que tengas razón. Sería un espía sospechosamente desastroso.

—¿Qué, me estás diciendo que debería creerte porque eres incompetente? ¿O simplemente porque lo que me has contado suena a disparate? Supongo que no podrás demostrarme que de verdad eres un caballo, ¿no?

—Estoy atrapado en esta apariencia de humano. Me quedé sin el cuerno.

Kendra se tapó los ojos con una mano.

—Esto es peor que sentirse sola, la verdad.

—Tú perteneces al reino de las hadas. ¿No puedes percibir mi aura?

Ella le miró. Era innegablemente apuesto. Eso era todo.

—Nunca se me ha dado bien ver esa cosa.

A Bracken se le iluminó la mirada, se le había ocurrido una idea.

—Ahora estoy hablando en el idioma secreto de las hadas. ¿Entiendes lo que digo?

—Sí.

—¿Eres capaz de distinguir que ya no estoy hablando en inglés?

Kendra trató de concentrarse. Oía inglés, pero lo cierto es que notaba algo raro.

—Interpreto de manera intuitiva. Sigue hablando.

—¿Qué debería decir? Supongo que es lo de menos. Estoy atrapado en una mazmorra con una chica que piensa que me he vuelto majareta.

—Distingo que estás hablando en otro idioma —dijo Kendra—. Pero no noto la diferencia entre las diferentes lenguas de las hadas.

—Ya es algo, al menos —contestó Bracken. Ella notó que había vuelto al inglés—. Puedo llevarte a visitar a algunos amigos tuyos. A Maddox, por ejemplo. O a Mara.

—¿Es que los guardianes te dejan pasearte a tus anchas? ¿No saben que te cuelas en otras celdas?

—Si no armamos alboroto, nuestros carceleros hacen la vista gorda. Llevo aquí mucho tiempo. Esta mazmorra es enorme y muy antigua, está surcada de túneles olvidados y espacios que no se utilizan. El resto lo hemos excavado nosotros…, me refiero a los presos.

—¿Qué sabes de mis padres?

—No conozco ninguna ruta accesible para llegar a su celda. Me ocupé del asunto para Seth.

—Pero ¿están aquí?

—Creo que sí.

—Me encantaría contactar con ellos. Creen que estoy muerta.

—Ojalá pudiera echarte una mano. Con suerte, Seth aparecerá en breve y nos rescatará. Él puede responder por mí.

La chica reflexionó sobre esas últimas palabras.

—A lo mejor hace falta algo más que el respaldo de Seth.

—No subestimes a tu hermano. Fue precavido, no se fio de mí nada más verme. De hecho, es posible que todavía no se fíe realmente de mí. Espero que use la moneda.

—Si le diste un juguetito mágico, seguro que lo usará.

Bracken suspiró.

—No me puedo creer que pertenezcas al reino de las hadas y que no seas capaz de reconocer a un unicornio. Ya sabes, cuanto antes confíes en mí, antes podremos jugar al pin pon.

—¿Eh?

—Nada. Un chiste malo. Ya lo entenderás después. Los unicornios no somos criaturas muy sociales. Estoy haciendo todo lo que puedo.

—Lo haces muy bien.

—No me ayuda mucho el hecho de que tú seas tan… brillante.

—¿Lo dices con sarcasmo?

—Me refiero a que resplandeces. ¿Sería mejor que cerrase el pico?

Kendra estaba empezando a plantearse la posibilidad de que tal vez Bracken fuese de fiar. ¿No era probable que una mazmorra de la Esfinge estuviese llena de criaturas buenas como los unicornios? Muchos de sus cautivos serían posibles futuros aliados. Por supuesto, cada vez que empezaba a confiar en un desconocido, parecía que acababa mal. Gavin le había parecido un chico genial antes de que quedase de manifiesto su auténtica naturaleza. Se tomaría su tiempo antes de fiarse de verdad.

—¿Me estás diciendo que podrías llevarme a ver a Maddox ahora mismo?

—Te estoy diciendo que… —Se detuvo. De repente puso cara de pasmo—. No me lo puedo creer —murmuró en un tono de voz totalmente diferente.

—¿Qué pasa? —preguntó Kendra.

