6

Empezaron a trabajar en el porche, aprovechando el buen tiempo y la experiencia de Zoe.

Por acuerdo unánime, Dana y Malory la habían elegido diosa de la remodelación. Con sus ropas más viejas y con nuevas herramientas para Dana y Malory, trabajaron bajo la dirección de Zoe preparando el porche para pintarlo.

—No me pareció que iba a costar tanto trabajo. —Malory se sentó sobre los talones y se examinó las uñas—. He arruinado mi manicura. Y me la has hecho hace solo un par de días —le dijo a Zoe.

—Te haré otra. Si no raspamos y sacamos con arena la pintura vieja, la nueva no quedará bien. Necesitamos una superficie en buenas condiciones, lisa y porosa, o la próxima primavera tendremos que volver a pintar.

—Nos inclinamos ante ti —bromeó Dana mientras observaba cómo manejaba la pequeña pulidora eléctrica—. Siempre creí que uno se limitaba a aplicar la pintura sobre la pared y luego esperar a que se secara.

—Te inclinas ante mí porque hay muchas cosas que necesitas saber.

—Ya se lo ha creído —gruñó Dana mientras atacaba la pintura vieja con su raspador.

—No me importaría tener una pequeña corona, algo delicado y de buen gusto. —Mientras hablaba, Zoe vigilaba a sus discípulas—. Va a quedar precioso, ya lo veréis.

—¿Por qué no nos entretienes mientras hacemos el trabajo pesado? —sugirió Malory—. Cuéntanos lo de la cena de anoche con Brad.

—No fue nada del otro mundo. Brad se limitó a echar algunas partidas en el videojuego con Simon, cenó y luego se fue. No debería haberme preocupado tanto. Lo que pasa es que hace mucho que no viene ningún tío a casa. Y no estoy acostumbrada a cocinar para millonarios. Tenía la sensación de que necesitaba otro tipo de vajilla, más sofisticada.

—Brad no es así —protestó Dana—. Un tipo con dinero puede ser normal. Brad antes estaba todo el tiempo comiendo en nuestra casa. Y casi nunca poníamos la vajilla de gala.

—No es lo mismo. No hemos crecido juntos, por una parte. Y tu familia y la suya tienen mucho en común. Una peluquera que ha crecido en una caravana en el oeste de Virginia no tiene mucho que decirle al heredero de un imperio americano.

—No eres justa con él, ni contigo misma —le dijo Malory.

—Quizá no, pero soy realista. De todos modos, me pone nerviosa. Creo realmente que no es solo el dinero. Jordan tiene dinero, lo debe de tener con tantos libros como vende; pero él no me pone tan nerviosa. Pasamos un rato agradable juntos cuando vino a arreglarme el coche.

Dana perdió el ritmo y terminó con una astilla clavada en el pulgar.

—¿Tu coche? —Frunció el ceño y se chupó ansiosamente el dedo—. ¿Jordan te ha arreglado el coche?

—Sí. No sabía que había trabajado con coches. Realmente sabe cómo arreglar un motor. Apareció la otra tarde con todas las herramientas y me preguntó si le dejaba echar un vistazo al coche. Fue muy amable de su parte.

—Oh, es un gran bombón —dijo Dana con una sonrisa, y luego apretó los dientes.

—Dana, no seas así. —Zoe apagó la lijadora y volvió la cabeza—. No tenía por qué haberse molestado, y pasó más de dos horas con la avería, y no aceptó nada más que dos vasos de té frío.

—Apuesto a que te miró el trasero cuando fuiste a la casa a buscarlos.

—Quizá. —Zoe se esforzó para que su cara transmitiera tranquilidad—. Pero solo de una manera amistosa y casual. Un pequeño precio a pagar por ahorrarme otro viaje al taller. La verdad es que el coche no andaba tan bien desde que lo compré. En realidad, cuando lo compré tampoco andaba muy bien.

—Sí, se da maña con los coches. Y es generoso con su tiempo —se vio obligada a admitir Dana—. Tienes razón: fue muy considerado por su parte.

—Y cariñoso —añadió Malory con una mirada significativa.

—Y cariñoso —murmuró Dana.

—También dejó que Simon se quedara a su lado cuando llegó de la escuela. —Zoe encendió de nuevo la pulidora y se concentró en su trabajo—. Es divertido ver a Simon hacer buenas migas con un hombre. Creo que debo reconocer que Bradley también se portó bien con Simon, y se lo agradezco.

—Entonces, ¿ninguno de los dos intentó ligar con la madre de Simon? —quiso saber Dana.

—No. —Con una risa forzada, Zoe se fue a la parte más alejada del porche—. Por supuesto que no. Jordan solo estaba haciendo un favor a una amiga, y Bradley…, las cosas no fueron así.

La opinión de Dana fue un largo «hum», y volvió al trabajo.

