9

Dana probó a desahogar en los libros sus frustraciones emocionales y sexuales. Se concentró en su objetivo y pasó la mitad de la noche examinando datos, palabras, notas y sus propias especulaciones acerca de la ubicación de la llave.

Tuvo como recompensa principal un monumental dolor de cabeza.

El breve sueño que logró conciliar le procuró poco descanso y bienestar. Cuando por la mañana hasta Moe fracasó en su intento de animarla un poco, decidió probar con algo de trabajo físico.

Dejó a Moe en casa de Flynn con el simple trámite de abrirle la puerta con la llave que su hermano le había dado y hacer que entrara de un salto. Como todavía no eran las nueve y era un domingo por la mañana, se imaginó que todos estarían durmiendo.

Con el humor que la invadía, la traca de ladridos que estalló en el silencio cuando Moe subió las escaleras le hizo curvar los labios en una sonrisa oscura y maligna.

—Haz lo que te corresponde, Moe —animó al perro, cerró la puerta y se volvió al coche.

Condujo directamente al nuevo local. «ConSentidos», se corrigió cuando aparcaba. Se llamaría ConSentidos, así que necesitaba usar ese nombre en lugar de llamarlo «la casa» o «el local».

Al abrir la puerta y entrar, un fuerte olor a pintura fresca la recibió. Decidió que era un buen olor. El olor del progreso, de lo nuevo, del éxito.

Quizá el encalado blanco no fuera bonito, pero proporcionaba una agradable luminosidad y al mirarlo Dana se daba cuenta de todo lo que habían trabajado ya.

«Sigamos con la tarea».

Se arremangó y se dirigió a donde estaban los materiales y los útiles.

Pensó que era la primera vez, la única, que se encontraba sola en aquel lugar. A continuación se le ocurrió que quizá estaba buscándose problemas estando sola en un sitio en el que Kane ya había mostrado sus poderes de hechicero.

Miró con inquietud escaleras arriba y se acordó de aquella niebla azul y fría. Se estremeció como si su piel sintiera otra vez esa frialdad.

«No puedo asustarme por estar aquí». El eco de su voz le hizo desear haber traído una radio. Cualquier cosa que llenara el silencio con sonidos normales.

«No me asustaré por estar aquí», se corrigió mientras abría un bote de pintura. ¿Cómo iba a poder ella, o cualquiera de las otras dos mujeres, instalarse allí y hacer suyo el sitio si les daba miedo venir solas?

Habría momentos en los que una de ellas llegaría más temprano o se quedaría hasta más tarde. Las tres no podían estar tan ligadas entre sí. Deberían acostumbrarse al silencio del lugar y a los ruidos esporádicos. «Silencio y ruidos normales», pensó. Mierda, le gustaba estar sola y tener toda la casa, grande y vacía, para ella. Disfrutaría del momento.

El recuerdo de los desagradables trucos de Kane no iba a atemorizarla.

Y como estaba sola, no tenía que competir por la súper máquina de pintar.

Sin embargo, cuando comenzó a trabajar deseó poder escuchar, como en otras ocasiones, las voces de Malory y Zoe llenando todas esas habitaciones vacías con su alegría y su luz.

Se consoló pensando que ya habían terminado con la parte de Malory y habían hecho bastante de la que le correspondía a ella. Sería muy agradable acabarla con sus propias manos.

Podía empezar a imaginarse distintas decoraciones. ¿Debería colocar allí los libros de misterio o en ese lugar era mejor poner la sección de no ficción, la de asuntos relacionados con el valle y sus alrededores?

¿No sería divertido colocar libros para la mesilla de noche justamente sobre una pequeña mesa?

Quizá pudiera encontrar en algún lugar una vieja estantería para la cafetería. Podría colocar en ella botes de té, tazones y libros. ¿Debería decantarse por esas mesas redondas tan majas que le recordaban a una heladería o por unas mesas cuadradas más sólidas? ¿Esta habitación no sería el lugar ideal para instalar un acogedor rincón para leer, o sería más práctico reservarla para poner juegos infantiles?

Resultaba terapéutico observar cómo la limpia pintura blanca iba cubriendo el sucio beige, cómo pincelada a pincelada iba dejando su impronta en la habitación. Nadie podría echarla de ese lugar, como habían hecho en la biblioteca. Esta vez trabajaba para sí misma y era ella quien imponía sus propias normas.

