Jordan la observó intentando descubrir cuál era su estado de ánimo.
—Si no es un sí —declaró—, es mejor que corras hacia la puerta. Rápido.
—Es…
El resto de las palabras se le quedaron en la garganta cuando Jordan la levantó y la hizo girar sobre sus talones.
—Demasiado tarde. Gano por abandono.
Dana se esforzó en fruncir el ceño, pero no era fácil con el mareo gozoso que la embargaba.
—Quizá te quiera porque eres uno de los pocos hombres que pueden alzarme del suelo y trasladarme como si fuera un peso pluma.
—Algo es algo. Me gusta tu figura, Stretch. Hay mucho territorio por explorar. ¿Qué talla usas ahora? —La miró, calculando—. ¿Una treinta y ocho?
Un destello peligroso iluminó los ojos de Dana.
—¿Crees que un comentario como ese puede ponerme tierna?
—Y cada kilo exquisitamente distribuido.
—¡Te has salvado por un pelo!
—Gracias. Me gusta tu cara, también.
—Si vas a decir algo acerca de que mi cara tiene mucho carácter, te haré daño.
—Esos ojos oscuros y profundos. —La tumbó en la cama mientras le miraba los ojos—. Nunca he podido quitarme de la cabeza la imagen de esos ojos. ¡Y esa boca! Suave, tierna y sabrosa. —Le mordisqueó el labio inferior y dio pequeños tirones—. Podría pasarme horas pensando en tu boca.
A decir verdad, Dana no se estaba poniendo cariñosa, pero tenía que admitir que algo en su interior aumentaba de temperatura.
—Te has perfeccionado con los años.
—Cállate. Estoy trabajando. —Le pasó los labios por las mejillas—. También están los hoyuelos: inesperados, caprichosos, extrañamente sexys. Siempre me ha gustado tu aspecto.
La besó nuevamente en los labios, un beso largo, lento y profundo que hizo que el placer se extendiera desde ese punto de contacto a través de su cuerpo hasta la punta de los pies.
«Oh, sí —pensó—, ha perfeccionado mucho su forma de hacer el amor».
—¿Recuerdas nuestra primera vez?
Dana se arqueó un poco y se movió cuando Jordan le acarició el cuello.
—Como faltó poco para que prendiéramos fuego a la alfombra del salón, resulta difícil de olvidar.
—Toda esa pasión y energía reprimidas. Es un milagro que hayamos sobrevivido.
—Éramos jóvenes y resistentes.
—Ahora tenemos más años y somos más listos. Te voy a volver loca, y me llevará mucho, mucho tiempo.
Los músculos del vientre de Dana se estremecieron. Necesitaba que Jordan la acariciara. Necesitaba compartir, y con él —siempre con él—, tendría ambas cosas.
Había sabido que terminarían así cuando salió de su casa. Quizá había sabido, en lo más profundo de su ser, que terminarían así en el momento en que abrió la puerta de la casa de Flynn y vio a Jordan.
Ella lo deseaba, él la deseaba. A Dana solo le cabía esperar que satisficiera todos sus anhelos.
—Sucede que ahora dispongo de un poco de tiempo.
—Empecemos… desde aquí.
Los labios del hombre le atraparon los suyos con una clase de urgencia reprimida que disparó oleadas de deseo ardiente por todo su cuerpo. Cuando su corazón se aceleró, Jordan cambió el ritmo y lo suavizó hasta que los latidos frenéticos se convirtieron en lentos y fuertes.
Dana regresó como en un sueño a su relación pasada. A su fuego y ardor. Y volvió sobre lo que estaba pasando en ese instante. Una especie de deleite profundo.
El cuerpo de Jordan le era conocido. Los años no lo habían cambiado. Alto, ancho de espaldas y estrecho de caderas. El movimiento de músculos bajo las manos de Dana era exactamente el mismo. Su peso, la forma de su boca, sus manos, eran los mismos.
Cómo había echado en falta este conocimiento del otro. Y la fiebre del amor que se filtraba a través del placer de que él la conociera tan bien.
Cuando Dana retomó el antiguo ritmo, Jordan se apartó y se limitó a observarla.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
—Solo quiero mirarte. —Le desabrochó la camisa, sin darse prisa y rozando con sus dedos la piel expuesta. Siempre con los ojos fijos en ella—. Quiero que me mires. Que comprendas quiénes éramos y quiénes somos y que no nos separa casi nada. —Todavía mirándola, pasó sus dedos por el fino algodón del sostén—. Lo poco que nos separa es suficiente para hacerlo más interesante, ¿no crees?
