En opinión de Dana, se podía decir mucho sobre Bradley Charles Vane IV.
Era un muchacho divertido, listo y muy guapo. Dependiendo de su estado de ánimo o de las circunstancias, podía presentar una imagen elegante y urbana que recordaba a James Bond pidiendo un vodka martini en Montecarlo, y poco después, visto y no visto, transformarse en un completo descerebrado dispuesto a empaparte los pantalones con un sifón.
Podía discutir sobre películas francesas de ensayo con la pasión de un hombre que no necesita subtítulos, y participar con el mismo fervor en un debate acerca del enemigo más digno del conejo Bugs.
Esas eran algunas de las características que le gustaban de Brad.
Otra era su casa.
Los habitantes del valle la llamaban la mansión Vane o la mansión del río, y había sido ambas cosas durante más de cuatro décadas.
La había construido el padre de Brad como homenaje a la madera, material que constituyó la base del imperio Vane. Usando madera y con una visión certera del terreno, B. C. Vane había levantado una vivienda simple y al mismo tiempo espectacular.
La casa de madera dorada se extendía a lo largo de la ribera del río, bordeándolo con amplias galerías y encantadoras terrazas. Tenía varios tejados y ángulos combinados en una armonía que resaltaba la belleza de la madera.
Ofrecía hermosas vistas del río, de los árboles y de la estudiada ubicación de los jardines.
No era el tipo de lugar que uno contempla y enseguida piensa en el dinero que habrá costado. Más bien llevaba a admirar su grandiosidad.
Dana había pasado algún tiempo en la mansión, acompañando a Flynn cuando era una niña y con Jordan cuando fue mayor. Era un lugar en el que siempre se había sentido a gusto. Le parecía que había sido construido buscando la comodidad como primera prioridad, seguida muy de cerca por su estilo elegante y sencillo.
Pensó que también se podía decir de Brad que no ahorraba en comida cuando celebraba una reunión.
No es que fuera ostentoso, al menos no lo presentaba de esa manera. Solo una increíble ensalada de pasta que le hizo pensar en ir a servirse más, una buena cantidad de alimentos para tomar con las manos, tajadas de jamón y un pan denso y oscuro para hacer bocadillos.
Había un plato de queso Brie rodeado de gruesas y rojas frambuesas y galletas saladas tan finas que casi se podía ver a través de ellas y tan crujientes que cada bocado era una delicia.
Había cerveza, había vino, había refrescos y agua embotellada.
Dana sabía que no podría resistirse a los pequeños pasteles de nata que formaban una isla tentadora sobre una bandeja del tamaño de Nueva Jersey.
Todos estos alimentos estaban diseminados informalmente por el gran salón, donde ardía el fuego de una chimenea y los sillones eran de esos en los que uno puede hundirse y permanecer durante semanas cómodamente sentado.
Nada era aparatoso ni hacía sentir que no se pudieran poner los pies sobre una mesita baja. Solo tenía mucha clase.
Ese era Bradley Vane mostrándose abiertamente.
Las conversaciones zumbaban alrededor de Dana, que se estaba deslizando hacia un coma feliz provocado por la buena comida, la calidez y la alegría.
«Podría quedarme así —pensó Dana— si Zoe no estuviera moviéndose todo el rato a mi lado».
—Tienes que hacer algo con las hormigas que tienes dentro de los pantalones —le dijo.
—Lo siento. —Zoe lanzó otra mirada hacia la arcada—. Estoy preocupada por Simon.
—¿Por qué? Tenía un plato con suficiente comida como para alimentar a un batallón de hambrientos, y ha tomado posesión de la habitación de los juguetes, el sueño de cualquier niño de nueve años.
—Hay tantas cosas en esta casa… —susurró Zoe—. Objetos caros, artísticos, de cristal, de porcelana. No está acostumbrado a andar entre ellos. —«Yo tampoco», pensó, y se esforzó por no sentirse incómoda—. ¿Y si rompe algo?
—Bueno —con desgana, Dana se llevó otra frambuesa a la boca—, imagino que Brad le dará unos buenos azotes.
—¿Pega a los niños? —preguntó Zoe escandalizada.
