Como todos se dieron cuenta muy rápidamente de que Dana no era habilidosa en las tareas de bricolaje que implicaban el uso de herramientas, se la designó pintora en jefe. Lo que significaba, pensó la muchacha algo enfurruñada, que debía pasarse el día pintando las paredes mientras Zoe andaba por todas partes con un pequeño destornillador eléctrico y una taladradora haciendo reparaciones y Malory se afanaba en arreglar la pila de la cocina, que perdía agua.
El hecho de que a Malory, la mujer más femenina de las que Dana conocía, le confiaran una llave inglesa la deprimía.
No es que le molestara pintar tanto, aunque era un trabajo terriblemente aburrido, a pesar de la máquina de pintar. Le hubiera gustado que en su lista de tareas hubiera un poco de variedad.
Sin embargo, le resultaba satisfactorio ver cómo las paredes iban tomando color. Malory y Zoe habían realizado la elección correcta. La librería iba a tener un aspecto no solo acogedor, sino muy elegante.
Zoe juró que una vez que los suelos estuvieran pulidos y barnizados relucirían como espejos.
Dana sabía cómo quedaría todo. Kane se lo había mostrado. Si había utilizado las fantasías de la muchacha para construir esa imagen, estaba bien. Era una fantasía que Dana había decidido hacer realidad.
De pronto una idea surgió en su mente. Se detuvo, apagó la máquina y dejó a un lado el rodillo.
La verdad en las mentiras de Kane. Las fantasías de Dana y la manipulación de las mismas.
¿Y si la llave estuviera allí, como había sucedido en el caso de Malory? ¿Por qué no podía ser así de simple? Kane se lo había mostrado, ¿verdad? Mira lo que puedes tener si cooperas conmigo: la librería de tus sueños, llena de clientes y de libros. En ese momento pensó que no era real, que no era la verdad; pero había algo de verdad. Era lo que ella quería, por lo que quería trabajar. Lo que podría obtener con su esfuerzo y sus cualidades.
Quizá la llave se encontraba allí y solo tenía que verla. ¡Si pudiera descubrirla como había hecho Malory!
Inspiró profundamente, movió los brazos y relajó los hombros, como un nadador a punto de lanzarse a la piscina desde el trampolín más alto.
Después cerró los ojos e intentó dejarse ir.
Podía oír el sonido de la taladradora de Zoe y la música alegre que salía de la radio de Malory.
¿Qué sonaba? ¿Abba? Joder, ¿no habría una emisora que emitiera música de este milenio?
Enfadada consigo misma, Dana se esforzó por borrar de su mente la imagen de una adolescente reina del baile.
La llave. La bonita llave de oro. Era pequeña, brillante, con un monograma celta serpenteante en la empuñadura. «¿Se llama empuñadura hablando de una llave?», se preguntó. No era una puta espada, así que se llamaría de otra manera. Tenía que buscarlo en el diccionario.
«¡Oh, detente!».
Exhaló nuevamente y se concentró.
El ruido del taladro, el sonido de la música y más allá el rumor amortiguado de los coches pasando por la calle. El murmullo del horno encendido.
Si se prestaba mucha atención, se podían escuchar los crujidos y susurros de una casa vieja que se acomoda sobre sus huesos.
Su casa. La suya. La primera que poseía. Un paso para salir del pasado y entrar en el presente. Una acción única y significativa que cambiaba el trazado de lo que había sido por lo que sería.
Podía oler la pintura fresca, el acta de un nuevo comienzo.
Eso era real, tan real como su carne y su sangre. Esas cosas eran verdaderas.
La llave era real. Solo tenía que verla, tocarla, cogerla.
De repente la vio flotando sobre una pradera azul verdosa, brillando en contraste con ese color tan vivo; pero cuando alargó el brazo, su mano pasó a través de ella como sí esta, o la llave, fuera inmaterial.
«Yo soy la llave. Está hecha para mí».
Haciendo un gran esfuerzo, lo intentó una y otra vez, hasta que unas gotas de sudor cubrieron su frente.
