Dana Steele se consideraba una mujer flexible y libre de prejuicios, con una ración considerable de paciencia, tolerancia y humor.
Bastantes personas no estarían de acuerdo con este autorretrato.
Pero ¿qué sabían?
En un mes, y sin que se debiera a nada que se hubiera propuesto, su vida había dado un giro que la había sacado de su curso habitual y había entrado en un territorio tan extraño e inexplorado que no podía explicarse la ruta ni el motivo ni siquiera a sí misma.
¿No se dejaba llevar?
Había encajado el golpe cuando Joan, la maligna directora de la biblioteca, promocionó a su propia sobrina política, descartando a otras candidatas más cualificadas, más responsables, más astutas y por cierto más atractivas. Lo había asimilado, ¿no era verdad?, y había hecho su trabajo.
Cuando esa promoción totalmente inmerecida causó unas restricciones que hicieron que se redujeran al mínimo las horas de trabajo y la nómina de cierta empleada más cualificada, ¿acaso había dado una paliza brutal a la despreciable Joan y a la siempre coqueta Sandi?
No, no lo había hecho, lo que a juicio de Dana demostraba su extremo autocontrol.
Cuando la sanguijuela de su ávido casero le aumentó el alquiler coincidiendo con la disminución de su salario, ¿lo cogió con ambas manos por su flaco cuello y apretó hasta que los ojos se le salieran de las órbitas?
Una vez más había demostrado un autocontrol de proporciones heroicas.
Estas virtudes podían haber sido su recompensa, pero Dana disfrutaba de unos beneficios más tangibles.
Quien dijo aquello de que una puerta se abre cuando una ventana se cierra no conocía demasiado a los dioses celtas. La puerta de Dana no se había abierto: había explotado con tal violencia que se había salido de sus goznes.
Después de todo lo que había visto y hecho en las últimas cuatro semanas, tras haberse visto envuelta en tantos acontecimientos durante ese tiempo, resultaba difícil creer que Dana se encontrara tumbada en el asiento trasero del coche de su hermano recorriendo otra vez el abrupto y serpenteante camino que llevaba a la enorme mansión del Risco del Guerrero. ¡Y lo que la esperaba allí!
La primera vez que había visitado el Risco había sido después de recibir una invitación para «tomar cócteles y conversar». La misteriosa invitación provenía de Rowena y Pitte, y, además de ella, solo la habían recibido otras dos mujeres. En esta ocasión el tiempo no era tormentoso, como entonces. En aquel momento se encontraba sola. En cambio, esta vez sabía exactamente a lo que se enfrentaba.
Con indiferencia, abrió una libreta que llevaba consigo y leyó el resumen que tenía escrito de la historia que había escuchado en su primera visita al Risco del Guerrero.
El joven dios celta que se convertiría en rey se enamora de una joven de raza humana durante su estancia tradicional en la dimensión de los mortales (lo que relaciono con el descanso primaveral). Los padres del joven semental lo consienten, se saltan las normas y le permiten que lleve a la doncella consigo al reino de los dioses, al otro lado de lo que recibe el nombre de Cortina de los Sueños o Cortina del Poder.
Algunos de los dioses aceptan la situación, pero otros se enfadan. Surgen guerras, rencillas e intrigas políticas.
El joven dios se proclama rey y corona reina a su esposa humana. Tienen tres hijas.
Cada una de las hijas —eran semidiosas— tiene un talento o don específico: una, el arte y la belleza; otra, la sabiduría y la verdad; y la tercera, la valentía y el coraje.
Las hermanas crecen juntas y felices y llegan a la adolescencia, tra-la-la, bajo la mirada vigilante de la maestra y el guerrero guardián, a quienes el dios rey ha asignado esa tarea.
La maestra y el guerrero se enamoran, lo que hace que se debilite la vigilancia que ejercen sobre las muchachas.
