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—McDonald’s lanzó el big mac en 1968. —Dana giró perezosamente en su silla, detrás del mostrador de información de la biblioteca—. Sí, señor Hertz, estoy segura. El big mac se difundió en el mundo entero en 1968, y no en 1969; por tanto, ha disfrutado de su salsa secreta un año más de lo que suponía. Parece que el señor Foy le ha vencido esta vez, ¿no es cierto? —Rio y sacudió la cabeza—. Que tenga más suerte mañana.

Colgó el auricular y tachó la apuesta diaria Hertz contra Foy de su lista. Luego apuntó meticulosamente el vencedor del día en la hoja de recuento que llevaba.

El señor Hertz había ganado por poco al señor Foy al final de la partida del mes anterior, lo que le proporcionó una comida en el restaurante de Main Street pagada por su contendiente. Sin embargo, Dana advirtió que en el recuento total de todo el año el señor Foy llevaba dos puntos de ventaja, de forma que estaba a punto de conseguir una cena y unos tragos en el Mountain View Inn, el ambicionado premio anual.

Ese mes competían codo con codo, así que cualquiera de los dos podía ganar. Dana tenía el encargo de anunciar oficialmente al ganador del mes, y luego, con mucha más ceremonia, al campeón de las banalidades a fin de año.

Los dos ancianos habían seguido con su pequeño torneo durante casi veinte años. Dana se sentía parte del acontecimiento desde que había comenzado a trabajar en la biblioteca de Pleasant Valley, cuando acababa de obtener su título universitario.

Echaría de menos el rito diario cuando presentara su renuncia.

Entonces entró Sandi con su paso ágil; llevaba el pelo rubio sujeto en una coleta que se agitaba y ostentaba una sonrisa digna de un concurso de belleza. Dana pensó que había cosas que no echaría de menos en absoluto.

Lo cierto era que debería haber avisado de que iba a dejar el trabajo con dos semanas de antelación. Aunque su jornada se había reducido a apenas veinticinco horas por semana, ese tiempo sería muy provechoso empleado de otra forma.

Dentro de dos meses iba a abrir un negocio con Zoe y Malory, ConSentidos, donde ella llevaría su propia librería. Tenía que terminar de organizar y decorar su espacio en la casa que habían comprado, así como dedicarse a conseguir un depósito de libros.

Había solicitado todos los permisos necesarios, había examinado los catálogos de los editores, había fantaseado sobre las actividades paralelas que podría desarrollar allí. Pensaba servir té por las tardes y vino por las noches. En ocasiones, organizaría pequeños actos elegantes: lecturas, firmas de ejemplares, conferencias.

Era algo que siempre había querido hacer, pero nunca había creído que pudiera llevarlo a cabo.

Suponía que Rowena y Pitte lo habían hecho posible. No solo con los veinticinco mil dólares que le habían dado a cada una como incentivo para iniciar la búsqueda, sino por ponerla en contacto con Malory y Zoe.

De alguna manera, las tres se encontraban en una encrucijada la noche que se conocieron en el Risco del Guerrero. Y las tres adoptaron un rumbo, eligieron un camino que transitarían juntas.

No temía demasiado la incertidumbre de abrir un negocio, porque tenía dos amigas —dos socias— que estaban en lo mismo.

También estaba el asunto de la llave. Obviamente, no podía olvidar la llave. A Malory le había llevado casi todo el plazo de cuatro semanas encontrar la primera. Y no todo había sido diversión y juego, más bien al contrario.

Sin embargo, ahora tenían más datos: conocían mejor a lo que se enfrentaban y sabían más sobre el riesgo que corrían. Esta vez contaban con esa ventaja.

A menos que se pudiera considerar que no tenía ningún valor saber de dónde provenían las llaves, lo que hacían y quiénes querían que no las encontraran.

Se apoyó en el respaldo del asiento, cerró los ojos y reflexionó sobre la pista que Rowena le había proporcionado. Tenía que ver con el pasado, el presente y el futuro.

¡Una gran ayuda!

Sabiduría, naturalmente. Mentiras y verdades. Corazón y mente.

Por donde camina una diosa.

Había una diosa, una diosa cantora, en la pista de Malory. Malory, la amante del arte que había soñado con ser artista, había encontrado su llave en una pintura.

Si las otras dos llaves seguían la misma lógica, la razón dictaba que Dana, la amante de los libros, podría encontrar la suya dentro de un libro o a su alrededor.

