Le llevó claveles. Su madre prefería los tulipanes, pero no era su temporada. Le habían gustado más las flores sencillas: tulipanes y narcisos, rosas trepadoras y margaritas. A Jordan le parecía que los claveles eran sencillos y femeninos, de un color rosa suave decadente.
A su madre le hubieran gustado: hubiera armado un alboroto y las hubiera puesto en su mejor florero, el que su propia madre le había regalado en una Navidad ya lejana.
Jordan no había pensado en ningún recipiente donde ponerlos, de manera que tendría que usar el papel de la florista.
Odiaba el cementerio. Todas esas lápidas y piedras que surgían de la tierra como una cosecha de muerte en gris, blanco y negro. Todos los nombres y las fechas inscritos en ellas constituían tanto un recordatorio de que nadie vence al destino como un recuerdo a toda una vida.
Supuso que eran pensamientos enfermizos, pero aquel era el lugar donde tenerlos.
El terreno estaba lleno de malas hierbas y de baches, de forma que el verde se interrumpía aquí y allá con manchas marrones donde había desaparecido y el césped crecía alto y delgado donde no lo habían cortado por estar muy cerca de las lápidas. Otras personas habían traído flores a sus muertos, y algunas de las ofrendas se habían secado o estaban marchitas. Algunos resolvían su recuerdo de la muerte colocando flores artificiales en las losas, pero los colores brillantes le parecieron falsos.
«Más mentiras —pensó— que homenajes».
En el extremo norte corría mucho viento y hacía mucho frío, sin el cobijo del montecillo de árboles que estaba al este o la ladera soleada del oeste.
Hacía unos años que había reemplazado la lápida por una piedra de granito blanco. Su madre lo hubiera considerado un gasto innecesario, pero Jordan quiso hacer algo.
Ponía su nombre, «Susan Lee Hawke», y la duración de su vida, esos cortos cuarenta y seis años. Debajo, en letra cursiva, se hallaba el verso que Jordan había parafraseado de Emily Dickinson:
«La esperanza reside en el alma».
Su madre nunca había perdido la esperanza. Había vivido toda su vida creyendo en el poder de la esperanza, y de la fe, con un toque de trabajo esforzado y duro. Aun cuando la enfermedad había deteriorado su belleza y la había dejado en los huesos, mantuvo la esperanza.
«En mí —pensó Jordan—. Había tenido esperanza en mí, había creído en mí y me amó sin reticencias».
Se arrodilló para poner las flores sobre su tumba.
«Te echo de menos, mamá. Echo de menos hablar contigo y escuchar tu risa. Echo en falta esa mirada en tus ojos que me decía que me había metido en algún problema. Aun entonces, tú estabas a mi lado. Siempre lo estuviste».
Miró las palabras grabadas en la piedra. Parecían demasiado formales. Su madre siempre había sido Sue. Sencillamente Sue.
«Sé que no estás aquí. Todo esto es una forma de que se sepa que anduviste por aquí, que te quisimos. A veces te siento, y es una sensación tan fuerte que me parece que si me doy la vuelta te voy a ver. Siempre creíste en esas cosas, en las posibilidades de lo que somos».
Se puso de pie y deslizó las manos en los bolsillos.
«Me pregunto qué puñetas soy. Lo he echado a perder; no todo, pero sí algo esencial. Tengo lo que siempre he querido, y he perdido lo que no sabía que necesitaría eternamente. Puedo decir que quizá sea justicia cósmica; quizá no se pueda tener todo; pero tú me lanzarías una de tus miradas».
Contempló las colinas lejanas que su madre había amado siempre y el fuerte azul del cielo por encima de los árboles.
«No sé si podré arreglarlo. La verdad es que no sé siquiera si debo intentarlo. —Cerró los ojos un momento—. Me duele estar aquí. Supongo que tengo que sentirme así. —Se llevó dos dedos a los labios y después los posó sobre la lápida—. Te quiero. Volveré».
Se dio la vuelta y se detuvo cuando vio que Dana, en el borde del sendero, lo observaba.
