11

El secreto de Vanessa

Kendra nadaba en un lago poco profundo lleno de algo parecido a sirope. Por culpa de ese líquido viscoso, mantener la cabeza fuera de la superficie era todo un reto, porque además tampoco quería tocar el fondo, ya que, poblado como estaba de criaturas pegajosas que se enroscaban y se retorcían, podía llevarse un mordisco o una picadura. El engrudo parduzco de la superficie tiraba y se arrugaba a medida que ella lentamente se abría paso por él, batiéndolo con brazos y piernas con gran dificultad. Sus únicos puntos de referencia eran unas ramas muertas que asomaban en el fango.

Su abuela la zarandeó por el hombro. Kendra se despertó con un sobresalto, aliviada de que alguien la liberase de aquel desagradable sueño, pero un tanto confusa porque no vio nada que indicase que hubiese amanecido. Un vistazo al reloj de la mesilla de noche confirmó que eran las 3:22 de la madrugada.

—¿Qué pasa? —preguntó; el miedo disipó su somnolencia.

—No es ninguna emergencia grave —la tranquilizó la abuela—. Estamos a punto de averiguar el secreto de Vanessa.

Kendra se enderezó como por efecto de un resorte.

—¿De qué se trata?

—Han venido unas visitas —dijo la abuela—. Stan, Tanu y Warren han salido a recibirlos a la cancela.

—Podría ser una trampa —repuso la chica. ¿Y si dejaban entrar a un par de dragones camuflados bajo apariencia humana? ¿O a ese brujo, Mirav?

—Vanessa le ha susurrado el secreto a Stan hace una hora —dijo la abuela—. Al parecer, ha estado en comunicación con alguien importante, y esa persona va a venir aquí esta noche. Stan quedó satisfecho con su explicación. Actuará con cautela. Deberías vestirte.

Kendra salió ágilmente de la cama y empezó a cambiarse de ropa.

—No sabes detalles, ¿verdad?

—Aún no. El plan consiste en hablar de la situación en un instante del pasado.

—¿Y yo puedo ir? —preguntó Kendra, esperanzada.

—Vanessa sugirió que deberías estar allí.

Kendra se sintió encantada de que contasen con ella. ¿Quiénes eran esos misteriosos visitantes? No se le ocurría nada que tuviese lógica alguna. ¿Se atrevía a esperar que fuesen tal vez sus padres? ¿O Seth? ¿Eso habría de ser un gran secreto?

En vaqueros y con una camiseta cómoda, Kendra siguió a la abuela hasta el vestíbulo de la casa. La puerta se abrió justo cuando llegaban. Entró el abuelo, seguido de una figura enmascarada de mediana altura, ataviada con una capa suelta y con capucha. La máscara era una careta de cómic, hecha de caucho, que representaba a un hombre de ceño fruncido y ojos bizqueantes, labios carnosos y mejillas rollizas. Una persona de menor estatura, quizás un niño pequeño, entró también; llevaba una careta de un perro sonriente con la lengua colgando. Warren y Tanu cerraban la retaguardia.

—Me alegro de que estés levantada, Kendra —dijo el abuelo. Indicó las escaleras—. Por aquí.

Kendra y la abuela se unieron a la procesión hasta el lado secreto de la buhardilla. La chica seguía sin poder imaginarse quiénes serían aquellos visitantes disfrazados. Esperaba que su abuelo supiese lo que se hacía al dejar entrar a esos desconocidos enmascarados en la habitación más secreta de toda la casa.

Cuando llegaron a la buhardilla, vio que Coulter los esperaba con el Cronómetro.

—Vamos a viajar a una noche de hace diez años. El desván debería estar vacío.

—Bien hecho, Coulter —dijo el abuelo—. Kendra, Warren y Ruth vendrán conmigo y con nuestro visitante más alto. El otro nos esperará aquí.

—Los demás no tendremos que esperaros mucho rato —apuntó Tanu.

