19

—¿Has leído el libro o lo has dicho por decir? —preguntó Jordan cuando iban en coche al piso de Dana.

—¿Por qué se me iba a ocurrir decir que lo había leído si no lo hubiera hecho?

—Ni idea, pero tú dijiste el otro día que no aparecías en ningún libro. Por eso pensaba que no habías leído El vigía fantasma.

—Me he perdido.

—¿Has leído el libro?

—Que sí, joder. Odio ese libro. Es muy bueno, y yo quería que fuera una mierda. Quería poder decir: «¿Veis? No es gran cosa»; pero no pude. Iba a arrojarlo a la basura; hasta por un momento pensé en quemarlo.

—¡Ostras, estabas muy enfadada!

—Tío, déjame que te cuente. Por supuesto que no podía quemar un libro. Mi alma de bibliotecaria se marchitaría y moriría. Tampoco lo podía tirar, por las mismas razones. Y no me convencía donarlo a la librería de libros usados ni regalarlo.

—No he visto ningún libro mío en tu piso.

—No podías. Están camuflados.

Jordan apartó la vista del camino para tomarle el pelo a Dana.

—Sal del coche.

—No quería que la gente supiera que tenía tus libros. Yo misma no quería reconocer que tenía tus libros; pero debía tenerlos.

—Así que has leído El vigía fantasma, pero no has reconocido a Kate.

—¿Kate? —Hizo memoria—. ¿La protagonista? Ah…, muy inteligente pero un poco arrogante. Voluntariosa, con fe en sí misma, cómoda en su propia compañía, que es la razón por la cual hace esas largas caminatas y termina tan fascinada por el Risco; el Observatorio, debería decir. —Trató de recordar más y dejó que se formara una imagen—. Es deslenguada. La admiro por ello. Tiene tendencia a malhumorarse, en especial con el protagonista, pero no se la puede culpar. Él se lo merece. Es una chica pueblerina, y feliz de serlo. Trabaja, según recuerdo, en una pequeña librería de libros antiguos, que es lo que la coloca en el punto de mira del malo de la novela.

—Así es mi protagonista.

—Tiene una actitud saludable respecto al sexo, lo cual me gusta. Demasiadas mujeres de ficción están descritas como vírgenes o putas. Usa la cabeza, es muy sensata, pero eso, unido a una veta testaruda, la mete en un lío.

—¿No te recuerda nada? —preguntó Jordan después de un momento.

—¿Recordarme? No. —Un destello de asombro hizo que se quedara mirándolo con la boca abierta—. ¿Me estás diciendo que ese personaje se basa en mí?

—En algunos aspectos, en muchos. ¡Joder, Dana, si hasta tiene tus ojos!

—Mis ojos son marrones. Los de ella eran…, algo poético.

—«El color del chocolate, profundo y amargo», o algo parecido.

—No soy terca. Solo confío en mis decisiones.

—Ji, ji.

Se detuvo frente al edificio de Dana.

—No soy arrogante. Solo tengo poca paciencia con las mentes estrechas y la conducta prepotente.

—Ya.

Dana salió del coche.

—Ahora comienzo a recordar. Esa Kate podía llegar a ser un coñazo.

—Algunas veces. Es lo que la hace interesante, real y humana. En especial, porque también puede ser generosa y amable. Tiene un gran sentido del humor y es la clase de mujer que puede reírse de sí misma.

Con el ceño fruncido, Dana abrió la puerta.

—Quizá.

Cuando entraban, Jordan le dio una palmada amistosa en el trasero.

—Me enamoré perdidamente de ella. Por supuesto, si tuviera que describirla hoy…

Empujó a Dana contra la puerta y puso sus manos a ambos lados de la cabeza de la mujer.

—¿Sí?

—No cambiaría ni una coma. —La besó—. Estaba seguro de que leerías el libro, te verías reflejada e intentarías contactar conmigo. Como no lo hiciste, pensé que nunca lo habías leído.

