15

—Mira —dijo Kane— cómo te traicionas durante los sueños.

Dana se hallaba al lado de la cama en la que estaban durmiendo Jordan y ella misma. En un lateral, Moe se agitaba inquieto emitiendo sonidos.

—¿Qué le has hecho a Moe?

—Lo he sumergido en un sueño feliz e inocuo. Caza conejos en un tibio día de primavera. Estará a salvo y ocupado, porque nosotros tenemos mucho de lo que hablar.

Dana observó cómo la pata trasera derecha de Moe se movía como si estuviera corriendo.

—No tengo mucho que hablar con un mirón que se desliza en mi dormitorio por la noche.

—Yo no espío, observo. Me interesas, Dana. Eres inteligente. Respeto la inteligencia. Los intelectuales son tan valorados en mi mundo, en cualquier mundo. Aquí tenemos a la intelectual y al poeta. —Hizo un ademán hacia la cama y señaló a Dana y Jordan—. Se podría pensar que es una buena combinación, pero tú y yo sabemos que no es así.

A Dana le asustaba y le fascinaba ver a la pareja sobre la cama con las extremidades entrelazadas.

—No nos conoces. Nunca podrás. Por eso te venceremos.

Kane se limitó a sonreír. La oscuridad le favorecía, lo envolvía como si fuera terciopelo y seda y hacía que sus ojos brillaran con fuego interior.

—Buscas, Dana, pero no encuentras. ¿Cómo podrías hacerlo? Tu vida es fingimiento, un sueño como el de ahora. Mira cómo te aferras a Jordan mientras duermes. Tú, una mujer fuerte e inteligente que se considera independiente y voluntariosa. Sin embargo, te entregas a un hombre que ya te ha abandonado una vez, y lo volverá a hacer. Dejas que te domine la pasión y eso te debilita.

—A ti también te domina la pasión —replicó la mujer—. La ambición, la codicia, el odio y la vanidad son pasiones.

—Disfruto contigo por estas situaciones. Podríamos entablar conversaciones muy interesantes. Es cierto, las pasiones no son exclusivas del mundo mortal. Pero atraer el dolor solo por amor y por los placeres de la carne… —Sacudió la cabeza—. Eras más sensata cuando lo odiabas. Ahora estás dejando que te utilice de nuevo.

«Miente. Está mintiendo».

Dana no podía permitirse caer en la trampa de esa voz seductora y olvidar que mentía.

—Nadie me utiliza, ni siquiera tú.

—Quizá necesites recordar con mayor claridad.

Estaba nevando. Dana sentía los copos de nieve suaves, fríos y húmedos sobre la piel, aunque no podía verlos. Parecían estar suspendidos en el aire.

Sintió la mordedura del viento, pero no lo pudo oír y tampoco la enfriaba.

El mundo era una fotografía en blanco y negro. Árboles negros, blanca nieve. Montañas blancas que se elevaban hacia un cielo blanco, y en la altura la silueta negra del Risco del Guerrero.

Todo estaba inmóvil, frío y silencioso.

Un hombre en la acera, más abajo, casi al llegar a la otra calle, despejaba de nieve su portal. Su pala permanecía levantada apuntando al montón de nieve que acababa de impulsar y que flotaba suspendido en el aire.

—¿Conoces este lugar? —le preguntó Kane.

—Sí, tres calles al sur del mercado, dos calles al oeste de Pine Ridge.

—¿Y esta casa?

Una casita de dos plantas pintada de blanco y con las persianas negras. Dos pequeñas lucernas en la segunda planta, cada una para un pequeño dormitorio. Un árbol solitario cuyas finas ramas estaban adornadas por la nieve, y el camino de acceso sorteándolo. Dos coches en la entrada: la vieja furgoneta y el Mustang de segunda mano.

—Es la casa de Jordan. —La boca de Dana estaba seca. Su lengua le parecía gruesa y pastosa—. Es…, era la casa de Jordan.

—Es —la corrigió Kane—, en este momento congelado.

—¿Por qué estoy aquí?

Kane la rodeó, pero no dejó ninguna huella sobre la nieve. El borde de su túnica negra parecía flotar unos centímetros por encima de la superficie blanca.