—Cierto —dijo el abuelo—. A los que os quedáis aquí nuestra conversación os parecerá que ha transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Los consejos de Patton ayudaron a Coulter a dar con el código para configurar el Cronómetro. Nos reuniremos en el pasado tantas veces como haga falta para que todos os pongáis al corriente.

Kendra se sentía entusiasmada de formar parte de los primeros en conocer el secreto, aunque no le hacía mucha ilusión, francamente, quedarse de nuevo sin aire en los pulmones, de golpe y porrazo. Sus abuelos y ella, junto con Warren y el misterioso invitado, se juntaron alrededor del Cronómetro.

—Para que nadie sufra de pudor —dijo la abuela—, digo que todos cerremos los ojos mientras yo voy a por unas mantas.

—Suena razonable —respondió el abuelo—. Poned todos una mano en el mecanismo.

Hicieron lo que les decía. El abuelo deslizó un símbolo a lo largo de un surco, hacia abajo, y cambió de posición el interruptor.

Kendra se preparó para la sacudida, tensando los abdominales, pero el gesto no hizo nada por evitar la alarmante sensación de expulsión brusca del aire de los pulmones. Con los ojos cerrados, se agarró por la cintura y movió arriba y abajo los hombros mientras trataba de reiniciar la respiración. Tosió débilmente y el aire empezó a fluir adentro y afuera.

Oyó a la abuela moverse de un lado para otro. El desconocido estaría totalmente expuesto. Kendra se aguantó las ganas de mirar a hurtadillas. Al cabo de poco tiempo lo sabría todo.

Oyó y percibió que encendían una luz. La abuela le echó por los hombros, desde atrás, una suave colcha. Kendra se envolvió con ella.

—Vale —dijo la abuela al cabo de pocos instantes—. Abrid los ojos.

Kendra los abrió y miró al visitante. Se sintió como si volviese a quedarse sin aire por segunda vez. El desconocido era su abuela Larsen.

—Lo siento mucho —dijo ella cariñosamente, sin apartar los ojos de Kendra.

¡La abuela Larsen estaba muerta! ¡Ella y el abuelo Larsen habían muerto asfixiados, los dos a la vez! Kendra había asistido al funeral, ¡había visto su cuerpo embalsamado dentro del ataúd!

—¿Cómo es posible? —preguntó, como alelada, incrédula, incapaz de sentirse feliz aún por esa noticia. ¿De verdad aquella mujer era su abuela Larsen, la misma que le daba caramelos a escondidas, que la llevaba al parque y que hacía empanadillas de queso? ¿La abuela que, de hecho, siempre había estado presente cuando ella y Seth eran pequeños?

—Kendra, tú más que nadie deberías tener la certeza —señaló la abuela Larsen—. Tú y la familia en verdad enterrasteis a dos bulbo-pinchos.

Kendra emitió un sonido, entre la risa y el llanto. Lágrimas de alivio le brotaron de los ojos. Su alegría estaba teñida de cierta sensación de haber sido traicionada. ¿Cómo podían sus abuelos hacerles vivir esto a todos ellos? Kendra se dio cuenta, con una punzada de culpabilidad, que así se sentirían sus padres cuando se enterasen de que en realidad no habían enterrado a su hija.

—Increíble —murmuró la abuela Sorenson.

—¿Y qué hay del tío Tuck y de la tía Kim? —preguntó Kendra.

—Desgraciadamente, ellos sí que murieron en aquella caravana —dijo la abuela Larsen—. Aprovechamos su fallecimiento para representar nuestra propia muerte.

El abuelo se arropó un poco más con su manta.

—Entonces, ¿qué ocurrió?