—No, Zoe, cálmate. La casa ha sobrevivido a muchos niños de nueve años, al menos tres de ellos están vivos dentro de esta habitación. Relájate. Bebe un poco de vino. Y mientras lo haces, pásame más frambuesas.
«Medio vaso», pensó Zoe, y se puso de pie; pero cuando alargaba el brazo para alcanzar la botella, Brad la cogió antes.
—Pareces un poco preocupada. —Sirvió vino en una copa y se la pasó—. ¿Hay algún problema?
—No. —«Maldición, solo quería media copa. ¿Por qué no se quitará de en medio?»—. Estaba pensando que tengo que ir a ver a Simon.
—Está bien. Ya sabe dónde se encuentra todo en la habitación de los juguetes; pero te llevaré si quieres echarle un vistazo —añadió cuando Zoe frunció el ceño.
—No, estoy convencida de que está bien. Eres muy amable dejándole jugar ahí.
Sabía que su voz sonaba áspera y tensa, pero no lo podía remediar.
—Según los rumores que corren, para eso sirve una habitación de los juguetes.
Puesto que Brad había imitado su tono de voz, Zoe se limitó a asentir con la cabeza.
—Hum… Dana quería algunas de esas.
Mortificada por alguna razón que no podía entender, llenó un bol con frambuesas y se las llevó junto con la copa hasta el sofá.
—¡Asno pomposo! —exclamó entre dientes, lo que provocó que Dana la mirara asombrada.
—¿Brad? —Dana le quitó el bol de frambuesas—. Lo lamento, cariño, te has equivocado.
Jordan se acercó, se sentó en el brazo del sofá al lado de Dana y le robó un par de frambuesas antes de que ella se lo impidiera.
—Búscate otras para ti.
—Las tuyas están mejor. —Levantó una mano para jugar con el pelo de la mujer—. ¿Cómo es que tienes un color rubio tan bonito?
—Es asunto de Zoe.
Mordisqueando otra frambuesa, Jordan se inclinó hacia delante y le guiñó un ojo a Zoe.
—Buen trabajo.
—Cuando necesites un corte de pelo, te lo hago gratis.
—Lo recordaré. —Se sentó otra vez—. Bueno, estoy seguro de que os estáis preguntando por qué os hemos reunido a las tres aquí esta noche —empezó a decir, y Dana comenzó a reírse.
—Ahora sí que tenemos un asno pomposo. —Pero puso una mano sobre el muslo del joven—. Imagino que estamos aquí para hablar de la llave, y como se supone que soy quien debe encontrarla, debo comenzar yo.
Le dio a Jordan lo que quedaba de las frambuesas, se levantó del sofá y cogió su copa de vino de la mesita baja. Apenas se había puesto de pie, Jordan se deslizó hacia su sitio en el sofá. Le dirigió una rápida sonrisa y pasó el brazo por detrás de Zoe.
—¿Vienes a menudo? —preguntó a la mujer.
—Lo haría si supiera que te iba a encontrar a ti, guapo.
—Vosotros no tenéis remedio —murmuró Dana, y luego pasó por delante de un cejijunto Brad para coger la botella. ¡Qué coño, no iba a conducir!
—Bueno, ¿ahora estáis todos cómodos? —Hizo una pausa y bebió un trago de vino—. Mi llave tiene que ver con la sabiduría o la verdad. No sé si estas palabras son intercambiables, pero ambas o cada una de ellas o una combinación de las dos se relacionan con mi búsqueda.
También hay una conexión con el pasado, el presente y el futuro. Después de darle muchas vueltas y encontrarme varias veces en un punto muerto, creo que es algo personal, algo relacionado conmigo.
—Pienso que estás en lo cierto —intervino Malory—. Rowena ha recalcado que nosotras somos las llaves. Las tres. Y en mi caso fue un tema personal. Si pensamos que se sigue una pauta, lo personal forma parte de ella.
