Brad echó el hielo en un cubo de hierro y creó así un entorno frío, aunque humilde, para la botella de champán Cristal. Cubrió el gollete expuesto con un trapo limpio.
A su espalda, Flynn y Jordan montaban una mesa plegable.
—La tela para poner encima está en la bolsa.
Flynn echó un vistazo.
—¿La tela?
—El mantel.
—¿Para qué necesitan un mantel? La mesa está limpia.
—Por favor, pon encima el jodido mantel.
Jordan fue hacia la bolsa y la abrió de un tirón.
—Mirad, tiene un mantel con preciosos capullos de rosa.
—Y servilletas a juego —añadió Flynn mientras las sacaba de la bolsa.
—¡Qué tierno! No sabía que tenías tu lado femenino.
—Cuando hayamos terminado con esto, os daré un buen patadón en el culo únicamente para restablecer mi virilidad…, y porque lo voy a disfrutar. —Brad sacó las copas de champán que había traído y las observó con cuidado para comprobar que no estaban sucias—. Luego quizá les cuente a las mujeres que la idea de esta reunión ha sido mía para desacreditaros ante ellas.
—Eh, que yo dije lo de las flores —le recordó Flynn.
—Yo compré los dulces —añadió Jordan mientras sacudía la caja de galletas.
—Las ideas ganan más puntos que las galletas y las flores, amigos míos. —Brad estiró el mantel para alisarlo—. Lo fundamental está en las ideas y su presentación. Está demostrado que si uno está en contacto con su lado femenino puede seducir a más mujeres.
—Entonces, ¿cómo es que Flynn y yo somos los únicos que follamos?
—Dadme tiempo.
—Tendría que darte una hostia por referirte de esa forma a mi hermana y a mi chica. —Flynn estudió la sonrisa de Jordan—. Pero no solo es una afirmación cierta, sino que además se la restriegas a Brad por las narices, así que lo dejaré pasar. ¿Cuánto tiempo nos queda?
—Un rato todavía —dijo Jordan—. Las escrituras de propiedad deberían ser bastante simples, pero intervienen abogados y empleados de banco y hay que firmar muchos papeles, así que tardarán el doble del tiempo que pensáis.
Retrocedió y miró la mesa colocada en el vestíbulo. Tuvo que admitir que era un detalle agradable entre los trapos sucios y los bártulos de pintar. Una nota de color y fiesta destacando contra las paredes recién blanqueadas.
Sabía que las chicas se derretirían como un helado en julio.
—Está bien, ha sido una buena idea, Brad.
—Tengo millones de ideas buenas.
—No entiendo por qué tenemos que irnos antes de que lleguen —se quejó Flynn—. Me gustan el champán y las galletas, sin mencionar los besos largos y húmedos que generará nuestra idea.
—Porque este momento es de ellas, esa es la razón. —Satisfecho, Brad se apoyó en la escalera de mano—. Si lo admitimos, a largo plazo se generarán más besos largos y húmedos.
—Me gustan las gratificaciones instantáneas. —Pero Flynn se detuvo y miró a su alrededor—. Es cierto que va a ser un lugar estupendo: una idea innovadora, una buena ubicación y un ambiente atractivo. Es bueno para el valle. Bueno para ellas. Deberíais ver algo de lo que Malory ha traído para su tienda. El fin de semana fuimos a ver a un par de artistas de los que va a representar. Muy buenos.
—La ha acompañado a ver cuadros —señaló Jordan, y con una sonrisa se metió un dedo en la boca e hizo que la mejilla se hinchara como si tuviera un anzuelo clavado—. ¿Faltará mucho para que vayan a la ópera?
—Ya veremos quién se ríe cuando estés sentado en la librería de Dana bebiendo té de hierbas.
—No está tan mal. Brad posiblemente tenga que hacerse una limpieza de cutis para conquistar a Zoe.
—Hay fronteras que no se pueden cruzar, sea cual sea el premio. —Pero Brad miró escaleras arriba—. Necesitan decidir qué tipo de iluminación quieren instalar. Y hay que reemplazar algunos rodapiés y algunos marcos de las ventanas. Vendría bien un nuevo lavabo en el piso de arriba.
—¿Planeas seducir a Zoe con aparatos sanitarios? —preguntó Flynn—. ¡Qué bastardo más astuto! Me enorgullezco de ser tu amigo.
