20

—¿Qué podemos hacer? —Malory se aferró a Flynn—. Debe de haber algo que podamos hacer, aparte de permanecer aquí y esperar.

—Manteneros juntos —le aconsejó Pitte.

—Quizá se pueda hacer algo más. —Rowena se sentó sobre un lado de la cama, con el libro sobre el regazo—. Ya hemos roto nuestro voto —le dijo a Pitte—. Si hay un castigo, no cambiará nada porque hagamos algo más.

—Entonces estemos atentos. —Se sentó al lado de Rowena—. Pero merecen la oportunidad de ganar solo con sus propios méritos. Lee. —Puso una mano sobre los hombros de la mujer y unió su poder al de ella—. Así los demás también pueden estar informados.

Ella asintió y abrió el libro por el último capítulo.

«Subió las escaleras a la carrera y cojeando, y el miedo la rodeaba, confundido con las sombras del Observatorio».

En el rellano, Dana giró hacia la derecha. Había docenas de habitaciones, cientos de sitios donde esconderse. Pero ¿por cuánto tiempo?

Kane la encontraría. La oscuridad no lo detendría.

¿Iba a matarla? ¿Podía hacerlo? Kate se había salvado al final, pero había luchado contra un hombre de carne y hueso, como ella.

¿Cómo podía saber cuál era el mundo de Kane y cuál el de Jordan? ¿Cuánto era de su propia creación, ayudada por los fragmentos que recordaba del libro y alentada por su propio miedo?

En la planta inferior sonó un ruido y se dio la vuelta para ver la sombra de Kane y la larga bufanda blanca brillando con un tenue resplandor azul a la luz de la luna.

Y vio la niebla, ahora fría y azul, que comenzaba a reptar por los escalones, subiendo hacia ella.

—Te encontraré, Kate. —Canturreó—. Siempre te encontraré.

«Las palabras del asesino», pensó Dana. Escuchó que la respuesta salía de su boca sin pensarla conscientemente:

—No te lo pondré fácil. No será como con los demás.

Se dio la vuelta en el rellano y emprendió la subida de otro tramo de escalera.

Frenéticamente, pensó que necesitaba poner distancia de por medio. Suficiente distancia como para conseguir el tiempo necesario para poder aclararse. El miedo la confundía y le hacía difícil separar su persona y sus acciones de las del personaje de la novela.

Quitó con las manos las telarañas que le impedían proseguir y gritó cuando se le pegaron a la cara y se le enredaron en el pelo; pero de alguna manera el asco que sentía, tan humano y natural, hizo que recuperara la cordura.

Recordó, mientras su aliento formaba nubes de vapor, que tenía que encontrar la verdad en las mentiras de Kane.

—¡Yo soy Dana! —gritó—. Soy Dana Steele, capullo de mierda, y esta vez no vencerás.

La risa de Kane la persiguió a lo largo del amplio pasillo, donde las puertas se abrían y cerraban con estruendo. La niebla se deslizaba furtivamente por el suelo y añadía un horrible resplandor al hielo oscuro que rodeaba sus pies. El sudor que corría por su espalda y sienes se volvió pegajoso y frío. Corrió tambaleándose por un laberinto de pasillos.

Sin aliento, giró en círculos. Había docenas de corredores, y cada uno parecía extenderse kilómetros, como en un sueño disparatado.

Se dio cuenta de que Kane estaba cambiando la historia. Agregaba sus propias florituras para confundirla. Con mucho éxito.

—Tú eliges. —Su voz resonaba dentro de la cabeza de Dana—. Elige mal y harás equilibrio en el borde del mundo o correrás hacia un pozo de fuego. Pero si te detienes, solo con detenerte y rendirte, esto no será más que un sueño.

—Mientes.

—Corre y arriesgarás tu vida. Ríndete y la salvarás. Tú eliges —dijo de nuevo, y Dana sintió la seda tibia de la bufanda enroscándose alrededor de su cuello.