Llevaba un rubí pulimentado pero sin tallar, un enorme y redondo cabujón, colgando de una cadena que le llegaba casi a la cintura. En ese mundo en blanco y negro brillaba como una gruesa gota de sangre fresca.

—Te hago el favor de permitirte saber que esto es un ejercicio de memoria, y te dejo permanecer conmigo y observar. ¿Lo entiendes?

—Entiendo que tiene que ver con la memoria.

—A la primera de vosotras le he mostrado lo que podía llegar a ser. También te lo enseñé a ti; pero me doy cuenta de que tú eres… más práctica, de que prefieres la realidad. Ahora bien, ¿tienes suficiente valor para ver lo que es real?

—¿Para ver qué?

Ella ya lo sabía.

El color impregnó el mundo: el verde profundo de los pinos bajo la cubierta de la nieve, el brillante azul del buzón de la esquina, los azules, verdes y rojos de los abrigos que llevaban los niños que construían muñecos de nieve y parapetos en los jardines.

Y con el color llegó el movimiento. Los copos volvieron a caer, la paletada de nieve aterrizó ruidosamente sobre el sendero de la esquina y el hombre se agachó para coger otra. Dana escuchó los gritos, que rasgaron el aire con su fuerza y su pureza, de los niños que jugaban y el inequívoco sonido de las bolas de nieve al dar en el blanco.

Se vio a sí misma arropada con una chaqueta a cuadros del color de los arándanos. ¿En qué había estado pensando? Tenía el aspecto de Violeta en Charlie y la fábrica de chocolate.

Sobre la cabeza llevaba un gorro de punto y una bufanda se enrollaba alrededor de su cuello. Se movía deprisa, pero se entretuvo en una rápida y enérgica batalla de bolas de nieve con los pequeños Dobson y sus amigos.

Le llegaba el sonido de su propia risa, y sabía lo que había estado pensando, lo que había estado sintiendo.

Iba a ver a Jordan para convencerlo de que saliera a jugar. Llevaba demasiado tiempo encerrado en su casa desde que había muerto su madre. Necesitaba estar con alguien que lo amaba.

Los meses pasados habían constituido una pesadilla de hospitales y médicos, de sufrimiento y pesar. Jordan necesitaba consuelo y un empujoncito suave que lo devolviera a la vida. La necesitaba a ella.

Marchó deprisa por el sendero cubierto de nieve dando fuertes pisotones para limpiarse los zapatos. No llamó a la puerta. Nunca lo hacía.

—¡Jordan! —Se quitó el gorro y se pasó los dedos por el cabello. Entonces lo llevaba más corto; había hecho el experimento de cortárselo como un chico y no le gustaba: todos los días deseaba que le creciera.

Llamó de nuevo a Jordan mientras se desabrochaba el abrigo.

Notó que en la casa todavía persistía el olor de la señora Hawke. No era la fragancia a limón de la cera que utilizaba para los muebles, ni la del café que siempre tenía sobre la cocina. Era el olor de su enfermedad. Dana deseó poder abrir las ventanas y echar fuera lo peor de la pena y el sufrimiento.

Jordan se asomó en lo alto de las escaleras. El corazón de Dana dio un salto en su pecho, como le sucedía siempre que lo veía. Era tan guapo, tan alto y fornido…, con algo peligroso levemente insinuado alrededor de los ojos y la boca.

—Pensaba que estarías en el taller mecánico, pero he llamado a Pete y me ha dicho que no ibas a ir.

—No, no voy a ir.

Su voz sonaba algo ronca, como si acabara de despertarse. Pero ya eran las dos de la tarde. Había sombras en sus ojos, sombras debajo de ellos que le rompían el corazón.

Dana se dirigió al pie de las escaleras y le dedicó una rápida sonrisa.

—¿Por qué no te pones un jersey? Los niños Dobson han intentado hacerme una emboscada cuando venía hacía aquí. Podemos darles una patada en sus pequeños culos.

—Tengo cosas que hacer, Dana.

—¿Son más importantes que enterrar a los Dobson bajo una lluvia de bolas de nieve?

—Sí. Tengo que terminar de hacer las maletas.

—¿Maletas? —No se había preocupado en ese momento, solo se había sentido confusa—. ¿Vas a algún lado?

