XVI

Tolui le había dado otra paliza al descubrir que los caballos no estaban. El joven vasallo se había puesto tan furioso ante la insolencia de los hermanos de Temujin que casi había resultado cómico, y una sonrisa incauta de su cautivo había bastado para que desahogara su rabia contra él en un arrebato de frustración. Basan había intervenido, pero el agotamiento y los golpes se hicieron sentir y, al amanecer Temujin pasó varias horas desmayándose y recobrando el conocimiento intermitentemente, con la mente confundida.

El día discurrió cálido y suave mientras Tolui quemaba las gers que Temujin y sus hermanos habían construido. Las volutas de humo negro ascendían hacia el cielo a sus espaldas y Temujin miró atrás sólo una vez para fijar la imagen en su memoria, para poder recordar algo más por lo que le tendrían que pagar. Siguió a trompicones a sus captores, que comenzaron la larga marcha tirando de él con una cuerda que habían atado a sus muñecas.

Tolui le dijo a Basan que conseguirían nuevos caballos de los nómadas con los que se habían encontrado antes. Sin embargo, cuando llegaron a ese lugar después de un duro día de camino, no había nada esperándoles excepto un círculo quemado de hierba negra que marcaba el lugar donde una vez había estado la ger. Esta vez Temujin disimuló la sonrisa, pero sabía que el viejo Horghuz habría hecho correr la voz entre las familias nómadas y que se habría llevado a la suya lejos de los rudos guerreros de los Lobos. Puede que no fueran una tribu, pero el comercio y la soledad unía a aquéllos que eran débiles. Temujin sabía que la noticia del regreso de los Lobos se propagaría cada vez más lejos. La decisión de Eeluk de volver a las tierras que rodeaban la colina roja era como lanzar una piedra a un lago. Todas las tribus a una distancia de cien días a caballo se enterarían y se preguntarían si los Lobos serían para ellos una amenaza o un aliado. Aquéllos que como el viejo Horghuz se las arreglaban a duras penas sin la protección de las grandes familias se mostrarían aún más precavidos ante las posibles consecuencias y el nuevo orden. Cuando se acercaban los lobos, los perros pequeños se escabullían con el rabo entre las piernas.

Por primera vez, Temujin vio el mundo desde el otro lado. Podría haber odiado a las tribus por el modo en que recorren las llanuras, pero en vez de eso soñó que un día haría huir a otros hombres a su paso. Era el hijo de su padre y era difícil verse como uno de los nómadas sin tribu. Estuviera donde estuviera, el linaje legítimo de los Lobos continuaba en él. Renunciar a eso habría sido deshonrar a su padre y su propia lucha por la supervivencia. Durante todo ese tiempo, Temujin había sabido una simple verdad. Un día, él sería khan.

Con sólo un poco de agua de río para saciar su sed y sin esperanza de rescate, casi podía reírse ante esa idea. Primero tenía que librarse del destino que Tolui y Eeluk tenían preparado para él. Fantaseaba mientras trotaba detrás, atado de la cuerda. Había considerado adelantarse y lanzar una soga en torno a la garganta de Tolui, pero el fornido joven no lo perdía de vista y, aunque se presentara el momento adecuado, no estaba seguro de tener fuerza para romper el enorme cuello del guerrero.

Tolui permaneció inusitadamente callado durante la marcha. Le daba vueltas al hecho de que estaba regresando con uno solo de los hijos del khan y ni siquiera era el mayor, que les habían robado los valiosos caballos y que habían perdido a Unegen. Si no hubiera sido por su único cautivo, la incursión habría sido un completo desastre. Tolui observaba constantemente a su prisionero, preocupado de que pudiera desvanecerse y los obligara a regresar sólo con su vergüenza. Cuando llegó la noche, Tolui se levantó varias veces de un sueño intranquilo para comprobar las cuerdas. Cada vez que lo hizo, encontró a Temujin despierto y mirándole con secreto regocijo. Él también había pensado en el regreso del grupo a la tribu de los Lobos y estaba encantado de que sus hermanos menores al menos le hubieran negado a Tolui la oportunidad de pavonearse ante Eeluk. Llegar a pie supondría una gran humillación para el orgulloso vasallo y, si no hubiera estado tan fatigado y abatido, podría haber disfrutado del hosco silencio de Tolui.

