TREINTA Y CINCO

35

06.16 HORAS, 30 DE AGOSTO DE 2552 [CALENDARIO MILITAR) / NAVE DE DESEMBARCO DE LA UNSC, SISTEMA EPSILON ERIDANI, CERCA DE LA ESTACIÓN GAMMA DE REACH

—¡Preparados para maniobra! —bramó el Jefe Maestro.

Los Spartans se lanzaron hacia los arneses de seguridad y se los abrocharon.

—¡Todos seguros! —gritó Linda.

El Jefe Maestro apagó los propulsores posteriores de la Pelican y provocó una repentina impulsión inversa corta. Los Spartans fueron lanzados brutalmente hacia adelante, contra los arneses, cuando cesó la aceleración de la Pelican. Apagó rápidamente los motores.

La diminuta nave se encontraba encarada con la fragata del Covenant. A un kilómetro de distancia, la escotilla de lanzamiento y las torretas de láser pulsado parecían estar lo bastante cerca como para tocar la pantalla de visión exterior; y tenían la potencia de fuego suficiente como para vaporizar a los Spartans en un abrir y cerrar de ojos.

El primer impulso del Jefe Maestro fue disparar los misiles HE Yunque-II y los cañones automáticos, pero detuvo la mano cuando la extendía hacia los disparadores.

Eso sólo atraería la atención del enemigo… que era lo último que él deseaba. Por el momento, la nave alienígena no le hacía el menor caso, probablemente porque el Jefe Maestro había apagado los motores de la Pelican. Pero la nave también parecía muerta en el espacio: sin luces, sin lanzar ni una sola nave, sin cargar ninguna arma de plasma.

La nave de desembarco continuaba hacia la estación de atraque, y su impulso aumentaba la distancia que los separaba de la fragata.

El espacio que rodeaba a la nave del Covenant hirvió y se desgarró, y aparecieron otras dos naves.

También éstas hicieron caso omiso de la Pelican. ¿Era demasiado pequeña como para que se molestaran en hacer nada? Al Jefe Maestro no le importaba. Su suerte, al parecer, resistía.

Comprobó el radar: treinta kilómetros hasta la anilla de atraque. Encendió los motores para ralentizar la velocidad. Tenía que hacerlo o se estrellarían contra la estación.

Veinte kilómetros.

El rugido de los motores hacía estremecer la nave. Ralentizaron… pero no iba a ser suficiente.

Diez kilómetros.

—Sujetaos —dijo a Linda y James.

El repentino impacto lanzó a John hacia atrás y adelante en el asiento, y se rompieron las correas que lo sujetaban.

Parpadeó… y vio sólo oscuridad. Se le aclaró la visión y vio que la barra indicadora de la potencia del escudo estaba agotada. Comenzó a rellenarse con lentitud. Estaban destrozados todas las pantallas y monitores de la cabina.

El Jefe Maestro se libró de la desorientación y se impulsó hacia popa.

El interior de la nave de descenso era un desastre. Se había soltado todo lo que estaba atado. Las cajas de munición se habían roto y abierto durante el brusco aterrizaje, y el aire estaba lleno de cargadores. Había un escape de refrigerante que expulsaba bolas de líquido negro. En la gravedad cero, todo parecía encontrarse en el interior de un globo de nieve que alguien había agitado.

James y Linda flotaban por encima de la cubierta de la Pelican, y se movían con lentitud.

—¿Alguna herida? —preguntó el Jefe Maestro.

—No —replicó Linda.

—Pienso que sí —dijo James—, quiero decir que no. Estoy bien, señor. ¿Eso fue un aterrizaje, o las naves del Covenant nos han disparado?

—Si lo hubieran hecho, no estaríamos aquí para hablar del asunto. Recoged todos los pertrechos que podáis y salid de aquí, rápido —dijo el Jefe Maestro.

