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00,07 HORAS, 30 DE AGOSTO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / ESTACIÓN DE SENSORES REMOTOS «FERMION», PERIFERIA DEL SISTEMA EPSILON ERIDANI
El sargento McRobb entró en el centro de mando de la estación de sensores remotos Fermion. Los tenientes (JG) Bill Streeter y David Brightling se pusieron de pie y saludaron.
Él les devolvió el saludo sin decir nada.
Los monitores del tamaño de una pared mostraban el contenido de los últimos sondeos del espacio estelar: cartas multidimensionales, un arco iris de iluminaciones de colores falsos y un catálogo de objetos que iban a la deriva por el espacio alternativo. Algunos de los nuevos oficiales pensaban que las representaciones eran «bonitas».
Para el sargento McRobb, sin embargo, cada pixel de las pantallas representaba un peligro. Eran demasiadas las cosas que podían ocultarse en el espacio multidimensional: piratas, comerciantes del mercado negro… el Covenant.
McRobb inspeccionó los puestos de cada uno. Comprobó dos veces que los programas y el hardware estuvieran funcionando según las especificaciones de la UNSC, y pasó una mano por los monitores y teclados en busca de polvo. Los puestos de los dos estaban en perfectas condiciones.
—Continúen —dijo.
Desde la batalla de Sigma Octanus, la FLEETCOM había destinado personal de primera a las estaciones de sensores remotos. El sargento McRobb había sido retirado de Fork York, situado en la periferia de las colonias interiores. Había pasado los últimos tres meses ayudando a su tripulación a repasar el álgebra abstracta y compleja necesaria para interpretar los datos de las sondas.
—Preparados para enviar el siguiente grupo de sondas, señor —dijo el teniente Streeter—. El acelerador lineal y los generadores de espacio Estelar activados y cargados.
—Programe un ciclo de retorno en treinta segundos, y lance —ordenó McRobb.
—Sí, señor. Sondas fuera, señor. Aceleradas y entrando en el espacio Estelar.
La FLEETCOM no esperaba realmente que algo atacara el complejo militar de Reach. Era el corazón de las operaciones militares de la UNSC. Si algo lo atacara, la batalla sería de corta duración. Había veinte cañones Super MAC en órbita. Podían disparar un proyectil con una aceleración de tres mil toneladas hasta cuatro décimas de la velocidad de la luz, y dirigirlo con una puntería perfecta. Si con eso no bastaba para detener a la flota del Covenant, había entre cien y ciento cincuenta naves en el sistema, en cualquier momento dado.
Pero el sargento McRobb sabía que había existido otra base militar que en otros tiempos también se consideró demasiado poderosa como para que la atacaran, y que los militares habían pagado un alto precio por su falta de vigilancia. No estaba dispuesto a permitir que Reach se convirtiera en otro Pearl Harbor. No durante su turno de guardia.
—Las sondas regresan, señor —anunció el teniente Brightling—. Alfa reentrando en espacio normal dentro de tres… dos… uno. Escaneando sectores. Señal encontrada en punto de extracción menos cuarenta y cinco mil kilómetros.
—Procese señales y envíe el dron de recuperación, teniente.
—Sí, señor. Fijando señal… —El teniente entrecerró los ojos al mirar el monitor—. Señor, ¿quiere echarle una mirada a esto?
—En pantalla, teniente.
En la pantalla aparecieron siluetas de los generadores de imagen de radar y neutrones… y la inundaron. El sargento McRobb nunca había visto nada semejante en el espacio estelar.
—Confirme que esa corriente de datos no está corrompida —ordenó el sargento—. Estimo que ese objeto tiene tres mil kilómetros de diámetro.
—Afirmativo… tres mil doscientos kilómetros de diámetro confirmados, señor. Integridad de señal en luz verde. Tendremos una trayectoria del planetoide en cuanto regrese la sonda Beta.
Era raro que un objeto tan grande estuviera en el espacio estelar. De vez en cuando se había captado la presencia de un cometa o asteroide, y los astrofísicos de la UNSC aún no sabían cómo se habían metido aquellas cosas en la dimensión alterna. Pero nunca se había visto nada como lo que tenía delante. Al menos no desde…
—Ay, Dios mío —susurró McRobb.
No desde lo sucedido en Sigma Octanus.
—No vamos a esperar a la sonda Beta —bramó el sargento McRobb—. Vamos a iniciar el Protocolo Colé. Teniente Streeter, purgue la base de datos de navegación, y quiero decir ya mismo. Teniente Brightling, retire los interbloqueos de seguridad del reactor de la estación.