«Parece muy triste», pensó la muchacha. Más que eso, parecía como si la pena lo hubiera despojado de sus defensas y dejara al descubierto sus emociones. Resultaba doloroso verlo tan vulnerable, comprender que los dos sabían que ella lo había sorprendido de improviso en un momento que debía ser íntimo.
Nada segura de lo que iba a decirle, Dana cruzó el césped y se detuvo junto a Jordan frente a la tumba de su madre.
—Lo lamento. No quería… molestarte —empezó a decir—. Por eso estaba esperando en el sendero.
—Está bien.
Dana observó la tumba y las flores frescas esparcidas sobre la hierba. Quizá no supiera qué decir.
—Flynn y yo venimos una vez al año. —Se aclaró la garganta—. Su padre, mi madre… y la tuya. Intentamos venir siempre después de la primera gran nevada. Todo está tan tranquilo, blanco y limpio… Le traemos unas flores. —Levantó la vista de la tumba y vio que Jordan la miraba fijamente—. Pensaba que te gustaría saber que siempre que venimos le traemos flores.
Jordan no abrió la boca, pero sus ojos lo dijeron todo. Entonces se limitó a bajar la frente.
Permanecieron en silencio mientras el viento los rodeaba y hacía flotar los pétalos de las flores.
—Gracias. —Se enderezó lentamente, como si tuviera miedo de que algo en él se quebrara—. Gracias.
Dana asintió y otra vez guardaron silencio mientras miraban hacia las colinas.
—Es la primera vez que vengo desde que he regresado —dijo Jordan—. Nunca sé qué hacer en un lugar como este.
—Has hecho lo que debías. Los claveles son bonitos. Sencillos.
Jordan emitió una breve risa.
—Sí, es lo mismo que había pensado yo. ¿Por qué estás aquí, Dana?
—Tengo algo que decirte, y quizá esta mañana no me he explicado bien.
—Si lo que me vas a decir es que todavía podemos ser amigos, quizá puedas esperar un par de días antes.
—A decir verdad, no. No sé si es el momento ni el lugar adecuado para hablar de esto —dijo Dana—, pero después del sermón que me ha soltado Malory esta mañana, reconozco que tiene razón en algunos aspectos y he pensado que te debía, que debía a ambos, a ti y a mí misma, algo mejor que la manera en que he terminado contigo.
—Te hice daño. Lo he podido ver en tu cara. No quiero hacerte daño, Dana.
—Es demasiado tarde para pensarlo. —Alzó los hombros y los dejó caer—. Fuiste desconsiderado conmigo, Jordan. Fuiste desconsiderado y cruel. A pesar de ello, aunque puedo haber pasado algunas horas felices en el pasado soñando con pagarte con la misma moneda, me doy cuenta de que no es lo que quiero realmente. Por eso, cuando esta mañana me he mostrado desconsiderada y cruel contigo no he obtenido ninguna satisfacción con ello.
—¿Por qué lo has hecho?
—Anoche viajé al pasado por cortesía de Kane. —Juntó las cejas al escuchar la exclamación obscena de Jordan—. Creo que no deberías usar ese lenguaje frente a la tumba de tu madre.
Por alguna razón, el comentario aflojó el nudo en el estómago del hombre.
—Ya lo ha oído antes.
—No importa.
Jordan se encogió de hombros y en el gesto Dana percibió algo del joven que había amado. Lo suficiente para oprimirle nuevamente el corazón.
—¿Adónde has ido?
—He vuelto al día en que estabas haciendo las maletas para mudarte a Nueva York. Lo he vivido de nuevo. Me he observado mientras sucedía. Ha sido extraño, y no ha sido menos horrible a pesar de saber que estaba observando una repetición. Era como estar a los dos lados de un espejo. Observaba, y al mismo tiempo formaba parte de la escena. Todo lo que me dijiste, y lo que no me dijiste, resultó tan doloroso como cuando sucedió realmente.
—Lo lamento.
Dana levantó la cara para mirarlo.