Nadie podría apartarla de este sueño, de este amor, como ya le había sucedido en otras ocasiones.

—¿Piensas que es importante? ¿Una pequeña tienda en una pequeña ciudad? ¿Trabajarás, lucharás, te preocuparás, dedicarás tu mente y tu corazón a algo tan insignificante? ¿Y por qué? Porque no tienes nada más. Pero podrías tenerlo todo.

Dana sintió el frío sobre su piel. Se le aceleró la respiración y los músculos del vientre se contrajeron dolorosamente. Siguió pintando, deslizando el rodillo sobre la pared, oyendo el tenue ruido del motor del aparato. No podía aparentar que se detenía.

—Me importa a mí. Sé lo que quiero.

—¿Lo sabes?

Estaba allí, en algún rincón. Podía sentirlo en el aire helado. Quizá él era el mismo aire helado.

—Un lugar propio. Ya has pensado antes que lo tenías, con todos esos años de trabajo sirviendo a los demás. Sin embargo, ¿le importa a alguien que te hayas ido?

Esa flecha había dado en el blanco. ¿Había notado alguien que ella ya no estaba en la biblioteca? ¿Alguno de todos los compañeros con los que había trabajado, por los que había trabajado? ¿Alguno de los usuarios a los que había ayudado? ¿Se la reemplazaba tan fácilmente que su ausencia no había provocado ni la más mínima consecuencia? ¿No le había importado a nadie su despido?

—Le diste a ese hombre tu corazón y tu fidelidad, pero te dejó sin pensárselo dos veces. ¿Cuánto le importas?

«No lo suficiente», pensó Dana.

—Yo puedo cambiar la situación. Puedo darte a ese hombre. Puedo darte mucho más. ¿Éxito?

La librería estaba llena de gente. Los estantes se encontraban repletos de libros. Alrededor de las bonitas mesas, los clientes tomaban té y conversaban. Vio a un niño pequeño en un rincón sentado con las piernas cruzadas leyendo una copia de Donde están las cosas salvajes.

En esa escena, todo le era agradable, esa combinación de atmósfera relajada y actividad comercial.

Pensó que las paredes estaban pintadas con el matiz exacto. Malory había tenido razón en su elección. La luz era buena, hacía que todo pareciera cordial, y lo mejor eran esos maravillosos libros, colocados para tentar a los clientes.

Deambuló como un fantasma, pasando a través de los cuerpos de la gente que hojeaba libros o los compraba, que estaba sentada o de pie. Vio caras familiares, vio caras de desconocidos, escuchó sus voces, olió sus perfumes.

Aquí y allá aparecían objetos atractivos y curiosos. Sí, sí, esas eran las tarjetas que había decidido exponer. Y los marca páginas, y los sujeta libros. ¿Esa no era la silla de lectura perfecta? Amplia, mullida, acogedora.

Había sido muy inteligente que la cocina fuera el eje de las tres empresas, donde se juntaban libros, velas, lociones de belleza y objetos de arte para ilustrar lo bien que se complementaban.

Dana se dio cuenta de que era lo que había soñado. Todo lo que esperaba.

—Lo disfrutarás, por supuesto, pero no será suficiente.

Se dio la vuelta. Estaba allí. No le sorprendió lo más mínimo ver a Kane a su lado mientras la gente se movía alrededor.

Distante, se preguntó quiénes serían los fantasmas.

Kane era moreno y guapo, con un aspecto casi romántico. El pelo negro enmarcaba un rostro fuerte y atractivo. Sus ojos le sonrieron, pero aun en ese instante Dana pudo ver que algo atemorizador acechaba en ellos.

—¿Por qué no será suficiente?

—¿Qué harás al final del día? ¿Sentarte sola, con la única compañía de tus libros? ¿Sola, cuando todos los demás se reúnen con sus familias? ¿Alguno de ellos te dedicará algún pensamiento después de haber salido por la puerta?

—Tengo amigos. Tengo una familia.

—Tu hermano tiene a su mujer, y esa mujer lo tiene a él. No formas parte de esa relación, ¿verdad? La otra tiene un hijo y nunca formarás parte de su círculo más íntimo. Te abandonarán, como lo han hecho todos.

