Decidió hacer de su baño todo un acontecimiento. El primer lujo del desempleo. «Es mejor que lo celebre —se dijo Dana— en vez de ponerme a llorar».
Eligió aroma de mango para conseguir una sensación tropical y echó una cantidad generosa de sales de baño perfumadas en la bañera. Encendió velas y consideró que una botella de cerveza no concordaba con el resto de la ambientación.
Desnuda, se dirigió a la cocina y vertió la cerveza en un vaso.
Nuevamente en el baño, se recogió el pelo en un moño en lo alto de la cabeza; después se untó con un poco de la crema facial hidratante que le había recomendado Zoe. No le haría mal.
Al darse cuenta de que le faltaba un elemento importante, fue a revisar sus CD y encontró uno de Jimmy Buffet. «Es tiempo de ir a las islas», se dijo, y cuando Jimmy empezó a sonar se sumergió con un largo suspiro en el agua fragante y cálida.
Durante los primeros cinco minutos se limitó a disfrutar y dejó que el agua caliente, los aromas y el bienestar absoluto hicieran su trabajo.
Un gran balón blanco con la cara irritada de Joan bajaba botando por una ladera empinada, chocando contra las piedras y levantando polvo. La cara adquirió una expresión de horror cuando se dirigía directamente hacia el borde de un acantilado. Una coleta rubia y saltarina la siguió.
La tensión se desvaneció, gota a gota.
—Adiós —murmuró Dana satisfecha.
Salió de su ensimismamiento para quitarse la crema facial con una toalla y recordó que debía ponerse un hidratante cuando saliera de la bañera.
Frunció las cejas cuando observó los dedos de los pies, y negó moviendo la cabeza a ambos lados. Quizá era el momento de hacerse una pedicura que terminara con un esmalte de uñas de color fresco y liberador, adecuado para una desempleada reciente y futura empresaria.
Resultaba tremendamente práctico contar con una experta en belleza como amiga y socia.
«Lista para la segunda parte», pensó, y cogió el libro del borde de la bañera. Dio un trago de cerveza, pasó la página y se enfrascó en la lectura.
El ambiente tropical, el romance y la intriga se adecuaban perfectamente a sus necesidades. Se dejó llevar por las palabras, comenzó a ver el profundo brillo azul del agua y el resplandor de las arenas blancas. Sintió el aire tibio y húmedo que acariciaba su piel y olió el mar, el calor, el fuerte perfume de los lirios plantados en tiestos sobre la amplia galería.
Pasó de un bosque dorado por el sol a unas arenas resplandecientes. Las grullas gritaban mientras planeaban sobre su cabeza y el eco de sus gritos era una especie de canto.
Sintió el roce de la arena bajo sus pies desnudos y la manera caprichosa en que el pareo de seda flotaba alrededor de sus piernas.
Caminó hacia el agua, paseó por la orilla y gozó de la belleza de la soledad.
Podría ir a donde quisiera, o quedarse donde estaba.
Todos esos años de responsabilidades y trabajo, de puntualidad y obligaciones, quedaban atrás.
¿Por qué se le había ocurrido pensar que tenían tanta importancia?
Las olas corrían hacia la playa con un encaje de espuma en sus bordes y luego volvían deslizándose hacia el mar con un suspiro. Dana vio el destello plateado y los saltos de los delfines que jugaban, y por detrás, muy lejos, la delicada línea del horizonte.
Perfecto, lleno de paz y belleza. También era liberador saber que estaba completamente sola.
Dana se preguntó por qué siempre se había sentido obligada a trabajar tan duro, a preocuparse con lo que se debía hacer, cuando todo lo que realmente quería era estar sola en un mundo elegido por ella.
Un mundo —comprendió sin ningún atisbo de sorpresa— que podía cambiar a su capricho con solo pensarlo.
No existiría la nostalgia si ella no quería, ni la compañía si ella no la creaba. Su vida podía desplegarse —color y movimiento y silencio y sonido— como las páginas de un libro que no tenía por qué terminar.
Si quería un compañero, solo tenía que imaginarlo. Amante o amigo.
En realidad no necesitaba a nadie más que a sí misma. La gente traía problemas, responsabilidades, equipaje, necesidades que no eran las propias. La vida era mucho más simple en soledad.