John recogió un fusil de asalto y un lanzacohetes Jackhammer. Encontró una mochila que contenía un kilo de C12, detonadores y una mina antitanques Lotus. Serían cosas que les resultarían de utilidad. Recobró cinco cargadores de munición intactos, pero no pudo encontrar su mochila de propulsión. Tendría que arreglárselas sin ella.

—No queda más tiempo —dijo—. Aquí somos blancos fáciles. Salid ya por la escotilla lateral.

Linda fue la primera. Hizo una pausa, y una vez que hubo comprobado para su satisfacción que el Covenant no les habían tendido una emboscada, les hizo una señal a los otros dos para que avanzaran.

El Jefe Maestro y James salieron, se aferraron a los costados de la Pelican en la gravedad cero, y ocuparon los flancos en popa y proa de la nave de desembarco.

El muelle espacial Gamma era una anilla de tres kilómetros de diámetro, cuyo metal gris mate se curvaba a derecha e izquierda. En la superficie había antenas de comunicación y unos cuantos conductos; nada donde ponerse a cubierto. Las puertas del hangar estaban bien cerradas. La estación no giraba. La IA que controlaba la estación debía haberla cerrado a cal y canto al detectar que la base de datos de navegación estaba en peligro.

El Jefe Maestro frunció el ceño al ver que la cola de la Pelican estaba abollada e incrustada en el casco de la estación. Los motores habían quedado inutilizados. La nave se encontraba torcida; la proa y las cargas de C-12 que deberían servir para abrirles paso al interior de una nave del Covenant apuntaban ahora al aire.

Comenzó a alejarse de la estación. Se sujetó con el arnés al casco de la nave.

—Azul-Dos —dijo—, recoja esos explosivos. —Hizo un gesto hacia proa, movimiento que lo hizo girar.

—Sí, señor. —Con un impulso de los propulsores, James ascendió lentamente hasta el morro de la Pelican.

Los Spartans se habían entrenado para luchar en gravedad cero. No era fácil. El más ligero movimiento hacía que uno girara sin control.

Un destello que se produjo en lo alto se reflejó en el casco de la nave. El Jefe Maestro alzó la mirada. Ahora las naves del Covenant estaban activas: destellaban rayos láser de color azul y motas de luz roja se acumulaban en las líneas laterales. Se les encendieron los motores y se acercaron más a la estación.

Un rayo cruzó el campo visual del Jefe Maestro en un abrir y cerrar de ojos. Los escudos de la fragata central destellaron en color plateado, y la nave estalló en una nube de fragmentos.

Los cañones orbitales habían girado para disparar contra la nueva amenaza.

La maniobra alienígena era un suicidio. ¿Cómo podía pensar el Covenant que era capaz de soportar una potencia de disparo semejante?

—Azul-Uno —dijo John—, recorra esas naves con la mira telescópica.

Linda se acercó flotando al Jefe Maestro. Dirigió el rifle de precisión hacia arriba y observó las naves a través de la mira.

—Tenemos objetivos a la vista —dijo, y disparó.

El Jefe Maestro activó el sistema de aumento. Las dos naves restantes dispararon una docena de cápsulas. Las estelas de vapor de escape apuntaban directamente hacia la posición de los Spartans. Unos puntos diminutos acompañaban a las cápsulas; el Jefe Maestro puso el sistema de aumento al máximo. Parecían hombres con mochilas propulsoras…

No, definitivamente no eran hombres.

Aquellas cosas tenían cabeza alargada, e incluso desde aquella distancia se podía ver a través de sus viseras y reparar en los prominentes dientes y mandíbulas de tiburón. Llevaban armaduras que brillaban cuando chocaban con las naves, lo cual no era otra cosa que escudos de energía.

Tenía que tratarse de la clase guerrera Elite que la doctora Halsey había deducido que tenían. ¿Lo mejor del Covenant? Estaban a punto de descubrirlo.