—A Nueva York.

Se dio la vuelta y se alejó.

—¿A Nueva York? —Todavía no se alarmó, es más, se sintió excitada y subió la escalera a saltos detrás de él—. ¿Es por tu libro? ¿Te ha llamado el agente ese?

Entró corriendo en su habitación y se abalanzó sobre la espalda del hombre.

—¿Has tenido noticias del agente y no me lo has contado? Tenemos que celebrarlo. Tenemos que hacer algo que no hayamos hecho nunca. ¿Qué te ha dicho?

—Está interesado, eso es todo.

—Por supuesto que está interesado. Jordan, ¡es maravilloso! ¿Vas a entrevistarte con él? ¡Una reunión con un agente literario de Nueva York! —Emitió un graznido de alegría y después percibió las dos maletas: la bolsa de lona y el cajón de embalaje. Lentamente, dando las primeras muestras de alarma, se quitó de su espalda—. Te llevas un montón de cosas solo para una entrevista.

—Me voy a vivir a Nueva York.

No se volvió hacia ella, solo arrojó otro jersey y un par de vaqueros en una de las maletas abiertas.

—No entiendo.

—Ayer puse la casa en venta. Probablemente no la compre nadie hasta la primavera. Un tipo del mercadillo se llevará casi todos los muebles y lo que quede por aquí.

—Vendes la casa… —Sus largas piernas temblaron y se sentó en el borde de la cama—. Pero Jordan, tú vives aquí.

—Ya no.

—Pero… no puedes hacer las maletas e irte a Nueva York así como así. Sé que has hablado de vivir en otro sitio por una temporada, pero…

—He terminado aquí. Para mí, ya no queda nada.

Le pareció que un puño golpeaba su corazón.

—¿Cómo puedes decir eso? ¿Cómo puedes decir que aquí no hay nada que te ate? Jordan ya sé lo doloroso que fue perder a tu madre. Sé que todavía la lloras. No es un buen momento para que tomes una decisión.

—Ya la he tomado. —Miró hacia donde ella estaba, pero sus ojos no se encontraron—. Tengo que arreglar algunas cosas más y después me iré. Mañana por la mañana.

—¿Así, sin más? —El orgullo hizo que se levantara—. ¿Pensabas contármelo en algún momento, o me ibas a enviar una postal cuando llegaras allí?

En este instante Jordan la miró, pero Dana no pudo ver nada en sus ojos, nada a través del escudo que había levantado entre los dos.

—Pensaba ir esta noche a tu casa y veros a Flynn y a ti.

—Qué amable.

Jordan se pasó los dedos por el pelo con un gesto que ella sabía que significaba impaciencia o frustración.

—Mira, Dana, esto es algo que tengo que hacer.

—No, es algo que quieres hacer, porque no deseas saber nada más de este lugar. Ni de su gente. —Dana hablaba en voz baja, muy baja, pero quería gritar y aullar—. Y ahí me incluyes a mí. En resumen, creo que estos dos años juntos no significan nada para ti.

—No es cierto, y tú lo sabes. —Cerró una maleta—. Te quiero, siempre te he querido. Voy a hacer lo que necesito…, lo que quiero hacer. En ambos casos el resultado es el mismo. Aquí no puedo escribir. No puedo pensar. Y tengo que escribir. Tengo la oportunidad de hacer algo con mi vida, y voy a aprovecharla. Tú harías lo mismo.

—Es cierto, vas a hacer algo con tu vida. Te convertirás en un bastardo egoísta. Hace mucho que planeas este viaje. Me mantenías engañada mientras tú estabas pensando abandonarme cuando te fuera más conveniente.

—No eres tú, sino yo. Quiero salir de esta puñetera casa y de esta maldita ciudad. —Se acercó lo suficiente como para que el escudo se agrietara y Dana viera furia en sus ojos—. No quiero romperme el culo trabajando día tras día en un foso de mecánico solo para pagar las deudas y luego esforzarme en conseguir unas pocas horas para escribir. Es mi vida.

—Pensaba que yo también formaba parte de tu vida.

—¡Joder!

Se pasó nuevamente una mano por el pelo antes de abrir un cajón para coger más ropa.