—¿Ahora quieres que piense?
Se estremeció cuando sus dedos sabios le rozaron los pezones.
—Siempre estás pensado. —La levantó y le quitó la camisa—. Tienes una mente muy inquieta. Otra cualidad más de las que me atraen en ti.
Mientras las manos de Jordan le acariciaban la espalda, ella le echó los brazos alrededor del cuello.
—Estás muy charlatán, Hawke.
—Eso te proporciona otra cosa en la que pensar, ¿no es cierto?
Le desabrochó el sujetador y con los dedos deslizó los tirantes por los hombros. Sus labios tocaron los de Dana, retrocedieron, tocaron y retrocedieron hasta que los brazos de Dana se aferraron a su cuerpo, la mujer contuvo el aliento y sus bocas se soldaron.
Era lo que Jordan quería, ese rápido destello de deseo. Hacia él. Porque no quería que Dana pensara, sino que sintiera lo que podía pasar entre los dos. Aquí y ahora.
Los dedos de Jordan se enredaron en su pelo, luego las manos se cerraron alrededor de su cabeza para poder atacar la boca y el cuello de Dana. Para poder liberar el animal intranquilo que se agazapaba en su interior.
Podía haberla devorado de un solo bocado insensato; pero hubiera sido demasiado rápido y demasiado fácil. Por el contrario, dejó que el ardor los consumiera y atormentara a ambos.
Jordan se dio un banquete y después saboreó poco a poco. Sus manos la acariciaron con ansia incontenible y después se retardaron y permanecieron en algunos puntos. Cuando Dana tembló, él hizo lo mismo.
El cuerpo de Dana siempre le había procurado el más completo de los placeres. No solo su forma y textura, sino su disposición para el goce, su predisposición a la aventura del sexo. El latido del corazón de Dana al besar su pecho lo excitaba tanto como los senos turgentes.
Toda esa piel tan suave y adorable que se estremecía al paso de su lengua y al mordisqueo de sus dientes añadía una dosis de encanto que se acrecentó cuando la joven le urgió a que tomara más.
Las manos de Dana lo acariciaron y tiraron de la camisa. Y el ronco ronroneo de aprobación cuando las uñas arañaron su piel le hicieron hervir la sangre de tal forma que Jordan tuvo que luchar con denuedo para no sucumbir a la necesidad de apresurarse.
Pero no iba a apurar de un trago lo que podía paladear poco a poco.
¿De dónde salía esa paciencia? La podía volver loca con su lentitud. ¿Cómo podía tener tanta fiebre en sus labios mientras controlaba con tanto esmero sus manos? Los músculos de Jordan se estremecieron bajo las manos de Dana, ella lo conocía, lo conocía muy bien, lo suficiente para explotar sus deseos y debilidades. Sin embargo, aun cuando el hombre satisficiera sus demandas y la empujara hasta el borde del volcán, se controlaba y la dejaba temblorosa.
—¡Por Dios, Jordan!
—Todavía no estás lo suficientemente excitada. —Su aliento salió con dificultad de los pulmones, pero le sujetó los brazos y siguió atizando el fuego con su boca—. Yo tampoco.
Necesitaba saborear todo lo que era Dana. Su cuerpo suntuoso, su mente inquisitiva, y esa parte del corazón que Jordan había perdido por negligencia. Necesitaba más que su deseo y su ardor. Necesitaba gozar de nuevo de su confianza, y se conformaría con un destello del afecto que antes habían compartido. Quería recuperar lo que había abandonado para sobrevivir.
Le liberó las manos para abrazarla, para apretarla fuerte, muy fuerte, mientras rodaban sobre la cama.
La piel de Dana estaba pegajosa de sudor, y la muchacha estaba ardiendo, húmeda y lista. Jordan solo tenía que tomarla para llevarla al clímax. La muchacha sollozó su nombre cuando su cuerpo estalló. Y cuando se relajó, Jordan supo que ella le había dado algo que buscaba sin saberlo. Su rendición.
—Dana.
Pronunció su nombre una y otra vez mientras sus labios le recorrían el rostro. Cuando los ojos de la mujer, tan oscuros e intensos, se abrieron y lo miraron, Jordan se deslizó suavemente en su interior.