—Quizá entonces no estaba preparada para verme reflejada, pero puedes estar seguro de que lo leeré otra vez. En realidad, es el único de tus libros que no he leído más de una vez.

Con una pequeña carcajada, Jordan retrocedió.

—¿Lees varias veces mis libros?

—Ya puedo ver cómo te hinchas de orgullo, así que voy a alejarme un poco para que nadie salga herido si revientas.

Pasó por debajo del brazo de Jordan y se dirigió a su biblioteca.

—A la mujer que perdí. A la mujer que encontré. A la única mujer que he amado. Qué suerte tengo de que las tres sean una sola.

Dana lo miró mientras alargaba un brazo.

—¿Qué es eso?

—Es la dedicatoria que acabo de escribir en mi imaginación para el libro que estoy escribiendo ahora.

Dana dejó caer la mano.

—Joder, Jordan, me voy a derretir. No solías decirme cosas como esa.

—Solía pensarlas, pero no sabía cómo decirlas.

—El libro que estás escribiendo, del que he leído un pasaje, aborda el tema de la redención. Espero con impaciencia poder leer el resto.

—Y yo espero con ilusión poder escribirlo para ti.

Observó que Dana cogía un libro de la estantería y le quitaba la sobrecubierta exterior para revelar lo que se ocultaba debajo.

El vigía fantasma —leyó—, de Jordan Hawke. Con la cubierta de… —soltó una carcajada—… Cómo exterminar las plagas de la casa y el jardín. ¡Qué bueno, Stretch!

—Me sirvió. Tengo otro libro tuyo forrado con la cubierta de una novela llamada Comedores de perros. Un libro sorprendentemente aburrido e insípido a pesar del título. Luego está… Bueno, no importa. Variaciones sobre el mismo tema.

—Entiendo.

—Te voy a decir algo. —Cubrió la mano de Jordan con la suya—. Cuando terminemos con esto, tú y yo celebraremos un ritual en el que quitaremos esas cubiertas y, luego, yo colocaré, con algún tipo de ceremonia, tus libros en el lugar que merecen en las estanterías.

—Me parece bien. —Miró el libro y después a Dana—. ¿Esperamos a los demás?

—Yo no puedo esperar. —Dana se imaginaba que Jordan ya habría supuesto que no esperaría—. Estoy demasiado nerviosa. Además creo, y siento, que esto es algo que tenemos que hacer nosotros. Tú y yo.

—Entonces, adelante.

Como había hecho con el ejemplar de Flynn, Dana pasó los dedos sobre la cubierta, sobre la ilustración del Risco.

Pero esta vez sintió… algo. ¿Cómo lo había llamado Malory? Un darse cuenta. «Sí —pensó Dana—, exactamente eso».

—La encontramos, Jordan —susurró—. La llave está en el libro.

Con manos firmes, lo abrió.

«Enfoca —se dijo—. Concéntrate. Está aquí». Solo le faltaba verla.

Jordan observó cómo recorría con los dedos la portada, rozando con suavidad su nombre. La respiración de Dana se aceleró.

—¡Dana!

—La siento. Es tibia. Está esperando. Ella está esperando.

Pasó las páginas lentamente, luego emitió un sonido ahogado y el libro cayó de sus manos. Jordan la llamó nuevamente y la cogió en sus brazos cuando se desmayó.

Sorprendido y asustado, la colocó sobre la alfombra. Dana respiraba, oía su respiración, pero estaba pálida y fría como el hielo.

—Vuelve en ti, Dana. Joder, vuelve en ti.

En un impulso de pánico, la sacudió. La cabeza de la chica se quedó ladeada.

—¿Adónde te la has llevado, hijo de puta? —Jordan comenzó a levantarla y su mirada se posó sobre el libro caído, que había quedado abierto sobre el suelo—. ¡Oh, Dios mío!

Cogió a Dana y la abrazó contra su cuerpo para calentarla y protegerla. Escuchó voces en la entrada y atinó a abrir la puerta antes de que Flynn llamara.

—¡Dana! —Flynn intentó agarrarla y le pasó las manos por la cara—. ¡No!

