—¿Estás seguro?
Brad examinó el rubí tallado en ángulos rectos que Jordan tenía en la mano.
—Sí. Creo que sí. Le gustará más que el tradicional diamante.
—No me refiero al anillo, sino a las razones que tienes para comprarlo.
—Estoy seguro. Algo inquieto, pero seguro.
—No me ofenderé —comentó Flynn—. Podría sentirme ofendido porque te provoque inquietud pedirle a mi hermana que se case contigo, pero no lo haré.
Jordan sonrió un poco cuando giró el anillo bajo la lámpara. Quería que sus dos amigos estuvieran con él al dar ese paso. Una especie de círculo, supuso, del mismo modo que el anillo era un círculo. No podía jurar que los dos se iban a sentir encantados cuando los llevara de improviso a Pittsburgh y allí a una joyería, pero se lo tomaron bien. Siempre le demostraban su amistad.
—Creo que este es el adecuado. Sé que lo es. —Le ofreció el anillo a Brad—. Sabes más sobre esta materia que nosotros. Dame tu opinión sobre la piedra.
Detrás del mostrador, el joyero empezó a emitir sonidos.
—Sí, sí. —Jordan lo hizo callar con un gesto de la mano—. Conozco el rollo. Prefiero escuchar lo que mi amigo tiene que decir.
—Puedo asegurarle que la piedra es de una excelente calidad: un rubí birmano de tres quilates, engastado en oro de dieciocho quilates. El fino trabajo de…
—¿Por qué no me consigue una lupa? —sugirió amablemente Brad—. Este hombre va a comprar un anillo de compromiso. Solo será un momento.
El vendedor no estaba contento, pero lo ocultó, y la perspectiva de una venta le hizo aparecer con una lupa que entregó a Brad.
Representando su papel, Brad silbó y lanzó exclamaciones de satisfacción antes de colocar el anillo y la lupa sobre la almohadilla de terciopelo negro.
—Estás comprando una piedra extraordinaria —dijo—. Tiene todas las cualidades: color, tallado y pureza, y en tres quilates sustanciales que se complementan muy bien. Dana estará encantada.
—Sí, es lo que había pensado. Envuélvalo —le dijo al joyero.
—Ahora iremos a tomar una cerveza, ¿verdad? —Flynn miró con recelo los demás anillos colocados en una caja de cristal—. Y Jordan debería comprar, en un gesto simbólico de… ¡Al diablo con todo esto! Quiero una cerveza.
—Todo a su tiempo, cariño. —Jordan sacó de su cartera la tarjeta de crédito—. Tenemos que hacer otra parada en el camino de regreso.
Tal y como lo había planeado, iba a ganar todas las bazas. Obtendría una serie de triunfos en una sola partida. Tenía la mujer y había comprado el anillo. Mientras atravesaba la verja del Risco del Guerrero pensó que ahora vería si podía obtener la casa.
—Es una locura —dijo Flynn desde el asiento trasero, donde Moe roncaba a su lado, exhausto tras la excitación de viajar en coche—. Con esta noticia me he quedado de piedra.
—Sí, es una gran locura —admitió Jordan—, pero la verdad es que siempre he querido vivir aquí. Desde que era un niño.
—Está bien, antes de entrar y hacerles una oferta desmesurada, repasemos nuevamente las desventajas. —Brad se movió en el asiento—. Déjame que te señale, una vez más, que es una casa enorme.
—Me gusta grande.
—Está aislada.
—Me gusta la tranquilidad.
—Ni siquiera le has preguntado a Dana si quiere vivir aquí arriba.
—No necesito hacerlo. Sé lo que piensa al respecto.
—Es como hablar con una piedra —murmuró Brad—. Vale, si estás decidido a seguir con esto, al menos quita de tu culo ese cartel que dice: «Soy un perfecto gilipollas con mucho dinero».
—Son dioses, tío. —Jordan aparcó y abrió el portón—. No creo que cambie nada por poner cara de jugador de póquer.
—No sé por qué crees que te van a vender la casa —dijo Brad—. La han comprado hace solo dos meses. Dioses o no, están esas cuestiones menores como el patrimonio neto, los impuestos o las ganancias del capital.
—Escuchemos al experto.
Flynn sonrió mientras Moe pasaba por encima de él para salir del coche.