«Es mía —pensaba—. Todo este lugar es mío. Pronto los libros se alinearán a lo largo de esta pared. Sabiduría».
—¡Dana!
Volvió con un sobresalto y se tambaleó. Zoe la cogió por los brazos.
—¿Qué te ha hecho? ¿Qué ha hecho? ¡Malory!
—No, si estoy bien.
—No lo parece. Apóyate en mí. ¡Mal! —gritó de nuevo.
Dana calculó que tendría alrededor de cuarenta kilos apoyados sobre Zoe, pero su amiga consiguió mantenerla derecha y estable.
—¿Qué pasa? ¿Hay algún problema? —Con la llave inglesa en la mano, como si fuera un arma, Malory llegó corriendo. Por alguna razón, al ver a esa rubia guapa y femenina blandiendo una llave inglesa con su atuendo de fontanera: leotardos negros y un sexy y fino jersey verde, con un lazo en el pelo del mismo color, Dana comenzó a reírse débilmente.
—Ha sido Kane. Kane la ha atacado. Estaba en una especie de trance.
—No, no ha sido Kane. Estoy un poco mareada. Quizá debería sentarme un rato.
Se dejó caer en el suelo y arrastró a Zoe consigo.
—Oh, Dios. ¿Estás embarazada?
—¿Qué? —La conmoción hizo que su cabeza se aclarara y miró a Zoe—. No. Acabo de empezar a hacer el amor otra vez, ¿no os acordáis? Por favor, dejad de mirarme como si estuviera hablando en chino.
—Ten, bebe un poco de agua.
Zoe se sacó una botella de la funda que tenía en el cinturón de herramientas.
—Estoy bien. —Pero bebió con ganas—. Estaba experimentando con un poco de autohipnosis.
—Dame un poco de agua. —Malory cogió la botella y dio un trago largo—. Me has dado un susto de muerte.
—Lo siento. He tenido la idea de que la llave estaba aquí. Como la tuya, por todo eso del pasado, presente y futuro. La tienda, nuestros negocios. Los libros que voy a traer. La verdad en las mentiras. Kane me enseñó este edificio ya reformado y lleno de libros y de clientes que los compraban.
—De acuerdo. Sigo tu razonamiento. —Zoe cogió un pañuelo blanco y rojo y enjugó la frente de Dana—. Pero ¿qué ha sucedido? Cuando he entrado, estabas en el centro de la habitación con los brazos estirados delante de ti. Te balanceabas con los ojos cerrados. Cariño, dabas miedo.
—Estaba intentando hacer que la llave apareciera, ver la llave. Ser la llave. Mierda, suena muy estúpido.
—No, no lo creas. —Malory devolvió la botella de agua a Zoe y reflexionó en voz alta—: Es una buena idea. Podría estar aquí. Joder, podría estar en cualquier parte. ¿Por qué no aquí?
—Una buena idea —coincidió Zoe—; pero creo que no deberías hacer estos experimentos sola. Sería como entregarte a Kane sin nadie a tu lado que te mantenga en equilibrio. Como ocurre con un grupo de control o de apoyo. Realmente parecías desbordada por la situación.
—Tienes razón. —Dana sonrió—. Deja de preocuparte, mamá. —Para aliviar tensiones, pellizcó a Zoe en un brazo—. Estás mucho más fuerte de lo que parece. ¿Haces gimnasia habitualmente?
—Un poco de vez en cuando. Creo que soy así por naturaleza. —Los latidos de su corazón se regularizaron—. Ahora se te ve mejor. Quizá podríamos intentar algo parecido las tres juntas.
—Quizá podamos probar —aceptó Malory.
—Si te sientes con ganas, Dana. Podemos sentarnos aquí y entrelazar las manos. Mal y yo podremos transmitirte nuestra energía de alguna forma.
—Posiblemente recordaréis el pequeño incidente que tuvimos el mes pasado con la tabla de ouija —dijo Dana.
—No es fácil de olvidar. —Zoe sintió un escalofrío—; pero no utilizaremos nada más que nuestra conexión personal. No vamos a mezclarnos con magia negra ni nada por el estilo.
