9

—Sólo trataba de evitar que os hicieran daño —explicó Abdel con la esperanza de que Jaheira lo perdonara por haberlas dejado a ella y a Imoen atrapadas.

No estaba siendo del todo honesto con ellas; aún no era capaz de hablar de lo ocurrido en el claro del bosque con Illasera. No podía admitir que había faltado muy poco para que se transformara en un monstruo incontrolable que hubiese destrozado a su amada y a su hermana con sus cuatro manos provistas de garras. Pero tenía que decirle algo a la semielfa.

El cerrajero que trabajaba para sacar el extremo de la llave de la cerradura de la celda de Jaheira, asintió.

—Fue una lucha muy reñida, señorita —comentó, ofreciendo a Abdel un apoyo que éste no había pedido—. No era lugar para dos señoritas.

La semielfa lanzó a Abdel una airada mirada y resopló con desdén, sin hacer ningún esfuerzo por ocultar su incredulidad.

—Pero no pareció importarte que Melissan participara en la lucha.

Imoen, liberada ya del calabozo merced a una llave de repuesto, se puso del lado de Jaheira.

—Además, sabemos apañárnoslas solas en una lucha, Abdel. Y tú lo sabes.

El aludido suspiró y clavó la vista en el suelo.

—Sí, lo sé —admitió. Aunque lo intentara no se le ocurría ninguna excusa más.

—Ya está, señorita. Puede salir —anunció el cerrajero, que se irguió y abrió la puerta de la celda de Jaheira.

—Voy a decírselo a Melissan —anunció Sarevok desde lo alto de la escalera.

El hermanastro de Abdel no había siquiera intentado descender por los empinados escalones que conducían a los calabozos. Aunque toda la sangre que le cubría la oscura armadura correspondía a sus víctimas, afirmaba haber salido malherido de la reciente refriega. Era evidente que Sarevok no compartía los extraordinarios poderes de regeneración de su hermanastro.

Imoen observó cómo se alejaba lentamente, cojeando, con una extraña expresión en el rostro.

—¡Ya lo tengo! —susurró en cuando el guerrero de la armadura se hubo marchado, renqueando—. Fue por Sarevok, ¿verdad?

Abdel asintió con la cabeza. No estaba seguro de adónde quería llegar Imoen, pero cualquier explicación que no fuese la verdad le serviría.

—¿Sarevok? —preguntó Jaheira, para inmediatamente contestarse ella misma—: Pues claro… aún no confías en él, ¿verdad?

Seguramente Abdel no era la persona más avispada de la Costa de la Espada, a él le gustaban las cosas simples e ir siempre al grano, pero tuvo la suficiente astucia como para aprovechar la oportunidad que le brindaban en bandeja de plata.

—Eso es —afirmó—. Temía que, aprovechando la confusión de la batalla, Sarevok tratara de haceros daño a alguna de vosotras dos. No podía correr ese riesgo.

Jaheira abrazó la enorme espalda de su amado con sus largos brazos y lo estrechó con inusitada fuerza.

—Oh, Abdel, lo siento tanto. Creí que Melissan…

—En vez de acabar la frase hundió la cara en el pecho de Abdel y lo abrazó si cabe con más fuerza.

Imoen propinó a su hermano un cariñoso puñetazo en un hombro antes de dirigirse hacia la escalera.

—Siempre pensando en nosotras…

El cerrajero salió tras las dos mujeres no sin antes dirigir a Abdel una sonrisa de admiración y un guiño de complicidad.

—Quiero respuestas, Melissan —exigió Abdel—. ¡Y las quiero ahora!

—Naturalmente ¿Qué quieres saber?

Abdel vaciló. Llegado el momento, no sabía qué preguntar. Por suerte Jaheira acudió en su ayuda.

—Todo —afirmó con aire de seguridad, al tiempo que lanzaba a la otra, más alta que ella, una mirada de evidente recelo—. ¿Por qué no nos dices todo lo que sabes?

El panorama que pintó Melissan no era nada halagüeño. La persecución de la prole de Bhaal se había extendido mucho más de lo que ninguno de ellos había imaginado, y ya abarcaba toda la Costa de la Espada así como el sur: los reinos de Amn, Tethyr e incluso Calimshan. Los hijos de Bhaal eran expulsados de sus hogares o encerrados en mazmorras, aunque en muchos otros casos simplemente eran linchados por las multitudes.