—Creo de verdad que lo lamentas, y por eso estoy aquí en lugar de estar quemando una imagen tuya. Pero me ha hecho daño otra vez. Y tengo el derecho, tengo la responsabilidad, conmigo misma, de impedir que se repita. No estoy dispuesta a poner de nuevo mi corazón a tus pies, y no puedo estar contigo y mantenerlo intacto. Quizá podamos ser amigos, quizá no; pero no podemos ser pareja. Necesitaba explicártelo.
Cuando Dana retrocedió, Jordan le puso una mano en el brazo.
—¿Damos una vuelta?
—Jordan…
—Solo pasea conmigo unos minutos. Ya me has dicho lo que tenías que decirme. Te pido que ahora me escuches tú a mí.
—De acuerdo.
Dana se metió las manos en los bolsillos para calentarlas y además evitar el contacto con el hombre.
—No manejé bien la situación cuando mi madre murió.
—No creo que tengas esa obligación en un momento así. Mi madre está enterrada allí. —Señaló con la mano delante de donde se encontraban—. Realmente no me acuerdo de ella. No recuerdo haberla perdido; pero la echo en falta y a veces todavía me siento estafada. Tengo algunos recuerdos de ella: una blusa que mi padre guardó porque era su favorita, algunas de sus joyas y fotografías. Me gusta tenerlas. El hecho de que no la recuerde, de que fuera demasiado pequeña para recordar que la perdí, no quiere decir que no comprenda lo que significó para ti su pérdida. No me dejaste ayudarte.
—Tienes razón. No dejé que me ayudaras. No sabía cómo podías hacerlo.
La cogió un momento del brazo porque había dado un traspié andando por aquel terreno desigual, y después la soltó y se dirigieron hacia los árboles.
—La quería mucho, Dana. No es algo que sientas todos los días cuando todo es normal. Quiero decir que no me despertaba todas las mañanas pensando que quería mucho a mi madre; pero formábamos una unidad.
—Lo sé.
—Cuando mi padre nos dejó…, bueno, no me acuerdo mucho de él, pero sí recuerdo que mi madre era como una roca. No por fría ni dura, sino por su firmeza. Trabajó como un maldito burro. Tuvo dos empleos, hasta que pagamos las deudas que nos había dejado mi padre. —Incluso cuando lo contaba, Jordan sentía amargura—. Debía de sentirse tremendamente cansada, pero siempre tenía tiempo para mí. No me refiero a tiempo para ponerme la comida sobre la mesa ni para darme una camisa limpia, sino para mí.
—Lo sé. Se interesaba por todo lo que hacías, sin agobiarte con su dedicación. Solía simular que era mi madre.
Jordan la miró.
—¿De verdad?
—Sí. No pensarías que, cuando era una niña, rondaba por tu casa solo para haceros enfadar a Flynn, a Brad y a ti, ¿verdad? Me gustaba estar con ella. Olía como una madre y se reía mucho. Te miraba…, a veces se limitaba a mirarte, y había tanto amor en su cara, tanto orgullo… Yo también quería una madre que me mirara de esa manera.
Le conmovió escucharla, y el débil regusto amargo desapareció.
—Nunca me falló. Ni una sola vez. Nunca. Desde que era niño, leía todo lo que yo escribía. Guardaba muchos de esos cuentos y solía decirme que algún día, cuando fuera un escritor famoso, la gente se asombraría al leer mis primeros relatos. No sé si habría llegado a ser escritor sin ella y la firme y constante fe que depositó en mí.
—Estaría encantada con lo que has logrado.
—No vivió para ver cómo publicaban mis libros. Quería que fuera a la universidad. Yo también quería, pero quería retrasarlo uno o dos años para poder ganar algún dinero antes. Pero ella establecía la ley, y lo hacía muy bien cuando le parecía importante. De manera que fui a la universidad, como ella quería. —Se quedó un momento en silencio y una nube oscureció el sol—. Envié un poco de dinero a casa, pero no mucho. No tenía suficiente para mandar más. No volví a casa demasiadas veces. Estaba muy liado. Tenía mucho que hacer. Después asistí a otros cursos. Pasaron muchos años sin estar con ella.
