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06.00 HORA5, 29 DE AGOSTO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SISTEMA EPSILON ERIDANI, RESERVA MILITAR 01478-3 DE LA UNSC, PLANETA REACH
La pista de tiro estaba insólitamente silenciosa. Normalmente el aire estaría inundado de ruido: el seco sonido en staccato de las armas de fuego automáticas; los urgentes gritos de los soldados que practicaban operaciones de combate; y las órdenes bramadas cargadas de maldiciones de los instructores. John frunció la frente mientras conducía el Warthog hacia el puesto de guardia.
El silencio de la zona de prácticas era, en cierto sentido, inquietante.
Aun más inquietante resultó la presencia adicional de personal de seguridad; ese día había el triple de soldados de la PM patrullando la zona de la entrada.
John aparcó el vehículo y se le acercó un trío de soldados de la PM.
—Declare qué asunto lo trae, señor —exigió saber el que iba en cabeza.
Sin pronunciar palabra, John le entregó sus documentos: órdenes directas del alto mando. Los soldados de la PM se pusieron visiblemente rígidos.
—Señor, le presento mis disculpas. La doctora Halsey y los otros lo esperan en el área de P y R.
El guardia saludó e hizo un gesto para que abrieran la verja.
En los mapas de reconocimiento, el terreno de entrenamiento de combate figuraba como «reserva militar 01478-B de la UNSC». Los soldados que se entrenaban en él le daban un nombre diferente: «Painland». John conocía muy bien esa zona; una gran parte del entrenamiento inicial de los Spartans había tenido lugar allí.
El campo estaba dividido en tres áreas: un circuito de obstáculos con fuego real; un campo de práctica de tiro; y el área P y R —«Preparación y Recuperación»—, que muy a menudo hacía las veces de puesto de primeros auxilios de emergencia. John había pasado mucho tiempo en el puesto de primeros auxilios durante su entrenamiento.
Avanzó con paso firme hacia la estructura prefabricada. Otro par de guardias de la PM con los rifles de asalto MA5B preparados, volvió a comprobar sus credenciales antes de dejarlo entrar en el edificio.
—Ah, al fin está aquí —dijo una voz que no reconoció—. Vamos, hijo, paso ligero, si tiene la amabilidad.
John se detuvo; el que hablaba era un hombre mayor, de al menos sesenta años, vestido con el traje y la bata de laboratorio de un médico de a bordo. Pero no llevaba galones de rango, pensó John, con una punzada de preocupación. Por un momento, la imagen de sus compañeros Spartans, cuando eran muy jóvenes, aporreando, pateando y golpeando a instructores de paisano hasta dejarlos inconscientes destelló en su memoria con total nitidez.
—¿Quién es usted, señor? —preguntó, con tono cauto.
—Soy capitán de la Armada de la UNSC, hijo —dijo el hombre con una sonrisa de labios finos—, y hoy no tengo tiempo para charlas. Vamos.
Un capitán… y órdenes nuevas. Bien.
—Sí, señor.
El capitán con bata de laboratorio lo acompañó al interior de la sala médica del área de P y R.
—Desvístase, por favor —dijo el hombre.
John se desnudó rápidamente y luego apiló el uniforme pulcramente doblado encima de una camilla que tenía cerca. El capitán se situó detrás de él y empezó a untarle el cuello y la parte posterior de la cabeza con un líquido maloliente que sintió frío como el hielo contra la piel.
Un momento después entró la doctora Halsey.
—Esto sólo nos llevará un momento, Jefe Maestro. Vamos a actualizar unos pocos componentes de su interfaz neuronal estándar. Túmbese y permanezca inmóvil, por favor.
El Jefe Maestro obedeció. Un técnico le pulverizó un anestésico tópico en el cuello. Sintió un cosquilleo en la piel que se enfrió y quedó insensibilizada. John sintió la incisión que le atravesaba las capas de piel, y luego una serie de chasquidos que resonaron dentro de su cráneo. Se produjo una breve pulsación de láser y le pulverizaron más anestésico. Vio destellos, sintió que la habitación daba vueltas y luego experimentó una sensación de vértigo. Se le nubló la vista; parpadeó con rapidez y recuperó de inmediato la normalidad.
—Bien… el proceso ha sido completado —dijo la doctora Halsey—. Por favor, sígame.
El capitán le entregó al Jefe Maestro una bata de papel. Se la puso y siguió a la doctora al exterior.
En el campo de tiro habían montado una tienda cuyas blancas paredes de tela ondulaban en la brisa.
En torno a la estructura había diez soldados de la PM, fusiles de asalto en mano. El Jefe Maestro reparó en que no se trataba de marines normales. Llevaban la insignia dorada de las Tropas de Choque de Descenso Orbital de las Fuerzas Especiales: «Helljumpers». Duros y con una disciplina férrea. Recordó algo: la sangre de unos soldados, iguales que aquellos, que empapaba la lona de un cuadrilátero de boxeo.
En cuanto los tuvo delante, John notó que le subía la adrenalina.
La doctora Halsey se acercó a los guardias de la PM de la entrada, y presentó sus credenciales. Ellos las aceptaron y luego escanearon su retina y huella de voz, para luego hacer lo mismo con el Jefe Maestro.