—Dejadme que os lo resuma —dijo la abuela Larsen—. Tu abuelo y yo llevamos mucho tiempo trabajando como espías para los Caballeros del Alba. Os hablo de cuando la Esfinge seguía siendo nuestro capitán, cuando se usaban máscaras y prácticamente nadie nos conocía. Stan y Ruth eran la excepción. Cuando las misiones que nos encomendaban empezaron a ser más delicadas, Hank y yo fingimos que nos jubilábamos. La Esfinge sabía que permanecíamos en activo, al igual que nuestro lugarteniente, pero ni uno ni otro nos vieron nunca cara a cara. Nos comunicábamos con nuestros jefes mediante mensajes en clave, usando falsas identidades. Muchos otros espías al servicio de los Caballeros del Alba actúan del mismo modo. Al fin y al cabo, en cuanto alguien descubre tu tapadera, tu carrera de espía se termina. El anonimato lo es todo. A diferencia de Stan y de Ruth, ocupados con sus obligaciones de encargados de la reserva, Hank y yo podíamos llevar una doble vida y pasábamos tiempo en casa entre una misión y otra.

—Os ibais de vacaciones con bastante frecuencia —recordó Kendra—. ¿No eran realmente vacaciones, verdad?

—Por lo general, no. Durante los meses que culminaron con la farsa de nuestro fallecimiento, la Sociedad del Lucero de la Tarde se volvió más activa que nunca. Más o menos en esa misma época a tu abuelo le ofrecieron la oportunidad de ocupar el cargo de ayudante del responsable de Espejismo Viviente.

—¿Espejismo Viviente? —preguntó Warren.

—La quinta reserva secreta —repuso la abuela Larsen—. El responsable es la Esfinge.

—Oh, no —dijo la abuela Sorenson, reprimiendo un grito.

—Si Hank aceptaba el cargo de ayudante del responsable, se convertiría en el espía mejor infiltrado en las filas enemigas habría llegado a estar. El truco consistía en que ir a Espejismo Viviente quería decir no salir nunca de allí. Solo un íntimo círculo de cinco miembros de la Sociedad tiene permiso para entrar y salir de Espejismo Viviente, lo que explica que se haya mantenido siempre en secreto. Incluso dentro de la Sociedad, prácticamente nadie sabe de la existencia de Espejismo Viviente.

—Y entonces fingisteis vuestra propia muerte —se adelantó Kendra.

—En parte queríamos explicar así por qué Hank iba a desaparecer, tal vez para el resto de su vida. Y en parte deseábamos evitar cualquier posibilidad de que nuestros enemigos pudieran llegar hasta nuestros hijos y nietos. La Sociedad desconoce que Hank y yo estamos casados. Para ellos, él es Steve Sinclair, y yo soy Clara Taylor.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a Hank? —preguntó la abuela.

—Tres días antes de que se marchara —contestó la abuela Larsen—. Más o menos cuando organizamos nuestro falso funeral. Yo no sabía dónde estaba Espejismo Viviente, porque él no lo sabía. No tuve noticias suyas hasta hace unas semanas.

—¿Qué estuvisteis haciendo todo ese tiempo? —preguntó Kendra.

—Crear mayor confianza con la élite de la Sociedad —respondió la abuela Larsen—. Hace años que no mantengo contacto con los Caballeros. La Sociedad me considera uno de sus miembros más leales. Tu abuelo y yo decidimos introducirnos lo más profundamente posible en ella, para actuar como última línea de defensa en caso de que las cosas se torciesen sin remedio. Y menos mal que lo hicimos, porque están realmente a punto de ponerse muy feas.

—¿Hace cuánto tiempo que sabéis lo de la Esfinge? —quiso saber Warren.

—Es muy hábil a la hora de no dejar rastros —dijo la abuela Larsen—. Yo no supe que era el jefe de la Sociedad hasta el año pasado, no sabía que era el capitán de los Caballeros hasta que con vuestro empeño salió a la luz.

—¿Cómo se implicó Vanessa en todo esto? —preguntó Kendra.

La abuela Larsen soltó el aire con gesto de exasperación.