—Eres demasiado duro contigo mismo.
—¿Lo soy? Yo fui lo primero para ella, siempre. Podría haber vuelto antes, haber ganado un buen sueldo en el taller, haberle quitado un peso de la espalda.
Dana le puso una mano en el hombro para que se diera la vuelta y la mirara.
—No era lo que ella quería para ti. Sabes que no lo era. Estaba entusiasmada con lo que hacías. Cuando te publicaron esos relatos en una revista, tocó el cielo con las manos.
—También hubiera podido escribirlos aquí. Cuando finalmente volví a casa me puse a escribir. Me metí de lleno en un libro. Escribía como un loco por las noches, después del trabajo. Claro, eso cuando no estaba contigo. Iba a conseguir todo y a tenerlo todo: dinero, fama, una obra literaria. —Comenzó a hablar más rápido, como si las palabras hubieran estado encerradas durante demasiado tiempo—. La iba a sacar de esa casa vieja; le compraría algo hermoso en las colinas. Nunca tendría que volver a trabajar. Podría tener su jardín, podría leer o hacer lo que quisiera. Iba a cuidar de ella. Pero no lo hice. No pude.
—¡Oh, Jordan, tú no tienes la culpa!
—No es una cuestión de culpa. Enfermó. Yo había estado lejos mucho tiempo y cuando volví iba a enmendar mi descuido. Entonces enfermó. Solía decir que estaba un poco cansada, un poco dolorida, que se estaba volviendo vieja. Y se reía. De forma que no fue al médico a tiempo. Escaseaba el dinero y era difícil sacar tiempo del trabajo, de modo que no se hizo una revisión hasta que ya era demasiado tarde.
Incapaz de controlarse, Dana le cogió una mano.
—Fue terrible. Lo que pasasteis los dos fue terrible.
—No le presté atención, Dana. Estaba metido de lleno en mi propia vida, en lo que quería, en lo que necesitaba. No me di cuenta de que estaba enferma hasta que… ¡Joder, me obligó a sentarme y me contó lo que habían encontrado en su interior!
—Es estúpido echarte la culpa por eso. Estúpido, Jordan, y ella te diría lo mismo.
—Probablemente lo haría, desde que murió me he convencido de ello. Sin embargo, durante la enfermedad y después… Sucedió muy rápido. Sé que fueron meses, pero transcurren tan rápidos… Los médicos, el hospital, la cirugía, la quimio. ¡Mierda, estuvo tan enferma durante ese tiempo! No sabía exactamente cómo cuidarla…
—Espera, espera: la cuidaste. Te quedaste con ella, le leías libros… ¡Por Dios, Jordan, la alimentabas cuando no pudo hacerlo sola! Tú fuiste la roca en ese momento, Jordan. Yo misma lo vi.
—Dana, estaba aterrorizado y enfadado, y no se lo podía decir. Lo guardé en mi interior, porque no sabía qué otra cosa podía hacer.
—Apenas tenías veinte años y el mundo se desmoronaba a tu alrededor.
Nada más decirlo, Dana se dio cuenta de que no lo había comprendido en su momento, al menos no completamente.
—Se apagaba frente a mí, y yo no podía detener aquello. Cuando supimos que se moría, que ya no quedaba mucho tiempo (¡sufría tanto!), me confesó que lamentaba tener que irse, que tenía que dejarme. Dijo que no había habido un solo día de su vida en el que no se hubiera sentido orgullosa de mí y agradecida.
»Me desmoroné. Me vine abajo. Entonces se murió. No sé si pude despedirme ni si le dije que la quería. No sé lo que hice ni lo que dije.
Se dio la vuelta y se encaminó otra vez hacia las lápidas que asomaban por encima de la escasa hierba.
—Ella ya lo había preparado todo, así que me limité a respetar sus deseos. Solo había que adelantar un pie y luego el otro. El funeral, el vestido que debía llevar, la música que había querido que se tocara. Tenía un seguro. Todos los meses había estado ahorrando algo para ese momento. Solo Dios sabe cómo lo consiguió. Había lo suficiente para pagar la mayoría de las deudas que se habían acumulado y para darme un respiro.