Sus labios hicieron una mueca de satisfacción mientras paseaba por esa curva cerrada de la playa donde las únicas huellas eran las suyas y se dirigía hacia la frondosa sombra de las palmeras y de los árboles cargados de frutos.
Ese lugar era más fresco, porque ella lo quería así. Blanda hierba bajo sus pies, rayos de sol que atravesaban la espesura y el vuelo fugaz y directo de los pájaros con plumas del color brillante de las joyas.
Cogió una fruta de una rama —un mango, por supuesto— y dio el primer bocado, dulce y jugoso.
Estaba frío, casi como el hielo, que era como a Dana le gustaba, y no recalentado por el sol.
Levantó los brazos, vio que estaban bronceados con un color dorado oscuro y cuando miró hacia abajo sonrió al notar que las uñas de los pies estaban pintadas de un color rosa llamativo y alegre.
«Perfecto —se dijo—. Exactamente como quería».
Su mente comenzó a vagar mientras deambulaba por el claro del bosque observando unos peces de colores que bailaban en un charco de agua azul y transparente. Quería que los peces fueran rojos como rubíes, y así fue. Verdes como esmeraldas, y también lo fueron.
El maravilloso destello de colores brillantes en el agua provocó su risa y, con el ruido, los pájaros, que también eran joyas, se desvanecieron en la perfecta esfera del cielo.
Pensó que este podría ser su lugar para siempre. Solo lo cambiaría cuando quisiera. Aquí nunca sufriría de nuevo, ni necesitaría nada, ni se decepcionaría. Todo sería siempre como ella quería que fuese…, hasta que quisiera que fuera distinto.
Levantó el mango nuevamente y un pensamiento atravesó su mente: «Pero ¿qué haré aquí, día tras día?».
Le pareció oír voces, apenas un murmullo en la lejanía. Cuando se levantó una brisa que se llevó los sonidos, Dana se dio la vuelta y miró hacia atrás.
Las flores se enredaban en plantas de un brillante verdor. Las frutas colgaban, resplandecientes como gemas, de las delicadas ramas de los árboles. El sonido del oleaje, un susurro seductor, temblaba en el aire.
Se hallaba sola en el paraíso que había creado.
«No. —Lo dijo en voz alta, como si fuera una prueba—. No está bien. No es lo que soy, no es lo que quiero».
El mango que sostenía se le escapó entre los dedos y cayó a sus pies con un sonido desagradable. El corazón de Dana dio un vuelco cuando vio que estaba podrido por el centro.
Notó que los colores que la rodeaban eran demasiado vivos y las texturas demasiado planas. Todo parecía un decorado, se sentía como dentro de un decorado barroco construido para una obra interminable.
—Es una trampa. —Avispas agresivas comenzaron a zumbar alrededor del fruto podrido—. ¡Es una mentira!
Nada más gritar, el cielo azul se volvió negro. El viento aulló y movió las ramas, desparramando las flores y las frutas. El aire adquirió un frío intenso.
Dana corrió, y la lluvia helada le azotó la cara y adhirió a su cuerpo la seda del pareo.
En ese mundo salvaje y malvado, con o sin trampa, sabía que ya no estaba sola.
Corrió. Atravesaba las corrientes huracanadas de la tormenta entre las ramas, cuyos filos de navaja la azotaban y, como dedos sarmentosos, parecían querer atraparla brazos y piernas.
Sin aliento, aterrorizada, volvió a la playa. El mar era una pesadilla: murallas de agua negra y aceitosa se levantaban para volver a caer con estruendo y devoraban poco a poco la playa. Las palmeras se derrumbaban a su espalda y la arena blanca desaparecía. Era como si el mundo entero se colapsara.
Hasta en la oscuridad y el frío sintió la sombra que se cernía sobre ella. El dolor hizo que se pusiera de nuevo de pie y se tambaleara hacia adelante, mientras sentía que algo se desgarraba en su interior.
Y salía de ella.
Juntó todas sus fuerzas, toda su voluntad, y optó por zambullirse en el mar voraz.
Se irguió. Apenas podía respirar, temblaba y un grito le quemaba la garganta.
Se encontró sentada en la bañera, sumergida en agua fría. El libro estaba flotando y las velas se acababan de consumir en su propia cera.
Atemorizada, salió de la bañera y por un instante permaneció temblando, encogida sobre la alfombrilla de baño.