Era como volver a casa y descubrir que lo que había dejado era más rico, verdadero y fuerte que antes. Muy emocionado, Jordan entrelazó sus dedos con los de Dana, los apretó fuerte y se dejó ir.
Dana se arqueó para recibirlo y luego levantó los labios para encontrar los del joven y besarlo. La dulzura del acto le produjo un nudo en la garganta, mientras el placer se erigía sobre el placer. Mantuvieron el mismo ritmo latido a latido, y después embestida a embestida cuando la dulzura se convirtió en desesperación.
Todavía estaban unidos, labios, manos y caderas, cuando sucumbieron.
Mientras yacía desmadejada sobre Jordan, Dana pensó que pudiera ser que hubiera experimentado el acto sexual más intenso y espectacular de su vida.
No tenía intenciones de mencionar esta evaluación. A pesar de la sensación de bienestar y la tenue niebla de amor, no quería alimentar el ego del joven.
Pero en el caso de que quisiera mencionarlo, tendría que decir que su cuerpo nunca se había sentido usado con tanto placer. No pondría objeciones a ser objeto de ese uso de forma regular.
En realidad, el sexo nunca había constituido un problema entre ellos. Su problema era que nunca había sabido cuál había sido el problema. O era. O podía ser.
Al diablo con todo.
—Otra vez estás pensando —murmuró Jordan, y le recorrió la columna lentamente con un dedo—. Casi piensas en alto. Supongo que no puedes esperar unos minutos hasta que regenere algunas neuronas, ¿no?
—Cuando están muertas, están muertas, tío listo.
—Era una metáfora, un delicado eufemismo.
—No hay nada delicado en ti, en especial tus eufemismos.
—Lo tomaré como un cumplido. —Le tiró del pelo hasta que ella levantó la cabeza—. Por cierto, Stretch, tienes buen aspecto, toda despeinada y arrugada. ¿Vas a quedarte?
Dana ladeó la cabeza.
—¿Me voy a despeinar y arrugar otra vez?
—Ese es el plan.
—Entonces creo que puedo aguantar el segundo asalto.
Se hizo a un lado, se sentó y se pasó los dedos por el pelo. Cuando Jordan hizo ademán de tocarla, movió las cejas con complicidad.
Jordan frunció el ceño y le acarició el pecho suavemente con los dedos.
—Te he raspado por todos los lados. —Se frotó el mentón con los nudillos—. Si hubiera sabido que ibas a venir, me hubiera afeitado.
—Lo tomo como otro de tus eufemismos. —Dana necesitaba seguir con esa charla insustancial o su corazón se derretiría en las manos de Jordan—. Además, esa apariencia bohemia y desaliñada también ayudó a que me metiera en tu cama.
Le acarició amistosamente la mejilla y después se desperezó.
—Bien, me muero de hambre.
—¿Quieres que pidamos una pizza?
—No puedo esperar tanto. Necesito un combustible inmediato. Tiene que haber algo que parezca comida en la cocina.
—No me arriesgo a afirmarlo. La cocina está en fase de ser arreglada. Es una zona en construcción.
—Un verdadero hombre iría a la cocina y buscaría provisiones.
—Odio cuando te comportas así. Me pasaba siempre.
—Lo sé. —La llenaba de ternura—. ¿Todavía funciona?
—Sí. Mierda. —Salió de la cama y se puso los vaqueros con esfuerzo—. Vas a comer lo que consiga. Sin caprichos.
—Trato hecho. —Satisfecha, volvió a acostarse en la cama y colocó bien la almohada—. ¿Hay algún problema? —preguntó cuando él se quedó mirándola.
—No. Las neuronas, que se regeneran.
Los hoyuelos de Dana resplandecieron.
—Comida.
—Ya me encargo yo.
Dana se sintió bastante orgullosa cuando el hombre salió de la habitación. Quizá resultara mezquino por su parte vanagloriarse —aunque solo fuera mentalmente— de saber todavía de qué pie cojeaba Jordan; pero si le producía una sensación tan agradable, ¿qué mal había en ello?
Era mejor que preocuparse y agitarse pensando en lo que ocurriría después. Esta vez sería más lista: disfrutaría del momento y se controlaría para no esperar mucho más.
Gozaban de la mutua compañía, aun cuando se picaban. Compartían amigos que les importaban mucho a ambos. Y sentían una fuerte atracción sexual.
Constituía la base de una relación buena y saludable.