—Cállate. Tú te habías quedado de piedra, ¿no te acuerdas? Son veinte minutos largos los que se tarda en ir desde aquí hasta el valle —siguió argumentando Brad.
—Tal y como tú conduces, sí —murmuró Jordan en voz baja.
—Te he oído. Veinte minutos —remarcó Brad— para un adulto responsable que respete los límites de velocidad. Eso si hace buen tiempo. A ti te conviene porque puedes quedarte en casa y escribir en calzoncillos. Dana va a abrir una tienda en la ciudad y tendrá que desplazarse seis días a la semana.
—¿Seis? —Jordan, que estaba observando la casa, se giró hacia Brad—. ¿Por qué sabes que van a abrir seis días?
—Me lo dijo Zoe en medio de una de nuestras discusiones. El problema es que Dana tendrá que trasladarse casi todos los días. Y en invierno…
—Le compraré un coche, un puñetero Humvee. Deja de preocuparte.
—Espero que te pongan una camisa de fuerza por lunático.
Rowena abrió la puerta y empezó a reír cuando se agachó para saludar a Moe.
—¡Bienvenidos! ¡Qué alegría! Tres hombres guapos con un perro también guapo.
—Si dices que este perro es guapo —comentó Jordan—, es porque estás enamorada de él.
—Así es. —Se enderezó y les dedicó una sonrisa deslumbrante mientras miraba a Jordan a los ojos—. Así es. Entrad.
Moe no necesitó una segunda invitación. Entró corriendo y resbaló en las baldosas, chocando contra la arcada que había en su camino hacia el salón. Cuando lo alcanzaron, se encontraba tumbado en un sillón y apoyaba el mentón en el reposabrazos de terciopelo mientras golpeaba el asiento con la cola.
—¡Hey! Baja del sillón, que eres un maleducado.
Cuando Flynn se dirigió a él con la intención de hacerle bajar, los grandes ojos marrones de Moe miraron a Rowena. Su cola golpeó con más fuerza.
—No, por favor. Déjale que se quede en el sillón. Después de todo —se apresuró a añadir—, es un huésped.
—Es un sinvergüenza.
—Sí. —Le acarició las orejas gachas—. Y además…, ¿cómo se dice? Me tiene tomada la medida. No pasa nada. ¿Qué os puedo ofrecer? ¿Té, café…? —La comisura de sus labios tembló cuando miró a Flynn—. ¿Quizá una cerveza fría?
—¿Lees la mente o se me nota que me estoy muriendo por una cerveza?
—Un poco de ambas cosas. Por favor, seguid el ejemplo de Moe y sentaos. Poneos cómodos. Vengo en un momento.
—¿Está Pitte en casa? —preguntó Jordan.
—Sí. Le diré que venga.
Brad esperó hasta que Rowena dejó la habitación y después se volvió hacia Jordan.
—De acuerdo, no puedo aguantarme. Por favor no digas de buenas a primeras que quieres comprarles la casa ni que siempre la has querido, ni ninguna estupidez por el estilo.
—¿Te parece que acabo de caerme de un guindo?
—¿Alguna vez has comprado una casa?
—No, pero…
—Yo sí. Eres un escritor de éxito con un buen número de libros entre los más vendidos. Saben que tienes dinero. Si a eso le añades que esta casa es el sueño de tu infancia, ya estás listo para que te despellejen.
Jordan se sentó.
—¿Sabes? Estoy empezando a entender porque Zoe se enfada tanto contigo.
Brad lo miró por encima del hombro.
—No se enfada conmigo, se pone nerviosa. El enfado es solo un efecto colateral de su nerviosismo.
—Sí. A mí también me está sucediendo eso —comentó Flynn dejándose caer en un sillón, como había hecho su perro. Se enderezó cuando Rowena entró con una bandeja en la mano—. Hey, déjame echarte una mano con eso.
Flynn se puso de pie y cogió la bandeja con las cinco jarras de cerveza.
—Gracias. Por favor, servíos. Pitte llegará enseguida. —Rowena se sentó en el sofá, dobló las piernas y ofreció a Flynn una sonrisa amable cuando él le acercó una de las jarras—. Hoy es un día importante.
Sintió que su estómago se encogía cuando ella le miró.
—Sí que lo es.
—Es admisible que te sientas un poco descentrado. Es humano. Ah, aquí está Pitte.