Mientras sus dientes castañeteaban, se obligó a ponerse de pie, cogió una toalla y se envolvió con ella. De repente, la conciencia de estar desnuda aumentó su temor. Salió del baño a trompicones, con el corazón latiendo con fuerza, y buscó una bata en el armario.
Le parecía que nunca recuperaría el calor.
La había engañado. Kane, el oscuro hechicero que había desafiado al rey de los dioses y había robado las almas de sus hijas. «Porque eran mitad humanas —pensó Dana—, y eso había ofendido su sensibilidad. Y porque quería gobernar».
Había conjurado la Urna de las Almas con su triple cerradura y había forjado las tres llaves que ningún dios podía utilizar. «Una especie de broma desagradable —pensó mientras se esforzaba por recobrar el aliento—. Una grosera burla al dios que había tenido el mal gusto de enamorarse de una mortal».
El hechizo que Kane había lanzado detrás de la Cortina de los Sueños se había mantenido durante tres mil años. Eso significaba que gozaba de mucho poder, y acababa de demostrárselo brutalmente para recordarle que la vigilaba. Se había deslizado dentro de su cabeza y la había llevado a vivir una de sus propias fantasías. «¿Cuánto tiempo ha durado?», se preguntó mientras se frotaba el cuerpo con los brazos para entrar en calor. ¿Cuánto tiempo había permanecido desnuda, inerme, fuera de su propio cuerpo?
Había oscurecido completamente y encendió la luz por temor a lo que pudiera acechar en la oscuridad. Pero el cuarto se encontraba vacío. Estaba sola, como había estado sola en la ilusión de la playa.
Escuchó un fuerte golpe en la puerta de la calle, y de nuevo comenzó a formarse un grito en su garganta. Intentó controlarlo y salió corriendo a abrir la puerta.
Quienquiera que fuera, era preferible a estar sola. O eso pensaba hasta que vio a Jordan. ¡Oh, Dios, él no! ¡Ahora no!
—¿Qué quieres? —le espetó—. Vete, estoy ocupada.
Antes de que pudiera cerrar la puerta con un golpe, Jordan interpuso una mano.
—Quiero hablarte de… ¿Qué te pasa? —Dana estaba blanca como un folio y sus ojos oscuros estaban muy abiertos y brillantes por el susto pasado—. ¿Qué ocurre?
—No pasa nada. Estoy bien. —Empezó a temblar de nuevo, esta vez con más intensidad—. No quiero… A la mierda con todo. Tú eres mejor que nada.
Se apretó contra él.
—¡Tengo tanto frío! Estoy helada.
Jordan la levantó en brazos y a continuación cerró la puerta.
—¿Al sofá o a la cama?
—Al sofá. Me ha entrado un tembleque muy fuerte. No puedo parar.
—De acuerdo. Está bien. —Se sentó y la mantuvo en su regazo mientras arreglaba los cojines—. Entrarás en calor en un instante. —La consoló y la abrigó con unas mantas—. Abrázame.
Le frotó la espalda y los brazos, y luego la apretó contra su cuerpo. Esperó a que su temperatura corporal hiciera el resto.
—¿Por qué estás mojada?
—Estaba en la bañera. Luego no estaba aquí. No sé cómo lo hace. —Sus manos se agarraban con fuerza a la chaqueta del joven e intentaba calmarse—. El muy hijo de puta se ha metido en mi cabeza. Ni siquiera te enteras cuando sucede, pero es así. Durante un par de minutos no podré hablar con sensatez.
—Está bien. Creo que te comprendo. —Sus manos encontraron la cinta que le sujetaba el cabello. Sin pensar, se la quitó y la peinó con los dedos—. ¿Ha sido Kane? ¿Ha estado aquí?
—No lo sé. —Exhausta, apoyó la cabeza en el pecho de Jordan. Por fin había recobrado el aliento. La opresión en el pecho había desaparecido—. Como te he dicho, no sé cómo lo hace. Yo quería tomar un baño y relajarme.
Para obligarla a pensar en otra cosa, el hombre le olió deliberadamente el cuello.
—Tienes un aroma exquisito. Apetitoso. ¿Qué es?
—Mango. ¡Acaba ya! —Pero no hizo ademán de salir de su regazo—. He seguido la rutina de un baño de espuma. He encendido velas y he llevado mi libro. La historia sucede en el Caribe. Eso explica lo del mango y lo de Buffet. He puesto un CD de Jimmy Buffet.