A la hora de comer el porche estaba preparado para pasar la inspección de Zoe. Dieron un descanso a sus músculos cansados y se sentaron sobre unas tablas pulidas a comerse un bocadillo de atún.

Como ya habían trabajado toda la mañana, el sol brillaba y estaban de buen humor, Dana pensó que era un buen momento para contarles su experiencia de la noche anterior.

—Anoche tuve un pequeño encontronazo con Kane.

Malory se atragantó y cogió su botella de agua.

—¿Qué? ¿Qué? ¿Llevamos juntas más de tres horas y nos lo cuentas ahora?

—No quería que empezáramos la mañana con esa noticia. Sabía que ibais a alucinar.

—¿Estás bien? —Zoe puso una mano sobre el brazo de Dana—. ¿Te ha hecho daño?

—No, pero os lo tengo que contar. El pequeño desencuentro que había tenido con él antes no fue nada en comparación con este. Sabía lo que había pasado contigo, Mal, pero no lo comprendía. Ahora sí.

—Cuéntanos. —Malory se cambió de lugar para estar cerca de Dana.

Esta vez resultó más fácil. Pudo relatar la experiencia con más calma y con más detalles que cuando se la había contado a Jordan. Sin embargo, su voz tembló varias veces y tuvo que coger su termo de café y beber lentamente para aclararse la garganta.

—Podrías haberte ahogado. —Zoe pasó su brazo alrededor de los hombros de Dana—. En la bañera.

—Lo pensé, pero no creo que fuera posible. Si Kane pudiera eliminarnos con tanta facilidad, ¿por qué no hacernos caer por un acantilado o arrojarnos al paso de un camión? O algo parecido.

—Chica, cómo me animas. —Zoe miró a la calle y casi se echó hacia atrás cuando pasó un coche—. Me alegra tanto que lo hayas mencionado…

—Vamos, hablemos en serio. Me parece que Kane tiene un límite en sus acciones. Como sucedió en el caso de Malory. Todo se reduce a que hagamos una elección, a que profundicemos en nosotras mismas y nos aferremos a la parte de nosotras que quede incólume, que reconozcamos la fantasía y la rechacemos.

—Pero de todas formas te hizo daño —señalo Zoe.

—¡Oh, cielos! —Al recordar, Dana se frotó con una mano encima del corazón—. Es cierto. Aunque el dolor era una ilusión, resultó efectiva. Peor que el dolor mismo era lo que este significaba, y luego el miedo a que me lo quitara todo.

—Tendrías que habernos llamado. —En la voz de Malory había tanta exasperación como interés—. Dana, deberías habernos telefoneado a mí o a Zoe. O a las dos. Sé lo que es estar atrapada en una de esas fantasías. No tendrías que haber estado sola.

—No lo estaba, en realidad. Quiero decir después. Iba a llamaros. De hecho, pienso que iba a quedarme en el dormitorio y a gritar para que vinierais; pero en ese momento Jordan llamó a la puerta.

—¡Oh!

Dana miró a Malory.

—No digas «¡oh!» con tanto retintín. Lo que pasó fue que llegó en un momento en el que yo hubiera aceptado la visita de un enano de dos cabezas si hubiera podido alejar al coco.

—Extraña coincidencia, sin embargo —dijo Malory con un movimiento de pestañas—. Me refiero a si tienes en cuenta los elementos suerte, destino y sus conexiones.

—Mira, porque tú hayas perdido la cabeza por Flynn no pienses que el resto del mundo tiene que hacer algo parecido. Llegó y se comportó muy bien. Al principio.

—Escuchemos un poco más entonces —pidió Zoe.

—Al contrario que Brad, aparentemente Jordan pocas veces duda en dar el primer paso. Me acorraló en la cocina.

—¿En serio? —Malory emitió un suspiro—. La primera vez que Flynn me besó fue en la cocina.

—De todos modos, voy a salir con él el sábado por la noche. —Esperó y frunció el ceño cuando ninguna dijo nada—. ¿Bien?

Zoe se apoyó un codo en la cadera y el mentón en un puño.

—Estaba pensando que estaría bien que los dos pudierais al menos ser amigos otra vez. Quizá, desde una perspectiva completamente diferente, el hecho de que seáis amigos de nuevo pueda ser parte de lo que debes hacer para encontrar la llave.

—Creo que necesito pensarlo un poco más antes de comenzar a plantear preguntas. No sé si puedo ser amiga de Jordan de nuevo, porque… de cierta forma estoy enamorada de él.

—Dana.

Malory le cogió la mano, pero Dana se soltó y se alejó un poco.

—Más o menos, el problema es que todavía no sé si estoy enamorada del Jordan de ahora o del que me sedujo tiempo atrás. Ya me entendéis, el que vive en mi recuerdo. Puede ser que ya no exista. Pero tengo que descubrirlo, ¿verdad?