—De acuerdo. —Con los labios fruncidos, Dana miró a su alrededor—. Aunque me parece algo un poco absurdo. Las tres sentadas sobre una manta intentando conjurar la aparición de una llave. Pero… —agarró una mano de Zoe y otra de Malory— estoy lista.
—Mal, quizá puedas darle algún consejo. Cómo lo viviste tú, lo que hiciste.
—No sé si lo puedo explicar. En gran medida fue algo que sucedió sin más. Es como estar en un sueño, pero sabiendo que estás soñando y, al mismo tiempo, que no es un sueño.
—Una gran ayuda. —Dana sonrió y le apretó la mano—. En realidad sé lo que quieres decir. Así me sentí yo también cuando Kane me mostró la librería ya terminada.
—No sé cómo comprendí lo que tenía que hacer, pero de repente lo vi claro. Me concentré en eso sin dejarle a Kane ver que lo sabía. Fue difícil, realmente difícil, en parte porque estaba muy asustada. A mí me ayudó concentrarme en la pintura, en pintar como actividad artística. Los colores, el tono, los detalles. No sé si te sirve de algo lo que te estoy contando.
—Yo tampoco lo sé. Intentémoslo.
—No dejaremos que te suceda nada malo —le dijo Zoe—. Estaremos aquí contigo.
—De acuerdo.
Dana inspiró profundamente y cerró los ojos. Le resultaba tranquilizador sentir otras manos cogiendo las suyas. Como un ancla, supuso, que evitaría que saliera flotando a cualquier lugar al que no debía ir.
Se permitió escuchar nuevamente los sonidos de la casa y su propia respiración suave y regular acoplándose al ritmo de la de sus amigas. Olía a pintura y perfume.
Allí estaba la llave de nuevo, brillante sobre la pradera de colores. Se dio cuenta de que era la pared que acababa de pintar. Su pared, con el color elegido por la mujer que estaba a su lado.
Cuando intentó cogerla con la mente, no pudo acercarse.
Luchó con la impaciencia e intentó imaginar cómo sería la sensación de tener la llave en sus manos. «Suave y fría», pensó.
No, estaría caliente. Tenía poder. Sentiría el fuego con el que había sido forjada, y cuando la cogiera dentro del puño se adaptaría perfectamente a la forma de la palma de su mano.
Porque ella estaba predestinada para obtenerla.
El color se desvaneció y en su lugar apareció un blanco fuerte matizado de negro. La llave pareció derretirse en su interior, formó un charco brillante y dorado que goteó sobre el blanco y negro y desapareció.
En su mente escuchó un largo suspiro, un suspiro de mujer. Sintió y oyó una ráfaga de viento que olía como el bosque en otoño.
«Caminaba de noche, y la noche aparecía con todas sus sombras y secretos. Cuando lloraba, lo hacía el día entero».
Las palabras que se formaron en su mente le provocaron tal dolor que pensó que su corazón quedaría desangrado, como si hubiera recibido una herida mortal. Para defenderse, las borró por completo de su imaginación.
Todo se evaporó nuevamente. Volvió a oler la pintura y el perfume.
Abrió los ojos y vio a sus amigas observándola.
—Cariño, ¿te encuentras bien? —preguntó Zoe suavemente mientras soltaba su mano de la de Malory para acariciar la mejilla a Dana.
—Claro. Sí.
—¡Estás llorando!
Zoe le secó las mejillas con el pañuelo.
—¿De verdad? No sé por qué. Algo me ha dolido, creo. Ya sabéis. —Apretó una mano contra su corazón—. Aquí. No sé dónde está. Todavía no sé dónde está la llave.
Se frotó la cara con las palmas de las manos y les contó lo que había imaginado.
—Camina de noche —repitió Malory—. La diosa camina.
—Sí, me sonó bastante conocido, pero puedo habérmelo inventado. O se podría aplicar a Niniane. Solo sé que me ha puesto terriblemente triste. —Se levantó y se dirigió a la ventana para abrirla. Necesitaba aire—. Está sola en la oscuridad. Así es como me la imagino. Todas están solas en la oscuridad. Si no hago lo necesario, seguirán en la oscuridad.