«Ni siquiera ha dejado de hacer la maleta —pensó Dana— mientras me está rompiendo el corazón».

—Formas parte de mi vida. Tú, Flynn y Brad. ¿Cómo mierda cambia eso porque yo me vaya a Nueva York?

—Por lo que yo sé, no te has acostado con Flynn ni con Brad.

—No puedo enterrarme en el valle porque tú y yo nos hayamos puesto cachondos.

—¡Hijo de puta! —Pudo sentir que empezaba a temblar y que los ojos se le llenaban de lágrimas. Haciendo uso de toda su fortaleza, transformó el dolor en rabia—. Puedes degradar nuestra relación, puedes rebajarte a ti mismo, pero a mí no me despreciarás.

Jordan se detuvo, dejó de hacer la maleta y se volvió para mirarla con pena y con algo que podía ser lástima.

—Dana, no es eso lo que quería decir.

—¡No! —Le golpeó la mano cuando él quiso acariciarla—. No vuelvas a ponerme las manos encima. ¿Has terminado con el valle? ¿Has terminado conmigo? Está bien, está muy bien, porque yo también he terminado contigo. Tendrás suerte si aguantas más de un mes en Nueva York con esa mierda que escribes. Así que cuando vuelvas arrastrándote a esta ciudad no me llames. No me hables. Porque has dicho algo que es verdad, Hawke: aquí ya no queda nada para ti.

Pasó delante de Jordan y salió corriendo.

Cuando se observó salir corriendo de la casa se dio cuenta de que había olvidado el gorro. Uno de los chicos Dobson le arrojó una bola de nieve que impactó en medio de su espalda, pero Dana no lo notó.

No sintió el frío, ni las lágrimas que corrían por su cara. No sintió nada. Jordan no le había hecho nada.

¿Cómo había podido olvidarlo? ¿Cómo había podido perdonar?

Entonces no había visto, como tampoco lo vio ahora, que Jordan, apostado detrás de la estrecha ventana, observaba cómo se iba.

La luz del sol de otoño la despertó. Tenía las mejillas húmedas y la piel helada. La tristeza era tan real y tan reciente que se apartó, se hizo un ovillo y rezó para que se le pasara.

No podía ni quería volver a vivir esa situación otra vez. ¿Tanto esfuerzo para olvidarlo y superar su pena y su dolor y ahora iba a abandonarse nuevamente en una relación tan peligrosa? ¿Tan débil y estúpida era?

Quizá, en lo que se refería a Jordan, lo fuera. Quizá fuera así de débil y estúpida. Pero no tenía por qué serlo necesariamente.

Salió de la cama y dejó dormir a Jordan. Se puso una bata, una especie de armadura, y después se dirigió a la cocina a hacer café.

Moe se levantó de los pies de la cama y salió a saltos detrás de Dana. Con la correa entre los dientes, bailó junto a la puerta.

—Todavía no, Moe. —Se agachó y hundió la cabeza en el pelo del perro—. Aún no estoy preparada.

Al darse cuenta de que había algún problema, Moe gimió y luego dejó caer la correa para lamer la cara de Dana.

—Eres un buen perro, ¿verdad? Has estado cazando conejos, ¿no? Está bien. Yo también he estado cazando. Ninguno de los dos hemos pillado nada.

Bebió el café sin sentarse y ya se estaba sirviendo otra taza cuando escuchó las pisadas de Jordan.

El hombre se había vestido, pero todavía tenía el aspecto desaliñado de alguien que acaba de despertarse. Gruñó cuando las zarpas de Moe le golpearon el pecho y logró coger la taza de la mano de Dana. Bebió con ansiedad.

—Gracias. —Le devolvió la taza y después se agachó para recoger la correa de Moe. Esta acción hizo que el perro corriera desesperadamente trazando círculos alrededor de los dos.

—¿Quieres que lo saque?

—Sí. Puedes llevarlo de vuelta a casa de Flynn.

—Bien. ¿Quieres salir a correr antes del desayuno? —preguntó a Moe mientras sujetaba su correa—. Sí, por supuesto.

—No quiero que vuelvas por aquí.

—¿Hum? —Levantó la vista y le vio la cara—. ¿Qué has dicho?