—Eras su hijo. Quería dejarte algo.
—Lo hizo, de todas las maneras posibles. No podía quedarme aquí, Dana. No en ese momento. No podía vivir en esa casa y estar llorando por mi madre cada vez que respirara. No podía quedarme en esta ciudad, donde me encontraría con gente conocida en cualquier lugar al que fuera.
»Se puede pensar que lo cercano y conocido proporciona consuelo; pero a mí me producía un dolor constante. Sentía que me asfixiaba y al instante siguiente creía que iba a explotar. Tenía que alejarme de todo. Tenía que enterrar parte de esa pena, como la había enterrado a ella.
—No quisiste hablarme de lo que sentías.
—No podía. Si hubiera tenido las palabras, me hubiera atragantado. No digo que haya hecho lo correcto. No actué bien. Pero lo que te he contado es la verdad. Tenía que hacer algo conmigo mismo y no podía hacerlo aquí. O creía que no podría, ¿qué diferencia hay?
—Tenías que irte —murmuró Dana— o no habrías llegado a ser lo que eres.
¿Cómo le había llevado tanto tiempo comprenderlo?
—Odiaba lo que yo era en este lugar y temía lo que llegaría a ser si me quedaba. Me vi trabajando en el taller de coches día tras día, año tras año, echando por la borda todo por lo que mi madre había trabajado, todo lo que había querido para mí, porque no sabía hacer nada mejor. Estaba enfadado y dolido, tan envuelto por la ira y el dolor que me importaba un comino todo lo demás. —Volvió al borde de la tumba de su madre y miró las flores—. No sabía que me amabas. No sé si hubiera sido diferente en caso de haberlo sabido, pero no lo sabía. Siempre me habías parecido tan fuerte, tan segura de ti misma, tan cómoda con todo tal y como era, que no vi más que eso. —Alargó la mano para apartarle el pelo de la cara, y luego la dejó caer—. Quizá no quería darme cuenta. Con todo lo que le había pasado a mi madre, no me quedaba sitio para amar a nadie. Pero te hice daño conscientemente. Porque para mí era más fácil que tú me dejaras. Me avergüenzo de mi conducta y la lamento. Merecías algo mejor.
—No sé qué decirte. Me ayuda lo que me has contado, y sé que no ha sido fácil decírmelo.
—No llores, Dana. Eso me hunde.
—Es difícil superar los problemas sin llorar. —Pero se pasó los dedos por debajo de los ojos—. Éramos jóvenes, Jordan, y los dos cometimos errores. No podemos cambiar lo que ocurrió, pero podemos verlo con objetividad e intentar ser amigos otra vez.
—Ahora somos adultos y tenemos que seguir con nuestra vida. Si quieres que seamos amigos, lo seremos.
—De acuerdo.
Logró esbozar una sonrisa temblorosa y le tendió la mano.
—Hay algo más que debes saber. —Le cogió la mano con firmeza—. Estoy enamorado de ti.
—¡Oh, Dios!
Su corazón, ya bastante inestable, dio un vuelco.
—Nunca he podido olvidarte. Lo que sentía por ti entonces era como una raíz. El tiempo pasaba. Yo seguía intentando matar esa raíz, pero no lo conseguía. Volvía al valle a ver a Flynn, y si te distinguía a lo lejos o me dirigías la palabra esa raíz tomaba un nuevo impulso y crecía un poco más.
—¡Joder, Jordan, joder!
Aunque le costara mucho, tenía que decírselo.
—Esta última vez, cuando llamé a la puerta de Flynn y abriste tú, era como si esa planta trepadora hubiera crecido dos metros y se enroscara en mi cuello. Estoy enamorado de ti, Dana. No puedo evitarlo, y aunque pudiera no lo haría. Te abro mi corazón y lo pongo a tus pies. Es tuyo, para lo que quieras hacer con él.
—¿Qué piensas que quiero hacer, pedazo de burro? —dijo arrojándose en sus brazos.