—Sí. —Zoe desenvolvió las galletas de chocolate que había traído y le dio una a Dana—. Necesitas investigar.

—Si estoy enamorada de él, puedo superarlo. —Mordió un buen trozo de galleta—. Ya lo superé una vez. Si no estoy enamorada de él, todo volverá a la normalidad. O a la normalidad dentro de lo posible hasta que no encuentre la llave.

—¿Y los sentimientos de Jordan? —le preguntó Malory—. ¿No son un factor a tener en cuenta?

—Una vez hizo lo que quiso. Esta vez es mi turno. —Movió los hombros contenta, porque el peso que la oprimía pareció desaparecer con su confesión—. Terminemos con el porche.

Mientras las tres mujeres empuñaban rodillos y pinceles, Jordan contaba a Flynn y a Brad la experiencia sufrida por Dana.

Estaban sentados en el salón de Flynn, reunidos en una especie de improvisado gabinete de emergencia.

Jordan caminaba mientras hablaba, y el perro de Flynn, Moe, observaba cada movimiento suyo con la esperanza de que se dirigiera a la cocina y le trajera galletas. Una y otra vez, cuando Jordan se acercaba al pasillo, la gran cola negra de Moe se movía rítmica y alegremente. Por el momento no había conseguido ninguna golosina, pero el pie de Flynn le había acariciado el lomo varias veces.

—¿Por qué diablos no la trajiste a casa? —preguntó Flynn.

—Creo que podría haberlo hecho. Si la hubiera dejado inconsciente de un golpe y la hubiera atado. ¡Estamos hablando de Dana!

—De acuerdo, de acuerdo, tienes razón; pero me lo podrías haber contado anoche.

—Si lo hubiera hecho, habrías salido corriendo a buscarla. Y Dana se hubiera enfadado mucho. Hubieras intentado conseguir que viniera a tu casa, lo que hubiera significado que habríais terminado discutiendo. Pensé que ella ya había tenido demasiado para una noche. Además, quería contároslo a los dos al mismo tiempo, sin que estuviera Malory delante.

—Ahora que lo sabemos —intervino Brad—, ¿qué hacemos al respecto?

—Esa es la cuestión. —Jordan volvió al sofá y destruyó las fantasías de Moe cuando se sentó en la caja que servía de mesita de centro—. No podemos lograr que ninguna deje la búsqueda. Aunque pudiéramos, no sé si sería conveniente. Hay mucho en juego.

—Tres almas —murmuró Brad—. No creo que lo hayamos asimilado todavía. Aun sabiendo lo que le pasó a Malory, no me entra en la cabeza; pero seguiré adelante. No podemos alejarlas de este asunto. Entonces el problema tiene dos partes: qué podemos hacer para mantenerlas a salvo y cómo las ayudamos a conseguir la llave.

—Nos aseguraremos de que ninguna de ellas esté sola más tiempo del absolutamente necesario —empezó a decir Flynn—. Aun cuando sabemos que Kane llegó a Malory mientras estaba con Dana y Zoe, es una precaución que debemos tomar.

—Dana no vendrá a tu casa, Flynn. Le he ofrecido irme a otro sitio, y tampoco la he convencido. —Jordan se acarició distraídamente el mentón y recordó que no se había afeitado—. Pero uno de nosotros puede ir a su casa. Al menos a quedarse con ella por las noches.

—Oh, sí, eso le encantará. —La voz de Flynn rezumaba sarcasmo—. En el mismo instante en que le diga que me voy a dormir a su casa se pondrá hecha un basilisco y me golpeará en la cabeza con el instrumento más pesado que tenga a mano. Y es más que seguro que no dejará que tú vayas a su casa, ni tampoco Brad.

—Estaba pensando en Moe.

La irritación que expresaba la cara de Flynn se transformó en desconcierto.

—¿Moe?

Al sonido de su nombre, Moe, alegre, se levantó, y tiró al suelo las revistas que se encontraban sobre la mesita con un entusiasta movimiento de cola antes de intentar subirse al regazo de Flynn.

—Tú dijiste que Moe notaba la presencia de Kane, o al menos el peligro, cuando fuiste a la casa donde Kane había separado a Malory de Dana y Zoe.

—Sí. —Al recordarlo, Flynn acarició la enorme cabeza de Moe—. Y subió por las escaleras preparado para desgarrar gargantas de una dentellada. ¿No es cierto, perrito?

—Podría servir como sistema de prevención. Si se comporta como dices que hizo esa vez, alertaría a los vecinos. Posiblemente, mantendría a Dana con los pies en la tierra.

—Es una buena idea —convino Brad, y comenzó a quitarse algunos pelos de Moe del pantalón—; pero ¿cómo convencerás a Dana para que acepte a Moe como compañero de piso?