Entonces, ¿por qué diablos tenía que estar enamorada de él? Si no fuera por ese pequeño detalle, todo sería perfecto.
Sin embargo, si enfocaba las cosas de forma realista, en realidad era problema de ella. Ya lo había sido así antes. Jordan no estaba obligado a corresponder a su amor, y todo lo que Dana añadiera o quitara era responsabilidad suya.
Jordan le tenía afecto. Dana cerró los ojos y reprimió un suspiro. Dios, eso la hería en carne viva. ¿Había algo más doloroso o denigrante que estar enamorada de alguien que te tiene un sincero afecto?
Mejor no pensar en ello, dejar de lado el tema tanto tiempo como pudiera. Esta vez no cobijaba ninguna ilusión de poder estar siempre juntos, de construir un hogar, de formar una familia, de forjar un futuro.
La vida de Jordan se encontraba en Nueva York, y la suya en Pleasant Valley. Y Dios sabía bien que ella tenía suficientes actividades en la vida que la satisfacían y la mantenían ocupada sin necesidad de hilar sueños que incluyeran a Jordan Hawke.
El joven la había herido en el pasado porque ella se había dejado. Ahora no solo era mayor, reflexionó. Ahora era más fuerte y más lista.
Mientras intentaba convencerse, echó un vistazo al ordenador portátil. Había aparecido el salvapantallas y no mostraba nada más que una espiral de colores efectuando unos giros que la estaba mareando.
¿Cómo podía soportarlo Jordan?
Tan pronto como lo pensó, obtuvo la respuesta. Lo irritaría lo suficiente como para impulsarlo a volver al trabajo.
Mientras lo pensaba, se sentó. Él no había apagado el ordenador después de que Dana lo interrumpiera. No había cerrado el documento… ¿o sí?
Se mordió un labio y miró hacia la puerta.
Eso significaba que lo que Jordan había estado escribiendo todavía estaba en la pantalla, y si Dana movía un poco el ratón aparecería enseguida. Y si Dana leía lo que Jordan había escrito, ¿qué problema había?
Se mantuvo alerta por si oía pasos. Salió de la cama y se dirigió de puntillas al escritorio. Dio un pequeño golpecito al ratón con la punta de un dedo para que desapareciera el salvapantallas.
Tras una última mirada hacia la puerta, retrocedió dos páginas en el documento y comenzó a leer.
Se ubicó enseguida, a pesar de que había caído en medio de lo que, obviamente, era un párrafo descriptivo. Jordan tenía el don de colocar al lector en medio de la escena. De rodearte con ella.
Y esta escena era oscura, fría y suavemente terrorífica. Algo acechaba. Después de la primera página, Dana estaba dentro de la cabeza del héroe, con su sensación de urgencia y el miedo subyacente. Algo andaba a la caza y eso te hacía olvidar el dolor.
Cuando llegó al final de lo que había escrito Jordan, lanzó un juramento.
—¡Ostras! ¿Cómo sigue?
—¡Qué buen cumplido cuando lo hace una mujer desnuda! —comentó el hombre.
Dana pegó un salto. Se maldijo, pero sintió un escalofrío en su piel, que era todo lo que llevaba puesto. Y se ruborizó, lo que era aún peor. Sintió que el rubor se extendía mientras se daba la vuelta para mirar a Jordan, que estaba de pie en la puerta, con los vaqueros descuidadamente desabrochados, el pelo revuelto y en sus manos una bolsa de patatas fritas, una lata de refresco y una manzana.
—Solo estaba… —Dana comprendió que no había manera de justificarse, y entonces se limitó a contar la incómoda verdad—. Tenía curiosidad y he sido indiscreta.
—¡Vaya problema!
—No, de verdad, no tendría que haberme inmiscuido en tu trabajo; pero estaba ahí, y es culpa tuya por no haber cerrado el documento.
—En realidad es tu culpa por haberme interrumpido y después haberme distraído haciéndome el amor.
—Por cierto, no he utilizado el sexo solo para… —Se interrumpió y suspiró. Jordan la miraba sonriente y Dana no se lo pudo reprochar—. Dame las patatas.
En lugar de hacerlo, Jordan caminó hacia la cama y se sentó apoyándose en la almohada.
—Ven a buscarlas.
Metió la mano en la bolsa, sacó un puñado y comenzó a masticar.
—De todas formas, lo que me ha atraído ha sido el salvapantallas. Me estaba dejando bizca.