—No quiero que vuelvas por aquí. Ni hoy por la mañana, ni nunca.

—Siéntate, Moe. —Algo en el tono tranquilo de su voz hizo que el perro obedeciera—. ¿Me he quedado dormido en medio de una discusión o…? ¡Kane! —exclamó, y cogió el brazo a Dana—. ¿Qué ha hecho?

—No tiene nada que ver con él. Esta vez tiene que ver conmigo. He cometido un error al volver contigo. Quiero corregirlo.

—¿Qué mierda ha producido este cambio? Anoche…

—Hacemos muy bien el amor. —Dana se encogió de hombros y se bebió el café—. Para mí no es suficiente. O quizá sea demasiado. De todas formas, no funciona. Ya me has destrozado una vez.

—Dana, permíteme…

—No, ya basta. —Se alejó de Jordan—. No te permitiré nada más. Tengo una vida agradable. Me satisface. No quiero que formes parte de ella. No te quiero aquí, Jordan. No puedo tenerte aquí. Prefiero decirte que te vayas antes de que haya desavenencias graves. Te lo digo cuando todavía tenemos la posibilidad de continuar siendo amigos.

Pasó a su lado rápidamente.

—Voy a ducharme. No quiero verte cuando haya terminado.

Todavía estaba confundido cuando llegó a casa de Flynn. Se preguntó si así era como se sentía Dana. ¿Era eso lo que le había hecho? ¿La había dejado vacía y paralizada?

¿Y qué pasaba cuando desaparecía la parálisis? ¿Había dolor, rabia, o ambas sensaciones?

Prefería que fuera rabia. ¡Joder, quería encontrar su rabia!

Arrastrando la correa que Jordan había olvidado soltar, Moe corrió hacia la cocina y el saludo alegre de Flynn acompañó el sonido de los pasos del perro.

—Un hombre y su perro. —Malory bajaba corriendo las escaleras con un fresco aspecto mañanero, enfundada en unos pantalones color caqui y una sudadera azul marino—. Vuelves muy temprano esta mañana —comentó—. ¿O es que yo voy retrasada? —Se detuvo y miró a Jordan—. ¿Qué te pasa? ¿Hay problemas? —Una burbuja de miedo apareció en su voz—. Dana…

—No, nada. Está bien.

—Pero tú no lo estás. Ven, sentémonos.

—No. Necesito…

—Siéntate —repitió Malory.

Lo cogió del brazo y lo condujo a la cocina.

Flynn estaba frente a una mesa plegable que reemplazaba a la que colocarían cuando se terminara la reforma de la cocina. Habían pintado las paredes con un fuerte color azul verdoso que resaltaba la madera dorada de los nuevos armarios. El suelo estaba levantado, preparado para instalar la tarima que había elegido Malory. Un tablero de madera contrachapada se apoyaba sobre unos armarios bajos y servía de encimera.

Flynn comía cereales, y por el aspecto culpable de su cara y la de su perro se veía que los estaba compartiendo con Moe.

—Hola, ¿qué pasa? Si quieres desayunar, tienes quince minutos antes de que lleguen los obreros.

—Siéntate, Jordan. Te prepararé un poco de café.

Flynn observó la cara de su amigo.

—¿Qué pasa? ¿Habéis discutido tú y Dana?

—No ha habido discusión. Me ha dicho que me vaya.

—¿Que te vayas adónde?

—Flynn —dijo Malory mientras colocaba una taza de café frente a Jordan—, ¿cómo puede ser que estés tan espeso?

—Bueno, joder, dame unos minutos para que me ubique. Si no estabais discutiendo, ¿por qué te ha echado?

—Porque no me quiere allí.

—¿Así que te has ido —le espetó Flynn— sin saber por qué se ha enfadado?

—No estaba enfadada. Si lo hubiera estado, hubiera podido manejar la situación. Tenía aspecto de… cansada y triste. Y acabada.

Se pasó las manos por la cara. Así que después de todo no iba a sentir rabia. Solo pena.

—Jordan, debes descubrir qué hay detrás de eso, lo que ella ha sentido. —Malory le dio un pequeño golpe en el hombro—. ¿No significa nada para ti? —Jordan le lanzó una mirada cargada de emociones. Malory suspiró, se acercó a él y lo abrazó—. Entonces muy bien —murmuró—, muy bien.