Horrorizada, clavó las uñas en la tela y se arañó la piel con movimientos frenéticos. Se asfixiaba y peleaba contra la ilusión de la bufanda que la estrangulaba mientras la sangre retumbaba en su cabeza.

Entonces, de repente, se sintió libre y sola en el pasillo que conducía a la última escalera.

Corrió hacia ella con los ojos llenos de lágrimas. Subió los escalones arrastrándose y agarrada a la barandilla, porque la rodilla dolorida no soportaba bien el peso de su cuerpo.

Se abalanzó contra la puerta y probó a abrir el pomo con manos resbaladizas. El aliento entrecortado surgía de sus pulmones ardientes y pasaba por la garganta dolorida cuando salió a trompicones hacia la luz plateada de la luna.

Estaba en lo alto del Observatorio, por encima del valle, donde la luz brillaba contra el cielo. Pensó que la gente se encontraría cómodamente en sus hogares. A salvo y resguardada. Conocía a esas personas y ellas la conocían. Amigos, familiares, su novio.

Todos estaban tan lejos en ese momento, tan lejos de ella, tan lejos de su mundo…

Estaba sola y no quedaban sitios adonde huir.

Cerró la puerta de un golpe y buscó en el parapeto de piedra algo para bloquearla. Si conseguía mantener al asesino al otro lado de la puerta hasta que saliera el sol…

No, al asesino no. A Kane. Era Kane.

Ella era Dana, Dana Steele, y lo que la perseguía era peor que un asesino.

Apoyó la espalda contra la puerta, usando su peso para mantenerla cerrada. Entonces vio que se había equivocado: no estaba sola.

La figura embozada en una capa caminaba a la luz de la luna y una mano, con su brillo de anillos, se deslizaba por la baja pared de piedra. La capa flotaba por efecto de un viento que no producía el menor sonido.

«El vigía fantasma», pensó, y cerró los ojos para tener un momento de paz. El fantasma. El fantasma que había visto Jordan.

—Ya viene. —Le asombró que su voz sonara tan tranquila con un dios vengador o un asesino demente a su espalda y un espíritu de los muertos delante de ella—. Viene a matarme o a detenerme, o a arrebatarme el alma. Al final, todo significa lo mismo. Necesito ayuda.

Pero la figura no se volvió. Se limitó a quedarse quieta mirando hacia abajo, hacia el bosque en el que doscientos años atrás el amor la había matado.

—Tú eres una creación de Jordan, no de Kane. En el libro tú me ayudabas y esa acción te liberaba. ¿No quieres ser libre?

Pero el fantasma no contestaba nada.

—El diálogo de Kate —murmuró Dana—. Necesito las palabras de Kate. ¿Cómo decía?

Mientras intentaba recordarlo, la puerta se abrió de golpe y la lanzó contra el parapeto.

—No puede ayudarte. —Kane acarició la bufanda según entraba—. Es solo un accesorio teatral.

—Todo son accesorios. —Retrocedió con dificultad, como si fuera un cangrejo—. Todo son mentiras.

—Sin embargo sangras. —Señaló con un gesto el brazo de Dana y su garganta—. ¿El dolor es una mentira? ¿Tu miedo lo es? —Su sonrisa se amplió mientras se acercaba—. Has resultado una oponente estimulante. Posees una mente aguda y una voluntad de hierro. Eres lo suficientemente inteligente y voluntariosa como para haber cambiado algunas pequeñas piezas de mi escenario. Imaginar las escaleras y la puerta que conduce a este lugar requería una fuerza considerable. Traerla aquí —señaló la figura embozada—, más fuerza todavía. Te felicito.

La boca de Dana tembló y se abrió; luego se cerró nuevamente. ¿Se lo había imaginado todo, la ruta, la puerta? ¿Había traído a la vida al fantasma con su voluntad? No, no creía que lo hubiera hecho. Ella había estado girando en medio de la confusión.