—Kane la tiene —dijo Jordan con desprecio—. El hijo de puta la ha metido en el libro. Está atrapada en el maldito libro.

Dana sintió que él la atrapaba. Kane había querido que lo sintiera, lo supo inmediatamente. La había atrapado, con dolor para que supiera que podía hacerlo. Arrebató la conciencia de su cuerpo con la alegría con que un niño malvado arranca las alas a una mosca.

Después del dolor, sintió frío. Un frío amargo y brutal que le llegó directamente a los huesos, que parecieron hacerse frágiles y finos como cristal.

La había alejado del calor y la luz y la había arrojado al frío y al dolor por medio de los húmedos y espantosos dedos de esa niebla azul que parecía enroscarse alrededor de Dana inmovilizando sus brazos y piernas, y estrangulándola hasta que le faltó el oxígeno y anheló al menos un poco de ese aire helado que cuando lo respiraba era como estar inhalando cuchillas de hielo.

Después la niebla desapareció y Dana se quedó temblando, sola en la oscuridad.

Primero llegó el pánico y quiso acurrucarse, hacerse pequeña y gemir. De pronto olió… a pino, a otoño. A bosque. Se apoyó en los pies y las manos y sintió agujas de pino y hojas caídas. Cuando cesó la primera sensación de miedo, vio el resplandor de la luna filtrándose a través de los árboles.

En ese momento no hacía tanto frío. No, hacía fresco, como suele ser una clara noche de otoño. Podía escuchar los sonidos de los pájaros nocturnos, el ulular largo, muy largo, de la lechuza, la música apagada del viento susurrando entre los árboles.

Algo confusa, Dana apoyó una mano en el tronco de un árbol y casi lloró de alivio al sentir la textura de la corteza rugosa. Era tan sólida, tan normal…

Sufrió un mareo e intentó superarlo. Se puso de pie y después se apoyó contra el árbol, mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad.

Se dijo a sí misma que al menos estaba viva. Estaba entera. Un poco mareada, un poco temblorosa, pero entera. Tenía que encontrar el camino de regreso a casa, y la única forma de llegar era moverse.

Hacia dónde, esa era la pregunta. Decidió confiar en su instinto y caminar hacia delante.

Las sombras eran tan profundas que le pareció que si tropezaba caería para siempre. La luz que se filtraba a través de los árboles tenía el color de la plata, el tono opaco de las espadas sin bruñir.

En su mente se formó, de forma casual, la idea de que había demasiadas hojas en los árboles para ser finales de octubre.

Pisó una ramita y al romperse bajo su pie sonó como un disparo, lo que la asustó y provocó que diera un traspié.

—Está bien, todo está bien.

Su propia voz le llegó como un eco y apretó los labios para no hablar otra vez.

Miró al suelo para andar con cuidado y se quedó mirando fijamente, asombrada por el calzado que llevaba. Tenía puestas unas fuertes botas marrones de caminar, y no los elegantes zapatos con tacón de piel negra que se había calzado esa noche.

Había querido vestirse elegantemente porque… Los pensamientos iban y venían en su mente hasta que consiguió fijarlos. Se había vestido así para lucir su anillo. Sí, quería estar estupenda para lucir su anillo de compromiso.

Pero cuando levantó la mano vio que no tenía el anillo.

Su corazón dio un salto y todos los demás temores se desvanecieron ante la idea de perder el anillo que le había regalado Jordan. Se dio la vuelta y corrió de regreso a través del bosque, intentando encontrar el lugar donde había aparecido.

¿O se había despertado allí?

Mientras corría buscando en el suelo un destello dorado, oyó el primer crujido ahogado a su espalda y sintió un agudo escalofrío que le recorría la columna vertebral.

Estaba equivocada: no estaba sola.

Corrió, pero no sintió un pánico cegador. Corrió en línea recta para escapar y sobrevivir. Lo sintió venir por detrás, demasiado seguro de sí mismo como para darse prisa. Demasiado convencido de que ganaría esa carrera.