—Puedo hacerlo —dijo Flynn con suficiencia—. Le diré que me voy a trasladar a su casa y tendremos la discusión prevista. Cederé y le preguntaré si no está dispuesta a hacer un trato y aceptar a Moe para que yo pueda dormir por la noche. Sentirá pena por mí y estará de acuerdo para no parecer mezquina.

—Siempre he admirado tus métodos tortuosos y maquiavélicos —comentó Brad.

—Solo hay que mantener la vista fija en el objetivo. Lo que nos devuelve al asunto de la llave.

—Todavía mi agenda sigue siendo la más flexible —apuntó Jordan—. Puedo tomarme todo el tiempo necesario para ocuparme de este asunto. Investigar, intercambiar ideas, caminar mucho. Cuentas con tus recursos de periodista —le dijo a Flynn—. Además, Malory está dispuesta y puede trabajar contigo, y Dana y Zoe ya te han incluido en su grupo tanto como las mujeres permiten a los hombres integrarse. Brad tiene las ventajas de Reyes de Casa. Puede caer por la nueva casa cuando quiera. «¿Cómo va eso, señoras? Parece que bien. ¿Puedo echarles una mano?».

—Puedo hacerlo. Quizá puedas mencionar casualmente a Zoe que no soy ni he sido el asesino del hacha.

—Veré si puedo incluir ese dato en nuestra próxima conversación —prometió Flynn.

Dana se dijo que ya era hora de arremangarse y ponerse a trabajar. De hacer algo positivo, algo que contrarrestara la desagradable semilla de impotencia que Kane había plantado en su interior.

Ni pensar en dejar que echara raíces.

Si su llave era la sabiduría, entonces aprendería. ¿Y qué mejor lugar para buscar sabiduría que la biblioteca?

Odiaba volver como lectora y no como la empleada que fue, pero conseguiría tragarse la bilis y cumpliría con su cometido.

No se molestó en ir a su casa a cambiarse, sino que se dirigió directamente, con la ropa manchada de pintura, al lugar que había sido tan importante en su vida.

El olor la atrapó inmediatamente. Libros, un mundo de libros. Pero renunció a todo vestigio de sentimentalismo. «Dentro de los libros —reflexionó mientras se dirigía a uno de los ordenadores— están las respuestas».

Había leído todo el material disponible sobre las Tradiciones y la mitología celta, de manera que decidió ampliar el temario. Hizo una búsqueda de títulos relacionados con la brujería. «Conoce a tu enemigo», pensó. La sabiduría no es solo una defensa, también es poder.

Apuntó los textos encontrados e hizo otras búsquedas empleando las que pensaba que eran las palabras más importantes de la pista de Rowena. Satisfecha por el buen comienzo, se fue a las estanterías.

—¿Has olvidado algo?

Mostrando su irritante sonrisa dentuda, Sandi se interpuso en su camino.

—Intento olvidar, pero resulta difícil si te empeñas en no quitarte de en medio. Vete a tomar por saco, Sandi —dijo empleando su tono más dulce.

—No nos gusta que se use ese lenguaje en la biblioteca.

Dana se encogió de hombros, la rodeó y siguió andando.

—A mí no me gusta tu perfume empalagoso, pero me aguanto.

—Ya no trabajas aquí.

Sandi fue tras ella y la cogió del brazo.

—Este es un edificio público y resulta que tengo mi carné. Ahora quita tu mano de mi brazo o te romperé esos dientes tan monos que a tu padre le habrán costado tan caros.

Respiró hondo para calmarse. Quería encontrar sus libros y luego se largaría tan rápido como pudiera.

—¿Por qué no subes y le cuentas a Joan que estoy aquí, buscando entre los libros? A menos que se encuentre en Oz molestando a un espantapájaros.

—Puedo llamar a la policía.

—Hazlo, por favor. Resultará interesante leer lo que mi hermano escriba en El Correo del Valle sobre el trato dispensado a los lectores con carné en la biblioteca municipal.

Agitó la mano cerca de la cara de Sandi y se dirigió a los estantes.

—No te preocupes. Me aseguraré de que escriba bien tu nombre.

Mientras buscaba los libros, Dana admitió que la bilis era un poco más difícil de tragar de lo que había imaginado. La apenaba, tanto como la enervaba, no poder asistir a la biblioteca ni siquiera como lectora sin que la acosaran.

Pero no iba a dejar que la echara la princesita de la coleta. Y tampoco dejaría que la acobardara ningún endemoniado hechicero.

En lo que a Dana se refería, ambos tenían bastante en común. Los dos estaban invadidos por unos celos mezquinos que agredían y causaban dolor.

«Celos», pensó, y apretó los labios. En cierta forma, eran lo opuesto al amor. Como las mentiras eran lo opuesto a la verdad y la cobardía al valor. «Otro aspecto», pensó, y se desvió para coger una copia de Otelo, cumbre de las historias de celos.

Se dirigió con su carga de libros a la sección de préstamos y logró sonreír a las mujeres con las que había trabajado durante años. Dejó los libros sobre el mostrador y sacó el carné.