Jordan. Era el libro de Jordan, un hombre con una mente aguda y una voluntad de hierro. De alguna manera estaba tratando de ayudarla. Por nada del mundo lo defraudaría.

Se recordó que era Dana. Y que era Kate, la Kate de Jordan. Ninguna de las dos se echaría atrás al final.

—Quizá me limite a imaginar que te caes de ese muro y encuentras una muerte sangrienta y sucia ahí abajo.

—Bufas como un gato acorralado. Puede ser que yo también me limite a dejarte aquí, dentro de un libro. Deberías darme las gracias, ya que los libros constituyen uno de tus placeres. —Kane agachó la cabeza cuando la mujer se puso de pie haciendo una mueca de dolor—. O tal vez me retire y deje que el asesino entre en escena. Será interesante ver cómo luchas con él, aunque en mi versión puede ser que no venzas. De cualquier manera, será divertido. Sí, creo que disfrutaré con esa representación. —La bufanda blanca desapareció de sus manos—. ¿Recuerdas cómo oye Kate los pasos inseguros que suben por la escalera y lo que siente cuando comprende que no tiene escapatoria?

La respiración de Dana se volvió entrecortada nuevamente al escuchar unos pasos acercándose lentamente.

Recordó que Kane no podía obligarla a hacer nada. Solo podía engañarla psíquicamente.

—¿Recuerdas cómo el miedo le estrujó las entrañas cuando comprendió que había corrido exactamente hacia el lugar al que él había querido que fuera? Y abajo su amor la ve de pie a la luz de la luna, ve al fantasma más atrás y al asesino cuando se dirige al parapeto. Y la llama por su nombre con terror y desesperación, porque sabe que no llegará a tiempo.

—Seguro que puede llegar. Todo lo que tiene que hacer es volver a escribir esa parte.

Kane se giró violentamente y vio a Jordan entrar de un salto.

—¡No tienes nada que hacer aquí!

—Este es mi lugar.

Con toda su rabia, Jordan lanzó un puñetazo a la cara de Kane. Le quemó como si hubiera puesto la mano en el fuego. A pesar de ello, tomó impulso para golpear otra vez. Y algo lo levantó en el aire y lo tiró hacia atrás.

—Muere aquí, entonces.

Una espada apareció súbitamente en la mano que Kane tenía levantada. Dana se puso de pie de un salto y embistió contra él. Pegada a su espalda, luchaba con uñas y dientes y una furia arrolladora. Escuchó un aullido y se dio cuenta, al sentir que su garganta se abría nuevamente, de que el sonido provenía de ella.

Kane se la quitó de encima con un golpe brutal dado con el revés de la mano, y salió volando hacia Jordan. Vio que Kane tenía sangre en la cara, por las heridas que tanto Jordan como ella le habían causado.

Su corazón se alegró.

—¡Conocerás el dolor! —le gritó. Los ojos de Kane brillaron cuando levantó la espada.

—Tú lo pasarás peor. Tu sangre te atará a este lugar.

Pero cuando hizo el ademán de golpear, su mano estaba vacía.

—Veamos si los dioses vuelan —dijo Jordan.

Él y Dana se abalanzaron sobre Kane.

Dana sintió que sus manos lo tocaban y después pasaban a través de Kane, que desapareció.

Surgió una espiral de humo y un destello de luz azul. Después nada más, excepto la luna y las sombras.

—¿Lo he conseguido yo? —Dana tenía que esforzarse para hablar—. ¿O has sido tú?

—No lo sé. —La cogió cuando las piernas le fallaron y los dos se tumbaron sobre el suelo de piedra—. No me importa. Coño, tienes cardenales por todo el cuerpo y estás sangrando. Pero te tengo. —La cogió con fuerza en sus brazos—. Te tengo.

—Y yo a ti. —Desfalleciendo, hundió la cara en el pecho de Jordan—. ¿Cómo has llegado hasta aquí? Kane no te ha traído. No te esperaba.