Desvariaba, pero Jordan dejó que se desahogara.
—Entonces me pongo cómoda: burbujas calientes, Buffet, cerveza y un libro. El libro es una novela romántica con un ritmo bastante rápido y diálogos inteligentes. El capítulo que estaba leyendo está narrado desde el punto de vista de la heroína, y trascurre durante uno de sus descansos. Se encuentra en la terraza de su habitación, en un complejo turístico tropical que en realidad es una tapadera para… No interesa, no es importante. —Cerró los ojos, tranquilizada por la constante caricia de la mano de Jordan en su pelo—. Entonces ella está allí, mirando el agua. Están las olas, la brisa, las grullas. El escritor describe tan bien la escena que puedo verla.
»Luego no estoy precisamente viéndola en mi cabeza, en las palabras escritas de la página. Pero no me doy cuenta del cambio, de que estoy dentro de la imagen formada en mi mente. Es la parte más espeluznante. No te lo imaginas. —Se frotó la cara con las manos—. Debo levantarme. —Se quitó las mantas y se puso de pie. Por si acaso, se anudó el cinturón de la bata—. Estaba en la playa. No me limitaba a pensar en la playa, ni a verla. Estaba allí. Podía oler el agua y las flores. Lirios, había tiestos con lirios blancos. No me parecía raro en absoluto estar de repente caminando por la arena, sintiendo el sol y la brisa en mi piel. Mis pies están desnudos, las uñas están pintadas, estoy bronceada y llevo algo largo de seda: un pareo. Puedo sentir que aletea alrededor de mis piernas.
—Apuesto a que estabas estupenda.
Dana lo miró y por primera vez desde que Jordan había entrado aparecieron los hoyuelos en sus mejillas.
—Estás intentando evitar que desvaríe otra vez.
—Definitivamente sí, pero aun así apuesto a que estabas estupenda.
—Seguro que lo estaba. Era mi fantasía. Mi propia y personal isla tropical. Tiempo perfecto, mar azul, arena blanca y soledad. Hasta pensaba, mientras andaba por la playa, que había sido muy tonta en preocuparme por mis responsabilidades. Podía hacer o tener todo lo que hubiera querido.
—¿Qué es lo que quieres, Dana?
—¿En ese momento? Únicamente estar sola, creo, sin preocuparme por nada. Sin pensar en lo alterada que estaba porque la maligna Joan me había obligado a dejar un empleo que realmente me gusta ni en que estoy un poco asustada por tener que empezar el acto segundo de La vida de Dana.
—Eres humana. Es normal.
—Lo es. —Le devolvió la mirada. El alto y guapo Jordan Hawke la observaba con sus grandes y profundos ojos azules. Comprendía que ella no buscaba estúpidas palabras de consuelo o solidaridad—. Lo es —repitió, sosegada por su comprensión tanto como por sus manos—. Me dirigí a un bosquecillo de palmeras y árboles frutales. Cogí un mango. Lo podía saborear. —Hizo una pausa y se tocó los labios con los dedos—. En resumen, deambulaba pensando: «¡Ostras, esto es la vida!». Pero no era la vida, no era mi vida. Y no es lo que quiero, de ninguna manera. —Volvió al sofá por miedo a que sus piernas no la sostuvieran cuando contara el resto—. Ese es el pensamiento que surgió en mi cabeza. Luego oí voces. Lejanas, en la distancia, pero familiares. Y pensé: «Esto no es real. Es una trampa». Entonces sucedió. ¡Oh, Dios! —Su corazón se aceleró nuevamente y apretó los puños entre sus pechos—. ¡Oh, Dios!
—Tranquila. —Jordan puso sus manos sobre las de la mujer y las apretó hasta que ella levantó la vista—. Tómate tu tiempo.
—Se desató una tormenta. Ni te la puedo describir. Cuando me di cuenta de que no era real, todo ese mundo se convirtió en un infierno: viento, lluvia, oscuridad y frío. ¡Cielo santo, Jordan, hacía tanto frío! Comencé a correr. Sabía que tenía que huir, porque no me hallaba sola después de todo. Él estaba allí y venía a buscarme. Volví a la playa, pero el mar estaba enloquecido. Murallas de agua negra de quince o veinte metros de altura.