Cuando hubieron confirmado las identidades, saludaron de inmediato… cosa que era técnicamente innecesaria porque el Jefe Maestro no iba uniformado.
Él tuvo el detalle de devolverles el saludo.
Los soldados no dejaban de mirar en torno, observando el campo como si esperaran que sucediera algo. La inquietud de John aumentó, porque no había muchas cosas que pusieran nervioso a un miembro de las Tropas de Choque de Descenso Orbital.
La doctora Halsey condujo al Jefe Maestro al interior. En el centro de la tienda había una armadura MJOLNIR vacía, suspendida entre dos columnas, sobre una plataforma elevada. John sabía que no era la suya. Esta última, tras años de uso, tenía abolladuras y arañazos en las placas de aleación, y el acabado en otros tiempos verde iridiscente se había opacado hasta ser un marrón oliva envejecido.
La armadura que tenía delante estaba inmaculada y la superficie presentaba un sutil brillo metálico. Reparó en que las placas del blindaje eran ligeramente más gruesas, y que las negras capas inferiores tenían un entramado más complejo de componentes. La mochila de fusión era la mitad de grande que la suya, y cerca de los puntos articulares brillaban diminutas ranuras.
—Ésta es la verdadera MJOLNIR —le susurró la doctora Halsey—. Lo que han estado usando ustedes era sólo una fracción de lo que debería ser la armadura. Ésta… —se volvió a mirar al Jefe Maestro— es todo lo que yo siempre soñé que podía ser. Por favor, póngasela.
John se quitó la bata de papel y, con la ayuda de un par de técnicos, se puso los componentes de la armadura.
La doctora Halsey apartó la mirada.
Aunque los componentes de esta armadura eran más voluminosos y pesados que los de la vieja, una vez ensamblados y activados se volvieron ligeros como el aire. La armadura se ajustó a la perfección. La biocapa se entibió y adhirió al cuerpo, para luego enfriarse un poco al igualar la temperatura del traje con la de su piel.
—Le hemos hecho un centenar de mejoras técnicas menores —dijo la doctora—. Haré que le envíen las especificaciones más tarde. Sin embargo, dos de esos cambios son modificaciones bastante serias del sistema. Puede que… tarde un poco en acostumbrarse.
La doctora Halsey frunció el ceño. John no la había visto preocupada nunca antes.
—Primero —continuó—, hemos replicado, y podría añadir que mejorado, el escudo de energía que los Jackals del Covenant han estado usando muy efectivamente contra nosotros.
¿Esta armadura tenía escudos? El Jefe Maestro había tenido noticia de que el departamento de investigación de la ONI había estado trabajando en la adaptación de tecnología del Covenant; los Spartans tenían orden permanente de capturar máquinas del enemigo siempre que pudieran. Los investigadores e ingenieros habían anunciado adelantos en gravedad artificial, y algunas naves de la UNSC ya estaban siendo sometidas a pruebas con sistemas de gravedad.
El hecho de que la armadura MJOLNIR poseyera escudos era un adelanto increíble. Durante años, no había habido ninguna suerte en la emulación de la tecnología de los escudos del Covenant. La mayor parte de la comunidad científica había renunciado a la esperanza de desentrañar alguna vez el misterio. Tal vez era por eso que la doctora Halsey estaba preocupada. Quizá no habían desentrañado todos los misterios.
La doctora les hizo un gesto de asentimiento a los técnicos.
—Comencemos.
Los dos técnicos se volvieron hacia una serie de paneles de instrumentos. Uno, ligeramente más joven que su compañero, llevaba cascos y micrófono.
—Muy bien, brigada —dijo la voz del técnico a través de los altavoces del casco de John—. En la pantalla de su casco hay un icono de activación. También hay un interruptor de control manual situado en la posición doce de su casco.
Tocó el control con el mentón, pero no sucedió nada.
—Aguarde un momento, por favor, señor. Tenemos que darle al traje una carga de activación. Después de eso podrá recibir energía regenerativa de la mochila de fusión. Suba a la plataforma y permanezca absolutamente inmóvil.
Subió a la plataforma sobre la que estaba la armadura MJOLNIR cuando llegaron. Las columnas se encendieron y relumbraron con brillante luz amarilla. Luego comenzaron a girar lentamente en torno a la base de la plataforma.
El Jefe Maestro sintió que una carga estática le hacía cosquillas en las extremidades. El brillo se intensificó y la placa antideslumbramiento del casco se oscureció automáticamente. La carga del aire se intensificó, y la piel comenzó a hormiguearle a causa de la ionización. Percibió olor a ozono.
Luego las columnas dejaron de girar y la luz se oscureció.
—Presione ahora el botón de activación, Jefe Maestro.
El aire que rodeaba a John detonó suavemente, como si se apartara de un salto de la armadura MJOLNIR. No se vio ni rastro del brillar que tenían los escudos normales del Covenant. ¿Estaba funcionando?
Se pasó una mano por encima del brazo contrario y halló resistencia a un centímetro de la superficie de la armadura. Estaba funcionando.