—No es el único dios que anda por el valle estos días. —Levantó la cabeza y la besó en una mejilla y en las sienes—. Tenemos que encontrar el camino de regreso, Dana. No me importa sumergirme en un relato, pero esto es demasiado.

—Escucho sugerencias.

«Resiste —se ordenó—. Resiste hasta que todo termine».

—Esto es el final de la historia. La protagonista lucha contra el malo del libro, y con una pequeña ayuda del fantasma, que de todos modos no fue de gran ayuda, gana la pelea y lo arroja por el muro justo en el momento en que el protagonista irrumpe en escena para salvarla. Besos, besos, explicaciones frenéticas y declaraciones de amor. Después observan cómo desaparece el fantasma de la mansión, liberado por su acto final de solidaridad.

—Te acuerdas muy bien para haberlo leído hace seis años.

La ayudó a ponerse de pie y luego miró hacia el final del parapeto. La figura embozada estaba allí, observando el bosque.

—No desaparece —dijo Jordan.

—Quizá necesite más tiempo. —Se apoyó sobre la rodilla y el dolor hizo que sus ojos se llenaran de lágrimas—. ¡Ay! Mierda. Quizá puedas incluir en tu novela un poco de hielo para esta rodilla.

—Espera. —Ensimismado, se adelantó unos pasos—. ¡Rowena!

—Su nombre no era Rowena. Era… No lo recuerdo bien, pero no era… —Se detuvo y sus ojos se agrandaron cuando la mujer embozada se dio la vuelta y sonrió—. Sí que es Rowena.

—No podía enviarte solo. No podíamos dejar que Kane os arrebatara la vida. ¿Vas a terminar la búsqueda? —preguntó a Dana.

—No he llegado hasta aquí para abandonar ahora. Estaba por… —Se interrumpió otra vez—. Ya no está en el libro. No está en una página blanca con letras negras. Ahora está aquí. Dentro de la novela, como nosotros.

—Ya he hecho más de lo que se me permitía. Solo puedo preguntaros si vais a terminar la búsqueda.

—Sí. La terminaré.

La figura se desvaneció, no entre humo y luces, como Kane, pero parecía que nunca hubiera estado allí.

—¿Qué coño hacemos ahora? —preguntó Jordan—. ¿Volvemos, de alguna manera, al comienzo del libro y empezamos a buscar? Las frases que recordabas eran del prólogo.

—No, no necesitamos volver atrás. Primero descansaré un minuto. —Se dirigió al muro y respiró profundamente—. El humo del otoño está en el aire —canturreó—. La forma en que la luna, un balón perfecto, está grabada en el cielo. Todo, los árboles, el valle… Mira, se puede ver el río y la luz de la luna reluciendo en el agua de aquel recodo. Todo está aquí, todos los detalles.

—Ya, bonito panorama. Terminemos con esto y vayamos a verlo desde nuestro propio mundo.

—Me gusta tu libro, Jordan. No quiero vivir aquí, pero se trata de un lugar fascinante para visitarlo. Es exactamente como yo lo imaginé. Escribiste una historia estupenda.

—Dana, no puedo seguir así. No soporto recordar el estado en el que te encuentras en casa. Estás tan pálida, tan fría… Pareces…

—Niniane, en el retrato de Brad. Una camina. —Hizo un gesto hacia donde había estado Rowena—. Otra espera. Esa debe de ser Niniane o, pensándolo bien, soy yo. —Se volvió y extendió una mano—. Necesito la llave, Jordan.

El hombre la miró fijamente.

—Cariño, si tuviera la llave te la habría dado mucho antes.

—Siempre la has tenido, solo que no lo sabías. Yo soy tu llave, y tú eres la mía. Escribe para mí, Jordan. Ponla en mi mano y vayámonos a casa.

—Está bien.

Intentó concentrarse en el tema. Después tocó la cara de Dana y se permitió ver.