Muchas de las infortunadas víctimas ni siquiera eran conscientes de su contaminada herencia. Eran tan ajenos a la sangre inmortal que corría por sus venas como en el pasado lo habían sido Abdel e Imoen. Eran campesinos, mercaderes, tenderos; personas normales que llevaban una vida normal. Hasta que el exterminio comenzó.

—Pero ¿por qué ahora? —preguntó Imoen, en busca de una explicación a tal locura—. ¿Por qué después de todos estos años surge de pronto este odio hacia los hijos de Bhaal y son perseguidos?

—Por las profecías de Alaundo —repuso Jaheira—. Predicen que los hijos de Bhaal descargarán una tempestad de muerte sobre Faerun… tal vez incluso propiciarán el regreso del mismo Bhaal.

—La semielfa dice la verdad —admitió Melissan—, pero solamente conoce una parte de la historia, al igual que las masas que, en su ignorancia, están llevando a cabo su programa de genocidio.

Jaheira acusó el insulto.

—Un grupo muy poderoso encabeza la repentina oleada de odio hacia los hijos de Bhaal. Han sido ellos quienes han propagado esta locura a través de una campaña de miedo y calumnias, consiguiendo que los hijos de Bhaal no estén seguros ya en ningún sitio. Los responsables de las atrocidades cometidas contra ti y los de tu linaje se hacen llamar los Cinco.

—¿Los Cinco? Nunca he oído hablar de ellos —replicó Abdel.

Melissan se rió apenas aunque su voz permaneció seria.

—No me extraña nada, Abdel. Yo me enteré de su existencia hace sólo un par de años y desde entonces dedico mi vida a buscarlos. Ellos comparten tu misma sangre. Durante años te he buscado a ti y a otros como tú, sabiendo en todo momento que no era la única que trataba de localizar a los vástagos del Dios de la Muerte.

Imoen sacudió la cabeza.

—Espera un momento. No lo entiendo. ¿Estás diciendo que los Cinco son también hijos de Bhaal?

Con una seca inclinación de cabeza Melissan confirmó la suposición de la joven.

—Sí, los Cinco son hijos del Dios de la Muerte y sospecho que se cuentan entre los más poderosos aún con vida. Aunque, a decir verdad, apenas sé nada sobre ellos, ni siquiera cuántos son. En las culturas de Calimshan y Tethyr el cinco se considera un número maldito, de mal agüero. Es posible que los Cinco escogieran ese nombre por el miedo que inspiraría a las masas supersticiosas.

»Lo que puedo deciros —prosiguió— es que los Cinco ejercen una gran influencia política en Faerun, aunque siempre actúan entre bastidores. Se mantienen ocultos en las sombras y trabajan siguiendo un único propósito. Manipulan a sus semejantes para que los sigan y sean sus servidores valiéndose de mentiras y engaños. Ahora controlan ejércitos enteros, aunque la mayor parte de la tropa y de sus generales no se dan cuenta de a quién sirven.

—¿Y cuál es el propósito de los Cinco? —inquirió Abdel.

—Se trata de una sociedad secreta de fanáticos que consagran su vida a resucitar a su padre muerto matando a sus hermanos.

Abdel vaciló antes de formular la siguiente pregunta.

Todos parecían entender lo que Melissan estaba diciendo, y el fornido mercenario se resistía a dejar al descubierto su propia ignorancia. Pero tenía que entender. Era preciso que comprendiera aquello en todos sus detalles.

—¿De qué modo lograrán resucitar a Bhaal matando a sus demás hijos?

—Cada descendiente de Bhaal posee una esencia divina —explicó Melissan pacientemente—, que es una pequeña parte de la propia esencia de Bhaal. En algunos de sus vástagos no es más que una leve chispa, mientras que en otros es una infame hoguera.

»Cada vez que un hijo de Bhaal perece, se libera esa pequeña parte del divino espíritu del padre. El propósito de los Cinco es recoger la esencia del alma de su padre, ahora diseminada, reuniéndola pieza a pieza hasta formar una ardiente pira de la que el mismo Bhaal pueda renacer.

Sarevok, que hasta entonces se había mantenido silencioso a un lado, añadió su impasible voz a la conversación.