—Hola, Annie. ¿Cómo estás?

—Bien.

Con un movimiento exagerado, Annie miró de reojo a su derecha y se aclaró la garganta. Siguiendo la dirección de su mirada, Dana vio como Sandi, con los brazos cruzados y los labios apretados, la observaba.

—¡Oh, por Dios! —exclamó Dana en voz baja.

—Lo lamento, Dana. Lamento todo esto —murmuró Annie mientras registraba los libros y los apilaba.

—No te preocupes.

Después de guardar el carné en el bolso, Dana recogió los libros. Dirigió a Sandi una sonrisa muy amplia y se marchó.

Uno de los beneficios de mantener una relación adulta con una mujer, en opinión de Flynn, consistía en volver a casa del trabajo y encontrarla allí.

Su aroma, su aspecto, su simple presencia hacía que todo fuera un poco más claro.

Y cuando sucedía que esa mujer, esa mujer guapa, sexy y fascinante, estaba cocinando, el día le regalaba una delicia más.

No sabía qué se estaba asando en el horno, y tampoco le importaba. Era más que suficiente verla batir algo en un recipiente mientras Moe yacía desparramado debajo de la mesa roncando como un tren de mercancías.

Su vida, pensó Flynn, había encontrado su verdadero ritmo cuando Malory Price se incorporó a ella.

Se acercó por detrás, la abrazó por la cintura y la besó en el cuello.

—Eres lo mejor que me ha sucedido nunca.

—Es cierto. —Volvió la cabeza para juntar los labios con los suyos—. ¿Cómo va todo?

—Todo va bien. —Le dio un beso más largo y más satisfactorio—. Mejor que nunca. No tienes por qué cocinar, Mal. Sé que has estado trabajando todo el día.

—Me he limitado a calentar un poco de salsa de bote para los espaguetis.

—Es igual, no tienes por qué hacerlo. —Le cogió las manos y frunció el ceño cuando les dio la vuelta—. ¿Qué es esto?

—Solo unas ampollas. Intento convencerme de que son buenas para mí. Demuestran que hago mi parte.

Flynn se las besó.

—Sabes que si hubieras esperado hasta el fin de semana podría haberos echado una mano.

—En realidad queríamos hacerlo nosotras; al menos ser nosotras las que empezáramos los arreglos. He conseguido algunas ampollas y casi me he arruinado un par de vaqueros, pero tendremos el porche mejor pintado de todo el valle. Con todo, no me quejaré si me sirves un vaso de vino.

Flynn buscó una botella de vino y dos de las copas que Malory había comprado. Le pareció que había más copas en la alacena que la última vez que había mirado.

Malory estaba todo el rato trayendo cosas: copas, toallas esponjosas, jabones sofisticados que Flynn no estaba seguro de ir a utilizar. Constituían una de las rarezas y alicientes de tener una mujer en casa.

—Jordan me ha contado lo que le pasó a Dana.

—Pensé que lo haría. —A pesar de que no estaba oscuro, encendió la larga vela ovalada que había elegido para la mesa—. Los dos sabemos lo horrible que debe de haber sido para ella. Sé cuánto la quieres, Flynn. Yo también la quiero; pero no podemos protegerla, ni estar cerca.

—Quizá no, pero Jordan ha tenido una idea que puede ayudar a conseguir ambas cosas.

Sirvió el vino y le contó la idea de usar a Moe.

—Es una idea brillante —declaró Malory, y luego rio al ver a Moe, que todavía roncaba—. Dana la aprobará seguro, y si no sirve para otra cosa, al menos no se sentirá sola por las noches. —Después de un trago de vino, se fue a la pila y llenó una cazuela con agua para cocer la pasta—. Supongo que Jordan te ha contado que saldrán juntos el sábado por la noche.

Flynn estaba observando la vela mientras pensaba que resultaba extraño verla arder sobre la antigua mesa de picnic que tenía en la cocina.

—¿Quiénes van a salir? —Cuando lo pilló, Flynn bebió un trago largo de vino—. ¿Jordan y Dana? ¿Saldrán?

—Así que no te lo contó.

—No, no surgió el tema.

—No te gusta demasiado la idea —concluyó Malory mientras ponía la cazuela sobre el fuego.

—No lo sé. No quiero meterme. Maldición, no quiero que se hagan daño otra vez. —Como sabía que Jordan estaba trabajando en la planta superior, Flynn miró al techo—. La persona que queda en medio, que en este caso pudiera ser yo, es la que recibe las patadas en el culo de ambas partes.

—Dana sigue enamorada.

—¿De quién? —Los ojos de Flynn expresaban sorpresa—. ¿Lo ama? ¿A Jordan? ¿Dana lo ama? Mierda. ¡Mierda! ¿Por qué me cuentas esto?

