VEINTIDÓS

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20.10 HORAS, 18 DE JULIO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SIGMA OCTANUS IV, CÔTE D’AZUR

Era hora de armar la cabeza nuclear.

El pequeño artefacto contenía la potencia suficiente como para destruir Côte d’Azur, purificar al planeta de la infección del Covenant.

John retiró cuidadosamente las correas que sujetaban el dispositivo nuclear táctico HAVOK, y lo adhirió a la pared de la cloaca. El adhesivo de la parte posterior quedó adherido al hormigón y se endureció. Deslizó la llave del detonador dentro de la fina ranura de la superficie de la unidad. El dispositivo no tenía ningún indicador externo; en cambio, una diminuta pantalla se encendió en el frontal del casco de John para indicar que la cabeza nuclear estaba armada.

«HAVOK ARMADA», fueron las palabras que destellaron en la pantalla del casco, «ESPERANDO SEÑAL DE DETONACIÓN.»

El artefacto —un explosivo de treinta megatones netos—, sólo podía ser detonado mediante una señal de control remoto… cosa que allí, en las cloacas, constituía un problema. Ni siquiera el potente sistema de comunicaciones de una nave podría penetrar a través del acero y el hormigón del techo.

John preparó con rapidez un transceptor de retorno por tierra, y lo colocó en las tuberías del techo. Tendría que colocar otra unidad en el exterior para que transmitiera la señal al subsuelo… una línea de comunicación que provocaría una tormenta nuclear de fuego.

Técnicamente, los parámetros de la misión se habían cumplido. Los Equipos Verde y Rojo harían evacuar a los civiles dentro de poco. Habían explorado la región y descubierto una nueva especie del Covenant: las extrañas criaturas flotantes que desmontaban y volvían a montar la maquinaria humana, como científicos que separaran un aparato en sus partes componentes para averiguar sus secretos.

Podía marcharse y destruir a las fuerzas de ocupación del Covenant. Debería marcharse; en las calles había un ejército de Jackals y Grunts, y al menos un pelotón de los veteranos de armadura negra. También había tres naves de desembarco de tamaño medio flotando en el aire. La avanzada de los marines había sido masacrada, cosa que había dejado a los Spartans sin apoyo ninguno. Ahora su responsabilidad era asegurarse de que su equipo saliera intacto de allí.

Pero las órdenes recibidas por John tenían un inusitado grado de flexibilidad… y eso lo hacía sentir incómodo. Le habían dicho que hiciera un reconocimiento de la región y recogiera información sobre el Covenant. Estaba seguro de que se podían averiguar más cosas.

Sin duda, se traían algo entre manos dentro del museo de Cote d’Azur. El Covenant no había mostrado nunca antes interés en la historia de la humanidad, ni por los humanos ni por cualquier tipo de sus artefactos. Había visto a un Jackal desarmado luchar cuerpo a cuerpo en lugar de recoger un rifle de asalto humano que yacía cerca. Y para lo único que el Covenant había usado los edificios humanos era para hacer blanco.

Así pues, averiguar la razón por la que habían tomado el museo y lo protegían, decididamente entraba dentro de su concepto de recoger información.

¿Valía la pena exponer a su equipo para averiguar qué sucedía? Y si morían, ¿estaría desperdiciando sus vidas… o entregándolas por una valiosa causa?

—Jefe Maestro —susurró Kelly—. ¿Las órdenes, señor?

Abrió el canal de comunicación del Equipo Azul.

—Vamos a entrar. Usad los silenciadores. No os enfrentéis con el enemigo a menos que sea absolutamente necesario. Este sitio es demasiado peligroso. Sólo asomaremos la nariz para ver qué se traen entre manos, y nos largaremos.

Tres luces de acuse de recibo parpadearon en su pantalla.

El Jefe Maestro sabía que confiaban implícitamente en su capacidad de juicio. Sólo esperaba ser digno de esa confianza.

Los Spartans comprobaron sus equipos y enroscaron silenciadores en los rifles de asalto. Se escabulleron silenciosamente por un ancho pasadizo de las cloacas.

