Temujin se limpió el sudor de los ojos con gesto enfadado. La tela blindada que Arslan había fabricado era mucho más pesada de lo que se había imaginado. Sentía como si estuviera envuelto en una alfombra y el brazo que sostenía la espada fuera la mitad de veloz. Fue a ver a Yuan cuando salió el sol y comprobó con irritación que él llevaba la misma armadura sin un solo rastro de transpiración en la frente.
—Otra vez —dijo Temujin.
Los ojos de Yuan brillaron divertidos y se inclinó antes de levantar la espada. Les había dicho que llevaran puesta la armadura en todo momento, hasta que se convirtiera en una segunda piel. Una semana después de que hubieran iniciado el regreso hacia el campamento tártaro, seguían siendo demasiado lentos. Temujin obligó a sus hombres a practicar dos horas al amanecer y al atardecer, tanto si llevaban armadura como si no, lo que retrasaba el avance de los sesenta guerreros que habían salido del campamento de los keraítas, pero Yuan aprobaba el esfuerzo. Sin él, los hombres con armadura serían como las tortugas que recordaba de su hogar. Podrían sobrevivir a las primeras flechas de los tártaros, pero en el cuerpo a cuerpo serían presas fáciles.
Con la ayuda de los espaderos de los keraítas, Arslan había fabricado cinco armaduras. Además, Wen había cumplido su promesa y les había entregado diez más, quedándose sólo con una para su nuevo escolta personal. El propio Yuan había elegido a su sustituto, asegurándose de que comprendiera cuáles eran sus responsabilidades antes de marcharse.
Temujin llevaba una de las armaduras nuevas, con placas cosidas a una larga pieza pectoral así como otra que le cubría la entrepierna y dos más en los muslos. Las protecciones de los hombros iban desde el cuello hasta el codo, y esa parte era la que le causaba más dificultades. Una y otra vez, Yuan simplemente se hacía a un lado y esquivaba con facilidad sus lentos golpes.
Observó cómo se acercaba a él Temujin, adivinando sus intenciones por la manera en la que ponía los pies. El peso del joven khan recaía más en el pie izquierdo y Yuan sospechó que iniciaría el golpe desde abajo, por ese lado, hacia arriba. Utilizaban unas afiladas hojas de acero, pero hasta el momento había habido escaso peligro para cualquiera de los dos. Yuan era demasiado perfeccionista para herir a Temujin en un asalto de entrenamiento y Temujin nunca se acercaba lo suficiente.
En el último segundo, Temujin cambió el peso de su cuerpo de pie y convirtió el golpe amplio en una embestida al fondo. Yuan retiró su pierna derecha para esquivarle, y la hoja raspó las placas de su armadura. No temía un golpe desprovisto de fuerza, y eso también lo estaba teniendo que aprender Temujin. Era posible hacer caso omiso de muchos más golpes o simplemente esquivarlos con un poco de delicadeza.
Cuando la espada atravesó el aire y llegó al fondo, Yuan dio un rápido paso adelante y rozó la nariz de Temujin con la empuñadura de su espada. Al mismo tiempo, dejó que el aire saliera de sus pulmones como una explosión y gritó: «¡Hey!», antes de retirarse de nuevo.
—Otra vez —dijo Temujin irritado, moviéndose antes de que Yuan se hubiera situado en posición.
Esta vez mantuvo la espada por encima de la cabeza y la bajó como si fuera a dar un hachazo. Yuan detuvo la hoja con su propia espada y quedaron enfrentados pecho contra pecho con un estruendo metálico. Temujin había colocado su pie más adelantado detrás del de Yuan y el soldado perdió el equilibrio y cayó hacia atrás.
Se quedó mirando a Temujin desde el suelo, esperando el siguiente golpe.
—¿Y bien?
—¿Y bien, qué? —Dijo Temujin—. Ahora te hundiría la espada en el pecho.
Yuan no se movió.
—No, no lo harías. He sido entrenado para luchar desde esta posición —mientras hablaba, dio una patada y derribó a Temujin con limpieza.