Con indiferencia, según le parecía a ella, se sentó en la cama y le quitó la bolsa de patatas.
—Odio a ese bastardo. —Jordan dio un mordisco a la manzana y le pasó el refresco—. Entonces, ¿quieres saber cómo continúa?
—Tengo un leve interés.
Abrió la lata y echó un trago largo. Comió algunas patatas fritas, las cambió por la manzana y volvió a las patatas. Pensó con desagrado que el hombre no le iba a contar nada.
—Está bien, ¿quién es? ¿Qué lo persigue? ¿Cómo ha llegado ahí?
Jordan cogió el refresco. Se preguntó si había algo más satisfactorio que contemplar cómo alguien con quien se comparte el amor por los libros está tan interesado por uno propio.
Si se añadía que la aficionada a la literatura era una mujer muy sexy y estaba muy desnuda, aquello estaba de maravilla.
—Es una larga historia. Digamos que trata sobre un hombre que ha cometido errores y que está buscando la manera de subsanarlos. Durante el proceso descubre que las respuestas fáciles no existen. Que toda redención —la que vale— tiene un precio. Que el amor, el que importa, hace que el precio merezca pagarse.
—¿Qué ha hecho?
—Ha traicionado a una mujer, ha matado a un hombre. —Jordan comió más patatas fritas y escuchó el sonido que hacía la lluvia sobre la ventana y en el bosque que había en su mente—. Pensó que tenía motivos para hacer ambas cosas. Quizá los tuviera. ¿Pero eran correctos los motivos?
—Tú escribes la historia, tú debes saberlo.
—No, él es quien tiene que saberlo. Es parte del precio de la redención. El no saberlo le angustia y lo persigue con tanta saña como lo que está con él en el bosque.
—¿Qué es lo que está con él en el bosque?
Jordan se rio.
—Lee el libro.
Dana mordió nuevamente la manzana.
—Tu método para vender es muy poco honesto.
—Un hombre tiene que ganarse la vida. Aunque sea con «ficciones comerciales mundanas y predecibles», según una de tus concisas críticas a mi trabajo.
Dana sintió un amago de culpa, pero lo desechó.
—Soy bibliotecaria. Fui bibliotecaria —se corrigió—. Y estoy a punto de convertirme en propietaria de una librería. Valoro todos los libros.
—Algunos más que otros.
—Son más gustos personales que una opinión profesional. —Ahora deseaba hacerle sufrir—. Por cierto, tu éxito comercial indica que escribes libros que satisfacen a las masas.
Jordan sacudió la cabeza y de repente deseó fumar.
—Nadie condena con elogios superficiales mejor que tú, Dana.
—No es eso lo que quería decir.
Se dio cuenta de que se estaba cavando su propia fosa; pero difícilmente podía confesar que era una adepta de sus libros cuando se encontraba sentada desnuda sobre su cama y comía patatas fritas. Seguro que ambos se sentirían ridículos. Cualquier elogio sincero parecería condescendencia.
—Haces lo que siempre has querido hacer, Jordan, y con mucho éxito. Debes sentirte orgulloso de ti mismo.
—No lo discutiré. —Terminó el refresco y puso a un lado la lata. Cogió a Dana por el tobillo—. ¿Todavía tienes más hambre?
El cambio de tema la alivió. Enrolló la bolsa de patatas y la tiró al suelo, junto a la cama.
—En realidad… —comenzó a decir, y se echó encima de Jordan.
No debería molestarle tanto, y le irritaba mucho que ocurriera así. No esperaba que le gustara su trabajo a nadie. Hacía mucho tiempo que había dejado de sentirse herido o deprimido por una mala crítica o un comentario poco halagador de un lector contrariado.
Jordan no era un artista temperamental y excitable que no pudiera soportar la más mínima crítica.
Pero la infravaloración de su obra que hacía Dana le afectaba mucho.
Ahora era peor, pensó Jordan mientras miraba por la ventana del dormitorio y le invadía la melancolía; peor porque Dana se había mostrado condescendiente. Hubiera sido más fácil escuchar opiniones mordaces y gratuitas sobre su trabajo, el rechazo presumido y elitista de su obra, antes que recibir una suave y gentil palmada.
Escribía novelas de suspense, a menudo con una pizca de algo más, y Dana las despreciaba como una forma comercial trillada que atraía al común denominador más bajo.
