7

Pitte ya estaba en el vestíbulo, vestido con una camisa y un pantalón negros, en armonía con la elegancia informal de Rowena.

Dana se preguntó si todo el tiempo estarían tan guapos y bien vestidos. Supuso que era algo más en lo que pensar, como por ejemplo: ¿tendrían algunos días el pelo despeinado, indigestión o los pies doloridos? ¿O estas circunstancias eran demasiado mundanas para dioses que vivían en el mundo de los mortales?

—Estábamos disfrutando del fuego y de un vaso de vino. ¿Nos acompañáis? —preguntó Rowena.

—Claro. Gracias. —Atraída por el calor de la chimenea, Dana se dirigió al fuego crepitante—. ¿Vosotros pasáis el rato de esta manera todas las noches?

Pitte, que estaba sirviendo el vino, se detuvo y frunció el ceño.

—¿Pasar el rato?

—Ya sabes, pasar el tiempo vestidos con ropas lujosas, bebiendo buenos vinos en copas de… ¿Qué es eso, Baccarat?

—Creo que sí. —Pitte terminó de servir y ofreció una copa a Dana—. A menudo nos reservamos alrededor de una hora para relajarnos juntos al final del día.

—¿Qué hacéis el resto del tiempo? ¿Os entretenéis haciendo un poco de todo?

—¡Ah, te preguntas lo que hacemos para mantenernos ocupados! —Rowena se sentó y palmeó el cojín que estaba a su lado—. Yo pinto, como sabéis. Pitte dedica su tiempo a las finanzas. Disfruta con el juego del dinero. Leemos. Nos gustan tus libros, Jordan.

—Gracias.

—A Pitte le gustan las películas —dijo Rowena dirigiendo una mirada cariñosa a su amante—. En particular aquellas en las que multitud de objetos estallan con grandes explosiones.

—¿Así que vais al cine? —preguntó Dana.

—Por lo general, no. Preferimos quedarnos cómodamente en casa y ver las películas cuando nos viene bien.

—Multicines —murmuró Pitte—. Así los llaman. Son como pequeñas cajas puestas una al lado de otra. Es una pena que las salas grandes se hayan pasado de moda.

—Vosotros debéis saber mucho sobre los cambios de la moda. En un par de milenios se deben de haber producido cantidad.

Rowena levantó una ceja al contestar a Dana.

—Sí, ciertamente.

—Sé que puede parecer una banalidad —continuó Dana—, pero estoy intentando saber cómo lidiar este asunto. Se me ha ocurrido que vosotros sabéis todo sobre mí. Habéis podido observar toda mi vida. ¿Lo habéis hecho?

—Por supuesto. Desde el momento en que naciste has tenido mucho interés para nosotros. No nos hemos entrometido —añadió Rowena mientras rozaba con sus dedos la cadena enjoyada que llevaba alrededor del cuello—. Ni hemos interferido. Comprendo tu curiosidad por nosotros. Nos parecemos más de lo que crees y al mismo tiempo somos más diferentes de lo que puedes imaginar. Podemos gozar de los placeres humanos, como tú los llamas, y lo hacemos. Comida, bebida, calor, vanidad. Sexo. Amamos… —cogió la mano de Pitte— con tanto ardor como vosotros. Lloramos y reímos. Disfrutamos mucho de lo que ofrece vuestro mundo. Valoramos la generosidad y resistencia del espíritu humano, y lamentamos sus facetas más sombrías.

—Pero mientras estáis aquí no pertenecéis ni a un mundo ni al otro, ¿no es cierto? —Jordan pensó que había algo en la forma en que se tocaban, como si se pudieran marchitar y morir sin ese pequeño contacto—. Podéis vivir como elijáis, pero con algunas limitaciones. Dentro de las fronteras de esta dimensión. Aun así, no pertenecéis a ella. Podéis sentir el calor, pero no os quemáis. Podéis dormir por la noche, pero cuando os despertáis por la mañana no habéis envejecido. El paso de las horas no os cambia. Millones de horas no podrían hacerlo.

