XXXIV

Habían perdido más de doscientos guerreros en la batalla contra los tártaros. Antes de que las huestes de Temujin abandonaran la zona, los cielos se llenaron de halcones, buitres y cuervos que trazaban círculos sobre ellos y en las laderas de las colinas agitaban sus alas mientras merodeaban entre los cadáveres, peleándose y graznando. Temujin había ordenado que no se hicieran diferencias entre los keraítas, los olkhun’ut y los Lobos. Los chamanes de las tres tribus superaron su rechazo mutuo y cantaron los rituales funerarios mientras los guerreros observaban a las aves de presa planeando por encima de sus cabezas. Aun antes de que el cántico hubiera concluido, varios buitres negros se habían posado a su lado y vigilaban con sus oscuros ojos a los vivos mientras saltaban entre los muertos.

Dejaron a los tártaros allí donde hubieran caído, pero los carromatos no emprendieron el regreso a su campamento principal hasta el final del día. Temujin y sus hermanos cabalgaban a la cabeza, con los guerreros de los Lobos a su espalda. Si no hubiera sido el hijo del antiguo khan, tal vez le habrían matado en cuanto cayó Eeluk, pero Basan le había entregado la espada de su padre y no se habían movido. Aunque no estaban exultantes, como los olkhun’ut o los keraítas, se mantenían en calma. Eran sus guerreros. Tolui montaba entre ellos, tieso e incómodo, con marcas de una paliza en el rostro. Khasar y Kachiun se lo habían llevado aparte por la noche y ahora evitaba su mirada mientras cabalgaban.

Cuando llegaron al campamento de Togrul, las mujeres salieron a recibir a sus maridos e hijos, buscando las facciones de sus seres queridos con la desesperación pintada en el semblante hasta que comprobaban que habían sobrevivido. Se oían voces gritar tanto de alegría como de dolor y la llanura hervía en vítores y bullicio.

Temujin avanzó al trote con su maltrecha yegua hacia donde había aparecido Togrul, con Wen Chao al lado. El khan de los keraítas se había quedado con algunos guardias para proteger a las familias y esos hombres bajaron los ojos ante Temujin cuando recorrió el grupo con la mirada. No habían luchado con él.

Temujin desmontó.

—Los hemos aplastado, Togrul. No volverán a venir al sur.

—¿Dónde está el khan de los Lobos? —preguntó Togrul, buscándole entre el remolino de guerreros y familias.

Temujin se encogió de hombros.

—Lo tienes ante ti —dijo—. He reclamado la tribu.

Cansado, Temujin se dio media vuelta para dar órdenes a sus hermanos y no vio cómo cambiaba la expresión de Togrul. Todos podían oler en la brisa el aroma del cordero tostándose y los guerreros que acababan de regresar aplaudieron contentos. Se estaban muriendo de hambre tras el esfuerzo del día anterior y toda actividad quedaría en suspenso hasta que hubieran comido y bebido hasta saciarse.

Wen Chao vio a Yuan cabalgar hacia él con un trapo ensangrentado atado a su espinilla. Temujin se dirigía hacia la ger de su esposa y Wen Chao aguardó con paciencia a que Yuan desmontara y pusiera una rodilla en tierra frente él.

—Nadie nos ha dado detalles del combate, Yuan. Tienes que contarnos lo que has visto.

Yuan mantuvo la vista fija en el suelo.

—Como desees, amo —contestó.