Linda disparó contra uno de los alienígenas. Los escudos que rodeaban su cuerpo resplandecieron, y la bala rebotó, pero ella no dejó de hacer fuego. Disparó otras tres balas contra la criatura, todas hacia un mismo punto preciso del cuello. Los escudos parpadearon y una de las balas los atravesó. De la herida manó sangre negra, y la criatura se retorció en el espacio.

Los otros alienígenas los vieron. Salieron disparados hacia ellos, disparando rifles de plasma y aguijoneadores.

—A cubierto —dijo el Jefe Maestro. Se soltó, y se aferró al costado de la nave de desembarco.

Linda lo siguió, mientras las balas de fuego acribillaban el casco de la nave en torno a ellos y hacían saltar metal fundido. Las agujas cristalinas rebotaban en los escudos de energía de los Spartans.

—Azul-Dos —dijo el Jefe Maestro—, he dicho retirada.

James casi había logrado soltar los explosivos del morro de la Pelican, cuando lo golpeó una lluvia de agujas. Una impactó contra el tanque de la mochila propulsora y penetró. Quedó alojada durante una fracción de segundo, y luego explotó.

De la mochila manó vapor. Los descontrolados propulsores hicieron girar a James en la microgravedad. Se estrelló contra la estación, rebotó, y luego salió disparado hacia el espacio, dando vueltas, incapaz de controlar su trayectoria.

—¡Azul Dos! Conteste —bramó el Jefe Maestro a través del canal de comunicación.

—… puedo… controlar… —La voz de James le llegaba cargada de estática—. Han… todas partes… —Se oyó más estática y el canal de comunicación se apagó.

El Jefe Maestro observó al compañero de equipo que se alejaba dando vueltas hacia la oscuridad. Todo su entrenamiento, su fuerza, reflejos y determinación sobrehumanas… completamente inútiles contra las leyes de la física.

Ni siquiera sabía si James estaba muerto. Por el momento tenía que suponer que lo estaba, quitárselo de la cabeza. Tenía que cumplir una misión. Si lograba sobrevivir, haría que todas las naves de la UNSC que hubiera en el área organizaran una operación de búsqueda y rescate.

Linda se quitó el arnés de la mochila propulsora.

Los alienígenas dejaron de disparar. Las cápsulas del Covenant descendieron hacia la estación, y se posaron a intervalos de trescientos metros aproximadamente.

Una se posó a veinte metros de ellos. Los costados se desplegaron como los pétalos, y de ella salieron Jackals con trajes estancos negro y azul. Sus botas se adhirieron al casco de la estación.

—Abrámonos camino fuera de aquí, Azul-Uno.

—De acuerdo, señor.

Linda disparó contra puntos que los escudos de energía de los enemigos no protegían: las botas, la parte superior de la cabeza de uno, la punta de un dedo. Tres Jackals cayeron en rápida sucesión, con los trajes espaciales perforados por su puntería. El resto corrió a ponerse a cubierto dentro de la cápsula.

El Jefe Maestro apoyó la espalda contra la nave de desembarco y efectuó disparos con su fusil de asalto. La microgravedad arruinaba su puntería.

Un Jackal saltó fuera de la cápsula, directamente hacia ellos.

El Jefe Maestro pasó a automático total y le atacó los escudos con suficientes balas como para lanzar al alienígena de espaldas fuera de la estación. Agotó un cargador, lo cambió y sacó una granada. Le quitó el seguro y la arrojó.

La lanzó en una trayectoria plana. La granada rebotó al otro lado de la cápsula y entró en ella.

Detonó, se produjo un destello, y una columna de azul liofilizado salió disparada hacia arriba. La explosión había pillado a los enemigos por el que los escudos no les protegían.

—Azul-Uno, apodérate de la cápsula de desembarco. Yo te cubriré. —Apuntó con el fusil.