—¿Qué, Dana, recuperando el sueño perdido?

Los ojos de Dana se abrieron de repente y observaron la mirada de desaprobación de Joan.

—No. Me estaba concentrando.

—Si no tienes nada mejor que hacer, puedes ayudar a Marilyn con esas pilas de libros.

Dana dibujó una sonrisa deslumbrante.

—Con mucho gusto. ¿Tengo que pedirle a Sandi que se haga cargo del mostrador de información?

—No pareces abrumada de pedidos y preguntas.

«Y tú no pareces abrumada con el papeleo y las tareas administrativas —pensó Dana—, ya que tienes tanto tiempo para venir a fastidiarme».

—Acabo de terminar un asunto que atañe a la empresa privada y al capitalismo; pero si lo prefieres, yo…

—Perdón.

Una mujer se detuvo frente al mostrador. Tenía la mano posada sobre el hombro de un chico de aproximadamente doce años. La forma en que lo llevaba hizo pensar a Dana en cómo Flynn sostenía la correa de Moe, con la esperanza de mantenerlo bajo control y la certidumbre de que se escaparía a la primera oportunidad.

—Quería saber si podía ayudarnos. Mi hijo tiene que presentar un trabajo… justo mañana —dijo subrayando la última palabra, lo que hizo que el muchacho bajara la vista—. El trabajo es sobre el Congreso Continental. ¿Me puede decir qué libros son los más apropiados, a estas alturas?

—Por supuesto. —Como si fuera un camaleón, el rostro de pescado frío de Joan se iluminó con una sonrisa—. Me gustará mostrarle algunos ejemplares de nuestra sección de Historia de Estados Unidos.

—Perdona —incapaz de contenerse, Dana dio unos golpecitos en el hombro del chico enfurruñado—, ¿séptimo curso? ¿La señora Janesburg, de Historia de Estados Unidos?

La expresión de mal humor del muchacho se acentuó.

—Sí.

—Sé exactamente lo que quiere. Le dedicas un par de horas completas al tema, y te queda bordado.

—¿De verdad? —La madre estrechó con fuerza la mano de Dana, se agarró a ella como si fuera una tabla de salvación—. Sería un milagro.

—Tuve a la señora Janesburg en Historia mundial y de Estados Unidos. —Dana guiñó un ojo al chico—. Conozco sus gustos.

—Los dejo en las hábiles manos de la señorita Steele —dijo Joan sin dejar de sonreír, pero hablando a través de los dientes apretados.

Dana se acercó al muchacho y con un susurro conspirativo le preguntó:

—¿Todavía se le llenan los ojos de lágrimas cuando lee la arenga de Patrick Henry?

El chico se animó.

—Sí. Tuvo que dejar de hablar y sonarse la nariz.

—Algunas cosas no cambian nunca. Bien, aquí tienes lo que necesitas.

Quince minutos más tarde, mientras su hijo sacaba los libros con su nueva tarjeta de socio de la biblioteca, la madre se detuvo ante el mostrador de Dana.

—Quiero darte nuevamente las gracias. Soy Jeanne Reardon, y acabas de salvarle la vida a mi hijo mayor.

—Oh, la señora Janesburg es severa, pero no lo habría asesinado.

—No, lo habría hecho yo. Has animado a Matt a hacer ese trabajo, simplemente haciéndole pensar que podría congraciarse con su profesora.

—No importa la razón, mientras funcione.

—Pienso lo mismo. De todos modos, te lo agradezco. Eres estupenda en tu trabajo.

—Gracias. Buena suerte.

Dana estaba de acuerdo en que era estupenda en su trabajo. ¡Maldita sea, lo era! La maligna Joan y su sobrina dentuda iban a lamentar no tener a Dana Steele para maltratarla.

Al final del turno, ordenó su espacio, reunió unos pocos libros que había comprobado y cogió su portafolios. Dana se dijo que echaría de menos esa rutina al final de la jornada de trabajo: antes de dirigirse a casa, poner todo en orden y echar una última mirada a las hileras de libros y las mesas de lectura, todo lo que hacía de ese lugar un pequeño santuario levantado al material escrito.

También echaría en falta esa caminata corta pero placentera desde la biblioteca a su apartamento. Constituía solo una de las razones por las cuales se había negado a vivir con Flynn cuando este compró su casa.