Dana se prometió a sí misma que no sería así. Perdería, porque ella no iba a morir en ese lugar.

Con una respiración sibilante, salió a la carrera entre los árboles y se encontró con la luz brillante y blanca de la luna llena.

Era la luna equivocada. Parte de su mente lo percibió mientras corría a través de la hierba dando grandes zancadas. No debería haber luna llena. Debería estar en cuarto menguante, disminuyendo de tamaño hasta convertirse en luna nueva, lo que marcaría el fin de sus cuatro semanas.

El fin de su búsqueda.

Pero en ese instante la luna estaba llena y nadaba en un cielo de cristal negro sobre la sombra del Risco del Guerrero.

Disminuyó el ritmo de sus pasos y se apretó con una mano el costado para aliviar una punzada.

No estaba la bandera blanca con el emblema de la llave flameando en lo alto de la torre. No había luces de brillo dorado en las ventanas. Pensó que la mansión estaría vacía, a excepción de las activas arañas y de los ratones que se deslizaban por el suelo.

Porque así lo había escrito Jordan.

Estaba en el libro, caminaba por las páginas de su libro.

—Eres muy testaruda.

Se dio rápidamente la vuelta. Kane estaba detrás, justo al borde del bosque.

—Esto es falso. Es solo otra fantasía.

—¿Lo es? Tú conoces el poder de la palabra escrita, la realidad que se crea en las páginas. Este es el mundo de Jordan, y resultaba real para él cuando lo creó. Yo solo te he traído aquí. Me preguntaba si tu mente lo resistiría, y ya veo que sí. Me complace que así sea.

—¿Por qué te complace? Estoy mucho más cerca de la llave.

—¿Eso crees? ¿Recuerdas lo que sucede a continuación?

—Sé que esto no estaba en el libro: tú no estabas en el libro.

—Hay unos pequeños cambios —dijo levantando el brazo en un gesto elegante—, que conducirán a un final distinto. Puedes correr si quieres. Te daré ventaja.

—No puedes mantenerme aquí.

—Quizá no. Quizá encuentres la forma de salir. Por supuesto, si te vas, pierdes. —Se acercó un paso y levantó una mano que sostenía una larga bufanda blanca—. Si te quedas, mueres. Tu hombre trajo la muerte al vigía fantasma.

Kane señaló con un gesto la mansión que Jordan había llamado en su novela el Observatorio.

—¿Cómo iba a saber que sería tu muerte?

Dana se volvió hacia el Observatorio y corrió.

—Tenemos que conseguir que vuelva.

Desconsolado, Flynn frotó las manos frías de Dana entre las suyas. La habían acostado en la cama y la habían arropado con mantas.

—Si se suponía que debía hacer algo así —comentó Brad—, no debería tener que hacerlo sola.

—No va a estar sola. —Como no veía otra opción, Jordan se puso de pie—. No logramos que vuelva. No sirven las caricias, ni que la llamemos, ni que estemos aquí. Nada de eso hace que regrese. Brad, necesito que vayas a buscar a Rowena y que la traigas aquí rápidamente.

—Tardará una hora. —Zoe, que estaba a los pies de la cama, se movió a un lado—. Una hora es demasiado tiempo. Malory, Rowena vino a nosotros una vez. Tenemos que intentar que venga a nosotros nuevamente. No debemos dejar a Dana sola. Eso es lo que hace Kane: nos separa y nos aísla. No debemos dejar que se salga con la suya.

—Podemos probar. Somos más fuertes cuando estamos juntas —Malory alargó el brazo por encima de la cama para coger la mano de Zoe y mantuvo la otra mano agarrada a la de Dana—. Le pediremos a Rowena que venga.

—No. —Zoe apretó los dedos y la luz del combate brilló en sus ojos—. Esta vez se lo ordenaremos.

—¿Cómo vais a ordenar a una diosa que os visite? —preguntó Flynn.

Brad le puso una mano sobre el hombro.

—Todo saldrá bien, Flynn. La traeremos de vuelta.

