A pesar de no tener empleo, Dana nunca había trabajado más ni se había ido tan tarde a la cama.
Tenía que ocuparse de Moe, lo que era tanto como tener en sus manos un bebé de cuatro kilos en edad de aprender a andar. Necesitaba alimentarlo, sacarlo a pasear, regañarlo, entretenerlo y observarlo en todo momento.
También se enfrentaba a la pura necesidad física de tener que pintar varias horas al día, lo que había incrementado bastante su respeto por las personas que lo hacían para ganarse la vida; pero así como Moe le proporcionaba seguridad y diversión, el trabajo en la nueva casa la llenaba de satisfacción y orgullo.
Quizá todavía no se podía apreciar el resultado —habían decidido pintar de blanco todas las paredes antes de darles una mano de color—, pero cuando tres mujeres decididas y perseverantes trabajaban unidas, se realizaban progresos considerables.
Debía pensar en la planificación y la estrategia a seguir con el negocio en el que debutaría en cuestión de meses. Tenía listas muy largas de libros, actividades paralelas divertidas, posibles estilos de estanterías, mesas, copas y tazas.
Una cosa era fantasear con tener una librería y otra muy distinta solucionar los miles de detalles que suponía su instalación.
Debía añadir la cantidad de horas nocturnas que dedicaba a buscar la llave. La lectura siempre había sido su pasión, pero ahora constituía una misión. En algún lugar de un libro se hallaba la respuesta. O al menos la próxima pregunta.
¿Qué pasaría si la respuesta, o la pregunta estaban en uno de los libros que había asignado a sus amigas? ¿Qué sucedería si la pasaban por alto, si solo ella la podía descubrir?
«Si sigo pensando así me volveré loca», se dijo.
Además de todo lo que tenía que hacer y pensar, tenía que prepararse para la cita. «Una cita —pensó—, que nunca tendría que haber aceptado».
Si lo pensaba bien, estaba camino de la locura.
Si cancelaba la cita, Jordan le daría la lata y le haría discursos hasta que ella lo cortara en pedacitos con un cuchillo de cocina y pasaría el resto de sus días en la cárcel.
Por otro lado, él también podía poner una expresión engreída de «ya te lo había dicho» y alegar que de esa manera se comprobaba que Dana tenía miedo de salir con él.
En los dos casos, se terminaba con un cuchillo de cocina y sus huesos en una cárcel de mujeres.
La única opción que le quedaba era ir, e ir armada hasta los dientes. No solo quería demostrar que le importaba un rábano pasar algunas horas con él, sino que además lo volvería loco.
Sabía que a Jordan le gustaban los perfumes, así que se cubrió con una perfumada crema corporal antes de ponerse la que pensó que era la ropa interior para la noche de las noches. No pensaba darle a Jordan la ocasión de verla, pero ella sabría que llevaba un sexy sostén negro, bragas de encaje, liguero a juego y medias muy finas.
Harían que se sintiese poderosa.
Se observó en el espejo: de frente, de espaldas, de lado.
«Oh, sí, estoy estupenda. ¡Chúpate esa, Hawke!».
Cogió el vestido que estaba extendido sobre la cama. Tenía un aspecto engañosamente simple, una larga y fluida línea negra; pero cuando estaba sobre un cuerpo, todo cambiaba.
Dana se deslizó en su interior, dio unos pequeños tirones y luego se miró nuevamente al espejo.
El escote drapeado tomaba una dimensión muy distinta con unos pechos que lo llenaran y aparecieran juguetonamente por el borde. El vestido se hacía muy seductor cuando el menor movimiento abría la larga raja lateral y revelaba una pierna bien torneada.
Se puso los zapatos, encantada de que los tacones de aguja añadieran unos centímetros a su ya impresionante estatura. Nunca le molestaba ser tan alta. En realidad le encantaba.
Debía agradecer a Zoe lo que había hecho con su cabello. Se lo había dejado liso y suelto, con una pequeña hebilla adornada con piedras preciosas ubicada entre la coronilla y el borde de la oreja izquierda. «Otro detalle coqueto», pensó Dana. La hebilla no servía para nada más que para brillar.
Se puso perfume en el cuello, en el canalillo entre los pechos y en las muñecas. Después ladeó la cabeza.
«Eres hombre muerto, tío. Estás perdido».