En el ínterin, los malvados diseñan sus planes. No les complace que seres humanos o semihumanos habiten su mundo enrarecido, en especial si ostentan posiciones de poder. Las fuerzas oscuras se ponen a trabajar. Un brujo de mente especialmente perversa —quizá relacionado con Joan, la de la biblioteca— asume el mando. Un hechizo cae sobre las tres hermanas mientras la maestra y el guerrero se miran con arrobo. Sus almas han sido robadas y encerradas bajo llave en un cofre de cristal conocido como la Urna de las Almas. Esta solo puede ser abierta con tres llaves utilizadas por manos humanas. Si bien los dioses saben dónde encontrar las llaves, ellos no pueden romper el hechizo ni liberar las tres almas.
Se destierra a la maestra y al guerrero y son enviados a través de la Cortina de los Sueños al mundo humano. Allí, en cada generación nacen tres mujeres de raza humana que tienen los medios para encontrar las tres llaves y poner fin a la maldición. La maestra y el guerrero tienen que encontrar a esas mujeres, y ellas deben tener la posibilidad de aceptar la búsqueda o rechazarla.
Cada una de esas tres mujeres debe encontrar una llave en el plazo de una fase lunar. Si la primera de ellas fracasa, el juego termina, lo que entraña un castigo: cada una perderá un año no determinado de su vida. Si la primera mujer tiene éxito, la segunda prosigue la búsqueda, y de igual manera la tercera de ellas. Al comienzo de cada ciclo de cuatro semanas la maestra y el guerrero les revelan una pista irritantemente críptica: la única ayuda que se les permite dar a las tres mujeres elegidas.
Si se completa la búsqueda, la Urna de las Almas se abrirá y las Hijas de Cristal recuperarán su libertad. Y cada una de las tres mujeres recibirá la bonita suma de un millón de dólares.
Una bonita historia, reflexionó Dana. Bonita mientras ignoraba que no era ficción, sino realidad. Bonita mientras no sabía que ella misma era una de las tres mujeres que tenían los medios de abrir la Urna de las Almas.
En el momento en que lo supo, todo se complicó.
Añadamos un dios hechicero, moreno y poderoso llamado Kane que realmente quiere que una fracase y que puede hacer que veas algo que no está presente —o que no veas lo que sí lo está—, y todo se vuelve más difícil todavía.
Aunque también tiene aspectos positivos. Esa primera noche Dana había conocido a dos mujeres que habían resultado ser dos personas muy interesantes, y pronto sintió que las conocía de toda la vida. Dana pensó que eso estaba muy bien, puesto que las tres trabajarían en el mismo asunto.
Además, una de las mujeres resultó ser para su hermano el amor de su vida.
Malory Price, una mujer ordenada con corazón de artista, no solo había ganado la partida a un brujo milenario, sino que también había encontrado la llave y abierto la cerradura de la Urna de las Almas.
Y todo en menos de cuatro semanas.
Sería muy difícil para Dana y su compañera Zoe igualar esa hazaña.
Por suerte, reflexionó Dana, tanto ella como Zoe no vivían un romance que las distrajera. Y ella no tenía un hijo del que preocuparse, como Zoe.
De ninguna manera. Dana Steele era libre como el viento, no había nada que la apartara de su objetivo: el premio.
Si era a ella a quien le tocaba jugar, sería mejor que Kane preparara sus cartas.
No es que estuviera en contra de un pequeño romance, pensó mientras cerraba el cuaderno y observaba los árboles a través de la ventanilla del coche: le gustaban los hombres. Bueno, la mayoría de ellos. Hasta había estado enamorada, hacía un millón de años. Por supuesto, se trataba del resultado de la estupidez juvenil. Ahora era mucho más sensata.
Jordan Hawke había vuelto temporalmente a Pleasant Valley hacía unas semanas y había podido engatusar a sus compañeros para formar parte de la búsqueda; pero ya no formaba parte del mundo de Dana.
En su mundo, Jordan no existía. Excepto si se retorciera de dolor o sufriera algún accidente anómalo y horrible o una enfermedad que lo discapacitara o lo desfigurara.
Lamentaba que su hermano Flynn tuviera el mal gusto de ser su amigo; pero se lo podía perdonar, incluso podía otorgar algún mérito a su amistad y lealtad, porque Flynn, Jordan y Bradley Vane eran compañeros desde la infancia.
De una u otra forma, tanto Jordan como Brad estaban relacionados con la búsqueda. Era algo que Dana tendría que tolerar mientras esta durara.