—Vanessa dio conmigo hace unos años. Habíamos trabajado juntas en los tiempos en que se hacía pasar por miembro de los Caballeros. Aunque yo iba enmascarada cuando nos conocimos, cuando ambas formábamos parte de los Caballeros, y aunque yo solía llevar una careta cuando trataba con integrantes de la Sociedad, no sé cómo pero me reconoció durante un evento organizado por esta, si bien en aquel momento se calló el secreto. Durante sus labores de documentación previa a su llegada a Fablehaven, llegó a sus manos una película casera en la que se nos veía a Hank y a mí contigo y con Seth. Fue entonces cuando ató cabos y supo quién era yo realmente.

—Esa chica sabe hacer bien sus deberes —dijo Warren con admiración.

—Vanessa es una agente con mucho talento —añadió la abuela Larsen—. En tiempos me dio más dolores de cabeza que nadie. Deberíamos dar gracias porque haya desertado y se haya pasado a nuestro bando. Y deberíamos tomar todas las medidas de precaución posibles para evitar que vuelva a traicionarnos.

—¿No te fías de ella? —preguntó el abuelo.

—No sería sensato —respondió la abuela Larsen—. Al menos, no hasta que haya pasado esta crisis.

—Pero ¿no fue ella quien te trajo aquí? —preguntó Kendra.

—Ha sido muy servicial —dijo la abuela Larsen—. De vez en cuando, ha estado en contacto conmigo, usando a durmientes a los que previamente había mordido. De hecho, fue Vanessa quien me alertó de que Torina te había secuestrado.

—¿Tú colaboraste en mi liberación? —preguntó Kendra.

—Te observé mientras usabas el Óculus.

Kendra arrugó el entrecejo. Entonces se acordó de que poco antes de usar el Óculus un enmascarado había entrado en la sala con el señor Lich. En ningún momento le habían dicho quién era.

—Ibas con máscara.

—Así es. Afortunadamente, cuando trabajo con la Sociedad casi siempre llevo tapada la cara. Estoy segura de que te habría costado un montón disimular tu sorpresa. En aquel momento no podía hacer nada, salvo cruzar los dedos para que sobrevivieses a la experiencia del Óculus. Cualquier acción que llevase a cabo nos habría puesto en un aprieto a las dos. Pero después fui yo quien coló la mochila y el bulbo-pincho en tu cuarto.

—¡Tú me proporcionaste la mochila! —exclamó Kendra, cuya mente no paraba de darle vueltas a todo eso—. Siempre he querido saber quién me ayudó.

—La astucia lo es todo en mi sector profesional —dijo la abuela Larsen—. Ojalá hubiese podido hacer más. Hice lo que consideré que nos daba las mayores probabilidades de éxito. Me alegré de que tú sola pudieses hacer todo lo demás.

—Aquella mochila fue mi hogar durante unos meses —comentó Warren.

—Navarog la destruyó, y le dejó atrapado dentro —explicó Kendra—. Usamos el Translocalizador para rescatarle.

—Entonces debes de conocer a Bubda —dijo la abuela Larsen.

—Tanto Kendra como yo lo conocemos —respondió Warren—. Ese chiquitín cabezota no quiere salir de allí, pero acabará muriendo de hambre si no le sacamos.

—Entiendo que Bubda no quiera salir —respondió la abuela Larsen, riendo entre dientes, como si supiese algo más—. Por eso le dejé ahí en primer lugar. Le encanta su casa y, para ser un trol ermitaño, es sumamente amable y sociable. No me pareció que de verdad fuese a pasar nada malo si le dejaba seguir viviendo allí dentro.

El abuelo carraspeó ligeramente, poniéndose el puño cerca de la boca.

—Nos estamos desviando del tema. ¿Qué tal vamos de tiempo?

La abuela Sorenson miró la hora en un reloj de pulsera que debió de encontrar cuando fue a buscar mantas.