Se le ocurrió que en realidad estaba ilusionada con la cita. Hacía semanas que no se vestía para una. Además, admitió que tenía curiosidad. ¿Cómo se comportaría Jordan? ¿Cómo se comportarían los dos? Se preguntó cómo se sentiría al estar con él dentro del ritual de una cita, ahora que ya eran adultos, y no los jóvenes de antaño.
Tuvo que admitir que resultaba excitante. Particularmente excitante, porque estaba segura de que Jordan intentaría seducirla y ella no tenía intenciones de dejarle hacer.
Se inclinó hacia el espejo, se puso un rojo furioso en los labios y después guardó el lápiz de labios en el bolso. Apretó los labios y los abrió de nuevo con un sonido burlón.
«Que empiece el juego».
Cuando Jordan llamó a la puerta y ella le abrió, exactamente a las siete y media, su reacción fue la que Dana había previsto.
Sus ojos se abrieron deslumbrados. Los latidos que se apreciaban en su cuello se aceleraron. Cerró la mano en un puño y se golpeó dos veces el corazón como para calmarse.
—Estás intentando que me dé un infarto, ¿verdad?
Dana ladeó la cabeza.
—Por supuesto. ¿Cómo estoy?
—De muerte. ¿Estoy babeando?
Dana sonrió y se dio la vuelta para buscar su abrigo. Jordan dio unos pasos hacia ella, se inclinó un poco y la olió.
—Si me pongo a gemir, tú…
No completó la frase al ver los libros. Pilas, montones de libros al lado del sofá, otra pila sobre la mesita para el café, un mar de libros sobre la mesa del comedor.
—Dios mío, Dana, necesitas tratamiento.
—No los voy a leer todos, a pesar de que me gustaría. Los tengo para trabajar e investigar. He tenido una idea acerca de la llave, y también me estoy preparando para abrir una librería.
Se puso el abrigo e intentó no enfadarse, porque Jordan parecía más interesado por los libros que por su extraordinario aspecto.
—La llave de Rebeca, La llave del destino, Una casa sin llave. Veo adónde apuntas. ¿La llave de la satisfacción sexual? —preguntó mientras le lanzaba una mirada larga y apreciativa.
—Cállate. ¿Vamos a cenar?
—Sí, sí. Tu trabajo te va como anillo al dedo. —Se arrodilló y comenzó a hojear un libro—. ¿Quieres que te eche una mano?
—Ya me he repartido el trabajo con Malory y Zoe. —Sabía que en cualquier momento Jordan comenzaría a leer; no lo podría evitar. En ese tema eran como dos hermanos gemelos—. Ya basta. Tengo hambre.
—¿Qué novedades hay? —Dejó el libro de nuevo en su montón, se enderezó y la miró otra vez con detenimiento—. Espléndida.
—¡Qué amable por tu parte! ¿Nos vamos?
Jordan se dirigió a la puerta y la abrió.
—¿Dónde está Moe?
—Brincando en el parque con su mejor amigo. Flynn lo traerá antes de volver a su casa. ¿Adónde vamos a cenar?
—Sube al coche, señorita Idea Fija. Tendrás tu cena. ¿Cómo va la brigada de la pintura? —preguntó cuando estuvo tras el volante.
—Nos esforzamos. Seriamente. No puedo creer todo lo que hemos hecho. Me lo recuerdan las agujetas.
—Si quieres que te dé un masaje, házmelo saber.
—Qué ofrecimiento más amable y desinteresado, Jordan.
—Es que soy un buen tipo.
Dana cruzó las piernas con un movimiento deliberadamente lento que abrió la raja de su vestido hasta el muslo.
—Tengo a Chris para ayudarme en ese sentido.
Jordan bajó la mirada hasta el agudo tacón del zapato de Dana y luego subió por su cuerpo.
—¿Chris? —no ladró, pero le hubiera gustado hacerlo.
—Hum, hum.
—¿Y quién es Chris?
—Es masajista, con mucho talento, y unas manos mágicas.
Se estiró, como si se hallara bajo esas manos mágicas y añadió un pequeño gemido. «Oh, sí», pensó al sentir la aceleración de la respiración de Jordan, esta vez poseía un armamento totalmente nuevo para probarlo con él.
—Una recomendación de Zoe —añadió—. Zoe ofrecerá una gran diversidad de tratamientos en su salón de belleza.
—¿Es Christine o Christopher?