Sin las provisiones que guardaban en las alforjas, todos estaban debilitándose por momentos. El segundo día Basan se quedó vigilando a Temujin mientras Tolui cogía su arco y se dirigía a una hilera de árboles en la cresta de una montaña. Era la oportunidad que Temujin había estado esperando y Basan notó sus ansias de hablar con él antes siquiera de que abriera la boca.

—No voy a soltarte, Temujin. No puedes pedirme eso —dijo Basan.

El pecho de Temujin se deshinchó como si la esperanza se hubiera escapado de su cuerpo con su aliento.

—No le dijiste dónde estaba escondido —murmuró.

Basan se sonrojó y retiró la mirada.

—Debería haberlo hecho. Te di una oportunidad para honrar la memoria de tu padre, y Tolui te encontró de todos modos. Si no hubiera estado oscuro, podría haberse dado cuenta de lo que había hecho.

—No. Es un idiota —aseguró Temujin.

Basan sonrió. Tolui era un joven en auge en las gers de los Lobos y su temperamento se estaba convirtiendo en legendario. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que oyó a alguien insultarle en voz alta, aun cuando Tolui no estuviera escuchando. Ver que Temujin se mantenía fuerte frente a él era un recordatorio de que había un mundo más allá de los Lobos. Cuando volvió a hablar, lo hizo con amargura.

—Dicen que los Lobos son fuertes, Temujin… y lo somos, con hombres como Tolui. Eeluk ha nombrado nuevos vasallos, hombres sin honor. Nos hace arrodillamos ante él, y si alguien le hace reír, ha cazado un ciervo o asaltado a una familia nómada, Eeluk le arroja un odre de airag negro como a un perro que ha hecho algo bien. —Mientras hablaba, alzó la vista hacia las colinas, recordando otros tiempos—. Tu padre nunca nos hizo arrodillamos —añadió con suavidad—. Mientras estuvo vivo habría dado mi vida por él sin pensarlo; nunca hizo que nos sintiéramos como animales.

Era un largo discurso para el taciturno miembro de la tribu y Temujin le escuchó con atención, consciente de la importancia de tener a Basan como aliado. No contaba con ningún otro entre los Lobos, ya no. Podría haber pedido ayuda de nuevo, pero Basan no había hablado a la ligera. Su sentido del honor le impedía dejarle escapar ahora que le habían capturado. Temujin lo aceptó, aunque las anchas llanuras lo llamaban y estaba deseando huir de cualquier muerte horrible que Eeluk hubiera ideado para él. Sabía que no debía esperar compasión por segunda vez, ahora que Eeluk estaba seguro en su posición. Cuando habló, eligió las palabras con cuidado, pues necesitaba que Basan recordara, que escuchara algo más que la súplica de un prisionero.

—Mi padre nació para gobernar, Basan. Se comportaba con amabilidad con los hombres en los que confiaba. Eeluk no está tan… seguro de sí mismo. No puede estarlo. No excuso lo que ha hecho, pero le comprendo, y comprendo por qué ha hecho que hombres como Tolui estén junto a él. Su debilidad les hace despiadados, y a veces hombres como él pueden ser guerreros mortíferos.

Notó que Basan se estaba relajando mientras hablaba, considerando ideas insospechadas, casi como si hubiera olvidado que uno de ellos era cautivo del otro.

—Tal vez eso es lo que Eeluk vio en Tolui —continuó Temujin, pensativo—. No he visto cómo se comporta en un asalto, pero puede que apague su miedo con salvajes actos de valor.

Temujin no sabría decir si creía lo que estaba diciendo. El Tolui que había conocido de niño había sido un bravucón que solía echar a correr gimoteando cada vez que se hacía daño. Ocultó su placer con expresión impasible cuando Basan pareció preocupado, considerando sus recuerdos a la luz de las palabras de Temujin.

—Tu padre no lo habría elegido como vasallo —dijo Basan, moviendo la cabeza—. Ser elegido por Yesugei fue el mayor honor de mi vida. Significó más entonces que tener una armadura y el poder suficiente para atacar a familias débiles y sus rebaños. Significó… —Se sacudió, alejándose de sus recuerdos.

Temujin quería seguir ahondando en ese camino, pero no se atrevió a presionarle más. Se quedaron en silencio durante un tiempo, luego Basan suspiró.