—Buenas tardes. Rowena me ha dicho que teníamos que hablar. —Se sentó en el sofá al lado de la mujer y cogió una cerveza—. ¿Estáis bien?
—Parece que sí —respondió Jordan—. Quizá deba comenzar contándoos lo que ha sucedido.
Les relató primero cómo Kane había hecho que Dana regresara a su pasado.
—Es interesante. —Pitte observó su cerveza y reflexionó—. Ha sido más directo de lo esperable.
—Un método adaptado a su víctima —comentó Rowena—. Muy astuto por su parte. No ha intentado hacer trampas ni engañarla. Al contrario, le ha dicho exactamente lo que está haciendo, permite que le vea, y sin embargo Dana lo sufre igual. Sí, es una táctica muy buena.
—Podía haber funcionado. Casi lo consiguió. Creo que no nos encontraríamos donde estamos, al menos no en este momento, si Malory no nos hubiese dado un empujón.
—Vosotros seis formáis parte de un todo. Vital e individual —añadió Rowena—, pero más fuerte cuando estáis unidos. ¿Cómo habéis resuelto ese lío con Dana?
—¿Tengo que contártelo? Incluso yo mismo puedo ver la orla de corazoncitos que rodea mi cabeza.
—De todas formas, me gustaría oír lo que os habéis dicho y cómo.
Jordan complació su petición. Rowena, asintiendo con la cabeza, cogió una mano de Pitte.
—Es difícil —dijo— saber qué guardar y qué descartar. Me alegro por los dos de que continuéis con vuestra relación.
—Yo también, por razones puramente personales; pero también influye sobre los demás, ¿verdad? —Jordan observó la cara de Rowena y deseó poder descifrar lo que pensaba—. Forma parte de la búsqueda.
—En un bordado, cada hebra tiene importancia. La longitud, la textura, el matiz. Kane ha querido separaros y no se lo habéis permitido. La hebra que os une es larga, hermosa y fuerte.
—¿Por qué es tan importante para Kane separarnos?
—Estáis más juntos que separados. Tú lo sabes.
—No es eso solamente. —Se inclinó para acercarse a ella—. Ayúdame a que yo ayude a Dana.
—La has ayudado y seguirás haciéndolo. Estoy segura de ello.
—Casi se ha agotado su plazo.
—Habéis recorrido más camino del que pensáis. Tened cuidado, porque Kane hará todo lo que esté en sus manos para cortar la hebra.
Jordan se volvió a recostar en su asiento.
—No la romperá. Hay otra razón por la que he venido. Estoy empezando a pensar que puede formar parte del bordado también. Quiero comprar esta casa.
Brad ahogó con dificultad un sonido gutural, que provocó que Pitte le lanzara una mirada risueña.
—¿Quieres un poco de agua?
—No, no. —Brad suspiró y bebió un trago de cerveza—. No.
—El importante hombre de negocios que se sienta ahí se figura que yo debería dar unos pasos de claqué y que luego jugaríamos a negociar durante una o dos horas. No veo ninguna razón para hacerlo. No sé que planes tenéis para este edificio una vez completada la tarea, pero si estáis dispuestos a venderlo, yo quiero comprarlo.
«¿Por qué no les da un cheque en blanco? —pensó Brad—. ¿Por qué no les permite acceder a su cuenta corriente y les da las escrituras de su piso de Nueva York?».
—Tu amigo con mente de empresario posee algunas razones excelentes. —Pitte reconoció a Brad sus esfuerzos con un movimiento de cabeza; luego hizo girar el vaso de cerveza—. Durante años he hecho interesantes negocios. Me gusta…
Lanzó a Rowena una mirada interrogativa.
—Trapicheos.
—Sí. Son un pasatiempo entretenido. Esta propiedad, además de adaptarse a nuestras necesidades en este período, es muy apetecible. Un edificio de este tamaño construido con estos materiales, con su historia y su ubicación, que incluye sesenta y seis hectáreas entre terreno libre y arbolado, además de un garaje para seis coches, piscina cubierta, baño de vapor y…
—Una bañera de hidromasaje —apuntó Rowena soltando una carcajada—. Disfrutamos muchísimo con la bañera de hidromasaje.
—Sí. —Pitte le cogió una mano y le mordió los nudillos—. Además de gran cantidad de detalles y comodidades…
—Perdona. —Incapaz de contenerse, Brad levantaba la mano para intervenir—. Las comodidades y su solera forman parte de su encanto, desde luego, pero se encuentra a treinta y cinco kilómetros del valle…
—Treinta kilómetros y doscientos metros —le corrigió Pitte suavemente.