Dana se encogió de hombros.
—Me ha hecho un tratamiento de cuello y hombros esta tarde, una especie de prueba. Chris la ha superado con creces. —Frunció el ceño cuando Jordan salió a toda velocidad de la ciudad—. ¿No cenamos en el centro?
Jordan no podía respirar sin oler el perfume que se había puesto Dana para volverlo loco. A propósito pensó que, en caso de que hubiera olvidado que Dana tenía unas piernas muy largas, ella hacía todo lo que podía para recordárselo.
Si su voz era un poco ronca, tenía buenas razones para ello.
—Te alimento y pago la cuenta. El sitio lo elijo yo.
—Espero que se merezca mi traje y mi apetito, o pagarás algo más que la cuenta.
—Recuerdo tu apetito.
Se propuso relajarse. Ella estaba jugando a un juego muy peligroso, pero todavía no le había llegado su turno.
—Dime entonces cual es la llave para la satisfacción sexual.
—Lee el libro. Dime: ¿qué te aparece en la mente cuando piensas en «llave» en relación con la literatura?
—Misterios tras puertas cerradas.
—Hum… Podría ser otro aspecto. ¿Que me dices de la palabra «diosa» fuera de la mitología?
—Tu carácter de mujer fatal. Como la mujer misteriosa de El halcón maltés.
—¿En qué sentido es una diosa?
—Tiene el poder de hechizar a un hombre con sexo, belleza y mentiras.
—Ajá. —Deliberadamente, rozó con sus dedos la larga curva de su cabellera—. No está mal. Es algo en lo que pensar.
Mientras reflexionaba, perdió la noción de la dirección que llevaban y del tiempo. Eran casi las ocho cuando volvió en sí y parpadeó al ver la mansión blanca edificada en la ladera de la colina.
«Tocada», pensó Jordan cuando vio que Dana abría mucho los ojos.
—¿Luciano’s? —Se había quedado atónita—. Se necesita un edicto del Congreso para conseguir una reserva en Luciano’s en esta época del año. Hay que reservar con semanas de anticipación fuera de temporada, pero en octubre no puedes conseguir una mesa ni pagando con sangre.
—Solo tendrás que donarles un cuarto de litro.
Salió del coche y entregó las llaves al aparcacoches.
—Siempre he querido cenar aquí. Está fuera de mi ambiente.
—Una vez intenté reservar una mesa para celebrar tu cumpleaños. No se rieron en mi cara, pero casi.
—No hubieras podido pagarlo… —No terminó la frase y, conmovida, se dirigió a la entrada. Era exactamente el estilo de Jordan, recordó. Algo inesperado y muy caro—. Has elegido bien —le dijo, y le dio un beso en la mejilla.
—Esta vez me lo puedo permitir. —La dejó sin habla cuando le besó la mano—. Feliz cumpleaños. Mejor tarde que nunca.
—Estás muy amable. ¿Por qué?
—Va a tono con tu vestido.
Sin soltarle la mano, la condujo escaleras arriba.
El restaurante había sido en otro tiempo el refugio de montaña de una familia de Pittsburgh de cierta riqueza e influencia. Dana no sabía si se podía calificar de mansión, pero con seguridad reunía todos los requisitos para ser una villa italiana, con sus columnas, balcones y pórticos.
Los jardines eran preciosos y en primavera y verano, hasta en otoño, se podía cenar al aire libre en un patio, donde los clientes podían disfrutar de la vista tanto como de la comida, exquisitamente elaborada.
El interior había sido restaurado y mantenía la elegancia y el ambiente de un hogar lujoso.
El vestíbulo ostentaba suelos de mármol, obras de arte italianas y zonas agradables para sentarse. Dana apenas tuvo tiempo de absorber la luz y el color antes de que el maître se apresurara a saludarlos.
—Señor Hawke, nos alegra mucho que haya podido venir esta noche. Signorina, bienvenida a Luciano’s. Su mesa está lista, si quieren sentarse. Si lo prefieren, haré que los acompañen al salón.
—La señora tiene hambre, de manera que iremos a la mesa. Gracias.
—Naturalmente. ¿Le cojo el abrigo?
Pero Jordan se adelantó al maître y, rozándole los hombros con sus dedos, le quitó el abrigo. Se lo llevaron y los condujeron hacia una gran escalinata y luego pasaron a un cuarto privado que estaba preparado con una mesa para dos.