—Sabes que lo que Melissan dice es posible, Abdel. Tú mismo lo has experimentado, aunque en mucha menor escala. Cuando pusiste fin a mi vida mortal en las cavernas del subsuelo de Puerta de Baldur inconscientemente absorbiste mi esencia, lo que te permitió dar un pequeño paso más allá de la mera existencia mortal. Cuando volvimos a vernos sacrificaste voluntariamente una pequeña parte de ese espíritu divino para devolverme la vida y darme una segunda oportunidad.

Tenía sentido. Abdel no siempre había poseído esos extraordinarios poderes de recuperación. De hecho, cuanto más pensaba en ello, más cuenta se daba de que no se habían manifestado hasta después de matar a Sarevok. El mercenario no pudo evitar preguntarse si inconscientemente no habría absorbido asimismo parte de la esencia inmortal de Imoen. El mago Jon Irenicus la había transformado en el avatar de Bhaal, en un demonio de horrible aspecto, pero Abdel había luchado contra él y lo había vencido. Era posible que al vencerlo hubiera absorbido gran parte de la contaminada esencia de la muchacha. Eso explicaría por qué él era tan poderoso mientras que Imoen aún parecía… normal.

Mientras Abdel seguía batallando con las implicaciones de todo eso, Jaheira prosiguió con el interrogatorio.

—Parece que sabes mucho del tema. ¿En qué te incumbe a ti, Melissan? —El tono de Jaheira era más que un poco acusador.

—Yo también he oído las profecías —explicó la espigada mujer de negro—. Al igual que los Cinco, conozco las palabras de Alaundo y lo que predicen. He dedicado toda a mi vida a impedir el regreso de Bhaal a este mundo, como haría cualquier persona en su sano juicio.

»Durante muchos años luché contra un enemigo invisible. Sospechaba que un puñado de descendientes de Bhaal unirían fuerzas para propiciar su resurrección, pero no halle ninguna prueba de que ese culto subsistiera. Hace pocos años pude confirmar los rumores y mis sospechas. Y ahora estoy dispuesta a hacer todo lo que esté en mi mano para frustrar su loco propósito.

Jaheira no respondió. A Abdel le pareció que estaba meditando las palabras de Melissan, tratando de encontrar algún fallo o alguna mentira en ellas. Al fin la semielfa se dio por vencida y centró su atención en Sarevok.

—No pareces muy sorprendido de escuchar todo esto.

Abdel no alcanzaba a entender cómo su amada había podido juzgar nada basándose en las reacciones del impasible Sarevok, aunque la respuesta de su hermanastro confirmó que los instintos de Jaheira no le habían fallado.

—No es la primera vez que lo oigo, druida. Melissan me lo contó hace varios años.

—Es cierto —admitió la aludida, avanzándose a la reacción de Jaheira—. Cuando descubrí que los Cinco eran más que una negra sombra de mi imaginación busqué aliados, personas que tuvieran un interés personal en detener a esos hijos de Bhaal antes de que se hicieran tan poderosos como para orquestar la campaña de asesinatos que ahora vivimos.

—Buscaste a otros hijos de Bhaal para luchar contra los Cinco —comentó Imoen.

—Exacto, muchacha. ¿Quién mejor para ayudarme contra los hijos del Dios de la Muerte que su propia progenie? Por supuesto, en esa época no conocía la existencia de Abdel. Los escribas del alcázar de la Candela hicieron bien en enterrar su historia y borrar su nombre de todos los registros.

»Pero conocía a otro hijo de Bhaal que estaba adquiriendo rápidamente poder y fama, cuyo nombre era susurrado con miedo y respeto incluso por los peores criminales de la Costa de la Espada. Se trataba de un joven llamado Sarevok.

—Melissan vino a verme —Sarevok prosiguió el relato de los hechos con su habitual voz monocorde— para informarme de mi herencia y de todas sus implicaciones. Ella esperaba persuadirme para que colaborásemos aunque solamente fuese porque en ello me iba la vida. Pero la lacra de Bhaal en mi alma ya había empezado a consumirme. Así pues, en vez de unirme a ella en su lucha contra los Cinco juré que yo sería quien trajera a Bhaal de regreso al mundo mortal.

»Para ello tramé una guerra entre Nashkel y Puerta de Baldur, y cuando supe de la existencia de Abdel decidí matarlo y absorber su esencia para acrecentar mi poder.

Sobrevino un largo silencio casi acusador, que Melissan se encargó de romper.