—Por una carretera estrecha y sinuosa —siguió diciendo Brad—. Seguro que cuesta una fortuna poner calefacción y aire acondicionado. Si la pones mañana en venta, tendrías suerte si consigues una oferta seria en la próxima década.
Pitte estiró las piernas y cruzó los tobillos. Jordan pensó que, desde que se habían conocido, era la vez que veía a Pitte más relajado.
—Me encantaría hacer negocios contigo —le dijo a Brad—. Quizá en alguna ocasión tengamos oportunidad. Creo que sería muy estimulante.
—Ahora es conmigo con quien estás haciendo un trato —le recordó Jordan.
—Sí, es cierto.
La mirada de Pitte se dirigió a Jordan.
—Antes yo quiero preguntar algo. —Rowena palmeó el brazo de Pitte para indicarle que esperara y después miró a Jordan—. ¿Por qué quieres esta casa?
—Siempre la he querido.
Brad alzó los ojos al cielo.
—Ten piedad de él.
—Te he preguntado por qué.
—Me… habló. Figuradamente, quiero decir.
—Bien. —Rowena asintió con la cabeza—. Te comprendo. Sigue.
—Cuando era un crío, la miraba y pensaba: «Esa es mi casa. Está esperando a que crezca». Recuerdo haberle dicho a mi madre que un día se la compraría, para que viviera en la cima del mundo. —Se encogió de hombros—. Cuando me hice mayor, venía a menudo en coche, miraba la mansión y me decía que un día pasaría por la verja y entraría por la puerta principal. Es hermosa, es fuerte, y aunque haya que recorrer un largo camino para llegar a ella, forma parte de lo que hace que el valle sea como es. No pude regalársela a mi madre. Quiero dársela a Dana. Quiero que construyamos nuestra vida aquí y criar a nuestros hijos. Quiero poder mirar hacia el valle y saber que todos formamos parte de algo sólido, verdadero e importante.
—Puedes quedártela.
Los ojos de Pitte se oscurecieron.
—¡Rowena!
—Al precio que la tase una inmobiliaria —continuó Rowena, y apuntando a su amante mientras agitaba el dedo añadió—: Y ni un céntimo más.
—Me ofendes, a ghra.
—No le cobrarás los trámites legales, ni la escritura, ni la transferencia. Pagarás al notario y la…, ¿cómo la llaman? —preguntó a Brad.
—Plusvalía. —Tuvo que sofocar una carcajada—. Creo que quieres decir plusvalía.
—Sí, ninguna de esas cosas. —Pensó durante un momento—. Creo que eso es todo.
Pitte lanzó un suspiro.
—Las mujeres son un calvario para un hombre. ¿Por qué no envuelvo la casa, le pongo unas cintas y se la regalo?
—Porque Jordan no lo aceptaría. —Se inclinó para besar la mejilla de Pitte, que fruncía el ceño—. Siempre ha sido suya —añadió—. Lo sabes tan bien como yo.
—Que sea como tú quieres. —Tamborileó con los dedos sobre la rodilla—. Tú y yo ya ajustaremos los detalles sin que haya mujeres andando alrededor.
—Como quieras.
—Sella el acuerdo con un apretón de manos, Pitte. —Rowena le dio un codazo—. Con las condiciones que acabamos de decidir.
—¡Joder! —Se puso de pie y alargó la mano—. Será mejor que lo haga o me volverá loco.
Jordan estrechó la mano de Pitte y sintió una leve sacudida. Podía ser energía o simplemente frustración. Resultaba difícil saberlo cuando se estaba cerrando un trato con un dios.
—Gracias.
—Deberías agradecérmelo de verdad. Tu amigo sabe que en el mercado podría obtener un precio mucho más alto que el de una tasación inmobiliaria.
—¿El apretón de manos es un compromiso formal? —preguntó Brad.
—Lo es.
—Sin una inspección completa de la propiedad, yo diría que, como mínimo, podrías obtener el diez por ciento más de lo que fije la tasación.
—El quince por ciento más bien —opinó Flynn, que había guardado un escrupuloso silencio mientras duraba la transacción—. Cuando editas el periódico local, sabes de estos temas. Un hombre de negocios del sector hotelero quiso comprarla para convertirla en un complejo turístico. Estuvo a punto un par de veces —continuó diciendo—, pero siempre había algo en el último momento que estropeaba el acuerdo. Tuvo mala suerte.