Un camarero se materializó con una botella de champán.
—Como usted pidió —dijo el maître—. ¿Está todo a su gusto?
—Está perfecto —contestó Jordan.
—Bene. Si quieren algo, solo tienen que pedirlo. Por favor, disfruten. Buon appetito.
Desapareció y los dejó solos.
—Cuando te esfuerzas —comentó Dana después de un momento—, te esfuerzas de verdad.
—No tiene sentido hacer las cosas a medias. —Levantó su copa y la golpeó suavemente contra la de Dana—. Brindemos por los momentos. Pasados, presentes y futuros.
—Parece un brindis bastante inofensivo. —Tomó un trago—. ¡Vaya! Tú sabes lo que el viejo Dom quiso decir acerca de beber las estrellas cuando bebió su primera copa de este líquido burbujeante. —Tomó otro trago y luego estudió al joven mirando sobre el borde de la copa—. De acuerdo, estoy impresionada. Ahora eres un pez muy gordo, ¿verdad, señor Hawke?
—Quizá, pero de lo que se trata es de saber qué funciona. Y el muchacho de pueblo que ha prosperado generalmente puede conseguir una mesa en un restaurante.
Dana miró alrededor de la estancia, con una luz tan tenue, tan íntima, tan romántica.
Vio flores y velas, no solo sobre la mesa, sino también sobre la bandeja antigua y el gran aparador tallado. Llenaban el cuarto de una fragancia sutil. La música —algo ligero con violines llorosos— impregnaba el aire.
Un fuego bajo chisporroteaba en la chimenea de mármol negro, que en su repisa mostraba más flores y más velas. En la parte superior, un gran espejo biselado reflejaba el ambiente, creando una fuerte sensación de intimidad.
—¡Qué mesa! —exclamó Dana por fin.
—Quería estar solo contigo. No lo eches a perder —dijo Jordan y puso una mano encima de la de Dana antes de que pudiera quitarla—. Solo es una cena, Stretch.
—Nada es tan sencillo en un lugar como este.
Jordan le dio la vuelta a la mano y rozó con el dedo el centro de su palma mientras observaba su rostro.
—Entonces permíteme que pruebe mi habilidad para seducirte. Apenas por una noche. Puedo comenzar diciéndote que solo con mirarte siento que mi corazón va a detenerse.
El corazón de Dana dio un salto y luego latió con fuerza.
—Te sale muy bien, para ser un novato.
—Ponte cómoda. Acabo de empezar.
Dana no retiró la mano. Le parecía mal, un gesto pequeño y mezquino que no correspondía, cuando Jordan se había tomado tanto trabajo para ofrecerle algo especial.
—No te va a servir de nada, Jordan. Es una situación distinta a la que nos encontrábamos en el pasado.
—A mí me parece que, ya que los dos estamos aquí, ¿por qué no nos relajamos y disfrutamos? —Hizo una seña con la cabeza al camarero que se encontraba fuera del reservado—. Has dicho que tenías hambre.
Dana cogió el menú que le ofrecía.
—En eso tienes razón.
Dana descubrió que le costaba un gran esfuerzo y mucha fuerza de voluntad evitar relajarse y disfrutar. Le pareció mezquina esa actitud. Era cierto, que Jordan la había presionado para que aceptara la cita, pero se había empeñado en hacer de ella una ocasión memorable, incluso mágica.
Aparte estaba el hecho de que Jordan, a su manera, la estaba seduciendo. Resultaba algo nuevo. Con todo el tiempo que habían estado juntos, con todo lo que habían significado el uno para el otro, el galanteo de épocas pasadas nunca había formado parte de su relación.
Es cierto que Jordan podía mostrarse amable, si estaba de humor para ello. Y podía sorprender; pero nadie, ni su amigo más bienintencionado, podía considerar al Jordan Hawke que ella conocía una persona delicada ni un romántico tradicional.
Además, a ella le gustaban sus aristas. La atraían y la excitaban.
No se iba a quejar porque una noche le hiciera la corte un hombre encantador y divertido, que parecía tener la intención de proporcionarle un momento inolvidable.
—Dime lo que necesitas para la librería.
Dana se metió en la boca otro bocado de un róbalo realmente increíble.
—¿Cuánto tiempo tienes?
—Todo el que necesites.