—Seducirla puede tener beneficios secundarios muy interesantes… Después de todo, con la escalera de mano conseguí cenar pollo.
—¿Pollo? Puedes cenar pollo en el Main Street Diner. Es el menú especial de los martes. —Apenado, Flynn sacudió la cabeza—. El orgullo que sentía por ti está desapareciendo.
—Apenas he empezado. La verdad es que les vendría bien un poco de ayuda. Hay que hacer algunos arreglos en los techos y trabajos de carpintería, fontanería y electricidad. Tienen que hacer algunas reformas en las ventanas. Podríamos intervenir con algo más que champán y galletas.
—Contad conmigo —se ofreció Jordan.
—Claro, ya estabas apuntado. —Flynn se encogió de hombros—. Coño, parece que mi casa se va a convertir en una central de reformas durante un tiempo. Hay para todos. Si ponemos unos clavos, evitaremos volvernos locos con el tema de las llaves.
—Ahora que lo mencionas —Jordan miró hacia las ventanas cuando la lluvia comenzó a golpearlas—, será mejor que os cuente lo que pasó anoche.
—¿Le ha pasado algo a Dana? —Flynn se separó de la pared—. ¿Se encuentra bien?
—A ella no le ha pasado nada. Está bien. Coño, necesito fumar. Salgamos al porche.
Permanecieron fuera mientras la lluvia tamborileaba sobre el alero. Les detalló toda su aventura: los colores, los sonidos, los movimientos, y construyó la historia como lo había hecho de niño cuando jugaban en tiendas de campaña montadas en un patio o alrededor de una fogata en el bosque.
Sin embargo, esta vez la historia no había surgido de su imaginación, que, por muy ágil y fecunda que fuera, no podía crear esos surcos sangrientos de su pecho. Sus amigos se quedaron de piedra cuando se levantó la camisa para mostrarles las heridas. Jordan se consoló algo al ver como Flynn retenía el aliento y el gesto de solidaridad de Brad.
—Mierda, qué aspecto más feo tienen. —Flynn estudió las heridas—. ¿No deberías haberte puesto un vendaje o algo así?
—Anoche Dana lo vendó, pero no es precisamente una enfermera experimentada. Esta mañana me he dado un mejunje. Lo importante es que nuestro amigo estaba muy cabreado, lo suficiente como para querer matarme. ¿En qué situación se quedan las chicas con esto?
Un destello iluminó los ojos de Flynn.
—Kane no tocó a Malory. Nunca la tocó físicamente. La forma en que la afectó psíquicamente resultó muy desagradable y aterradora; pero esto… Debemos frenarlo.
—Estoy abierto a recibir cualquier idea. —Jordan abrió los brazos—. El problema reside en que, en lo que a magia se refiere, no soy capaz ni de sacarme un conejo de la chistera.
—Algunas cosas de las que hace que parecen magia son solo triquiñuelas, ilusiones ópticas —musitó Brad.
—Déjame decirte, amigo mío, que cuando ese tío te clava las garras no es ninguna ilusión óptica.
—No me refería a eso, sino a cuál debe ser nuestra función —le dijo Brad a Jordan—. Si conseguimos que nos persiga a nosotros, les daremos más espacio a las chicas. Tiene algún motivo para ir a por ti. Si pudiéramos saber cuál es y aprovecharlo, quizá pudiéramos distraer su atención y liberar a Dana durante las dos próximas semanas. Y a Zoe, cuando le llegue su turno.
—No recuerdo nada concreto. Me da la sensación de que sé algo, pero no sé qué. —Frustrado, Jordan se metió las manos en los bolsillos—. Algo que yo sé o que he sabido, esa es la respuesta. O una de las respuestas. Algo del pasado que entra en juego en el presente.
—Algo entre tú y Dana —sugirió Brad.
—Tiene que haber alguna conexión, ¿verdad? De otra forma, no se ajustaría al modelo. Y si no fuera importante, ¿por qué me iba a atacar?
—Quizá sea el momento de celebrar una reunión —empezó a decir Brad.
—A ti te conviene, para ti siempre es un buen momento para reunirse —le espetó Flynn.
—Me veo obligado a señalar que no llevo traje.