—Permanecía bañada en la luz de la luna. Diosa y amante, con ojos profundos y oscuros, llenos de verdades. Puede ser que él hubiera nacido ya amándola, no estaba seguro. Pero sabía, sin lugar a dudas, que moriría amándola.

»Ella sonrió —siguió diciendo mientras los labios de Dana se curvaban—, y le dio la mano. En la palma brillaba un objeto pequeño y simple: la llave que estaba buscando, por la que había luchado. Era antigua, pero brillante de promesas. Una fina barra de oro rematada con un adorno de círculos conectados en un símbolo tan viejo como el tiempo.

Dana sintió su peso y su forma en la palma de la mano. Cerró el puño y ofreció a Jordan la mano libre.

—Nos llevará de regreso —dijo—, para el epílogo.

Abrió los ojos, parpadeó ante el mar de caras y después se fijó en su hermano.

—Pareces tía Em.

—Joder, Dana.

La cogió, la abrazó contra su pecho y la meció.

—¡Ay! —Pero se reía a pesar de que la abrazaba tan fuerte que iba a romperle las costillas—. Cálmate. Ya tengo demasiados chichones y moratones.

—¿Estás herida? ¿Dónde te duele?

—Si puedes soportar apartarte un momento de ella, yo me ocuparé —dijo Rowena tocando el hombro de Flynn.

—Tengo la llave.

—Sí, lo sé. ¿Me la vas a dar ahora?

—Por supuesto. —Sin vacilar, puso la llave en la mano de Rowena. Abrazó a Jordan y sonrió a sus amigos—. ¡Qué viajecito!

—Nos has dado un susto del copón. —Malory intentó controlar sus lágrimas—. Los dos nos lo habéis dado.

—Tienes la cara magullada. ¡Su cara está magullada! —exclamó Zoe—. El brazo está sangrando. ¡Oh, cómo tiene la garganta! ¿Dónde están las vendas?

—No las necesitará, madrecita —afirmó Pitte con calma.

—Me he cortado el brazo con unos cristales cuando entraba en el Risco, o en el Observatorio, debería decir. Y mi rodilla parece que tiene el tamaño de una sandía. Aunque todo ha sido espeluznante y extraño, tengo que admitir que también ha estado muy guay. Yo estaba… —Se interrumpió y miró con sorpresa la rodilla que le había dolido hasta que Rowena le había puesto las manos encima.

—¡Guau, qué bien! Me siento mucho mejor.

—Quizá sea así, pero apuesto a que esto también te viene muy bien. —Brad le colocó una copa entre las manos—. Recuerdo dónde guardas el coñac —le dijo. Luego se agachó y le dio un beso—. Bienvenida a casa, cielo.

—Es bueno estar de vuelta. —Tomó un trago de coñac y le pasó la copa a Jordan—. Hay mucho que contar.

—¿Prefieres quedarte aquí y descansar o te sientes con fuerzas para venir esta noche al Risco y abrir la cerradura de la Urna de las Almas con la llave?

Dana observó a Rowena, que le acariciaba la mejilla magullada.

—¿Podrías esperar?

—La elección es tuya. Siempre lo ha sido.

—Bueno, iremos. —Miró el reloj y se sorprendió—. ¿Las nueve? ¿Cómo pueden ser solo las nueve? Me parece que he estado fuera varios días.

—Sesenta y ocho minutos de los más largos de mi vida —le dijo Flynn—. Si quieres hacerlo esta noche, iré contigo.

—Tengo que llamar a la canguro. —Zoe se ruborizó cuando todas las cabezas se volvieron hacia ella—. Sé que suena ridículo teniendo en cuenta las circunstancias…

—No hay nada ridículo en querer estar segura de que tu hijo está bien atendido. —Rowena se puso de pie—. Pitte y yo llevaremos la llave y os esperaremos.

—Si hay algún problema con la canguro —dijo Brad—, puedo ir a cuidar a Simon. Tú tienes que estar con las demás en este asunto.