—Estoy de acuerdo. Las personas de sexo masculino que están en este salón son parte de mi pasado y de mi presente. Lo más probable es que siga conectada a ellos de una manera u otra, por lo que también forman parte de mi futuro. Asimismo, sabemos que hay conexiones entre nosotros seis, yo estoy relacionada con cada uno de vosotros, vosotros lo estáis conmigo y todos entre sí. Las pinturas que jugaron un papel tan importante en la búsqueda de Mal también constituyen un lazo de unión.
Como los demás, Dana miró el retrato que Brad había colgado sobre la chimenea. Era otro de los trabajos de Rowena, el que mostraba a las Hijas de Cristal después de sufrir el hechizo que les había robado las almas. Las tres yacían pálidas e inmóviles en sus ataúdes de cristal.
—Brad lo compró en una subasta sin saber lo que iba a pasar después. Del mismo modo, Jordan adquirió otra de las pinturas de Rowena, la del joven Arturo a punto de sacar la espada de la piedra, en la galería en la que Malory trabajaba. También lo compró hace unos años, antes de que supiéramos lo que ahora sabemos. De manera que todo esto nos relaciona con Rowena, con Pitte y con las diosas.
—Y con Kane —añadió Zoe—. No creo que esté bien dejarlo al margen.
—Tienes razón —asintió Dana—, y Kane. Ya nos ha atacado a la mayoría de nosotros y es muy evidente que volverá a hacerlo. Sabemos que es maligno. Sabemos que es poderoso; pero ese poder tiene sus límites.
—Algo o alguien le pone límites. Me causó unas heridas profundas —intervino Jordan—. Después Rowena me envió un ungüento a través de Dana. Ayer visteis cómo estaban las heridas. —Se desabrochó la camisa. Los cortes casi habían desaparecido—. Comenzaron a sanar unos minutos después de aplicar la pomada. El asunto es que lo que Kane había hecho no ha resistido los poderes de Rowena. Y lo que haya hecho Rowena para oponerse no ha llegado a borrar las heridas completamente.
—Ante lo cual podemos deducir —terminó Dana—, que ambos están muy equilibrados en sus poderes.
—Kane tiene debilidades. —Jordan se abotonó la camisa distraídamente—. Ego, orgullo, mal carácter.
—¿Quién ha dicho que sean debilidades? —Dana se dirigió hacia la silla en la que estaba sentado Brad—. De todas formas, hay algo más. Kane no puede llegar hasta nosotros realmente, no puede llegar hasta lo que es humano o mortal. No llega a nosotros como individuos. Roza la superficie, coge nuestras pequeñas fantasías o nuestros miedos, pero no llega de verdad al núcleo, o no lo ha logrado todavía. Así es como Malory consiguió derrotarlo.
—Sí, pero cuando Kane te tiene es difícil ver con claridad, es difícil saber. —Malory sacudió la cabeza—. No debemos subestimarlo.
—No lo hago; pero hasta ahora creo que ha sido él quien nos ha subestimado a nosotros. —Pensativa, Dana estudió el retrato—. Quiere que las Hijas de Cristal sufran simplemente porque una parte de ellas es mortal. Rowena habló de fuerzas opuestas: belleza y fealdad, sabiduría e ignorancia, valor y cobardía. Nos explicó que una sin la otra pierde fuerza. Puesto que Kane es la oscuridad, no se puede tener luz sin oscuridad. Creo que Kane resulta esencial para toda la trama, no es solo una molestia. —Vaciló un momento y luego bebió un trago—. No es ningún secreto que Jordan y yo habíamos sido íntimos. Creo que tampoco es secreto que ahora volvemos a serlo… otra vez.
Jordan esperó un instante.
—No sabía que te cortaras hablando de sexo, Stretch.
—Solo quiero dejárselo claro a… todos. A ti, para que sepas que no me acuesto contigo como un medio para encontrar la llave. Aun cuando tenga algo que ver —siguió diciendo rápidamente—. Porque, como alguien me ha dicho hace poco, el sexo es una magia muy potente…
—Si lo haces bien —la interrumpió Jordan.
—Veamos lo que sabemos —dijo Brad intentando volver al tema—. Nada de esto hubiera sucedido, en el pasado, sin Kane. —Brad estiró el dedo índice de la mano derecha—. Su presencia y manipulaciones influyen en la búsqueda de la llave, en el presente. —Levantó un segundo dedo—. Y no se puede anular el hechizo sin él. —Otro dedo—. Constituye un factor necesario. No hay premio sin trabajo, no hay victoria sin esfuerzo, no hay batalla sin riesgo.