Zoe se le acercó y apretó su mejilla contra la parte de atrás del hombro de Dana.
—Se tienen a ellas mismas y nos tienen a nosotras. No te des por vencida. Te estás esforzando.
—Yo pienso que estás llegando a algún lado. —Malory se acercó a ellas, bajo la ventana—. No lo digo por ser absurdamente optimista. Estás uniendo las distintas partes de la pista de Rowena. Tu inteligencia las está descubriendo, evaluando, intentando que encajen.
Y creo que en este último intento has comenzado a utilizar tu corazón. No es solo la mente la que debe estar abierta —añadió Malory cuando Dana, asombrada, volvió la cabeza hacia ella—. Tu corazón también debe estarlo. Es algo que he aprendido. De otra forma no se puede dar el salto definitivo. No estarías preparada para arriesgar lo que está en el otro lado.
No sabía por qué la molestaba tanto como para provocar que se enfadara. ¿Abrir su corazón? ¿Qué significaba eso? ¿Se suponía que debía destapar sus emociones para que cualquiera pudiera presentarse y pisotearlas si lo deseaba?
¿No era suficiente con dejarse el culo trabajando y sufriendo dolores de cabeza por todas las horas que dedicaba a la investigación, a tomar notas, calcular y hacer suposiciones?
Se preocupaba, vaya si lo hacía, pensó mientras entraba en su piso y cerraba la puerta de un golpe. Estaba preocupada por esas tres mujeres jóvenes, mitad diosas mitad humanas, atrapadas durante una eternidad dentro de una prisión de cristal.
Por ellas había vertido lágrimas y derramaría su sangre si fuera necesario.
¿Qué más se le podía pedir?
Cansada, dolorida, irritable, se dirigió a la cocina, abrió una cerveza y la acompañó con una bolsa de galletas saladas. Se dejó caer en una silla del salón y comenzó a beber, masticar y enfurruñarse.
¿Dar el salto definitivo?
Se estaba enfrentando a un hechicero antiguo y poderoso. Había arriesgado casi hasta el último céntimo que tenía para abrir su nueva empresa. Había encargado las estanterías, las mesas, las sillas y los libros. No nos olvidemos de los libros.
También tenía que encargar una cafetera para preparar capuchinos, unas teteras individuales, la vajilla y artículos de papelería, lo que haría trizas su tarjeta de crédito a muy corto plazo.
Lo estaba haciendo todo sin haber calculado los posibles ingresos. Si eso no era saltar arriesgándose, ¿qué era?
Para Malory resultaba fácil hablar de corazones abiertos y saltos definitivos. Ya había cumplido su parte y disfrutaba con Flynn una relación feliz y sin sobresaltos.
«Tienes tu casa, tu perro y tu hombre —pensó Dana con el ceño fruncido—. Enhorabuena por todo».
Joder, se estaba comportando como una cerda.
Echó la cabeza hacia atrás y contempló el techo.
«Reconócelo, Dana, estás celosa. Malory no solo ha pasado la prueba con honores, sino que se ha ganado todos los premios. Y aquí estás tú, haciendo girar tus ruedas, acostándote con un hombre que ya una vez te rompió el corazón y aterrorizada por el temor de echarlo todo a perder».
Se puso de pie cuando oyó que llamaban a la puerta y fue a abrir con la cerveza en la mano.
Moe le metió el hocico en la entrepierna a modo de saludo, y luego entró corriendo para reclamar la cuerda rota que había dejado sobre la alfombra en su última visita.
Volvió a los saltos con las orejas gachas y golpeó la cuerda contra las rodillas de Dana.
—No has venido a por Moe —comentó Jordan.
—Me he olvidado.
Se encogió de hombros, luego retrocedió y se dejó caer nuevamente en la silla.
Jordan cerró la puerta detrás de él y arrojó sobre la mesa un sobre de papel manila. Mientras estudiaba la cara de Dana, pensó que ya conocía esa mirada. Estaba enfadada y esforzándose por ponerse furiosa.