Una escalerilla oxidada ascendía hasta el techo, y en la abertura había una placa de acero soldada.

—Pasta termalita colocada —informó Fred.

—Enciéndela. —El Jefe se retiró a un lado y apartó la mirada.

La termalita chisporroteó con luz tan brillante como la de un soplete, proyectando sombras duras dentro de la cámara. Cuando se apagó, había un relumbrante círculo rojo en el acero.

El Jefe Maestro ascendió por la escalerilla, apoyó la espalda contra la plancha y empujó. Se soltó con un chasquido metálico.

Bajó la plancha con cuidado y la dejó a un lado. Conectó la sonda de fibra óptica y la hizo salir por el agujero.

Todo despejado.

Flexionó los músculos de las piernas y proyectó la armadura MJOLNIR a través del agujero al tiempo que se impulsaba con la mano izquierda hasta la sala de arriba. Con la mano derecha sujetaba el rifle de asalto con silenciador como si no pesara más que una pistola. Se preparó para un posible ataque enemigo…

No sucedió nada.

Avanzó y recorrió con la mirada la pequeña habitación de paredes de piedra. Estaba a oscuras y recubierta de unidades librería. En cada unidad había frascos con un líquido transparente e insectos. Había cajas y cajones apilados en el suelo.

Kelly fue la siguiente en entrar, y luego Fred y James.

Capto señales de sensores de movimiento —dijo Kelly a través del canal de comunicación.

—Interfiérelas.

—Hecho —replicó ella—. Pero podrían haber captado algo.

—Dispersaos —ordenó el Jefe Maestro—. Preparados para saltar de vuelta al agujero si esto se caldea demasiado. En caso contrario, iniciad la táctica estándar de distracción y destrucción.

El golpeteo de pezuñas alienígenas resonó detrás de una puerta situada a la derecha.

Los Spartans se fundieron con las sombras. El Jefe se agachó detrás de un cajón y desenfundó su cuchillo de combate.

La puerta se abrió y en el umbral aparecieron cuatro Jackals; llevaban escudos de energía activados que les distorsionaban aún más sus feas caras de buitre. El palpitante resplandor blanco azulado de los escudos de energía inundó la cámara. «Bien —pensó el brigada—. Eso debe hacerles polvo la visión nocturna.»

Los Jackals llevaban pistolas de plasma preparadas en la mano libre; los cañones de las pistolas se movían erráticamente mientras los alienígenas se susurraban los unos a los otros… y luego se estabilizaron cuando avanzaron hacia el interior con lentos movimientos.

Se desplegaron aproximadamente en formación «delta», con el Jackal que iba en cabeza a un metro por delante de sus compatriotas, más o menos. El grupo se aproximó al escondite del Jefe Maestro.

Se produjo un ruido leve: un entrechocar de frascos de vidrio al otro lado de la sala.

Los Jackals se volvieron… y le ofrecieron al Jefe Maestro sus desprotegidas espaldas.

Él salió bruscamente del escondrijo y clavó la daga en la base de la espalda del Jackal que tenía más cerca. Lanzó una patada con el pie derecho, que impactó en la parte posterior de la cabeza del Jackal de al lado, y le partió el cráneo.

Los alienígenas restantes se volvieron, con los relumbrantes escudos de energía interpuestos entre John y ellos.

Se oyeron tres percusiones de los MA5B con silenciador. La sangre alienígena —negra en la dura luz blanquiazul— salpicó la superficie interior de los escudos de energía cuando las silenciosas balas hallaron sus objetivos. Los Jackals cayeron al suelo.

El Jefe Maestro se apoderó de las pistolas de plasma y de los generadores de los escudos que llevaban sujetos a los antebrazos. Tenía orden permanente de recoger especímenes tecnológicos intactos. La Oficina de Inteligencia Naval no había podido reproducir la tecnología de los escudos del Covenant, pero se estaban acercando.

Entretanto, los Spartans usarían éstos.