—¿Y tú consideras esta clase de… inmortalidad —inquirió Pitte— un don?

—No, en absoluto. —Jordan sostuvo la mirada de Pitte—. La considero una maldición. Realmente un castigo, porque no os está permitido regresar a vuestro mundo y pasáis todos esos millones de horas en el nuestro.

La expresión de Pitte no cambió, pero sus ojos se hicieron más profundos, más expresivos.

—Lo comprendes perfectamente.

—También veo muy claramente algo más. El castigo para Dana, si no logra encontrar la llave, consiste en que pierde un año de su vida. También un año de las vidas de Malory y Zoe. Desde vuestro punto de vista, no supone nada; pero para un humano, que tiene una vida limitada, es algo muy distinto.

—¡Ah! —Pitte apoyó un brazo sobre la repisa de la chimenea—. Entonces, ¿habéis venido a renegociar nuestro contrato?

Antes de que Dana pudiera hablar y decirle a Jordan que se ocupara de sus asuntos, el joven la hizo callar con una mirada.

—No, porque Dana va a encontrar la llave, y no habrá ningún problema.

—Tienes confianza en tu chica —dijo Rowena.

—No soy su chica —contestó Dana rápidamente—. ¿Kane también ha estado observándonos? ¿Desde el comienzo de nuestras vidas?

—No lo puedo decir —respondió Rowena, y agitó una mano impaciente frente a la cara de Dana—. No puedo. Como ha dicho Jordan, hay algunas fronteras que no podemos cruzar. Algo ha cambiado. Lo sabemos porque se ha metido en los sueños de Malory y de Flynn y ha podido hacer daño a Flynn. Antes no podía, o quizá no quería.

—Diles lo que te ha hecho a ti.

Sonó como una orden más que como una petición, y esta vez Dana se enfadó en serio; pero antes de que pudiera decir nada, Rowena la agarró del brazo.

—¿Kane? ¿Qué ha pasado?

Se lo contó y notó que esta vez su voz permanecía firme durante todo el relato. «A mayor distancia —pensó—, menos miedo».

Al menos así fue hasta que vio un destello de temor en la cara de Rowena. No se atrevió a pensar en lo que podía llegar a atemorizar a un dios.

—No hubo ninguna amenaza real, ¿verdad? —La piel le escocía y pequeñas hormigas heladas bajaban por su espalda—. Quiero decir que no podía ahogarme cuando me sumergí en el mar, porque ese mar no existía realmente.

—Sí, existió —la corrigió Pitte.

Su cara reflejaba una sombría determinación. «Es la cara de un soldado —pensó Dana— que observa la batalla desde una colina y espera el momento apropiado para desenvainar la espada».

Dana comprendió que quien estaba en el campo de batalla era ella misma, en medio de una guerra despiadada.

—Lo conjuró primero tu fantasía y después tu miedo. Eso no hace que sea menos real.

—No tiene sentido —insistió Dana—. Cuando apresó a Malory en esa fantasía en la que estaba pintando, la podíamos ver. Todos la vimos de pie en el desván.

—Su cuerpo y quizá parte de su conciencia, porque tiene una mente poderosa, estaban allí. El resto… —Rowena lanzó un suspiro—, el resto de lo que Malory es había pasado al otro lado. Y si hubiera sufrido cualquier daño en su cuerpo —explicó Rowena extendiendo una mano— o en lo que vosotros llamáis su esencia —extendió la otra mano—, en cualquiera de los dos lados, lo hubiera sufrido en su totalidad.

—Si en una existencia se corta una mano —dijo Jordan—, sangraría en la otra.

—Kane lo puede evitar. —A todas luces preocupada, Rowena se levantó para servir más vino—. Por ejemplo, si yo quisiera daros un regalo, una fantasía inofensiva, podría enviaros sueños y cuidaros para protegeros de todo riesgo. Pero lo que Kane hace no es inofensivo. Lo hace para tentar y para atemorizar.

—¿Por qué no se limitó a mantenerme la cabeza debajo del agua de la bañera cuando estaba adormilada?

