VEINTIUNO

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21.20 HORAS, 18 DE JULIO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / «IROQUOIS» DE LA UNSC, ÁREA DE ESTACIONAMIENTO MILITAR EN ÓRBITA ALREDEDOR DE SIGMA OCTANUS IV

—Estado de la nave —pidió el capitán de navío Keyes al entrar en el puente abotonándose el cuello de la chaqueta. Reparó en que la estación de reparaciones Cradle aún tapaba la cámara de babor—. ¿Y por qué no hemos salido aún de la estación?

—Señor, todos los tripulantes se encuentran en sus puestos de combate —replicó el teniente Dominique—. Se ha dado la alarma de estado de alerta. Los datos han sido transferidos a su puesto.

En la pantalla personal de Keyes apareció una vista táctica general del Iroquois, las naves cercanas y la Cradle.

—Como puede ver —continuó el teniente Dominique—, ya hemos salido de la estación, pero ella se mueve en el mismo vector de salida que nosotros. El almirante Stanforth quiere que permanezca dentro de la flota.

El capitán Keyes ocupó su sitio en el asiento de mando —el «trono», como se lo conocía más coloquialmente—, y revisó los datos, tras lo cual asintió con satisfacción.

»Parece que el almirante se trae algo entre manos. —Se volvió a mirar a la teniente Hall—. ¿Estado de los motores, teniente?

—Motores encendidos al cincuenta por ciento —informó ella. Se irguió en toda su estatura, casi un metro y ochenta y dos centímetros, y miró al capitán Keyes a los ojos con una actitud casi defensiva—. Señor, los motores recibieron una verdadera paliza en nuestro último combate. Las reparaciones que hemos hecho son… bueno, lo mejor que hemos podido hacer sin realizar un reacondicionamiento general.

—Entendido, teniente —replicó Keyes con calma. En realidad, también él estaba preocupado por los motores, pero no serviría de nada poner a Hall más nerviosa de lo necesario. Lo último que le hacía falta era minar su confianza.

»¿Oficial de artillería? —El capitán Keyes se volvió a mirar a la teniente Hikowa. La menuda mujer guardaba más parecido con una muñeca de porcelana que con un oficial de combate, pero Keyes sabía que su delicada apariencia era sólo superficial. Tenía sangre fría y nervios de acero.

—Cañones MAC cargándose —informó ella—. Sesenta y cinco por ciento y aumentando un dos por ciento por minuto.

A bordo del Iroquois, todo había reducido su velocidad a la de un caracol: motores, armas… incluso la Cradle se mantenía a la misma velocidad que ellos.

El capitán Keyes se irguió más. No tenía tiempo para malgastarlo en hacerse reproches. Tendría que hacer todo lo que pudiera con lo que tenía. Sencillamente, no había otra alternativa.

Se abrieron las puertas del ascensor y un joven entró en el puente. Era alto y delgado. Llevaba el cabello oscuro —más largo de lo que permitía el reglamento—, peinado hacia atrás. Era encantadoramente atractivo; Keyes reparó en que las mujeres de la tripulación del puente hacían un alto para mirar detenidamente al recién llegado antes de volver al trabajo.

—El alférez Lovell se presenta al servicio, capitán. —Le dedicó un brusco saludo.

—Bienvenido a bordo, alférez Lovell. —El capitán le devolvió el saludo, sorprendido ante el hecho de que el desaliñado oficial demostrara semejante estricto apego al protocolo militar—. Ocupe el puesto de navegación, por favor.

Los oficiales del puente escrutaron al alférez. Era muy inusitado que un oficial de tan baja graduación pilotara una nave grande.

—¿Señor? —Lovell arrugó la frente, confundido—. ¿Ha habido algún error, señor?

—¿Es usted el alférez Michael Lovell? ¿Recientemente apostado en el Puesto Avanzado de Sondeo Remoto Archimedes?

—Sí, señor. Me sacaron de ese destino con tanta precipitación que…

—En ese caso, ocupe su puesto, alférez.

—¡Sí, señor!

El alférez Lovell se sentó ante la consola de navegación, dedicó unos cuantos segundos a familiarizarse con los controles, y luego los reconfiguró para adaptarlos más a sus gustos.

Una leve sonrisa tensó las comisuras de la boca de Keyes. Él sabía que Lovell tenía más experiencia de combate que cualquiera de los tenientes del puente, y le complació que se adaptara tan rápidamente a un entorno que no le era familiar.

—Muéstreme la posición de la flota y el emplazamiento relativo del enemigo, alférez —ordenó el capitán.