Recordó que podría ir andando hasta ConSentidos. Si le apetecía caminar tres kilómetros. Como eso era difícil que ocurriera, decidió que disfrutaría de lo que tenía en ese momento, mientras lo tuviera.

Le gustaba la previsibilidad de su habitual camino de regreso, ver lo mismo de estación en estación, de año en año. Ahora, en pleno otoño, las calles estaban llenas de luces doradas que se filtraban a través del follaje de los árboles. Y las montañas del entorno se elevaban como una fabulosa tapicería tejida por los dioses.

Escuchó las voces de los niños que habían salido de la escuela y todavía no habían llegado a sus casas. Gritaban corriendo alrededor del pequeño parque situado entre la biblioteca y su edificio de apartamentos. Había suficiente brisa como para esparcir ese aroma especioso que surgía del arriate de crisantemos que había en el jardín del Ayuntamiento.

El gran reloj de la plaza anunció que eran las cuatro y cinco.

Luchó contra una ola de resentimiento cuando recordó que antes de que llegara Joan salía a las 6:35 hacia su casa.

«¡Al diablo! Limítate a disfrutar del tiempo libre y del agradable paseo en una tarde soleada».

A pesar de que todavía faltaban semanas para Halloween, ya había calabazas en los portales y duendes colgados en las ramas de los árboles. Pensó que las ciudades pequeñas valoran sus fiestas. Los días eran más cortos y más fríos, pero aún había bastantes horas de luz y el clima era agradable.

Se dijo que en el otoño el valle estaba en su mejor momento. Tan cercano a la perfección como cualquier otro lugar del país.

—Hola, cariño. ¿Te ayudo?

Su pequeña burbuja de placer explotó. Antes de que pudiera impedirlo, Jordan cogió de sus manos la pila de libros y se los colocó bajo el brazo.

—Dámelos.

—Ya los tengo yo. Una tarde preciosa, ¿verdad? Nada como el valle en octubre.

Le fastidiaba que las palabras del hombre coincidieran con las que habían surgido dentro de su mente.

—Creía que el nombre de la canción era Otoño en Nueva York.

—Es muy buena.

Giró los libros para leer los títulos impresos en el lomo. Dana había sacado uno que hablaba de tradiciones celtas, otro de yoga y la última novela de Stephen King.

—¿Yoga?

Iba de acuerdo con su manera de ser, exactamente con su manera de ser, poner el acento en lo único que Dana consideraba ligeramente embarazoso.

—¿Y qué?

—Nada. Solo que no puedo imaginarte en la posición de la libélula ni en cualquier otra. —Entrecerró sus ojos azules y algo de atrayente picardía cruzó por ellos—. Pensándolo bien…

—¿No tienes nada mejor que hacer que merodear cerca de la biblioteca para abordarme e irritarme?

—No estaba merodeando, y llevar tus libros no es acoso. —Adaptó sus pasos a los de la mujer con la facilidad que otorga una larga familiaridad—. No es la primera vez que paseo contigo hasta tu casa.

—De alguna manera, en los últimos años he logrado encontrar el camino sin ti.

—Has logrado muchas cosas. ¿Cómo está tu padre?

Dana reprimió un comentario malicioso, porque sabía que, con todos sus defectos, Jordan hacía la pregunta con sincero interés. Joe Steele y Jordan Hawke congeniaban.

—Está bien. Se encuentra bien. Lo que necesitaba era trasladarse a Arizona. Él y Liz tienen una casa bonita y una vida agradable. Se dedica a la pastelería.

—¿A la pastelería? ¿Hace pasteles? ¿Joe hace pasteles?

—Y bollos, y también panes exóticos. —No pudo reprimir una sonrisa. Pensar en su padre, el grande y masculino Joe, con un delantal y batiendo la masa de una tarta siempre le hacía sonreír—. Me manda un paquete con dulces cada dos meses. Al principio algunas de sus creaciones me servían de tope para las puertas, pero desde hace un año más o menos ha mejorado. Le salen muy buenos.

—Salúdale de mi parte la próxima vez que hables con él.

Dana se encogió de hombros. No tenía ninguna intención de mencionar el nombre de Jordan Hawke, a menos que formara parte de una maldición.

—Fin del camino —dijo cuando llegaron a la puerta de su casa.

—Quiero entrar.

—No en esta vida, ni en ninguna otra. —Intentó coger los libros y él los puso fuera de su alcance—. Termina con esto, Jordan. No tenemos diez años.

