12

Rescate

Al día siguiente, escudriñando por la ventana de la cocina, Kendra divisó a Hugo sentado en la pradera de hierba con las piernas estiradas, los hombros encorvados y sus enormes manazas entrelazadas en el regazo. En sintonía con la atmósfera primaveral que reinaba en Fablehaven, el golem estaba más vistoso que nunca, con abundancia de flores silvestres, enredaderas en flor y matas de hierba brotándole de su cuerpo de tierra. Dale estaba de pie a su lado, con las manos en las caderas. Kendra se dio cuenta de que nunca había visto al golem sentado.

Kendra salió por la puerta de atrás y cruzó la pradera en dirección a Dale.

—¿Le pasa algo a Hugo? —preguntó.

—Hola, Kendra —contestó Dale, secándose el sudor de su frente con un pañuelo—. Nunca le he visto en este estado. El grandullón lleva todo el día de capa caída. Luego, al salir del granero, me lo he encontrado arrancando briznas de hierba.

Kendra se fijó en los hoyitos y en los trozos de tierra arrancada que había delante del golem.

—¿Te encuentras bien, Hugo?

La enorme cabeza pivotó hacia ella y sus ojos cavernosos la miraron con expresión seria.

—Hugo bien —dijo como cansado. Su voz bronca iba haciéndose más expresiva e inteligible con cada día que pasaba.

—Bueno, entonces levántate —le azuzó Dale—. Tenemos un montón de tareas que hacer. Estás poniendo nervioso a todo el mundo. —Dale parecía incómodo.

Kendra se preguntó si su amigo echaba de menos la forma de ser de Hugo de antes. En el pasado no había hecho otra cosa que obedecer órdenes. Sin embargo, desde que las hadas le habían manipulado, el golem había empezado a desarrollar su propio libre albedrío. Casi siempre obedecía las órdenes, pero de tanto en tanto desviaba sus pasos o improvisaba.

Hugo se levantó soltando un gruñido que sonó como si se despeñasen unas rocas. Con la boca fruncida, se quedó mirando a Dale desde arriba.

—Ese es el espíritu —dijo este, como si estuviera dándole ánimos a un chiquillo—. Vamos a ocuparnos de esos establos.

Hugo, con sus poderosos brazos a los costados, se dobló por la cintura y se echó hacia delante. Golpeó fuertemente el suelo con la cabeza, cavando un surco pequeño en la hierba. Muy rígido, mantuvo la postura inclinada, con los brazos pegados al cuerpo y sostenido solo por la cabeza y los pies, con el trasero apuntando al cielo.

—¿Qué te pasa, Hugo? —preguntó Kendra. ¿Podía ser que el golem hubiera enfermado? Su aspecto era absolutamente patético.

Impulsándose con los brazos, Hugo se dejó caer de culo hasta quedar sentado.

—Seth ido —dijo, y su voz sonó como un estruendo lúgubre.

—Echas de menos a Seth, ¿verdad? —respondió Kendra—. Volverá.

Hugo movió negativamente su pesada cabeza.

—Seth cogido.

—¿Quién te ha contado que cogieron a Seth? —preguntó Dale.

—Doren.

La chica pestañeó. De pronto, el comportamiento de Hugo cobró mucho más sentido: estaba preocupado por Seth.

—¿Eso es lo que te tiene alicaído? —preguntó Dale—. ¿Echas de menos a tu compañero de juegos?

Hugo se dio unas palmadas en el pecho.

—Echo menos compañero.

—Seth estará bien —le dijo Kendra con intención de subirle los ánimos—. Ha superado situaciones duras en el pasado. —Deseó poder creerse plenamente sus palabras.

Hugo la observaba con una enervante mirada sin ojos.

—Hugo quiere ayudar.

—La mejor manera de ayudar es hacer que Fablehaven siga funcionando con normalidad —le apremió Dale—. De lo contrario, cuando Seth quiera volver a casa no habrá una reserva esperándole.

Una vez más, el golem se puso de pie. Miró desde lo alto a Kendra.

—Vosotros ayudar Seth.

—Ya se nos ocurrirá algo —le prometió Kendra. No podía explicarle que ya tenían planeada la operación de rescate. Solo podían hablar de los planes en el pasado. A lo mejor el golem necesitaba distraerse—. ¿Quieres jugar al lobo, Hugo? ¿O a darle a una pelota de béisbol? Me puedes tirar a la piscina.