—Sí, señor —replicó Lovell. Sus manos danzaron por los controles. Un momento más tarde apareció un mapa del sistema en la pantalla principal. Docenas de señalizadores tácticos de forma triangular indicaban que la flota del almirante Stanforth estaba reuniéndose entre Sigma Octanus IV y su luna. Era una posición de apertura sensata. Luchar estando en órbita alrededor de Sigma Octanus IV los habría atrapado en el campo gravitatorio del planeta; habría sido como luchar de espaldas contra una pared.

Keyes estudió la pantalla… y frunció el ceño. El almirante había dispuesto la flota en apretada formación de falange. Cuando el Covenant les disparara con sus armas de plasma, no tendrían espacio para maniobrar.

El Covenant estaba entrando rápidamente en el sistema. El capitán Keyes contó veinte señales de radar. No le gustaban las probabilidades con que contaban.

—Recibiendo órdenes —dijo el teniente Dominique—. El almirante Stanforth quiere al Iroquois en este emplazamiento lo antes posible.

En la pantalla, un triángulo azul parpadeó en una esquina de la formación.

—Alférez Lovell, llévenos hasta allí a la máxima velocidad posible.

—Sí, señor —replicó él.

El capitán Keyes reprimió una ola de azoramiento. La estación de reparaciones Cradle comenzó a adelantar al Iroquois, y finalmente ocupó una posición directamente por encima de la formación de falange. La estación rotó para presentar un borde hacia la flota del Covenant entrarte: el blanco más reducido posible.

—Rotando e invirtiendo impulso —dijo el alférez Lovell. El Iroquois rotó y deceleró—. Propulsores manteniendo la posición. Estamos situados, señor.

—Muy bien, alférez. Teniente Hikowa, desvíe tanta potencia como sea necesaria para cargar esos cañones MAC.

—Sí, señor —replicó Hikowa—. Condensadores cargando a máxima velocidad.

—Capitán —dijo el teniente Dominique—, estamos recibiendo un mensaje cifrado de la IA del Leviathan con solución de disparo y temporizadores de cuenta atrás.

—Transfiérale ese vector a la teniente Hikowa y muéstremelo en pantalla.

En el mapa táctico apareció una línea que conectaba al Iroquois con una de las fragatas del Covenant. El temporizador de disparo aparecía en una esquina: veintitrés segundos.

—Ahora muéstreme las soluciones de disparo de toda la flota, teniente Dominique.

Una red de trayectorias atravesó el mapa, con temporizadores diminutos junto a cada una. El almirante Stanforth hacía que la flota intercambiara disparos con el Covenant como si fuera una línea de Casacas Rojas ante la milicia colonial en la Guerra de Independencia de los Estados Unidos: una táctica que podía ser mejor descrita como sangrienta… o suicida.

¿En qué demonios estaba pensando el almirante? Keyes estudió las pantallas para intentar encontrar un método a la locura de su oficial superior… y entonces lo comprendió. Arriesgado, pero —si funcionaba—, brillante.

Los temporizadores de la flota estaban programados más o menos para que los disparos se agruparan en dos, tal vez tres andanadas masivas. Con suerte, las dos primeras desactivarían los escudos. La última debía ser el puñetazo final.

Pero esa táctica sólo funcionaría una vez. Después de eso, la flota de la UNSC sería destruida cuando las naves enemigas restantes devolvieran el fuego. El Iroquois y las demás naves eran blancos estacionarios. Entendía que el almirante no podía alejarse demasiado de Sigma Octanus IV, pero con un impulso cero y sin espacio para maniobrar, no tendrían manera de evitar los torpedos de plasma.

—Haga sonar la alarma de descompresión de todas las secciones no esenciales, teniente Hall, y luego vacíelas.

—Sí, señor —replicó ella, y se mordió el labio inferior.

—Artillería: ¿estado de los MAC? —Los ojos de Keyes no se apartaban del temporizador de disparo. Veinte segundos… quince… diez…

—¡Señor, los sistemas de los MAC están cargados! —anunció Hikowa—. Quitando seguros.

Cinco segundos.

—Transfiriendo control de disparo a la computadora —dijo la teniente Hikowa. Introdujo una serie de códigos de disparo en la computadora, y luego cerró los controles. El Iroquois reculó y escupió proyectiles gemelos hacia el enemigo.

La vista de estribor mostró que los destructores y las fragatas de la UNSC disparaban su andanada de apertura.

La flota del Covenant también disparó; haces de energía al rojo vivo cruzaban el espacio rumbo a ellos.

—¿Tiempo hasta los impactos de plasma? —preguntó el capitán Keyes al alférez Lovell.

—Veintidós segundos, señor.