—Porque, a pesar de todo, hay límites. Para mantener la ilusión no puede tocar tu cuerpo real. Como es tu mente la que forma la textura de la ilusión, tampoco te puede obligar a que te hagas daño a ti misma. Mentirte, sí. Engañarte y amedrentarte, quizá persuadirte, pero no puede obligarte a hacer algo contra tu voluntad.

—Es la razón por la cual pudo zafarse de sus redes. —Era la respuesta que Jordan necesitaba ver confirmada—. Primero, al elegir considerarlo una trampa Dana cambió la textura, como acabas de decir, del mundo. En lugar de paraíso, pesadilla.

—Su percepción y temor, y la cólera de Kane, sí —aceptó Pitte—. El fruto que dejaste caer —le dijo a Dana— tu mente lo percibió como podrido en el centro. No era tu paraíso, sino tu prisión.

—Y cuando prefirió lanzarse al mar antes que dejar a Kane que tomara lo que ella es, antes que aceptar la Fantasía o la pesadilla, se escapó de ambas —concluyó Jordan—. Por tanto, el arma contra Kane consiste en permanecer fiel a uno mismo, sea cual sea el peligro.

—Lo has expresado muy bien —comentó Pitte.

—Ha simplificado demasiado. —Rowena sacudió la cabeza—. Kane es astuto y seductor. Nunca debéis subestimarlo.

—Fue él quien la subestimó a ella. ¿No es cierto, Stretch?

—Puedo controlarme. —La serena confianza del joven contribuía mucho a calmarle los nervios—. ¿Cómo se puede evitar que ataque a Zoe mientras nos concentramos en impedir que lo haga conmigo?

—Zoe no es todavía un problema para Kane, pero se pueden tomar precauciones. —Rowena reflexionó mientras golpeaba con un dedo el borde de su copa—. Podemos protegerla, en cierta medida, hasta que llegue su turno.

—Si llega —la corrigió Pitte.

—Es pesimista por naturaleza. —Rowena sonrió—. Yo tengo más fe.

Se dirigió al sofá, se sentó en uno de los brazos con esa gracia natural con la que nacen algunas mujeres y cogió entre sus manos la cara de Dana.

—Sabes reconocer la verdad cuando la escuchas. Puedes hacer que no oyes y cerrar tu mente. Así como mi hombre es pesimista, tú eres tozuda por naturaleza.

—Tienes toda la razón —murmuró Jordan.

—Pero cuando eliges escucharla, la verdad te aparece con claridad. Es tu don. Kane no puede engañarte a menos que le dejes hacerlo. Cuando aceptes lo que ya sabes, tendrás todo lo demás.

—¿No puedes ser un poco más concreta?

La boca de Rowena esbozó una sonrisa.

—Ya tienes bastante en lo que pensar, por el momento.

Más tarde, cuando estuvieron solos, Rowena se acurrucó en el sofá al lado de Pitte, apoyó la cabeza en su hombro y observó el fuego de la chimenea. En las llamas estudió a Dana, cuyas manos conducían diestramente el volante. Se dirigía, a través de la noche, hacia el valle tranquilo que yacía bajo el Risco.

Admiraba la aptitud, en dioses y mortales.

—Le preocupa —dijo suavemente.

Pitte observó el fuego y también las imágenes que contenía.

—¿A quién preocupa? ¿Al que roba almas o al que inventa ficciones?

Distraídamente, Rowena frotó su mejilla contra el hombro de Pitte.

—En realidad a los dos. Y los dos la han hecho sufrir, aunque solo uno adrede. Pero el cuchillo del amor hiere más profundamente que el de cualquier enemigo. Preocupa a Kane —dijo—, pero el joven está enamorado.

—Están excitados. —Pitte volvió la cabeza para rozar con sus labios el pelo de Rowena—. Jordan debería llevarla a la cama y dejar que la pasión cure antiguas heridas.

—Como todo hombre, piensas que la cama es siempre la solución.

—Lo es, y muy buena.

Le dio un empujoncito, y cuando Rowena cayó, lo hizo sobre la gran cama que compartían.