Temujin se levantó de un salto, con el rostro tenso.
—Si no llevara puesta esta pesada armadura, no te resultaría tan fácil —dijo.
—Te dispararía desde la distancia —respondió Yuan—. O dispararía a tu caballo, si viera que llevabas armadura.
Temujin estaba levantando la espada de nuevo. Sus muñecas ardían de cansancio, pero estaba resuelto a asestar un solo golpe contundente antes de montar para recorrer el trecho de la jornada. En vez de eso, se detuvo.
—Entonces tenemos que ponerle coraza a los caballos, en la cabeza y en el pecho.
Yuan asintió.
—Lo he visto hacer. Las placas de hierro pueden coserse al arnés de cuero tan fácilmente como a tu armadura.
—Eres un profesor muy hábil, Yuan, ¿te lo había dicho? —dijo Temujin.
Yuan lo observó con atención, sabiendo que era posible que descargara un golpe repentino. En realidad, seguía estando asombrado de que a Temujin no pareciera importarle ser derrotado una y otra vez delante de sus hombres. Yuan no podía imaginar que sus antiguos oficiales permitieran una exhibición así. La humillación habría sido excesiva para ellos, pero Temujin no parecía darse cuenta, o que le importara. Los hombres de las tribus eran una raza extraña, pero absorbían con avidez todo lo que Yuan les decía sobre sus nuevas armaduras. Incluso había empezado a hablar de tácticas con Temujin y sus hermanos. Era una nueva experiencia para Yuan que hombres jóvenes le escucharan con tanto interés. Cuando protegía a Wen Chao, sabía que existía para dar su vida por el embajador, o al menos para matar tantos enemigos como pudiera antes de caer. Los hombres con los que había venido a las estepas conocían bien su trabajo y rara vez tenía que corregirles. Había descubierto que le gustaba enseñar.
—Una vez más —oyó decir a Temujin—. Voy a atacarte por la izquierda.
Yuan sonrió. Las últimas dos veces que Temujin le había advertido, el ataque había llegado por la derecha. No importaba demasiado, pero le divertían sus intentos de confundir su juicio.
Temujin se abalanzó velozmente sobre él y su espada se movió a más velocidad que las otras veces. Vio que el hombro derecho bajaba y alzó su espada. Demasiado tarde para corregirse, se dio cuenta de que Temujin había seguido por la izquierda de forma deliberada. Yuan aún habría podido detener el golpe, pero decidió no hacerlo y permitió que la punta de la hoja de Temujin, que jadeaba eufórico, le tocara la garganta.
—Mucho mejor —dijo Yuan—. Cada vez te mueves más rápido dentro de la armadura.
Temujin asintió.
—Dejaste pasar la espada, ¿no?
Yuan se permitió una sonrisa.
—Cuando seas mejor todavía, lo sabrás —concluyó.
Mientras cabalgaba a galope tendido, Yuan miró a derecha e izquierda, comprobando que los hermanos de Temujin mantenían la línea. Los ejercicios continuaron durante todo el día y Yuan se encontró ocupándose de resolver los problemas de un ataque en masa. Montaba con el arco sujeto a la silla, pero lo que fallaba no era la capacidad de aquellos sesenta hombres para el tiro con arco. Togrul había contribuido con veinte de sus vasallos al grupo. Estaban en forma y eran hábiles, pero no tenían experiencia en combate y, al principio, Temujin fue mordaz con ellos. Sus propios guerreros seguían sus órdenes al instante, mientras que los nuevos hombres se mostraban siempre lentos.
Yuan se había sorprendido cuando le fue asignado el mando del ala izquierda. La posición requería a un oficial superior y había pensado que el honor recaería en Khasar. Sin duda eso mismo había creído éste. A Yuan no se le habían escapado las hostiles miradas que le lanzaba el hermano de Temujin mientras cabalgaba con sus diez hombres justo a su lado. Tras los entrenamientos de todas las tardes, Temujin los reunía en torno a una pequeña fogata para darles las órdenes para el día siguiente. Tal vez fuera un detalle sin mayor trascendencia, pero incluyó a Yuan en su consejo, junto con Jelme y Arslan, y le hacía mil y una preguntas. Cuando Yuan podía hablar por experiencia, escuchaban con atención. En ocasiones, Temujin negaba con la cabeza a mitad del discurso y, cuando disentía, Yuan comprendía su razonamiento. Los hombres que Temujin comandaba no habían luchado juntos durante años. Había un límite a lo que podía enseñarse en poco tiempo, aun con una disciplina implacable.