—Tenemos asuntos de los que hablar.

—No, no es así.

—Sí lo es, y deja de tratarme como a un niño. —Resopló, y rezó para conservar la paciencia—. Mira, Dana, tenemos una historia. Enfoquémosla como adultos.

Le irritó que sugiriera que se portaba como una inmadura. Idiota.

—De acuerdo, así es como lo enfocaremos. Dame mis libros y vete.

—¿Oíste lo que dijo Rowena anoche? —Ahora en su tono había algo que le advertía de que se preparaba una buena y calurosa discusión—. ¿Prestaste atención? Tu pasado, presente y futuro. Soy parte de tu pasado. Soy parte de esto.

—En mi pasado es justo donde permanecerás. He perdido dos años de mi vida contigo, pero ya pasó. ¿Lo puedes asimilar, Jordan? ¿Tu enorme ego puede soportar el hecho de que te haya olvidado? Sin ninguna duda.

—No tiene que ver con mi ego, Dana. —Le devolvió sus libros—. En cambio, sí tiene que ver con tu ego. Sabes dónde encontrarme cuando estés dispuesta.

—No quiero encontrarte —murmuró Dana mientras él se alejaba.

Maldición, no era su estilo evitar una pelea. Dana vio la irritación en su cara, la escuchó en su voz. ¿Desde cuándo mantenía a raya a la bestia y la hacía desaparecer?

Se había preparado para la discusión y ahora no tenía nada con lo que desahogarse. Era muy, muy desagradable.

Dentro de su apartamento, arrojó los libros sobre la mesa y se dirigió al lugar en el que guardaba los dulces. Pronto pudo consolarse con unas galletas.

—Bastardo. Maldito bastardo, me hace enfadar y se va. Estas calorías son por su culpa.

Comió las últimas migas y se relamió.

—Joder, están realmente buenas.

Más tranquila, se cambió, se puso un chándal y luego se acomodó en su silla favorita con el nuevo libro de tradiciones celtas.

No podía contar la cantidad de libros con ese tema que había leído durante el último mes. Hay que decir que para Dana la lectura resultaba tan placentera como los dulces y tan esencial para la vida como el aire que respiraba. Se rodeaba de libros en el trabajo y en el hogar. Su espacio vital era un testimonio de su primer y más importante amor, y tenía estantes llenos de libros y mesas cubiertas con ellos. Los consideraba no solo una fuente de sabiduría, entretenimiento, comodidad y hasta salud, sino también una especie ingeniosa de decoración.

Para un ojo inadvertido, los libros que llenaban las estanterías y se repartían en rincones y mesas podrían parecer un batiburrillo azaroso y desordenado; pero la bibliotecaria que existía en Dana se esforzaba por instaurar un sistema.

Podía, por capricho o por una petición, encontrar cualquier título que estuviera en cualquier lugar de su piso.

No podía vivir sin libros, sin las historias, la información, los mundos que vivían en su interior. Incluso ahora, con la tarea que tenía que cumplir y el reloj que contaba los minutos, se ensimismaba con las páginas que estaban en sus manos y se identificaba con las vidas, las guerras, los pequeños rencores de los dioses.

Absorta, pegó un bote al escuchar que llamaban a la puerta. Parpadeando, volvió a la realidad y percibió que el sol se había puesto mientras ella visitaba a Dagda, Epona y Lug.

Con el libro en la mano, fue a abrir y levantó las cejas al ver a Malory.

—¿Qué pasa?

—Pensé que podía pasar y ver lo que estabas haciendo antes de volver a casa. Todo el día he estado hablando con unos artistas y artesanos locales. Pienso que tengo suficientes piezas para comenzar en mi galería.

—Bien. ¿Traes algo de comer? Estoy muerta de hambre.

—Una lata de caramelos de menta y medio bollo.

—No sirven —decidió Dana—. Voy a buscar otro alimento. ¿Tienes hambre?

—No, no te preocupes. ¿Tienes alguna idea brillante? ¿Algo que quieras que Zoe y yo hagamos? —preguntó Malory mientras seguía a Dana hasta la cocina.

—No sé si es una idea brillante: espaguetis, ¡qué buenos! —Dana sacó de la nevera una cazuela con pasta—. ¿Quieres?

—No.

—Tengo un Cabernet para acompañar.