Alivio, alegría y placer inundaron a Jordan como una riada imparable, y hundió la cara en el cabello de Dana.
—Esto era lo que esperaba que hicieras.
Lo primero que oyó Dana cuando regresó a ConSentidos fue una discusión. Según su opinión, uno de los elementos esenciales que convertía una casa en un hogar. Prestó atención a lo que se oía en una zona del edificio y pidió silencio con una mano a Jordan cuando entró detrás de ella.
—No me va a pasar nada. Soy perfectamente capaz de manejar una pulidora eléctrica. No quieres que nadie más que tú juegue con ella.
—En primer lugar, no es un juguete. —La voz de Brad mostraba una exasperación tan aguda que Dana tuvo que sofocar un bufido—. En segundo lugar, una vez que haya terminado con esta zona, lo que ya hubiera hecho si dejaras de darme la lata…
—Yo no doy la lata.
Había partes iguales de veneno e insulto en la respuesta de Zoe. Dana pegó un tirón del brazo de Jordan.
—Vete a hacer de árbitro con los Mellizos Irritables —murmuró—. Necesito hablar con Malory.
—¿Por qué no hablo yo con Malory?
—Un hombre de verdad no tendría miedo de…
—Oh, déjalo ya.
Enderezó los hombros, se metió las manos en los bolsillos y se encaminó hacia la disputa.
Dana se pulió las uñas en la chaqueta.
—Siempre funciona.
Después exhaló un suspiro, enderezó los hombros y caminó en dirección opuesta para recibir su ración de gritos.
Las paredes de lo que sería el salón principal de la galería de exposiciones de Malory estaban terminadas. Dana pensó que tenían un aspecto estupendo. Podía escuchar la música de la radio que provenía del cuarto de atrás y a Malory cantando junto a Bonnie Raitt.
Cuando entró, Dana observó que también estaba bailando. Mientras Malory pasaba el rodillo de arriba abajo, sus caderas seguían el saltarín ritmo Delta.
—¿Lo has puesto así de fuerte para bailar o para no oír la tensión sexual que proviene del otro lado del vestíbulo?
Malory se dio la vuelta y dejó el rodillo para descansar los brazos.
—Un poco de cada. ¿Cómo te encuentras?
—¿Qué te parece?
—Que mucho mejor. —Malory la observó más detenidamente—. En realidad, tienes un aspecto formidable.
—Estoy muy bien. Antes de nada, lo lamento. Me sentía desgraciada y me he desahogado contigo. Solo intentabas ayudarme.
—Es lo que hacen los amigos. Se transmiten sus estados de ánimo e intentan ayudarse. Los dos parecíais tan desdichados, Dana.
—Lo estábamos. Teníamos razones para que fuera así. Sean cuales sean los motivos de Kane, me enseñó la verdad. No podía enterrar lo que había pasado antes, todo ese dolor. Tenía que manejarlo, sacarlo fuera, examinarlo. Al final, comprenderlo.
—Tienes razón.
—No, tú tenías razón. —Se quitó la chaqueta y la colocó en el alféizar de la ventana—. No lo podía superar comenzando de nuevo una relación con Jordan, ni terminándola. Tenía todo enterrado en una tumba muy poco profunda. Él también.
—Antes necesitabais pasar un tiempo juntos, conoceros otra vez.
—Tienes razón. Hoy has ganado mil puntos.
—A pesar de que nunca he entendido lo que significa eso exactamente, déjame ver si puedo seguir el hilo. Has ido a ver a Jordan, habéis hablado de todo el asunto y por fin habéis comprendido que os amáis.
—Así es. Me ama. —Los ojos de Dana se llenaron de lágrimas y Malory se quitó el pañuelo de la cabeza y se apresuró a ofrecérselo—. Gracias. Me ha dicho cosas que nunca me había dicho antes. Que no había podido o no había querido decir. Ahora no importa eso. No estaba preparado, y, si te soy sincera, yo tampoco lo estaba. Lo amaba, pero eso no era suficiente para dejarme ver lo que Jordan estaba pasando y lo que necesitaba. Tampoco lo que necesitaba yo. Estaba ciega, y todo lo que me decía era: «Quiero a Jordan», y punto. Nunca pensaba lo que podríamos hacer juntos, o ser juntos, lo que cada uno necesitaba hacer por separado para consolidar la relación. Vivíamos el presente, nada más.