—¿Qué te pasa?
—Nada.
Moe estaba intentando subirse a su regazo, y Dana le arrancó la cuerda de la boca y se la tiró a Jordan.
Consiguió el resultado previsible, gratificante para ella: Moe se arrojó sobre el joven como un toro que embiste al torero. Así como el torero pega un capotazo, Jordan esquivó la cuerda y la cogió por un extremo. El hombre y el perro jugaron al tira y afloja mientras Moe gruñía alegremente y Jordan miraba a la mujer.
—¿Ha sido un día cansado? Iba a acercarme para echaros una mano, pero estaba hasta arriba de trabajo.
—Todo está bajo control.
—Un par de manos extra no os vendrían mal.
—¿Quieres dar un buen uso a tus manos?
—Eso había pensado.
—Bien. —Se levantó de la silla y se dirigió al dormitorio—. Tráelas contigo.
Jordan miró a Moe levantando una ceja.
—Lo lamento, amigo, te quedas solo. Creo que voy a jugar a otra clase de juego.
Siguió a Dana al dormitorio y cerró la puerta. Escuchó que Moe se tumbaba al otro lado con un enorme suspiro perruno.
Dana ya se había quitado la sudadera y los zapatos, y estaba desabrochándose los vaqueros.
—Quítate la ropa.
—¿Te pica algo, Stretch?
—Así es. —Se quitó los vaqueros y se echó hacia atrás el pelo—. ¿Tienes algún problema en rascarme?
—No se me ocurre ninguno.
Se quitó el abrigo y lo echó a un lado.
Mientras Dana preparaba la cama, Jordan terminó de quitarse los zapatos y la camisa. Se dio cuenta de que se había equivocado sobre el estado de ánimo de la mujer, que ya se había enfadado y ahora estaba buscando un lugar cómodo donde desahogarla.
Cuando Dana levantó los brazos para desabrocharse el sujetador, Jordan se acercó, le cogió las manos y se las retuvo en la espalda, en un gesto erótico. Luego la liberó para rozarle con los dedos la columna vertebral.
—Déjame algo para mí, por favor.
Dana se encogió de hombros y, agarrando a Jordan por el pelo, acercó de un tirón su boca.
Utilizó los dientes y las uñas y mostró sus ganas de hacer el amor con rapidez y ardor, y apenas un vestigio de egoísmo. No buscaba preliminares imaginativos ni caricias suaves, sino sudor y velocidad.
Sintió la instantánea respuesta del cuerpo de Jordan, el martilleo fuerte de su corazón, el relámpago ardiente que salió de él y penetró en Dana. Su boca lamió y mordisqueó, sus manos la recorrieron y sus dedos se clavaron para marcar y magullar.
Dana estaba húmeda y preparada cuando lo empujó a la cama.
Se hubiera colocado encima del hombre y habría terminado enseguida, pero Jordan le dio la vuelta y atrapó su cuerpo debajo de él. Acarició con sus dientes los pechos. Las caderas de Dana hicieron un movimiento brusco, sus manos se aferraron a las del hombre y se pegó a él en una demanda frenética, furiosa.
La visión de Jordan se coloreó de rojo cuando el cruel mordisco del deseo atravesó su organismo. Le arrancó el sostén, paseó la boca por su piel y llevó la mano hasta el centro del ardor de la muchacha. La impulsó brutalmente hacia el clímax.
Dana explotó bajo su cuerpo, se estremeció y se retorció. Después se preparó para otro asalto. Le clavó las uñas y sus caderas lo embistieron hasta que Jordan estuvo tan enardecido como ella.
Rodaron sobre la cama y lucharon en una batalla resbaladiza e irracional, en la que pasaban de un éxtasis a otro. La boca de Dana estaba impaciente y hambrienta; sus manos, codiciosas y hábiles.
Jordan supo que prefería morir peleando con ella antes que vivir en paz con cualquier otra mujer.
Con el aliento entrecortado, Dana se puso sobre él e hizo que la penetrara con una fiera embestida.