—Lo llevas dentro de ti. Quizá incluso con raya diplomática. Y apuesto a que también llevas corbata. Pero estoy desvariando. Quizá lo del traje esté bien —le dijo a Jordan—. Los seis debemos reunirnos y hacer planes. En tu casa —dijo mientras palmeaba a Brad en el hombro—. Tienes más muebles y mejor comida.
—Me viene bien. Cuanto antes, mejor. —Brad miró su reloj—. ¡Ja, ja, tengo una reunión! Arregladlo todo con las chicas y después me avisáis.
Entró en la casa para coger la chaqueta y después corrió hacia el coche bajo la lluvia.
Jordan se quedó observando cuando Brad se alejó.
—Si superamos esta prueba y llegamos a la siguiente, será su cabeza la que esté en juego.
—¿Crees que no lo sabe?
—No, me imagino que lo sabe. Me estaba preguntando si Zoe también lo sabe.
En ese momento, lo único que Zoe sabía era que estaba viviendo uno de los días más importantes de su vida. Apretó las llaves, sus llaves, dentro del puño. Eran nuevas, totalmente nuevas, a juego con las cerraduras recién compradas para reemplazar las viejas.
Ella misma pondría la cerradura en la puerta principal, sabía cómo hacerlo. Pensó que sería como una especie de rito, como una especie de declaración de derechos.
Aparcó, corrió bajo la lluvia hacia el porche delantero y después esperó a sus amigas, que venían detrás. Malory tenía las llaves antiguas. Además, lo suyo era que las tres entraran juntas.
¿No era todo un símbolo que Malory tuviera la llave vieja y que ella y Dana esperaran mientras Malory abría la puerta? La primera puerta.
Malory había completado su parte en la búsqueda y había encontrado su llave. Ahora era el turno de Dana. Después, Dios mediante, vendría el suyo.
—La lluvia arrancará muchas hojas de los árboles —comentó Malory mientras se cobijaba bajo el alero—. Después no quedará mucho verde.
—Ha estado bien mientras ha durado.
—Sí, es cierto. —Malory empezó a abrir la puerta y se detuvo—. Se me acaba de ocurrir. La casa ya es nuestra ahora. Realmente nuestra. Quizá deberíamos decir algo profundo o hacer algo especial.
—No voy a cargar con ninguna de las dos en brazos para cruzar la puerta —dijo Dana echándose hacia atrás el pelo mojado.
—Un meneo de culos —decidió Zoe, haciendo reír a Dana.
—¡Meneo de culos! —aceptó—. De las tres.
Las pocas personas que paseaban en sus coches se sorprendieron un poco al ver a tres mujeres en un bonito porche azul meneando los traseros frente a una puerta cerrada.
Riendo, Malory giró la llave.
—Ha estado bien. Allá vamos. —Abrió la puerta con lo que consideró un ademán muy ostentoso, y después se quedó con la boca abierta—. ¡Oh, cielo santo, mirad!
—¿Qué? —Instintivamente, Zoe la cogió de un brazo, lista para ayudarla a retroceder—. ¿Es Kane?
—No, no. Mirad. ¡Oh, qué bonito! Mirad lo que han hecho. —Corrió al interior y por poco no aterrizó con la cara en las rosas colocadas sobre la mesa plegable—. Flores. Nuestras primeras flores. Flynn recibirá un gran premio por este detalle.
—Ha sido muy atento, es cierto. —Zoe olió las flores y luego abrió la caja de la pastelería—. Galletas. De las mejores. Qué buen chico tienes, Malory.
—No lo ha hecho solo. —Dana sacó el champán del cubo y arqueó las cejas al ver el marbete—. Esto tiene las huellas digitales de Brad por todas partes. No solo es champán, sino que es una marca estupenda.
Zoe frunció el ceño al ver el marbete.
—Es muy caro, ¿verdad?
—No solo caro, también muy elegante. La única vez que he visto una botella de estas fue cuando cumplí veintiún años y Brad me regaló una. Siempre ha tenido estilo.
—Los tres lo han preparado para nosotras. —Con un largo suspiro, Malory acarició con sus dedos los pétalos de las rosas—. Yo diría que los tres tienen estilo.
—No los defraudemos.
Dana quitó el corcho y sirvió el champán en las tres copas que había sobre la mesa.
—Tenemos que hacer un brindis.
Zoe cogió las copas y las repartió.
—No brindemos por nada que nos haga llorar. —Malory tranquilizó su respiración—. Las flores ya me han emocionado bastante.