Cuando Flynn torció para entrar por la verja abierta, ella giró la cabeza para contemplar uno de los dos guerreros de piedra que custodiaban la entrada de la mansión.
«Enorme, guapo y peligroso», pensó Dana. Siempre le habían gustado los hombres así, aunque fueran estatuas.
Se incorporó, pero dejando sus largas piernas apoyadas sobre el asiento, pues para ella era la única forma de viajar con comodidad en la parte de atrás de un coche.
Era una mujer alta, con la figura de una amazona: habría hecho buena pareja con el guerrero de piedra. Se peinó con los dedos su larga cabellera morena. Desde que Zoe, la estilista en paro que era su mejor amiga, le había cortado el pelo y le había puesto reflejos, este caía con las puntas hacia dentro de forma natural y sin ningún esfuerzo. Le ahorraba tiempo por las mañanas, lo que era de agradecer, ya que esas horas del día no eran su mejor momento. El corte de pelo le quedaba muy bien y halagaba su vanidad.
Sus ojos, de un marrón oscuro profundo, se fijaron en la elegante mansión de piedra negra que era el Risco del Guerrero. En parte castillo, en parte fortaleza, en parte fantasía, se extendía sobre la elevación y se levantaba hasta el cielo, translúcido como un cristal.
En sus numerosas ventanas brillaban algunas luces, pero Dana adivinaba numerosos secretos ocultos por las sombras.
Había vivido en el valle que se encontraba a sus pies la totalidad de sus veintisiete años, y siempre le había fascinado el Risco. Por su forma y por estar construido sobre una colina que se elevaba por encima de su pequeña y bonita ciudad, siempre le había parecido como salido de un cuento de hadas, y no en una versión edulcorada.
A menudo se había preguntado cómo sería vivir allí, pasear por las habitaciones, caminar a lo largo del parapeto u observar el valle desde la torre. Vivir tan alto, en una soledad tan magnífica, con la majestad de las montañas y el encanto de los bosques a solo unos pasos de la puerta.
En ese momento se dio la vuelta, de manera que su cabeza quedó entre la de Flynn y Malory.
¡Hacían tan buena pareja!, pensó. Flynn con su modo de ser aparentemente tan fácil de llevar; Malory con su necesidad de orden. Flynn con sus ojos verdes y perezosos; Malory con los suyos de color azul, brillantes y atrevidos. Por un lado Mal con sus trajes elegantes y conjuntados, y por otro Flynn, que alababa su suerte si podía encontrar un par de calcetines iguales.
Sí, decidió Dana, eran el uno para el otro.
Ahora consideraba a Malory como una hermana otorgada por las circunstancias y el destino. En realidad, esa era también la forma en que Flynn se había convertido en su hermano cuando el padre de Dana y la madre de Flynn se habían casado, uniendo sus familias.
Cuando su padre enfermó, se había apoyado mucho en Flynn. Suponía que se habían apoyado mutuamente más de una vez: cuando los médicos recomendaron que su padre se mudara a un clima más cálido, cuando la madre de Flynn había dejado la responsabilidad de dirigir El Correo del Valle en manos de su hijo, quien se encontró de repente al frente del periódico de un pequeño pueblo en lugar de realizar su sueño de desarrollar sus habilidades periodísticas en Nueva York.
Cuando el chico que amaba la dejó.
Cuando la mujer con la que quería casarse lo dejó a él.
Sí, se tenían el uno al otro, en las duras y en las maduras. Ahora, cada uno a su manera, tenían a Malory. Era una forma adecuada de equilibrar la balanza.
—Bueno —dijo Dana poniendo sus manos en los hombros de ambos—, allá vamos otra vez.
Malory se volvió y le dedicó una sonrisa fugaz.
—¿Nerviosa?
—No demasiado.
—Esta noche te toca a ti, o a Zoe. ¿Quieres que te elijan?
Ignorando las mariposas que revoloteaban en su estómago, Dana se encogió de hombros.
—Solo deseo seguir con el juego. No sé por qué debemos soportar toda esta ceremonia. Ya sabemos cuál es el trato.
—Sí, una cena gratis —le recordó Flynn.