Sus palabras dolían como dardos en el corazón, y mientras sangraba por estas heridas lo vio sonreír de nuevo. Casi con bondad.

—Puedo hacer que se quede. —Ahora hablaba con suavidad, como se habla a un herido—. Puedo hacerle pagar por lo que te hizo, por su negligencia, por haberse negado a saber lo que tú necesitabas de él. ¿No te gustaría que te amara como a ninguna otra? ¿Y luego, según tu capricho, poder conservarlo o abandonarlo?

Se encontraba en una habitación que no reconocía, y sin embargo ya había estado antes ahí. Un amplio dormitorio, saturado de color; las paredes, de un azul profundo; una cama enorme cubierta por un edredón color rubí, con varios cojines de distintos tonos. Había una amplia zona con dos sillones de orejas frente a un fuego crepitante. Allí estaba sentada Dana, con Jordan arrodillado a sus pies. Se agarraban las manos.

Las de Jordan temblaban.

—Te amo, Dana. Nunca pensé que pudiera sentir lo que siento, como si no tuviera sentido respirar si tú no estás conmigo.

No le gustaba. No le gustaba en absoluto. La cara de Jordan nunca había expresado tanta debilidad ni había parecido tan suplicante.

—¡Basta!

—Tienes que oírme. —Había urgencia en su voz, y escondió la cara en el regazo de Dana—. Tienes que darme la oportunidad de demostrarte cuánto te quiero. El mayor error de mi vida ha sido dejarte. Nada de lo que he hecho o tocado desde entonces tiene el menor sentido. Haré todo lo que quieras. —Levantó la cabeza y Dana observó con horror que en sus ojos brillaban las lágrimas—. Seré todo lo que quieras. Perdóname y déjame pasar todos los minutos de todos los días del resto de mi vida adorándote.

—¡Vete, por todos los diablos!

Conmocionada, presa del pánico, lo empujó y lo tiró hacia atrás cuando se levantó del sillón.

—Patéame, golpéame. Me lo merezco. Pero permite que me quede contigo.

—¿Crees que esto es lo que quiero? —gritó mientras giraba en círculos—. ¿Tú crees que puedes controlarme formando imágenes que salen de mis pensamientos? No comprendes lo que quiero, y esa es la razón por la que te venceré. No hay trato, gilipollas. Lo que haces no solo es falso, sino patético.

Aún estaba flotando en el aire la furia de su voz, cuando se encontró de pie en la habitación vacía con el rodillo de pintar en el suelo.

Garrapateado en negro sobre la blanca pared había un mensaje:

«¡Ahógate!»

—Eso es lo que tú deseas, bastardo.

A pesar de que sus manos temblaban, cogió el rodillo y pintó de blanco sobre las letras negras.

Después se calmó y sus dedos se hundieron en el mango del rodillo.

«¡Espera un momento, espera un momento!».

Su cabeza daba vueltas y dejó caer el rodillo, salpicando la pintura. Cogió el bolso y corrió como si los dioses la persiguieran.

Minutos después entraba en su piso. Arrojó a un lado el bolso y cogió la copia de Otelo que había pedido prestada en la biblioteca.

«“Ahógate, ahógate”. Aquí está».

Pasó las páginas intentando frenéticamente recordar la escena y su contexto mientras buscaba la cita.

Era una de las intervenciones de Yago, cuando estaba jugando a Rodrigo una de sus malas pasadas. Conocía el verso.

Cuando lo encontró, se sentó en el suelo. «Es un deseo de la sangre y un permiso de la voluntad —leyó en voz alta—. Vamos, sé un hombre. ¡Ahógate! Ahoga gatos y perritos ciegos».

Luchó por conservar la calma.

«Un deseo de la sangre y un permiso de la voluntad». Sí, sí se podían describir los actos malvados de Kane.

Celos, astucia, traiciones y ambición. Lo que Yago sabía, Otelo lo ignoraba. ¿Kane era Yago? El dios rey sería Otelo. El rey no había matado, pero sin embargo había perdido a sus hijas, a las que amaba, a causa de las intrigas y la ambición.

Y el libro, sin duda, tenía belleza, verdad y valor. ¿Era la llave?

Se ordenó ser metódica. Hojeó el volumen y examinó la encuadernación. Dejó a un lado el ejemplar de la biblioteca municipal y buscó su propia edición. Se obligó a sentarse otra vez y a leer la escena en su totalidad.