—Porque es lo que hace la gente enamorada, Flynn. —Sacó tres manteles individuales bordados de un cajón que Flynn no estaba seguro de reconocer y los puso con esmero sobre la mesa—. Se cuentan cosas. Y espero que no vayas corriendo a comentar con Jordan esta información.

—Cielos. —Mientras caminaba de un lado a otro se pasó una mano por el cabello—. Mira, si no me lo hubieras contado, no tendría que pensar en no decirles nada a Jordan ni a Dana. Me limitaría a existir en una hermosa burbuja de ignorancia.

—Y pienso que Zoe está interesada por Brad, aunque no le guste reconocerlo.

—Detente. Detén esta ola de información ya mismo.

—Eres un periodista. —Risueña, sacó la ensalada que había preparado y comenzó a aliñarla—. Se supone que vives de las informaciones.

Flynn nunca había visto esa ensaladera antes, ni los cubiertos de madera que usaba para mezclarla.

—Me está entrando dolor de cabeza.

—No, no es cierto. Quieres que tus amigos sean felices, ¿verdad?

—Cierto.

—Nosotros somos felices, ¿verdad?

Con cautela, respondió:

—Sí.

—Somos felices y estamos enamorados. Por tanto, quieres que tus amigos sean felices y estén enamorados también. ¿Correcto?

—Es un argumento tramposo. De manera que antes de contestarte prefiero distraerte un poco.

—No haré el amor contigo mientras se cocina la cena y Jordan esté arriba.

—No era esa la idea, aunque la verdad es que me gusta. Voy a distraerte contándote que los obreros vendrán el lunes para comenzar la reforma de la cocina.

—¿De verdad? —Como Flynn había supuesto, todo otro pensamiento abandonó la cabeza de Malory—. ¿De verdad? —repitió, y se arrojó en sus brazos—. ¡Estupendo! ¡Maravilloso!

—He pensado que era lo más conveniente. Entonces, ¿vas a venir a vivir conmigo?

Malory le rozó los labios con los suyos.

—Pídemelo otra vez cuando esté acabada la cocina.

—Eres una tía dura, Malory.

Después de un día de trabajo físico, Dana ansiaba un baño caliente antes de sumergirse en la lectura de los libros que había sacado de la biblioteca. Pero no tenía valor para bañarse.

Cuando se dio cuenta del problema, se sintió mortificada y se embarcó en una fantasía sobre la casa que compraría un día. Una mansión grande y apartada. Con una biblioteca del tamaño de un granero.

«Y jacuzzi», añadió mientras se masajeaba la parte inferior de la columna, que le dolía.

Pero hasta ese feliz día, se conformaría con su piso. En cualquier caso, con todas las habitaciones de su piso, lo que incluía a la que tenía la bañera.

Podría asistir a un gimnasio, pensó mientras se acomodaba junto a los libros para pasar una noche de investigaciones.

Odiaba los gimnasios. Estaban llenos de gente. Gente sudorosa. Gente desnuda que insistiría en compartir su tiempo de jacuzzi.

No valía la pena esa molestia. Mejor esperaría a que pudiera permitirse un espacio propio. Por supuesto, cuando pudiera permitirse su propia casa, con jacuzzi, era poco probable que se pasara ocho horas raspando y pintando hasta que le doliera la espalda.

Se obligó a concentrarse y empezó con Otelo. Tenía su propio ejemplar, como era natural. Tenía todo lo que Shakespeare había escrito, pero quería un volumen diferente. «Una especie de mirada fresca», pensó.

Los celos y la ambición eran lo que había impulsado a Yago, reflexionó. Había plantado «el monstruo de ojos verdes que se burla de la carne que lo alimenta» en Otelo, y después había observado cómo lo devoraba.

Los celos y la ambición eran lo que había impulsado a Kane, y también observó mientras su monstruo devoraba.

Podría aprender de esa obra, pensó, lo que hacía perder el alma a un hombre, o a un dios.

Apenas había comenzado cuando un golpe en la puerta la interrumpió.

—¿Qué pasa ahora?

Gruñendo, fue a abrir la puerta. Su irritación creció cuando vio que era Jordan.

—Esperemos que no se convierta en una costumbre.

—Vamos a dar un paseo.

La respuesta de Dana consistió en cerrar la puerta de golpe, pero Jordan se anticipó interponiendo una mano y abriendo de nuevo.

—Déjame decirlo de otra forma: me voy al Risco del Guerrero. ¿Quieres venir?

—¿Para qué vas? Eres un espectador en este asunto.

—Eso es opinable. Voy a ir porque tengo algunas preguntas que hacer. En realidad, he decidido irme de la casa de Flynn después de la cena. Para dejar un poco tranquilos a los tortolitos. —Se apoyó cómodamente en la jamba de la puerta mientras hablaba, pero con la mano firmemente apoyada para evitar que cerrara—. Me he encontrado saliendo de la ciudad y subiendo por el camino de la montaña. Pensaba que podía seguir hasta la mansión y tener una buena charla con Pitte y Rowena. Luego he pensado que te podrías enfadar si iba a verlos sin ti. Por tanto, me he dado la vuelta y he vuelto. He venido a buscarte.