—Significa mucho —logró decir Jordan—, por eso no quiero que vuelva a tener ese aspecto nunca más. Quiere que me vaya, y yo me voy.

—Los hombres son tan imbéciles… ¿No has pensado que quiere que te vayas solo porque teme que te vas a ir?

Zoe se reunió con Malory en el portal y la llevó al exterior de la casa.

—Estaba esperándote. Dana está dentro, pintando tu zona. Algo no va bien. Lo percibo; pero no quiere contar nada.

—Lo ha dejado con Jordan.

—¡Oh! Si se han peleado…

—No, es algo más que una simple discusión. Veré qué puedo hacer.

—Buena suerte.

Zoe entró en la casa nuevamente.

—Cambiando de tema, ¿qué es ese ruido?

—Otra complicación más. Bradley está trabajando en la zona de Dana con una pulidora eléctrica. No me deja usarla. Sí, es muy amable por prestárnosla —añadió cuando Malory levantó las cejas—. Yo me siento perfectamente capaz de pulir los suelos. Con Brad aquí, será mucho más difícil que Dana se sincere con nosotras.

—Tú mantenlo entretenido, que yo me encargo de Dana.

—No quiero mantenerlo entretenido. La último vez que estuve a solas con él, solo fueron diez minutos, me tiró los tejos.

—¿Cómo?

Zoe miró por encima del hombro hacia el lugar de donde provenía el sonido de la pulidora.

—La noche que fuimos a su casa, después de que os fuerais todos, yo estaba manteniendo con él una conversación anodina y me besó.

—¿Te besó? ¡Ese maníaco perverso te dio un beso! Trae una cuerda para atarlo.

—¡Oh, ja, ja!

—Está bien. ¿Tuviste que rechazarlo a la fuerza? ¿Fue una experiencia aterradora?

—No, pero… —Bajó la voz, aunque si hubiera gritado nadie podría haberla oído—. Me besó de verdad y me quedé atontada durante un minuto, así que respondí a su beso. En este momento no tengo tiempo para ningún jueguecito de ese tipo. Además, me pone nerviosa.

—Ya. Los chicos guapos que dedican una parte de su tiempo a pulir mis suelos siempre me ponen nerviosa. Escucha, tengo que hablar con Dana. Cuando me haya ocupado de ella, iré adonde está Brad y si es necesario te salvaré de sus malvadas garras. Excepto, naturalmente, que creas que te las puedes apañar sola.

—De acuerdo. Me has dado un golpe bajo, muy bajo.

—Solo asegúrate de que no se nos acerque mientras estoy hablando con Dana. Corre.

La despidió con un gesto de la mano y luego caminó hacia el otro lado.

Cuando entró en la habitación, lo primero que le pasó por la cabeza fue admirar cómo sus paredes cobraban vida con el pálido y delicado color oro bruñido que había elegido. Quedaba estupendo. Podía imaginar cómo lucirían las obras de arte de su tienda con ese fondo.

A continuación pensó que la cara de Dana expresaba vacío y desesperación mientras pintaba. Le preocupó mucho.

—Queda fenomenal.

Arrancada de golpe de sus pensamientos sombríos, Dana volvió la cabeza.

—Es verdad. Tienes el don de imaginarte cómo quedará un color. Yo pensaba que sería soso, hasta un poco lóbrego. Al contrario, le da un toque de luz.

—Tú sí que no tienes ninguna luz hoy.

Dana se encogió de hombros y siguió trabajando.

—No puedo ser todo el tiempo la alegría de la huerta.

—He visto a Jordan esta mañana. Tampoco estaba resplandeciente. En realidad —añadió mientras se acercaba a Dana—, parecía derrumbado.

—Lo superará.

—¿Lo crees realmente o es que necesitas creerlo porque eso te exime de toda responsabilidad?

—No tengo ninguna responsabilidad. —Miró fijamente la pared mientras pintaba. Oro sobre blanco, oro sobre blanco—. He hecho lo que está bien para mí. No te inmiscuyas, Malory.

—Sí, lo haré. Te quiero. Quiero a Flynn, y él te quiere.