—Así es. Me pregunto si Zoe habrá llegado ya. Podremos averiguar lo que nuestros anfitriones, Rowena y Pitte, han conseguido en la tierra de la leche y la miel, y luego seguiremos con el espectáculo.
En cuanto el coche se detuvo, salió de él y, con las manos apoyadas en las caderas, se quedó mirando hacia la mansión mientras un anciano de pelo blanco se apresuraba a coger las llaves del coche.
—Quizá tú no estés nerviosa. —Malory se puso a su lado y la tomó del brazo—. Pero yo sí que lo estoy.
—¿Por qué? Ya mojaste tu bizcocho.
—Todavía estamos todos involucrados. —Miró la bandera blanca con el emblema de la llave que ondeaba sobre la torre.
—Intenta pensar en positivo. —Dana respiró hondo—. ¿Estás lista?
—Sí, si tú lo estás.
Malory cogió la mano de Flynn. Caminaron hacia las enormes puertas de entrada, que se abrieron en cuanto se acercaron.
Rowena se encontraba bajo las luces encendidas y su cabello parecía una tormenta de fuego cayendo sobre el vestido de terciopelo color zafiro. Sus labios se curvaban en una sonrisa de bienvenida; sus exóticos ojos verdes brillaban.
Sus orejas, muñecas y dedos ostentaban piedras preciosas. Una cadena larga y trenzada le caía hasta la cintura y sostenía un cristal tan claro como el agua y tan grueso como el puño de un bebé.
—Bienvenidos. —Su voz, grave y musical, parecía traer acentos de bosques y grutas donde podrían morar las hadas—. Me alegra mucho veros. —Cogió las manos de Malory y luego se agachó para besarla en las dos mejillas—. Tenéis una apariencia magnífica.
—Como la que tienes tú, siempre.
Con una leve risa, Rowena alargó su mano para coger la de Dana.
—Y tú, qué chaqueta tan preciosa. —Pasó los dedos por la manga de suave piel; pero mientras hablaba sus ojos miraban por encima de ellos, hacia la puerta—. ¿No habéis traído a Moe?
—No nos ha parecido oportuno traer un perro tan grande y torpe —dijo Flynn.
—Moe siempre es bienvenido. —Rowena se puso de puntillas para darle a Flynn un beso rápido en la mejilla—. Debéis prometerme que la próxima vez lo traeréis. —Se agarró del brazo de Flynn—. Venid, estaremos más cómodos en el salón.
Cruzaron el enorme vestíbulo con suelo de mosaico y atravesaron un ancho arco que daba paso al salón, un cuarto espacioso iluminado por el fuego de la gran chimenea y por la luz de docenas de velas blancas.
Pitte se hallaba junto a la repisa de la chimenea sosteniendo en la mano un vaso lleno con un líquido ambarino. «El guerrero de la entrada», pensó Dana. Era alto, moreno, peligrosamente guapo, con una figura musculosa y trabajada que el elegante traje negro no podía disimular.
Resultaba fácil imaginarlo con una armadura liviana y una espada en la mano, o montado en un gran caballo negro con una capa que ondeara mientras galopaba.
Cuando entraron en la sala, hizo una inclinación leve y cortesana.
Dana iba a comenzar a hablar, cuando observó un movimiento con el rabillo del ojo. La amistosa sonrisa desapareció de su rostro, sus cejas se juntaron y sus ojos brillaron de irritación.
—¿Qué está haciendo aquí este individuo?
—Recibió una invitación —contestó Jordan secamente mientras elevaba su copa.
—Desde luego. —Con suavidad, Rowena colocó una copa de champán en la mano de Dana—. Pitte y yo estamos encantados de teneros a todos esta noche. Por favor, siéntete como en tu casa. Malory, tienes que contarme cómo van los planes de tu galería.
Con otra copa de champán y un pequeño empujón, Rowena hizo que Malory se dirigiera a una silla. Después de echar una mirada a la cara de su hermana, Flynn decidió reservar su valor para otra ocasión y las siguió.
Poco predispuesta a dar marcha atrás, Dana tomó un sorbo de champán y miró a Jordan por encima del borde de la copa con el entrecejo fruncido.
—Tu parte en esto ha terminado.