—Tengo un intruso en mi celda. —Parecía anonadado.

—¿Cómo lo sabes?

Bracken se volvió para ponerse frente al hueco de la pared del fondo.

—Diseñé un sistema mágico de detección que me mandaría una señal si alguien entraba en mi celda mientras yo estaba fuera. Es la primera vez que me alerta. Nadie viene nunca a visitarme a mi celda.

—¿Y qué puede querer decir? —preguntó Kendra, extrañada.

—No tengo ni idea. Esta noche ha sido la más movida que se ha vivido en esta mazmorra en decenios. Tengo que ir a investigar. Mi celda queda un poco lejos. ¿Te apetece venir conmigo?

Si era un enemigo, supuso que podría atacarla con la misma facilidad en su celda que en algún pasadizo secreto.

—Claro que sí.

Bracken sonrió.

—Sígueme.

Tenía una expresión tan pícara que Kendra se dio cuenta de que quería agradarle.

Se colaron sigilosamente por el agujero. Bracken corrió la pared para cerrarla. Guiándose con ayuda de la luz que emitía su piedra, llevó a la chica por un sinfín de recovecos, se metieron por trampillas escondidas, bajaron por escaleras y por escalas de mano y atravesaron tramos angostos por los que tuvieron que pasar a gatas. Iban descendiendo casi todo el tiempo, hasta que llegaron a una zona que parecía una cueva natural, que carecía de un sendero claramente visible y estaba llena de relucientes formaciones rocosas que parecían medio derretidas. Al poco rato se sentaron y se dejaron caer por una especie de tobogán de piedra resbaladiza. ¡No era de extrañar que Bracken llevase la ropa hecha jirones!

Sin embargo, antes de llegar al final de la pendiente, indicó a Kendra que se metiera por un pasadizo que salía lateralmente. Avanzaron a toda prisa por un tramo de túnel excavado burdamente y al final llegaron a un callejón sin salida. Bracken se llevó un dedo a los labios. Se acercó al oído de Kendra y susurró:

—Mi visitante nos espera dentro. —Sacó un cuchillo corto y afilado—. Apártate.

Kendra dio unos pasos para alejarse un poco. Bracken agitó su mano y canturreó unas palabras ininteligibles, un portal se abrió. Con la piedra luminosa en una mano y el cuchillo en la otra, Bracken entró.

—¿Quién eres? —preguntó en tono firme.

—Un amigo —respondió.

¡Kendra conocía esa voz!

—Eso espero —respondió Bracken—. Tienes un cuchillo mucho más grande.

Kendra escudriñó por la abertura hacia el interior de la celda de Bracken. La espaciosa habitación tenía más de cueva que la suya, pero estaba igual de desangelada.

El intruso era Warren, que sostenía con cautela la preciosa espada que se había llevado de Meseta Perdida.

Warren cruzó su mirada con la de ella.

—¡Kendra! —exclamó.

—¿Os conocéis? —preguntó Bracken.

—Este es mi amigo Warren —dijo la chica—. Aunque también supongo que podría tratarse de un bulbo-pincho.

—¿Cómo has entrado aquí? —le desafió Bracken.

—Tengo entendido que sabes cómo proteger de observadores externos a los que tienes cerca —contestó Warren—. Algo así como un escudo psíquico.

—Sí —dijo Bracken—. ¿Cómo es posible que sepas eso?

—¿Lo estás haciendo ahora?

—Siempre lo hago. Nagi Luna trata de espiar constantemente. El único instrumento visualizador que no puedo bloquear es el Óculus. Veo que tienes un talismán que te protege de fisgones.

Warren señaló el amuleto de plumas y cuentas que llevaba colgado al cuello.

—Me lo regalaron hace poco. Tenemos que hablar.

Bracken se guardó el cuchillo y se acercó a Warren.

—Antes necesito asegurarme de que no eres un impostor.

—¿Cómo?

—Quítate el amuleto y dame las manos.

Warren lanzó una mirada a Kendra.

—¿Te fías de este tipo?

Ella se encogió de hombros.

—Un poquillo, supongo.

—No te haré nada que pueda hacerte daño —prometió Bracken.

—Dice que es un unicornio —apuntó Kendra.