El golem se obligó a sonreír con su boca desdentada y se frotó el pecho, hecho de piedras.

—No sentir bien. Después tal vez. Establos primero.

—Nunca le había visto tan emocionado —dijo Dale entre dientes, casi sin despegar los labios.

—Es muy tierno —afirmó Kendra, haciendo grandes esfuerzos para contener las lágrimas.

—Vamos —dijo Hugo, y levantó del suelo a Dale, a quien estrechó contra el pecho. El golem dio unas delicadas palmaditas a Kendra en el hombro, se giró y se alejó del jardín a grandes zancadas.

La chica se quedó sola. Se sentó en la hierba, que las posaderas del golem habían dejado apisonada. La operación de rescate daría comienzo dentro de una hora. Trask y Elise aún no habían llegado. Pero estaban preparados. Warren los teletransportaría a Fablehaven en el último momento.

Cuatro hadas se acercaron revoloteando y se pusieron a colocar de nuevo los montones arrancados de tierra y hierba en sus agujeros correspondientes. Kendra centró su atención en el hada que tenía más cerca. Era rubia, con el pelo corto, y llevaba un sencillo vestidito suelto del color de los pétalos del girasol. Sus alas translúcidas de mariposa terminaban en unas curiosas puntas enroscadas. Kendra se maravilló al ver aquellas manitas diminutas aplastando el terrón de tierra al colocarlo en su sitio de nuevo. ¡Qué extraño, contemplar en silencio a una mujer preciosa del tamaño de un insecto!

Al darse cuenta de que la miraban, el hada alzó la vista hacia Kendra con semblante de vacilación, al tiempo que se sacudía las primorosas manitas para limpiarse la tierra. La mujer en miniatura comprobó si se le había manchado su radiante vestidito.

—Estás guapísima —dijo Kendra.

El hada sonrió de oreja a oreja, revoloteó y subió por el aire, para alejarse en dirección al rosal más cercano. A las otras tres hadas se les notó la envidia en la mirada.

—Estáis todas divinas —les aseguró Kendra.

Y ellas también alzaron el vuelo.

—Y según tú era tan grande y patosa que no sabría apreciar el estilo —le espetó una a otra con su voz aguda.

Kendra sonrió. Desde luego, merecía la pena proteger este mundo extraño y magnífico de criaturas mágicas. Podía comprender por qué sus abuelos habían dedicado su vida a la causa. Solo lamentaba que aquel trabajo entrañase tanto peligro.

Se paró a pensar en cómo podría usar a las hadas de Espejismo Viviente para ayudar a la fuerza de ataque. Dado que obedecerían cualquier orden que ella les diese en nombre de la reina de las hadas, se tomó en serio la responsabilidad. Sus órdenes podían provocar que hadas inocentes perecieran sin que se les diese la menor opción de decidir nada en el asunto.

Las hadas de Espejismo Viviente podrían proporcionarle al menos ayuda como guías y centinelas. Dado que el sigilo era la clave de la misión, esa orientación extra podría dar a la fuerza de asalto el empuje que necesitaban. Pasó la mano por encima de la hierba que las hadas acababan de colocar en su sitio. Las porciones reparadas estaban perfectamente ensambladas al resto de la pradera. Las hadas poseían una magia reparadora muy potente. Kendra se preguntó si la misión que estaba a punto de comenzar podría beneficiarse de alguna manera de la magia de las hadas.

Warren salió de la casa vestido todo de negro y saltó por encima de la barandilla del porche.

—¿Meditando? —preguntó.

—Algo así —respondió Kendra, levantándose del suelo.

—Acabo de dejar a Bubda instalado en una bodega de la mazmorra —dijo Warren—. Le dejé con una baraja de naipes, después de enseñarle a hacer solitarios. El pequeñajo se resistió con ahínco a abandonar la bodega de la mochila. Pero en cuanto se hundió en una bolsa de tomates pochos, se sintió mucho mejor.

—¿Cómo se ha tomado Vanessa su traslado a la caja silenciosa? —preguntó Kendra.

—Como una profesional —dijo Warren—. Puede que la idea no la vuelva loca, pero lo entiende. Ahora que unos cuantos de nosotros vamos a salir para Four Pines, sabe que no podemos permitir que ande suelta.