Rowena observó su mirada tranquila y sonrió.
—Efectivamente. ¿Te gustaría ver parte de la casa ahora, Jordan?
Antes de que pudiera abrir la boca, Flynn señaló su reloj.
—Tenemos poco tiempo.
—Ah, bien. Deprisa, entonces. —Cogió la mano de Jordan y se la apretó—. Debes examinarla y fijarte en las vistas que hay desde las terrazas, el balcón y el parapeto.
—Me encanta la idea. Vendré con Dana y…
De pronto se quedó callado observando a Rowena, su forma de estar. Delgada, quieta, algo apartada del resto…
Entonces reconoció a la mujer que había visto de pie sobre el parapeto bajo una luna reluciente, con su oscura capa flotando al viento.
—Eras tú. Hace muchos años te vi.
—Yo te vi a ti. —Le tocó una mejilla con una mano muy suave—. Un chico guapo y muy joven, tan preocupado, tan lleno de pensamientos. Me preguntaba cuándo te acordarías de mí.
—¿Por qué te vi yo y los demás no?
—No lo necesitaban.
No estaba seguro de su significado, y Rowena le había dejado pensativo. Jordan, cuando entraba en el piso de Dana, pensó que necesitaba tiempo para poner un poco de orden en sus pensamientos.
Quizá debería ponerlos por escrito, como había hecho con la sucesión de acontecimientos. Se sentaría frente al ordenador de Dana y dejaría que fluyeran.
Pero cuando entró en el dormitorio escuchó el ruido de la ducha. No se había dado cuenta de que el coche de Dana estaba aparcado frente al edificio, lo que significaba que tenía puesta la cabeza en otro lado. Se asomó al cuarto de baño para que supiera que estaba allí.
Cuando descorrió la cortina de la ducha, el aullido que escuchó podría haber demolido una casa de ladrillos.
Con una mano sobre el corazón y la otra sosteniendo el cabello que goteaba, Dana intentó recuperar el aliento.
—¿Por qué no pones un poco de música con un violín estridente y terminas el trabajo?
—Vamos, que no llevo puesto un vestido ni tengo un cuchillo en la mano. Quería avisarte de que había llegado para que no te asustaras cuando salieras de la ducha.
—Ya, es mejor asustarme ahora que estoy mojada, desnuda e indefensa.
Jordan apretó los labios. Dana siempre tenía buen aspecto cuando estaba mojada y desnuda.
—¿Indefensa?
—Bueno, indefensa quizá no. —Alargó la mano y lo cogió de la camisa—. Entra, chaval.
—Me atrae la idea, me atrae mucho, pero necesito hablarte de algo y luego tenemos que ir a casa de Flynn.
—Hablaremos después, ahora hagamos el amor envueltos por el vaho y el agua caliente.
—Es difícil oponerse.
Se quitó los zapatos.
Dana esperó hasta que Jordan entró en la bañera a su espalda y le ofreció el jabón y una invitación sobre el hombro.
—¿Me enjabonas la espalda?
—Puedo comenzar por ahí.
—¡Hum, me pondré… resbaladiza y… limpia y…! Eso no es mi espalda.
Jordan deslizó sus manos enjabonadas por el trasero.
—Está en la parte de detrás, así que tiene que ser lo mismo. —Inclinando la cabeza, le mordisqueó un hombro—. Tienes un cuerpo increíble. ¿Te lo he mencionado antes?
—Quizá una o dos veces, pero no me importan las repeticiones en determinadas circunstancias. —Echó la cabeza hacia atrás cuando las manos de Jordan le acariciaron el torso y se deslizaron por sus pechos—. Como en las actuales.
—Entonces me arriesgaré a repetirme. —Le hizo darse la vuelta—. Te amo. —Puso sus labios sobre los de Dana—. Estoy muy enamorado de ti.
Con una exclamación de placer y alegría, la mujer le echó los brazos alrededor del cuello y lo atrajo hacia sí.
Estaban bajo el agua de la ducha y el vapor salía en nubes ascendentes. Los cuerpos se frotaban uno contra el otro y las manos se deslizaban haciendo cosquillas y excitándose. Los labios besaban y mordisqueaban, y después empezaron a desear más.