El Jefe Maestro se sujetó al antebrazo la curva pieza de metal. Pulsó uno de los dos botones más grandes de la unidad, y una película centellante apareció ante él.

Les entregó las otras unidades escudo a sus compañeros de equipo.

Pulsó el segundo botón y el escudo se desactivó.

—No los uséis a menos que sea imprescindible —dijo—. El zumbido y la superficie reflectante podrían delatar nuestra presencia… y no sabemos cuánto tiempo duran.

Obtuvo tres parpadeos de acuse de recibo.

Kelly y Fred ocuparon posiciones a ambos lados de la puerta abierta. Ella le hizo la señal con el pulgar hacia arriba.

Kelly ocupó la vanguardia y los Spartans avanzaron, en fila india, ascendiendo por una escalera circular.

Ella se detuvo durante diez segundos al llegar a la puerta del piso principal. Les hizo una señal con un brazo y salieron a la planta baja del museo.

Encima del vestíbulo principal pendía el esqueleto de una ballena azul que al Jefe Maestro le recordó a una nave estelar del Covenant. Apartó los ojos de aquella distracción y avanzó lentamente por el suelo de losas de mármol negro.

Cosa extraña, no había más patrullas de Jackals. En el exterior había un centenar de ellos que vigilaban el edificio… pero ni uno allí dentro.

El Jefe Maestro no lo entendía. Algo no parecía encajar… y el sargento Méndez le había dicho mil veces que confiara en su instinto. ¿Se trataba de una trampa?

Los Spartans rompieron la fila y entraron con cautela en el ala oriental. Había vitrinas con la flora y fauna locales: gigantescas flores y escarabajos del tamaño de un puño. Pero los sensores de movimiento del equipo no detectaban nada.

Fred se detuvo… y entonces, con un rápido gesto, indicó a John que avanzara hasta donde él estaba.

Se encontraba ante una vitrina llena de mariposas clavadas por alfileres. En el suelo, boca abajo ante la vitrina, había un Jackal. Estaba muerto, aplastado. Había la huella de una bota enorme donde la criatura había tenido la espalda. Lo que hubiera hecho aquello, pesaba fácilmente una tonelada.

El Jefe Maestro descubrió unas cuantas huellas de sangre que se alejaban del Jackal… y se adentraban en el ala oeste.

Encendió los sensores de infrarrojos y echó una larga mirada en torno; no había ninguna fuente de calor, ni allí ni en las habitaciones próximas.

El Jefe Maestro siguió las huellas y le hizo un gesto al equipo para que lo siguiera.

El ala oeste albergaba exposiciones científicas. En las paredes había generadores de electricidad estática y hologramas de campos cuánticos, un tapiz de flechas en vuelo y líneas serpenteantes. En un rincón vio una cámara de nubes con partículas subatómicas que hendían velozmente los neblinosos confines: el Jefe Maestro reparó en que estaba inusitadamente activa. Aquel lugar le recordó a la clase de Déjà en Reach.

Una bifurcación se desviaba hacia otra ala. En el arco de la entrada estaba tallada la palabra «GEOLOGÍA».

Al otro lado de ese arco había una potente fuente de infrarrojos, una línea fina como una navaja que ascendía en línea recta y salía del edificio. El Jefe Maestro captó sólo un atisbo de aquello, un parpadeo, y volvió a desaparecer… Era tan fuerte que los sensores de infrarrojos se sobrecargaron y se apagaron automáticamente.

Le hizo un gesto a James para que se apostara a la izquierda de la arcada. Hizo que Kelly y Fred retrocedieran para cubrirles los flancos, y él ocupó el lado derecho.

Adelantó una sonda de fibra óptica, la curvó ligeramente y la asomó al otro lado del recodo.

La sala contenía vitrinas de exposición de especímenes minerales. Había cristales de azufre, esmeraldas y rubíes en bruto. El centro de la sala lo ocupaba un monolito de cuarzo rosado sin pulir, de tres metros de ancho por seis de alto.