—Somos una gran familia pegajosa.

—Puedes enfadarte conmigo si quieres y si eso te ayuda; pero tienes que saber que estoy de tu lado. Pase lo que pase, estoy de tu lado.

—Entonces tienes que entender por qué he roto, y debes apoyar mi decisión.

—Lo haré si me convences de que es lo que deseas realmente. —Malory pasó una mano por la espalda de Dana—. Lo que te hace feliz.

—Todavía no busco la felicidad. —La caricia de su amiga le dio ganas de sentarse en el suelo y ponerse a llorar—. Me conformaré con un poco de tranquilidad.

—Cuéntame lo que ha pasado entre ayer y hoy.

—He recordado…, con una pequeña ayuda de Kane.

—Lo sabía. —Nada más decir estas palabras, la ira iluminó la cara de Malory—. Sabía que él estaba detrás de todo.

—Espera: Kane me ha llevado en un viaje hacia mis recuerdos. Es un hijo de puta, pero eso no cambia los hechos.

Joder, estaba cansada. Quería que le dejaran pintar las paredes tranquilamente. Trabajar hasta ahogar el dolor y la fatiga.

—No ha cambiado lo que pasó ni lo ha hecho peor. No ha sido necesario. Después de ver todo nuevamente, de sentirlo de nuevo, me he dado cuenta de que estaba cometiendo un error.

—¿Por qué es un error amar a un hombre decente?

—Porque él no me ama. —Se quitó la diadema que le sujetaba su pelo, como si haciéndolo aliviara el dolor de cabeza que hervía en la base de su cráneo—. Porque va a irse tan pronto como termine con sus asuntos. Porque cuanto más estoy con él más me involucro en esta relación y no controlo cómo me siento, a pesar de que creía que sí que iba a poder. Y no puedo estar con él sin amarlo.

—¿Le has preguntado cómo se sentía él?

—No. ¿Sabes por qué? No estaba dispuesta a escuchar la vieja rutina del «te quiero». Puedes echármelo en cara.

Durante unos instantes, ninguna de las dos habló. Solo se escuchaba el sonido de la trabajosa respiración de Dana, el zumbido de la máquina de pintar y el continuo estruendo de la lijadora al otro lado de la casa.

—Le has herido. —Malory se acercó y apagó la máquina—. Quizá sus sentimientos no sean tan simples y débiles como tú crees. El hombre que he visto esta mañana estaba totalmente destrozado. Dana, si lo que querías era venganza, la has obtenido.

Dana se dio la vuelta bruscamente. Vibraba de furia y temblaba de indignación. El rodillo cayó de sus manos y dejó una mancha dorada sobre el suelo.

—Por todos los santos, ¿por quién me tomas? ¿Piensas que me he acostado con Jordan solo para poder despedirlo de un puntapié y sentirme satisfecha?

—No, no lo creo. Solo pensaba que si buscas el camino de la tranquilidad no puedes encontrarlo arrojando a alguien a una zanja y dejándolo allí para que se desangre.

Dana arrojó al suelo la diadema, pero deseaba tener algo más contundente para arrojar.

—Eres demasiado impertinente.

—Sí, lo soy.

—Es mi vida, Malory. No necesito que tú ni ninguna otra persona me diga a quién debo incluir en ella o a quién dejar fuera.

—A mí me parece que eso es lo que estás permitiendo que haga Kane. Él quería que tomaras un rumbo, y tú lo has hecho. Ni siquiera te has preguntado por qué te ha impulsado en esa dirección.

—¿Así que debo seguir con Jordan a causa de la llave? ¿Me das un sermón acerca de mi propia vida y mis propias decisiones para no poner en riesgo nuestro pacto?

Malory suspiró profundamente. No era el momento de que ella perdiera los estribos ni de culpar a Dana por haberlos perdido.

—Si crees eso, no me conoces, y lo que es peor, no sabes lo que has acordado hacer. Puedes seguir pintando y felicitándote por evitar todos los escollos del camino, o puedes dejar de portarte como una cobarde y hablar con Jordan. —Frustrada, Malory se dirigió hacia la puerta—. No te será difícil encontrarlo —le gritó—. Le ha dicho a Flynn que hoy por la mañana iría a ver a su madre.