—Es otro elemento típico en una búsqueda —añadió Jordan—: Un mal al que hay que vencer.
—Lo comprendo todo —dijo Zoe—. Y es importante. Pero ¿cómo ayuda esto a Dana a encontrar la llave?
—Conoce a tu enemigo —dijo Brad.
—Eso lo resume todo —aceptó Dana.
—Pero hay más —comentó Flynn—: Se ha derramado sangre. Otra característica típica en una búsqueda. Yo también sé leer —dijo—. ¿Por qué fue la sangre de Jordan? Debe de haber alguna razón.
—Podría ser porque Jordan lo puso furioso, algo que sabe hacer muy bien —dijo Dana—; pero es más probable que fuera porque necesito a Jordan para encontrar la llave.
—Stretch, tú me necesitas para muchas cosas.
—Ignoremos esta exhibición de ego y sigamos con el tema. —Dana gesticuló con la copa—. La llave es la sabiduría. Algo que sé o que tengo que aprender. Una verdad que debo descubrir entre mentiras. Kane mezcla su verdad y sus mentiras. ¿Qué ha hecho o dicho que sea verdad? Es una perspectiva que estoy investigando. Luego está la última parte de la pista de Rowena: donde una diosa camina la otra espera. Hasta ahora es pura retórica. La diosa de Malory estaba cantando, y Malory recreó ese momento y la llave cuando la pintó. En consecuencia, mi diosa, Niniane, debería estar caminando. Pero ¿dónde?, ¿por qué?, ¿cuándo? ¿Y qué diosa es la que espera? ¿Será la de Zoe?
—Quizá se supone que tienes que escribirlo —sugirió Zoe—. Quiero decir como un cuento. Igual que hizo Malory cuando lo pintó.
—No está mal —reflexionó Dana—. El problema es que nunca he deseado escribir, y Malory sí que quería pintar; pero quizá sea algo que tengo que leer, y bien sabe Dios que no encuentro nada en los seis millones de libros que he examinado hasta ahora. Así que puede ser que deba escribirlo yo antes.
—Quizá sea Jordan quien tenga que hacerlo. —Flynn jugueteó distraídamente con el pelo de Malory mientras pensaba—. Él es el escritor… No quiero despreciar mi propio talento, pero yo soy periodista. Jordan inventa mierdas.
—Mierdas realmente buenas —le recordó su amigo.
—No es necesario que lo diga. Estoy pensando que aunque solo sirva como resumen, Jordan podría escribir toda esta historia. Como si fuera un cuento. Quizá cuando Dana lo lea caigan las vendas de sus ojos, encuentre la llave y podamos hacer una fiesta, con tarta y todo.
—No es una idea totalmente estúpida —apuntó Dana.
—Creo que es estupenda. —Zoe se giró en su asiento para sonreír a Jordan—. ¿Lo harás? Me encanta leer tus libros, y este sería todavía más divertido.
—¿Por ti, cielo? —Le cogió la mano y se la besó—. Haría cualquier cosa.
—Me siento un poco nerviosa. —Dana se palmeó el estómago—. ¿Cuándo tendrás algo que se pueda ver? —preguntó a Jordan.
—Qué bien, ahora te pareces a un editor. Eso me podría provocar una crisis creativa que retrase todo.
—¿De verdad? Es decir, ¿sufres crisis creativas? —A Zoe la idea le parecía fascinante—. Siempre he querido saber cómo trabajan los artistas.
—¡Oh, Dios, ahora le ha llamado artista! —Dana se puso de pie—. Tengo que ir a casa a tumbarme.
Ignorándola, Jordan se concentró en Zoe.
—En realidad no. Es un trabajo, pero muy gratificante. Mi editor, mi editor de verdad —añadió mientras lanzaba una mirada a Dana—, es una mujer con gusto, capacidad y una diplomacia sobresaliente.