Había más ediciones de esa obra. Iría a la librería del centro comercial y las examinaría. Podría ir de nuevo a la biblioteca el lunes. Se puso de pie y comenzó a dar vueltas por la habitación.

Probablemente, en el valle habría docenas de ediciones de Otelo de lo más diversas. Iría a los colegios y al instituto. Llamaría a todas las puertas que hiciera falta.

«“Ahógate”, ni de coña», se repitió, y cogió el bolso. Conduciría hasta el centro comercial ahora mismo.

Ya había abierto la puerta, cuando se dio cuenta. Su propia furia hizo que retrocediera dos pasos antes de cerrar de un portazo.

Se estaba comportando como una tonta, como una idiota. ¿Quién había escrito esas palabras en la pared? Kane. Un mentiroso citando a otro mentiroso. No era una pista buena, sino de una información falsa, algo que la llevara a salir corriendo por la tangente. Que era exactamente lo que había hecho.

—¡Maldición! —Arrojó el bolso a través de la habitación—. ¿Mentiras directas o verdades retorcidas? ¿Qué son?

Resignada, atravesó el cuarto para recoger el bolso. Tenía que descubrir de qué se trataba, así que, después de todo, iría al centro comercial.

Cuando volvió a casa, Dana estaba probablemente tan tranquila como podía estarlo después de pasar la mañana en algo que estaba convencida de que era una investigación inútil. Seguro que se sentiría mejor cuando llegaran Malory y Zoe. Más que nada, una tarde con sus amigas podría animarla.

Comerían algo y charlarían. Cuando Dana las llamó y les dijo que necesitaba verlas, Zoe le había prometido arreglarle los pies.

No era un mal trato.

Llevó a la cocina la comida china que había comprado y la puso sobre la encimera. Después se quedó quieta un momento.

Muy bien, admitió, quizá no estaba tranquila, quizá no se había calmado. Todavía no. Y su cabeza estaba llena con los gritos del miedo que había pasado por la mañana y la frustración que lo siguió.

Se dirigió al baño, cogió un frasco de Tylenol Extra Fuerte del botiquín y tomó dos pastillas con agua del grifo.

Quizá debería haber optado por una siesta en lugar de tener invitadas; pero, a pesar del dolor de cabeza y las vagas náuseas, no era un momento en el que quisiera estar sola.

Casi voló hasta la puerta cuando escuchó la primera llamada.

—¿Estás bien? —Zoe entró, dejó en el suelo las bolsas que traía y luego abrazó a Dana—. Lamento haber tardado tanto en llegar.

—Estoy bien.

«No —decidió Dana—, esto es mucho mejor que una siesta».

—Estoy verdaderamente contenta de que hayas venido. ¿Dónde está Simon?

—Flynn se lo ha llevado. Ha sido muy amable. Él y Jordan se lo van a llevar a casa de Bradley. Puede corretear con Moe, jugar con otros chicos, devorar comida basura y ver el partido de béisbol. Simon está encantado. ¿No ha llegado Mal todavía? Ha salido de su casa antes que yo.

—Justo detrás de ti. —Malory corrió por el descansillo y les mostró un paquete de bollería antes de entrar en el piso—. He hecho una parada para comprar pasteles, con doble chocolate.

—Os quiero, chicas. —La voz de Dana se quebró cuando lo dijo y, asustada, se llevó las manos a los ojos—. Oh, Dios, estoy peor de lo que imaginaba. Hasta ahora he tenido un día espantoso.

—Cielo, ven y siéntate. —Haciéndose cargo de la situación, Zoe la llevó hasta el sofá—. Debes relajarte un momento. Voy a prepararte algo de comer.

—Hay comida china en la cocina.

—Está bien. Tranquilízate, y Malory y yo nos ocuparemos de todo.

Pusieron los platos, prepararon té, le arroparon las piernas con una manta e hicieron todo lo que instintivamente hacen las mujeres para proporcionar comodidad.

—Gracias. Lo digo en serio. No me había dado cuenta de que estaba tan al límite de mis fuerzas. El muy bastardo realmente me ha afectado.

—Cuéntanos lo que ha pasado.

Malory acarició el pelo de Dana.