Habían decidido fingir que varios de ellos iban a teletransportarse a una reserva de Canadá llamada Four Pines, Cuatro Pinos. Cuando hablaban sobre todos los preparativos que estaban haciendo, lo hacían en referencia a este contexto, para explicar por qué estaban reuniendo tanto equipamiento y para dirigir la atención de la Esfinge hacia un lugar equivocado. Había sido idea de Coulter.

—Será interesante ver otra reserva —dijo Kendra.

—Te gustará —repuso Warren—. Ruth me ha dicho que ya puedes ir a cenar.

—¿Qué hay hoy?

—Comida italiana —respondió Warren—. Pasta, lasaña, pizza, ensalada… No falta de nada. Hice trampa y usé el Translocalizador para ir a por la cena a mi restaurante favorito. Te va a encantar.

Kendra pensó en la mañana en que habían tratado de calmarla a base de tortitas antes del viaje a Valle Pedregoso. ¿Una cena de pasta sería la última comida para alguno del grupo? Intentó apartar de su mente aquel pensamiento tan tétrico.

Siguió a Warren al interior de la casa, donde Coulter y Tanu se afanaban sacando de unas bolsas recipientes de plástico con comida. La abuela Larsen no iba a participar en la cena. Kendra apenas la había vuelto a ver desde la reunión que habían mantenido en un momento del pasado. Su abuela y el enano guardaban silencio mientras se hallaban en el presente, y en esos momentos estaban alojados en una celda de la mazmorra.

Warren tenía razón sobre la comida. La lasaña con especias estaban tan deliciosa que, de hecho, dejó de pensar en la misión que estaba a punto de comenzar y se tomó un buen trozo. De postre tomó cannoli, que también le supieron a gloria.

Los abuelos Sorenson llegaron los últimos a la mesa. La abuela llevaba una sudadera gris claro y vaqueros; el abuelo iba todo de negro. Kendra supuso que como ella y la abuela solo se quedarían unos minutos en Espejismo Viviente, no hacía falta que se pusieran ropa muy de camuflaje.

Kendra lanzó una mirada al reloj de la pared mientras sus abuelos cenaban. Fueron pasando los minutos. A las 6:20, Tanu fue a buscar a la abuela Larsen y al enano a la mazmorra. Cinco minutos después, Warren utilizó el Translocalizador para traer a Trask y a Elise. Volvió al cabo de unos segundos.

Todos se pusieron a comprobar su equipo y a colgárselo de los hombros. Tanu examinó sus pociones. Trask ajustó sus armas. El enano se zampó no menos de seis cannoli, metiéndoselos en la boca por debajo de la careta.

—Cuatro Pinos no debería ser peligrosa —anunció Trask, envainando una daga que había desenfundado—, pero toda cautela es poca. —Warren debía de haberle susurrado un instante antes cuál era su verdadero lugar de destino.

El abuelo dio una palmada a Coulter en el hombro.

—Volveremos enseguida.

—Os estaré esperando —contestó este.

—¿Ya? —preguntó el enano.

—Yo primero —dijo Warren, sujetando el Translocalizador—. Ya sabes lo que hay que hacer.

Tollin giró la sección central y desaparecieron por arte de magia. Kendra sabía que Warren había hablado con el enano para elegir un punto alternativo de Espejismo Viviente en el que podía dejarle, pero no conocía los detalles. Al instante, el enano enmascarado regresó sin Warren.

Trask y la abuela Larsen asieron cada uno un extremo del Translocalizador y se esfumaron con el enano. La abuela Larsen reapareció y se llevó consigo a Tanu y al abuelo Sorenson. Unos segundos después, regresó a por Elise y la abuela Sorenson.

—Ten cuidado —dijo Coulter a Kendra—. Nos vemos.

Ella respondió asintiendo con la cabeza, pero con la mente en otra cosa. Notaba la boca seca y las palmas de las manos húmedas.

La abuela Larsen regresó.

—¿Preparada? —preguntó, con la voz amortiguada por la careta.

Kendra asió el Translocalizador. Su abuela giró el mecanismo y de pronto aparecieron en medio de un olivar en penumbra en el que hacía una agradable temperatura. En el cielo sin luna titilaba un brillante manto de estrellas. La abuela Larsen se llevó un dedo a los labios de su careta para indicarle que guardase silencio.