Al atardecer, las colinas se encendieron con franjas de oro y sombra. El banquete continuó hasta que los hombres estuvieron borrachos y saciados. Togrul había participado en el festín, aunque no había vitoreado a Temujin junto a los demás, ni siquiera cuando los guerreros de los Lobos habían traído a sus familias para jurar lealtad al hijo de Yesugei. Togrul había visto los ojos de Temujin llenarse de lágrimas cuando se postraron ante él y sintió cómo un rencor latente brotaba en su interior. Cierto que no había luchado con ellos, pero ¿acaso no había desempeñado un papel en la victoria? No podrían haber vencido sin los keraítas y había sido Togrul quien había mandado a buscar a Temujin al frío norte. No estaba ciego y había notado cómo sus keraítas se habían mezclado con los demás hasta el punto de que ya no era posible distinguir a los guerreros de una tribu de los de las otras. Miraban al joven khan con admiración, al hombre que había reunido a las tribus bajo su mando y había obtenido una victoria aplastante contra un antiguo enemigo. Togrul vio todas las miradas y las inclinaciones de cabeza y notó cómo el miedo se iba abriendo paso hasta asentarse en su estómago. Eeluk había caído y, antes que él, Sansar. No era difícil imaginar que una noche los cuchillos buscaran a Togrul, de los keraítas.

Al término del banquete se sentó en su tienda con Wen Chao y Yuan, y se quedaron hablando hasta bien entrada la noche. Cuando ascendió la luna, respiró hondo y sintió los efluvios del airag negro llenarle los pulmones. Estaba borracho, pero necesitaba estarlo.

—He hecho todo lo que prometí, Wen Chao —le recordó al embajador.

La voz de Wen sonó tranquilizadora.

—Lo has hecho. Serás khan de vastas comarcas y tus keraítas conocerán la paz. Mis amos estarán encantados de saber de su victoria tan magnífica. Cuando hayáis dividido el botín, me voy con vosotros. No queda nada para mí aquí, ya no. Tal vez tenía la oportunidad de disfrutar mis últimos años en Kaifeng.

—Si se me permite marcharme —exclamó Togrul de repente. Se estremeció con indignación e inquietud, y Wen Chao inclinó la cabeza para mirarle, como un pájaro a la escucha.

—Temes al nuevo khan —murmuró.

—¿Cómo no voy a temerlo, con ese rastro de muertos a sus espaldas? —Resopló Togrul—. He apostado guardias en torno a esta ger, pero por la mañana quién sabe cuánto tiempo pasará hasta que… —Se calló y se retorció las manos mientras reflexionaba—. Has visto cómo lo aclamaban, incluidos mis propios keraítas.

Wen Chao estaba preocupado. Si Temujin asesinaba a ese tonto gordo a la mañana siguiente, las represalias lo alcanzarían a él. Se quedó meditando sobre qué hacer, muy consciente de la expresión impasible de Yuan, que estaba Sentado en la zona de penumbra.

Cuando el silencio se hizo opresivo, Togrul dio un largo trago de airag, eructando con suavidad.

—¿Quién sabe en quién puedo confiar ahora? —dijo, y su voz adquirió un tono lastimero—. Esta noche estará borracho y dormirá con un sueño profundo. Si muere en su ger, no habrá nadie que me impida marcharme por la mañana.

—Sus hermanos te detendrían —le advirtió Wen Chao—. Reaccionarían con furia.

Togrul sintió que la vista se le nublaba y se frotó los ojos con los nudillos.

—Mis keraítas son la mitad del ejército que nos rodea. No le deben nada a esos hermanos. Si Temujin muere, sería capaz de deshacerme de ellos. Ellos no pueden detenerme.

—Si intentas matarlo y fallas, las vidas de todos nosotros penderán de un hilo —advirtió Wen Chao.

Le preocupaba que Togrul saliera dando tumbos en la oscuridad y consiguiera que lo mataran a él justo cuando la oportunidad de regresar a la corte Jin se había materializado tras tantos años en aquellas desiertas estepas. Se dio cuenta de que su propia seguridad estaba amenazada de un modo u otro, pero parecía mejor esperar a que llegara la mañana. Temujin no le debía nada, pero lo más probable era que permitiera que Wen regresara a su casa.

—No debes arriesgarte, Togrul —le dijo al khan—. Las leyes de la hospitalidad os protegen a ambos y sólo desencadenarás destrucción si las pones en peligro por miedo. —Wen se reclinó en su asiento, observando cómo asimilaba el khan sus palabras.