—He ido a nuestra nueva casa para pintar. Me he despertado estresada y tenía que hacer algo. —Miró de reojo a Malory—. Lamento haber llevado a Moe tan temprano.

—No hay ningún problema.

—Bueno. —Se aclaró la garganta con un sorbo de té—. Me he puesto a pintar. Me sentía bien y he empezado a imaginar cómo quedaría todo. Entonces ha aparecido.

Les contó lo sucedido con tanta coherencia como pudo. Zoe la interrumpió con una exclamación indignada:

—¡Chorradas! Es una mentira estúpida. Por supuesto que nos importas. No tiene ni idea de lo que pasa.

—Se aprovecha de mis debilidades. Lo sé. Me afectó mucho dejar la biblioteca, más de lo que estaba dispuesta a admitir. He estado pensando que todo lo que hice allí no le ha importado a nadie más que a mí. Kane utiliza ese tipo de pensamientos y los exagera, los hace más dolorosos.

Cogió nuevamente la taza de té y les contó cómo Kane había transformado las habitaciones vacías en la librería ya terminada.

—Era como me había imaginado —dijo Dana—, la idea que ya tenía en mi mente de la librería y que todavía no había expresado. No se trataba solo del aspecto del espacio, sino también del ambiente que transmitía. Y, por supuesto, estaba llena de clientes. —Los hoyuelos de sus mejillas hicieron una breve aparición—. Presentó todo como si no pudiera ser así a menos que él me lo diera. En eso cometió un error, porque yo sé que puedo lograrlo sola. Está bien, quizá no con tantísimos clientes, pero con ese aspecto y con ese ambiente. Puede ser de esa forma porque es mi librería. Es nuestra. Y la haremos así.

—Por supuesto.

Sentada en el suelo a sus pies, Zoe le apretó una rodilla.

—Después la emprendió con Jordan. Ahora tengo que comerme un pastel. —Se inclinó hacia delante y cogió uno del plato que había preparado Malory—. Había un dormitorio fabuloso, la habitación de mis sueños. ¿Sabéis?, el que imaginas en tu cabeza si pudieras tener el dormitorio que deseas. Y Jordan estaba arrodillado a mis pies, en actitud de súplica. Estaba bañado en lágrimas diciéndome que me amaba y que no podía vivir sin mí. Eran sandeces que no diría ni en un millón de años. Todo lo que le he hecho decir en mi imaginación, para poder rechazarlo de un puntapié. Ojo por ojo. —Suspiró profundamente—. Incluso me decía que lo golpeara, que lo pateara. —Dejó de hablar al oír una risita y lanzó una mirada a Zoe. Después sus labios temblaron—. Está bien, quizá resulte cómico si lo piensas: Hawke llorando a mis pies y rogándome que le deje pasar la vida adorando mi persona…

Malory decidió que era el momento de comer un pastel.

—¿Qué llevaba puesto?

Después de una larga pausa, Dana estalló en una carcajada. Todos los dolores, la tensión y el malestar desaparecieron.

—Gracias. Desde luego, cuando pienso que estaba a punto de llorar como un bebé… Hasta me sentía culpable porque la escena con Jordan se parecía a una idea que había pasado por mi mente antes en la que él se daba cuenta de su terrible error y volvía a mí arrastrándose y suplicando. Parece satisfactorio cuando te lo imaginas, pero dejadme que os diga que cuando sucede realmente, o cuando lo parece, es horrible. En resumen, que le dije a Kane que se fuera a tomar por saco y me quedé como al principio.

Zoe le quitó los zapatos a Dana y le masajeó los pies.

—Has tenido una mañana horrible.

—Hay algo más. Había una palabra escrita en la pared, con color negro grasiento. «¡Ahógate!». Pinté de blanco encima.

—¡Qué horrible! Intentaba que recordaras la isla y la tormenta —murmuró Zoe—. Se ve que está muy enfadado, pero eso es todo. Ni siquiera ha podido hacerte creer que lo de esta mañana era real. Todo el tiempo has sabido que Kane estaba por medio.

—Creo que no pretendía lo contrario —reflexionó Dana—. Creo que ha ensayado otra línea de ataque. Aparte de eso, lo que ha escrito no tiene que ver con la isla, solo es un verso de Otelo. Lo he reconocido casi inmediatamente, como Kane ya suponía. He salido de la casa corriendo como una loca para volver aquí y encontrar la cita original. He buscado la llave en el libro.