—Ya lo tengo —Dana levantó su copa—: ¡Por ConSentidos!
Chocaron las copas y bebieron. También lloraron un poquito.
—Tengo algo que quiero enseñaros. —Malory dejó la copa sobre la mesa y cogió su cartera—. Es una idea con la que estaba jugando. No quiero que os sintáis obligadas. No heriréis mis sentimientos si no os gusta. Es solo…, solo una sugerencia.
—Deja de tenernos en suspense. —Dana cogió su cartera—. Habla.
—Bien. Estaba pensando en un logotipo, ya sabéis, algo que haga alusión a las tres actividades. Por supuesto, quizá queramos que funcionen separadas, pero podríamos usar un logotipo común para los membretes de las cartas, las tarjetas comerciales y la página web.
—Una página web… —Dana apretó los labios y asintió—. Vas muy por delante de mí.
—Merece la pena planificar. ¿Recuerdas a Tod?
—Claro. Un tío realmente listo que trabajaba contigo en La Galería —contestó Dana.
—Eso es. También es un buen amigo y un genio diseñando por ordenador. Podríamos pedirle que prepare algo para una página web. En realidad, tengo la esperanza de poder ofrecerle empleo con nosotras. Es un poco precipitado, pero soy optimista. Creo que voy a necesitar ayuda. Todas la vamos a necesitar.
—No me había anticipado tanto —admitió Dana—, pero es verdad que a mí también me hace falta al menos un vendedor a tiempo parcial que pueda preparar té y servir vino. Creo que necesitaré dos personas, en realidad.
—Yo he echado mis redes para encontrar una peluquera, una manicura y a alguien más. —Zoe, nerviosa, se presionó una mano contra el estómago—. ¡Joder, vamos a tener empleados!
—Me gusta esta parte. —Dana levantó nuevamente su copa de champán—. Me gusta ser la jefa.
—También necesitaremos un gestor, muebles de oficina, carteles, presupuesto para publicidad, una centralita telefónica… He hecho una lista —terminó Malory.
Dana se rio.
—Apuesto a que sí. Bueno, ¿qué más llevas en la cartera?
—Vale. El logotipo. Lo hice a partir de una idea que se me había ocurrido.
Sacó una carpeta, la abrió y puso un dibujo sobre la mesa.
Era una mujer sentada en una silla elegante que se encontraba reclinada sobre el respaldo. Transmitía una sensación de comodidad y relajación. En las manos sostenía un libro abierto y en la mesita que había junto a ella se veía un vaso de vino y una rosa dentro de un florero. La imagen estaba bordeada por una cenefa muy elaborada que la enmarcaba como si fuera un retrato artístico.
Encima de la cenefa figuraba una palabra: «ConSentidos».
Debajo decía: «Para el cuerpo, la mente y el espíritu».
—¡Guau! —exclamó Zoe balbuciente mientras apoyaba una mano sobre el hombro de Malory.
—Es solo un esbozo —dijo Malory rápidamente—. Algo que represente y aúne las tres actividades, porque vamos a usar el mismo nombre para todas. Podemos poner el logo en nuestras tarjetas personales, en el membrete de las cartas, en las facturas, en lo que sea. Con algo que diga…, no lo sé bien…: «ConSentidos, para la belleza. ConSentidos, para la literatura. ConSentidos, para el arte». Así especificaríamos la actividad de cada negocio y a la vez mantendríamos los tres bajo el mismo paraguas.
—¡Estupendo! —exclamó Zoe—. ¿No piensas lo mismo, Dana?
—Es perfecto. Absolutamente perfecto, Mal.
—¿De verdad? ¿Os gusta? No quiero presionaros solo porque…
—Hagamos un pacto —la interrumpió Dana—: En cuanto cualquiera de las tres se sienta presionada lo dirá. Somos mujeres, y no somos peleles. ¿Estáis de acuerdo?
—Trato hecho. Puedo pasarle este boceto a Tod —siguió diciendo Malory— para que haga un modelo de membrete. Lo hará como un favor. Maneja el ordenador mejor que yo.
—¡Ya no puedo esperar más! —Zoe emitió un chillido y dio unos pasos de baile alrededor del salón—. Mañana sin falta comenzaremos a trabajar en serio aquí.