—Bueno, lo primero quiero que sea accesible. Que sea un lugar en que la gente se sienta cómoda, que pueda entrar a dar una vuelta, mirar los libros, quizá sentarse un poco a leer; pero al mismo tiempo no quiero que se sientan como en su biblioteca personal. Lo que me gustaría es instalar una librería de barrio, donde el servicio al cliente sea la prioridad, donde sea agradable reunirse.
—Me pregunto por qué nadie lo ha intentado antes en el centro de la ciudad.
—No quiero pensar sobre eso —admitió Dana—. Si nadie lo ha hecho, habrá una buena razón.
—No habías aparecido tú —dijo Jordan simplemente—. ¿Qué más deseas? ¿Vas a vender de todo o te vas a especializar?
—Un poco de todo. Quiero mucha variedad, pero he trabajado en la biblioteca municipal el tiempo suficiente para saber lo que prefiere la gente en esta zona. De manera que ciertas secciones —romance, misterio, libros relacionados con el valle y sus alrededores— predominarán sobre otros títulos. Quiero coordinarme con las escuelas, porque sé las lecturas que recomiendan los maestros, y veré si en los primeros seis meses se puede formar al menos un club de lectura. —Cogió su copa—. Y eso es solo para empezar. Mal, Zoe y yo trabajaremos juntas, y al menos hipotéticamente compartiremos la clientela. Ya sabes, alguien viene a buscar un libro y piensa: «Epa, mira qué jarrón de cristal tan precioso. Resulta perfecto para el cumpleaños de mi hermana». O alguien va al salón de Zoe para cortarse el pelo y elige un libro de bolsillo para leer mientras espera. O vienen a mirar un cuadro y deciden que necesitan una manicura. —Levantó la copa para brindar y bebió unos sorbos—. Ese es el plan.
—Es muy bueno. Las tres parecéis congeniar bien. Os complementáis. Tenéis estilos diferentes, pero se combinan bien.
—Qué gracioso, pensé lo mismo el otro día. Si alguien hubiera sugerido que me dedicaría al comercio y que invertiría todo mi dinero en una empresa con dos mujeres que solo conozco desde hace un mes, me hubiera muerto de risa. Pero aquí estoy. Y es lo que me conviene. Es algo de lo que estoy absolutamente segura.
—En lo que respecta a la librería, apuesto por ti con los ojos cerrados.
—Ahorra tu dinero. Quizá deba pedirte algo prestado antes de la inauguración. Siguiendo con el tema, dime qué te gustaría encontrar en una buena librería de barrio. Desde la perspectiva de un escritor.
Como Dana, se reclinó en la silla e hizo una señal al camarero para que se llevara los platos.
—Me has llamado escritor sin emplear adjetivos despectivos.
—No seas engreído. Estoy colaborando a mantener el buen rollo de la noche.
—Entonces pidamos el postre y el café y te lo diré.
Cuando terminaron, Dana deseó haberse llevado una libreta. Tenía que admitir que Jordan era inteligente. Había abordado aspectos en los que ella no había pensado, y había añadido detalles a otros que ya tenía previstos.
Cuando hablaban de libros propiamente dichos, Dana se dio cuenta de cuánto había echado en falta ese aspecto tan positivo de su relación, tener a su lado a alguien que compartía su absoluta devoción por la letra impresa; con él devoraba y analizaba hasta la saciedad los libros, los saboreaba y se deleitaba con ellos.
—Hace una hermosa noche —dijo Jordan mientras la ayudaba a levantarse—. ¿Por qué no paseamos por los jardines antes de emprender la vuelta?
—¿Es tu manera de decir que he comido tanto que necesito hacer un poco de ejercicio?
—No. Es mi manera de prolongar el tiempo que estoy a solas contigo.
—Realmente has mejorado mucho en tu forma de tratar a las mujeres —observó Dana al salir del cuarto privado en el que habían cenado.
Su abrigo apareció tan rápido como había desaparecido camino del guardarropa. Dana vio que cuando el maître trajo la cuenta, Jordan la firmó sin ningún sobresalto.
«Eso también lo hacía bien», pensó Dana. Jordan mantuvo una actitud tranquila, amistosa, dijo unas palabras casuales y dio las gracias por la cena.
—¿Cómo te sientes —preguntó la joven cuando ya habían salido— cuando alguien te pide que le firmes un libro?
—Muchísimo mejor que cuando les importa un bledo.