El corazón de Dana estaba tan henchido de felicidad que temió que estallara y la habitación temblara.
—Es diferente. —Besó a Jordan en la boca y en el cuello—. Ahora es diferente, después de saber que me quieres. —Le cogió por el cabello y lo apartó unos centímetros—. Es diferente ahora que puedo decirte que te amo.
—Entonces siempre será diferente, porque nunca dejaré de quererte.
Sus bocas se encontraron de nuevo.
Era diferente. Toda caricia, todo beso, toda ansia estaban enmarcados por una sensación de pertenencia. El agua seguía cayendo cuando Jordan la inmovilizó y se deslizó en su interior. La belleza del gesto proporcionó a Dana mil dolores dulces.
Ahora era suyo, suyo. Y ella le pertenecía a él.
Lo mantuvo apretado contra sí y acompañó cada embestida del hombre.
Las emociones lo abrumaron, las sensaciones lo inundaron y solo podía ver a Dana. Sus ojos oscuros, su pelo liso, su boca carnosa y el agua que le caía por la cara como lágrimas. Dana lo poseía en cuerpo y alma. Jordan se dio cuenta de que siempre había sido así.
La sintió temblar, sintió que su aliento se hacía más irregular y que sus ojos se tornaban hermosos y opacos al acabar. La muchacha se apretó contra él y unieron sus bocas. Jordan se entregó a ella.
Después, mucho tiempo después, seguían abrazados.
—Es muy hermoso, Jordan. Verdaderamente hermoso.
—Sí.
—Aunque el agua se esté quedando fría. Me siento muy perezosa y somnolienta. Desearía que pudiéramos meternos en la cama en vez de tener que vestirnos para ir a casa de Flynn.
—Si estás demasiado cansada para ir…
—No es eso. Quiero estar en la cama contigo.
Jordan se apartó.
—No me parece mala idea.
—Pero nos vestiremos e iremos a casa de Flynn, porque estaría mal quedarnos en la cama. —Lo besó suavemente—. ¡Joder, qué fría está el agua ahora!
Jordan alargó un brazo y cerró el grifo.
—Podríamos ir, volver temprano y meternos en la cama.
—Un buen plan. —Salió de la bañera y cogió una toalla—. Dime, ¿en qué misteriosa misión has estado metido hoy?
Se envolvió el pelo con una toalla y después cogió otra.
Jordan estiró un brazo creyendo que se la traía a él, pero Dana comenzó a secarse las piernas con ella. El hombre sacudió la cabeza y consiguió otra toalla.
—Hablaremos de eso después.
—¿Qué hay de malo en que lo hagamos ahora?
—Estamos en el cuarto de baño desnudos. No es la situación adecuada.
—¡Qué tontería! Otras veces hemos charlado estando desnudos. En realidad, hemos mantenido conversaciones muy interesantes desnudos. ¿Adónde has ido y por qué necesitabas que te acompañaran Brad y Flynn? Porque sé que se han ido contigo. Tengo mis métodos para obtener información de esa clase.
Cogió un bote de loción corporal y se echó un poco en la mano.
—Te lo diré después. Me agradecerás que lo hablemos en un contexto más apropiado.
—Vamos, me estás volviendo loca. —Se untó con la loción—. Me obligas a interrogarte. Te has ido durante horas. ¿Adónde has ido? ¿Qué has hecho?
—Hemos ido a un topless y hemos bebido cerveza de la barata mientras unas mujeres con fascinantes pechos prefabricados se deslizaban por estrechas columnas largas y brillantes.
—Te crees que vas a conseguir que me enfade y que te voy a dejar solo, pero te equivocas. —Se quitó la toalla de la cabeza y se peinó con los dedos—. Personalmente, no tengo problemas con los tíos que acuden a clubes de striptease y se portan como idiotas. Así que no te libras de decirme la verdad.
—Bien. Aquí y ahora, entonces. —Cogió sus pantalones y sacó del bolsillo el estuche del joyero. Se lo ofreció abriendo la tapa con el pulgar.
—¡Madre santa! —exclamó Dana, y se dejó caer sobre la tapa del inodoro.
—¡Qué romántico! ¿Te gusta o no?
Dana tuvo que tragar.
—Eso depende.