»Caí. Lo sentí sobre mí, a mi alrededor. El frío. Y el dolor. Un dolor horrible y desgarrador. —Su voz se quebró. No podía evitarlo—. Me estaba arrancando el alma. Supe que podía enfrentarme a lo que fuera menos a eso, y me zambullí en el mar.
—Ven, ven aquí. Estás temblando otra vez.
La abrazó.
—Me desperté, o volví, no sé bien cómo explicarlo. Estaba en la bañera, y me faltaba el aire. El agua se había enfriado. No sé cuánto tiempo he estado fuera, Jordan. No sé cuánto tiempo Kane me ha tenido consigo.
—No te ha tenido. No te ha tenido en absoluto —insistió cuando Dana negó con la cabeza. Suavemente la reclinó para poder verle la cara—. Una parte de ti, eso es todo. No te puede tener entera, porque no te puede ver entera. Una fantasía, como has dicho. Así es como obra. No puede obligarte a llegar a mayores profundidades sin que una parte de tu mente emerja y lo cuestione. Y se entere.
—Quizá no, pero seguro que sabe cómo encandilarte. Nunca he estado tan asustada.
—En cuanto pases del susto a la rabia te sentirás mejor.
—Ya, probablemente tengas razón. Quiero un trago —decidió, y se separó de un empujón.
—¿Quieres agua?
Jordan se dio cuenta de que la muchacha se estaba recuperando rápidamente cuando al escuchar la pregunta hizo un mohín de desagrado.
—Quiero una cerveza. No me he bebido la que tenía en la bañera. —Se levantó y pareció vacilar—. ¿Quieres otra?
Mientras la observaba, Jordan se puso los dedos en la muñeca, como si se estuviera tomando el pulso.
—Sí.
Le gustó la forma en que se rio disimuladamente antes de desaparecer. Era una reacción normal en Dana. No había habido nada normal desde que había llegado.
Si él no hubiera aparecido…, pero lo hizo, se recordó. Estaba allí, no estaba sola. Y lo había superado.
Jordan se puso de pie y por primera vez se fijó en cómo era la casa de Dana. «Igual que ella —pensó—: Colores fuertes, muebles cómodos y libros».
Se fue tras ella y se apoyó en la pared. «Más libros —pensó—. ¿Quién, aparte de Dana, pondría a Nietzsche en la cocina?».
—Es la primera vez que vengo a tu casa.
Dana siguió de espaldas mientras abría dos cervezas.
—Esta vez tampoco hubieras entrado si yo no hubiera estado tan desequilibrada.
—A pesar de no ser bien recibido, me gusta. Te sienta bien, Stretch. Y por ser así no creo que aceptes alojarte en casa de Flynn durante un tiempo. Yo puedo trasladarme a casa de Brad y quedarme con él si eso facilita algo.
Dana se dio la vuelta lentamente.
—¿Estás siendo amable porque me he puesto histérica?
—Estoy siendo amable porque quiero que te sientas a salvo. Que estés a salvo.
—No es necesario que te mudes.
—Me preocupo por ti.
Se movió y bloqueó la salida antes de que Dana pudiera pasar al salón. En su cara apareció un destello de rabia, que controló enseguida.
Dana se preguntó dónde escondía esa rabia. Y cómo conseguía ocultarla tan rápido.
—Me preocupo, Dana. Por un minuto, un maldito minuto, deja de lado cómo terminó nuestra relación. Nos queríamos, y si te sientes más segura en casa de Flynn yo me apartaré de tu camino.
—¿Volverás a Nueva York?
Apretó los labios mientras cogía su botella de cerveza.
—No.
Quizá resultara injusto pincharlo; pero ¿qué diablos le importaba la justicia cuando se trataba de Jordan?
—No me sentiré a salvo en casa de Flynn, tanto si estás como si no estás. A pesar de mi estado cuando has llamado a la puerta, puedo cuidar de mí misma. Ya lo he hecho antes. Salí de mi depresión sin tu ayuda. Y nadie, ni tú ni ese bastardo de Kane, me va a sacar de mi apartamento.
—Bien. —Jordan bebió un trago de cerveza—. Veo que has entrado en la fase de la irritación.
—No me gusta que me manipulen. Kane ha usado mis propios pensamientos en mi contra y tú utilizas viejos sentimientos. ¿Nos queríamos? —gritó—. Quizá fuera cierto, pero recuerda que eso ya pasó. Si quieres ser un buen tipo y apartarte de mi camino, entonces hazlo ahora. Me estás agobiando.