—Nos quedan quince minutos más.

El abuelo frotó el borde de su manta entre el pulgar y el dedo índice.

—Sé que puedo hablar en nombre de todos cuando digo que nos sentimos conmocionados y a la vez aliviados de ver que estás viva, Gloria. Estoy seguro de que tienes más cosas que contarnos. Has mencionado que Hank se puso en contacto contigo recientemente.

—Cuando Hank se enteró de que Scott y María estaban presos en Espejismo Viviente, empezó a planear su rescate. Cuando Seth apareció allí, empezó a trabajar aún más deprisa.

—¿Seth está vivo? —exclamó Kendra—. ¿Estás segura?

—La Esfinge le curó con las Arenas de la Santidad —dijo la abuela Larsen.

—Mis padres y él se encuentran en Espejismo Viviente —musitó Kendra—. ¿Dónde está?

—En Turquía del este —respondió la abuela Larsen—. Tenemos un modo de entrar. El plan consiste en recuperar todos los objetos mágicos que podamos mientras rescatamos a los miembros perdidos de la familia.

—Cuéntanos más detalles —dijo la abuela Sorenson.

—Hank lo arriesgó todo para sacar información de Espejismo Viviente. La reserva de la Esfinge continúa siendo su secreto mejor guardado. El origen de su inmortalidad es el objeto mágico que encontró hace siglos. Pero en los últimos meses, a medida que la Esfinge se ha ido sintiendo cada vez más seguro de su victoria, por fin ha empezado a bajar la guardia. Hank dirige la logística de Espejismo Viviente; se ha convertido en un hombre tan de su confianza que cuando la Esfinge se ausenta de la reserva, Hank pasa a ser el responsable de facto.

»En su primera comunicación, que llegó mediante lata mensajera, Hank me explicó que si nos hacíamos con el Translocalizador, él sabía cómo colarnos dentro. El día en que me enteré de que habíais recuperado el Translocalizador, envié la noticia a Hank y viajé a un lugar predeterminado de Estambul. Y allí estaba esperándome un enano.

—El enano que has traído esta noche aquí —dijo Warren.

—Correcto. Se llama Tollin. Antes trabajaba en Espejismo Viviente. Hank lo sacó de allí a escondidas. Con la ayuda de Tollin y con el Translocalizador, podemos entrar en Espejismo Viviente.

—¿Quién más conoce esta información? —preguntó el abuelo.

—Solo el enano, Hank y yo —le aseguró la abuela Larsen—. Ni siquiera Vanessa sabe que Hank se encuentra en Espejismo Viviente. Sus mensajes han llegado sin sufrir la menor manipulación, con un precinto de crípticos sellos para que se pudieran verificar. Hank mandó las latas desde la cancela misma de Espejismo Viviente, y los mensajes volaron directamente hasta mí. He viajado disfrazada, utilizando un juego totalmente nuevo de caretas. Tollin y yo hemos llevado puestas sendas máscaras todo el tiempo desde que llegué a Estambul. Volvimos a Estados Unidos por vías ilegales e imposibles de rastrear. Sin pasaporte ni tarjetas de crédito.

—Nuestro mayor peligro es el Óculus —advirtió la abuela Sorenson.

—Por eso hemos llevado todo el tiempo las caretas puestas —dijo la abuela Larsen—. Destruía los mensajes tan pronto como los recibía. Lo único que el Óculus podría haber visto desde tan lejos, si es que la Esfinge hubiese sabido siquiera que tenía que enfocarlo hacia mí, eran unos viajeros enmascarados. Es la primera vez que hablo de nuestros planes en voz alta.

—¿Hank está seguro de que podemos confiar en el enano? —preguntó Warren.