Pero a un lado había dos criaturas. El Jefe Maestro no las había visto al principio porque estaban completamente inmóviles… y eran de un tamaño descomunal. No le cupo duda alguna que una de ellas había aplastado al Jackal que se había interpuesto en su camino.

El Jefe Maestro se asustaba continuamente, pero nunca lo demostraba. Por lo general, reconocía mentalmente la aprensión, la apartaba a un lado y continuaba… tal como le habían enseñado a hacer. Esta vez, sin embargo, no pudo descartar fácilmente la sensación.

Las dos criaturas tenían una forma vagamente humana, de dos metros y medio de estatura. Resultaba difícil distinguir sus caras, pues iban cubiertas de pies a cabeza por una armadura de un apagado color gris azulado similar al de las cubiertas de las naves del Covenant. En unas pocas áreas de piel desnuda se veían zonas que resaltaban en azules, naranjas y amarillos. Tenían rendijas donde deberían haber tenido ojos. Los puntos articulares parecían impenetrables.

Con el brazo izquierdo sujetaban grandes escudos gruesos como el blindaje de las naves de guerra. En el brazo derecho llevaban montadas armas enormes de ancho cañón, tan grandes que el brazo al que estaban sujetas parecía fundirse con ellas.

Se movían con lenta deliberación. Uno cogió una piedra de una vitrina y la colocó dentro de una caja roja de metal. Se inclinó sobre la caja mientras el otro se volvía y tocaba el panel de control de un artefacto que se parecía a una pequeña torrera de láser. El láser apuntaba directamente hacia arriba, y salía por la cúpula de cristales del techo, que estaba hecha pedazos.

Ésa había sido la fuente de la radiación infrarroja. Sin duda, el láser se había reflejado intermitentemente en las motas de polvo del aire, y enviado hacia sus sensores la energía suficiente como para quemarlos. Algo tan potente podía hacer llegar un mensaje directamente al espacio.

El Jefe Maestro cerró lentamente un puño: la señal para que el equipo se inmovilizara. Luego, con lentos movimientos les indicó a los Spartans que permanecieran alerta y se prepararan.

Les hizo un gesto a Fred y Kelly para que avanzaran.

Fred se le acercó con toda lentitud. Kelly se deslizó hasta situarse junto a James.

El Jefe Maestro alzó dos dedos e hizo un movimiento de corte horizontal, para luego indicarles que entraran en la sala.

Las luces de acuse de recibo destellaron.

Él entró primero y se desvió hacia la derecha, con Fred a su lado.

James y Kelly ocuparon el flanco izquierdo.

Abrieron fuego.

Las balas antiblindaje rebotaron en las armaduras de los alienígenas. Uno de ellos se volvió y colocó el escudo ante sí, para cubrir también a su compañero, la caja roja y el dispositivo láser.

Las balas de los Spartans no dejaron siquiera un arañazo en las armaduras.

El alienígena levantó ligeramente el otro brazo y apuntó a Kelly y James.

Un destello de luz cegó al Jefe Maestro. Se produjo una explosión cegadora y lo recorrió una ola de calor. Parpadeó durante tres segundos completos antes de recuperar la visión.

En el lugar donde habían estado Kelly y James, había un cráter ardiente que se extendía hacia atrás… nada más que carbón y cenizas quedaba de la sala de ciencia que tenían detrás.

Kelly se había apartado a tiempo y se encontraba acuclillada cinco metros más adentro de la habitación, donde continuaba disparando. A James no se le veía por ninguna parte.

La otra criatura gigantesca se volvió para enfrentarse con el Jefe Maestro.

Él pulsó el botón del generador del escudo de energía y lo alzó justo a tiempo: el arma del alienígena más cercano volvió a destellar.

El aire se iluminó y estalló ante el Jefe Maestro, que salió volando hacia atrás, atravesó la pared y se deslizó diez metros antes de estrellarse contra la pared de la sala contigua.

El generador del escudo estaba al rojo. El Jefe se arrancó del brazo el fundido artefacto alienígena y lo tiró.