—¿Es de un libro? —Zoe se volvió para coger una de las ediciones que había sobre la mesita de café—. No sé cómo puedes acordarte de algo así. Tienes verdadero talento. Pero ¿por qué te iba a dar Kane una pista para encontrar la llave?

—Tú tienes una inteligencia rápida, y ese es el verdadero talento. —Dana suspiró—. Me ha engañado. Solo he podido pensar en que reconocía el verso y en que me había concentrado en ese libro porque Yago se parece a Kane en muchos aspectos. Entonces he salido disparada, creyéndome superior y con la seguridad de que la llave acabaría en mi manita. —Se reclinó en el asiento—. Hasta que por fin se ha hecho la luz, pero ya he tenido que seguir el juego. Así que he perdido medio día en una búsqueda inútil.

—No lo has perdido si has podido darte cuenta. Sabías que Kane mentía acerca de la librería —señaló Malory—. ¿Conoces la verdad de sus mentiras? ¿No es así como se hace? Tú has podido hacerlo. Y has descubierto que había escrito algo para desviarte de tu investigación; pero si no lo hubieras revisado no podrías estar segura.

—Creo que tienes razón. De todas formas, seguiré buscando todas las ediciones de la obra a las que pueda echar mano.

—Te diré algo importante que has descubierto hoy. —Malory se palmeó una rodilla—. Sabes que la verdad reside en que estamos las tres en esto, por eso nos has llamado. También sabes que, aunque una fantasía pueda ser muy gratificante cuando estás herida o furiosa, no quieres que Jordan se convierta en un perrito faldero.

—Bueno…, quizá por un par de días. En especial si Zoe le puede enseñar a hacer un masaje de pies. —Recostó la cabeza hacia atrás e intentó relajarse—. La cuestión es… que estoy enamorada de él. Menuda imbécil. —Suspiró muy profundamente—. No sé qué diablos voy a hacer.

Malory le ofreció el plato.

—Coge otro pastel.

Si tuvo algún sueño, Dana no lo recordaba cuando se despertó por la mañana. El sonido de la lluvia y la oscuridad del día hicieron que se quedara en la cama con la intención de seguir durmiendo.

Moe tenía otros planes.

Sin demasiadas opciones, la joven se vistió, se puso una gorra de béisbol y sus botas más viejas. Entre llevarse una taza de café y un paraguas, eligió lo primero y salió a pasear con Moe bajo la lluvia al mismo tiempo que terminaba de despertarse con una dosis de cafeína.

Los dos terminaron empapados cuando finalizó el paseo, y Dana se vio obligada a arrastrar al perro hasta el cuarto de baño. Moe gimió, ladró, clavó sus garras en el suelo como si lo estuvieran llevando al matadero.

Cuando acabó de secarlo con una toalla, Dana olía a perro mojado.

Una ducha y otra taza de café mejoraron la situación. Estaba a punto de decidir con qué libro amenizaría una mañana lluviosa cuando sonó el teléfono.

Diez minutos después colgó el auricular y dedicó a Moe una sonrisa radiante.

—¿Sabes quién era? El señor Hertz. Quizá no conozcas al señor Hertz ni al señor Foy, que celebran el mayor torneo sobre asuntos triviales de nuestro bello condado. Aparentemente los participantes han supuesto que una servidora estaba de vacaciones y que por tanto no podía actuar de árbitro, como solía hacer. —Divertida, encantada, Dana se dirigió a la cocina para servirse la tercera taza de café—. Sin embargo, esta mañana el señor Foy ha ido a la biblioteca y le han informado de que yo ya no formaba parte del personal. —Se inclinó sobre la mesa y se bebió el café. Moe parecía escucharla con sumo interés—. Ha hecho preguntas, que han sido contestadas principalmente por la detestable Sandi. El señor Foy, de acuerdo con el señor Hertz, ha expresado su opinión de que mi dimisión suponía, cito textualmente, «una verdadera y repugnante vergüenza», fin de la cita, y se ha marchado de la biblioteca. —Como hipnotizado, Moe ladeó la cabeza y jadeó—. Poco tiempo después, los dos aficionados a los torneos han mantenido una reunión informal en el Main Street Diner y han decidido que si las autoridades de la biblioteca de Pleasant Valley no apreciaban a un tesoro como yo, no deseaban continuar obteniendo en esa institución sus informaciones diarias. Me acaban de preguntar si quiero seguir ayudándoles a título privado.