¿Cuántas veces, él y sus compañeros, habían tenido que buscar maneras de burlar el escudo de un Jackal? Tendría que reconsiderar sus tácticas. Tendría que reconsiderarlo todo.
—Proporciona una cobertura completa… —dijo la voz de la doctora Halsey a través de los altavoces del casco—, y disipa la energía de un modo mucho más eficiente que los escudos del Covenant que recogieron los Spartans, aunque el escudo está concentrado en los brazos, la cabeza, las piernas, el pecho y la espalda. El campo de energía disminuye hasta menos de un milímetro en torno a los guantes para que no pierdan la capacidad de sujetar o manipular objetos con las manos.
El técnico jefe activó otro control, y nuevos datos pasaron por la pantalla de John.
— Verá una barra segmentada en la esquina superior de su pantalla —dijo el técnico—, justo al lado del biomonitory de los indicadores de munición. Esa barra indica el nivel de carga del escudo. No permita que se disipe completamente; cuando desaparece, la armadura comienza a recibir los ataques.
El Jefe Maestro bajó de la plataforma. Derrapó… pero logró detenerse. Sus movimientos parecían aceitosos. Su contacto con el suelo parecía inseguro.
—Puede ajustar la parte inferior de los emisores de sus botas, al igual que los emisores del interior de sus guantes, para incrementar la tracción. En el uso normal, le interesará bajarlo a nivel mínimo… sólo tenga en cuenta que sus defensas se verán disminuidas en esas zonas.
—Entendido. —Ajustó las potencias del campo—. En entornos de gravedad cero debería incrementar esas secciones a plena potencia, ¿correcto?
—Correcto —dijo la doctora Halsey.
—¿Cuántos daños pueden soportar antes de que el sistema deje de funcionar?
—Eso es lo que averiguaremos hoy aquí, Jefe Maestro. Creo que descubrirá que tenemos varios retos en reserva para usted, con el fin de ver cuántos ataques puede soportar el traje.
Él asintió con la cabeza. Estaba preparado para los retos. Después de pasar semanas viajando por el espacio estelar, ya le convenía una buena sesión de ejercicio.
John se levantó la visera del casco y se volvió a mirar a la doctora Halsey.
—¿Dijo usted que había dos importantes mejoras del sistema, doctora?
Ella asintió con la cabeza y sonrió.
—Sí, por supuesto. —Se metió una mano en un bolsillo de la bata de laboratorio, y sacó un cubo transparente—. Dudo que haya visto uno de éstos antes. Es el núcleo memoria-procesador de una IA.
—¿Cómo Déjà?
—Sí, como su antigua profesora. Pero esta IA es ligeramente diferente. Me gustaría presentarle a Cortana.
El Jefe Maestro recorrió la tienda con la mirada. No vio ninguna interfaz de computadora ni proyectores holográficos. Miró a la doctora Halsey con una ceja alzada.
—Entre los circuitos reactivos y las biocapas interiores de su armadura, hay una capa nueva —explicó la doctora Halsey—. Es un tejido superconductor de memoria-procesador adicional.
—El mismo material que compone el núcleo de una IA.
—Sí —replicó la doctora Halsey—. Es un análisis preciso. Su armadura transportará a Cortana. El sistema de la MJOLNIR tiene casi la misma capacidad que el sistema IA de una nave. Cortana actuará como interfaz entre usted y el traje, y le proporcionará información táctica y estratégica cuando esté en el campo de batalla.
—No estoy seguro de entenderlo.
—Cortana ha sido programada con todas las rutinas de insurgencia de computadora de la ONI —le explicó la doctora Halsey—. Y tiene el talento de modificarlas sobre la marcha. También tiene nuestro mejor programa de traducción de los idiomas del Covenant. Su principal propósito es infiltrarse en los sistemas de computadora y comunicación enemigos. Interceptará y decodificará las transmisiones que el enemigo envíe entre dos puntos determinados, y le proporcionará información actualizada en el campo de batalla.
Apoyo de información secreta en una operación que no iba precedida de una misión de reconocimiento. Al Jefe Maestro le gustaba eso. Allanaría significativamente el terreno de juego.
—Esta IA es la especialista en computadoras que llevaremos a bordo de la nave del Covenant —dijo John.
—Sí… y más. Su presencia les permitirá utilizar los trajes de manera más efectiva.
De pronto, una idea se encendió en la mente de John. Las IA se encargaban de una gran parte de la defensa de punto durante las operaciones navales.
—¿Puede controlar la armadura MJOLNIR? —No estaba seguro de que eso le gustara.
—No. Cortana reside en la interfaz entre usted y el traje, Jefe Maestro. Descubrirá que su tiempo de reacción mejora enormemente. Ella traducirá directamente en movimiento los impulsos de su córtex motor; no puede hacer que usted envíe esos impulsos.
—Esta IA —dijo él—, ¿estará dentro de mi mente? —Tenía que haber sido para eso que le habían hecho la «actualización» de la interfaz estándar de computadora.
—Ésa es la pregunta clave, ¿verdad? —replicó Halsey—. No puedo responder a eso, Jefe Maestro. No científicamente.
—No estoy seguro de entenderlo, doctora.