—Bueno. —Nerviosa, se dirigió hacia la puerta—. Estoy segura de que a la señora Hanson no le importará quedarse hasta más tarde. Pero gracias. Voy a llamarla.

—Nos iremos tan pronto como Zoe esté lista. —Dana se giró para mirar a Rowena, pero ella y Pitte ya se habían ido—. ¡Joder, cómo aparecen y desaparecen!

—Nos hubieran ahorrado una hora de conducir, entre el viaje de ida y el de vuelta, si nos hubieran llevado con ellos. —Jordan rozó con suavidad la mejilla de Dana y continuó la caricia hasta el cuello. Los cardenales y rasguños habían desaparecido—. ¿Estás segura de que quieres ir?

—No solo estoy segura, es que me muero de ganas. Os contaremos todo lo que ha pasado cuando estemos en el Risco del Guerrero. Me sentiré mejor cuando la llave esté en la cerradura.

En el salón de los retratos les convidaron a tomar un café exquisito y pequeños pasteles dulces, mientras Dana y Jordan se turnaban para relatar lo sucedido en esos sesenta y ocho minutos.

—Has sido muy lista —comentó Zoe—. No sé cómo has conseguido mantener la cabeza fría.

—Ha habido momentos en que no era así. Estaba confusa, o asustada, o Kane me cambiaba el guión. Me ha ayudado mucho darme cuenta de que Jordan estaba allí, o al menos que él manipulaba la situación también. Ha sido muy importante que me liberara de ese laberinto que Kane había creado guiándome hasta la puerta correcta.

—No me importan las modificaciones que Kane ha hecho en mi libro. —Jordan cogió la mano de Dana y se la besó, justo encima del rubí—. En este caso, he decidido que el protagonista desempeñara un papel más activo en el desenlace.

—De eso me alegro.

—¿Crees que lo has matado —preguntó Malory— cuando lo has empujado desde encima del parapeto?

—No, creo que no. Desapareció. —Dana sacudió un dedo señalando a Rowena y a Pitte—. Como vosotros.

—Pero le hemos herido —apuntó Jordan—. No solo en su orgullo. Le ha dolido cuando le he soltado un puñetazo, y también le ha dolido cuando Dana le ha arañado en la cara. Ha sangrado. Si puede sangrar, también podemos matarlo.

—No completamente. —Los anillos brillaban en las manos de Rowena cuando sirvió más café—. La muerte es diferente para nosotros, y una parte de lo que somos permanece. En los árboles, en las piedras, en la tierra, el agua o el viento.

—Pero es posible derrotarlo —insistió Jordan—. Puede ser… vencido.

—Podría ser —dijo Rowena suavemente—. Quizá suceda alguna vez.

—Kane retrocedió. —Brad levantó su taza de café—. Desapareció porque no podía luchar con vosotros dos al mismo tiempo.

—Podría habernos liquidado con esa espada que surgió del aire. Creo que debemos a Rowena el habernos salvado en ese momento —dijo Dana.

—Kane no podía verter sangre humana ni arrebatar vidas humanas. Nunca se le debería haber permitido. No sabemos por qué ahora ha sido posible. Ya que ha sucedido una vez, haremos todo lo posible para evitar que ocurra de nuevo.

—¿Qué precio tendrá eso para vosotros? —preguntó Brad.

—La responsabilidad es nuestra —dijo Pitte simplemente—. Como lo es el precio.

—Es posible que no podáis volver, ¿no es así? —Se le había ocurrido mientras intentaba alejar de su mente el miedo que sentía por sus amigos—. Habéis roto vuestro juramento y, por ello, aunque se encuentren las tres llaves y se abran las cerraduras, aunque se liberen las almas de las Hijas de Cristal, quizá no podáis volver. Os quedaríais atrapados aquí, en esta dimensión. Para siempre.

—No es justo. —Cuando Zoe descubrió reflejada en la cara de Rowena la verdad de lo dicho por Brad, se puso de pie—. Es una injusticia. No está bien.