Como solo la escuchaba Moe, que a su modo le expresaba toda su solidaridad, Dana no se sintió avergonzada cuando una lágrima resbaló por sus mejillas.

—Sé que quizá sea estúpido sentirme tan emocionada, pero no lo puedo evitar. Me encanta saber que me echan de menos. —Reprimió las lágrimas—. De todos modos, tengo que buscar en Internet y descubrir cuándo Chef Boy-Ar-Dee fabricó su primera caja de pizza. —Se dirigió con la taza de café en la mano a su portátil—. ¿De dónde sacarán estos temas?

La llamada por teléfono la puso en marcha. Dana pensó que era un símbolo. Había recibido una evaluación positiva de su trabajo y había encontrado su lugar en la comunidad. La verdad es que el valle constituía algo esencial para Dana y esa etapa intermedia, después de la biblioteca y antes de la librería, había hecho que se sintiera desconectada.

No se trataba de la cantidad de trabajo que tenía que realizar, sino del hecho de que la tarea que había cumplido en el pasado parecía no tener ningún sentido para nadie, excepto para ella misma.

Se puso a trabajar con ímpetu: redactó listas para comprar libros, abrió una cuenta bancaria, encargó muebles. Se encontraba tan animada que a pesar de estar enfrascada con los libros que contenían la palabra «llave» en el título cuando llamaron a la puerta interrumpiéndola, no se enfadó en lo más mínimo.

—De todos modos, ya me tocaba tomar un poco el aire. —Abrió la puerta y frunció el ceño al ver al joven con una sola rosa roja en un pequeño jarrón—. ¿Qué, a ver si pescas a alguna mujer? Eres muy guapo, pero demasiado joven para mí.

El chico se puso tan rojo como la rosa.

—Sí, señora. No, señora. ¿Dana Steele?

—Así es.

—Para usted.

Le dio el florero y desapareció. Todavía con el ceño fruncido, Dana cerró la puerta y luego arrancó la tarjeta que había pegada.

«Me ha traído tu recuerdo».

Jordan

En su imaginación, Jordan se encontraba en medio de una selva situada al noroeste del Pacífico. Lo estaban persiguiendo. Las únicas armas con las que contaba eran su talento, su voluntad y su necesidad de estar de nuevo con su mujer.

Si podía sobrevivir los próximos cinco minutos, podría sobrevivir otros diez. Después de esos diez, hasta una hora.

El perseguidor quería algo más que su vida: quería su alma.

La niebla se abrió y formó serpientes grises sobre el suelo. La herida en el brazo había sido vendada muy deprisa y la sangre ya empapaba el vendaje y goteaba. El dolor lo mantenía despierto y le recordaba que podía perder algo más que un poco de sangre.

Debería haber descubierto la trampa. Ese había sido su error; pero no tenía sentido volver atrás, ni lamentarse, ni rezar. Su única opción consistía en seguir adelante. Y sobrevivir.

Escuchó un sonido. ¿A su izquierda? Como el susurro que podía producir la niebla cuando la atravesaba un cuerpo. Se camufló entre los árboles y apretó la espalda contra un tronco.

«¿Huir? —se preguntó—. ¿O luchar?».

—¿A qué mierda estás jugando?

—¡Cielo santo!

Volvió de su mundo imaginario, que estaba viendo como un videojuego, mientras sus manos cogían las llaves. Lo brusco del cambio hizo que la sangre retumbara en sus oídos cuando miró fijamente a Dana.

La mujer estaba en la puerta con las manos en la cadera y los ojos llenos de sospecha.

—Al pequeño juego que consiste en escribir para ganarme la vida. Vete y vuelve más tarde.

—Estoy hablando de la flor, y tengo tanto derecho como tú a estar aquí. Es la casa de mi hermano.

—De momento este es mi cuarto en la casa de tu hermano.