—¿Qué es la mente, en realidad? ¿Intuición, razón, emoción…? Reconocemos que todo eso existe, pero seguimos sin entender qué hace funcionar a la mente humana. —Hizo una pausa para buscar las palabras correctas—. Modelamos las IA según redes neuronales humanas, según las señales eléctricas del cerebro humano, porque sabemos que el cerebro humano funciona… pero no sabemos cómo funciona ni por qué lo hace. Cortana reside «entre» su mente y el traje, interpreta los mensajes electroquímicos de su cerebro y los transfiere al traje a través del implante neuronal de usted.
»Así pues, a falta de un término mejor, sí, Cortana estará dentro de su mente.
—Señora, mi prioridad será cumplir con la misión. Esta IA, Cortana, podría tener directrices que entren en conflicto con eso.
—No tiene por qué preocuparse, Jefe Maestro. Cortana tiene los mismos parámetros de misión que usted. Hará lo que sea necesario para asegurarse de que se completa la misión. Aunque eso signifique sacrificarse ella misma, o sacrificarlo a usted, para lograrlo.
El Jefe Maestro exhaló, aliviado.
—Ahora, por favor, arrodíllese. Ha llegado el momento de insertar la matriz memoria-procesador en el conector que usted tiene en la base del cuello.
El Jefe se arrodilló. Oyó un siseo, un chasquido, y luego un líquido frío fluyó al interior de la mente de John; sintió una punzada de dolor en la frente, pero desapareció de inmediato.
—No hay mucho espacio aquí dentro —dijo una sedosa voz femenina—. Hola, Jefe Maestro.
¿Aquella IA tenía rango? Ciertamente, no era una civil… ni un compañero soldado. ¿Debía tratarla como a cualquier otro aparato del equipamiento de la UNSC? Por otro lado, él trataba aquel equipamiento con el respeto que merecía. Se aseguraba de que se limpiara e inspeccionara cada arma de fuego y cuchillo después de cada misión.
Era inquietante… oía la voz de Cortana a través de los altavoces del casco, pero también le parecía que ella hablaba dentro de su cabeza.
—Hola, Cortana.
—Hmm… Detecto un alto grado de actividad en el córtex cerebral. No son ustedes los autómatas revestidos de músculos que dice la prensa que son.
—¿Autómatas? —susurró el Jefe Maestro—. Interesante elección de palabras para una inteligencia artificial.
La doctora Halsey observaba a John con gran interés.
—Debe usted perdonar a Cortana, Jefe. Es bastante animosa. Puede que tenga que permitirle algunas peculiaridades de comportamiento.
—Sí, señora.
—Creo que debemos comenzar la prueba de inmediato. No hay mejor manera de que los dos lleguen a conocerse que un combate simulado.
—Nadie dijo nada acerca de un combate —señaló Cortana.
—El alto mando de la ONI ha dispuesto una prueba para ustedes y el nuevo sistema MJOLNIR —explicó la doctora Halsey—. Hay quienes creen que ustedes dos no están a la altura de la misión propuesta.
—¡Señora! —El Jefe Maestro se cuadró—. ¡Yo sí que estoy a la altura, señora!
—Usted sabe que es así, Jefe. Otros… quieren pruebas. —Miró en torno, a las sombras proyectadas por los marines que se encontraban en el exterior de las paredes de lona de la tienda—. Usted difícilmente necesita que le recuerden que esté preparado para cualquier cosa… pero de todos modos manténgase en guardia.
La voz de la doctora Halsey descendió hasta ser un susurro.
—Creo que a algunos miembros del alto mando de la ONI les gustaría verle fallar esta prueba, Jefe Maestro. Y puede que hayan dispuesto las cosas para asegurarse de que así sea, con independencia de su actuación.
—No fallaré, doctora.
En la frente de ella aparecieron arrugas de preocupación, pero desaparecieron con rapidez.
—Sé que no lo hará.
Retrocedió un paso y abandonó el susurro de conspiración.
—Jefe Maestro, le ordeno que cuente hasta diez cuando yo me haya marchado. Después, diríjase al circuito de obstáculos. Al otro extremo hay una campana. Su meta será hacerla sonar. —Hizo una pausa, antes de añadir—: Está autorizado a neutralizar cualquier amenaza con el fin de lograr su objetivo.
—Afirmativo —replicó el Jefe Maestro. Se habían acabado las incertidumbres: ahora tenía un objetivo, y reglas de enfrentamiento.
—Tenga cuidado —dijo la doctora Halsey en voz baja.
Les hizo un gesto al par de técnicos para que la siguieran, y luego dio media vuelta y salió de la tienda.
John no entendía por qué la doctora Halsey pensaba que se encontraba en verdadero peligro, pero no tenía por qué entender la razón. Lo único que necesitaba era saber que el peligro estaba presente.
Sabía cómo manejar el peligro.
—Cargando ahora protocolos de combate —dijo Cortana—. Iniciando algoritmos de detección electrónica. Aumentando eficiencia de interfaz neuronal hasta el ochenta y cinco por ciento. Estoy preparada; cuando usted quiera, Jefe.
John oyó chasquidos metálicos en torno a la tienda.