—Eso te lo acepto. Tomaré una copa. —Malory encontró unos vasos—. ¿Cuál es la idea, brillante o no?

—Libros. Ya sabes, todo lo que se relaciona con la sabiduría. Y el pasado, presente y futuro. Si hablamos de mí, todo se refiere a libros. —Sacó un tenedor y comenzó a comer la pasta directamente de la cazuela—. La cuestión es saber qué libro o qué clase de libro.

—¿No quieres calentarlos?

—¿Qué? —Desconcertada, Dana miró los espaguetis en la cazuela—. ¿Por qué?

—Por nada. —Malory dio a Dana un vaso de vino; luego cogió el suyo y se sentó a la mesa—. Un libro o unos libros. Tiene sentido, al menos en parte. Y te proporciona un camino a seguir, pero… —Examinó el apartamento de Dana—. Con los que ya tienes, tendrías semanas de trabajo para repasarlos. Luego están los que tienen los habitantes del valle, la biblioteca, la librería del centro comercial, etcétera.

—Aparte del hecho de que, incluso si estoy bien encaminada, eso no significa que la llave se encuentra literalmente en un libro. Podría ser figuradamente. O podría significar que algo en un libro señala el camino hacia la llave. —Dana se encogió de hombros y siguió comiendo los espaguetis fríos—. Ya te he dicho que no era una idea brillante.

—Es un buen punto de partida. Pasado, presente y futuro. —Malory apretó los labios—. Abarca un terreno bastante extenso.

—Histórico, contemporáneo, futurista. Y eso solo en las novelas.

—Podría ser algo más personal. —Malory se echó hacia delante y miró con atención la cara de Dana—. En mi caso lo fue. Mi camino hacia la llave incluía a Flynn, mis sentimientos hacia él y mis sentimientos conmigo misma, dónde terminaría, adónde quería ir. Las experiencias que tuve —no puedo llamarlas sueños— eran muy personales.

—Y espeluznantes. —Por un momento, Dana puso una mano sobre la de Malory—. Lo sé. Pero lo superaste. Lo mismo haré yo. Quizá sea personal. Un libro que tiene un significado específico y personal para mí. —Examinó la habitación pensativamente mientras cogía de nuevo el tenedor—. Eso es algo que también abarca un territorio bastante extenso.

—Estaba pensando en otra posibilidad. Estaba pensando en Jordan.

—No entiendo qué puede tener que ver en esto. Mira —continuó cuando Malory abrió la boca—, él ha formado parte de la primera partida, es cierto. Las pinturas de Rowena que habían comprado él y Brad. Volvió a la ciudad con esa pintura porque Flynn le pidió que lo hiciera. Así entró en el juego, si bien su parte debería haber terminado con tu búsqueda. Y su conexión con Flynn, que lo conectó contigo.

—Y contigo, Dana.

La muchacha giró el tenedor en la pasta, pero su entusiasmo por la comida se estaba desvaneciendo.

—Ya no.

Al reconocer su mirada obcecada, Malory asintió con la cabeza.

—De acuerdo. ¿Qué me dices del primer libro que leíste? ¿El primero que te capturó y te convirtió en lectora?

—No creo que la llave mágica de la Urna de las Almas se encuentre en Huevos verdes, jamón verde, de Dr. Seuss. —Con una sonrisa de satisfacción, Dana levantó su vaso—. Pero le echaré un vistazo.

—¿Qué me dices de tu primer libro de adulta?

—Es obvio que no has apreciado el ingenio agudo y la sátira punzante de Sam-I-Am, el protagonista del libro. —Se echó a reír, pero se quedó pensativa, tamborileando con los dedos sobre la mesa—. De todas formas, no recuerdo cuál fue el primero. Siempre estuve rodeada de libros. No recuerdo un tiempo en que no haya leído. —Estudió su vaso de vino un momento y luego tomó un trago rápido—. Me dejó plantada. Sobreviví.

«Volvemos a Jordan», pensó Malory, y asintió:

—Muy bien.

—Eso no significa que no lo odie con toda mi alma, pero ese odio no es importante en mi vida. Solo lo he visto unas pocas veces en los últimos siete años. —Se encogió de hombros, pero el movimiento pareció un gesto dubitativo—. Tengo mi vida, él tiene la suya, y ya no se entrecruzan. Sucede que es amigo de Flynn, nada más.

—¿Lo amaste?

—Sí. Fue maravilloso. ¡Bastardo!