—Trask, Elise y Tanu registrarán la zona —susurró—. Tenemos cinco minutos para localizar a una o dos hadas. En ese momento, tanto si hemos encontrado alguna como si no, Kendra y Ruth regresarán a casa y nosotros continuaremos adelante.

Tollin se había quitado la careta. Tenía una barba gris, toda empapada de sudor. El enano se dio unos toques en la sien y enroscó un dedo mirando a la abuela Larsen, para darle a entender que quería que se agachase. La abuela Larsen se quitó su máscara y se inclinó para acercar una oreja al enano. Rápidamente, él le arrebató el Translocalizador, giró la parte del centro y desapareció.

Durante la breve pausa que se hizo a continuación, Kendra sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Eso era el fin.

—¡Dispersión! —gritó el abuelo.

Al instante, del cielo empezaron a caer unas redes de pesca con plomos en los bordes.

Kendra oyó el sonido de unas cuerdas de arco al disparar y el silbido de unas cerbatanas. Por todas partes le llegaba el eco de unos gritos roncos. En algún lugar por encima de ellos y por detrás el ave roc chillaba con tal potencia que podría rivalizar con el rugido de cualquier dragón. En medio de toda aquella conmoción, la chica reconoció el espeluznante cántico del brujo Mirav.

Los integrantes de la fuerza de ataque cayeron al suelo dando tumbos al tratar de escapar, en vano, enredados en las mallas, atontados por el efecto de los dardos o paralizados por algún hechizo. Kendra, petrificada por el terror y la desesperación, vio cómo los demás caían. Divisó a Trask cortando una red con una espada corta. Oyó a su abuelo gruñendo al hacer grandes esfuerzos para moverse; logró avanzar una escasa distancia tirando de sí, hasta que se desplomó, inconsciente.

Aturdida, Kendra se dio cuenta de que no se había llevado ni un rasguño. Tal vez su parálisis en medio de toda aquella conmoción había evitado que sus enemigos la pusieran en el punto de mira. Tal vez la consideraban el miembro menos peligroso del grupo. Tal vez fue pura chiripa. Por un momento se preguntó si podía ser que la protegiese algún tipo de escudo mágico. No, allí solo eran unos intrusos. Su escudo había sido el secreto, y el enano los había traicionado.

Kendra se desmoronó en el suelo y fingió haberse desmayado. A lo mejor si actuaba con picardía, podía huir arrastrándose por el suelo, mientras rodeaban a los demás. Nadie podía ver en la oscuridad mejor que ella. Si conseguía escabullirse sin que la apresasen, tal vez podría encontrar un modo de ayudarlos.

Oyó unas pisadas que se acercaban a toda prisa, así como voces que susurraban y el roce de unos arbustos. ¿Debía moverse? ¿Debía esperar?

—Esta está despierta —dijo una voz seca por encima de ella.

Kendra abrió los ojos y se encontró mirando desde abajo a Mirav. El brujo estiró el brazo y con su mano de largas uñas le echó unos polvos brillantes en la cara.

De inmediato, ella sintió un cosquilleo insistente, como si tuviese ganas de estornudar, pero el estornudo no quisiera salir. En cambio, todo a su alrededor empezó a dar vueltas y, finalmente, la oscuridad la envolvió.

• • •

Kendra se despertó con la espalda apoyada en un almohadón afelpado, de forma más o menos cuadrada. La Esfinge estaba frente a ella, sobre una alfombrita, con las piernas cruzadas. La chica se empujó para enderezarse. Se hallaban en un balcón amplio de suelo de baldosas, iluminado por el fuego de unas antorchas. La soberbia neblina que formaban las estrellas rutilaba sobre sus cabezas.

—Bienvenida a Espejismo Viviente —dijo la Esfinge en un tono agradable.

Kendra se notó sorprendentemente alerta. No le quedaba ningún rastro de somnolencia después de haber estado inconsciente. Allí estaba, sentada a solas con el hombre que había saboteado su vida y que le había arrebatado a su familia.

—¿Dónde están todos?

—Tus cuatro abuelos están bajo mi custodia. Al igual que tus padres, al igual que tu hermano, al igual que muchos de tus amigos.

—¿Están todos bien? —preguntó Kendra.

La Esfinge le ofreció una amable sonrisa de dientes blancos.