Lo podría soportar si fuera una intelectual engreída, pero Dana no era así. Amaba los libros. Su piso estaba lleno de libros, y en las baldas de sus estanterías había bastantes ejemplares de ficción de distintos géneros.
Aunque Jordan se había dado cuenta de que no había ninguno de los que él había escrito.
El hombre concluyó que el asunto le escocía.
Sintió una alegría ridícula cuando al volver al dormitorio se había encontrado a la mujer inclinada sobre su ordenador portátil, además demostrando lo que creyó que era un ávido interés por la historia que estaba creando.
Solo curiosidad, como le había dicho Dana. Nada más.
«Es mejor enterrar el asunto», se dijo. Encerrarlo con llave en una caja antes de que hiciera mella en su relación.
Habían hecho nuevamente el amor y había sido un momento grandioso. También le parecía que estaban encaminados a ser amigos de nuevo. No quería perderla, amante y amiga, por no poder digerir el desinterés o desaprobación que Dana demostraba por su obra.
Dana no sabía lo que significaba para Jordan ser escritor. ¿Cómo podía saberlo? Ella sabía qué era lo que Jordan quería y esperaba; pero no sabía la razón por la cual era una actividad vital para él. Nunca había compartido con ella esa parte de sí mismo.
Admitió que había muchas cosas que no habían compartido.
Su trabajo, en primer lugar. A menudo le había pedido que leyera algo que había escrito y, como es natural, se había sentido complacido y satisfecho cuando Dana lo elogiaba, intrigada e interesada en discutir la historia y ofrecer su opinión.
En realidad, en un plano exclusivamente práctico, la opinión de Dana era una de las que más valoraba.
En cambio nunca le había comentado cuánto necesitaba ser alguien. Como hombre, como escritor. Por él mismo, naturalmente. Y por su madre. Era la única forma que Jordan conocía de devolverle algo de lo mucho que había hecho por él, todo a lo que había renunciado, todo lo que había trabajado.
Sin embargo, nunca había compartido estos sentimientos con Dana, ni con nadie más. Nunca había compartido ese dolor íntimo, esa culpa asfixiante, ni esa necesidad desesperada.
Dejaría todo eso de lado y se concentraría en reconstruir lo que pudiera y en comenzar de cero todo lo demás.
El héroe de su novela no era el único que buscaba la redención.
Dana esperó hasta que hubo pintado toda una pared en lo que sería la sala principal del salón de belleza de Zoe. Esa mañana se había mordido la lengua una docena de veces, se había convencido a sí misma de no decir nada y después había comenzado todo el proceso de nuevo.
Al final llegó a la conclusión de que sería un insulto a la amistad permanecer callada.
—Me he acostado con Jordan.
Lo dijo de repente y mantuvo los ojos fijos en la pared que estaba pintando. Esperó a que sus amigas estallaran en comentarios y preguntas.
Cuando pasaron cinco segundos de un profundo silencio, giró la cabeza y vio que Malory y Zoe se estaban mirando.
—¿Ya lo sabíais? ¿Lo sabíais? ¿Queréis decirme que ese arrogante y engreído hijo de puta corrió a vanagloriarse ante Flynn de que me había follado?
—No. —Malory a duras penas ahogó una carcajada—. Al menos que yo sepa. Y estoy segura de que si Jordan hubiera dicho algo a Flynn, Flynn me lo hubiera contado. Realmente no lo sabíamos. Solo que…
Se interrumpió y miró el techo.
—Nos preguntábamos cuánto tiempo pasaría sin que vosotros dos os liarais —añadió Zoe—. En realidad, pensamos en hacer una apuesta, pero decidimos que quedaría un poco grosero. Hubiera ganado yo —comentó—. Creía que hoy sería el gran día. Malory pensaba que aguantaríais una semana más.
—Bien. —Dana se llevó las manos a las caderas—. ¡Qué detalle tan distinguido!
—No llegamos a apostar —intervino Malory—. Ya ves que somos buenas amigas, porque no subrayamos que tú nos estás contando lo que ha pasado y si Jordan hiciera lo mismo sería un arrogante y engreído hijo de puta.
—Me he quedado sin palabras.
—No, por favor. —Zoe sacudió la cabeza—. Al menos no antes de que nos cuentes cómo ha sido. ¿Quieres puntuar en una escala del uno al diez o hacer una descripción retrospectiva?
A Dana se le escapó la risa sin poder reprimirla.
—No sé por qué me gustáis.