Esos proyectiles de plasma no se parecían a nada que hubiese visto antes. Eran casi tan potentes como los cañones de plasma estacionarios que usaban los Jackals.

El Jefe Maestro se levantó de un salto y cargó nuevamente hacia la habitación.

Si las armas alienígenas se parecían a los cañones de plasma del Covenant, tendrían que recargarse. Esperaba que los Spartans tuvieran tiempo suficiente para acabar con aquellas cosas.

El Jefe Maestro continuaba sintiendo miedo, ahora más que antes… pero su equipo seguía allí dentro. Primero tendría que ocuparse de ellos antes de permitirse el lujo de tener sentimientos.

Kelly y Fred se movían en círculo en torno a las criaturas, y sus armas con silenciador disparaban rápidamente. Se quedaron sin munición y cambiaron los cargadores.

No servía de nada. No podrían matarlos. Tal vez un proyectil Jackhammer disparado a quemarropa podría perforar esas armaduras.

La mirada del Jefe Maestro se vio atraída hacia el centro de la habitación. Durante un momento miró fijamente el monolito de cuarzo rosado.

Cambiad a balas de fragmentación —ordenó a través del canal de comunicación. Él cambió de munición y abrió fuego, contra el suelo que pisaban las enormes criaturas.

Kelly y Fred cambiaron los cargadores y también se pusieron a disparar.

Las losas de mármol se hicieron pedazos y la madera de debajo fue reducida a mondadientes.

Una de las criaturas volvió a levantar el brazo, preparándose para disparar.

—Continuad disparando —gritó John.

El suelo crujió, se hundió y luego cayó; los dos gigantescos alienígenas se precipitaron hacia el fondo del sótano.

—Rápido —dijo el Jefe Maestro. Se colgó el fusil del hombro y fue a situarse detrás del monolito de cuarzo—. ¡Empujad!

Kelly y Fred apoyaron todo su peso contra la piedra y gruñeron a causa del esfuerzo. El cuarzo se movió apenas.

James apareció corriendo, chocó contra la piedra, apoyó en ella un hombro, junto a sus compañeros… y empujó. El plasma le había consumido la mitad del brazo izquierdo, del codo para abajo, pero ni siquiera gimió.

El monolito se movió; avanzó poco a poco hacia el agujero… luego se inclinó y cayó por él. Aterrizó abajo con un golpe apagado, y el ruido indicó que había aplastado algo.

El Jefe Maestro se asomó por el borde. Vio una pierna izquierda acorazada y, al otro lado de la losa de piedra, debajo de ella, un brazo que forcejeaba. Aquellas cosas estaban aún vivas. Sus movimientos se hicieron más lentos, pero no cesaron.

La caja roja estaba en equilibrio inestable al borde del agujero. Se balanceó; no había modo de atraparla a tiempo.

Miró a Kelly, la Spartan más rápida.

—¡Atrápala! —gritó.

La caja cayó…

… y Kelly saltó.

De un solo salto atrapó la roca cuando la caja caía, se acurrucó en el aire y rodeó sus rodillas con los brazos, rodó y se puso de pie, y todo esto con la roca bien sujeta en una mano. Se la entregó al Jefe Maestro.

La roca era un trozo de granito adornado por unas pocas incrustaciones que brillaban como gemas. ¿Qué tenía de tan especial? La metió en el compartimento de munición, y luego derribó de una patada el dispositivo de transmisión por láser del Covenant.

Del exterior le llegó el golpeteo de pezuñas y los chillidos del ejército de Jackals y Grunts.

—Larguémonos de aquí, Spartans.

Rodeó a James con un brazo para ayudarlo. Corrieron al interior del sótano, donde se aseguraron de pasar a buena distancia de los gigantes atrapados bajo la piedra, y luego saltaron a través de la alcantarilla y entraron en las cloacas.

Corrieron por el agua mugrienta y no se detuvieron hasta haber salido del sistema de cloacas a los campos de arroz que se extendían en la periferia de Cote d’Azur.