El deleite la recorrió por entero, la inundó hasta ahogar toda su ira y sus dudas.
«Esto es real —se dijo—. Esto es suficiente».
Y observó cómo Jordan la miraba mientras lo poseía.
Rápida y ardiente, concentrada en esas dos metas gemelas de placer y alivio. Lo montó con una energía implacable que convirtió su propio cuerpo en un mar de deseo. Por velocidad, por pasión. Por más.
Cuando sintió que los dedos de Jordan se aferraban a sus caderas, cuando vio que esos brillantes ojos azules se quedaban ciegos, echó la cabeza hacia atrás y voló con él hacia el fin del mundo.
Todavía temblaba cuando se deslizó junto a Jordan. Su respiración era tan entrecortada como la del hombre cuando dejó caer la cabeza sobre su hombro. Él logró pasar un brazo alrededor de la mujer y pensó que probablemente en algún momento recuperaría la sensibilidad en las extremidades.
Mientras tanto, le apetecía descansar sobre la cama, magullado, golpeado y feliz.
—¿Te sientes mejor? —le preguntó.
—Mucho mejor. ¿Y tú?
—Sin ninguna queja. Cuando mis oídos dejen de resonar, espero que me cuentes qué ha sido lo que ha hecho que te enfades.
—Nada. —Levantó un poco la cabeza para poner el pelo a un lado y sentir el contacto de su mejilla contra el cuerpo de Jordan—. Solo tengo la sensación de que voy a tientas en casi todo, y luego he recordado que hay algo que hago realmente bien.
—No discutiré en absoluto ese último punto. ¿Qué es lo que haces a tientas?
—¿Quieres una lista? Siento que estoy muy cerca de encontrar la llave, pero no lo consigo. Luego me da la impresión de estar a miles de kilómetros de la llave, y pienso que todo el asunto se va a ir al cuerno. He pasado casi todo el día pintando porque he demostrado muy poca, si no ninguna, aptitud para el bricolaje.
—Entonces no querrás que te mencione que tienes un poco de pintura en el pelo.
Dana exhaló un suspiro.
—Lo sé. Hasta Malory es mejor que yo con un destornillador, y eso que es tan femenina. ¿Y Zoe? Es una completa atleta con pechos. ¿Sabes que tiene un piercing en el ombligo?
—¿De verdad? —Hizo una larga pausa—. De verdad —repitió con suficiente interés masculino como para hacerla reír.
—Así es. —Se puso de espaldas—. Ha pasado todo eso y luego me he puesto a hacer números y me he deprimido porque me he dado cuenta de que todo este asunto me está llevando muy cerca de una quiebra financiera. Todo son gastos y no hay ingresos…, y sin inversión nunca habrá un ingreso. Aun cuando lleguen los ingresos, previsiblemente tendré que hacer juegos malabares durante el futuro.
—Puedo prestarte dinero y darte un poco de aire. —El silencio de Dana fue elocuente—. Será una inversión. Escritor-librería, tiene sentido.
—No tengo ningún interés en un préstamo. —Su voz se había congelado, y justo bajo el hielo había un enfado—. No estoy buscando otro socio.
—De acuerdo. —Lo descartó con un encogimiento de hombros y se puso a jugar con su pelo—. Lo tengo. Puedo pagarte por favores sexuales. Como tú has dicho, lo haces realmente bien; pero tengo que fijar el precio de cada acto en concreto, y creo que debería tener una especie de rebaja; por ejemplo, si compro tres, obtengo uno gratis. Ya lo pensaremos.
Como estaba observando la cara de la muchacha, vio que sus hoyuelos temblaban mientras se empeñaba en reprimir la risa.
—Eres un perverso. —Giró sobre su estómago y se apoyó en los codos—. Te has mostrado muy amable descendiendo a los infiernos para animarme.
—Hacemos lo que podemos. —Le acarició las mejillas con un dedo—. Apuesto a que te viene bien un poco de comida. ¿Quieres que salgamos?
—No quiero salir para nada.