—Sí, señor. —Linda se aferró a una tubería que corría a lo largo de la estación y se desplazó por ella con las manos como si fuera una cuerda. Cuando estuvo dentro de la cápsula, hizo brillar una luz verde en la pantalla del casco de él.

El Jefe Maestro gateó hacia la proa de la Pelican. Al llegar a lo alto de la nave vio que la estación estaba llena de soldados del Covenant: un centenar de Jackals y al menos seis soldados Élite. Señalaron la Pelican y comenzaron a avanzar lentamente hacia su posición.

—Venid a buscarla —murmuró el Jefe Maestro.

Sacó dos granadas de la mochila y la encajó en el C-12 del morro de la nave. A continuación, empujó para impulsarse hacia su compañera de equipo.

Ella lo atrapó y lo arrastró al interior de la cápsula abierta. Por dentro estaba recubierta por los trocitos de una docena de Jackals muertos.

—Tienes un nuevo objetivo —le dijo John—. Un par de granadas de fragmentación. Apúntales y espera mi orden para disparar.

Ella apoyó el fúsil en el borde de la cápsula abierta y apuntó.

Asomaron Jackals gateando sobre la Pelican, y también apareció, volando por encima de ella, uno de los guerreros Élite que maniobraba con la mochila propulsora. El guerrero Élite hizo gestos para ordenarles a los Jackals que registraran la nave.

—Fuego —dijo el Jefe Maestro.

Linda disparó una vez. Las granadas detonaron, y la reacción en cadena hizo estallar los veinte kilos de C-12.

Un puño subsónico golpeó al Jefe Maestro y lo lanzó hasta el otro lado de la cápsula de desembarco. Aun estando a veinte metros de distancia, los laterales de la cápsula se deformaron y los bordes superiores fueron arrancados.

John miró por encima del borde.

Había un cráter donde antes estaba la Pelican. Si algo había sobrevivido a la explosión, ahora se encontraba en órbita.

—Ya tenemos una vía de entrada —señaló el Jefe Maestro.

Linda asintió con la cabeza.

En la distancia, donde estaba la curva de la estación desaparecía, otras cápsulas del Covenant descendieron sobre ella, y el Jefe Maestro vio las siluetas de cientos de Jackals y guerreros Élite que se dirigían hacia ellos gateando o volando.

—Adelante, Azul-Dos.

Se movieron hacia el agujero. La detonación había atravesado cinco cubiertas y dejado un túnel de metal de bordes dentados y tuberías de las que manaba gas.

El Jefe Maestro recuperó en su pantalla los planos de la estación.

—Ése —dijo, y señaló dos cubiertas más abajo—. Es el nivel B, donde deberían estar el hangar nueve y la Circunference, trescientos metros hacia babor.

Descendieron por el interior hasta el corredor de la cubierta B. Estaban encendidas las luces de emergencia de la estación que bañaban el pasillo con una mortecina iluminación roja.

El Jefe Maestro se detuvo y le hizo una señal a Linda para que lo imitara. Sacó de la mochila la mina Lotus antitanque y le activó los detectores de proximidad. Cualquier cosa que intentara seguirlos se llevaría una sorpresa.

El Jefe y ella se sujetaron a las barandillas que corrían a lo largo del curvo pasillo y se desplazaron por ella con las manos.

En la mortecina luz, un poco más delante de la posición de ellos, destellaron disparos de armas automáticas.

—Azul-Uno —dijo el Jefe Maestro—, delante, diez metros… hay una puerta hermética abierta.

Se situaron rápidamente a ambos lados de la puerta. John envió su sonda óptica al interior.

Había una docena de naves atracadas en el hangar, en dos niveles. Vio unas cuantas Pelican destrozadas; un gusano de servicio de la estación, y, en el atraque número once, una esbelta nave privada que mantenían sujeta enormes abrazaderas de servicio. En el sitio de la proa donde debería haber estado pintado el nombre de la nave, había un simple círculo. Esa nave tenía que ser el objetivo.