—Espera. —Dana abrió los brazos abarcando con ellos las paredes—. Si mañana empezamos en serio, ¿cómo llamas a todo el trabajo que hemos estado haciendo hasta ahora?
—Eso es la punta del iceberg.
Sin dejar de bailar, cogió su copa de champán.
Dana nunca se había considerado perezosa. Estaba dispuesta a trabajar duro, insistía en hacer su parte y finalizaba las tareas. No hubiera aceptado hacer menos.
Siempre había pensado de sí misma que era una mujer con elevados valores morales, tanto en lo personal como en lo profesional, y tendía a despreciar a quienes se escaqueaban del trabajo y a quienes se quejaban de que la tarea que se habían comprometido a realizar era demasiado dura, demasiado comprometida o que les traía demasiados problemas.
Sin embargo, comparada con Zoe, pensaba Dana mientras corría al mercado a comprar algunas provisiones, era una enferma imaginaria. Un bebé llorón y debilucho. Su amiga la había agotado en las primeras veinticuatro horas.
Pintura, papeles pintados, muestrarios, artefactos de iluminación, herramientas, ventanas, recubrimientos para el suelo, y el presupuesto necesario para comprar todo eso y más. Mientras sopesaba en la mano unos plátanos, pensó que no era solo lo que pensaba y decidía Zoe lo que podía hacer que te explotara la cabeza. También estaba el trabajo.
Raspar, levantar, guardar, sacar, perforar, atornillar, martillar.
Bueno, no había duda alguna, reflexionó mientras elegía unas naranjas. Cuando se trataba de organizar, distribuir y mejorar una tarea, Zoe McCourt era la mujer ideal.
Entre el trabajo, las decisiones, la angustiosa búsqueda de la llave y su lucha por mantener bajo control sus sentimientos por Jordan, Dana estaba completamente agotada.
Pero ¿podía irse a casa, echarse en la cama y dormir durante diez horas? «Oh, no —pensó mientras se dirigía al pasillo de los lácteos—. No, de ninguna manera». Tenía que asistir a una importante reunión en casa de Brad, junto al río.
En realidad necesitaba al menos dos horas completas de soledad absoluta y silencio; pero tenía que renunciar a parte de su tiempo de descanso para comer algo, si no quería morir de inanición la siguiente semana.
Además, había perdido la confianza en encontrar en la pila de libros que había acumulado la respuesta que la llevara a la llave. Había leído y leído, había seguido todas las pistas, pero no parecía haberse acercado a una hipótesis concreta, y mucho menos a la solución.
Si fracasaba, ¿qué podría ocurrir? No solo defraudaría a sus amigas, a su hermano y a su chico; no solo decepcionaría a Rowena y a Pitte, sino que su incapacidad condenaría a las Hijas de Cristal al menos hasta que se eligiera el próximo trío.
¿Cómo podría vivir con ese remordimiento? Deprimida, echó a la cesta de la compra un cuarto de litro de leche. Había contemplado la Urna de las Almas con sus propios ojos y le había dolido ver aquellas luces azules golpeando frenéticamente las paredes de la prisión.
Si no podía encontrar la llave y abrir la cerradura, como había hecho Malory con la primera, todo lo que habían pasado no serviría de nada.
Y Kane vencería.
—Sobre mi cadáver —aseguró, y se sobresaltó cuando alguien le tocó el brazo.
—Perdón. —La mujer rio—. Perdón. Parecía que estabas luchando contigo misma. Generalmente yo no llego a ese punto antes de encontrarme en la sección de postres helados.
—Bueno, ya sabes: ¿leche entera, baja en grasas, dos por ciento? Es un caos.
La mujer apartó su carrito para permitir el paso de otro cliente.
«Guapa, morena, en la treintena…», observó Dana intentando recordar.
—Perdona, yo te conozco, ¿no es cierto? No consigo ubicarte.
—Nos ayudaste a mí y a mi hijo hace un par de semanas en la biblioteca. —Alargó el brazo para coger un litro de leche—. Tenía que entregar un trabajo al día siguiente para la clase de Historia de Estados Unidos.
—Ah, ya recuerdo. —Dana hizo un esfuerzo por alejar sus sombríos pensamientos y devolverle la sonrisa—. Un trabajo sobre la historia de Estados Unidos, con la señora Janesburg, séptimo curso.
