XV

Los tres guerreros entraron con cautela en el pequeño campamento, percibiendo la voluta de humo que seguía saliendo de una de las tiendas. Oyeron los balidos de las cabras y las ovejas, pero por lo demás, reinaba un extraño silencio y sintieron la presión de miradas invisibles.

Las pequeñas gers y el destartalado corral estaban situados junto a un arroyo al final de una colina boscosa. Tolui había visto a los fugitivos desaparecer entre los árboles y había tenido cuidado de desmontar para que su caballo lo parapetara de la amenaza de una emboscada o un tiro preciso. Bajo sus túnicas, Basan y Unegen vestían una cota de cuero como la suya, una capa que les protegería el pecho y les daría ventaja incluso en un ataque directo.

Tolui mantenía las manos bajas, detrás del cuello del caballo, mientras hacía señas a los otros. Uno de ellos tenía que revisar las tiendas antes de seguir adelante, para no arriesgarse a recibir un disparo desde atrás. El que se hizo cargo con una inclinación de cabeza fue Basan, que dirigió a su yegua hacia las sombras de la ger y la utilizó para bloquear la vista a cualquier observador mientras se introducía en ella. Tolui y Unegen aguardaron mientras la registraba, vigilando los árboles con atención. Ambos vieron los montones de espino atados con cordel entre los troncos, que obligaba a quien quisiera perseguirlos a hacerlo a pie. El terreno había sido preparado por alguien que temía un asalto, y había elegido bien. Para llegar a los árboles, los guerreros tendrían que atravesar treinta pasos de espacio abierto, y si los hijos de Yesugei estaban esperándoles con arcos, la cosa se pondría muy fea.

Tolui frunció el ceño mientras consideraba la situación. Ya no dudaba de que las figuras que había visto salir huyendo eran los niños que habían dejado atrás. Las pocas familias nómadas que buscaban comida en las llanuras no habrían estado pertrechadas de esa manera, como si aguardaran una batalla. Preparó el arco a ciegas mientras mantenía la vista clavada en la oscura maleza que podría estar ocultando un ejército. Sabía que podía marcharse y volver con suficientes hombres para darles caza, pero sin haber visto los obstáculos de espino, Eeluk creería que había perdido el valor. No iba a permitir que su khan pensara eso de él, y empezó a disponerse para la lucha. Su respiración cambió de largas y lentas inhalaciones a breves inspiraciones que aceleraban sus latidos y le llenaban de fuerza, mientras Basan entraba en la segunda tienda y salía negando con la cabeza.

Tolui apretó uno de sus puños y luego extendió tres dedos como un tenedor. Basan y Unegen asintieron para mostrar que habían entendido. Tendieron sus propios arcos y esperaron su señal. Tolui se sentía fuerte, consciente de que sólo el disparo más poderoso de una flecha podría atravesar su armadura de cuero y herirle. Levantó el puño y los tres hombres se lanzaron a la carrera a la vez, separándose al llegar a campo abierto.

Tolui jadeaba mientras corría, vigilando el más mínimo movimiento. A un lado, vio un destello; se lanzó con una voltereta aprendida en la lucha y se puso de pie a toda velocidad mientras algo pasaba zumbando por encima de su cabeza. Los otros dos hombres se desviaron para cerrar el hueco, pero para entonces Tolui había visto que no se podía pasar a través de la primera línea de árboles. Cada espacio había sido cerrado por los grandes fardos de espinos atados. Los hijos de Yesugei debían de haber colocado el último tras de ellos; Tolui vaciló mientras su corazón palpitaba al verse tan desprotegido.

Antes de poder tomar una decisión, una flecha le atravesó el pecho, haciendo que se tambaleara. El dolor era lacerante, pero hizo caso omiso de él, confiando en que la cota habría evitado que profundizara demasiado. Se dio cuenta de que tenían buenos arcos.

Los tres Lobos tuvieron que detenerse en la peor posición posible, frente a los fardos de espinos. Y, sin embargo, como arqueros, cualquiera de ellos podía acertarle a un pájaro en el ala: la situación no era tan desesperada como Tolui había temido. Para que sus enemigos pudieran disparar tenían que mostrarse, aunque fuera un instante. Si lo hacían, uno de los tres guerreros lanzaría una flecha en una décima de segundo, tan rápida que no podrían esquivarla.