—Con tu padre, podía sentirme orgulloso —murmuró, casi para sí mismo—. Éramos venganza y muerte para aquéllos que nos atacaban, pero nunca para las familias, nunca para los Lobos. Eeluk ha hecho que nos pavoneemos en torno a las tiendas con nuestra armadura, y no trabajamos la lana para hacer fieltro ni domamos a nuevos caballos. Nos deja que engordemos y nos ablandemos con regalos. Los jóvenes no conocen otra cosa, pero yo he sido esbelto y fuerte y firme, Temujin. Recuerdo lo que era cabalgar con Yesugei contra los tártaros.

—Le sigues honrando, todavía —susurró Temujin, conmovido por los recuerdos que tenía Basan de su padre.

Vio que el rostro de Basan se relajaba en respuesta, y supo que no sacaría nada más de él ese día.

Tolui retornó triunfante con dos marmotas atadas a su cinturón. Basan y él las cocinaron con piedras calientes selladas dentro de la piel y Temujin empezó a salivar al percibir el olor de la carne en la brisa. Tolui permitió que Basan lanzara una de las carcasas hacia donde Temujin pudiera alcanzarla, y el muchacho fue arrancando con deliberado cuidado los restos de carne, sabiendo que necesitaba mantenerse fuerte. Tolui parecía disfrutar tirando de la cuerda cada vez que lograba meterse un bocado de alimento en la boca.

Cuando se pusieron en marcha de nuevo, Temujin luchó contra la fatiga y el dolor y el escozor de sus muñecas. No se quejó, porque sabía que mostrar cualquier debilidad sería darle una satisfacción a Tolui. Sabía que el guerrero lo mataría antes que dejarle huir, y Temujin no veía ninguna posibilidad para escapar de los hombres que le tenían prisionero. La idea de encontrarse con Eeluk de nuevo despertaba un miedo lacerante en su estómago vacío. Cuando llegó la noche, Tolui hizo una parada repentina, con la mirada clavada en algo que vislumbraba en la lejanía. En la penumbra del ocaso, Temujin forzó la vista y se le cayó el alma a los pies.

El viejo Horghuz no había ido muy lejos, después de todo. Temujin reconoció su yegua picaza y el carro que arrastraba, lleno hasta los topes de las escasas posesiones de la familia. Su pequeño rebaño de cabras y ovejas los precedía, y su balido viajaba en la brisa. Tal vez Horghuz no había comprendido el peligro al que se enfrentaba. Temujin sufrió al pensar que quizá se hubiera quedado en la zona para ver qué le pasaba a la familia con la que había entablado amistad.

Horghuz no era idiota. No se acercó a los guerreros, aunque notaron la palidez de su rostro cuando se volvió a mirarlos. Temujin le suplicó en silencio que se alejara galopando tan rápido como pudiera.

Lo único que podía hacer era observar con angustia mientras Tolui le pasaba la cuerda a Basan y se descolgaba el arco del hombro, escondiéndolo de la vista y preparando la flecha con las manos bajadas. Cuando lo vio caminar a toda velocidad hacia el viejo y su familia, Temujin no pudo aguantar más. Con una sacudida que hizo que Basan girara sobre sí mismo levantó los brazos y los agitó frenéticamente para avisar al viejo de que debía alejarse de inmediato.

Horghuz vaciló, se volvió en la silla y miró fijamente a la figura solitaria que avanzaba hacia él. Vio el desesperado gesto de Temujin, pero era demasiado tarde. Tolui ya los tenía a tiro y tensó su arco con un pie, elevando el arma, ya lista, en una décima de segundo. Sin dar tiempo a que Horghuz pudiera hacer otra cosa que alertar con un grito a su mujer y a sus hijos, Tolui disparó.

No fue un lanzamiento demasiado poderoso para un hombre que era capaz de manejar el arco a galope tendido. Temujin gimió cuando vio a Horghuz espolear al caballo, sabiendo que el cansado animal no sería lo bastante rápido. Los guerreros y su prisionero siguieron la trayectoria de la flecha. Tolui había lanzado otra después de la primera, que parecía oscuramente suspendida en el aire mientras las figuras humanas se movían demasiado despacio, demasiado tarde.