—Ninguno resultó herido, y eso que muchos intentaron defenderse peleando. El único que no ha sido capturado aún es Warren, pero Tollin nos ha dicho dónde lo dejó. Pronto le tendremos.

Ella despreció su sonrisa. Aborrecía esa actitud amistosa suya.

—El enano nos traicionó.

—No culpes al enano —dijo la Esfinge—. Todo esto estaba orquestado. Él fue simplemente una pieza del puzzle, un ansioso servidor deseoso de llevar honor y comodidades a su pueblo.

—¿Nos viste con el Óculus?

—Cuando tu abuelo Hank envió su primer mensaje a su mujer, echó a perder vuestra causa. Se tarda mucho, mucho tiempo en ganarse mi confianza, Kendra. El encargado suplente que me sustituyó era un hombre muy competente, pero estaba a décadas de haberse ganado una pizca de credibilidad. Steve, tal como se hacía llamar Hank, era vigilado de manera constante. No puedo describir la emoción que sentí cuando me enteré de que había enviado a tu casa una lata mensajera. Un espía que no es consciente de que han descubierto su tapadera puede ser una baza sumamente valiosa. Mi alegría creció cuando fisgué en su biografía y descubrí que estaba desesperado, ansioso por rescatar a sus familiares. Usar al enano para dar al traste con vuestra incursión fue coser y cantar. Hasta yo mismo me sorprendí de ver todo lo que habíamos ganado. No esperaba que fueses a unirte al grupo. ¿Puedo ofrecerte algo de comer?

Kendra desvió la mirada hacia una mesa redonda y baja que había cerca, repleta de comida y diferentes bebidas.

—No, gracias.

—Los higos son extraordinarios.

—Acabo de cenar comida italiana.

—¿Agua, tal vez? ¿Zumo?

—Estoy bien. ¿Qué vas a hacer con nosotros?

La Esfinge entrelazó las manos en su regazo.

—Vuestra única tarea en el futuro próximo consistirá en relajaros. Vuestra participación en los acontecimientos venideros ha concluido.

—¿De verdad te propones abrir Zzyzx? —preguntó Kendra.

La Esfinge sonrió y se tocó levemente los labios con los dedos.

—Era inevitable. Cuando uno pone todo su empeño en algo, se tiene un poder asombroso.

—Vas a destruir el mundo.

La sonrisa titubeó.

—Tú y tus seres queridos habéis luchado con denuedo porque pensáis que se trata de eso. No os guardo ningún rencor. Al final seréis liberados.

Kendra miró a un lado y otro del balcón, fijándose en las macetas con helechos y aspirando las exóticas fragancias.

—¿Por qué me has traído aquí?

—Con tu hermano tuve la misma deferencia. Me fascináis, chicos. Tenéis un potencial extraordinario. ¿Estás segura de que no quieres comer nada? El rancho que se sirve en la mazmorra no es tan exquisito.

—¿Es ahí dónde los tienes metidos?

—Tómatelo como una muestra de respeto. Muchos de vosotros sois adversarios peligrosos. La estancia será temporal, te lo aseguro. Nuestros planes están a punto de concretarse.

Kendra se dirigió a la mesa y se sentó en una esterilla.

—Quizá beberé agua.

La Esfinge fue con ella a la mesa.

—Prueba el zumo de pera. Es muy ligero. —Sacó una garrafa helada de un cubo de hielos y vertió el translúcido fluido en una copa grande.

La chica probó la bebida. La Esfinge tenía razón. Aquel líquido tenía un sabor sutil y fresco.

—¿Tienes alguna pregunta que hacerme? —preguntó la Esfinge.

—Ninguna que me fueras a responder —le replicó, enfurruñada.

—Ponme a prueba. A tu hermano le ofrecí algo similar. Todo ha terminado, finalmente. Todavía falta por atar algún cabo suelto, pero la partida ha llegado a su fin. Puede que no sea un hombre muy expresivo, pero, Kendra, estoy de celebración. Me causa alivio soltar por fin la carga de mis secretos.

—Vale, pues dime cuál va a ser tu siguiente movimiento —dijo Kendra, sin contar con recibir ninguna respuesta.

La Esfinge apretó los labios.

—Me gusta pensar que en cuanto tú y tu familia me comprendáis de verdad, vuestro odio se desvanecerá. Mis fines son nobles, y mis medios no son más desagradables de lo necesario. ¿Te gustaría conocer los pasos que quedan hasta que se abra Zzyzx?