Por lo visto, los hijos de Yesugei se habían dado cuenta de la debilidad de su táctica, ya que el silencio creció y se extendió entre los árboles. Todas las aves habían volado ante la súbita incursión de los guerreros y el único sonido era el jadeo de unos hombres que temían por sus vidas, pero que iban controlando poco a poco su respiración.

Tolui dio dos lentos pasos hacia la derecha, cruzando una pierna por encima de la otra en perfecto equilibrio, mientras Basan y Unegen se movían hacia la izquierda. Todos sus sentidos se habían agudizado, listos para matar o ser matados. Era muy fácil imaginar una flecha desgarrándole la carne, pero Tolui se dio cuenta de que estaba disfrutando de la sensación de peligro. Mantuvo la cabeza alta y, entonces, en un impulso, le habló al enemigo oculto.

—Mi nombre es Tolui de los Lobos —dijo, y su voz resonó alta y fuerte en el claro—. Soy uno de los vasallos de Eeluk, que fue uno de los vasallos de Yesugei —inspiró profundamente—. No hay necesidad de luchar. Si nos otorgáis derechos de hospitalidad, volveremos a las gers y te daré mi mensaje.

Aguardó una respuesta, aunque realmente no esperaba que se entregaran con tanta facilidad. Por el rabillo del ojo vio a Basan cambiar ligeramente de postura, delatando su incomodidad.

—No podemos quedarnos aquí todo el día —murmuró Basan.

Sus ojos se movían incesantemente.

—¿Quieres dejar que se nos escapen? —siseó Tolui.

Sólo los labios de Basan se movieron para responder:

—Ahora sabemos que están vivos, deberíamos llevarle la noticia al khan. Tal vez nos dé órdenes nuevas.

Tolui volvió ligeramente la cabeza para contestar y casi le cuesta la vida. Vio a un chico ponerse en pie, preparar con habilidad el arco y disparar. Tolui sintió que el mundo empezaba a rugir en sus oídos mientras soltaba su propia flecha en el mismo momento en que era derribado con otro impacto en su pecho, justo debajo de la garganta. Se percató, pese al dolor, de que su disparo había sido precipitado. Oyó a Unegen disparar hacia la maleza, y Tolui bramó lleno de ira, mientras se levantaba, colocando otra flecha en la cuerda.

Basan disparó a ciegas cuando vio algo que se movía. No oyeron ningún grito de dolor y, cuando Tolui miró a su izquierda, descubrió a Unegen en el suelo: una flecha le atravesaba el cuello de parte a parte. Se le veía el blanco de los ojos y la lengua le colgaba. Tolui lanzó una maldición, agitando su arco adelante y atrás, presa de la furia.

—¡Habéis querido una muerte cruel y os la voy a dar! —chilló.

Por un instante, pensó echar a correr hacia los caballos, pero su orgullo y su furia lo mantuvieron allí, con un deseo desesperado de castigar a quienes se habían atrevido a atacarle. De su deel sobresalían las saetas y arrancó dos astiles con rápidos tirones de las manos cuando se interpusieron en sus movimientos.

—Creo que he herido a uno —dijo Basan.

De nuevo regresó el silencio con su amenaza de otro ataque.

—Deberíamos volver a los caballos —continuó Basan—. Podemos rodear los espinos y lanzarnos hacia ellos por el claro. Tolui mostró los dientes con rabia. Las puntas de flecha le habían herido y sentía un dolor punzante. Ladraba cada palabra como una orden.

—No cedas terreno —dijo, vigilando los árboles—. Mata a cualquier cosa que se mueva.

Temujin se acuclilló detrás de la barrera de espinos que había preparado meses antes. Había sido su flecha la que había atravesado la garganta de Unegen y eso le había producido una salvaje satisfacción. Recordó cómo Unegen le había entregado la espada de su padre a Eeluk. Había soñado muchas veces con vengarse. Sólo un poco ya sería tan dulce como la miel silvestre para él.

Sus hermanos y él habían planificado la defensa contra un ataque exactamente como aquél, pero les había sorprendido ver a un grupo de vasallos de los Lobos en su campamento. Temujin había preparado una trampa para unos asaltantes que suponía menos mortíferos que los hombres que Eeluk había elegido. El pecho de Temujin se henchía de orgullo por haber eliminado a uno de ellos, aunque su orgullo se mezclaba con la confusión. Eran los guerreros de su padre, los más veloces y los mejores. Era casi un pecado matar a uno de ellos, incluso a Unegen. Pero eso no impediría que Temujin hiciera cuanto pudiera por matar a los demás.