—Todo lo seguro que puede estar —respondió la abuela Larsen—. Es un pequeño milagro que consiguiera sacarle. En Espejismo Viviente un hombre se encarga de llevar un camión hasta una población cercana cuando se necesitan suministros. Ocuparse de ir a por ellos ha sido el trabajo de ese hombre desde hace cientos de años. Hank hizo un pedido y, sin que el conductor se enterase, consiguió que Tollin se fuese en el camión. Entonces, el enano viajó hasta Estambul. Hank nunca le ha dado motivos a la Esfinge para desconfiar de él. Tampoco yo, hasta que vine a Fablehaven esta noche. Hank ha trabajado estrechamente con el enano y está seguro de que Tollin, al igual que gran parte de los de su especie, acogerían con gran alegría la llegada de un nuevo encargado a Espejismo Viviente.

—Tendremos que actuar con rapidez —dijo Warren—. Cada minuto que pasamos en nuestro tiempo real aumenta las probabilidades de que la Esfinge lo descubra. ¿Es posible que se dé cuenta de que Tollin ha desaparecido?

—Hank se encarga de los enanos —intervino la abuela Larsen—. Espejismo Viviente es una reserva enorme. Él cuenta con que nadie reparará en la desaparición de Tollin hasta dentro de varias semanas, y puede inventarse algo si lo descubren. Pero estoy de acuerdo con que es preciso que actuemos con rapidez. El Óculus es poderoso, y suelen tenerlo apuntando hacia Fablehaven.

—¿Qué sabemos acerca de la disposición del conjunto que forma Espejismo Viviente? —preguntó el abuelo.

—Además de varias construcciones apartadas, hay tres zigurats principales —contestó ella—. La Esfinge tiene su cuartel general en el Gran Zigurat, con la mazmorra debajo. Guarda los objetos mágicos en su despacho. Hank se asegurará de que no los perdamos. Mandó con el enano un duplicado de todas las llaves importantes de la reserva, así como un mapa para saber llegar al Gran Zigurat, con varios túneles de servicio que rara vez se utilizan.

—A lo mejor tenemos alguna probabilidad de éxito —intervino Warren.

—Sí, la verdad es que sí —coincidió la abuela Larsen—. Espejismo Viviente ha estado protegida tanto tiempo por el secreto que la seguridad se ha descuidado bastante dentro del complejo. Hank ha mandado incluso unos documentos con membrete oficial para que saquemos a Scott, a María y a Seth si queremos intentar entrar disfrazados en la mazmorra. La gran ventaja del Translocalizador es que en cuanto lleguemos a los cautivos, no tenemos que ponernos a pensar en cómo escapar. La salida es instantánea.

—Y que podemos abortar la misión en cualquier momento —dijo la abuela Sorenson.

—Sin que nada nos impida volver a intentarlo más adelante —añadió Warren—. Pero es preciso que lo consigamos a la primera, si queremos aprovechar el elemento sorpresa. ¿Cómo de grande debería ser la fuerza de ataque que tenemos que reunir?

La abuela Larsen se encogió de hombros.

—Eso está abierto a debate. El Translocalizador solo traslada a tres personas por viaje. Un equipo reducido puede entrar y salir con más facilidad, pero un equipo más numeroso podría dividirse y tal vez le sea más fácil luchar para abrirse paso entre cualquier obstáculo que pueda presentarse.

—Evidentemente, el enano tendrá que acompañar a los dos primeros —dijo el abuelo—. Después podemos ir enviando a los que queramos.

—No debemos permitir que la Esfinge se apodere del Translocalizador —les recordó Kendra.

—Alguien de confianza debería quedarse todo el rato con el Translocalizador —dijo Warren, de acuerdo con ella—. Si las cosas se tuercen, la prioridad tiene que ser teletransportarse para salir de allí.

—No tenemos que dejarlo necesariamente con la fuerza de ataque —consideró la abuela Sorenson—. Por supuesto, sin el Translocalizador a mano, será mucho más complicado escapar de Espejismo Viviente, incluso si nos coordinamos mediante teléfonos por satélite y si establecemos puntos de encuentro.