—No, en serio. No eludas la pregunta. ¿Cómo es?
—Satisfactorio. —Distraído, le acomodó el cuello del abrigo—. Halagado. Sorprendido. A menos que tengan una mirada extraviada en los ojos y un manuscrito inédito bajo el brazo.
—¿Suele suceder?
—A menudo; pero la mayoría de las veces te hace sentir bien. Vaya, aquí hay alguien que ha leído mi libro, o va a hacerlo, y piensa que resulta guay que yo se lo firme. —Se encogió de hombros—. ¿Qué hay de malo en eso?
—No demuestras demasiado carácter.
—No tengo un carácter fuerte.
Dana bufó.
—Antes lo tenías.
—Eras tú la discutidora y la terca. —Le ofreció una amplia sonrisa cuando Dana frunció las cejas—. ¿Ves cómo hemos cambiado?
—Voy a pasar por alto tus palabras porque he disfrutado de este momento. —Respiró hondo mientras caminaban por un sendero de ladrillos, y miró hacia la luna creciente—. Entramos en la segunda semana.
—Lo estás haciendo muy bien, Stretch.
Dana sacudió la cabeza.
—No tengo la sensación de estar llegando al meollo de la cuestión. Todavía no. Los días pasan muy rápido. No es que me entre el pánico ni nada parecido —añadió con rapidez—, pero tengo serias dudas. ¡Tantas cosas dependen de mí! Gente que me importa. Tengo miedo de defraudarlos. ¿Entiendes lo que quiero decir?
—Sí. No estás sola en esto. La mayor parte del peso recae sobre ti, pero no lo llevas tú sola. —Puso sus manos sobre los hombros de Dana y la atrajo hacia sí, hasta que el cuerpo de la mujer se apoyó en el suyo—. Quiero ayudarte, Dana.
Encajaban bien. Siempre había sido así. Cuando se dio cuenta, unas campanillas de advertencia comenzaron a sonar en alguna parte distante de su mente.
—Siempre hemos sabido que estabas relacionado con nuestra búsqueda, de una forma u otra.
—Quiero más. —Inclinó la cabeza para rozar el hombro de Dana con sus labios—. Y te quiero a ti.
—Por el momento tengo demasiados asuntos de los que preocuparme.
—Que te preocupen o no, no va a cambiar las cosas. —Hizo que se volviera para verle la cara—. En cualquier caso seguiría queriéndote. Y tú lo sabrías lo mismo. —Sus labios se curvaron mientras le acariciaba los brazos—. Siempre me ha gustado esa mirada.
—¿Qué mirada?
—Esa mirada levemente irritada que tienes siempre que alguien te plantea un problema que hay que solucionar. La que te forma esta pequeña arruga aquí —añadió mientras le besaba la frente, en medio de las cejas.
—Creía que íbamos a dar un paseo.
—Ya lo hemos dado. Ahora yo diría que esta noche pide algo más.
Le gustaba la forma en que sus labios se curvaron, casi tanto como el gesto de sorpresa que esbozó su cara cuando en lugar de besarla la condujo en una danza lenta y oscilante.
—Muy listo —murmuró Dana; pero estaba emocionada.
—Siempre me ha gustado bailar contigo, la forma en que nos complementamos, la forma en que puedo oler tu pelo y tu piel. La forma, si me aproximo lo bastante y te miro de cerca, en que me veo reflejado en tus ojos. Tus ojos siempre me han hecho polvo. Nunca te lo he dicho, ¿verdad?
—No.
Se sintió estremecer y las campanillas de advertencia quedaron ocultas por el estruendo de su propio corazón.
—Pues es cierto. Todavía me pasa. A veces, cuando lográbamos pasar la noche juntos, me gustaba despertarme temprano para verte dormir. Para poder ver cómo abrías los ojos.
—No es justo. —La voz de Dana tembló—. No es justo que me cuentes eso ahora.
—Lo sé. Te lo tendría que haber dicho entonces; pero este momento es todo lo que tenemos.
Le tocó los labios con los suyos, los frotó con suavidad y se los mordisqueó despacio. Sintió que el cuerpo de ella se deslizaba hacia la entrega y luchó contra sus deseos de posesión.
Procedió con dulzura, pensando en ambos, saboreando lo que una vez devoraron y deteniéndose cuando antes se precipitaban. A la luz de las estrellas, con los brazos de Dana alrededor de su cuello, Jordan no se permitió exigir, más bien la seducía.