Se acordaba de cuando Tolui era sólo un muchacho de mirada desafiante. Aunque no era tan tonto como para meterse con los hijos de Yesugei, ya entonces era uno de los niños más fuertes del campamento de los Lobos. Por lo que había alcanzado a ver cuando apuntaba su flecha hacia él, bajo el mando de Eeluk la fuerza y arrogancia de Tolui habían crecido.

Echó una ojeada por una pequeña abertura en los espinos, observando a Tolui y a Basan. Éste parecía descontento y Temujin recordó que fue a él a quien enviaron a la tribu de los olkhun’ut para llevarle a casa. ¿Lo había sabido Tolui cuando lo había elegido? Probablemente no. El mundo era diferente entonces, y Tolui era sólo Otro gamberrillo mugriento que siempre se metía en líos. Ahora llevaba la armadura y la túnica de un vasallo de un khan, y Temujin quería herir su orgullo.

Se mantuvo completamente inmóvil mientras consideraba qué hacer. Kachiun había tomado posiciones. Temía que, en cualquier momento, el movimiento atrajera la penetrante vista de Basan y una saeta cruzara entre los espinos y se le clavara. El sudor goteaba por su frente.

Cuando Temujin vio a su hermano, parpadeó con nerviosismo. Kachiun le estaba mirando, esperando en silencio que notara su presencia. El chico tenía los ojos desorbitados de dolor: tenía una flecha clavada en el muslo. Kachiun había recobrado la expresión impasible de esa mañana en la que la muerte había ido a buscarlos: estaba sentado como una estatua, sus rasgos transidos por el dolor y la tez blanca, mientras devolvía la mirada a su hermano, sin atreverse a gesticular. Pese a su autocontrol, las plumas de la flecha temblaban ligeramente y, con los sentidos agudizados hasta el punto de marearse, Temujin oía incluso el leve movimiento de las hojas. Tolui lo vería, pensó, y lanzaría otra flecha que esta vez sería mortal. Era probable que alguno de los hombres de Eeluk fuera capaz de oler la sangre en la brisa.

Temujin sostuvo la mirada de Kachiun largo tiempo; ambos se observaban mutuamente, en muda desesperación. No podían escapar. Khasar estaba oculto de la vista de Temujin, pero él también estaba en peligro, tanto si lo sabía como si no.

Temujin volvió la cabeza con infinita lentitud hasta ver a Tolui y Basan. Ellos también estaban esperando, aunque era evidente que Tolui estaba furioso y, mientras Temujin lo observaba, se arrancó las flechas que tenía clavadas en el pecho. La rabia del joven habría alegrado a Temujin si la herida de Kachiun no hubiera arruinado todos sus planes.

Temujin comprendió que ese pulso no podía durar eternamente. Existía la posibilidad de que Tolui se retirara para volver con más hombres. Si lo hacía, Khasar y él tendrían suficiente tiempo para poner a Kachiun a salvo.

Temujin rechinó los dientes, sin saber qué decisión tomar. No creía que Tolui fuera a irse con el rabo entre las piernas, no después de haber perdido a Unegen. Su orgullo no lo permitiría. Si le ordenaba a Basan que avanzara, Khasar y él mismo tendrían que arriesgar otro disparo, pero acertar a la garganta de un hombre con armadura que corría con la cabeza gacha era casi imposible. Temujin sabía que tenía que moverse antes de que Tolui llegara a la misma conclusión y, tal vez, avanzar hacia el claro y acercarse a ellos por otro camino. Los muchachos habían bloqueado las entradas a los bosques en torno al campamento, pero había lugares por donde un guerrero solo podía abrirse paso.

Temujin maldijo su suerte. Sólo habían pasado unos momentos desde el intercambio de flechas, pero el tiempo parecía haberse detenido mientras los pensamientos se le agolpaban en la cabeza. Sabía lo que tenía que hacer, pero tenía miedo. Cerró los ojos un instante y reunió fuerzas. Un khan tomaba decisiones difíciles y sabía que su padre ya se habría movido. Basan y Tolui tenían que ser alejados de allí antes de que encontraran a Kachiun y acabaran con él.