—Los dioses no siempre son justos; a veces, más bien son lo contrario. —Conmovida por la defensa de Zoe, Rowena se levantó—. Fue nuestra elección. Nuestro momento de la verdad, podría decirse. Y ahora, ¿terminaréis con el vuestro?

Extendió una mano y ofreció la llave a Dana.

Dana pensó que era extraño que le temblaran las rodillas justo en ese momento. En cualquier caso, se puso de pie y se acercó a Rowena.

—Cualquier juramento o regla que hayáis incumplido, lo habéis hecho para salvar vidas. Si os castigan por ello, si esa es la forma en que funciona vuestro mundo, quizá estéis mejor en el nuestro.

—No existirían las llaves si hubiéramos cuidado mejor a las Hijas de Cristal. Son inocentes, Dana, y sufren porque yo fui débil.

—¿Cuánto tiempo tenéis que pagar por ello?

—Tanto como ellas, y más aún si esa fuera la ley. Toma la llave y abre la segunda cerradura. Les darás esperanza, y a mí también.

Pitte levantó la urna de cristal, donde bailaban luces azules, y la sacó del arcón. Colocó la Urna de las Almas con gran cuidado sobre una mesa y luego se puso a un lado en posición de alerta, como un guerrero, mientras que Rowena se colocó al otro lado.

Al observar las luces, Dana sintió dolor en su corazón.

Quedaban dos cerraduras, y ella deslizó la llave dentro de una de ellas. Sintió la calidez del oro sobre su piel y vio cómo una luz atravesaba la barra de la llave y subía por sus dedos cuando la hizo girar.

Oyó un suave clic, una especie de suspiro, y luego las tres luces dieron un salto compulsivo. Con un destello, tanto la llave como la cerradura desaparecieron.

Quedaba una sola cerradura en la prisión de cristal.

Rowena se adelanto y besó a Dana en las dos mejillas.

—Gracias, por tu visión.

Se dio la vuelta y sonrió a Zoe.

—Parece que ahora me toca a mí.

Como la taza de café temblaba sobre el plato, la puso a un lado.

—¿Podéis venir las tres a las siete de la noche anterior a la luna nueva?

—¿La noche antes de la luna nueva? —repitió Zoe.

—El viernes a las siete —aclaró Brad.

—¡Oh, sí! Está bien.

—¿Vas a traer a tu hijo? Me encantan los niños y me gustaría conocerlo.

—¿A Simon? No quiero correr riesgos con él.

—Yo tampoco —le aseguró Rowena—. Me gustaría conocerlo y hacer lo que pueda para mantenerlo a salvo. Haré todo lo que esté en mi mano para evitar que sufra ningún daño. Te lo prometo.

Zoe asintió.

—Le molará este sitio. Nunca ha visto nada parecido.

—Me hace ilusión que venga. Dana, ¿podemos hablar un momento en privado?

—Por supuesto.

Rowena extendió una mano y cogió la de Dana para conducirla fuera de la habitación.

—¿Te he comentado alguna vez lo mucho que me gusta lo que habéis hecho con este edificio? —Dana recorrió con la vista los coloridos mosaicos del suelo, las paredes sedosas, los muebles relucientes—. Ahora me cautiva aún más, después de haber visto su aspecto en circunstancias más adversas.

—Pronto será tuyo.

—Me resulta difícil hacerme a la idea.

—Desde hace tiempo he querido enseñarte esta habitación en concreto.

Rowena se detuvo frente a una puerta pequeña de dos hojas y la abrió. Dana entró a lo que podría ser una versión del cielo para cualquier amante de los libros. Se trataba de una biblioteca en dos niveles. Una balaustrada preciosa rodeaba el piso superior. El fuego ardía en una chimenea de granito rosa y su luz y las de una docena de lámparas se reflejaban en la madera pulida del suelo.