—Ése es el peligro que se corre al asociarse con aliados nacidos del mal, que a menudo te traicionan. Ha sido una lección que me ha costado mucho aprender.

—¡Así pues lo sabías! —exclamó Jaheira en tono airado, apuntando a Sarevok con un dedo—. ¡Podrías habérnoslo contado sin necesidad de traernos a esta ciudad sitiada!

—Sí, podría haberos explicado esta historia —replicó Sarevok lentamente—. Pero ¿me habríais creído?

El silencio de Abdel y sus compañeras fue respuesta suficiente.

—Sean cuales sean las razones que te han traído hasta Saradush, me alegro de que estés aquí —declaró Melissan en tono solemne—. Por lo que Sarevok me ha dicho es posible que seas el único capaz de salvarnos del ejército invasor. Lo manda un guerrero llamado Yaga Shura.

—¿Yaga Shura? —Por alguna razón Abdel tuvo la corazonada de que aquel nombre no designaba únicamente al líder de un ejército, sino que tenía poder en sí mismo.

—Yaga Shura es uno de los Cinco —explicó Melissan—. Al igual que tú, también él es hijo de Bhaal. Al igual que tú, en su interior arde la esencia de su padre inmortal.

»Abdel, tú puedes salvarnos de Yaga Shura —susurró la mujer.

Para ser sincero Abdel tenía que admitir que no sabía qué iba a hacer. Se estaba ahogando en la oleada de información que Melissan había vertido en sus oídos. Su mente era incapaz de poner orden en todo lo que Melissan le había dicho.

—Esto es una locura —insistió Jaheira—. ¡Éste no puede ser el modo de liberarte del estigma de Bhaal! La solución no es derramar más sangre.

Docenas de descendientes de Bhaal habían sido asesinados por los ejércitos que secretamente y sin saberlo servían a los Cinco, e incontables otros habían muerto en los tumultos fruto del pánico que los Cinco habían ido provocando en todo Faerun. Aterrorizados, los hijos de Bhaal habían huido en busca de un salvador, de un refugio. Y habían encontrado a Melissan.

—Podemos eludir esta batalla, Abdel —dijo Imoen, apoyando el sentir de Jaheira—. Si pude hallar un modo de colarnos en la ciudad, hermano mayor, también hallaré el modo de escabullirnos.

Muchos de los descendientes de Bhaal que habían seguido a Melissan pertenecían al pueblo llano, eran gente humilde que se había visto arrastrada por una tempestad que hubiera imaginado. Si todos quienes habían buscado refugio en Saradush hubiesen sido como ellos, tal vez Melissan podría haberlos mantenido ocultos. Tal vez podría haberlos mantenido a salvo.

Pero había otros: figuras poderosas e influyentes, líderes políticos y militares, e incluso un general de alto rango del ejército de Calimshan. Cuando Gromnir y una compañía de sus legales habían llamado a las puertas de Saradush en demanda de refugio, los ojos rapaces de los Cinco se vieron atraídos hacia la ciudad.

—Si no les plantas cara y luchas ahora, los Cinco te perseguirán sin tregua, Abdel —le advirtió Melissan con palabras mucho más calmadas y racionales que las apasionadas súplicas de Jaheira e Imoen.

Los dirigentes de la ciudad habían ordenado a Gromnir y a sus tropas que siguieran su camino, pues no podían permitir que un ejército extranjero se estableciera dentro de las murallas de la ciudad. Pero Melissan les convenció y abrieron las puertas para ofrecer también a Gromnir el mismo refugio que a todos sus hermanos menos famosos.

—Tu sangre contaminada les atrae —prosiguió Melissan—. Al final darán contigo; al final tendrás que luchar. Tú únicamente puedes elegir cuando y dónde. ¿Por qué no aquí y ahora?

Gromnir y sus hombres se habían hecho con el control de la ciudad tras derrocar a sus dirigentes civiles esgrimiendo el pretexto de que eran más capaces de preparar la defensa de Saradush frente al ejército enemigo, que se encontraba a pocos días de marcha. El ejército mandado por Yaga Shura, uno de los Cinco.

La milicia de Saradush podría haberse opuesto al golpe, y sus ciudadanos podrían haberse alzado en armas contra el general calimshita invasor y sus tropas, que no eran tan numerosas. Pero los ciudadanos temían más el ejército de Yaga Shura y sus despiadados esfuerzos por exterminar a los hijos de Bhaal.