Yuan oyó el cuerno de Temujin emitir dos breves toques. Significaba que el ala izquierda debía adelantarse al resto, torciendo la línea. Mientras los cascos resonaban contra el suelo, Yuan y Khasar se miraron y ambos grupos de diez aceleraron hacia su nueva posición.
Yuan miró a su alrededor. El desplazamiento se había efectuado con limpieza, y esa vez incluso los vasallos de Togrul habían oído la llamada y habían reaccionado. Estaban mejorando, y Yuan sintió un cierto orgullo brotar en su corazón. Si sus antiguos oficiales pudieran verlo, se habrían muerto de risa. La primera espada de Kaifeng y aquí estaba, cabalgando con aquellos salvajes. Trató de burlarse de sí mismo como habrían hecho los soldados de casa, pero, por alguna razón, fue incapaz de hacerlo.
Temujin hizo sonar una única nota y el ala derecha se adelantó, dejando atrás el centro. Yuan miró a Kachiun y a Jelme, que cabalgaban con expresión adusta, en sus armaduras. Los jinetes que acompañaban al hermano de Temujin formaban una línea un poco más irregular, pero la enderezaron cuando Yuan los miró y avanzaron como uno solo en medio de un gran estruendo. Yuan asintió para sí mismo, empezando a disfrutar de la perspectiva de la batalla.
Desde atrás, Temujin hizo sonar una larga nota descendente. Todos disminuyeron la velocidad a la vez y cada oficial dio órdenes a su grupo de diez hombres. Los resistentes caballos redujeron el galope al trote y Temujin hizo avanzar el grupo central con Arslan.
Temujin se adelantó mientras la línea se rehacía, llevando su montura hacia el ala izquierda. Dejó que lo alcanzaran y Yuan vio que su rostro estaba sofocado por la emoción y que tenía los ojos brillantes.
—Haz avanzar a los exploradores, Yuan —mandó Temujin—. Dejaremos descansar a los caballos mientras rastrean.
—Como desees, mi señor —contestó Yuan de forma automática.
Se dio cuenta de su propia actitud al volverse en la silla hacía dos jóvenes guerreros, luego se encogió de hombros. Había sido soldado demasiado tiempo como para cambiar sus hábitos y, en el fondo, estaba disfrutando de la tarea de convertir a los miembros de la tribu en un grupo de batalla.
—Tayan, Rulakh, avanzad hasta la puesta de sol. Si veis algo más que unos cuantos nómadas, regresad.
Ya conocía los nombres de los sesenta, los había grabado en su memoria por una cuestión de costumbre. Ambos guerreros inclinaron la cabeza cuando pasaron por su lado, y espolearon sus monturas. Yuan no dejó traslucir ni un ápice de su oculta satisfacción, aunque Temujin pareció percibirlo en la sonrisa que apareció en su rostro.
—Creo que echabas de menos esto, profesor —exclamó Temujin—. La primavera se te está metiendo en la sangre.
Yuan no respondió y Temujin se reunió con la fila. Llevaba dos años con Wen Chao como su escolta personal. El juramento que había hecho al emperador le obligaba a seguir cualquier orden dada por una autoridad legal. En lo más hondo de su corazón, reconocía la verdad de las palabras de Temujin. Había echado de menos la camaradería de la campaña, aunque los hombres de la tribu no se parecían en nada a los soldados que había conocido. Esperaba que los hermanos sobrevivieran al primer encuentro armado.