Dana lo inspeccionó con una mirada desdeñosa. Había una cama sin hacer, la cómoda de su infancia que había dejado a Flynn cuando este compró la casa, una maleta abierta sobre el suelo. El escritorio en el que estaba trabajando Jordan había sido de Flynn durante sus años de adolescencia y le faltaba uno de los tres cajones que tenía en un lateral. Encima había un ordenador portátil, algunas carpetas y libros, una cajetilla de tabaco y un cenicero de metal.

—Parece más bien un lugar para pesar las maletas —comentó la chica.

—No tiene que parecer bonito.

Resignado, buscó los cigarrillos.

—Ese es un hábito insensato.

—Ya, ya. —Encendió uno y deliberadamente exhaló el humo—. Media cajetilla al día, casi siempre cuando estoy escribiendo. Deja de molestarme. Además, ¿por qué estás enfadada? Al fin y al cabo, a la mayoría de las mujeres les gusta que les manden flores.

—Me has enviado una sola rosa roja.

—Así es.

La examinó más cuidadosamente. Tenía el cabello recogido, por tanto había estado trabajando. No se había molestado en maquillarse, de manera que no tenía la intención de salir de casa. Llevaba puestos unos vaqueros, una sudadera muy gastada y botas de cuero negro con tacón bajo y grueso. Jordan, conociéndola como la conocía, dedujo que eso significaba que había estado trabajando en su piso y que luego se había puesto el primer calzado que había encontrado porque tenía prisa.

Y eso significaba que la flor había dado resultado.

—Enviar una sola rosa roja es algo romántico.

Cuando lo dijo, sonrió con algo de suficiencia.

Dana entró en la habitación sorteando la maleta.

—Ponía que hacía que me recordaras. Exactamente, ¿qué quieres decir?

—La flor tiene un tallo largo, es atractiva y tiene un aroma agradable. ¿Cuál es el problema, Stretch?

—Mira, el sábado organizaste una salida espectacular. Buen trabajo; pero si crees que me pueden encandilar una cena preciosa y un capullo de rosa, estás muy equivocado.

Notó que Jordan no se había afeitado y que le vendría bien un corte de pelo. Maldición, siempre le había atraído ese aspecto descuidado.

También contaba la expresión de la cara del hombre cuando Dana había entrado en la habitación: medio soñadora y medio ausente, antes de que se diera cuenta de que ella estaba allí. Y su boca presentaba signos de seriedad y determinación.

Dana tuvo que aferrarse a la jamba de la puerta para evitar lanzarse a morder esa boca.

En esos momentos Jordan la estaba mirando con esa media sonrisa traviesa en su cara. Dana no sabía si golpearlo o echársele encima.

—Ahora ya no soy una chiquilla sentimentaloide, y… ¿Por qué sonríes?

—He conseguido que vinieras, ¿no es cierto?

—Bueno, me voy enseguida. Solo he venido para decirte que tus trucos no funcionan conmigo.

—Te echaba de menos. Cuanto más cerca estoy de ti más me doy cuenta de que me faltas.

El corazón de Dana palpitó con fuerza, pero la mujer lo ignoró sin piedad.

—Eso tampoco me emociona.

—Entonces, ¿qué puedo hacer?

—Puedes intentar comportarte con honestidad y franqueza, para variar. Decir tu verdad sin toques de tontería, que por lo demás son clichés —añadió mientras el hombre apagaba el cigarrillo y se acercaba.

«Ya, pero los clichés se convierten en clichés —pensó— porque dan resultado».

—Muy bien. —Jordan se detuvo delante de la mujer, agarró con las manos el cuello de su sudadera y la acercó hacia sí—. No puedo dejar de pensar en ti, Dana. Puedo guardarte en algún rincón de mi mente durante un tiempo, pero tú sigues ahí. Clavada como una astilla.

—Entonces, arráncame. —Levantó el mentón—. Adelante.

—Me gusta cómo eras en el pasado, lo que me hace desear ser castigado. Me gustas ahora que me provocas y hueles a lluvia. —Levantó las manos, le quitó la cinta que le recogía el pelo y la tiró a un lado. Cerró los puños donde había estado la cinta—. Quiero llevarte a la cama en este mismo momento. Quiero hundir mis dientes en ti. Quiero enterrarme en tu interior. Y cuando hayamos terminado, quiero repetir todo de nuevo. —Ladeó la cabeza y mantuvo sus ojos fijos en los de Dana—. ¿Te parece que estoy siendo muy honesto?

—No está mal.