—Eso he oído decir —comentó Warren. Se quitó el amuleto y cogió las manos de Bracken. Se quedaron mirando el uno al otro.

—Relájate, nada más. Piensa en lo que esperas conseguir al venir a verme. —Enseguida soltó las manos de Warren—. Está claro: no es un bulbo-pincho. Tampoco es un enemigo. Encantado de conocerte. Me llamo Bracken.

—Warren, ¿cómo te has metido aquí? —preguntó Kendra.

—Ojalá pudiese decir que gracias a alguna innovación brillante de mi propia cosecha —respondió—. Me echaron una manita.

—¿Quién? —preguntó Bracken, extrañado.

—La Esfinge.

—¿Qué? —exclamó Kendra.

—Ya sé que suena horrible —dijo Warren—. Escuchadme. Veréis que tiene sentido.

—Somos todo oídos —replicó Bracken con escepticismo.

—Esta noche todo ha cambiado para la Esfinge —explicó Warren—. Se ha quedado sin el control de la Sociedad.

Bracken le miró arrugando la frente, sin terminar de creérselo.

—¿Cómo?

—Graulas está aquí.

—¿El demonio que ayudó a Seth en Fablehaven? —preguntó Kendra—. ¿No se estaba muriendo?

—Ya no —respondió Warren—. Al parecer, un demonio llamado Nagi Luna, que vive aquí en Espejismo Viviente, hizo que un agente le diese el Translocalizador y las Arenas de la Santidad a Seth furtivamente. Tu hermano escapó de la mazmorra y se fue a ver a Graulas para curarle. Una vez curado, el demonio le robó los objetos mágicos, se apoderó del Cronómetro y vino aquí.

—¡¿Seth curó a Graulas?! —gritó Kendra.

—Debió de pensar que era bueno —infirió Warren.

—O sea, que ahora la Sociedad tiene los cinco objetos mágicos —dijo Kendra.

—Y algo con lo que la Esfinge jamás contó —dijo Warren.

—Un poderoso demonio luchando por hacerse con el control —conjeturó Bracken—. La Esfinge siempre ha mantenido que abriría Zzyzx de acuerdo únicamente con sus condiciones.

—Pero sus planes se han ido al traste —dijo Warren—. Graulas se ha atraído a prácticamente toda la Sociedad, incluido el señor Lich. Hacía tiempo que muchos tenían la sensación de que la Esfinge era demasiado indulgente y conservador. Si no accede a someterse, acabará como un prisionero más de su propia mazmorra. Los blixes son seres mortales y el señor Lich lleva junto a la Esfinge casi desde el principio, dando sorbitos de la Pila de la Inmortalidad. Con la Esfinge o sin ella, puede usar el Translocalizador y el Cronómetro para dar comienzo al proceso de apertura de Zzyzx.

—Y los demonios pueden rematar la faena —dijo Kendra.

Bracken hizo chocar el puño contra la palma de su otra mano, en un arranque de frustración.

—Por muy engañado que estuviera la Esfinge, ahora estamos peor que antes.

—Nos queda un rayito de esperanza —dijo Warren—. Si la Esfinge no puede llevarlo a cabo de acuerdo con sus propias condiciones, quiere abortar la apertura de Zzyzx. Desea detener a Graulas tanto como nosotros. No puede permitir que los demonios conozcan sus intenciones. Quiere mantenerse cerca del centro de las cosas, con la esperanza de derrotarlos desde dentro. Pero me reveló un dato fundamental.

—¿Cómo hiciste para hablar con él? —quiso saber Bracken.

—Esta misma noche participé en un intento de rescate —dijo Warren—. Kendra llegó aquí formando parte de esa misma misión. Yo entré en la reserva individualmente, sin el resto del equipo de asalto, a modo de salvaguarda. Desde el mismo momento en que el enano me abandonó, inicié maniobras de evasión, y menos mal que lo hice así. Unos minutos después vinieron a por mí. Coulter, un amigo nuestro, me había prestado su guante de la invisibilidad, lo cual mejoró mis probabilidades de escapar. Aun así, a duras penas conseguí eludir a mis perseguidores.