Lo miró con picardía. Su vestido plateado había desaparecido, de manera que solo ostentaba su desnudez. Sabía que esas bromas eran uno de los hábitos más juguetones e interesantes de Pitte.

—La pasión no lo es todo. —Extendió los brazos y docenas de velas se encendieron—. Mi amor, mi único amor, el cariño es lo que cura a un corazón herido.

Con los brazos todavía abiertos, se enderezó y lo recibió en ellos.

Nada más llegar a casa, después de despedir a Jordan, Dana se preparó de nuevo para leer Otelo, cuando otra vez llamaron a la puerta.

Se imaginó que era Jordan que volvía con alguna excusa nueva para conseguir que le dejara entrar, e ignoró la llamada.

Por todos los santos, iba a pasar dos horas trabajando sobre las ideas que le proporcionara el libro y luego se dedicaría a pensar en el paseo al Risco del Guerrero y en lo que allí se había dicho. Y en lo que no se había dicho en el viaje de vuelta.

Si tenía que pensar en Jordan, estaba decidida a hacerlo cuando estuviera sola. De otra forma, él se lo leería en los ojos.

Llamaron de nuevo, esta vez más insistentemente. Se limitó a sonreír y siguió con el libro; pero los ladridos llamaron su atención. Cuando se dio cuenta de que no podría seguir hasta que no contestara, se levantó y abrió la puerta.

—¿Qué diablos estás haciendo aquí? ¿Qué hacéis aquí los dos? —Miró a Flynn sorprendida y se agachó para acariciar las orejas caídas de Moe y lanzarle unos besitos—. ¿Malory te ha echado de casa? Pobre chico. —Su tono amable se enfrió al enderezarse y mirar a su hermano—. No vas a dormir aquí.

—No pienso hacerlo.

—Entonces, ¿qué traes en la bolsa?

—Cosas. —Se metió en la casa y se puso al lado de su hermana y del perro—. Me han contado que lo pasaste mal anoche.

—Fue una experiencia fea, y no tengo ánimos para revivirla. Son las diez pasadas. Estoy trabajando y luego me iré a dormir.

Pensó que dejaría todas las luces del piso encendidas, como la noche anterior.

—Bien. Aquí están sus cosas.

—¿Las cosas de quién?

—De Moe. Mañana te traeré una bolsa bien grande con su comida, pero con esto tienes suficiente para el desayuno.

—¿De qué demonios estás hablando? —Miró dentro de la bolsa que Flynn había dejado en sus brazos y vio una pelota de tenis mordisqueada, una soga deshilachada y una caja con más de un kilo de bizcochos para perro.

—¿Qué mierda es esto?

—Sus cosas —repitió Flynn alegremente, y gruñó cuando Moe saltó para plantarle las patas delanteras en los hombros—. Moe es tu compañero de piso temporal. Bien, tengo que irme. Te veré mañana.

—No, no te irás. —Tiró la bolsa sobre una silla, se adelantó unos pasos hacia la puerta y le cerró el paso—. No te vas a ir sin tu perro.

Flynn esbozó una sonrisa que era al mismo tiempo burlona y completamente inocente.

—Acabas de decir que no puedo dormir aquí.

—No puedes. Ninguno de los dos puede.

—Mira, le has ofendido. —Contempló con pena a Moe, que intentaba meterse en la bolsa—. Tranquilo, tío. Dana te quiere.

—¡Déjame en paz!

—No te imaginas todo lo que entienden los perros. Las pruebas científicas no son concluyentes. —Dio a Dana una palmadita amistosa en una mejilla—. De todos modos, Moe se queda durante un par de semanas. Será tu perro guardián.

—¿Perro guardián? —Notó que Moe estaba mordisqueando la bolsa—. Te digo en serio que me dejes en paz.

Como el papel marrón no era de su gusto, Moe se alejó para buscar algún trozo de pan y Flynn se sentó y estiró las piernas. Había reconsiderado su estrategia y decidió emplear un argumento que con Dana resultaría decisivo.