—Supongo que quieres obtener alguna recompensa por tu actitud.

Jordan sonrió.

—Si conservas un registro de mis buenas acciones.

—No veo de qué tienes que hablar con Rowena y Pitte.

—Veamos si te lo explico otra vez: voy a ir, contigo o sin ti. —Se enderezó y quitó la mano de la puerta—. Pero si quieres venir, puedes conducir.

—¡Vaya propuesta!

—En mi coche.

En la mente de Dana apareció la imagen del lujoso, fuerte y clásico T-Bird. Tuvo que hacer un esfuerzo para evitar que se le cayera la baba.

—Juegas sucio.

Jordan sacó las llaves del bolsillo. Las agitó.

El conflicto interno de Dana duró alrededor de tres segundos antes de que le arrancara las llaves de la mano.

—Déjame coger una chaqueta.

Independientemente de sus defectos, Jordan Hawke sabía de coches. El Thunderbird escaló las colinas como un gato montés, un prodigio de gracia y poderío. Se aferraba a las curvas y rugía en los tramos rectos.

Unos podrían considerarlo un vehículo y otros un juguete; pero Dana sabía que era toda una «máquina». De primera clase.

Hallarse detrás del volante no le produjo solo placer físico. Le permitió modificar la situación con tanta facilidad como cambiar de marcha. Ahora era ella quien conducía. El paseo al Risco podía haber sido idea de Jordan, pero ¡por Dios bendito!, era ella la que conducía.

La noche era fresca y la temperatura bajaba más a medida que subían por la colina, pero habían bajado la capota del coche. A Dana le compensó contrarrestar el frío de sus dedos y la mordedura del viento helado con la alegría de acelerar al aire libre.

Los árboles estaban en su mejor momento. El sol, en su ocaso, los teñía con una pátina dorada que hacía más brillantes sus colores. Las hojas caídas danzaban y se arremolinaban en el camino, donde se alternaban la luz y las sombras.

Era como conducir hacia un cuento de hadas, pensó Dana, donde cualquier cosa podía surgir en el siguiente recodo.

—¿Qué te parece el coche? —preguntó Jordan.

—Tiene estilo. Y fuerza.

—Siempre he pensado eso mismo de ti.

Dirigió al hombre una mirada torva y luego se concentró en la carretera. Aunque lo estaba pasando muy bien, eso no quería decir que iba a dejar de pincharlo.

—No comprendo por qué necesitas un coche como este cuando vives en un medio urbano donde el transporte público no solo es accesible, sino también eficiente.

—Por dos razones: primero, por las veces que no estoy en un medio urbano, como ahora; y segundo, porque estaba loco por tener un coche así.

—Ya. —No se lo podía echar en cara—. En 1957 aparecieron los T-Bird por primera vez.

—Así es. Yo tengo un Stingray del 63.

Los ojos de Dana se abrieron como platos.

—No es verdad.

—Cuatro marchas, 327. Motor de inyección.

Dana sintió que algo se derretía en su interior.

—Cállate.

—Lo puedo poner a 220. Podría ir más rápido, pero todavía nos estamos conociendo. —Esperó un segundo—. Le he echado el ojo a un convertible Caddy. Del 59.

—Te odio.

—Vamos, un hombre puede tener alguna afición.

—El Stingray del 63 es el coche de mi vida. El que tendré un día, cuando se realicen todos mis sueños.

Jordan esbozó una sonrisa.

—¿De qué color?

—Negro. Formal y serio. Cambio manual de cuatro marchas. No necesito que sea el 327, aunque ese es lo mejor de lo mejor. Sin embargo, tiene que ser un convertible. El cupé no me gusta. —Se quedó callada unos segundos, disfrutando del paseo—. Zoe me ha contado que le habías arreglado el coche.

—Pasé por su casa. Estaba fuera de punto y el carburador necesitaba unos retoques. Nada demasiado importante.

Se obligó a contestar:

—Muy amable por tu parte.

—Tenía tiempo. —Encogió los hombros y estiró un poco más las piernas—. Pensé que Zoe necesitaba que le echaran una mano.

Dana comprendió sus motivos y se sintió avergonzada por su primera reacción cuando supo que Jordan había ido a casa de Zoe. La madre soltera trabajadora que criaba a su hijo.

Como la madre de Jordan.

Por supuesto que había ido a ayudarla.

—Zoe te estaba muy agradecida —le dijo, pero sin demasiado énfasis—. En especial porque no la pones nerviosa, como Brad.

—¿No? Me siento insultado, y ahora me esforzaré en ponerla nerviosa por mi orgullo herido.