Temujin empezó a retroceder a gatas, sin dejar de vigilar a los intrusos, que aparecían intermitentemente entre las ramas. Podía ver que estaban hablando, aunque no acertaba a oír sus palabras. Cuando había recorrido diez o veinte alds, utilizó un abedul para ocultar sus movimientos mientras se ponía en pie y sacaba otra flecha del carcaj que llevaba a la espalda. Ya no podía ver a ninguno de los dos hombres y tendría que disparar de memoria. Rogó al Padre Cielo que le concediera unos momentos de confusión, luego tensó el arco y lanzó la flecha hacia donde había visto a Tolui.

Tolui oyó la flecha en la décima de segundo que tardó en atravesar las hojas, llegando desde ninguna parte. Lanzó su propia saeta antes de que la otra le alcanzara, haciéndole un largo arañazo en el antebrazo antes de caer girando inútilmente. Gritó de dolor y sorpresa y luego vio a una figura que corría entre los árboles y lanzó otra flecha confiando tener suerte. Pero el proyectil se perdió en los espesos arbustos de la colina, y la ira de Tolui superó su precaución.

—¡Ve tras él! —le chilló a Basan, que ya se había puesto en movimiento.

Corrieron juntos hacia el este de las barreras, intentando no perder de vista al corredor mientras buscaban un hueco para entrar en el bosque.

Cuando lo encontraron, Tolui se internó sin ninguna vacilación, mientras Basan se quedaba atrás y vigilaba por si acaso el ataque era una trampa. Tolui empezó a subir con paso firme y Basan corrió para ponerse a su altura en su veloz ascenso por la colina. Vieron que el joven llevaba un arco en la mano y ambos sintieron la excitación de la caza. Estaban bien alimentados y eran fuertes, y tenían confianza en sus posibilidades de victoria mientras las ramas los azotaban a su paso y saltaban un arroyuelo. La figura no se detuvo a mirar, pero le vieron dirigirse hacia la parte más espesa de la maleza.

Tolui empezó a jadear y Basan tenía la cara roja por el esfuerzo de la subida, pero prepararon sus espadas y continuaron, haciendo caso omiso del malestar.

Kachiun alzó la vista cuando la sombra de Khasar cayó sobre su rostro. Buscó con los dedos el cuchillo antes de relajarse al ver que se trataba de su hermano.

—Temujin ha conseguido ganar un poco de tiempo para nosotros —le dijo.

Khasar espió entre los árboles y vio a los dos hombres ascendiendo más y más la colina. Los abedules y los pinos llegaban sólo a la mitad y sabían que Temujin quedaría expuesto hasta que pudiera llegar al valle al otro lado, donde había otro bosque. No sabían si podría escapar de sus perseguidores, pero ambos hermanos estaban emocionados y aliviados de verse libres de los vasallos de Eeluk.

—¿Y ahora qué? —preguntó Khasar, casi para sí.

Kachiun trató de concentrarse en medio de aquel dolor, que parecía un animal devorándole la pierna. La debilidad iba y venía a ráfagas mientras se esforzaba en mantenerse consciente.

—Ahora sacamos esta flecha —dijo, haciendo una mueca al imaginárselo.

Habían visto cómo se hacía cuando los hombres regresaban de sus enfrentamientos con alguna partida de asaltantes. La herida de la pierna era bastante limpia y el flujo de sangre se había convertido en un hilillo. Aun así, Khasar recogió un grueso puñado de hojas para que Kachiun las mordiera. Sujetó el astil de la saeta, lo rompió limpiamente y la empujó para que atravesara el muslo mientras los ojos de Kachiun se abrían de forma desorbitada. Sin poder evitarlo, un grave gemido brotó de sus labios, y Khasar le tapó la boca con la mano para amortiguar el sonido hasta que los pedazos de flecha estuvieron en el suelo. Con movimientos rápidos y hábiles, cortó tiras de su cinturón y le hizo un torniquete.

—Apóyate en mi hombro —le dijo, ayudándolo a levantarse.

Era evidente que su hermano pequeño estaba aturdido y mareado, pero cuando escupió las hojas húmedas, Khasar esperó que dijera qué tenían que hacer ahora.

—Volverán —aseguró Kachiun, cuando se recuperó—. Traerán a los otros. Si nos damos prisa, podemos llevarnos todos los caballos y llegar al segundo campamento.