—Erais jóvenes y estabais enamorados.
Malory recuperó su pañuelo y ella también se secó los ojos.
—Sí, lo estaba. Lo amaba con todo lo que tenía. Pero ahora tengo más. Resulta realmente sorprendente retroceder un paso y mirar al hombre que ahora es, al hombre que se ha hecho a sí mismo, y darme cuenta de que es mejor. Sé que valió la pena esperar.
—Dana…
Sus ojos húmedos miraron con asombro la cara de Malory, luego parpadeó rápidamente antes de volverse hacia la puerta, donde se encontraba Jordan.
—Estamos hablando de cosas de mujeres.
—Dana…
Pronunció otra vez su nombre y se acercó a la mujer. Dana vio la emoción que brillaba en sus ojos azules antes de que la cogiera en sus brazos. La elevó hasta quedarse de puntillas y su boca selló la de la joven.
—¡Oh!
Emocionada, Malory hundió la cara en el pañuelo.
—Está bien. Solo quería decirte…
Zoe entró como una tromba en la habitación antes de detenerse de repente. Mirando a la pareja entrelazada, se llevó una mano al corazón.
—¡Oh!
Se metió la mano en el bolsillo para sacar el pañuelo, pero Brad apareció a su lado a tiempo de ofrecerle el suyo.
—Gracias. —Se sonó—. Pero tengo el mío.
—Cállate, Zoe.
Como el momento era demasiado precioso para echarlo a perder, se calló.
Jordan se enderezó.
—Hay algo que tengo que hacer.
Las cejas de Dana se levantaron y sonrió, rápida y traviesa.
—¿Aquí? ¿Frente a todos nuestros amigos?
—Tranquila —fue la respuesta de Brad, por la que recibió un codazo de Zoe en el estómago.
—No es momento para pensamientos soeces.
—Siempre es momento.
—Ignóralos —murmuró Jordan y apretó sus labios contra la frente de Dana.
—Ya lo hago.
—Hay algo que tengo que hacer —repitió el joven—. Por eso hoy no puedo echaros una mano aquí.
—Pero…
—Es importante —la interrumpió—. Os lo explicaré esta noche.
—Necesitamos reunirnos todos esta noche y examinar lo que has escrito. Se me está acabando el tiempo.
—¿Por qué no nos reunimos en casa de Flynn? Es la más céntrica. —Miró a su alrededor—. ¿Estás de acuerdo, Malory?
—Por cierto, todavía no han terminado la cocina, por lo que no podremos comer como en casa de Brad. En realidad, incluso con la cocina terminada no comeríamos como en casa de Brad.
—Pizza y cerveza están bien para mí —dijo Dana.
—Esa es mi chica. —Jordan la besó de nuevo—. Te veré allí.
—Nos estás ocultando algo. —Dana entrecerró los ojos—. Lo puedo ver. Si estás pensando en provocar a Kane…
—Kane no tiene nada que ver con esto. Tengo que irme o no llegaré a tiempo. Brad, tú vienes conmigo.
—Todavía no he terminado.
—Te vas. Llévatelo —dijo Zoe señalando a Brad—. Deja la pulidora. Todo saldrá bien.
—No puedes cargar con ese artefacto escaleras arriba.
—No es tan pesada, y yo no soy tan débil.
—No la llevarás escaleras arriba.
—Joder, Vane, súbela tú y terminemos de una vez. —Sonriendo, Jordan pasó un brazo por los hombros de Dana—. ¿No sabes cómo tratar a una mujer?
—Bésame el culo.
Brad se dio la vuelta y se fue.
—Puedo hacerlo yo misma… —empezó a decir Zoe.
Resplandeciendo en el fulgor del amor redescubierto, Dana sacudió la cabeza.
—Zoe, deja de portarte como una estúpida.