—¿Tu editor es una mujer? ¿Cómo lo hacéis? ¿Trabajas con ella todo el rato cuando escribes un libro, o ella te dice lo que quiere que hagas, o…? —Se le fue la voz y sacudió la cabeza—. Lo siento. He caído en el tópico.
—Está bien. ¿Quieres escribir?
—¿Escribir? ¿Yo? —La idea agrandó sus ojos exóticos y la hizo reír—. No. Solo quiero saber cómo se hace.
—Hablando de trabajo, mañana tenemos un día muy atareado.
Malory palmeó la mano de Flynn.
—Esa sugerencia es para mí. Iré yo a pasear a Moe para que tengas más tiempo —le dijo Flynn a Dana.
—Se me está acabando la comida para perros. Moe come como un elefante.
—Te dejaré otro poco. —Le cogió la cara entre las manos—. Que se quede cerca de ti, por favor.
—No me deja otra opción.
—Flynn, ¿puedes llevar a pasear a Simon también? —Inconscientemente, Zoe empezó a recoger los platos—. Está muy encariñado con Moe, así que no te causará ningún problema.
—Por supuesto.
—Será mejor que nosotros nos vayamos también. Voy a ver si este niño se pone a hacer los deberes —dijo Dana señalando a Jordan—. ¿Me puedes sugerir algo, Zoe?
—Sobórnalo. Es mi método.
Brad se acercó y puso una mano sobre la de Zoe, que pegó un bote como si fuera un conejo.
—No te preocupes por los platos.
—Perdón. —Instantáneamente los dejó sobre la mesa—. Es la costumbre.
A Brad le parecía que aquella mujer malinterpretaba cualquier palabra que saliera de sus labios.
—Solo quería decir que no tienes por qué recogerlos. ¿Alguien quiere café?
—Yo.
—No, tú no. —Dana empujó suavemente a Jordan hacia la puerta—. Tienes que trabajar, amigo. Puedes tomar café cuando hayas escrito dos páginas.
—Sobórnalo. —Zoe aprobó con la cabeza—. Nunca falla.
Moe entró de un salto en la habitación: un bulto peludo y salvaje. En su alegría al ver a todos saltó, lamió, barrió las copas de la mesita baja con su cola exuberante y metió el hocico en un plato en el que había un cóctel de gambas antes de que nadie pudiera controlarlo.
—Perdón, perdón. —Con una mano aferrada al collar del perro, Flynn lo arrastró, más bien fue arrastrado por Moe, hacia la puerta—. Lo meteré en el coche de Jordan. Hazme saber lo que te debo por los daños. Hasta luego. Zoe, a Simon le faltan unos minutos para terminar su partida. ¡La madre que te parió, Moe! ¡Quédate quieto!
—Así es mi vida ahora —dijo Malory feliz—. Muy divertida. Gracias, Brad, lo siento por los platos. Zoe, Dana, os veo mañana. Buenas noches, Jordan.
—Tengo que ir a salvar el tapizado de mi coche. —Jordan cogió a Dana del brazo y la condujo a la puerta—. Nos vemos.
—Deja de empujarme. Besitos, Brad. Te veo por la mañana, Zoe.
La puerta se cerró tras ellos y se hizo un silencio absoluto.
Zoe solo pudo pensar que todo había sucedido con mucha rapidez. No había tenido ni la menor intención de ser la última en irse. Era horrible. Espantoso.
Pensó en ir corriendo a la habitación de los juguetes para llevarse a Simon, pero no estaba segura de poder encontrarla. Tampoco podía quedarse allí y llamarlo a gritos. Sin embargo, necesitaba hacer algo.
Se agachó para recoger las copas que Moe había tirado al suelo. Justo al mismo tiempo, Brad hizo lo mismo. Sus cabezas chocaron. Los dos se enderezaron rápidamente y luego se quedaron tensos como arcos.
—Ya las cojo yo.
Brad se arrodilló, recogió las copas y las puso sobre la mesita baja. Se encontraba lo suficientemente cerca como para oler el perfume de Zoe. Siempre era diferente, a veces denso, otras sutil, siempre muy femenino.
Pensó que era una de las cosas que le fascinaban de ella. Su variedad.
—¿Café?