El ejército de Yaga Shura era un gigante que avanzaba aplastándolo todo a su paso y dejando detrás de sí una estela de ciudades arrasadas y cadáveres quemados. Así pues, los habitantes de Saradush soportaron la presencia de Gromnir y sus soldados, porque eran su mejor oportunidad para sobrevivir en la inminente batalla y el inevitable asedio de su ciudad.

—Aún no he conocido a un rival capaz de vencerme en combate singular —afirmó Abdel tratando de tranquilizar a su amada—. Ya lo has visto: mis heridas se curan al instante.

—Si decides emprender la tarea, te recomiendo un poco de prudencia —le advirtió Melissan—. Nadie conoce los límites de tus poderes de regeneración, pero hay límites. No eres un dios, Abdel.

—¡Es una batalla que no puedes ganar! —gritó Jaheira, frustrada—. Si Melissan dice la verdad, ese Yaga Shura no es un hijo de Bhaal normal y corriente, sino uno de los Cinco. Si creemos lo que nos ha contado Melissan, ¿cómo puedes tener esperanzas de vencerlos?

Para Abdel el argumento de Jaheira no se aguantaba. Ya no. No después de lo que Melissan les había contado sobre la cazadora que los atacara en el bosque.

—Illasera también era de los Cinco —repuso Abdel con calma—. Y la maté.

—Pero casi te mata —le recordó Imoen ansiosa, ofreciendo su apoyo a Jaheira—. Pones mucha fe en tu capacidad de curación, Abdel… pero te recuerdo que las heridas de las flechas de la cazadora no desaparecieron así como así.

—Ya he matado a uno de los Cinco. Y también puedo matar a Yaga Shura —insistió Abdel.

—¿Y luego qué? —intervino Jaheira al borde del llanto—. ¿Cuántos más de esos Cinco quedan? Y aunque los mates a todos, ¿qué ganarás con eso? ¿No ha habido ya suficientes muertes, suficiente sangre, suficiente…? —Las súplicas de la semielfa dieron paso a unos irrefrenables sollozos.

Melissan llenó con voz suave y tranquilizadora el vacío dejado por la incapacidad de Jaheira para seguir hablando.

—La druida dice la verdad, Abdel. No sé de cuántos miembros se compone el grupo de los Cinco, ni quiénes son, ni dónde pueden estar. Yo solamente conozco a Illasera y a Yaga Shura, porque ellos mismos decidieron darse a conocer cuando les llegó el momento de actuar abiertamente. Pero los demás permanecen ocultos en las sombras, maquinando.

Abdel se sentía seguro de ganar aquella batalla. Desde la lucha en las almenas confiaba en poder controlar el fuego de Bhaal que ardía dentro de sí. Siendo consciente de que llevaba al Aniquilador dentro podía luchar contra él. Era capaz de mantenerlo enjaulado. O al menos eso creía él.

Cuando tomó la palabra, la voz del mercenario sonó segura y tranquila. Sin darse cuenta había adoptado el mismo tono que Melissan.

—En ese caso, cada vez que uno de los Cinco se atreva a salir de la oscuridad, lo mataré.

Abdel le puso una mano sobre el hombro a Jaheira para calmarla, pero la semielfa se la sacudió y continuó llorando con la cara entre las manos.

Imoen lanzó una risa forzada, tratando de despejar tanta tensión.

—De todos modos, todo esto es inútil —dijo en tono de mofa—. Eso que tú llamas plan nunca funcionará. ¿Qué te hace pensar que ese Yaga Shura aceptará el desafío? Tiene todo un ejército a su disposición. ¿Por qué debería enfrentarse a ti en combate singular?

—No es asunto de risa —la reprendió Melissan—. Yaga Shura aceptará, porque querrá probarse a sí mismo, probarse contra Abdel, demostrarse que es digno de ser uno de los Cinco. Yaga Shura es hijo del Dios de la Muerte, el hijo de un dios, y cree que es invencible. Se cree un dios.

Imoen sacudió la cabeza en gesto de negación.

—Imposible. Yaga Shura no puede ser tan estúpido. Yo también soy hija de Bhaal y nunca aceptaría un desafío como ése sólo para probarme a mí misma.

Abdel la miró directamente a los ojos y replicó:

—Pues yo sí.