Khasar se quedó con él hasta que se subió a la silla del caballo de Tolui. Entonces le ayudó a colocarse poniéndole una mano en el hombro, y le dio las riendas en la mano antes de salir como un relámpago hacia donde su madre se había escondido con los niños. Temujin había preparado el refugio, y Khasar dio gracias por la previsión de su hermano mientras corría. La aparición de los guerreros de Eeluk era una pesadilla que había atormentado sus noches en muchos momento de sus años en solitario. Había sido una suerte que Temujin hubiera repasado los planes una y otra vez, aunque Khasar odiaba la idea de regresar a la oscura grieta en las colinas donde habían transcurrido sus primeras noches. Temujin había insistido en situar allí una ger diminuta, pero nunca pensaron que tendrían que utilizarla tan pronto. Volverían a estar solos de nuevo, y tratarían de darles caza.

Mientras corría, rezó para que Temujin lograra escapar de sus perseguidores. Cuando volviera, él sabría qué hacer. La idea de que Temujin no regresara era demasiado terrible para contemplarla siquiera.

Temujin corrió hasta que le empezaron a fallar las piernas, y su cabeza se bamboleaba con cada paso. Al principio, había tenido fuerza y velocidad suficientes para saltar y esquivar todos los obstáculos que salían a su encuentro, pero cuando la saliva se convirtió en una pasta amarga en la boca y su energía se desvaneció, sólo fue capaz de avanzar dando tumbos, arañándose la piel con los miles de ramas y espinos.

Lo peor había sido tener que cruzar la cumbre de la colina, desnuda como una piedra de río. Tolui y Basan le habían lanzado varias flechas y Temujin se había visto obligado a reducir el paso para poder observar la trayectoria de las saetas y quitar su cuerpo cansado de su camino con un salto. Sus perseguidores habían acortado terreno en el vasto espacio vacío, pero luego había llegado por fin a los viejos árboles y seguido adelante a trompicones, con la visión borrosa, sintiendo cómo cada bocanada de aire le abrasaba la garganta.

El arco se le enganchó en un arbusto de brezo tan firmemente que no pudo soltarlo y tuvo que darlo por perdido. Se maldijo por ello mientras continuaba corriendo, porque sabía que tendría que haber quitado la cuerda, o incluso haberla cortado. Cualquier cosa menos perder un arma que al menos le habría dado una oportunidad de rechazarlos cuando le alcanzaran. Su pequeño puñal no le ayudaría contra Tolui.

No lograba dejar atrás a los guerreros. Lo mejor que podía hacer era tumbarse en algún sitio. Mientras avanzaba tambaleante, buscó algún arbusto donde esconderse. El miedo le atenazaba la garganta y no conseguía deshacerse de él. Al mirar atrás vio a los dos hombres saltando, sin perder velocidad, a través de los árboles. Habían bajado sus arcos y le invadió la desesperanza. No había planeado que le persiguieran durante tanto trecho, y no tenía sentido desear haber preparado un alijo de armas o una trampa como las que se usan para los lobos en el invierno. Su jadeo se convirtió en un ronquido, y luego en un sonido más fuerte, pues cada vez que respiraba su cuerpo gritaba pidiéndole que se detuviera. El sol seguía brillando en el cielo encima de su cabeza, pero lo único que podía hacer era seguir y seguir, hasta que su corazón estallara o una flecha se hundiera en su espalda.

Tuvo que cruzar un pequeño arroyo que se encontró en el camino, resbaló en una piedra húmeda, tropezó y se cayó dándose un buen chapuzón en el agua helada. Esto le hizo despertar de su trance, y al instante se levantó y continuó corriendo con un poco más de control. Mientras lo hacía, escuchó atentamente y contó sus pasos hasta que oyó a Tolui y Basan chapotear en el mismo arroyo. Estaban a cincuenta y tres pasos detrás de él, lo bastante cerca para poder derribarlo como a un ciervo si les ofrecía una sola vez un tiro claro. Alzó la cabeza y reunió todas sus energías para seguir adelante. Su cuerpo estaba exhausto, pero recordaba que Yesugei le había dicho que la voluntad de un hombre podía hacerle avanzar mucho después de que su débil carne se hubiera dado por vencida.

Una repentina hondonada lo ocultó de la vista de sus perseguidores y viró para esquivarles a través de un bosquecillo de abedules. En esa zona las zarzas eran tan altas como un hombre y se zambulló en ellas sin pensar, escarbando como un loco en los espinos para profundizar más y más en su sombría protección. Se sentía desesperado, a punto de ser presa del pánico, pero cuando dejó de ver la luz del día, se hizo un ovillo y se mantuvo tan inmóvil como pudo.