—No lo puedo evitar. —Zoe levantó las manos y las dejó caer de nuevo—. Brad saca la estúpida que hay en mí. —Lo oyó maldecir en voz baja mientras llevaba la pulidora hacia la escalera, y cruzó los brazos sobre el pecho—. No voy a decir nada. No voy a hacer nada.
—Buen plan. ¿Por qué no coges un rodillo? —sugirió Malory—. Podemos terminar con esta parte y luego seguir arriba.
—¿Puedo deciros que estáis haciendo un trabajo estupendo en este edificio?
—¿Lo veis? —Encantada, Zoe se dirigió a Jordan y le dio un ruidoso beso en una mejilla—. He aquí un hombre seguro que respeta las habilidades de las mujeres.
—Totalmente de acuerdo. No hay nada más sexy que una mujer autosuficiente.
—Disfruta de tu éxito, Hawke. —Dana lo apartó con el codo—. Busca a tu compañero y vete. Tenemos que trabajar.
Esperó a que Jordan y Brad salieran y luego corrió a la ventana para espiarlos.
—¿Qué está tramando? Ya, ya. Brad le está preguntando qué pasa. Lo puedo ver. Pero Jordan no responde. No responde porque sabe que los estoy observando. ¡Joder! —Se echó hacia atrás con una carcajada cuando Jordan miró directamente a la ventana—. No le puedes pillar ni una vez. Dios, eso es lo que me gusta de Jordan.
—Me siento tan feliz por ti. —Malory suspiró—. Y si no tenemos cuidado, vamos a comenzar otra sesión de llanto.
—Puesto que ya he vertido más lágrimas hoy que durante todo el año pasado, pongámonos a pintar. —Dana se volvió y flexionó de forma exagerada sus bíceps—. ¿Sabéis qué? Jordan tiene razón: estamos haciendo un trabajo estupendo en este edificio.
Estuvieron trabajando en la planta baja hasta que terminaron de pintar las paredes. Luego hicieron un descanso para tomar café y se sentaron en el suelo para admirar su trabajo.
—El suelo de la zona de Dana necesita que le pasen una fregona húmeda. La superficie tiene que estar limpia antes de dar el barniz.
—No tengo ni idea de cómo se hace esa parte.
—Es fácil —le dijo Zoe—. Te enseñaré. Una vez que el suelo está barnizado y el barniz se ha secado y endurecido, se puede comenzar a poner los muebles.
—¡Guau! —Como su estómago pegó un bote, Dana se lo presionó con la mano—. Cada día se vuelve más real. He pedido las estanterías. Si llegan cuando me han prometido, junto con el resto de cosas que he encargado y las primeras cajas de libros, debería estar todo listo en un par de semanas. Quizá menos. Y ya tengo una empleada en potencia.
—No nos habías contado nada. —Zoe le dio un suave puñetazo en el hombro—. ¿Quién es?
—Es una mujer que conocí cuando trabajaba en la biblioteca. Me la he encontrado en el supermercado y una cosa ha llevado a la otra. Es simpática, con buena presencia, le gusta leer, quiere un empleo y no espera un gran sueldo. Vendrá uno de estos días para echarle un vistazo al local. Si no sale corriendo, creo que me he conseguido una ayudante.
—Zoe, ¿cuándo crees que puedo empezar a traer la mercancía? —preguntó Malory.
—Probablemente la semana que viene. —Zoe se bebió su café y miró alrededor de la habitación—. Todo está saliendo muy bien. No quiero gafarlo, pero creo que la próxima semana podrás traer lo que quieras. A mí me llevará más tiempo. En un salón de belleza hay que preparar más cosas. Además, tenemos que reemplazar algunas de las ventanas viejas. Habrá una larga lista de tareas extenuantes para hacer.
—Me encanta cuando habla como los hombres —comentó Dana—. Ahora vayamos arriba a jugar con la pulidora.
—En primer lugar —dijo Zoe imitando el tono más pijo de Brad—, no es un juguete.
—¡Ja! —Dana se rio mientras se ponía de pie—. Me matáis.