—Los que entren en la mazmorra deben llevar el Translocalizador —dijo el abuelo—. Tendrán suerte si logran llegar hasta los cautivos, y más aún si consiguen salir de allí. Warren tiene razón: si todo lo demás falla, se puede abortar la misión y salir disparados.

—Es arriesgado —repuso la abuela Sorenson.

—Cualquier opción que nos queda es arriesgada —dijo el abuelo—. Esta situación es mucho más prometedora que cualquier opción que hubiéramos esperado encontrar. Si todo sale bien, podríamos rescatar a Seth, María y Scott, y recuperar los otros objetos mágicos.

—Y si sale mal —los advirtió la abuela Larsen—, podríamos quedarnos sin el Translocalizador y, poco después, sin el Cronómetro.

A Kendra se le removieron las entrañas de los nervios.

—Tiene razón. La Esfinge ha estado en Fablehaven. Y el señor Lich también. Si tuvieran en su poder el Translocalizador, podrían venir directamente aquí… Sería el fin de todo.

El abuelo se mordió el labio distraídamente, con la mirada perdida.

—Gloria, tú has tenido mucho más tiempo que nosotros para pensar en esta cuestión. ¿Qué nos recomendarías?

—Un equipo de seis —respondió ella—. Dos combatientes y yo nos reunimos con Hank. El enano lleva a otros dos hasta la mazmorra. La fuerza de ataque encargada de entrar en la mazmorra debería quedarse con el Translocalizador para volver a casa con los cautivos. Como Tollin ha tenido acceso antes a las proximidades de la mazmorra, los que vayan con él podrán teletransportarse a algún lugar cercano a su objetivo. En cuanto se aseguren de tener a los cautivos, una persona designada para ello regresará a un punto de encuentro fijado de antemano, para recogernos junto con los demás objetos mágicos.

—¿Cómo sabrá Hank cuándo tiene que entrar en acción? —preguntó Warren.

—Todas las noches, a las dos de la madrugada, se asomará a su ventana a comprobar si hay novedades, hasta que yo le envíe la señal. Eso quiere decir que nos interesaría lanzar el ataque alrededor de las 6:30 de la tarde, según nuestro horario, ya que hay siete horas de diferencia con Turquía.

—Yo propondría a un participante más —dijo Warren—. El enano debería llevar primero a un hombre extra y dejarlo allí, a buena distancia de los demás. Podría actuar como un mecanismo de seguridad, para recoger el desbarajuste si la misión se tuerce. Una especie de póliza de seguros humana. Por ahora llamémosle… Warren.

—¿En Espejismo Viviente hay hadas? —preguntó Kendra.

—Estoy segura —respondió la abuela Larsen—. Podemos pedirle información detallada a Tollin.

—Las hadas tienen que obedecer mis órdenes —le explicó Kendra—. Yo debería ir.

El abuelo se puso colorado.

—¡Ni hablar! La idea es no poner en peligro a vuestra familia al completo.

—En el pasado he tenido cierto éxito —le recordó la chica—. La idea es que nuestro plan dé resultado, ¿no es cierto?

La abuela Sorenson asintió, pensativa.

—A lo mejor podría entrar con nosotros en un primer momento, comunicar órdenes a algunas hadas y después venirse a casa enseguida.

—¿Tienes in mente a otros participantes? —preguntó la abuela Larsen.

El abuelo carraspeó.

—Yo encabezaría la fuerza de ataque hasta la mazmorra. Trask puede acompañarme con el enano. Elise y Tanu pueden ir contigo a ayudar a Hank.

—¿Y yo qué, me quedo en casita haciendo calceta y subiéndome por las paredes? —replicó la abuela Sorenson.