Los oficiales vacilaron por un momento… y entonces comprendieron la gravedad de la situación y se pusieron en movimiento con rapidez.
—Inicializando virus destructor de datos —gritó el teniente Streeter—. Vaciando memorias principal y de reserva. —Se volvió en el asiento, con la cara blanca—. Señor, la biblioteca científica está desactivada por reparación. Contiene todos los diarios astrofísicos de la UNSC.
—Con los datos de navegación de todas las estrellas situadas dentro de un radio de cien años luz —susurró el sargento—, incluido el Sol. Teniente, envíe a alguien ahí abajo para destruir esos datos. No me importa si tienen que golpear la unidad con un maldito acotillo… asegúrese de que esos datos quedan borrados.
—¡Sí, señor! —Streeter se volvió hacia la unidad de comunicación y comenzó a dar frenéticas órdenes.
—Interbloqueos de seguridad rojos en el panel —informó el teniente Brightling. Tenía los labios apretados en una sola línea blanca, concentrado—. Sonda Beta regresando, señor, en cuatro… tres… dos… uno. Hecho. Objetivo a ciento veinte mil kilómetros. Señal débil. Parece que la sonda no funciona bien. Intento limpiar la señal.
—Es demasiada coincidencia que funcione mal, Streeter —dijo el sargento—. ¡Contacte de inmediato con la FLEETCOM por el canal Alfa! Comprima y envíe los datos captados.
—Sí, señor. —Los dedos del teniente Streeter se hicieron un lío sobre el teclado al escribir… y tuvo que volver a teclear el mensaje—. Datos enviados.
—Señal de la sonda Beta en pantalla —informó el teniente Brightling—. Calculando la trayectoria del objeto…
El planetoide estaba más cerca. No obstante, los bordes presentaban anomalías: bultos, púas y protuberancias.
El sargento McRobb se removió y apretó los puños.
—Atravesará el sistema de Reach —dijo el teniente Brightling—, intersecando el plano solar en diecisiete segundos por la periferia exterior del sistema en cero cuatro uno. —Inhaló bruscamente—. Señor, eso está a sólo un segundo luz de nosotros.
El teniente Streeter se puso de pie y derribó la silla, casi chocando con el sargento al retroceder.
McRobb levantó el asiento.
—Siéntese, teniente. Tenemos trabajo que hacer. Dirija la batería de telescopios para que controlen esa región del espacio.
El teniente Streeter se volvió y miró los rasgos duros como la roca del sargento. Inspiró profundamente.
—Sí, señor. —Volvió a sentarse—. Sí, señor, moviendo telescopios.
—Sonda Gamma regresando en tres… dos… uno. —El teniente Brightling hizo una pausa—. No hay señal, señor. Escaneando. Tiempo más cuatro segundos y contando. Puede que la sonda se haya transportado en un eje temporal.
—No lo creo así —murmuró McRobb.
—Batería de telescopios dirigida hacia el objetivo, señor —dijo el teniente Streeter—. En la pantalla principal.
En la periferia del sistema solar de Reach aparecieron pequeños puntitos verdes. Se reunieron y apiñaron como si estuvieran atrapados en un líquido hirviente. El espacio se estiró, se volvió borroso y se distorsionó. Desaparecieron la mitad de las estrellas de la región.
—Contacto de radar —dijo el teniente Brightling—. Contacto con… más de trescientos objetos grandes. —Comenzaron a temblarle las manos—. Señor, las siluetas coinciden con naves del Covenant conocidas.
—Están acelerando —susurró el teniente Streeter—. En un curso de intersección con la estación.
—Están siendo infiltradas las conexiones de la red de la FLEETCOM —dijo el teniente Brightling. Sus temblorosas manos apenas si podían teclear las órdenes—. Cortando conexiones.
El sargento McRobb se puso de pie y se irguió todo lo posible.
—¿Qué me dice de los datos astrofísicos?
—Señor, aún están intentando interrumpir el ciclo de diagnóstico, pero es algo que requiere unos minutos.
—Entonces, no nos quedan muchas opciones —murmuró McRobb.
Posó una mano sobre un hombro del teniente Brightling para calmar al joven oficial.
Está bien, teniente. Hemos hecho todo lo que hemos podido. Hemos cumplido con nuestro deber. Ya no queda nada por lo que preocuparse.
Posó la palma de la mano sobre el control de la estación. El capitán desactivó los seguros del reactor y saturó la cámara de fusión con los tanques de deuterio de reserva.
—Sólo hay que cumplir con una orden más —dijo.