—¿De qué? —Jordan frunció el ceño y dio la vuelta al estuche para estudiar el anillo. Pensó que tenía un aspecto formidable, pero con las mujeres nunca está uno seguro—. Creía que te gustaría más que un diamante tradicional, pero si lo prefieres lo cambiaré.
Dana comenzó a tiritar, pero no sentía frío. Para nada.
—Entonces esto es un anillo de compromiso.
—¿Qué puñetas piensas que es? ¿Quieres ponerte de pie? Esta situación es demasiado grotesca.
—Perdón. —Se puso de pie—. No estaba segura de lo que significaba.
—Significa que quiero que te cases conmigo, Dana. —Tuvo que echarse hacia atrás el pelo empapado—. Significa que te amo y que quiero que pasemos toda la vida juntos. Quiero que tengamos niños y hacerme viejo contigo.
Dana había creído que su corazón estaba ya henchido de felicidad, pero no había sido así. Todavía cabía más, había mucho espacio para Jordan.
—Bien, eso aclara por completo la situación. Es un anillo hermoso. Es el anillo más hermoso que he visto nunca. Solo te has equivocado en una cosa.
—¿En qué?
—No me importan el momento ni el lugar, Jordan. —Lo miró con una sonrisa radiante—. No me importan en absoluto. En verdad, si me lo pones en el dedo, quiero que sea lo único que lleve puesto durante unos minutos. —Alargó la mano y retuvo el aliento—. Me encantará llevar ese anillo. Me encantará casarme contigo y todo lo demás.
Jordan sacó el anillo del estuche, que puso a un lado, y después levantó la mano izquierda de Dana.
—Es un nuevo comienzo para nosotros.
—Espero que haya muchos más.
Jordan le puso el anillo en el dedo. Sintió una pequeña ola de calor y luego una agradable calidez donde el oro rodeaba el dedo.
—Es hermoso. Hasta me sienta bien.
—¿Sí? Nadie sabía el tamaño adecuado, así que me alegro. —Le movió la mano y observó cómo brillaba la piedra—. Te queda muy bien.
Dana se puso de puntillas y lo besó.
—¡Estás lleno de sorpresas!
—En eso tienes razón. Tengo otra más para ti. He comprado…, estoy comprando… el Risco del Guerrero.
Dana parpadeó solo una vez, muy lentamente.
—Perdona, me ha parecido oír que estás comprando el Risco.
—Es verdad. Quiero que vivamos allí. Quiero que formemos una familia en esa casa.
—Tú… —Aunque sus rodillas flojeaban, no cedió y no se sentó de nuevo—. ¿No vuelves a Nueva York?
—Por supuesto que no volveré a Nueva York. —En la cara se le reflejó el desconcierto—. Dana, ¿cómo diablos voy a estar casado contigo y vivir en Nueva York si tú tienes una tienda en el valle?
—Creía… Es donde vives.
Le cogió el mentón sin saber si estaba impaciente o divertido.
—¿Has pensado que iba a pedirte que te vinieras conmigo a Nueva York y que dejaras la tienda antes de inaugurarla? De todos modos no tenía pensado volver a vivir allí, pero si lo hubiera pensado, esto lo cambia todo.
—¿No vas a volver?
—No. Hubo un tiempo en el que necesité irme. Ahora es el momento en que tengo que regresar. Necesito estar aquí. Necesito estar junto a ti.
—Me hubiera ido contigo —alcanzó a decir Dana—. Quiero que lo sepas.
—No vamos a mudarnos a ninguna parte. Si el Risco no te gusta, podemos…
—Ahora eres tú quien hace méritos. —Emocionada, se rio y lo abrazó—. Sabes que sí que me gusta. ¡Joder, es estupendo! Es fantástico. Pero, por favor, dime que era la última sorpresa. La cabeza me está dando vueltas.
—Eso es todo por ahora.
—Vamos a vestirnos y nos vamos a casa de Flynn. —Unió las palmas de las manos y se miró el anillo—. No puedo esperar para contárselo a todos.
—Flynn y Brad ya lo saben.
—¡Hombres! —Los descartó con un ademán y entró en el dormitorio—. No entienden nada. ¡Joder, joder! ¡Espera a que Malory y Zoe vean este anillo! Tengo que ponerme algo muy elegante y que llame la atención.
—Me gusta como estás ahora.
Lo miró por encima del hombro antes de zambullirse en el armario de la ropa.
—¿Lo ves? Los hombres no entienden nada.