Un mes después de haber abandonado el campamento de los keraítas, la luna volvía a estar llena. La exuberancia de las primeras semanas había sido reemplazada por una sombría determinación. No había tanta charla alrededor de las hogueras como antes y los exploradores estaban nerviosos. Habían encontrado el lugar en el que Temujin y sus hermanos habían visto al nutrido grupo de tártaros. Los círculos de hierba ennegrecida les trajeron los oscuros recuerdos de los hombres que habían estado allí. Cuando montaron de nuevo, Kachiun y Khasar estaban especialmente silenciosos. La noche que habían rescatado a Borte se les había quedado grabada a fuego en la memoria, demasiado adentro como para olvidar el cántico de Temujin, o la explosión de luz que habían sentido cuando comieron la carne de sus enemigos. No habían hablado de lo que habían hecho. Esa noche les había parecido interminable, pero cuando el amanecer finalmente llegó, habían explorado el área tratando de averiguar hacia dónde pretendía llevar a Borte el pequeño grupo. Descubrieron que el principal campamento tártaro no estaba demasiado lejos; los últimos guerreros podrían haber llegado allí en una mañana, y Borte podría haber estado perdida durante meses, si no para siempre.
Temujin puso la mano en las cenizas de una fogata y torció el gesto. Estaban frías.
—Enviad más lejos a los exploradores —dijo a sus hermanos—. Si los cogemos mientras están en marcha, acabaremos con ellos con rapidez.
El campamento tártaro se había preparado para toda una estación, quizá con la intención de perseguir a los asaltantes que los habían molestado durante todo el invierno. Avanzaban con carros cargados de gers y grandes rebaños cuyas heces podían ser interpretadas y contadas. Temujin se preguntó si estarían muy cerca. Recordó la frustración que sintió mientras estaba tumbado con sangre tártara en la boca y vio un campamento tranquilo y demasiado grande para ser atacado. Dejarlos escapar quedaba totalmente descartado. Había ido a ver a Togrul porque no tenía elección.
—Aquí ha habido muchas personas —comentó Yuan junto a su hombro. El guerrero Jin había contado los círculos negros y las huellas—. Más de los cien que le dijiste a Togrul.
Temujin lo miró.
—Es posible, no podría asegurarlo.
Yuan observó al hombre que los había guiado a través de las vacías estepas para asesinar a sus enemigos. Pensó que habría sido mejor contar con cincuenta de los mejores hombres de Togrul que con treinta. Aunque entonces los recién llegados habrían superado en número a los guerreros de Temujin y tal vez eso no le habría gustado al joven khan. Yuan había notado que había mezclado los grupos, haciéndoles trabajar juntos. Temujin era bien conocido por todos por su ferocidad, y también por sus victorias. Ya se dirigían a él como khan. Yuan se preguntó si Togrul sabía el riesgo que estaba corriendo. Suspiró para sí mientras Temujin se alejaba a hablar con sus hermanos. El oro y la tierra compraban la asunción de enormes riesgos, si se sabían usar. Wen Chao había demostrado cuán cierto era eso.
Temujin hizo un gesto con la cabeza a sus hermanos, incluido Temuge, a quien le habían dado la armadura más pequeña. Los hombres de Wen Chao solían ser de constitución ligera, pero, aun así, era demasiado grande para él, y Temujin contuvo una sonrisa cuando vio a Temuge, rígido como un palo, dar media vuelta a su caballo para probar las correas y las riendas.
—Bien, hermanito —dijo Temujin al pasar por su lado. Oyó a Khasar resoplar por allí cerca, pero hizo caso omiso de él—. Pronto los encontraremos, Temuge. ¿Estarás preparado cuando ataquemos?
Temuge alzó la vista hacia su hermano, al que reverenciaba. No habló del miedo que sentía en el estómago, ni de que cabalgar durante todo el día le había fatigado tanto que creía que se iba a caer de la silla y a avergonzarles a todos. Cada vez que desmontaba, las piernas se le habían agarrotado tanto que había tenido que aferrarse con fuerza al caballo para no desplomarse de rodillas.
—Estaré preparado, Temujin —dijo, con alegría forzada.