—Por supuesto. Vamos —la conminó Zoe—, cuéntanos. Te mueres por hacerlo.
—Ha sido grandioso, y no solo porque yo estuviera lista para una combustión espontánea. Echaba de menos estar con él. Crees que se puede olvidar una conexión tan íntima con alguien, pero no es así. De verdad. Siempre nos lo hemos pasado bien en la cama, pero ahora es mejor.
Zoe emitió un largo suspiro.
—¿Ha sido romántico o enloquecido?
—¿Cuál de las veces?
—Ahora la que se jacta eres tú.
Con una carcajada, Dana comenzó a pintar nuevamente.
—Hace mucho que no tengo nada de lo que jactarme.
—¿Cómo tienes pensado manejarlo? —preguntó Malory.
—¿Manejar qué?
—¿Tienes pensado decirle que lo quieres?
La pregunta provocó una pequeña sombra en el extremo de su alegría.
—¿Qué sentido tiene? Jordan se echará para atrás o se sentirá culpable por no hacerlo.
—Si eres sincera con él…
—Esa es tu forma de actuar —la interrumpió Dana—. Fue la forma en que manejaste lo que sentías por Flynn. Está bien para ti, Mal, y para él; pero para mí… Bueno, esta vez no espero nada de Jordan, y estoy dispuesta a asumir la responsabilidad de mis propias emociones y sus consecuencias. A lo que no estoy dispuesta es a poner mi gran y tierno corazón en sus manos y obligarle a elegir. Lo que ahora tenemos está bien para mí. Por el momento. Ya nos preocuparemos por el mañana cuando llegue.
—Hum…, no voy a llevarte la contraria —empezó a decir Zoe—. Quizá necesites tomarte un tiempo, dejar que el asunto se estabilice o evolucione. Además, quizá deba ser así. Es parte de la búsqueda.
El rodillo saltó en la mano de Dana.
—¿Que me acueste con Jordan es parte de la búsqueda? ¿Cómo diablos se relaciona?
—No hablo específicamente de sexo. Si bien el sexo es, digámoslo así, una magia muy poderosa.
—Ya. Bien, quizá los dioses cantaron y las hadas lloraron. —Dana pasó nuevamente el rodillo por la pared—. Pero no pienso que hacer el amor con Jordan me lleve a la llave.
—Hablo de la relación, la conexión, como lo quieras llamar. Lo que había entre vosotros, lo que hay y lo que habrá. —Zoe hizo una pausa mientras Dana bajaba el rodillo y se volvía con una mirada expectante—. ¿No concuerda con lo que te dijo Rowena acerca de la llave? —continuó—. ¿No puede ser parte de todo el asunto?
Por un momento Dana no dijo nada; luego sumergió el rodillo en la pintura.
—Bueno, es otro detalle a tener en cuenta. Tiene algo de lógica, Zoe; pero no veo en qué ayuda. No creo que vaya a encontrar la llave de la Urna de las Almas enrollada en las sábanas la próxima vez que Jordan y yo hagamos el amor, pero es un punto de vista interesante que será divertido explorar.
—Quizá sea más bien algo o algún lugar que, para ti, o para los dos, tuviera un significado especial en otro tiempo. Y ahora. Y más adelante. —Zoe alzó las manos—. No sé explicarlo.
—Sí que sabes —la corrigió Dana al tiempo que aparecía una arruga entre ambas cejas—. No puedo recordar nada de momento, pero me esforzaré. Quizá hable con Jordan sobre esto. No se puede negar que forma parte de este asunto, así que puede ser útil.
—Solo quiero decir algo más. —Malory enderezó los hombros—. El amor no es una carga, para nadie. Y si Jordan piensa algo diferente, no es digno de ti.
Después de un momento de sorpresa, Dana dejó el rodillo. Caminó hacia Malory, se agachó y le dio un beso en la mejilla.
—Eres un sol.
—Te quiero. Os quiero a las dos. Y cualquiera que no corresponda a vuestro amor es un retrasado mental.
—Anda, que también te mereces un abrazo. —Dana se lo dio—. Pase lo que pase, me alegro de teneros como amigas.
—Qué bonito suena. —Zoe echó a cada una un brazo por los hombros—. Estoy muy contenta de que Dana haya hecho el amor, así hemos podido vivir este momento.
Con una carcajada, Dana les dio un pequeño codazo.
—Veré qué puedo hacer esta noche, y quizá mañana lo celebremos con una buena llantina.