Sus pulmones pedían aire a gritos mientras se obligaba a permanecer quieto. La molestia creció y empezó a sudar. Notó que su rostro se sofocaba y le temblaban las manos, pero todo lo que se permitió fue inspirar y espirar un delgado chorro de aire mientras apretaba todos los músculos de su boca y mejillas con fuerza.

Oyó a Tolui y Basan pasar corriendo por su lado, llamándose entre sí. No irían muy lejos antes de regresar a buscarle, estaba seguro. Aunque no había nada que deseara más que cerrar los ojos y descansar, utilizó ese tiempo precioso para avanzar serpenteando y seguir adentrándose en el oscuro corazón de los arbustos. Se le clavaban algunas espinas, pero no podía chillar y simplemente se presionó la carne hasta que salieron. Esas pequeñas heridas no importaban nada en comparación con lo que le pasaría si le cogían.

Se obligó a detener su ciego gatear. Por un tiempo, no había pensado en nada más que en buscar la oscuridad y la seguridad, como un animal perseguido por cazadores. Como hijo de Yesugei sabía que el temblor de las hojas revelaría su posición si no dejaba de moverse. Ese yo interior contemplaba con frío desdén esa manera de escarbar y arrastrarse e intentaba recuperar el control. Al final, fue el sonido de la voz de Tolui lo que le hizo quedarse inmóvil y cerrar los ojos con una sensación semejante al alivio. No podía hacer nada más.

—Se está escondiendo —afirmó Tolui con claridad, a una distancia terroríficamente próxima. Ambos debían de haber dado la vuelta en cuanto lo perdieron de vista.

Temujin sintió un calambre en los músculos del pecho y se metió la mano en la boca para mordérsela y acallar el dolor. Se concentró en una imagen de su padre en la ger y vio de nuevo ante sí la vida que había perdido.

—Sabemos que puedes oírnos, Temujin —dijo Tolui, jadeando.

A él también lo había fatigado la distancia a la carrera, pero los vasallos del khan de los Lobos eran los hombres más duros y fuertes del mundo y se estaba recuperando deprisa.

Temujin yacía con la mejilla apoyada en las hojas caídas, oliendo la mohosa riqueza de la podredumbre que nunca había visto la luz del sol. Sabía que en la oscuridad podría despistarlos, pero aún faltaban muchas horas para que cayera la noche y no se le ocurría otro modo de mejorar sus posibilidades. Odiaba a los hombres que le perseguían, los odiaba con un ardor que sin duda tenían que notar.

—¿Dónde está tu hermano Bekter? —Exclamó de nuevo Tolui—. Tú y él sois los únicos a los que queremos, ¿entiendes?

En un tono diferente, Temujin oyó a Tolui murmurar entre dientes a Basan.

—Se habrá tumbado en algún sitio por aquí. Explora todo el terreno y llámame si lo ves.

La dura voz había recobrado parte de su confianza y Temujin rezó al Padre Cielo para que lo fulminara, lo quemara o lo destrozara con un rayo como una vez había visto que le ocurría a un árbol. El Padre Cielo no le respondió, si es que le había oído, pero la ira volvió a encenderse en el pecho de Temujin y en su imaginación se sucedieron las visiones de su sangrienta venganza.

El aliento abrasador de Temujin se había aliviado ligeramente, pero su corazón seguía latiendo con fuerza y apenas podía evitar moverse o hacer ruido al jadear. Oyó pasos cerca de él, que hacían crujir los espinos y las hojas. Había un claro por el que entraba la luz desde el exterior y Temujin fijó la vista en él y vio moverse unas sombras. Para su horror, vislumbró una bota que interrumpió un instante la luz, y luego la luz desapareció por completo cuando un rostro se asomó a mirar. Al notar que también le estaban mirando, los ojos se le salieron de las órbitas y dejó los dientes a la vista como un perro salvaje. Durante un momento verdaderamente largo, Basan y él se sostuvieron la mirada, y luego el vasallo desapareció.

—No le veo —dijo Basan, alejándose.

Temujin sintió que las lágrimas se le agolpaban en los ojos y, mientras el fragor de la sangre le zumbaba en los oídos, acusó de repente todos los dolores y las heridas que su pobre cuerpo había sufrido en la persecución. Recordó que Basan había sido leal a Yesugei y el alivio fue inmenso.