—¿Qué tipo de reloj llevas?

—¿Reloj? —Desconcertado, se miró la muñeca—. No sé. Me marca la hora.

Dana sacudió sus cabellos y rio.

—Eso es lo que pensaba que dirías. Lo lamento, pero nunca la pondrás nerviosa.

Sin ganas, redujo la velocidad cuando llegaron a la verja. Luego se detuvo y miró hacia la mansión a través de las rejas mientras sacaba un cepillo del bolso.

—Qué lugar —comentó mientras se cepillaba los nudos y enredos que el viento había formado en su pelo—. Si vives en un lugar como este podrías tener ese Corvette clásico. Guardarlo en un garaje amplio y con calefacción, como merece. Me pregunto si Pitte y Rowena conducen.

—Una cuestión irrelevante.

—No, de verdad. Piensa en ello. Son lo que son, y están en este mundo mucho antes de que alguien pensara en un motor a combustión. Pueden hacer lo que hacen, pero ¿habrán dado clases de conducir, habrán guardado cola en la inspección técnica de vehículos y se habrán sacado un seguro? —Guardó el cepillo en el bolso y miró a Jordan. Estaba tan despeinado como antes Dana. Sin embargo, no parecía desaliñado. Solo sexy—. ¿Cómo viven? —continuó—. No sabemos nada de lo que hacen, en lo que a la vida cotidiana se refiere. Actividades humanas. ¿Ven la televisión? ¿Juegan a la canasta? ¿Pasean por el centro comercial? Y en cuanto a amigos, ¿tienen alguno?

—Si los tienen, los cambiarán constantemente. Los amigos, al ser humanos, tendrían la irritante costumbre de morirse.

—Es cierto —dijo en voz baja mientras volvía a mirar la mansión—. Se sentirán solos. Dolorosamente solos. Todo su poder no les permite ser como nosotros. Vivir en esa mansión no significa que sea su hogar. Qué extraño, ¿verdad? Sentir lástima por unos dioses.

—No. Es intuitivo. Es la clase de sentimiento que te ayudará a encontrar la llave. Cuanto mejor los conozcas y los comprendas, más cerca estarás de resolver tu parte del puzzle.

—Quizá. —De repente, la verja se abrió—. Supongo que nos invitan a pasar.

Condujo bajo el crepúsculo hasta la gran mansión de piedra.

El anciano que pensaban que era el mayordomo se acercó corriendo para abrir la portezuela del automóvil.

—Bienvenidos. Me haré cargo del coche, señorita.

—Gracias. —Dana lo estudió mientras intentaba calcular su edad. ¿Setenta? ¿Ochenta? ¿Tres mil dos?—. Nunca me acuerdo de su nombre —le dijo.

—Me llamo Caddock, señorita.

—Caddock. ¿Es un apellido escocés o irlandés?

—Galés. Soy de Gales, señorita.

«Como Rowena», pensó Dana.

—¿Trabaja desde hace mucho para Pitte y Rowena?

—Realmente sí. —Sus ojos parecieron hacerle un guiño malicioso—. Hace años que estoy a su servicio. —Su mirada se perdió en el espacio y asintió con la cabeza—. Es un hermoso espectáculo, ¿verdad?

Dana se dio la vuelta y contempló un enorme ciervo que se encontraba entre la hierba y el bosque. Su grupa parecía tener un brillo blancuzco a la suave luz del crepúsculo y su cornamenta lanzaba destellos plateados.

—Simbolismo tradicional —dijo Jordan, que también estaba muy impresionado por la magnificencia del ciervo—. El buscador siempre ve un venado blanco o una liebre al comenzar su empresa.

—Malory también lo vio —murmuró Dana con un nudo en la garganta—. La primera noche que vinimos aquí, pero ni yo ni Zoe lo vimos. —Caminó hasta ponerse al lado de Jordan—. ¿Significa que ya estaba establecido que Malory buscaría la primera llave? ¿Que no tuvo nada que ver el sorteo? ¿Era solo un espectáculo?

—O de un ritual. Todavía teníais que elegir si meteríais la mano en la caja para sacar un disco. Tú decides si sigues al ciervo o te alejas de él.

—Pero ¿es real? ¿Ese ciervo está ahí o nos lo estamos imaginando?

—Eso es algo que tendrás que decidir tú.

Jordan esperó hasta que el ciervo se confundió con las sombras antes de darse la vuelta.

El anciano y el coche habían desaparecido. Después de la sorpresa inicial, Jordan se metió las manos en los bolsillos.

—Debes admitirlo, es muy guay.

Las puertas de la entrada se abrieron. Rowena se hallaba en el centro. Las luces del candelabro brillaban sobre su pelo rojo y lanzaban destellos en el largo vestido de seda gris que llevaba puesto.

—¡Qué alegría veros a los dos! —Tendió una mano para saludarlos—. Estaba deseando tener compañía.