—No —contestó Togrul, agitando la mano en el aire—. Has visto cómo le vitoreaban. Si muere esta noche, me llevaré a mis keraítas antes de que amanezca. Cuando salga el sol, habremos dejado atrás el campamento, inmerso en el caos.

—Es un error… —empezó a decir Wen Chao. Para su asombro, fue Yuan quien le interrumpió.

—Yo iré al frente de algunos hombres hasta su ger, mi amo —dijo Yuan a Togrul—. No es mi amigo.

Togrul se volvió hacia el soldado Jin y estrechó su mano entre sus regordetas palmas.

—Hazlo, Yuan, deprisa. Dile a los guardias que rodeen la ger y mátalo. Sus hermanos y él han bebido más que yo. Esta noche no estarán preparados para recibirte.

—¿Y su esposa? —Preguntó Yuan—. Duerme con él y se despertará y empezará a gritar.

Togrul negó con la cabeza bajo la influencia del airag.

—No, a menos que sea necesario. No soy un monstruo, pero sobreviviré a esta noche.

—¿Yuan? —Exclamó Wen Chao—. ¿Qué necedad es ésta?

Su primer oficial volvió su rostro hacia él, sombrío y pensativo en las sombras.

—Ese hombre ha subido muy rápido y muy alto en poco tiempo. Si muere esta noche, no lo veremos en nuestras fronteras dentro de unos años.

Wen consideró el futuro. Sería aún mejor dejar que Temujin se despertara. Si el joven khan decidiera matar a Togrul, al menos no tendría que soportar su compañía de regreso a las fronteras de su país. Temujin dejaría marchar al embajador Jin, ¿no? No estaba seguro y, mientras titubeaba, Yuan se puso en pie, hizo una inclinación ante ambos hombres y salió con amplias zancadas. Atrapado en la indecisión, Wen Chao no fue capaz de pronunciar palabra y su soldado se marchó. Se volvió a Togrul con el ceño fruncido por la preocupación, mientras escuchaba a Yuan hablar con los guardias en el exterior. Poco después se adentraron en la oscuridad del vasto campamento, y al instante estaban ya demasiado lejos para poder llamarlos.

Wen decidió avisar a sus porteadores. Pasara lo que pasara, cuando saliera el sol quería estar fuera de allí. No podía deshacerse de una irritante sensación de peligro y miedo que le invadía el pecho. Había hecho todo lo que el primer ministro podía haber soñado. Los tártaros habían sido aplastados y, por fin, regresaría a la paz y al santuario que significaba la corte. Ya no tendría que volver a soportar el perpetuo olor a sudor y a cordero. El pavor alcoholizado de Togrul podría destruir todo aquello y, sentado junto al khan, frunció el ceño, sabiendo que esa noche sería inútil intentar descansar.

Temujin estaba profundamente dormido cuando la puerta de su ger se abrió con un crujido. Borte, tumbada a su lado, también dormía, pero su sueño era agitado. Con el bebé en su interior, su volumen era inmenso y tenía tanto calor que había retirado las pieles que la protegían del frío invernal. El tenue brillo de la estufa iluminaba la tienda con un resplandor naranja. Cuando Yuan entró con otros dos hombres, ninguno de ambos esposos se movió.

Los guardias llevaban las espadas en ristre y avanzaron un paso por delante de Yuan mientras él miraba a Temujin y Borte. Alargó las manos y sujetó a sus compañeros por los antebrazos, lo que los frenó como si se hubieran topado con un muro.

—Esperad —siseó—. No pienso matar a un hombre dormido.

Intercambiaron una dubitativa mirada, incapaces de comprender a aquel extraño soldado. Guardaron silencio mientras Yuan tomaba aliento y susurraba al oído del khan:

—¿Temujin?

Su propio nombre arrancó a Temujin de un sueño inquieto. Abrió los ojos adormilado, vio a Yuan a su lado y, durante un momento, simplemente se miraron el uno al otro. Las manos de Temujin estaban ocultas bajo las pieles y, cuando se removió, Yuan vio que sostenía la espada de su padre. El joven estaba desnudo, pero saltó de la cama y arrojó a un lado la vaina. Borte abrió los ojos al notar el movimiento y Yuan la oyó lanzar un grito ahogado, asustada.