Oyó la voz de Tolui en la distancia y, durante largo tiempo, estuvo a solas con el susurro de su aliento. El sol empezó a ocultarse tras las apartadas colinas invisibles y la oscuridad llegó pronto a la profundidad de las zarzas. Temujin oyó a los dos hombres llamarse entre sí, pero las voces sonaban cada vez más lejanas. Más tarde, el agotamiento le robó de pronto la consciencia y se quedó dormido.

Cuando se despertó, vio una llama amarilla atravesar su campo de visión. Al principio no comprendió de qué se trataba o por qué estaba allí tendido, acurrucado en unas zarzas tan espesas que apenas podía moverse. Daba miedo estar rodeado de oscuridad y espinos, y no sabía cómo podría salir de allí si no era arrastrándose por donde había venido.

En la penumbra, observó las antorchas y sus llamas se le grabaron en la retina. En una ocasión vio el rostro de Tolui bajo la luz dorada: el guerrero seguía buscándolo y ahora tenía un aspecto adusto y cansado. Sin duda ambos hombres estaban hambrientos y anquilosados, como el propio Temujin.

—Te arrancaré la piel si no te entregas —gritó de pronto Tolui—. Si me obligas a seguir buscándote toda la noche, te daré una paliza de muerte.

Temujin cerró los ojos. Cada vez que las llamas se alejaban trataba de estirar los músculos. En la oscuridad, Tolui no podría ver las zarzas moverse, y Temujin empezó a preparase para echar a correr de nuevo. Tensó las piernas, que había tenido apretadas contra el pecho, y sintió un enorme alivio. Estaba helado y sentía calambres en todo el cuerpo, así que pensó que lo que le había despertado era el dolor y no los gritos de Tolui.

Se frotó los nudos de los músculos de los muslos con las manos para relajarlos. Tenía que salir rápidamente, era todo cuanto necesitaba: la oscuridad se encargaría de ocultarlo de su vista. Sabía que su familia habría llegado a la grieta en las colinas y, si se esforzaba, creía que podría llegar allí antes del amanecer. Tolui y Basan nunca podrían localizarlo en el pasto seco y tendrían que volver a buscar más hombres. Temujin se prometió en silencio que nunca lo capturarían. Se llevaría a su familia lejos de los Lobos de Eeluk y comenzarían una nueva vida donde pudieran estar a salvo.

Estaba listo para moverse cuando la luz de la antorcha cayó en la franja de terreno donde estaba tendido y se quedó paralizado. Vio la cara de Tolui y le dio la impresión de que el vasallo le estaba mirando directamente. Temujin no se movió, ni aun cuando el guerrero de Eeluk empezó a tirar de las puntas de las zarzas. La luz de la antorcha creaba sombras que bailoteaban, y el corazón de Temujin se aceleró asustado una vez más. No se atrevió a volverse a mirar, aunque oyó la llama de las teas crepitar en los espinos que rodeaban sus piernas. Tolui debía de haber metido la antorcha muy abajo para iluminar la zona que le resultaba sospechosa.

Temujin notó que una mano le atenazaba el tobillo y, pese a que despertó al instante a la vida y le dio una patada, los férreos dedos no le soltaron. Buscó el puñal de su cinturón y lo extrajo, gritando de miedo y rabia mientras le arrastraban por el terreno y lo sacaban al claro.

Tolui había tirado la antorcha al suelo para agarrarle, de modo que Temujin casi no podía ver al hombre que le sujetó por la túnica y elevó un puño en lo alto. Una manaza cayó sobre la mano que sostenía el puñal y Temujin se retorció lleno de impotencia. Vislumbró apenas el golpe que caía sobre él antes de perder la consciencia y entrar en un mundo todavía más oscuro.

Cuando se despertó de nuevo, había una hoguera delante de él y los dos hombres se calentaban junto a ella. Lo habían amarrado a un joven abedul, cuyo frío sentía contra su espalda. Tenía sangre en la boca y se lamió el pegajoso líquido de los labios con la lengua. Tenía los brazos atados muy arriba, a la espalda, y ni se preocupó de comprobar los nudos. Ningún vasallo de los Lobos habría dejado una cuerda suelta que pudiera alcanzar con los dedos. En unos pocos segundos, Temujin comprendió que no podía escapar y observó a Tolui con la mirada apagada, deseándole la muerte con toda la ferocidad de su imaginación. Si hubiera habido algún dios escuchando, Tolui habría ardido ante sus ojos.