—Claro.

La Esfinge eligió una pieza de fruta y dio un mordisco.

—No preveo de qué modo contarte esta información puede causarme algún perjuicio. Sin embargo, va contra mi instinto desvelar mis planes.

—Tú me dijiste que te preguntara.

—Lo sé, lo sé. Y en muchos sentidos estoy impaciente por compartir estos secretos. La discreción ha sido necesaria durante tanto tiempo que me cuesta cambiar de hábito. Si te revelo esta información, como muestra de buena voluntad, ¿me prometerás al menos plantearte la posibilidad de que realmente yo sea un aliado vuestro?

A Kendra le dieron ganas de tirarle el zumo de pera a la cara. Sin embargo, por muy imposible que pudiera parecer su causa, y por muy seguro que estuviera la Esfinge de su victoria, siempre cabía la posibilidad de que aquella información pudiese resultarles útil.

—Claro, te lo prometo.

La Esfinge se quedó observándola detenidamente un buen rato.

—¿De verdad me odias tanto?

—Ponte en mi lugar.

—Entiendo. —Se irguió y se puso serio—. Nuestra primera tarea será sacar el Cronómetro de Fablehaven. No te preocupes, deberíamos lograr este objetivo sin hacer daño a ninguno de tus amigos de allí. A continuación, retrocederé en el tiempo con dos acompañantes. El Cronómetro solo funciona si lo usan unos mortales.

—Vale.

Él masticó la fruta con aire meditabundo.

—Estoy a punto de resumirte siglos de investigación, de contarte secretos por los que los hombres matarían. Son unos secretos por cuya protección yo mismo he matado. Así pues, disfrútalo. Zzyzx se encuentra en la isla Sin Orillas, en el Atlántico. La entrada está en una cámara de piedra prácticamente impenetrable, en una montaña hueca. La cámara de piedra está encantada, algo muy parecido a lo que pasa con la Piedra de los Sueños del desierto de Obsidiana. Dicho de otro modo, una explosión nuclear le haría el mismo daño que una ligera brisa, de la misma manera que un impacto de meteorito no conseguiría arrancarle ni un rasguño. Existe solo un punto débil. La cámara de piedra de la isla Sin Orillas se abre un solo día cada mil años.

—¿Cuándo fue la última vez que se abrió? —preguntó Kendra.

—En el siglo XVI de nuestra era. Por tanto, puedo esperar casi seiscientos años a que se abra, o puedo retroceder en el tiempo.

—¿Vas a abrir Zzyzx en el pasado? —exclamó Kendra, y el espanto se le coló en la voz.

—Eso sería muy cómodo —dijo la Esfinge—. Por desgracia, los genios que diseñaron Zzyzx no la crearon pensando en la comodidad. Más bien al contrario, de hecho. Como el Cronómetro no puede llevar objetos al pasado y dado que es necesario usar las otras llaves para abrir la prisión, es imposible abrir la puerta de entrada en el pasado.

Kendra, pensativa, arrugó la frente.

—Entonces, retrocederás en el tiempo hasta el día en que se abrió la cámara, entrarás en ella, luego volverás al presente y usarás el Translocalizador.

La Esfinge sonrió.

—Muy buena, Kendra. Has sido rápida. Como el Translocalizador puede llevarme a cualquier sitio en el que haya estado antes, debería proporcionarme un acceso fácil. Según mis cálculos, después podré abrir la cámara de piedra desde dentro.

—No suena muy complicado —lamentó Kendra.

—Esto es solo el principio —dijo la Esfinge—. Dentro de la cámara reside una peste muy agresiva. Una vez que entremos, tendremos que volver rápidamente al presente para curarnos con las Arenas de la Santidad. Después, en el presente, utilizaré el Translocalizador para transportar allí unas semillas. Las plantas que broten de ellas flotarán en el aire y erradicarán la peste.

—Espera un momento —dijo Kendra—. Antes de todo eso, ¿no tendrás que llegar hasta la isla Sin Orillas? Deberás regresar en el tiempo desde allí, ¿me equivoco?

La Esfinge sonrió.

—Una de las cosas buenas que tiene el haber vivido una larga vida. El señor Lich y yo somos tal vez los únicos hombres vivos que han estado en la isla Sin Orillas. El Translocalizador me llevará directamente allí, con el Cronómetro y las Arenas de la Santidad.