—Está bien. Me quedo y seré yo el perro guardián, ya que no tienes confianza en Moe. Echemos a suertes quién duerme en la cama.

—Yo seré la única que duerma en mi cama, y tengo menos confianza en ti que en ese trasto de perro que justo ahora está intentando cazarse su propia cola. ¡Moe, deja de dar vueltas antes de que me destroces la casa!

Pensó en arrancarse un mechón del pelo cuando Moe chocó contra una mesa en un intento desesperado por cogerse la cola con los dientes y provocó que se cayera un montón de libros sobre su cabeza.

El perro ladró asustado y corrió hacia Flynn para buscar protección.

—Flynn, vete y llévate contigo ese perro patoso.

Flynn se limitó a levantar los pies y a usar a Moe de escabel.

—Estudiemos las opciones que se nos presentan —comenzó.

Veinte minutos después Dana entró en la cocina. Se detuvo de golpe y silbó entre los dientes apretados cuando vio los desperdicios del cubo de basura diseminados de una punta a otra de la cocina y a Moe felizmente despatarrado sobre ellos, mordiendo un fajo de toallas de papel.

«¿Cómo lo hace? ¿Cómo diablos puede convencerme?». Esa facultad constituía el misterio de Flynn Hennessy. Nunca se sabía la manera en que lograba llevar el agua a su molino.

Se arrodilló y puso su nariz contra la de Moe.

El perro miró para otro lado, evitando los ojos de Dana. La mujer juró que si los perros pudieran silbar, hubiera escuchado el sonido de «no fui yo» saliendo del hocico de Moe.

—Está bien, tío: tú y yo repasaremos las normas de esta casa.

El perro contestó lamiéndole la cara, y luego se echó en el suelo para mostrarle la tripa.

Se despertó cuando el sol le dio en la cara; tenía las piernas paralizadas. Lo del sol se explicaba fácilmente: otra vez se había olvidado de cerrar las cortinas. Y no se había quedado paralítica, notó después de un momento de pánico: tenía las piernas atrapadas bajo el peso de Moe.

—Bien, esta no es la forma de empezar. —Se sentó y empujó con fuerza al perro—. He dicho que no se permitían perros en la cama. Lo he dejado bien claro.

Moe gimió con un sonido extrañamente humano que hizo temblar los labios de Dana. Después abrió un ojo. Después ese ojo se iluminó con una alegría tremenda.

—¡No!

Pero era demasiado tarde. De un salto, cayó no solo sobre las piernas de Dana, sino sobre su cuerpo entero. Sus patas se agitaban sobando su vientre, sus pechos, su pubis. La lengua del perro lamió su cara con un amor desesperado.

—¡Para! ¡Abajo! ¡Santa Madre de Dios! —Empezó a reír histéricamente y a luchar con Moe hasta que consiguió bajarse de la cama, y salió corriendo de la habitación.

—¡Caramba!

Se colocó el cabello. Por regla general, no era esa la forma en que le gustaba despertarse; pero un día podía hacer una excepción.

Ahora necesitaba café. Inmediatamente.

Antes de que pudiera quitar las mantas, Moe entró de nuevo en la habitación dando saltos.

—¡No! ¡No lo hagas! No traigas esa pelota horrible y asquerosa a esta cama.

La velocidad que Dana desplegaba por las mañanas se aproximaba a la de un caracol que hubiera tomado un Valium, pero una mirada a la pelota de tenis que Moe traía en la boca hizo que se moviera como un velocista olímpico.

Dio un taconazo en el suelo e hizo que Moe cambiara de dirección dando un patinazo. Chocó contra las patas de la cama y luego, impertérrito, escupió la pelota a los pies de la mujer.

—En esta casa no jugamos a ir a buscar la pelota. No jugamos a ir a buscar la pelota cuando estoy desnuda, que, como ves, es lo que pasa ahora. No jugamos a ir a buscar la pelota antes de que tome mi café.

El perro ladeó la cabeza y levantó una pata.