»No mucho rato después de que Graulas llegase a Espejismo Viviente, la Esfinge decidió ponerse personalmente al mando de mi caza y captura. Acompañado por unas cuantas apariciones a las que tenía bajo su dominio, dio conmigo. Pero en lugar de meterme en la mazmorra, me explicó la situación, me entregó unas cuantas llaves y me dijo que había un pasadizo secreto que bajaba hasta las profundidades de la mazmorra.

—¿Puedes sacarnos de aquí? —exclamó Bracken.

—Por un camino que solo la Esfinge conoce —confirmó Warren.

—¿Y luego qué? —preguntó Kendra.

—Quiere que vayamos a proteger a los eternos —dijo Warren.

Bracken soltó una carcajada teñida de amargura.

—El mundo al revés.

—Dijo que quedan tres. Hace poco descubrió dónde mora uno de ellos, un tal Roon Oricson, un hombre que lleva mucho tiempo viviendo en una fortaleza densamente fortificada de Finlandia.

—Vale —contestó Bracken, sin estar muy seguro.

—La Esfinge está seguro de que Graulas irá a por Roon inmediatamente —dijo Warren—. El demonio ya está recabando apoyos para sacar a Nagi Luna de su reclusión en la mazmorra. La Esfinge cree que no pasará mucho tiempo hasta que el Óculus caiga en manos de Nagi Luna. En cuanto eso ocurra, está seguro de que ella descubrirá rápidamente dónde se esconden los eternos que siguen vivos. Bracken, quiere que dejes en tu habitación uno de tus comunicadores telepáticos. La Esfinge vendrá a por él y nos irá transmitiendo información a medida que vaya disponiendo de ella.

—Este es un juego peligroso —susurró Bracken—. Como comprenderás, es posible que momentáneamente compartamos los mismos intereses, pero la Esfinge no planea lo mismo que nosotros. Su objetivo final no es frenar la apertura de Zzyzx, sino recuperar el control de la situación y abrir la cárcel bajo sus condiciones.

—Lo entiendo —dijo Warren—, pero no olvides nunca que si Graulas está aquí, rebosante de fuerza, ¿qué probabilidades tiene la Esfinge de recuperar el control?

—Ya veo lo que quieres decir —contestó Bracken—. Aun así, no debemos subestimarle… ni fiarnos ciegamente de él.

—Estoy de acuerdo —dijo Warren—. Sin embargo, por el momento creo que a todos nos beneficia tirar los unos de los otros.

—¿Cómo podemos salir de aquí? —preguntó Bracken.

—Tiene que parecer que nos hemos fugado —contestó Warren—. La Esfinge me dijo que la entrada principal de la reserva está muy vigilada. Según él, lo mejor que podemos hacer es dirigirnos al santuario de las hadas.

—El santuario de esta reserva está cerrado —dijo Bracken con resentimiento.

—Correcto —repuso Warren—. Lo cerró la Esfinge. Me entregó la llave.

Bracken ladeó la cabeza como sopesando las probabilidades de éxito.

—Entonces, nuestra esperanza es que la reina de las hadas sepa sacarnos de aquí mediante su magia.

—Esa parece ser nuestra mejor apuesta —dijo Warren.

—¿Qué queréis decir con que el santuario está cerrado? —preguntó Kendra, sin entender nada.

—La Esfinge no quería que la reina de las hadas pudiera espiarle —dijo Bracken—. Él carecía de poderes para destruir el santuario que tiene aquí, así que lo precintó, tapándolo con una cúpula de hierro encantada.

—La cúpula tiene un ojo de buey por el que se puede entrar —dijo Warren—. Y yo poseo una copia de la llave.

—Llegar al santuario no será coser y cantar —los advirtió Bracken—. Esta reserva no es de las tranquilitas.

—Y que lo digas —soltó Warren—. Cuando la Esfinge se presentó con su patrulla de apariciones, tuvo que rescatarme de las garras de una mantícora.

—¿Las apariciones no les contarán a los demonios lo que está pasando? —preguntó Kendra.

—La Esfinge es un encantador de sombra muy poderoso —dijo Bracken—. Sus apariciones y sus fantasmas solo se comunican con él. No difundirán sus secretos, y él será lo bastante fuerte para proteger su mente de Graulas y Nagi Luna.