Temujin gritó cuando la flecha se clavó en la espalda del viejo Horghuz, haciendo que el caballo se encabritara asustado. Aun a esa distancia, Temujin vio cómo la silueta de su amigo se retorcía y sus brazos se agitaban débilmente. La segunda flecha siguió casi el mismo camino, hundiéndose en la silla de madera mientras Horghuz caía al suelo, un bulto de ropa oscura sobre la verde llanura. El rostro de Temujin se crispó al oír el ruido sordo del segundo golpe un instante después de verlo aterrizar. Tolui rugió triunfante e inició el trote del cazador, acercándose a la aterrorizada familia arco en ristre, como un lobo se aproxima a un rebaño de cabras.

La esposa de Horghuz soltó al caballo del carromato y puso a sus dos hijos en la silla tras arrancar la flecha que sobresalía de ella. Quizá le hubiera dado una palmada al caballo para que echara a correr, pero Tolui ya la había amenazado gritando que no lo hiciera. Cuando volvió a levantar el arco, la mujer se dejó caer al suelo, derrotada.

Temujin observó desesperado cómo Tolui se acercaba aún más, colocando otra flecha en el arco con gesto indiferente.

—¡No! —exclamó Temujin, pero Tolui se estaba divirtiendo.

Su primera flecha alcanzó a la mujer en el pecho. Luego acabó con los niños, que lo contemplaban entre alaridos. La fuerza de los impactos los derribó del caballo, haciendo que cayeran espatarrados en el polvoriento suelo.

—¿Qué daño le han hecho, Basan? ¡Dímelo! —preguntó Temujin.

Basan lo miró levemente sorprendido, interrogándolo con sus ojos oscuros.

—No son de nuestro pueblo. ¿Los dejarías marchar para que se murieran de hambre?

Temujin retiró la vista de la figura de Tolui, que de una patada había quitado el cadáver de uno de los niños del camino para montarse en el caballo. Una parte de él sentía que lo que había presenciado era un crimen, pero no encontraba las palabras para expresarlo. No existía ningún vínculo de sangre o matrimonio con el viejo Horghuz o su familia. No habían sido Lobos.

—Tolui mata como un cobarde —afirmó, tratando aún de encontrar la idea—. ¿Se enfrenta a hombres armados con el mismo placer?

Vio cómo Basan fruncía el ceño y supo que sus palabras habían surtido efecto. Era cierto que la familia de Horghuz no habría sobrevivido al invierno. Temujin sabía que era posible incluso que Yesugei hubiera dado la misma orden, pero con pesar y comprendiendo que era una especie de acto compasivo en una tierra cruel. Temujin adoptó un aire desdeñoso cuando el guerrero regresó a caballo hacia ellos. Tolui era un hombre pequeño pese a su estatura e inmensa fuerza. Los había asesinado para satisfacer su propia frustración y volvió sonriendo con orgullo a los que le habían visto actuar. Temujin juró una nueva venganza en silencio y no volvió a hablar a Basan.

Tolui y Basan se turnaron para montar a la yegua pintada, mientras Temujin caminaba tambaleante, cayéndose y levantándose a sus espaldas. Después de que Tolui recuperara las flechas, arrancándolas de la carne de sus víctimas, dejaron los cadáveres a los carroñeros. El pequeño carro atrajo el interés del guerrero el tiempo suficiente para revisarlo, pero contenía poco más que carne seca y algunos harapos. Los nómadas como Horghuz no poseían tesoros ocultos. Tolui le cortó la garganta a un cabrito y se bebió la sangre con visible placer, y después amarró el cuerpo muerto a su silla y pusieron a los demás animales tras ellos. Tendrían carne fresca más que suficiente para llegar hasta las gers de los Lobos.

Temujin observó los rostros pálidos e inmóviles de Horghuz y su familia al pasar por su lado. Le habían dado la bienvenida y habían compartido con él el té salado y la carne que tenían. Se sentía aturdido y debilitado por las emociones del día, pero cuando los dejaron atrás, supo en un momento de revelación que habían sido su tribu, su familia. No por lazos de sangre, sino por amistad y por el vínculo más amplio de ayudarse a sobrevivir en una época difícil. Con determinación, hizo suya su venganza.