—Lo lamento.

—Son cosas que pasan. —Tenía que recordarlo. No fue algo a vida o muerte, no la mandó directamente a un valle de lágrimas. Si un corazón no podía romperse, entonces no se trataba de un corazón—. Éramos amigos. Cuando mi padre se casó con la madre de Flynn, Flynn y yo hicimos buenas migas. Pienso que resultó bien. Flynn tenía a Jordan y a Brad: eran como un cuerpo con tres cabezas la mitad del tiempo. De manera que también se convirtieron en mis amigos.

Malory casi dijo que todavía lo eran, pero logró permanecer callada.

—Jordan y yo éramos amigos. A ambos nos encantaba leer, y eso era otro punto de unión. Luego crecimos y todo cambió. ¿Quieres otro poco de vino? —preguntó mientras cogía su vaso vacío.

—No.

—Bueno, yo sí. —Dana se puso de pie y fue a la cocina a por la botella—. Se marchó a la universidad. Obtuvo una beca parcial para la Universidad de Pensilvania, y tanto él como su madre trabajaron como esclavos para conseguir el resto del dinero con el cual pagar sus estudios y los gastos de manutención. Su madre, bueno, estuvo magnífica. De alguna manera, Zoe me la recuerda.

—¿De veras?

—No en cuanto a su apariencia, si bien la señora Hawke también era muy guapa, aunque más alta y delgada. Recordaba a una bailarina.

—¿Era joven cuando murió?

—Sí, estaba en la cuarentena. —Hablar de ello todavía le producía una punzada en el pecho—. Fue terrible lo que padeció, y lo que sufrió Jordan. Al final, estábamos prácticamente de acampada en el hospital, y aun así… —Se estremeció y suspiró—. No es eso lo que quería contarte. Creo que Zoe me recuerda la forma de ser de la señora Hawke. La tendencia maternal de Zoe. La clase de mujer que sabe qué hacer y no se lamenta de hacerlo, y que consigue apreciar su trabajo y querer a su hijo. Ella y Jordan estaban muy unidos, igual que Simon y Zoe. Siempre los dos. Su padre no entraba en escena, al menos hasta donde puedo recordar.

—Debe de haber sido muy difícil para él.

—Lo hubiera sido de no ser su madre quien era. Podía coger un bate de béisbol y unirse a un juego tan fácilmente como preparaba unas galletas. Llenaba los huecos.

—Tú también la querías —apuntó Malory.

—Sí. Todos la queríamos. —Dana se sentó y bebió su segundo vaso de vino—. De manera que Jordan se va a la universidad y consigue dos empleos a media jornada para pagar sus gastos. El primer año no lo vimos mucho. Volvía durante el verano y trabajaba en el taller de coches de Tony. Es muy buen mecánico. Salía con Flynn y Brad cuando tenía oportunidad. Cuatro años más tarde obtuvo su título.

»Hizo un postrado de un año y medio y empezó a publicar algunos cuentos cortos. Luego volvió a casa. —Emitió un largo suspiro—. ¡Dios santo, nos miramos y fue como si explotara una bomba! Pensé: «¿Qué demonios es esto? Es mi amigo Jordan. Se supone que no debo querer hincar los dientes en mi buen amigo Jordan». —Soltó una risa y bebió un sorbo—. Más tarde él me contó que le había ocurrido lo mismo. «Tranquilo, contrólate, es la hermana pequeña de Flynn. Saca de ahí las manos». De manera que bailamos alrededor de la bomba y de nosotros mismos durante un par de meses. Nos pasábamos el tiempo riñendo o siendo muy corteses.

—¿Y después? —la animó Malory cuando Dana se quedó callada.

—Una noche pasó por casa para ver a Flynn, pero Flynn había salido porque tenía una cita. Y mis padres no estaban en casa. Empecé a pelear con él. Tenía que hacer algo con todo ese ardor. Lo próximo que sé es que rodamos sobre la alfombra del salón. Queríamos más y más. Desde entonces no he experimentado nada parecido a esa… desesperación. Fue increíble.

»Imagina nuestra desazón cuando el humo se disipó y los dos nos encontramos desnudos sobre la hermosa alfombra oriental de Liz y Joe.

—¿Cómo te las arreglaste?

—Bueno, según creo recordar nos quedamos como muertos durante un minuto y luego nos miramos. Un par de supervivientes de una guerra muy intensa. Después nos moríamos de risa y empezamos de nuevo.