—Tengo cosas que decirte, y si tengo que amarrarte para que las oigas, lo haré. No sabía que me amabas. No sé en qué hubiera cambiado la situación, pero lo que sí sé es que hubiera cambiado… algo. Como también sé que no estaba preparado para ese amor. No era lo suficientemente inteligente y estable.
—Sí que eras lo suficientemente inteligente y estable para hacer lo que querías.
—Totalmente cierto. —Con sus ojos fijos en los de ella, asintió—. Estaba metido en mí mismo; me encontraba melancólico e intranquilo. De todas formas, ¿qué diablos querías de mí?
—Idiota. —Como ya no le apetecía, puso la cerveza a un lado—. Acabas de describir la clase de tío del que toda chica se enamora al menos una vez en su vida. Aparte, agrega esos toques de temeridad, la inteligencia, lo apuesto que eras y la química, y verás que no tuve la menor posibilidad de resistir. ¿Cómo puedes ganarte la vida escribiendo acerca de las personas cuando no comprendes de ellas ni la mitad?
Cuando intentó abrirse paso con un empujón, Jordan la agarró de un brazo. La mirada que le lanzó Dana hubiera derretido el acero.
—Date cuenta de la indirecta, Hawke. He dicho que las chicas se enamoran «una vez». Las chicas generalmente evolucionan y se convierten en mujeres listas y equilibradas que dejan de lado los problemas infantiles, como los memos ensimismados.
—Eso está bien. Prefiero las mujeres. —Dejó su cerveza sobre la encimera—. Siempre te he preferido a ti.
—¿Piensas que tus palabras hacen que mi corazón lata más rápido?
—Las palabras no, Stretch; pero esto puede que sí.
Le cogió la cara con la mano que tenía libre, se permitió el placer perverso de ver que la furia se desvanecía en sus ojos y le cubrió la boca con la suya.
Gracias a Dios, pensó, gracias a Dios que Dana estaba tan enfadada que él pudo hacer lo que no había podido antes, cuando se encontraba pálida y conmovida.
Nunca había existido un sabor que hubiera deseado tanto como el de Dana. Nunca lo había podido comprender. Nunca se había preocupado por intentarlo tampoco. Simplemente era así. Dana podría arrancarle la piel a tiras, pero tenía algo que demostrar. A ambos.
Jordan no obró con suavidad. Dana nunca había esperado ni necesitado que fuera suave. Se limitó a empujarla contra la pared y besarla.
El calor la invadió, tan enervante y casi tan terrorífico como el frío que había experimentado antes. No tenía sentido que se engañara, quería sentirse abordada de esta manera, ser tan consciente de sí misma y tan necesitada.
En cambio, engañar a Jordan era otro asunto completamente distinto, de manera que le dio un empujón, luchó consigo misma y se negó a dejarse vencer.
Jordan puso una mano sobre el corazón de la mujer y, con la boca a solo un milímetro de la suya, la miró a los ojos.
—Sí. Empezamos bien.
—Entiéndelo: no sucederá. Nunca sucederá de nuevo.
—Alguien dijo una vez: «Lo pasado es un prólogo».
—Shakespeare, bruto ignorante. En La tempestad.
—Correcto. —Su rostro mostró una admiración risueña—. Siempre eras mejor que yo para recordar esas cosas; pero en todo caso no busco repetirme. Aunque somos los mismos, también somos muy distintos. No somos las mismas personas que antes, Dana. Quiero una oportunidad para ver cómo estaríamos juntos.
—No tengo ningún interés.
—Sí que lo tienes. Posees una mente curiosa, y te lo estás preguntando, igual que yo. Quizá temas que tenerme cerca sea una prueba demasiado difícil para tu autocontrol.
—¡Por favor! Cerdo arrogante.
—Bueno, entonces, ¿por qué no comprobamos tu autocontrol y satisfaces mi curiosidad y salimos un día juntos?
Había logrado desconcertarla.
—¿Qué?
—Tú recuerdas lo que es salir juntos, Dana. Dos personas se citan en un lugar designado previamente. —Distraídamente, acarició la solapa de la bata con sus dedos—. Oh, ya veo, has pensado que quería que nos fuéramos directamente a la cama y todo eso. Bien, si es lo que quieres…
—Basta. —Perpleja, irritada y bastante divertida, lo apartó con el codo—. No estaba pensando en sexo. —Como no era más que una mentira como una casa, mantuvo una actitud distante—. No habrá nada de eso que has dejado entrever. Y la idea de tener una cita me parece ridícula.