—Podría haberte matado —dijo Yuan en voz baja al hombre desnudo que tenía ante sí—. Una vida por una vida, porque tú una vez perdonaste la mía. Ahora hemos saldado ya nuestras deudas.

—¿Quién te envía? ¿Wen Chao? ¿Togrul? ¿Quién? —Temujin negó con la cabeza, pero la habitación pareció tambalearse. Hizo un esfuerzo para despejarse.

—Mi amo no ha participado en esto —continuó Yuan—. Nos marcharemos por la mañana y regresaremos a casa.

—Entonces ha sido Togrul —dijo Temujin—. ¿Por qué se vuelve contra mí ahora?

Yuan se encogió de hombros.

—Te teme. Quizá tenga razón. Recuerda que podría haberte quitado la vida esta noche. Te he tratado con honor.

Temujin suspiró y su corazón palpitante empezó a calmarse. Se sentía aturdido y mareado y se preguntó si iba a vomitar. El airag se revolvía en su estómago y, pese a haber dormido algunas horas, seguía estando agotado. No tenía ninguna duda de que Yuan podría haberlo asesinado limpiamente si hubiera querido. Por un instante, se planteó llamar a sus guerreros para que fueran a sacar a rastras a Togrul de su ger. Tal vez fuera simple cansancio, pero sintió que había visto demasiadas muertes, y la sangre de Eeluk todavía le escocía.

—Os marcharéis antes de que amanezca —dijo—. Llévate a Wen Chao y a Togrul contigo. —Temujin miró a los dos hombres que habían entrado con Yuan. Se habían quedado estupefactos ante el giro de los acontecimientos, incapaces de mirarlo a la cara—. Sus guardias pueden acompañarlo. No quiero que estén aquí después de lo que han tratado de hacer.

—Querrá a los keraítas —afirmó Yuan.

Temujin negó con la cabeza.

—Si quiere, puedo convocarlos a todos y contarles este acto de cobardía. No seguirán a un loco. Las tribus son mías, Yuan, los keraítas incluidos. —Se enderezó un poco más mientras hablaba y Yuan vio relucir la cabeza de lobo en el puño de la espada a la débil luz de la estufa—. Dile que no le quitaré la vida si se va antes de que salga el sol. Si lo encuentro aquí, lo desafiaré delante de sus guerreros. —La mirada que clavaba en el soldado Jin era sombría y dura—. Todas las familias que cabalgan sobre el mar de hierba me reconocerán como khan. Díselo a tu amo Wen Chao cuando vuelvas a él. Ahora está a salvo, pero le volveré a ver.

Sus palabras evocaban las que había pronunciado el propio Yuan, pero las tierras de los Jin estaban a muchos días de distancia. Todas las tribus reunidas al nombre de Temujin eran apenas una mínima parte de los ejércitos que Yuan había visto. No temía su ambición.

—El campamento se despertará cuando nos marchemos —advirtió Yuan.

Temujin lo miró y luego trepó de nuevo a la cama sin molestarse en responder. Vio que Borte tenía los ojos desorbitados por el terror y alargó una mano para retirarle con delicadeza el pelo de la cara. Ella le permitió hacerlo, parecía que ni siquiera lo había notado.

—Vete, Yuan —dijo Temujin con voz suave. Estaba a punto de cubrirse con las pieles de nuevo cuando se detuvo—. Y gracias.