En lo alto, un fresco pintado sobre la bóveda del techo. Vio docenas de figuras salidas de los cuentos de hadas más románticos. Rapunzel derramaba su pelo dorado desde una torre, la Bella Durmiente acababa de despertarse con un beso, Cenicienta metía el pie en un delicado zapato de cristal.

—Es increíble —murmuró Dana—. Más que increíble.

Sillones anchos y profundos, sofás amplios y mullidos tapizados en piel del color del buen vino de Oporto. Había más pequeños tesoros en forma de mesas, alfombras, en arte; pero con lo que Dana se había quedado boquiabierta era con los libros. Cientos, quizá miles de libros.

—Sabía que te iba a fascinar —dijo Rowena soltando una carcajada—. Tienes el aspecto de quien va a recibir las caricias de un amante habilidoso.

—¿Sabes? Que seas una diosa y todo eso necesariamente me impresiona, pero es que esta habitación me deja sin habla. Me inclino ante ti.

Encantada, Rowena se sentó sobre el brazo de un sillón.

—Cuando Malory terminó su búsqueda, le dejé elegir el regalo que quisiera. Ahora te ofrezco a ti lo que desees, siempre que esté en mi mano conseguirlo.

—Hicimos un trato. Las dos hemos mantenido nuestro compromiso.

—Lo mismo dijo Malory, o algo bastante parecido. Le regalé el retrato que había pintado cuando estaba en poder de Kane. Pareció satisfecha. Me gustaría ofrecerte estos libros, todo lo que hay en esta habitación. Espero que te complazca cuando seas la propietaria de este lugar.

—¿Todos los libros?

—Sí, todos —repitió soltando otra carcajada—. Todo lo que hay dentro de esta habitación. ¿Lo aceptas?

—No necesitas retorcerme el brazo para que acepte. Gracias. —Se dirigió hacia uno de los estantes y se detuvo—. No, si empiezo, no saldré de aquí en los próximos dos o tres años. Cuidaré muy bien de ellos. Esta habitación será mi tesoro —le dijo—. Todo lo que hay en ella.

—Sé que la cuidarás bien. Ahora, dejemos que tu novio te lleve a casa. Deja que esta noche te haga el amor como quiere hacerlo.

—Le dejaré. Ya me habías dado un regalo —dijo cuando salían del cuarto—. Me devolviste a Jordan.

—Tú lo has aceptado de nuevo. Es muy distinto. —Hizo una pausa cuando llegaron a la puerta del salón de los retratos—. Es muy guapo tu guerrero.

—Sí. —Dana lo estudió, observó la forma en que doblaba la cabeza, en que sus ojos buscaban los de ella y sostenían la mirada, mientras sonreía lentamente.

—¿Ves esa mirada? —preguntó a Rowena en voz baja—. Es la que me convierte en gelatina. Si lo supiera, la usaría conmigo cada vez que quisiera salirse con la suya.

—¿Por qué estabais sonriendo Rowena y tú cuando habéis entrado? —preguntó Jordan.

—Es nuestro pequeño secreto. —En lugar de abrir inmediatamente la puerta del coche, dio unos pasos y se volvió para mirar hacia el Risco del Guerrero—. Va a ser nuestro. Todavía estoy intentando hacerme a la idea. Vamos a vivir aquí, Jordan.

Jordan se colocó a su espalda, le pasó los brazos alrededor de la cintura y la atrajo hacia sí.

—Aquí seremos felices. Este edificio quiere felicidad.

Con un suspiro, Dana ladeó la cabeza y le besó en una mejilla.

—Yo ya soy feliz.

Se alejaron del Risco y ninguno de los dos vio la figura embozada que se encontraba en el parapeto iluminada por la tenue luz de la luna creciente.

Los miró irse. Les deseó suerte.

Y se dio la vuelta cuando su guerrero le tocó un hombro. Acercó la mejilla a su pecho y lloró por lo que pasaba, y por lo que podría pasar.