—Se parece al retrato. —Se le hizo un nudo en la garganta cuando miró la cara de su hermana, una cara blanca y vacía—. Como la Hija de Cristal de tu retrato. Después…

—Vamos a traerla de vuelta —aseguró Brad con más firmeza—. Mira, me voy ya mismo y subiré hasta el Risco. Traeré a Rowena o a Pitte, o a los dos, aunque tenga que hacerlo a punta de pistola.

—No será necesario.

Rowena estaba en la puerta, con Pitte detrás.

Dana corrió hacia el edificio, voló hacia él con la esperanza de que la piedra y el cristal le ofrecieran alguna protección.

¿Qué pasaba en el libro? ¿En qué capítulo había caído? ¿Controlaba sus acciones o ya estaban escritas?

«¡Piensa! —se ordenó—. Piensa y recuerda». Cuando había leído un relato, este pasaba a formar parte de ella misma. Estaba en su memoria. Solo tenía que dominar el miedo para recordar.

Estaba tan asustada… Una lechuza ululó y su corazón le latió muy fuerte en la base de la garganta. Una niebla fina y blanca, con los bordes azules, comenzó a cubrir el suelo. Se hizo espesa y parecía hervir alrededor de sus pies, hasta que prácticamente caminaba sobre humo.

La niebla ahogaba el sonido de sus pasos acelerados. Y el de los de Kane. ¡Dios, y el de los de Kane!

Si pudiera llegar al edificio, solo eso, podría encontrar algún lugar donde esconderse hasta recuperar el aliento. Podría encontrar un arma para defenderse.

Porque Kane tenía intención de matarla, tenía intención de atar la larga bufanda blanca alrededor del cuello de Dana y apretar, apretar mientras ella luchaba por respirar, mientras sus ojos giraban frenéticamente, mientras sus venas explotaban.

Porque Kane estaba loco, y Dana había percibido su locura demasiado tarde.

No, no. Esos eran los pensamientos de Kate. Los pensamientos de un personaje de ficción en un mundo de ficción. No era un asesino imaginario quien la perseguía en ese momento. Era Kane.

Si pudiera, cogería algo más precioso que la vida de Dana: le arrebataría el alma.

En el último momento se apartó de la puerta. Recordó su última oportunidad y su última batalla. Kate había perdido un tiempo precioso golpeando la puerta, aporreándola con los puños y pidiendo socorro antes de aceptar que no había nadie para ayudarla.

«Borremos ese último tramo», pensó Dana, y, apretando los dientes, rompió el cristal de una ventana con el codo. Ignoró el fuerte dolor que le causaron los trozos de vidrio que la herían, pasó el brazo por la abertura y descorrió el pestillo. Con un gruñido levantó la ventana, saltó al alféizar y se introdujo en la casa.

Aterrizó con un golpe tan fuerte que sintió que sus huesos vibraban, y se quedó tumbada, confusa y dolorida, mientras se esforzaba por ver a través de esa nueva oscuridad.

El aire era rancio y estaba húmedo, y sus manos resbalaban sobre el polvo acumulado cuando intentó ponerse de pie. Habían desaparecido el suelo brillante, los candelabros y las fabulosas antigüedades, y el fuego no crepitaba en la chimenea.

Al contrario, la habitación estaba helada y olía a cerrado, cruzada por telas de araña y el aliento de los fantasmas.

No se trataba del Risco de sus sueños, sino del Observatorio de Jordan. Se puso de pie, sostuvo el brazo derecho herido con el izquierdo y cojeó a través del cuarto sobre planchas de madera que crujían y gruñían.

«¡Hawke, qué buen trabajo hiciste describiendo el ambiente! —pensó mientras se esforzaba en recuperar el equilibrio—. Construiste una casa encantada de clase A. El lugar perfecto para que nuestra protagonista luche con el maníaco homicida».

Con un gesto de dolor, se agachó para frotarse una rodilla dolorida. Recordó que Kate también se había golpeado una rodilla, pero eso no la había detenido.