—Quizá sí, quizá no. De todos modos, cuando recibo una invitación para cenar de parte de una hermosa mujer la acepto, y más si se trata de una diosa. Buena tela —comentó mientras rozaba con los dedos el puño de la chaqueta de Dana.
—No me toques. —Con un movimiento alejó el brazo, y luego cogió un canapé de una bandeja—. No te cruces en mi camino.
—No estoy en tu camino —dijo con voz tranquila, y tomó un largo sorbo de su bebida.
Aunque Dana llevaba botas con tacones, el hombre era unos veinte centímetros más alto. Eso constituía otra razón para encontrarlo irritante. Como Pitte, podría haber posado como modelo de uno de los guerreros de piedra de la entrada. Su metro noventa de estatura estaba bien estructurado. El pelo oscuro se hubiera beneficiado con una visita al peluquero, pero ese estilo algo revuelto y algo descuidado, un poco demasiado largo, se adecuaba a la fuerza de su rostro.
Era, siempre lo había sido, extremadamente guapo, con unos brillantes ojos azules bajo las cejas negras, nariz larga, boca amplia y unos músculos bien trabajados que se combinaban en un aspecto que podía ser encantador o intimidatorio, según sus propósitos.
Dana pensó que lo peor era que poseía una mente ágil e inteligente dentro de ese cráneo tan duro como una roca, y un talento innato que lo había convertido en un novelista de éxito arrollador antes de cumplir los treinta.
Hubo una época en la que Dana creyó que podrían construir una vida juntos; pero, al parecer, Jordan había preferido su fama y su fortuna antes que a ella.
En el fondo de su corazón, nunca lo había perdonado por ello.
—Hay otras dos llaves —le recordó el hombre—. Si encontrarlas es importante para ti, debes agradecer todo tipo de ayuda. Sin que te importe de quién proviene.
—No necesito tu ayuda, de manera que puedes volverte a Nueva York cuando quieras.
—Quiero ver qué pasa. Será mejor que te hagas a la idea.
Dana resopló y comió otro canapé.
—¿Por qué te interesa tanto?
—¿De verdad quieres saberlo?
La mujer se encogió de hombros.
—No me importa en absoluto; pero pensaba que incluso con tu limitada sensibilidad te darías cuenta de que si te alojas en casa de Flynn estás destruyendo el nido de dos tortolitos.
Jordan miró hacia donde le señalaba y observó a Flynn sentado junto a Malory jugando distraídamente con un rizo de su pelo rubio.
—Sé cómo mantenerme apartado de su camino. Malory es buena para él —agregó Jordan.
A pesar de todo lo que podía decir en contra de Jordan —y tenía mucho en su contra—, Dana no podía negar que él sentía afecto por Flynn. De manera que se tragó su amargura y enjuagó su boca con un sorbo de champán.
—Sí, lo es. Forman una buena pareja.
—Malory no quiere irse a vivir con él.
Dana parpadeó.
—¿Flynn se lo ha pedido? ¿Le ha pedido que se fuera a vivir con él? ¿Y ella se ha negado?
—No exactamente; pero ella puso condiciones.
—¿Cuáles son?
—Que ponga algunos muebles en el salón y reforme la cocina.
—¿Bromeas? —La idea hizo que Dana se sintiera risueña y sentimental a la vez—. Así es nuestra Mal. Antes de que Flynn se dé cuenta, habitará un hogar verdadero, y no un edificio con puertas y ventanas y un montón de cajas de embalaje.
—Ha comprado platos. De esos que se lavan y no se tiran a la basura.
Se estaba divirtiendo, y unos hoyuelos aparecieron en sus mejillas.
—No me lo creo.
—También tenedores y cuchillos que no son de plástico.
—Oh, cielos, ahora será el turno de las copas de cristal.
—Eso me temo.
Dana soltó una carcajada, provocada por los cambios de su hermano.
—Se ha tragado el anzuelo por completo.
—Echaba de menos escucharte —murmuró Jordan—. Es la primera vez que te oigo reír con ganas desde que regresé.
Dana se controló al instante.
—No tiene nada que ver contigo.
—¡Demasiado bien lo sé!