Hoelun cogió a Temuge por los hombros y lo zarandeó. En los años transcurridos desde que los Lobos los abandonaran, había crecido y se había vuelto esbelto como la hierba primaveral, ya no quedaba ni rastro de la gordura infantil en él. Y, sin embargo, no se había fortalecido en lo importante. Ayudaba en el trabajo a sus hermanos, pero sólo hacía lo que le decían y, más a menudo, se escabullía y se pasaba el día nadando en un arroyo o escalando una colina para admirar las vistas. Si se hubiera tratado de simple pereza, Hoelun podría haber conseguido enmendarlo pegándole con una vara. Pero Temuge era un niño infeliz y seguía soñando con volver a casa con los Lobos y recuperar cuanto habían perdido. Necesitaba estar de vez en cuando alejado de la familia y, cuando se le negaba, se ponía nervioso y huraño, hasta que Hoelun perdía la paciencia y le decía que se marchara para que el aire puro le despejara los pensamientos que enmarañaban su mente como telas de araña.

Al caer la noche, Temuge sollozaba en la pequeña ger.

—¿Qué vamos a hacer? —gimoteó, limpiándose un brillante rastro de mocos casi tan ancho como su nariz.

Hoelun, harta de oírle, contuvo su irritación y le alisó el cabello con sus ásperas manos. Era un niño demasiado blando, exactamente como Yesugei le había vaticinado que sería. Tal vez lo había mimado demasiado.

—Seguro que está bien, Temuge. Tu hermano no se deja capturar con facilidad.

Trató de que su voz sonara alegre, aunque ya había empezado a meditar sobre su futuro. Temuge podía llorar, pero Hoelun tenía que prever qué hacer en el futuro, de lo contrario corría el riesgo de perderlos a todos. Sus otros hijos estaban aturdidos y deprimidos ante ese nuevo golpe que habían sufrido sus vidas. Temujin les había conferido cierta esperanza. Perderle había sido retornar a la absoluta desesperación de los primeros días en soledad, y la oscura grieta entre las colinas se lo recordó todo, como una losa pesando sobre sus espíritus.

En el exterior de la ger, Hoelun oyó a uno de los caballos que relinchaba suavemente. Pensó en ese sonido mientras tomaba una serie de decisiones que le rompían el corazón. Por fin, mientras Temuge lloriqueaba en una esquina con la mirada perdida en el vacío, habló para todos ellos.

—Si Temujin no ha regresado mañana por la noche, tendremos que marcharnos de aquí. —Había captado la atención de todos, incluso la pequeña Temulun dejó de jugar con sus tabas de colores y se quedó mirando a su madre con los ojos muy abiertos—. No tenemos otra opción, ahora que los Lobos están volviendo a la colina roja. Eeluk hará rastrear toda la región y dará con nuestro pequeño escondite. Ése será nuestro fin.

Fue Kachiun quien le respondió, eligiendo sus palabras con cuidado.

—Si nos vamos, Temujin no será capaz de encontrarnos de nuevo, pero eso ya lo sabes —dijo—. Yo podría quedarme y esperarle, si te llevas los caballos. Sólo tienes que decirme la dirección que tomaréis y os seguiré cuando venga.

—¿Y si no viene? —dijo Khasar.

Kachiun lo miró con el ceño fruncido.

—Lo esperaré tanto como pueda. Si los Lobos vienen a registrar la grieta, me esconderé o viajaré de noche hacia vosotros. Si nos vamos sin más sería como si estuviera muerto. Nunca nos volveríamos a encontrar.

Hoelun sonrió y asió a Kachiun por el hombro, obligándose a olvidar su desesperación. Pese a su sonrisa, en sus ojos relucía la inquietud.

—Eres un buen hermano y un excelente hijo —aseguró—. Tu padre estaría orgulloso de ti. —Se echó hacia delante, hablando con una intensidad abrumadora—. Pero no arriesgues tu vida si ves que lo han capturado, ¿de acuerdo? Temujin nació con sangre en su mano y tal vez ése sea su destino. —Su rostro se crispó sin previo aviso—. No estoy dispuesta a perder a todos mis hijos, uno tras otro.

El recuerdo de Bekter le provocó un espasmo de llanto que conmocionó a todos. Kachiun alargó los brazos y rodeó a su madre. Mientras, en la esquina, Temuge empezó a sollozar otra vez.