Yuan hizo salir a los dos guardias de nuevo a la fría noche. Cuando la ger había quedado atrás, les dijo que pararan otra vez, y en la oscuridad percibió cómo se giraban hacia él con gesto interrogante. No vieron el cuchillo que se sacó del cinturón y, aunque lo hubieran visto, no habrían sido rivales para un hombre que había sido primera espada en Kaifeng. Dos rápidos golpes les hicieron caer de rodillas y Yuan aguardó hasta que se desplomaron y quedaron inmóviles. Había desobedecido sus órdenes, pero se sentía de buen humor. Ya no había testigos que pudieran informar a Wen Chao de lo que había hecho. El campamento estaba en silencio, helado bajo las estrellas. El único sonido lo producían sus pasos en el suelo cuando regresó a decirle a su amo que Temujin estaba demasiado bien protegido. Yuan echó sólo una vez la vista atrás hacia la ger del khan mientras se alejaba bajo la luz de la luna, y la fijó en su memoria. Había pagado su deuda.

Cuando la luna estaba hundiéndose en dirección a las colinas, Temujin se despertó una segunda vez al entrar Khasar en su tienda. Antes de estar completamente alerta, Temujin ya había cogido la espada de su padre y se había puesto en pie de un salto. Borte se movió, gimiendo en sueños, y Temujin se volvió hacia ella, alargando una mano para acariciarle la mejilla.

—No pasa nada, sólo es mi hermano —murmuró.

Borte farfulló algo, pero esta vez no salió del todo del sueño. Temujin suspiró, mirándola.

—Veo que has estado soñando con mujeres atractivas —dijo Khasar, riéndose entre dientes.

Temujin se sonrojó y cuando se sentó en la cama se subió las pieles hasta la cintura.

—Baja la voz. La vas a despertar —susurró—. ¿Qué quieres? —Vio que Kachiun entraba detrás de Khasar y se preguntó si llegaría a tener algo de paz aquella noche.

—Pensé que tal vez querrías saber que hay dos cadáveres ahí fuera.

Temujin asintió, adormilado. Lo esperaba. Khasar frunció el ceño al ver que no reaccionaba.

—Togrul y Wen Chao parecen estar preparándose para partir —dijo Khasar, todavía sonriendo—. Sus guardias han reunido a los caballos y han sacado esa ridícula caja que utiliza Wen Chao. ¿Quieres que se lo impida?

Temujin volvió a dejar la espada de su padre sobre las pieles y se quedó pensando.

—¿Cuántos hombres se llevan con ellos? —preguntó.

—Quizá tres docenas —dijo Kachiun desde el umbral—, incluyendo a la esposa y a las hijas de Togrul. Con Yuan y los guardias Jin, son un grupo grande. Togrul tiene un carro para él. ¿Sabes algo que nosotros no sabemos?

—Togrul envió a unos hombres a matarme, pero eligió a Yuan —respondió Temujin.

Khasar dejó escapar un siseo indignado.

—Puedo mandar a los Lobos tras él de inmediato. Son los más próximos y nada les une a Togrul.

Observó con sorpresa que Temujin negaba con un gesto.

—Deja que se vayan. Tenemos a los keraítas. De todas formas, tendría que haberlo matado.

Kachiun emitió un suave silbido.

—¿Cuántos más vas a traer, hermano? No hace mucho eras el khan de unos cuantos asaltantes en el norte.

Temujin tardó en responder. Por fin, alzó la cabeza y habló sin mirar a su hermano.

—Seré el khan de todos ellos. Somos un solo pueblo y un solo hombre puede gobernarlos. ¿De qué otro modo podríamos tomar las ciudades de los Jin?

Khasar miró a su hermano y una sonrisa empezó a dibujarse lentamente en sus labios.

—Hay tribus que no participaron en la batalla contra los tártaros —les recordó Kachiun a ambos—. Los naimanos, los oirats…

—No pueden enfrentarse solos a nosotros —dijo Temujin—. Los atacaremos uno por uno.

—Entonces ¿volvemos a ser los Lobos? —pregunto Khasar con los ojos brillantes.

Temujin reflexionó unos instantes.

—Somos el pueblo de plata, los mongoles. Cuando te pregunten, diles que no hay tribus. Diles que soy el khan del mar de hierba, y me conocerán por ese nombre, Gengis. Sí, diles eso. Diles que soy Gengis, y que cabalgaré por las estepas.