—¿Por qué? Consigues una cena gratis. Y el placer añadido de poder ponerme en mi lugar cuando comience a acosarte y de mandarme a casa sexualmente frustrado.
—El plan me parece atractivo.
—El sábado por la noche. Te vendré a buscar a las siete y media.
—¿Cómo sabes que no tengo otra cita el sábado por la noche?
Sonrió.
—Le pregunté a Flynn si estabas saliendo con alguien. Sé cómo investigar, Stretch.
—Flynn no lo sabe todo —contestó mientras Jordan se alejaba—. Espera un maldito minuto. —Corrió hacia el salón y lo alcanzó en la puerta—. Hay algunos requisitos básicos: la cena tiene que ser en un verdadero restaurante, no quiero comida rápida ni el Main Street Diner; y cuando dices que vendrás a buscarme a las siete y media, ni sueñes con llegar a las ocho menos cuarto.
—De acuerdo. —Hizo una pausa—. Sé que no tiene sentido que te pregunte si quieres que me quede y pase la noche en el sofá; pero podrías llamar a Malory, y me puedo quedar hasta que llegue.
—Estoy bien.
—Siempre lo estás, Stretch. Nos vemos.
Pensativa, cerró la puerta con llave y luego se dirigió a la cocina para arrojar por la pila la cerveza, que se había quedado caliente. Parecía que iba a ser la noche de la cerveza desaprovechada.
No sabía si alguna de ellas la acercaba a la llave, pero había aprendido algunas cosas nuevas esa noche. Kane ya sabía que estaba buscando la segunda llave, y no había perdido un momento para echar sobre ella su mala sombra. Kane quería que Dana supiera que la vigilaba.
¿No significaba eso que estaba preocupado porque ella tenía probabilidades de ganar?
Sí, tenía sentido. Malory lo había paralizado una vez. Quizá esta vez se mostrara menos arrogante. «Y más malvado», pensó.
Había descubierto que Jordan mantenía ese núcleo de decencia que siempre la había atraído. Había estado aterrada, casi enferma de miedo, y él le había dado exactamente lo que necesitaba para serenarse sin que se sintiera tonta ni débil. Le reconocía ese mérito.
Cuando fue a limpiar el desarreglo que había dejado en el baño, admitió que también tenía que reconocerle el mérito de ser lo suficientemente honesto como para confesar que había sido egoísta.
Lo podía odiar por lo que había hecho, pero tenía que respetarlo por haber reconocido su falta.
Tuvo que esforzarse para entrar de nuevo en el baño. Le ponía la carne de gallina ver el libro todavía flotando en la bañera, empapado.
Resultaba simbólico, pensó, que Kane hubiera invadido la habitación más íntima. Le advertía que no habría lugar en el que estuviera a salvo hasta que encontrara la llave o terminara su mes.
Quitó el tapón y observó cómo la bañera se vaciaba.
«Debo controlarme —se ordenó—. La próxima vez no le será tan fácil asustarme. Debo encargarme de Kane. De Jordan. De mí. Porque esta noche he aprendido algo más. ¡Maldita sea, todavía estoy enamorada de ese imbécil!».
No hizo que se sintiera mejor decirlo en voz alta, pero la ayudó conseguir que el baño estuviera en condiciones otra vez. Su apartamento, sus objetos, su vida, pensó al entrar al dormitorio.
En lo concerniente a Jordan, quizá fuera más probable que estuviera enamorada de su recuerdo. Del chico, del hombre joven y herido que había sido su primer amor. ¿No era verdad que toda mujer sentía debilidad por su primer amor?
Se tumbó en la cama y sacó un libro del cajón de la mesilla de noche. La sobrecubierta con la que estaba encuadernado no era la suya, se la había puesto solo para despistar. El que abrió de verdad era Caso abierto, de Jordan Hawke.
¡Cómo se jactaría Jordan si supiera que estaba leyendo su último libro! Y lo que era peor, si supiera que estaba disfrutando de cada palabra.
Quizá seguía enamorada del recuerdo del joven, pero preferiría comer gusanos vivos antes de que el hombre descubriera que había leído uno de sus libros.
Dos veces.