Todavía bailaban en círculos. ¿O era que la cabeza le daba vueltas a Dana? Los labios del hombre eran tibios y pacientes, la excitaban con las connotaciones de pasión y urgencia que sentía latir en el interior de Jordan.
Dana suspiró y se arrimó más a él. Dejó que su beso se hiciera más profundo.
Suave, lento, húmedo. El aire frío contra su piel ardiente, el perfume de la noche, el murmullo de su nombre entre esos labios que se movían sobre los suyos.
Si los años pasados habían abierto un vacío entre ellos, este beso único en un jardín desierto comenzó a levantar un puente.
Fue el hombre quien se separó y luego la conmocionó hasta la médula al coger sus manos y llevárselas a los labios.
—Dame una oportunidad, Dana.
—No sabes lo que pides. No, no lo sabes —dijo ella antes de que Jordan pudiera replicar—. Y todavía no sé la respuesta. Si quieres que pueda pensar con claridad, tienes que darme tiempo.
—Está bien. —No soltó sus manos, pero retrocedió un paso—. Esperaré; pero mantengo lo que te he dicho antes sobre ayudarte: no tiene nada que ver con esto.
—También tendré que pensar sobre ello.
—Muy bien.
Sin embargo, al volver al coche, Dana se dio cuenta de que había algo que sí sabía. No era que siguiera enamorada. Como había apuntado Jordan, ahora eran personas diferentes. Lo que sentía por él en ese momento hacía que el amor que había sentido antes pareciera pálido y frágil como la niebla de la mañana.
Jordan abrió la puerta de la casa y apagó la luz del porche. Reflexionó sobre que había pasado mucho tiempo sin que nadie dejara la luz encendida esperándolo.
Lo había elegido así. Todo se resumía en esa elección. Había elegido abandonar el valle, dejar a Dana y a sus amigos y todo lo que le era familiar.
Había sido la elección correcta, lo podía afirmar con convencimiento; pero ahora podía ver que el problema estaba en el método utilizado. Había dejado una grieta en su relación. ¿Cómo podía un hombre crear algo nuevo sobre cimientos defectuosos?
Empezó a subir los escalones y se detuvo al ver que Flynn bajaba.
—¿Me estabas esperando, papi? ¿Llego a la hora fijada?
—Veo que tu cita te ha puesto de buen humor. ¿Por qué no vamos a mi estudio?
Sin esperar su asentimiento, Flynn se dirigió a la cocina. Echó un vistazo alrededor. Bueno, era un cuarto horrible, lo podía entender. Los antiguos apliques color cobre, los feos armarios y un linóleo que posiblemente tuviera apariencia de nuevo en los tiempos de su abuelo.
Sin embargo, todavía no podía visualizar lo que resultaría cuando Malory terminara con la reforma. Como tampoco podía entender por qué la perspectiva de cambiarlo todo la hacía tan feliz.
—Los albañiles llegarán el lunes para destruir este lugar.
—Cuanto antes mejor —comentó Jordan.
—Iba a arreglarlo en algún momento, más tarde o más temprano. Lo que pasa es que no lo utilizaba casi nunca; pero desde que está Malory, aquí se guisa. —Dio un puntapié a la cocina—. Malory tiene un profundo y violento odio a este artefacto. Me asusta.
—¿Me has traído aquí para hablarme de la obsesión de Malory con los muebles de la cocina?
—No. Quería galletas. Malory ha puesto la norma de no comerlas en la cama. Eso tampoco lo puedo entender —continuó mientras cogía una caja de Chips Ahoy del armario—; pero soy un hombre fácil de llevar. ¿Quieres leche?
—No.
Su amigo llevaba unos pantalones deportivos grises y una camiseta que probablemente había sido nueva cuando entró en el instituto. Estaba descalzo y su expresión era de alegría.
«La apariencia —pensó Jordan— puede ser muy engañosa».
—Tú no eres fácil de llevar, Hennessy. Simulas serlo para salirte con la tuya.
—No estoy comiendo las galletas en la cama, ¿verdad?
—Es un pequeño sacrificio, amigo. Tienes a la mujer en tu cama.
—Así es. —Sonriendo, Flynn se sirvió un vaso de leche, luego se sentó y estiró las piernas—. Así es. Por supuesto, está leyendo en lugar de ofrecerme exóticos y variados favores sexuales; pero puedo esperar.