—Analizando pautas sonoras —dijo Cortana—. Hallada coincidencia. Identificado como…
—Como alguien que está haciendo entrar una bala en la recámara de un fusil de asalto MA5B. Lo sé.
—Dado que «lo sabe», Jefe —replicó Cortana—, supongo que tiene un plan.
John volvió a cerrarse la visera del casco y selló el sistema de presurización de la armadura.
—Sí.
—Presumiblemente, su plan no implica hacerse matar de un tiro.
—No.
—Entonces, ¿cuál es el plan? —Cortana parecía preocupada.
—Voy a acabar de contar hasta diez.
John oyó que Cortana suspiraba de frustración. John sacudió la cabeza con desconcierto. Nunca antes se había encontrado con una de aquellas llamadas IA inteligentes. Cortana hablaba… como un ser humano.
Peor aún, hablaba como una civil. Iba a requerir mucho esfuerzo acostumbrarse a ella.
Las sombras se desplazaron a lo largo de la pared de la tienda: había movimiento en el exterior.
Ocho.
Ya había un tropiezo en esta misión, y él ni siquiera había llegado al circuito de obstáculos. Tendría que enfrentarse con sus compañeros soldados. Apartó a un lado todas las preguntas de por qué. Tenía órdenes y las obedecería. Ya se había encontrado antes con Tropas de Choque de Descenso Orbital.
Nueve.
Tres soldados entraron en la tienda, moviéndose a cámara lenta: figuras de negra armadura, cascos ajustados, piernas flexionadas y fusiles apuntándolo a él. Dos ocuparon posiciones a ambos lados. El del centro abrió fuego.
Diez.
El Jefe Maestro se convirtió en un borrón de movimiento. Se lanzó de la plataforma de activación al suelo y, antes de que los soldados pudieran corregir la dirección de las armas, cayó en medio de ellos. Rodó, se puso de pie justo al lado del soldado que había disparado primero, y agarró su fusil.
John le arrebató brutalmente el arma al soldado. Se oyó un fuerte chasquido seco al dislocarle un hombro al marine. El soldado perdió el equilibrio y avanzó dando traspiés. John hizo girar el fusil en el aire y estrelló la culata contra un costado del hombre, que exhaló explosivamente al rompérsele las costillas, gruñó, y cayó desmadejadamente al suelo, sin sentido.
John giró para encararse con el marine de la izquierda, con el rifle de asalto apuntando un instante hacia la cabeza del hombre. Lo tenía en la mira, pero aún le quedaba tiempo; el soldado no estaba del todo en posición. Para los sentidos intensificados de John, mejorados aún más por el interfaz de Cortana, ese soldado parecía estar moviéndose a cámara lenta. Demasiado lenta.
El Jefe Maestro volvió a acometer con la culata del arma. La cabeza del soldado fue lanzada hacia atrás por el potente y repentino golpe. Dio una voltereta en el aire y se estrelló contra el suelo. John evaluó el estado del hombre con ojo experto: shock, conmoción, vértebras fracturadas.
El soldado número dos estaba fuera de combate.
El único que quedaba se giró y abrió fuego. Una ráfaga de tres balas rebotó en el escudo de energía de la armadura MJOLNIR. La barra de recarga del escudo apenas parpadeó.
Antes de que el soldado pudiera reaccionar, el Jefe Maestro se apartó a un lado y descargó un golpe con su propio fusil… con fuerza. El soldado gritó al doblársele una pierna. Una punta de hueso dentada atravesó el pantalón de combate del hombre. El Jefe Maestro acabó con él dándole un golpe con la culata del fusil en la cabeza cubierta por el casco.
John comprobó el estado del rifle, y, satisfecho al ver que estaba en funcionamiento, comenzó a recoger los cargadores de munición de los bolsillos del cinturón de los soldados caídos. El que estaba al mando llevaba un cuchillo de combate afilado como una navaja, y John se apoderó de él.
—Podría haberlos matado —dijo Cortana—. ¿Por qué no lo ha hecho?
—Las órdenes me daban permiso para «neutralizar» amenazas —replicó—. Ahora ya no son amenazas.
—Semántica —replicó Cortana, que parecía divertida—. Pero no puedo discutir los resultados… —Se interrumpió de repente—. Nuevos objetivos. Siete contactos en detectores de movimiento —informó—. Estamos rodeados.
Otros siete soldados. Ahora, el Jefe Maestro podía abrir fuego y matarlos a todos. En cualquier otra circunstancia, habría eliminado semejantes amenazas. Pero sus MA5B no eran una amenaza inmediata para él… y la UNSC necesitaba a todos los soldados para luchar contra el Covenant.
Avanzó hasta el poste central de la tienda, y lo arrancó de la tierra de un tirón. Mientras el techo caía, abrió un tajo en la tela de la tienda y salió por él.
Se encontró ante tres marines; le dispararon, y el Jefe Maestro saltó diestramente a un lado. Se lanzó sobre ellos y les golpeó las piernas con un barrido del poste de acero. Oyó que se rompían huesos… y sonaron alaridos de dolor.
El Jefe Maestro se volvió cuando el techo acababa de caer. Ahora podían verlo los cuatro hombres restantes. Uno cogió una granada que llevaba colgada del cinturón. Los otros tres lo siguieron con los rifles de asalto.