Dos atraques más hacia popa había cuatro marines con traje espacial a quienes los disparos de plasma y agujas mantenían inmovilizados contra la cubierta. El Jefe Maestro hizo girar la sonda óptica, y vio quiénes los mantenían inmovilizados: en la zona de proa del hangar había treinta Jackals que avanzaban lentamente, protegidos por sus escudos de energía.

Los marines arrojaron granadas de fragmentación. Los Jackals corrieron a ponerse a cubierto y giraron los escudos.

Destellaron tres silenciosas explosiones en el vacío. No cayó ni un Jackal.

Otra explosión hizo estremecer la cubierta, detrás de ellos, y sacudió los huesos del Jefe Maestro, a pesar de la armadura. Había detonado la mina Lotus.

No disponían de mucho tiempo antes de que les dieran alcance las fuerzas del Covenant que estaban en el exterior.

John preparó el fusil de asalto.

—Acaba con esos Jackals, Azul-Uno. Yo intentaré llegar a la Circunference.

Linda asió con la mano izquierda el borde de la puerta hermética, apoyó el rifle sobre ella y rodeó el gatillo con la derecha.

—Hay un montón —dijo—. Podría tardar unos cuantos segundos.

Un destello de contacto apareció en la pantalla del detector de movimiento del Jefe Maestro, y luego se desvaneció. Se volvió y apuntó con el fusil de asalto. Nada.

—Aguarda, Azul-Dos. Voy a comprobar cómo lo tenemos a las seis en punto.

La luz de acuse de recibo de Linda parpadeó.

John retrocedió diez metros por el pasillo, con cautela. El sensor no detectó nada. Sólo había mortecina luz roja y sombras… pero una de las sombras se movió.

Tardó sólo un instante en registrar plenamente la imagen: una fina película negra se separó de la oscuridad. Era un metro más alta que John y llevaba una armadura azul parecida al blindaje de las naves del Covenant. El casco era alargado y tenía hileras de afilados dientes; daba la impresión de estar sonriéndole.

El guerrero Élite lo apuntó con una pistola de plasma.

A esa distancia no había forma de que la criatura fallara; el plasma podría atravesar casi de inmediato los escudos de John que iban recargándose lentamente. Y si John usaba su fusil de asalto, no lograría atravesar el escudo de energía del alienígena. En un simple intercambio de disparos ganaría el guerrero del Covenant.

Inaceptable. Tenía que cambiar esas probabilidades.

El Jefe Maestro se impulsó contra la pared y se lanzó hacia la criatura, contra la cual chocó antes de que tuviera tiempo de disparar.

Cayeron juntos y se estrellaron contra el mamparo. El brigada vio que el escudo del alienígena oscilaba y se desvanecía…

… y aporreó el borde de su arma.

La criatura aulló silenciosamente en el vacío y soltó la pistola de plasma.

El guerrero enemigo le dio una patada en el estómago; el escudo absorbió la mayor parte del golpe, pero John salió despedido, dando vueltas. Detuvo la rotación golpeando el techo con la palma de una mano abierta, y luego se lanzó hacia la cubierta para esquivar el siguiente ataque.

Intentó atrapar al guerrero, pero los debilitados escudos de ambos se deslizaron y crepitaron el uno sobre el otro. Demasiado resbaladizo.

Continuaron rebotando por el curvo pasillo. Una bota del Jefe Maestro se atascó en la barandilla, se le torció el pie y le subió por la pierna una punzada de fuerte dolor, pero logró parar el impulso combinado de ambos.

El guerrero Elite se apartó de un empujón y se sujetó a una barandilla del otro lado del corredor. Luego se volvió y saltó otra vez hacia el Jefe Maestro.

John hizo caso omiso del dolor de la pierna. Se impulsó para lanzarse contra el alienígena.

Colisionaron; John chocó con las botas por delante, pero la fuerza resbaló sobre los escudos del guerrero del Covenant.