Antes de que Dana pudiera contestarle, Zoe McCourt entró en el salón caminando deprisa algunos pasos por delante de Bradley Vane. Parecía aturdida, irritada y molesta. «Como una sexy ninfa de los bosques que ha tenido un día especialmente malo», pensó Dana.
—Lo lamento. Lamento mucho llegar tan tarde.
Llevaba un vestido ajustado de color negro, con largas mangas ceñidas y una falda muy corta que resaltaba su delgadez y sus sinuosas curvas. Lucía un pelo corto, negro y brillante, que caía lacio, con un largo flequillo que acentuaba sus ojos color ámbar.
A su espalda Brad, con su traje italiano, parecía un príncipe salido de un cuento de hadas.
Al verlos juntos, Dana pensó que formaban una pareja notable, si no se tenía en cuenta la frustración que emanaba de Zoe ni la rigidez poco habitual en la postura de Brad.
—No seas tonta. —Rowena ya se acercaba hacia ellos—. No llegáis tarde en absoluto.
—Sí, lo sé. Es por mi coche. He tenido problemas con él. Se supone que lo habían reparado, pero… Bueno, le estoy muy agradecida a Brad, que me ha visto y se ha ofrecido a traerme.
No parecía agradecida, notó Dana. Parecía cabreada, y el acento de Virginia en la voz proporcionaba un tono de crispación a su enfado.
Rowena emitió unas frases de conmiseración mientras ofrecía una silla a Zoe y le servía champán.
—Pienso que podía haberlo solucionado —murmuró Zoe.
—Quizá sí. —Con gratitud manifiesta, Bradley aceptó un trago—. Pero habrías acabado toda llena de grasa. Entonces habrías necesitado volver a tu casa para cambiarte, y habrías llegado más tarde aún. No es una ofensa aceptar que alguien te traiga en su coche, si es alguien que conoces y que va al mismo lugar y a la misma hora.
—Ya te he dicho que te lo agradecía —contestó Zoe, y después respiró profundamente—. Lo siento —añadió dirigiéndose a todos en general—. Es uno de esos días. Además, estoy muy nerviosa. Espero no haberos retrasado.
—En absoluto. —Rowena le pasó una mano por los hombros, y en ese momento un sirviente apareció bajo el arco y anunció la cena—. ¿Lo ves? Justo a tiempo.
No todos los días te encontrabas comiendo costillar de cordero en un castillo situado en la cima de una montaña de Pensilvania. El que el comedor tuviese unos techos de más de cuatro metros de altura, arañas destellantes con lágrimas de cristal blanco y rojo y una chimenea de granito color rubí que podría albergar a toda la población de Rhode Island añadía majestuosidad a la escena.
La atmósfera debería haber sido intimidante y formal, pero era acogedora. Dana se dijo que aquel no era el típico lugar en el que te zamparías una pizza de pepperoni, sino un bonito sitio para compartir una comida exquisitamente preparada con gente interesante.
La conversación fluía: viajes, libros, trabajo… Eso le mostró a Dana el poder de sus anfitriones. No era lo habitual que una bibliotecaria de un pequeño pueblo situado en el valle se sentase a cenar a la misma mesa con un par de dioses celtas, pero Rowena y Pitte lograban que aquello pareciera normal.
Lo que había de llegar, el siguiente paso de la búsqueda, era un tema que nadie mencionaba.
Como estaba sentada entre Brad y Jordan, Dana se dedicó a Brad y pasó la mayor parte de la cena ninguneando a su otro compañero de mesa.
—¿Qué has hecho para que Zoe esté furiosa contigo?
Brad lanzó una breve mirada al otro lado de la mesa.
—Al parecer, he respirado.
—Vamos —dijo Dana dándole un leve codazo—, Zoe no es así. ¿Qué has hecho? ¿Has intentado ligar con ella?
—No he intentado ligar con ella. —Después de años de entrenamiento, pudo mantener la voz baja, pero se percibía un tono agrio en ella—. Quizá le haya molestado que no haya querido hurgar en el motor de su coche, y que tampoco la haya dejado hurgar a ella, porque los dos íbamos arreglados para la cena y ya era tarde.
Dana alzó las cejas.
—Bueno, bueno, diría que ella también te ha mosqueado a ti.
—No me gusta que me llamen prepotente y mandón solo por señalar algo que es obvio.