—En realidad debería ir a buscar a Simon. Ya casi es hora de que se vaya a la cama.
—Oh, bueno. De acuerdo.
Se quedó de pie mirándola y Zoe sintió un embarazoso calor que le subía por la nuca. ¿Había hecho algo incorrecto? ¿Había olvidado algo?
—Gracias por invitarnos.
—Me alegro de que hayáis podido venir.
Durante la larga pausa que siguió, Zoe tuvo que hacer un esfuerzo consciente para no morderse el labio.
—No sé exactamente dónde está Simon.
—En la habitación de los juguetes. —Brad rio, divertido por la situación—. No sabes dónde está. Ven, te llevaré.
Cuanto más conocía Zoe la casa, más se enamoraba de ella y más se sentía intimidada. Para empezar, había muchos objetos, todos encantadores o sorprendentes, o simplemente bonitos. Pensó que todas las cosas que veía sobre las mesas y las estanterías eran algo más que meros adornos.
Brad pasó bajo la arcada y entró en lo que Zoe imaginó que sería la biblioteca. El techo alto era de madera y daba la impresión de que la habitación estaba abierta al tiempo que conservaba un ambiente acogedor.
—¡Hay tanto espacio!
Se detuvo aterrada, porque se dio cuenta de que había hablado en voz alta.
—Se dice que mi padre empezó a construir y no podía parar: se le ocurrían nuevas ideas y las incorporaba al plano.
—Es una casa maravillosa —dijo rápidamente—. ¡Tiene tantos detalles sin ser recargada! Te encantará haber crecido aquí.
—Así es.
Pasaron a otro cuarto. Zoe escuchó el rugir de los motores, el tableteo de las ametralladoras y el susurro de su hijo: «¡Vamos, vamos!».
El videojuego se desarrollaba en una especie de guerra urbana entre coches desplegada sobre una enorme pantalla del tamaño de la pared. Simon estaba sentado en el suelo con las piernas cruzadas, aunque podría haber utilizado uno de los sillones mullidos que amueblaban el cuarto ideal de cualquier niño.
Una mesa de billar, tres flípers, dos videojuegos. Tragaperras, una máquina de refrescos y una gramola.
El techo estaba artesonado, y en su madera color miel se ocultaban los puntos de luz.
Había otra chimenea en la que ardía un fuego vivo, así como un pequeño bar lustroso y una segunda televisión con un armario entero dedicado a diversos accesorios.
—Madre santa, esto es el cielo en la versión personal de Simon Michael McCourt.
—A mi padre le gustan los juegos. Pasamos mucho tiempo en esta habitación.
—Apuesto a que sí. —Se detuvo detrás de su hijo—. Simon, debemos irnos.
—¡Todavía no, todavía no! —Su cara mostraba una gran concentración—. ¡Esto es el gran robo del coche número tres! Estoy muy cerca, muy cerca de provocar que venga la Guardia Nacional. ¡Con tanques y todo! Estoy pegándole una patada en el culo al equipo Swat. Podría conseguir el récord. ¡Diez minutos más!
—Simon, el señor Vane necesita recuperar su casa.
—Al señor Vane le alegra que continúe —la corrigió Brad.
—Por favor, mamá. Por favor. Gracias.
Zoe cedió. En la cara del niño, que no quitaba ojo de la pantalla, no solo descubrió el ardor de la competición. Vio alegría.
Alguien murió en la pantalla con un gran derramamiento de sangre y al escuchar la risa complacida de su hijo supo que era un enemigo.
—Es un poco violento —comentó Brad frunciendo el ceño—. Si no quieres que use este tipo de juegos…
—Simon sabe la diferencia entre la realidad y un videojuego.
—Bien. Bueno, ¿por qué no vamos a tomar un café? —sugirió Brad—. Unos pocos minutos más no suponen mucha diferencia.
—Muy bien. Diez minutos, Simon.
—De acuerdo, mamá. Gracias, mamá. Lo voy a conseguir —balbuceó con la cabeza puesta de nuevo en el juego—, lo voy a conseguir.