En realidad, se sentía desesperado. Sabía que su técnica con el arco apenas merecía tal nombre, y la espada tártara que Temujin le había dado era demasiado pesada para él. Llevaba una espada más corta escondida en su túnica y confiaba en poder usarla. Aun así, la idea de cortar piel y músculos reales, de sentir cómo la sangre le manchaba las manos, le daba escalofríos. No conseguía ser tan fuerte y despiadado como los demás. Todavía no sabía para qué les iba a servir a cualquiera de ellos, pero no había podido soportar el desprecio en los ojos de Khasar. Kachiun había ido a verle la noche antes de que partieran para decirle que Borte y Hoelun necesitarían ayuda en el campamento de los keraítas. Había sido un claro intento de evitar que participara en la batalla, pero Temuge se había negado a quedarse. Si realmente necesitaban ayuda, cincuenta guerreros no podrían salvarlas mientras se hallaban en el corazón mismo de la tribu de los keraítas. Su presencia entre ellos era una garantía de que Temujin volvería con las cabezas que había prometido.
De todos los hermanos, Temuge era el único que no había sido ascendido a oficial. Con Jelme, Arslan y Yuan, además de sus hermanos, Temujin tenía los seis que necesitaba, y Temuge sabía que él era demasiado joven e inexperto en combate. Tocó la hoja de su largo cuchillo mientras montaba, notando su cortante filo. Soñaba con salvarles la vida, una y otra vez, para que le miraran con asombro y se percataran de que verdaderamente era hijo de Yesugei. No le gustaba despertarse de aquellas ensoñaciones. Cuando reemprendieron la marcha se estremeció, sintiendo el frío más de lo que parecían sentirlo los demás. Buscó en su interior el valor espontáneo que los otros exhibían, pero no encontró nada excepto terror.
Los exploradores habían encontrado a la principal fuerza de los tártaros sólo dos días después de que Temujin llegara al antiguo campamento. Los hombres entraron a galope tendido, saltando de sus caballos para informar a Temujin.
—Están avanzando, mi señor —exclamó el primero—. Han enviado oteadores en todas direcciones, aunque el ejército está atravesando el siguiente valle y se dirige lentamente hacia aquí.
Temujin enseñó los dientes.
—Enviaron a treinta hombres a buscarnos y ni uno solo consiguió regresar con vida. Deben creer que hay una tribu grande en la zona. Bien: si son precavidos, dudarán.
Levantó el brazo para convocar a sus oficiales. Todos habían visto las nerviosas acciones de los exploradores y se aproximaron a toda prisa ávidos de recibir noticias.
—Decidles a vuestros hombres que sigan las órdenes —dijo Temujin mientras montaba—. Cabalguemos todos juntos, a la velocidad que yo marque. Si algún guerrero rompe la formación, haré que se lo coman los halcones.
Vio a Khasar sonriendo y lo fulminó con la mirada.
—Aunque sea mi propio hermano, Khasar, aun así. Disparad cuando yo lo diga, luego desenfundad las espadas. Los atacaremos en una sola línea. Si perdéis el caballo, manteneos vivos el tiempo suficiente para que los demás finalicemos la matanza.
—¿No vas a hacer prisioneros? —preguntó Arslan.
Temujin no vaciló.
—Si alguno sobrevive a nuestro ataque, interrogaré a sus líderes para obtener más información. Después de eso, no me servirán para nada. No engrosaré nuestras filas con nuestros enemigos naturales.
Los oficiales regresaron a sus posiciones e informaron de inmediato a los guerreros. Hicieron avanzar a sus caballos en una sola línea. Tras pasar unas colinas, todos vieron la formación de los tártaros, sus jinetes y sus carros moviéndose con lentitud a través de la llanura.
A un tiempo, los guerreros se lanzaron al trote hacia el enemigo. Temujin oyó el sonido distante de los cuernos y desató su arco, colocó una cuerda y la probó. A continuación, alargó la mano hacia atrás para abrir el carcaj sujeto a su silla, extrajo la primera flecha y comprobó las plumas con el pulgar. Surcaría el aire derecha y certera, como su ejército.