Levantó su vaso en un brindis fingido.

—Es así como empezamos a salir. Jordan y Dana, Dana y Jordan. Se convirtió en una sola palabra, independientemente de cómo comenzaras.

¡Oh, Dios, echaba en falta ese lazo tan íntimo!

—Nadie me ha hecho reír como él. Y es el único hombre de mi vida que me ha hecho llorar. De manera que sí, maldita sea, amé a ese hijo de perra.

—¿Qué sucedió?

—Cosas pequeñas, cosas grandes. Su madre murió. ¡Dios, nada ha sido tan monstruoso como eso! Ni siquiera cuando mi padre se puso enfermo fue lo mismo. Cáncer de ovarios, y lo descubrieron demasiado tarde. Las operaciones, los tratamientos, las oraciones…, nada funcionó. Siguió poniéndose peor. Es terrible que un ser querido muera, pero verlo morir poco a poco es mucho peor —dijo en voz baja.

—No me lo puedo imaginar. —Los ojos de Malory se llenaron de lágrimas—. Nunca he perdido a nadie.

—Cuando perdí a mi madre no lo recuerdo, era demasiado pequeña; pero recuerdo cada día de la agonía de la señora Hawke. Quizá rompió algo en el interior de Jordan. No lo sé, no me lo dejó saber. Después de que muriera, vendió su pequeña casa, todos los muebles, todo lo que había en ella. Me dejó y se fue a Nueva York a hacerse rico y famoso.

—Tú lo simplificas demasiado —comentó Malory.

—Quizá lo haga; pero es como lo siento. Dijo que tenía que irse, que necesitaba algo que no había aquí. Si se iba para dedicarse a escribir, y tenía que hacerlo, lo haría a su manera. Tenía que salir del valle. Eso es lo que hizo, como si los dos años que estuvimos juntos fueran un pequeño interludio en su vida. —Apuró el último trago de su vaso—. A la mierda con él y con los best seller que publicó.

—Quizá no quieras escucharlo, al menos no ahora, pero parte de la solución puede residir en resolver esta situación con él.

—¿Resolver qué?

—Dana —Malory puso ambas manos sobre las de su amiga—, todavía lo quieres.

Las manos de Dana se apartaron con un movimiento brusco.

—No es así. Me he hecho una vida. He tenido amantes. Tengo una carrera… Bueno, por el momento está en el retrete, pero tengo un fénix que surgirá de las cenizas de la biblioteca. —Se calló al escuchar la forma en que sonaban sus propias palabras—. No beberé más vino si voy a utilizar las metáforas tan lastimosamente. Las viejas novedades de Jordan Hawke —dijo con más calma—. Que sea el primer hombre que he amado no significa que tenga que ser el último. Antes me quemo la cara con ácido que darle esa satisfacción.

—Lo sé. —Malory rio un poco y dio un apretón a las manos de Dana antes de soltarlas—. Es por lo que me doy cuenta de que todavía lo amas. Por eso y por lo que acabo de ver en tu cara y escuchar en tu voz cuando me has contado lo que habéis hecho juntos.

¡Qué terrible! ¿Qué impresión le había dado? ¿Cómo había sonado lo que había contado?

—Es el vino, que me pone sentimental. Eso no significa…

—Significa lo que significa —sentenció Malory con brusquedad—. Tienes que pensar en ello, Dana. Es algo que debes sopesar cuidadosamente si realmente quieres tener éxito en la búsqueda. Porque, de una manera u otra, Jordan es parte de tu vida y es parte de este asunto.

—No quiero que lo sea —balbuceó Dana—; pero si lo es, lo superaré. La apuesta es demasiado alta para que me raje antes de empezar.

—Así debes pensar. Tengo que irme a casa.

Se puso de pie y luego pasó su mano por los cabellos de Dana, como para consolarla.

—Me puedes contar todo lo que pienses o sientas. Y a Zoe. Y si hay algo que necesites decir o si necesitas a alguien solo para que te acompañe cuando no tengas nada que decir, todo lo que tienes que hacer es llamarnos.

Dana asintió y esperó a que Malory estuviera junto a la puerta.

—¿Mal? Cuando se fue sentí que me desgarraban el corazón. Una sola vez que te rompan el corazón debería ser suficiente en la vida de una persona.

—¿Tú crees? Te veré mañana.