—Eres muy amable dejándole jugar con tus cosas —empezó a decir Zoe después de abandonar a Simon en medio de la batalla—. Estuvo días hablando de lo bien que se lo había pasado aquí.
—Es un gran chico. Me gusta tenerlo cerca.
—A mí también.
De pronto, se encontró en medio de la cocina: otra habitación espaciosa y sorprendente. Pintada con un blanco brillante y alegre y amarillos tostados que hacían que pareciera soleada incluso en días lluviosos.
Ambicionó los metros de encimeras, el bosque de armarios que contenían extraordinarios objetos de cristal. Admiró los artefactos modernos que debían de convertir el cocinar en un placer creativo, y no una tarea cotidiana.
Después se acordó de que estaba otra vez a solas con Brad.
—¿Sabes? Debería volver con Simon y dejarte… que hagas tus cosas. Te dejo libre el camino.
Brad terminó de medir el café antes de mirarla.
—¿Por qué crees que no quiero que te encuentres en mi camino?
—Estoy segura de que tienes miles de cosas que hacer.
—No tantas.
—Yo sí que tengo millones de cosas pendientes. Tendría que estar preparada para llevarme a Simon antes de que pierda el control y comience otra partida. Voy a buscarlo y nos marchamos.
—No lo entiendo. —Olvidando el café, Brad se acercó—. De verdad que no lo entiendo.
—¿El qué?
—Te sientes cómoda coqueteando con Flynn y Jordan, pero si pasas dos minutos conmigo no solo te muestras fría, sino que quieres irte cuanto antes.
—Yo no coqueteo. —Su voz se hizo penetrante—. No es eso. Somos amigos. ¡Son los novios de Malory y de Dana, por el amor de Dios! Y si piensas que soy la clase de persona que podría…
—Entonces es eso —continuó Brad con lo que él creía una calma admirable—. La forma en que automáticamente sacas conclusiones, por lo general equivocadas, en lo que a mí se refiere.
—No sé de qué estás hablando. En primer lugar, apenas te conozco.
—No es cierto. La gente se conoce muy rápido en situaciones críticas. Nosotros estamos en una situación de ese tipo desde hace casi dos meses. Hemos pasado tiempo juntos, tenemos buenos amigos comunes y me has preparado la cena.
—Yo no te he preparado la cena. —Zoe levantó el mentón—. Lo que pasó fue que estabas en casa cuando hice la cena. Cenaste, que es algo distinto.
—Ganas este punto —reconoció Brad—. ¿Sabes? Por algún motivo tu actitud hacia mí hace que me comporte como mi padre cuando está enfadado. Tengo su mismo tono de voz, cambio mi lenguaje corporal. Cuando era niño me fastidiaba mucho que me regañara.
—No tengo ninguna intención de fastidiarte: nos vamos.
En la mente de Brad había un momento para las palabras y otro diferente para las acciones. Cuando uno está harto, ha llegado el momento de la acción. Cerró una mano sobre el brazo de la mujer para que no se fuera y observó cómo la irritación y los nervios se manifestaban en la cara verdaderamente espectacular de Zoe.
—Ya está aquí de nuevo —le dijo—. Tu actitud habitual conmigo. Enfado y/o nerviosismo. Me he estado preguntando por qué. Paso mucho tiempo haciéndome preguntas sobre ti.
—Eso quiere decir que tienes mucho tiempo que perder. Bueno, nos vamos.
—Y una de mis teorías es esta —aseguró Brad alegremente.
Puso su otra mano en la nuca de Zoe, la acercó a él y la besó.
Durante semanas había querido besarla. Quizá durante años. Quería tener el gusto de esa mujer en sus labios, en su lengua, en su sangre. «Y sentir su cuerpo», pensó mientras deslizaba un brazo alrededor de su cintura para apretarla contra sí.
La boca de Zoe era muy carnosa y mucho más potente de lo que había imaginado. El cuerpo de la mujer se estremeció cuando se acercó al suyo, no sabía si por la sorpresa o reaccionando. De momento no importaba.
Como tampoco importaba si ese acto era considerado una declaración de guerra o un ofrecimiento de paz. Brad solo sabía que sus ganas de abrazarla le estaban volviendo loco lentamente.