Dana sonrió y se agachó para pellizcarle la mejilla.
—Pero, cielo, tú eres prepotente y mandón. Y yo te quiero por esa razón.
—Ya, ya, ya. —Sus labios querían sonreír—. Entonces, ¿cómo es que entre tú y yo nunca ha habido sexo loco y salvaje?
—No lo sé. Recuérdame que retomemos ese tema otro día. —Pinchó otro pedazo de cordero—. Me imagino que habrás estado en montones de cenas distinguidas como esta, en lugares distinguidos como este.
—No hay ningún lugar como este.
A Dana le resultaba fácil olvidar que su viejo amigo Brad era Bradley Charles Vane IV, heredero forzoso de un imperio maderero que había creado una de las cadenas más grandes y accesibles de venta de muebles y accesorios para el hogar: Reyes de Casa; pero ver lo bien que encajaba en aquel ambiente sofisticado le había recordado que Brad era mucho más que un chico sencillo.
—¿Tu padre no compró un enorme castillo en Escocia hace unos años?
—Una casa solariega en Cornualles; pero sí, es un lugar increíble. No está comiendo mucho —murmuró señalando a Zoe con un leve movimiento de la cabeza.
—Es solo que está nerviosa. Igual que yo —comentó Dana, y luego cortó otro trozo de cordero—; pero no hay nada que me quite el apetito. —Oyó reír a Jordan, y aquel sonido profundo y masculino reptó por su piel. Con parsimonia, se comió la carne—. Absolutamente nada.
Estaba empleando la mayor parte del tiempo en actuar como si él no existiera, y el resto lo empleaba en atacarlo. Jordan pensó que esa era la conducta habitual de Dana en lo que se refería a él.
Debería estar acostumbrado.
Así que el hecho de que le fastidiase tanto era problema suyo. Al igual que era su misión encontrar la forma de que volviesen a ser amigos.
Tiempo atrás habían sido amigos. Y mucho más. Era culpa de él que ya no lo fuesen, y tendría que cargar con eso. Pero ¿durante cuánto tiempo se suponía que un hombre había de pagar por haber finalizado una relación? ¿No prescribía esa culpa?
Cuando todos se dirigieron al salón para tomar café y coñac, se dijo que Dana tenía un aspecto magnífico. Aunque lo cierto es que a él siempre le había gustado su aspecto, incluso cuando era una cría, demasiado alta para su edad y mofletuda, recuerdo del bebé rollizo que había sido.
Ya no quedaban evidencias de aquel bebé rollizo. Solo había curvas, montones de curvas espléndidas.
Reparó en que se había hecho algo en el pelo, un arreglo de esos de chicas que añadía una luz misteriosa a su densa melena castaña, y que hacía que sus ojos pareciesen más oscuros y profundos. Dios, ¿cuántas veces había sentido que se ahogaba en aquellos ojos de un intenso color chocolate?
¿No tenía derecho a salir a tomar aire?
En cualquier caso, había sido claro al hablar con Dana. Había regresado y ella tendría que acostumbrarse a eso. Y también tendría que acostumbrarse a que él fuera parte de aquel lío en el que se había metido.
Debería relacionarse con él. Y sería un placer tener la seguridad de que tendría que relacionarse con él tan a menudo como fuese posible.
Rowena se puso en pie. Hubo algo en su movimiento, en su aspecto, que despertó en Jordan un recuerdo lejano. Luego ella siguió adelante, sonrió, y el momento pasó.
—Si estáis preparadas, deberíamos empezar. Creo que es más adecuado que continuemos en la otra sala.
—Yo estoy preparada. —Dana se levantó y miró a Zoe—. ¿Y tú?
—Sí. —Aunque había palidecido un poco, cogió con fuerza la mano de Dana—. La primera vez todo lo que podía pensar era que no quería ser la primera. Ahora ya no lo sé.
—Yo tampoco.
Recorrieron el gran vestíbulo hasta la siguiente sala. Jordan sabía que era inútil que se preparara para lo que iba a ver. El cuadro lo abrumó, como había ocurrido la primera vez que lo había contemplado. Los colores, su extraordinario brillo, la alegría y la belleza del tema y su ejecución. Y la conmoción de ver el cuerpo de Dana, el rostro de Dana…, los ojos de Dana que le devolvían la mirada desde el lienzo.