—Vamos a hacer un pacto. Primero me visto. —Dana se dirigió al armario para buscar la bata—. Luego me tomo mi primera taza de café. Después de eso te llevaré a dar un paseo muy, muy corto durante el cual podrás vaciar tu vejiga y jugar a buscar la pelota durante exactamente tres minutos. Tómalo o déjalo.

No sabía de qué forma actuaba el perro —suponía que de tal amo tal perro—, pero terminó jugando con Moe en el parque sus buenos veinte minutos.

Su rutina mañanera no era así, y si había algo sacrosanto para Dana era su rutina mañanera. Podía admitir que se sentía más dinámica y alegre después del paseo con el perro patoso; pero no se lo confesaría a Moe ni a ningún otro.

El perro devoró su desayuno mientras Dana hacía lo propio, y después, por suerte para todos los involucrados, se tumbó para echarse un rápido sueñecito mientras ella sustituía Otelo por su libro de las mañanas.

Para mantenerse fresca y dejar que toda la información se procesara en su cabeza, después de treinta minutos cambió de lectura y eligió uno de los libros de hechicería. Si bien Yago era astuto e inmoral, Kane lo era más aún, y tenía poderes. Quizá encontrara la forma de debilitarlo o eludirlo mientras buscaba la llave.

Leyó acerca de la magia blanca, y de la negra. De brujería y necromancia. Mientras tomaba notas, se dio cuenta de que todo era muy distinto cuando se sabía que la materia fantástica sobre la que estaba leyendo era real.

No eran imaginaciones. No eran mentiras, sino la verdad.

Tenía que recordarlo, pensó al cerrar el libro. Resultaba esencial que recordara la verdad.

Cuando estuvo inmersa en el trabajo en ConSentidos, Dana descubrió que sentía una gran satisfacción al recubrir la aburrida pared con pintura blanca fresca.

«Nuestro local», pensó.

Mientras pintaban, informó a Malory y a Zoe de su visita al Risco del Guerrero y de lo que había descubierto allí.

—Entonces Kane puede hacernos daño. —Frunciendo el ceño, Zoe agregó más pintura al rodillo automático que tenía Malory—. O nos podemos hacer daño nosotras mismas. Creo que eso es lo que significa realmente.

—Pero no nos puede hacer daño a menos que se lo permitamos —intervino Malory—. La cuestión reside en no permitírselo, lo que no es tan fácil como parece.

—No tenéis que decírmelo. —El recuerdo de su encuentro con Kane todavía le producía escalofríos—. No se trata solo de encontrar las dos últimas llaves, sino también de protegernos.

—Y de proteger a la gente que nos rodea —le recordó Zoe—. También atacó a Flynn. Si intenta hacerle algo a Simon, cualquier cosa, pasaré el resto de mi vida buscándole hasta que le encuentre.

—No te preocupes, mamá. —Dana alargó el brazo para posarlo sobre el hombro de Zoe—. Cuando llegue tu turno, todos cuidaremos de Simon. Siempre podremos enviar a Moe para que lo proteja —añadió para aligerar la conversación. Lanzó una mirada acerada a Malory—. Una verdadera amiga me hubiera llamado y me habría avisado de que iba a llegar un perro a mi casa.

—Una verdadera amiga sabría que dormirías mejor por la noche con un perro roncando a tu lado en la cama.

—A mi lado, ni de coña. Se subió a la cama cuando estaba dormida. Lo que significa que anoche no me hubiera despertado ni con un terremoto, y el perro no es precisamente lo que llamaríamos sigiloso. Dejadme añadir que la vigilancia canina de Moe no es una gran solución. Sin mencionar, en primer lugar, que en mi edificio no admiten perros.

—Será durante unas pocas semanas, y principalmente de noche —le recordó Malory—. Es cierto que has dormido mejor. Me doy cuenta por tu estado de ánimo.

—Quizá haya sido así. De todos modos, debería contaros lo que pienso hacer para encontrar la llave.

Cuando terminaron la primera habitación, continuaron con la siguiente y se enfrentaron a la tediosa tarea de prepararla antes de comenzar a pintar.