El Jefe Maestro le arrojó el poste como si fuera una jabalina al de la granada. Impacto en el esternón del hombre, que cayó con una sonora exhalación.
La granada, no obstante, ya sin el seguro, rebotó en el suelo.
Avanzó y le dio una patada. Salió volando por encima del aparcamiento y detonó en medio de una nube de humo y metralla.
Los tres marines restantes abrieron fuego, y las armas automáticas escupieron una barrera de balas. Los proyectiles rebotaron en el escudo del Jefe Maestro.
El indicador del escudo parpadeaba e iba mermando con cada impacto: el fuego sostenido de las armas estaba agotando el escudo a una velocidad vertiginosa. John dio una voltereta y rodó, esquivando por poco otra andanada de fuego de las armas automáticas, y luego se lanzó contra el marine más cercano.
Dirigió un golpe con la mano abierta al pecho del hombre. Las costillas del marine se hundieron, y el soldado cayó sin emitir sonido alguno, escupiendo sangre por la boca. John giró, alzó el rifle y disparó dos veces.
El segundo soldado gritó y dejó caer su rifle cuando las balas le atravesaron ambas rodillas. John pateó el arma, le dobló el cañón y quedó inutilizada.
El último hombre estaba petrificado en el sitio.
El Jefe Maestro no le dio tiempo para recuperarse; le arrebató el rifle, le arrancó la bandolera de granadas y luego le dio un puñetazo en el casco. El marine cayó.
—Tiempo de misión transcurrido, veintidós segundos —observó Cortana—, aunque, técnicamente, comenzó usted a moverse cuarenta milisegundos antes de lo ordenado.
—Lo tendré presente.
El Jefe Maestro se colgó de un hombro el fusil de asalto y la mochila de granadas, y corrió hacia las sombras de las barracas. Se deslizó bajo los altos edificios y se arrastró hacia el circuito de obstáculos. No había necesidad de ofrecerles un blanco a posibles francotiradores… aunque sería una prueba interesante ver qué calibres de balas podían rechazar aquellos escudos.
No. Esa manera de pensar era peligrosa. El escudo era útil, pero bajo el fuego combinado se desactivaba muy rápidamente. Él era duro… no invencible.
Emergió al comienzo del circuito de obstáculos. La primera parte era una carrera por cuatro hectáreas de grava gruesa. A veces, los reclutas novatos tenían que quitarse las botas antes de atravesarla. Salvo por el dolor, era la parte más fácil del circuito.
El Jefe Maestro se encaminó hacia la zona de grava.
—Espere —dijo Cortana—. Detecto una señal de infrarrojo lejana en sus sensores térmicos. Una secuencia codificada… decodificando… sí, ya está. Es una señal de activación para una mina Lotus. Han minado el campo, Jefe Maestro.
John se quedó inmóvil. Ya había usado minas Lotus y sabía el daño que podían causar. Sus cargas huecas atravesaban el blindaje de un tanque como si no fuera más grueso que una piel de naranja.
Esto lo retrasaría considerablemente.
No atravesar esa zona del circuito estaba fuera de discusión. Tenía órdenes. No haría trampas ni daría un rodeo. Debía demostrar que él y Cortana estaban a la altura de la prueba.
—¿Alguna idea? —preguntó.
—Pensaba que no lo preguntaría jamás —replicó Cortana—. Encuentre la posición de una mina, y yo podré estimar la posición aproximada de las otras basándome en el procedimiento aleatorio estándar que usan los ingenieros de la UNSC.
—Entendido.
El Jefe Maestro cogió una granada, le quitó el seguro, contó hasta tres y la arrojó al centro del campo. Rebotó y estalló, con lo que envió una onda expansiva que recorrió el suelo… e hizo estallar dos de las minas Lotus. Columnas gemelas de grava y polvo se elevaron por el aire. La detonación le hizo entrechocar los dientes.
Se preguntó si el escudo de la armadura habría podido sobrevivir a eso. No quería averiguarlo mientras no hubiera acabado aquello. Aumentó al máximo la potencia del campo de la suela de las botas.
Cortana superpuso una parrilla en la pantalla del casco. Las líneas parpadeaban mientras ella recorría las posibles permutaciones.
—¡Ya tengo una coincidencia! —dijo. Dos docenas de círculos rojos aparecieron en la pantalla—. Es de una precisión del noventa y tres por ciento. Lo máximo que puedo hacer.
—Nunca hay garantías —replicó el Jefe Maestro.
Entró en la zona de grava con pasos cortos y deliberados. Con el campo de las suelas de las botas activado, tenía la sensación de estar caminando por hielo engrasado.
Mantenía la cabeza baja y pisaba con cuidado entre los puntos rojos de la pantalla.
Si Cortana se equivocaba, probablemente no llegaría a enterarse.
Vio que la grava había acabado. Alzó la mirada. Lo había logrado.
—Gracias, Cortana. Bien hecho.
—De nada… —La voz de ella se apagó—. Estoy detectando frecuencias de radio codificadas en la banda D. Órdenes codificadas transmitidas desde estas instalaciones al Campo Aéreo de Fairchild. También están usando palabras clave personales, así que no puedo saber qué se traen entre manos. Pero no me gusta, con independencia de lo que sea.