No sabía qué pensar de Basan. Estaba sentado a un lado, con la cara vuelta hacia el fuego. No habían traído comida y era evidente que preferían pasar una noche en los bosques antes de arrastrarlo a donde sus caballos aguardaban en la oscuridad. Un reguero de sangre cayó resbalando por la garganta de Temujin; se atragantó, y al toser hizo que ambos se volvieran a mirarlo.

Los fuertes rasgos de Tolui se iluminaron al verle despierto. Se puso en pie de inmediato, mientras a sus espaldas Basan negaba con la cabeza y retiraba la vista.

—Te dije que te encontraría —dijo Tolui, en tono alegre.

Temujin miró al joven, recordando al niño de brazos y piernas demasiado largos que conoció. Lanzó un escupitajo de sangre al suelo y vio que la expresión de Tolui se ensombrecía. Como salido de la nada, en la mano del guerrero apareció un cuchillo, y Temujin vio que Basan se levantaba detrás de él.

—Mi khan te quiere vivo —dijo Tolui—, pero ¿no podría sacarte un ojo, por la carrera que nos has obligado a echar? ¿Qué opinas de eso? ¿O partirte la lengua en dos como la de una serpiente? —Continuó, agitando el puñal cerca de los ojos de Temujin—. Solía observaros a Bekter y a ti cuando erais pequeños, para ver si había algo especial en vosotros, algo que os hiciera mejores que yo. —Sonrió y negó con la cabeza—. Era muy joven. No se puede ver qué hace a un hombre un khan y a otro un esclavo. Está aquí. —Se golpeó en el pecho, con los ojos brillantes.

Temujin enarcó las cejas, harto de las poses y la palabrería de Tolui. El olor a grasa rancia que desprendía era fuerte, y mientras lo aspiraba tuvo una visión de un águila batiendo sus alas frente a su cara. Se sintió lejos de allí y, de repente, ya no tenía miedo.

—Ahí no, Tolui, no en ti —dijo con lentitud, alzando la vista para devolverle la mirada al inmenso hombre que le estaba amenazando—. No eres más que un estúpido yak, apto sólo para levantar troncos.

Tolui le cruzó la cara con un brusco golpe que le torció la cabeza. El segundo fue aún peor y, al retirarla, había sangre en la palma de su mano. Temujin vio un destello de odio y de siniestro triunfo en sus ojos y se preguntó si se detendría, hasta que Basan habló junto al hombro a Tolui, que se sorprendió al encontrárselo a su lado.

—Déjale tranquilo —dijo con suavidad—. No es honorable pegar a un hombre atado.

Tolui resopló y se encogió de hombros.

—Entonces tiene que responder a mis preguntas —espetó, volviéndose hacia su compañero.

Basan guardó silencio y a Temujin se le cayó el alma a los pies. Ya no le ayudaría más.

—¿Dónde está Bekter? —Preguntó Tolui—. A ése le debo una buena paliza. —Sus ojos se enfriaron al pronunciar el nombre y Temujin se preguntó qué habría sucedido entre ellos.

—Está muerto —afirmó—. Kachiun y yo lo matamos.

—¿De verdad?

Fue Basan quien habló, olvidando a Tolui por un instante. Temujin jugó con la tensión que existía entre ellos respondiendo directamente a Basan.

—Era un invierno muy duro y nos estaba robando comida. Tomé la decisión de un khan.

Tal vez Basan le habría respondido, pero Tolui se aproximó un paso, apoyando sus manazas en los hombros de Temujin.

—¿Y cómo sé que estás diciendo la verdad, muchacho? Podría estar acechándonos ahora mismo, y entonces ¿qué pasaría con nosotros?

Temujin sabía que su situación era desesperada. Todo lo que podía hacer era intentar prepararse para la paliza. Adoptó una expresión impasible.

—Cuídate mucho a partir de ahora, Tolui. Te quiero en forma y fuerte para cuando vaya por ti.

Tolui se quedó boquiabierto al oírlo, sin saber si reírse o arremeter contra él. Al final, decidió darle un puñetazo en el estómago, y después continuar golpeándole, riéndose de su propia fuerza y del daño que era capaz de hacer.