—Eso mismo. Soy Joanne Reardon. —Le tendió la mano—. Y la vida que salvaste es la de mi hijo Matt. La semana pasada fui a la biblioteca para darte las gracias otra vez, pero me dijeron que ya no trabajas allí.
—Así es. —Los negros pensamientos aparecieron de nuevo con el recuerdo—. Se podría decir que me he retirado abruptamente del servicio de bibliotecas.
—Lo lamento mucho. Estuviste genial con Matt. Conseguiste que obtuviera una nota muy alta. Le faltó un poco para que le pusieran un diez, así que en casa le felicitamos.
—¡Cuánto me alegro! —Le gustaba escuchar eso, en especial después de un día tan largo—. Matt debe de haberse esforzado mucho. La señora Janesburg no pone notas altas con facilidad.
—Es verdad que se esforzó, pero no lo habría logrado si tú no lo hubieras colocado en la buena dirección. Es más, no lo habría hecho si no hubieras encontrado la llave adecuada para que se le abriera la mente. Me alegra haber tenido la oportunidad de decírtelo.
—Yo también. Me has alegrado el día.
—Lamento lo de tu empleo. No es asunto mío, pero si alguna vez necesitas una referencia personal, puedes tener la mía.
—Gracias. De verdad. En realidad, voy a poner una tienda con unas amigas. Abriré una librería más o menos dentro de un mes. Quizá tarde un poco más, ahora lo estamos arreglando todo.
—¿Una librería? —Los ojos castaños de Joanne brillaron con interés—. ¿En el centro?
—Sí. Una tienda múltiple. Una librería, una tienda de arte y artesanía y un salón de belleza. Estamos arreglando una casa en Oak Leaf.
—Parece una idea excelente. ¡Qué bien! Todo eso en un mismo lugar y en el centro. Vivo a solo dos kilómetros de allí. Prometo ser una de tus clientes habituales.
—Si todo va bien, estará todo abierto para las vacaciones.
—Estupendo. No necesitarás gente, ¿verdad?
—¿Gente? —Dana se echó hacia atrás y se lo pensó—. ¿Estás buscando trabajo?
—Estoy pensando en volver a trabajar, pero quiero algo cerca de casa, que sea divertido y con horarios flexibles. Es decir, un trabajo de ensueño. Especialmente si tienes en cuenta que hace diez años que no trabajo fuera de casa, que hace muy poco que he aprendido a usar el ordenador —quizá sea un poco arriesgado decir que lo domino— y que mi principal experiencia laboral se limita a haber trabajado, cuando terminé la facultad, como secretaria en un despacho de abogados de Filadelfia, donde no destaqué especialmente. —Se rio de sí misma—. No es una gran recomendación la que me estoy haciendo.
—¿Te gusta leer?
—Dame un libro y un par de horas de tranquilidad, y me siento en paz con el mundo. También se me da bien relacionarme con la gente y no busco un salario extraordinario. Mi marido tiene un buen empleo y estamos bien económicamente, pero me gustaría aportar algo al hogar. Y me gustaría hacer algo para ganar un sueldo que no tenga nada que ver con el lavado, la cocina o las amenazas a un niño de once años para que se ordene su cuarto.
—Pienso que son unas cualidades excelentes para una empleada potencial. ¿Por qué no vienes al local un día de estos? Es una casa con el porche pintado de azul. Puedes echar una ojeada al lugar y hablaremos un poco más.
—Perfecto. Iré. ¡Guau! —Soltó una carcajada—. Estoy muy contenta de haberte encontrado. Debe de haber sido el destino.
«El destino», pensó Dana cuando se despidieron. Últimamente no le daba demasiado crédito al destino. La necesidad de llenar la despensa la había traído aquí, al pasillo de lácteos del supermercado más cercano.
«Una cosa pequeña», pensó mientras seguía andando por los pasillos. Algo cotidiano. Pero ¿no la había llevado aquí justo en el momento oportuno? ¿No había encontrado a una mujer que podría convertirse en otro radio de la rueda de su vida?
Más que eso. Había encontrado a la mujer que le había dicho exactamente lo que necesitaba oír:
«Encontraste la llave adecuada para que se le abriera la mente».
¿Había sido una mera coincidencia que Joanne utilizara esa frase? Dana no la iba a descartar de plano. No, su llave —la llave adecuada— era la sabiduría.
Dana se prometió que la encontraría. Lo conseguiría si mantenía la mente abierta.