—Bien. Yo tampoco. —Cambió de postura e impregnó de un encanto considerable su expresión—. No creo que tengas ganas de cocinar.
—En absoluto.
—Muy bien. Lo haré yo.
Dana parpadeó, después se sentó y se golpeó la cabeza con la punta de los dedos.
—Perdona, ¿has dicho que ibas a cocinar?
—No te hagas muchas ilusiones. Pensaba hacer algo como huevos revueltos o unos sandwiches calientes de queso.
—Mandemos al diablo al colesterol y comamos ambas cosas. —Se inclinó y le dio un rápido beso—. Gracias. Me voy a duchar.
Cuando volvió, con un cómodo chándal, Jordan estaba en la cocina y ponía los huevos en una sartén pequeña mientras los sandwiches se doraban en otra y el perro comía su pienso molido en un bol.
Dana pensó que le faltaba el delantal de volantes, pero en cualquier caso su imagen resultaba impactante.
—Mirad, el señor hogareño.
—Incluso viviendo en Nueva York, viene bien ser capaz de cocinar una comida de emergencia. ¿Quieres poner los platos?
«Nueva York», pensó Dana mientras abría un armario. No debía olvidar que aquel tío vivía en Nueva York y no le prepararía sandwiches calientes de queso todos los días.
Alejó esos pensamientos, puso la mesa y colocó un par de velas por diversión.
—Muy rico —dijo dando el primer bocado cuando estuvieron sentados—. De verdad. Gracias.
—Mi madre solía hacerme sandwiches calientes de queso cuando me encontraba indispuesto.
—Te levantan el ánimo: el pan tostado, la mantequilla, el queso caliente y derretido…
—Hum. Mira, si tienes interés porque mis manos hagan algo más que volverte loca de pasión, puedo dedicarte un tiempo mañana.
—Si puedes…
—Hubiera ido hoy, pero tenía deberes para casa.
Señaló el sobre que había traído.
—Lo has escrito todo.
—Creo que he puesto todo. Puedes mirarlo y ver si me he dejado algo en el tintero.
—¡Guay!
Dana se levantó y atravesó corriendo la habitación para coger el sobre.
—¿Nadie te ha dicho que es de mala educación leer cuando estás comiendo?
—En realidad no. —Dana se echó el pelo hacia atrás y se volvió a sentar—. Nunca es de mala educación leer. —Sacó las páginas y se sorprendió al ver la cantidad—. Un chico trabajador.
Jordan batió más huevos.
—He pensado que sería más conveniente escribir todo de una sola vez.
—Veamos lo que tenemos aquí.
Dana comió y leyó, leyó y comió. El trabajo de Jordan la trasladó al principio de todo, a la noche en que había llegado en coche al Risco del Guerrero conduciendo a través de una tormenta. Lo vio de nuevo, lo sintió de nuevo. Todo lo que había pasado desde entonces.
Ese era el don de Jordan: su arte.
Narraba todo como un cuento y cada personaje parecía vívido y real, cada acción tenía unas consecuencias bien definidas, y cuando se llegaba al final se deseaba seguir leyendo.
—Flynn tenía razón —dijo Dana cuando llegó a la última página—. Me ayuda tener todo ordenado de esta forma. Necesito absorberlo, volverlo a leer. Pone todo lo que ha sucedido dentro de un camino serpenteante, en lugar de describir un montón de ramificaciones agolpadas casualmente.
—Necesitaré escribirlo.
—Creía que lo habías hecho —replicó Dana sacudiendo la cabeza.
—No, solo una parte. En el mejor de los casos, la mitad. Me he dado cuenta hoy, cuando estaba ordenando todo. Tendré que volver a escribirlo cuando todo haya terminado y lo convertiré en un libro. ¿Tienes algún problema si lo hago?
—No lo sé. —Pasó los dedos por las páginas—. Creo que no, pero suena un poco extraño. Nunca he estado dentro de un libro antes.
Jordan hizo ademán de hablar, se detuvo y terminó de comerse los huevos. Pensó que Dana no había estado antes dentro de un libro que ella hubiera leído. Bien mirado, era lo mismo.