—¿Por qué no acompañas tú a Kendra? —propuso su marido—. Puedes ayudarla a encontrar hadas. Ponéis en marcha parte del apoyo y luego os teletransportáis de vuelta a Fablehaven antes de que yo salga para la mazmorra. Dejaremos a Coulter en casa como encargado suplente, y que Dale siga ocupándose de la logística; pero me quedaría mucho más tranquilo si permaneciera en casa más de uno de nosotros.

—Me parece razonable —admitió a regañadientes la abuela Sorenson.

—¿Dónde nos dejará el enano? —preguntó el abuelo.

—Cerca de un nido de roc —dijo la abuela Larsen.

—¿De roc? —exclamó Warren.

—¿De roca? —preguntó Kendra.

—Un ave gigantesca que se alimenta de elefantes y uros —aclaró la abuela Larsen—. Por lo general, todos los habitantes de Espejismo Viviente se mantienen alejados de la zona donde crían a sus polluelos, pero el nido queda a unos cinco minutos a pie del Gran Zigurat. Cuando ha tenido que realizar tareas de mantenimiento, Tollin se ha acercado hasta el mismo nido. Nos teletransportará hasta un lugar resguardado lo suficientemente próximo al roe como para que nadie nos moleste.

—Suena sensato —apuntó el abuelo—. Entiendo que quieres que todo esto suceda esta noche, ¿no?

La abuela Larsen asintió.

—Cuanto antes nos pongamos en movimiento, menos probabilidades habrá de que nos descubran.

—No tendría que ser difícil traer aquí a Trask y a Elise con el Translocalizador —dijo Warren.

—Los avisaremos —respondió el abuelo—, pero esperaremos lo máximo posible para revelarles detalles o para traerlos a Fablehaven. La sorpresa constituirá la diferencia entre el éxito y el fracaso.

—La Esfinge no entenderá quién le está atacando —murmuró la abuela Sorenson.

—Yo propongo que devolváis a Vanessa a la caja silenciosa hasta que todo esto haya terminado —dijo la abuela Larsen—. Y quizá deberíais meternos a Tollin y a mí en la mazmorra. No nos quitaremos las caretas. En caso de que la Esfinge alcance a vernos, nos conviene confundirle respecto de nuestra presencia aquí.

—Creo que tenemos las líneas generales de un plan —declaró el abuelo—. Nos pondremos manos a la obra con los pormenores. El primer punto del orden del día será informar de todo a Tanu, Coulter y Dale, para que nos ayuden con los detalles. Todas las reuniones se celebrarán en un momento del pasado. En otras circunstancias, no habléis de nada de esto. Ni una palabra. El plan debe funcionar.

—Nos aseguraremos de que así sea —dijo la abuela Larsen firmemente.

—¿Cómo vamos de tiempo? —preguntó el abuelo.

La abuela Sorenson miró el reloj de pulsera.

—Quizá deberíamos ir colocándonos en nuestros puestos.

Ninguno de ellos se había movido mucho desde que habían retrocedido en el tiempo.

Kendra miró atentamente a su abuela Larsen. Era maravilloso tenerla entre ellos otra vez. Al mismo tiempo, se sentía como si apenas la conociese. No le resultaba fácil conciliar lo que recordaba de ella con la espía firme y eficiente que tenía delante ahora.

La abuela Larsen vio que Kendra la miraba.

—Estoy segura de que no te es fácil asimilarlo.

—Más o menos.

—Tú y tu hermano sois famosos entre los miembros de la Sociedad. Os habéis enfrentado a muchos más peligros de lo que a mí me habría gustado, pero los dos me habéis hecho sentir muy orgullosa.

A Kendra le dio corte escuchar aquel halago.

—Gracias.

—Siento que el abuelo Larsen y yo nos hayamos perdido los últimos dos años de vuestra vida. Supongo que es justo que Stan y Ruth tuvieran la ocasión de conoceros en nuestra ausencia. Espero que en el futuro tengamos un montón de tiempo para estar juntos.

—Yo también —respondió Kendra.