Retuvo el aliento cuando llegó al vestíbulo de entrada y vio las sombras desvaneciéndose con los rayos de la luz de la luna que penetraban por las sucias ventanas.

Dana pensó que aunque no hubiera nada que le gustara tanto como sumergirse en un buen libro, lo que le estaba pasando en ese momento era peor de lo que esperaba.

Cerró los ojos por un instante y evaluó la situación. Se había hecho daño en la rodilla, se había golpeado el hombro y tenía heridas en un brazo. Estaba asustada, tan asustada que le dolía respirar.

Pero estaba previsto que eso sucediera, se lo podía permitir. Podía estar herida y asustada. Lo que no se podía permitir era que la invadiera el pánico y tampoco se podía permitir rendirse.

«Veremos al final quién cuenta esta historia, capullo. Esta puñetera exbibliotecaria te dará una patada en el culo».

Escuchó el apagado sonido de cristales triturados bajo unos pies y salió corriendo hacia las escaleras. Hacia el espectacular final.

—¡Has venido! —Zoe soltó la mano de Malory y con más dificultad la de Dana—. Haz algo.

Rowena se adelantó y tocó suavemente con sus dedos la muñeca de Dana, como si le tomara el pulso.

—¿Qué ha pasado?

—¡Tú eres la diosa! —gritó Flynn—. Tú eres quien tiene que decírnoslo. Y tráela de vuelta. Tráela de vuelta ahora.

Jordan empujó a Flynn a un lado y se colocó entre ambos.

—¿Por qué no sabes lo que ha pasado? —le preguntó a Rowena.

—Kane puede limitarnos algunos poderes.

—¿Tú también puedes ponerle límites a él?

—Sí, por supuesto. No tiene el alma de Dana —dijo suavemente a Flynn.

—Sea como sea, tráela de vuelta. —Flynn se adelantó apartando a un lado la mano de Malory. Lanzó una mirada fría y dura a Pitte cuando este se acercó para ponerse al lado de Rowena—. ¿Crees que me asustas en un momento como este?

—Pierdes tiempo al temer por tu hermana.

—Está fría. Su piel está como el hielo. Apenas respira.

—Kane la ha sumergido en el libro —dijo Jordan, y la atención de Rowena se dirigió inmediatamente hacia él.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo sé. —Jordan cogió el libro que había colocado sobre la mesilla de noche—. Lo abrió y entró en este estado.

Rowena cogió el libro de sus manos.

—Se ha ido. La llave se ha ido de aquí. No tenía que suceder de esta forma —murmuró—. Kane ha cruzado demasiadas líneas, ha roto demasiados pactos. ¿Por qué nadie lo detiene? Excede sus poderes de tentación, intimidación y hasta de amenazas. —Se volvió hacia Pitte y un destello de miedo brilló en sus ojos—. Kane ha cambiado el terreno y de alguna manera ha trasladado la llave.

—¿Estaba en el libro? —la interrumpió Jordan.

—Sí. Ahora, de alguna manera, Kane la ha llevado al relato, y a Dana también. No se le debería permitir que lo hiciera.

—Dana está a solas con él. Ya sea por el argumento del libro, ya sea por Kane, su vida se encuentra en peligro. —Jordan cogió una mano de Dana—. Sacadla de ahí.

—No puedo traer lo que Kane se ha llevado. Está más allá de mis poderes. Kane debe liberarla, o Dana tendrá que hacerlo sola. Solo puedo darle calor —añadió Rowena.

—A la mierda con eso. —Jordan le arrancó el libro de las manos—. Envíame con ella.

—No es posible.

Se alejó de Jordan y se inclinó sobre Dana para acariciarle suavemente la cara.

Con un taco, Jordan le cogió un brazo y la obligó a mirarlo.

—No me digas que no es posible.

Sintió una sacudida, un choque que le subía por el brazo hasta el hombro, pero siguió agarrándola con firmeza.

—No pongas tus manos sobre mi mujer —dijo Pitte en voz muy baja.