Zoe vaciló, en lugar de rechazarlo. Y ese fue su error, según pensó mucho más tarde, cuando pudo volver a razonar.
Brad fue cálido y firme, y su boca era experta. ¡Cuernos, hacía tanto tiempo que no estaba arrimada a un hombre! Sintió la necesidad que nacía en su interior, desde los dedos de los pies al vientre y la garganta, seguida por un impulso y un aleteo largo y exquisito que volvió a recorrer su cuerpo.
Durante un momento insensato, lo aceptó: la fragancia y el sabor masculinos, la fuerza y la pasión, dejó que la invadieran en una especie de explosión de júbilo.
Era como un carnaval, como una vuelta enloquecida en un tiovivo del que no sabía si saldría despedida de su asiento para volar por los aires.
¿No era fabuloso?
Luego pisó con fuerza los frenos. ¿Qué otra opción tenía? Sabía lo que sucedía cuando se volaba a demasiada velocidad y demasiada altura. Ese no era su lugar, ese no era su hombre. Lo que era suyo —su hijo— jugaba en el otro cuarto.
Se arrancó de los brazos de Brad.
El hombre estaba conmovido hasta las suelas de sus zapatos, pero clavó la mirada en los ojos de Zoe y movió la cabeza con frialdad.
—Creo que he probado mi teoría.
Zoe no era ninguna virgen temblorosa, y estaba muy lejos de ser una presa fácil. No retrocedió, porque hubiera parecido una derrota, sino que permaneció firme y mantuvo su mirada.
—Dejemos esto claro: me gustan los hombres, me gusta su compañía, su conversación y su humor. Lo que ocurre es que estoy criando a mi propio hombrecillo, y quiero hacer un buen trabajo.
Brad pensó que Zoe tenía el aspecto de una enfadada y excitada ninfa de los bosques.
—Lo estás haciendo muy bien.
—Me gusta besar hombres, al hombre adecuado y en las circunstancias adecuadas. Me gusta el sexo, en esas mismas condiciones.
Los ojos de Brad se encendieron con un color gris profundo y brumoso que resultó inesperado y atractivo. Las encantadoras arrugas de su rostro, «demasiado masculinas —pensó Zoe— para llamarlas hoyuelos», se acentuaron. Los dedos de la muchacha ardían de ganas por acariciarlas y esa sensación le advirtió que se encontraba en problemas.
—Me alivia oírte eso.
—Será mejor que comprendas que yo pongo las condiciones en este punto de mi vida. El hecho de tener un hijo sin estar casada no me convierte en una mujer fácil.
El rostro de Brad manifestó una gran irritación.
—¡Por Dios, Zoe! Te encuentro interesante y atractiva, y deseaba besarte. ¿Qué te hace pensar que te considero fácil?
—Quiero dejarlo bien claro, eso es todo. Igual que me gusta aclarar que nadie debe utilizar a mi hijo para llegar hasta mí.
La irritación de Brad se congeló. Sus rasgos se helaron.
—Si crees que eso es lo que estoy haciendo, nos estás insultando a los tres.
Zoe sintió un espasmo de culpa e incomodidad. Cuando iba a replicar, Simon entró corriendo en la habitación.
—¡He ganado! ¡He conseguido más puntos que tú, idiota!
Bailó alrededor de Brad mientras levantaba el dedo índice de cada mano en una especie de danza de la victoria.
Con esfuerzo, Brad controló sus emociones y pasó un brazo por el cuello de Simon.
—Un éxito temporal, te lo aseguro. Alégrate mientras puedas, enano.
—La próxima vez te arrancaré el culo en los partidos de la NBA.
—Eso no ocurrirá nunca. Cuando te humille, vendrás arrastrándote hasta mí como el gusano insignificante que eres.
Mientras Zoe contemplaba la escena y notaba la forma en que ambos disfrutaban, su sensación de culpa no hizo sino crecer.
—Simon, tenemos que irnos.
—Vale. Gracias por dejarme usarte de felpudo.
—Solo te estoy dejando un poco para que aplastarte sea más gratificante. —Con el brazo todavía alrededor del niño, miró a la madre—. Os traeré los abrigos.