Fred sujetó el repetidor de retorno por tierra a las tuberías, y sacó al exterior una tosca antena.

El Jefe Maestro se volvió a mirar la ciudad. Las Banshees volaban en círculos entre los rascacielos. Los focos de las naves de transporte que flotaban en el aire bañaban las calles con una luz azul. Los Grunts estaban volviéndose locos; sus ladridos y chillidos conformaban un estruendo ensordecedor.

Los Spartans se encaminaron hacia la costa y siguieron la linde del bosque hacia el sur. James se desplomó dos veces a lo largo del camino y luego, al fin, perdió el conocimiento. El Jefe Maestro se lo echó sobre un hombro y continuó andando.

Se detuvieron y escondieron al oír a una patrulla de una docena de Grunts. Los alienígenas pasaron corriendo; o bien no vieron a los Spartans, o no les importaban. Los animales corrían a la máxima velocidad posible de vuelta a la ciudad.

Cuando se encontraban a un kilómetro del punto de reunión, el Jefe Maestro abrió el canal de comunicaciones.

—Jefe del Equipo Verde. Estamos dentro de vuestro perímetro y aproximándonos. Señalizando con humo azul.

—Preparados y esperándoos, señor —respondió Linda—. Bienvenidos.

El Jefe Maestro lanzó una de sus granadas de humo y marcharon hacia el interior del claro.

La Pelican estaba intacta. El cabo Harland y sus marines hacían guardia, y los civiles rescatados estaban a salvo dentro de la nave.

Los Equipos Verde y Rojo estaban escondidos entre los arbustos y árboles cercanos.

Linda se les acercó. Le hizo un gesto a su equipo para que se hicieran cargo de James y lo llevaran al interior de la Pelican.

—Señor —dijo—, todos los civiles están a bordo y preparados para despegar.

El Jefe Maestro quería relajarse, sentarse y cerrar los ojos, pero a menudo ésa era la parte más peligrosa de una misión: esos últimos pasos, cuando uno podía bajar la guardia.

—Bien. Echad un último vistazo en torno al perímetro. Asegurémonos por segunda vez de que nada nos haya seguido.

—Sí, señor.

El cabo Harland se acercó y saludó.

—¿Señor? ¿Cómo lo han hecho? Esos civiles dicen que los sacaron ustedes de la ciudad, que atravesaron el ejército del Covenant, señor. ¿Cómo?

John ladeó la cabeza en un gesto interrogativo.

—Era nuestra misión, cabo —replicó.

El cabo los miró fijamente a él y a los demás Spartans.

—Sí, señor.

Cuando la Jefa del Equipo Verde informó que el perímetro estaba despejado, el último de los Spartans subió a bordo de la Pelican.

James había recuperado el conocimiento. Alguien le había quitado el casco y le había puesto una manta de supervivencia doblada debajo de la cabeza. Le lloraban los ojos del dolor, pero logró saludar al Jefe Maestro. John le hizo un gesto a Kelly, que le administró una dosis de analgésico, y James volvió a desmayarse.

La nave Pelican ascendió. A lo lejos, los soles entibiaban el horizonte y Côte d’Azur aparecía silueteada por la luz de la aurora.

La nave aceleró repentinamente el ascenso vertical a la máxima velocidad, y luego siguió una línea oblicua hacia el sur.

—Señor —dijo el piloto a través del canal de comunicación—, estamos captando múltiples señales de radar entrantes… unas doscientas Banshees vienen hacia aquí.

—Nosotros nos ocuparemos de eso, teniente —replicó John—. Prepárese para los destellos de electromagnética y la onda expansiva.

El Jefe Maestro activó el transceptor de radio del control remoto.

Tecleó rápidamente el código que desactivaba el seguro, y luego emitió el código de detonación.

En el horizonte apareció un tercer sol. Eclipsó la luz de los soles del sistema, luego se enfrió —pasando del color ámbar al rojo— y oscureció el cielo con negras nubes de polvo.

—Misión cumplida —dijo.