El alienígena lo aferró y lanzó, y ambos giraron y percutieron contra la pared.

El Jefe Maestro quedó contra el mamparo: perfecto, ahora tenía algo en lo que apoyarse en la gravedad cero.

Empleando todos los músculos de su cuerpo, acometió al enemigo con un puñetazo que lo golpeó en el vientre. El escudo del alienígena brilló y crepitó, pero no logró absorber la totalidad del impacto. El alienígena se dobló por la mitad y retrocedió, tambaleándose…

… y sus manos encontraron el arma de plasma que había dejado caer.

Se recuperó con rapidez y apuntó al Jefe Maestro.

John saltó hacia él y le aferró la muñeca. Trabó la articulación del guante acorazado que entonces se transformó en un tornillo de carpintero.

Ambos forcejearon para controlar el arma, que apuntaba ahora al alienígena, ahora al Jefe.

El guerrero Elite era tan fuerte como John.

Rodaban y rebotaban contra el suelo, el techo y las paredes. Sus fuerzas eran demasiado parejas.

John logró forzar una situación de tablas: la pistola apuntaba ahora hacia arriba, entre los dos cuerpos. Si se disparaba los alcanzaría a ambos, y un disparo a quemarropa podía hacer que cayeran sus escudos. Los freiría a ambos.

El Jefe Maestro pasó bruscamente el antebrazo y el codo por encima de la muñeca de la criatura y le golpeó la cabeza. Durante una fracción de segundo quedó aturdida y su fuerza disminuyó.

John volvió el arma hacia la cara del guerrero y accionó el mecanismo de disparo. La descarga de plasma salió despedida hacia la criatura. El plasma se derramó por sus escudos, que oscilaron y se oscurecieron.

La energía salpicó al Jefe, cuyos escudos se descargaron hasta una cuarta parte. La temperatura interna del traje ascendió hasta niveles críticos.

Pero los escudos del guerrero Élite estaban desactivados.

El Jefe Maestro no esperó a que se recargara la pistola de plasma. Aferró a la criatura con la mano izquierda, y con la derecha le propinó un golpe ascendente dirigido a la cabeza, un gancho dirigido a la garganta y otro al pecho, y una sucesión de tres rápidos golpes con el antebrazo contra el casco… que se partió y la atmósfera escapó con un siseo.

El Jefe Maestro se apartó y volvió a dispararle con la pistola. El plasma impactó en la cara del guerrero Élite.

Se debatió y arañó la nada, se estremeció… suspendido en el vacío, se contrajo y finalmente dejó de moverse.

Le disparó una vez más para asegurarse de que estaba muerto.

Los sensores de movimiento detectaron cuatro objetivos que avanzaban por el corredor… a cuarenta metros y aproximándose.

El Jefe Maestro dio media vuelta y regresó a toda prisa junto a Azul-Uno.

Linda estaba donde la había dejado, disparando contra sus objetivos con una concentración y una precisión absolutas.

—Vienen más en camino —le dijo él.

—Ya han llegado refuerzos al hangar —informó ella—. Veinte, al menos. Están aprendiendo, y ahora superponen sus escudos. No consigo herir a ninguno.

En el canal de comunicación del Jefe Maestro se produjo una crepitación de electricidad estática.

Jefe Maestro, le habla el capitán Keyes. ¿Ha rescatado la base de datos de navegación? —El capitán parecía estar sin aliento.

—Negativo, señor. Estamos cerca.

Nos dirigimos hacia el interior del sistema para rescatarlos. Tiempo estimado de llegada cinco minutos. Destruya la base de datos de la Circunference y salga lo antes posible. Si no puede cumplir su misión… tendré que destruir la estación con las armas del Pillar of Autumm. Se nos acaba el tiempo.

—Entendido, señor.

El canal de comunicación se cerró.

El capitán Keyes estaba equivocado. No estaban quedándose sin tiempo… ya no había tiempo.