—¿Qué vas a hacer? ¿Me vas a pegar? Mi mujer está tumbada aquí, inerme y pasando quién sabe qué horror porque os dio su palabra. ¿Y os quedáis ahí sin hacer nada?

—Kane ha hecho aparecer el mundo al que ha llevado a Dana. Es su poder lo que la mantiene allí. —Con un inusual gesto de agitación, Rowena se pasó la mano por el pelo—. No hay forma de saber lo que ha hecho ni lo que sería de ti si intento trasladarte. No se me permite que te lleve más allá de tu propio mundo. Si lo hiciera violaría el voto que hice cuando vine a este lugar y me hice cargo de las llaves.

—Yo creé ese mundo. —Jordan retrocedió y arrojó el libro sobre la cama, al lado de Dana—. Es mi mente la que está allí, mis palabras, y tengo un grave problema con un dios egoísta que ataca a la mujer que amo, y para hacerlo plagia uno de mis libros. No me importa cuántos votos incumples, no la dejarás allí sola. Envíame en su busca.

—No puedo.

—Rowena —tomándola por los hombros, Pitte hizo que lo mirara—, tiene derecho. Escucha —insistió cuando Rowena quiso hablar—: Un hombre no puede quedarse solo, atado de pies y manos, cuando su mujer está luchando. Fue Kane quien rompió un juramento, y al hacerlo se situó más allá de todos los derechos y deberes del honor. Se suponía que no iba a quitarle la vida. Se suponía que no iba a tocar la llave ni con sus manos ni con la mente, ni con hechizos. Ahora es otro tipo de batalla. O luchamos con sus condiciones, o perdemos.

—¡Mi amor! —Lo cogió de los brazos—. Si lo hago, aun si tengo éxito, ya sabes lo que puede costarnos.

—¿Podemos vivir en esta prisión y no hacer nada?

Un suspiro salió del pecho de Rowena cuando inclinó su cabeza y la apoyó sobre el corazón de Pitte.

—Te necesito.

—Me tendrás. Siempre.

Rowena asintió con la cabeza, exhaló un profundo suspiro y después miró a Jordan con unos ojos que parecían arder.

—Puedes estar seguro de que si lo hago la vida de Dana, la tuya y la de todos estarán en peligro.

—Hazlo.

—Envíanos a todos. —Zoe cogió nuevamente la mano de Dana—. Envíanos a todos. Dijiste que juntos éramos más fuertes, y es verdad. Tenemos más oportunidades de traerla de vuelta si vamos todos.

—Valiente guerrera —Pitte sonrió—, esto no es para ti. Pero si los dioses lo desean, tendrás tu turno.

—Dadle un arma —pidió Brad.

—No puede llevar nada, excepto su mente. Túmbate a su lado —le ordenó Rowena a Jordan. Después cogió el libro. Había cerrado los ojos y empezó a resplandecer—. ¡Ah, sí! Ya lo veo. Cógele la mano.

—Ya está.

Rowena abrió los ojos. El extraordinario azul parecía casi negro en contraste con el blanco puro de su piel. Su cabello parecía levantarse por causa de un viento intangible.

—¿Estás listo?

—Sí, lo estoy.

—Tráela de vuelta. —Flynn atrajo a Malory hacia sí mientras miraba a Jordan—. Tráela a casa.

—Puedes estar seguro de que lo haré.

Sintió que un viento rápido y cálido pasaba a través de su cuerpo. Sintió que giraba en el tiempo, en el espacio, a través de lustrosas cortinas de plata que se abrían con un sonido como de mar. Y se encontró en la noche iluminada por la luna, mirando los picos y las torres negras del Observatorio.

Salió corriendo hacia la mansión y percibió la niebla espesa y el ulular de una lechuza. Un perro podría estar ladrándole a esa luna llena enorme, y sintió una curiosa satisfacción cuando el eco de un ladrido resonó en la noche.

Se dio cuenta de que era el último capítulo, y lo confirmó cuando vio la ventana rota.

Pensó que era el momento de hacer una pequeña inspección, y se encaramó a la ventana evitando los cristales rotos.