Kendra dio otro sorbito a su zumo de pera.

—¿Los cinco objetos mágicos son además las llaves en sí?

La Esfinge asintió.

—Son las llaves que abren la gran puerta de Zzyzx. Pero cada uno cumple un doble propósito. Sin ellos sería imposible acceder a la gran entrada.

—Entiendo cuál es el propósito que se esconde tras el Cronómetro, y el del Translocalizador, y el de las Arenas de la Santidad —dijo Kendra—. ¿Qué otra finalidad cumple el objeto mágico de la inmortalidad?

La Esfinge levantó un dedo.

—Yo estoy convencido de que se trata de un fin de tipo práctico. La Pila de la Inmortalidad permite a un mortal vivir el tiempo necesario para resolver este rompecabezas gigantesco.

Kendra comprendió algo de pronto.

—Y te permite a ti vivir el tiempo suficiente para regresar en el tiempo hasta una fecha tan lejana como para poder entrar en la cámara.

—O vivir el tiempo suficiente para esperar a que vuelva a abrirse —añadió la Esfinge—. Kendra, si esto fuese una entrevista de trabajo, te contrataría inmediatamente.

—Tendría que rechazar tu ofrecimiento —dijo ella—. ¿Y qué hay del Óculus?

—En muchos sentidos, el Óculus es el objeto más importante —respondió la Esfinge—. Gracias a él puedo localizar los demás elementos. Y me ayudará a encontrar a los eternos.

Kendra había estado cruzando los dedos para que no supiese nada de ellos. Decidió hacerse la tonta.

—¿Los eternos?

—Cinco mortales a los que hay que matar para poder abrir Zzyzx —explicó la Esfinge—. He encontrado ya a dos… y los he eliminado.

—¡Los has matado!

—A uno lo encontré antes de tener el Óculus. Al otro lo eliminé hace poco. Sin el Óculus, sería casi imposible encontrarlos a todos.

—Entonces, cuando los eternos estén muertos…

—Cuando el calificativo «eternos» ya no pueda aplicárseles, y cuando tenga acceso a la cámara y haya limpiado de enfermedades el aire, solo tendré que esperar a la mañana siguiente a la luna llena para insertar las llaves y que la puerta se entreabra. Entonces, negociaré con Gorgrog, el rey de los demonios. Si no accede a cumplir mis condiciones, no abriré la puerta del todo. Él quiere salir de allí. Al final tendrá que acceder. Y será el amanecer de una nueva era.

—Y el nombre de esa nueva era será «el fin del mundo».

Sonriendo tristemente, la Esfinge negó con la cabeza.

—No, pero sí será el fin de las cárceles y el fin de la desigualdad.

—Sinceramente, espero que tengas razón. Porque no se me ocurre de qué manera va a poder nadie detenerte. Yo preferiría casi cualquier cosa, antes que el fin de todas las cosas.

—Relájate, Kendra. Tengo pensado hasta el más mínimo detalle. Lo único que tienes que hacer ahora es esperar. ¿Quieres formular alguna otra pregunta?

Kendra arrancó una uva y se la metió en la boca.

—Tengo el cerebro hecho picadillo. No se me ocurre nada más.

—¿Has comido todo lo que querías comer?

—Sí, supongo.

—Entonces, ha llegado el momento de que conozcas tu nuevo alojamiento. Procuraré ponerte en algún sitio en el que puedas cruzarte con tu hermano. Me temo que las comodidades son escasas, pero, o mucho me equivoco, o tu estancia será corta. —La Esfinge dio una palmada y cuatro guardianes armados salieron al balcón.

—No lo hagas —suplicó Kendra, llorando; ella misma se sorprendió ante aquel repentino arranque de emoción—. Todavía puedes parar todo esto. Deberías estar protegiendo estos objetos mágicos, no usándolos.

—Cálmate —dijo la Esfinge—. Nadie puede hacerme cambiar de idea. No malgastes energía. Mi voluntad está reforzada por el poder de la certidumbre.

Un guardián ayudó a Kendra a levantarse.

—Espero que alguien te detenga —soltó la chica.

La Esfinge se sirvió una copa de zumo de pera. Dio un sorbo, tragó y a continuación dijo en tono amable pero rotundo:

—Espera otra cosa.