—Esperemos que así sea —murmuró Warren.

—¿Ese amuleto te lo dio la Esfinge? —preguntó Bracken.

—Sí. Y me prometió que haría lo posible para que no nos sigan hasta el santuario.

Bracken se volvió hacia Kendra.

—¿Qué opinas tú? Tu hermano ostenta actualmente el récord de fuga más rápida de las mazmorras del Gran Zigurat. ¿Estás preparada para arrebatárselo?

—¿Qué hay de los demás? —preguntó Kendra—. ¿No podemos llevarnos a mis abuelos?

Warren se estremeció.

—El pasadizo para salir de la mazmorra está en las profundidades más profundas. La Esfinge me advirtió que debíamos ser pocos los que nos fugásemos. De hecho, las únicas personas que especificó erais vosotros dos. Me prometió que trataría de ayudar a los demás.

Bracken dio unas palmaditas a Kendra en el brazo para consolarla.

—Si el pasadizo de salida está aquí, en las profundidades, no podemos llegar hasta tus padres ni hasta tus abuelos sin pasar por delante de muchos puestos de control. Podríamos recoger a Maddox y Mara. Por descontado, Mara está aún recuperándose de sus lesiones, y Maddox ha estado teniendo problemas de movilidad desde lo de Río Branco. Ninguno de los dos está cerca.

—Es elección vuestra —dijo Warren—. Será decisivo actuar con rapidez. En cuanto Nagi Luna se apodere del Óculus, no podremos escondernos de ella.

—Entonces, deberíamos aprovechar el momento y marcharnos inmediatamente —decidió Bracken—. ¿Kendra?

—Parece que es lo único que podemos hacer.

—¿Alguno de vosotros tiene una moneda? —preguntó Bracken.

Warren rebuscó en sus bolsillos.

—¿Te sirve un cuarto de dólar?

—Perfecto. Prefiero las monedas a las piedras. —Bracken se puso la moneda en la palma de una mano y la tapó con la otra. Por un instante sus manos irradiaron una luminosidad nacarada. A continuación, depositó el cuarto de dólar debajo de una piedra, en una esquina de la habitación.

—¿Acabas de convertirla en un comunicador? —preguntó Warren.

—Correcto. Si la Esfinge quiere pasarnos información secreta, ahora ya tiene el modo de hacerlo. —Bracken ajustó la posición de la piedra que tapaba la moneda—. ¿Cómo entraste en mi celda? Tiene tres accesos secretos.

—Usé la puerta principal. La Esfinge me dio una llave. El pasadizo para salir del zigurat arranca justo a la vuelta de la esquina.

Bracken sonrió con aire de complicidad.

—¿Justo delante de mis narices todos estos años? ¿Cómo es posible que no la haya visto nunca?

—Está perfectamente camuflada y protegida por un fuerte encantamiento —dijo Warren—. Solo se abre al decir la contraseña, que es: Acadio. Tuve que memorizarla letra por letra.

—Por lo general, puedo detectar ese tipo de cosas —dijo Bracken—. Supongo que no me ha servido de mucha ayuda el haberme pasado la mayor parte del tiempo recorriendo a hurtadillas pasadizos olvidados. Rara vez salgo a los pasillos principales.

—¿Estamos listos? —preguntó Warren.

—Tengo pocas posesiones —dijo Bracken—. Te seguimos.

Warren abrió la puerta de la celda. Kendra y Bracken lo imitaron y salieron al pasillo de puntillas, para doblar por la esquina siguiente.

Bracken le dio un codazo a la chica.

—Nagi Luna habita a la vuelta del próximo recodo, al fondo del pasillo.

—Vaya vecindario tan chungo —susurró Warren. Se detuvo delante de una pared monda y lironda.

—¿Aquí? —preguntó Bracken, recorriendo con la mano la superficie de la pared y con mirada atenta—. Debo de estar perdiendo mi sentido del tacto.

Warren pronunció unas extrañas palabras, la pared se volvió semitransparente, y él la atravesó sin más.

Bracken soltó un silbidito en voz baja.

—Ya me siento algo mejor. Estaba muy bien camuflada: es obra de un verdadero maestro.

Kendra y él atravesaron la pared y empezaron a subir por una larga escalera.