Jordan se sentó. Sabía por experiencia que Flynn iría al grano en algún momento.
—¿Entonces quieres hablar de tu vida sexual? ¿Vamos a tener una sesión de fanfarronadas o buscas consejo?
—Prefiero hacer a fanfarronear, y no necesito consejos; pero gracias por el ofrecimiento. —Se comió una galleta—. ¿Cómo está Dana?
«Ya surgió el tema», pensó Jordan.
—Yo diría que un poco ansiosa por la tarea que la aguarda, pero tirándose a la piscina de cabeza. Habrás visto la montaña de libros que está leyendo cuando has ido a dejar a Moe.
—Sí, me duelen los ojos solo de pensar en leer la mitad. ¿Y en lo demás?
—Parece que se ha calmado después de lo que le pasó la otra noche. Puede estar un poco atemorizada, pero también tiene curiosidad. Ya sabes cómo es.
—Hum, hum.
—¿Por qué no me preguntas cómo están las cosas entre nosotros?
—¿E inmiscuirme en vuestras vidas íntimas y personales? ¿Yo?
—Que te follen, Hennessy.
—¡Guau, qué respuesta más original y escueta! Veo inmediatamente por qué eres un novelista de tanto éxito.
—Más o menos. —Aunque no tenía hambre, Jordan sacó una galleta de la caja—. Arruiné todo cuando me fui. «Me voy, resultó divertido, ya te veré». —Recordarlo le producía ardor de estómago—. Quizá no fue exactamente así, pero las palabras fueron parecidas. —Mordió la galleta mientras estudiaba la cara de su amigo—. ¿También me porté mal contigo?
—Un poco. —Flynn puso a un lado la bonita vela que había traído Malory para colocar la caja de galletas entre los dos—. No puedo decir que no me haya sentido un poco abandonado cuando te fuiste, pero entendía por qué debías hacerlo. ¡Demonios, yo estaba planeando hacer lo mismo!
—El ejecutivo de negocios, el escritor novel y el reportero apasionado, un trío infernal.
—Sí, todos logramos nuestros éxitos, ¿verdad? De una manera u otra. Nunca he dejado el valle para conseguirlo, pero pensé en hacerlo. Así que puedo considerar que tú y Brad fuisteis la avanzadilla. La diferencia está en que yo no me acostaba contigo.
—Dana estaba enamorada de mí.
Flynn esperó un segundo y absorbió la frustración desconcertada de la cara de Jordan.
—¿Qué pasa? ¿Esa bombilla acaba de encenderse? Hay algo en el circuito de cables que no va, compañero.
—Sabía que me quería. —Disgustado, Jordan se levantó para servirse un vaso de leche—. Diablos, Flynn, todos nos queríamos. Éramos tan familia como quienes comparten lazos de sangre. Yo no sabía que Dana era el amor de mi vida. ¿Cómo se supone que un tío tiene que saber ese tipo de cosas? A menos que la chica lo mire a los ojos y le diga: «Te quiero, gilipollas». Eso era —continuó, hecho una furia— lo que se podía esperar de Dana. Es justo la forma que tiene de hacer las cosas. Pero no lo hizo, y yo no me enteré. Y me convertí en un insecto.
A Flynn le había preocupado la fría tranquilidad que había mostrado Jordan, y su súbito acceso de ira lo alivió.
—Ya, pero eres un insecto por muchas más razones. Podría escribir una lista.
—La que yo escribiría de ti sería más larga —murmuró Jordan.
—Grandioso, una competición. —Flynn, al observar la cara de Jordan, notó que no solo estaba enfadado, sino también triste. Sin embargo, tenía que terminar, tenía que decírselo—. Mira, cuando Lily me dejó y se fue a buscar fama y fortuna en la gran ciudad me dolió mucho. Y no estaba enamorado de ella. Tú y Brad teníais razón. Pero yo pensaba que sí que lo estaba, que estaba listo para sentir amor, y cuando ella me dejó a un lado me descolocó. Dana estaba enamorada de ti. Tienes que entender que tu partida, justificada o no, la machacó.
Jordan se sentó de nuevo y, pensativo, partió en dos una galleta.
—Me estás pidiendo que no le arruine la vida otra vez.
—Sí, es lo que te estoy diciendo.