Las Hijas de Cristal.
Las jóvenes tenían nombres, y ahora Jordan los conocía: Niniane, Venora y Kyna; pero cuando contemplaba el retrato las veía y pensaba en ellas como si fueran Dana, Malory y Zoe.
El mundo que las rodeaba era un paraíso en el que resplandecía la luz del sol y las flores.
Malory, ataviada con un vestido de color azul lapislázuli, con sus bucles dorados que le llegaban casi hasta la cintura, tenía un arpa en el regazo. Zoe estaba de pie, esbelta y erguida, con un traje de un verde fulgurante, un perrito en brazos y una espada al cinto. Dana, con los ojos risueños y luminosos, iba vestida de un rojo intenso. Estaba sentada y sujetaba un rollo de pergamino y una pluma.
Había unidad en ese instante en aquel resplandeciente mundo que se escondía tras la Cortina de los Sueños; pero era solo un momento, y el final ya estaba al acecho.
En la espesura más profunda del bosque, la sombra de un hombre. Sobre las baldosas plateadas, una serpiente se deslizaba sinuosa.
Al fondo, debajo de las gráciles ramas de un árbol, se abrazaban dos amantes. La maestra y el guardián, demasiado absortos para percibir el peligro que acechaba a sus pupilas.
Y ocultas de manera astuta e ingeniosa en el cuadro, las tres llaves. Una con la forma de un pájaro que surcaba un cielo increíblemente azul; otra reflejada en el agua de la fuente que había detrás de las hermanas, y la tercera camuflada entre las ramas del bosque.
Jordan sabía que Rowena lo había pintado de memoria…, y que su memoria era amplia.
También sabía, por lo que Malory había descubierto y experimentado, que unos instantes después de aquel momento inmortalizado las almas de las tres jóvenes habían sido robadas y encerradas en una urna de cristal.
Pitte alzó una caja tallada y abrió la tapa.
—Aquí dentro hay dos discos, uno de ellos con el emblema de la llave. Quien elija el disco con el grabado será la encargada de encontrar la segunda llave.
—Como la otra vez, ¿vale? —Zoe apretó la mano de Dana—: Miramos las dos al mismo tiempo.
—De acuerdo. —Dana respiró lentamente. Mientras, Malory se acercó y posó una mano en su hombro y otra en el de Zoe—. ¿Quieres ser la primera?
—Caramba, creo que sí.
Zoe cerró los ojos, metió la mano en la caja y cogió un disco. Con los ojos abiertos y fijos en el cuadro, Dana tomó el otro.
Después cada una mostró el suyo.
—Bueno —Zoe se quedó mirando su disco y después el de Dana—, parece que me ha tocado el último turno.
Dana deslizó el pulgar por la llave grabada en su disco. Era algo pequeña aquella llave, una barra recta con una espiral en uno de los extremos. Tenía un aspecto sencillo, pero Dana había visto la auténtica…, había visto la primera llave en la mano de Malory, como oro ardiente, y sabía que no tenía nada de sencilla.
—De acuerdo, estoy lista. —Necesitaba sentarse, pero en vez de eso juntó las rodillas, que le temblaban. «Cuatro semanas», pensó. Contaba con cuatro semanas a partir de la luna nueva para hacer, si no lo imposible, al menos lo fantástico—. Ahora me daréis una pista, ¿verdad?
—Exacto. —Rowena cogió un pergamino y leyó—: «Conoces el pasado y buscas el futuro. Lo que fue, lo que es y lo que será está entretejido en el tapiz de toda vida. Con la belleza hay fealdad, con la sabiduría hay ignorancia, con el valor hay cobardía. Uno queda menguado sin su opuesto. Para conocer la llave, la mente debe reconocer al corazón, y el corazón debe celebrar a la mente. Halla tu verdad en sus mentiras, y lo que es real dentro de la fantasía. Donde una diosa camina, otra espera, y los sueños son solo recuerdos que han de llegar».
Dana cogió una copa de coñac y bebió un trago largo para deshacer el nudo que se había formado en su estómago.
—Es pan comido —dijo.