—Celos, brujería, meterse en la piel de Kane. —De pie en la nueva escalera de mano, Malory se puso a pintar el techo—. Es muy inteligente.

—Así lo pienso. La respuesta está en un libro. Tiene que estarlo. Tu respuesta tenía que ver con el arte, y una de las Hijas de Cristal, la que se te parece, es artista. Bueno, música, pero también es arte.

Zoe las miró.

—Espero con toda mi alma que no signifique que me tengo que dedicar a la esgrima porque mi diosa lleve una espada.

—También tiene ese precioso cachorrito —comentó Malory.

—Por el momento no puedo tener un perro. A Simon le gustaría mucho, pero… Tú lo que no quieres es que piense en la espada.

—Lo que tú digas.

Dana se sentó sobre los talones y estiró la espalda.

—Cachorro, espada, metáforas de algo. Lo pensaremos cuando llegue el momento. Pero si seguimos con este tema, la llave de Malory tenía que ver con la pintura. El sueño de Malory consistía en ser una artista, pero no tenía talento para ello… —Se detuvo y pensó que tenía que haberse mordido la lengua—. Lo lamento. He sido una grosera.

—No, en absoluto. Has dicho la verdad. —Malory miró el techo. Parecía tener un don especial para ese tipo de trabajo—. No tenía talento para pintar, por eso dirigí mis energías hacia un trabajo en el que pudiera formar parte del mundo artístico de otra forma. No me siento ofendida, Dana.

—Está bien, pero más tarde puedes darme un puntapié si quieres. Kane utilizó el deseo de pintar de Malory para apartarla de la búsqueda; pero nuestra heroína resultó mucho más lista que él y dio la vuelta a la tortilla.

Malory inclinó la cabeza como si fuera una reina.

—Me gusta esa parte.

—Es una de mis favoritas —confesó Zoe—. ¿Tú quieres escribir, Dana?

—No. —Durante un momento apretó los labios y lo pensó—. No, no quiero; Pero tengo que tener libros a mi alrededor, tenerlos cerca. Me fascina la gente que puede escribirlos y lo hace bien.

—¿Incluyendo a Jordan?

—No hablemos de eso, al menos no todavía. Lo que digo es que los libros son algo personal para mí, como el arte lo es para Mal. Por eso pienso que mi llave está relacionada con libros. Mi instinto me dice que tiene que ver con un libro que he leído. Otra vez algo personal.

—Voy a investigar otra vez títulos que tengan la palabra «llave» y veré qué libros aparecen. —Sus cejas se juntaron mientras reflexionaba—. Puede que sea una solución demasiado simple, demasiado obvia, encontrar un libro con la palabra «llave» en el título, pero me proporciona algo donde buscar.

—Podríamos dividirnos —sugirió Malory—. Si haces una lista con los libros entre los que piensas que se encuentra el que vale, podríamos dividirlos en tres y cada una coger una parte.

—Me ayudaría. No sabemos lo que estamos buscando —siguió Dana—, pero tenemos que creer que lo reconoceremos cuando lo veamos.

—Quizá debas hacer también otra lista con la palabra «diosa» en el título —le aconsejó Malory—. Mi llave tenía que ver con la diosa cantora, según la pista de Rowena. La tuya puede estar relacionada con la diosa que camina, o espera, según tu pista.

—Buen razonamiento. —Como había terminado con su trozo de pared, Dana se puso de pie—. Por Dios, nuestros ojos van a sangrar. Hay algo más. —Queriendo mantenerse ocupada, fue a buscar su rodillo—. Tu llave estaba relacionada con este lugar, Mal, con la manera en que Kane, o tu cabeza, lo transformó en una fantasía de hogar feliz, con una familia y la posibilidad de pintar en tu estudio. Hasta ahora, la mía ha sido una isla tropical desierta. No creo que encuentre su origen aquí en el valle.

—No sabes adónde irás la próxima vez.

Dana dejó el rodillo y la miró asombrada.

—Bueno, qué bien. Qué feliz me siento al pensarlo.