—Mantenga los oídos alerta.
—Siempre lo hago.
Corrió hacia la siguiente sección de la carrera de obstáculos: el campo de alambre de espino. En él los reclutas tenían que arrastrarse por el barro para pasar por debajo de alambres de espino, mientras los instructores disparaban balas reales por encima de ellos. Muchísimos soldados descubrían si tenían entrañas para soportar que las balas zumbaran a un centímetro de su cabeza.
A lo largo de ambos lados del recorrido había algo nuevo: ametralladoras de cadena de 30mm montadas sobre trípodes.
—¡Las ametralladoras nos están apuntando a nosotros, Jefe! —anunció Cortana.
John no estaba dispuesto a ver si esas ametralladoras apuntaban directamente hacia él o por encima de él. No tenía intención de arrastrarse por el campo y dejar que las rápidas ráfagas de las armas le hicieran añicos los escudos.
Las ametralladoras chasquearon y comenzaron a girar.
Él corrió hacia la más cercana. Abrió fuego con el rifle de asalto, disparó contra los cables que alimentaban los servos, y luego hizo girar la ametralladora para que apuntara a las otras.
Se acuclilló detrás del escudo metálico y disparó contra la ametralladora adyacente. Era bien sabido que resultaba muy difícil apuntar con una ametralladora; eran más conocidas por su capacidad para llenar el aire de balas. Cortana ajustó la retícula de puntería de él para sincronizarla con la ametralladora.
Con su ayuda, hizo blanco en los emplazamientos de las armas adyacentes. Disparó un torrente de balas contra los cargadores de munición de las armas. Momentos después, ambas quedaron en silencio en medio de una nube de fuego y humo… y derribadas.
El Jefe Maestro se agachó, le quitó el seguro a una granada y se la lanzó a la más cercana de las armas automatizadas restantes. La granada voló por el aire y detonó justo encima del arma.
—Ametralladora destruida —informó Cortana.
Dos granadas más, y las ametralladoras automatizadas quedaron fuera de servicio. John advirtió que sus escudos se habían descargado en una cuarta parte. Observó cómo se recargaba la barra de estado. Ni siquiera sabía que había recibido disparos. Eso era decepcionante.
—Parece tener usted la situación bajo control —dijo Cortana—. Voy a dedicar unos cuantos ciclos a comprobar algo.
—Permiso concedido —replicó él.
—No se lo he pedido, Jefe Maestro —contestó Cortana.
La presencia líquida y fresca de su mente se retiró. Se sintió vacío, de algún modo.
Recorrió los campos de alambre de espino donde rompió alambre como si se tratara de cordel podrido.
El frescor de Cortana volvió a inundar sus pensamientos.
—Acabo de acceder al SATCOM —dijo—. Estoy usando uno de los satélites para obtener una mejor vista de lo que sucede aquí abajo. Un reactor SkyHawk de salto procedente del Campo de Aviación Fairchild se dirige hacia aquí.
John se detuvo. Las ametralladoras automáticas eran una cosa, pero ¿podría la armadura resistir ante un ataque aéreo de esa naturaleza? El SkyHawk tenía cuatro cañones de 50mm que hacían que las ametralladoras parecieran disparar guisantes. También llevaban misiles Scorpion, diseñados para acabar con los tanques.
Respuesta: no podía hacer nada contra él.
El Jefe Maestro echó a correr. Fue a toda velocidad hacia la siguiente sección del circuito: las Columnas de Loki.
Era un bosque de postes de diez metros, aleatoriamente espaciados. Lo típico era que los postes tuvieran cazabobos colocados entre y por debajo de ellos, así como a lo largo del palo: granadas aturdidoras, palos afilados… cualquier cosa que se les ocurriera a los instructores. La idea era enseñarles a los reclutas a moverse lentamente y mantener abiertos los ojos.
No tenía tiempo de buscar las trampas.
Trepó por el primer poste y se equilibró en lo alto. Saltó hasta el siguiente, se tambaleó y recuperó el equilibrio, y entonces saltó hacia el que había a continuación. Sus reflejos tenían que ser perfectos; estaba dejando caer media tonelada de hombre y armadura sobre un poste de madera de diez centímetros de diámetro.
—Los detectores de movimiento captan un objetivo a distancia extrema —advirtió Cortana—. El perfil de velocidad coincide con el de un SkyHawk, Jefe.
Él se volvió… casi perdió el equilibrio y tuvo que mecerse adelante y atrás para no caer. Se veía un punto en el horizonte, y se oía un tronar lejano.
Al cabo de un segundo el punto ya tenía alas y los sensores térmicos de John captaban la estela de los reactores. Al cabo de varios segundos más, el SkyHawk se acercó… y abrió fuego con sus cañones de 50mm.
El Jefe Maestro saltó.
Los postes de madera se hicieron astillas, y fueron segados como si se tratara de hojas de hierba.
John rodó, se agachó, se tendió en el suelo. Recibió una serie de balas y la barra indicadora del escudo bajó hasta la mitad. Esas balas habrían atravesado instantáneamente su antigua armadura.
—Calculo que disponemos de once segundos antes de que el SkyHawk pueda ejecutar un giro cerrado y hacer otra pasada.
Se levantó y corrió ente los restos de los postes. Granadas sónicas y de napalm estallaban en torno a él, pero corría a tal velocidad que los destrozos más grandes se producían cuando él ya había pasado.
—La próxima vez no dispararán con los cañones —dijo—. No lograron matarnos, así que lo intentarán con los misiles.
—Tal vez —sugirió Cortana—, deberíamos abandonar el circuito. Encontrar un mejor refugio.
—No —replicó él—. Vamos a ganar… según sus reglas.
El último tramo del circuito era una carrera a través de terreno abierto. A lo lejos, John vio la campana colocada en lo alto de un trípode.
Miró por encima de un hombro.
El SkyHawk regresaba y comenzaba a volar directamente hacia él.
Ni siquiera con su velocidad aumentada, ni con la armadura MJOLNIR, lograría llegar a tiempo hasta la campana. Jamás lograría salir vivo de aquello.
Se volvió para encararse con el reactor entrante.
—Necesito su ayuda, Cortana —dijo.
—Lo que sea —susurró ella. Percibió el nerviosismo de la voz de la IA
—Calcule la velocidad de un misil Scorpion. Factorícelo respecto a mi tiempo de reacción y la velocidad del reactor y distancia de lanzamiento, y avíseme en el instante en que deba moverme para apartarme a un lado y desviarlo con el brazo izquierdo.
Cortana guardó silencio durante un segundo.
—Cálculos hechos. ¿Ha dicho usted «desviarlo»?
—Los misiles Scorpion tienen sensores de seguimiento de movimiento y detonadores de proximidad. No puedo superarlo en velocidad. Y no errará el blanco. Eso nos deja muy pocas opciones.
El SkyHawk se aproximaba.
—Prepárese —dijo Cortana—. Espero que sepa lo que hace.
—Yo también.
Surgió humo de la punta del ala izquierda, y manaron fuego y gases de escape cuando el misil salió disparado hacia él.
El Jefe Maestro vio cómo el misil zigzagueaba hasta fijar su objetivo en las coordenadas que él ocupaba. Un tono agudo sonó dentro del casco: el misil tenía el sistema de guía fijado sobre él. Pulsó un control con el mentón y el sonido se apagó. El misil era veloz. Diez veces más que él.
—¡Ahora! —dijo Cortana.
Se movieron juntos. Él contrajo los músculos, y la MJOLNIR —intensificada por la conexión con Cortana— se movió más velozmente de lo que él se había movido nunca antes. La pierna derecha se tensó y lo impulsó hacia la izquierda; el brazo izquierdo se alzó y se le cruzó sobre el pecho.
La cabeza del misil era lo único que veía. El aire se aquietó y se volvió más denso.
Continuó moviendo la mano, con la palma abierta, a la máxima velocidad que podía imprimir a sus músculos.
La punta del misil Scorpion pasó a un centímetro de su cabeza.
Él extendió el brazo —las puntas de los dedos rozaron la cubierta metálica—, y desviaron el misil.
El SkyHawk pasó tronando por el aire.
El Scorpion detonó.
La presión le golpeó y John voló a través de seis metros, dando volteretas, y cayó de espaldas.
Parpadeó y no vio más que negrura. ¿Estaba muerto? ¿Había perdido?
La barra de estado del escudo que había en la pantalla transparente del casco palpitaba débilmente. Estaba completamente agotado; entonces parpadeó en rojo y comenzó a recargarse con lentitud. La sangre salpicaba el interior del casco y John tenía gusto a cobre en la boca.
Se puso de pie, con todos los músculos doloridos.
—¡Corra! —dijo Cortana—. Antes de que vuelvan a echar un vistazo.
El Jefe Maestro echó a correr. Al pasar por el sitio donde se había detenido para encararse con el misil, vio un cráter de dos metros.
Sentía que se le desgarraban los tendones de Aquiles, pero no ralentizó. Atravesó la extensión de medio kilómetro en siete segundos justos, y derrapó hasta detenerse.
Aferró la cuerda de la campana y la hizo sonar tres veces. Aquel tono puro era el sonido más glorioso que hubiera oído jamás.
La voz de la doctora Halsey se dejó oír a través del canal de comunicaciones.
—Prueba concluida. ¡Retire a sus hombres, coronel Ackerson! Hemos ganado nosotros. Bien hecho, Jefe Maestro. ¡Magnífico! Permanezca allí. Enviaré un equipo de rescate.
—Sí, señora —replicó él, jadeando.
John observó en cielo en busca del SkyHawk… nada. Se había marchado. Se arrodilló y dejó que la sangre le goteara de la boca y la nariz. Miró la campana… y se echó a reír.
—Gracias, Cortana —dijo al fin—. No podría haberlo hecho sin usted.
—De nada, Jefe Maestro —replicó ella. Luego, con un tono muy travieso, añadió—: Y, no, no podría haberlo hecho sin mí.
Hoy había aprendido a trabajar en equipo de un modo diferente, con Cortana. La doctora Halsey le había hecho un gran regalo. Le había regalado un arma con la que destruir el Covenant.