El vacío que mediaba entre ambos bandos se llenó de cientos de líneas de fuego y metal humeante que parecieron desgarrar el tejido del espacio.

Las trayectorias se aproximaron las unas a las otras, se cruzaron, y los proyectiles de fuego se hicieron más grandes en la pantalla principal.

—Recibiendo un segundo grupo de soluciones de disparo y temporizadores —dijo el teniente Dominique—. Tenemos al almirante Stanforth en el canal prioritario, señor.

—Páselo al tanque holográfico dos —ordenó Keyes.

Cerca de la pantalla principal se activó un pequeño tanque holográfico habitualmente reservado para el IA de la nave, y apareció la fantasmal imagen del almirante Stanforth.

—A todas las naves, mantengan sus posiciones. Desvíen toda la potencia de los motores para recargar los cañones. Tenemos preparado algo especial. —Sus ojos se entrecerraron—. Bajo ninguna circunstancia, repito, bajo ninguna circunstancia abandonen su posición o disparen antes de lo que se les ha ordenado. Stanforth fuera.

La proyección holográfica del almirante se extinguió.

—¿Órdenes, señor? —El alférez Lovell se volvió en el asiento.

—Ya ha oído al almirante, alférez. Propulsores en mantenimiento de posición. Teniente Hikowa: recargue esos cañones a toda velocidad.

—Sí, señor.

Keyes asintió con la cabeza mientras Hikowa se ponía manos a la obra.

—Tres segundos hasta el impacto de la primera andanada —anunció.

Keyes volvió a mirar la pantalla, y se concentró en los proyectiles MAC supercompactos que corrían por ella hasta que impactaron contra las naves del Covenant, cuyos escudos fluctuaron y se sobrecargaron; varias naves salieron girando, desalojadas de su posición.

—¿Cañones? —pidió—. ¿Estado del enemigo?

—Múltiples impactos en la flota del Covenant, señor —replicó Hikowa—. La andanada dos impacta… ahora.

Un puñado de estos disparos fueron fallidos. Keyes hizo una mueca; cada uno de los proyectiles MAC que se desviaba de la trayectoria significaba otra nave enemiga que sobreviviría para devolver los disparos.

La inmensa mayoría, sin embargo, impactó en las naves alienígenas desprotegidas. El destructor del Covenant que iba en vanguardia recibió de lleno un proyectil de carga pesada que lo lanzó en un violento giro hacia babor.

Keyes vio encenderse los motores del destructor en un intento del piloto por recobrar el control, justo cuando un segundo proyectil impactaba en el costado opuesto de la nave. Por un instante, se estremeció, mantuvo la posición, y luego se dobló al hacerse excesiva la tensión del casco. El destructor se desintegró y dispersó sus restos en un amplio arco.

Una segunda nave del Covenant, una fragata, se estremeció bajo el impacto de múltiples proyectiles MAC. Se escoró hacia estribor y se estrelló contra la siguiente fragata de la formación enemiga. De las naves surgieron chispas y pequeñas explosiones, al tiempo que un enorme penacho gris de atmósfera escapaba al espacio con una explosión. Las luces de ambas parpadearon, y luego se oscurecieron cuando el par de naves espaciales muertas, trabadas en un abrazo letal, salieron girando hacia el corazón de la formación del Covenant.

Un momento más tarde, las naves impactaron contra una tercera fragata enemiga, y explotaron, lanzando hilos de plasma al espacio. Una docena de naves enemigas liberaron atmósfera, y estallaron incendios dentro de sus cascos.

No obstante, ahora la pantalla principal estaba ocupada por los disparos de las naves entrantes.

—Almirante de la flota en canal prioritario —anunció Dominique—. Sólo audio.

—Páselo a los altavoces, teniente —ordenó Keyes.

Un siseo de electricidad estática crepitó en los altavoces del sistema de comunicaciones. Un momento más tarde, la voz del almirante Stanforth atravesó limpiamente el ruido.

—Almirante a todas las naves: mantengan sus posiciones —dijo—. Prepárense para disparar. Transfieran los temporizadores a sus ordenadores… y sujétense.

Una sombra pasó ante la cámara de visión superior. En la pantalla, el capitán observó cómo la estación de reparaciones Cradle, con una plataforma de casi un kilómetro de lado, rotaba y comenzaba a situarse frente a la formación de falange.

—Cristo —susurró el alférez Lovell—, van a recibir los impactos por nosotros.

—Dominique, compruebe los sensores. ¿Ha salido alguna cápsula de salvamento de la Cradle? —preguntó Keyes. Ya conocía la respuesta.

—Señor —replicó Dominique, cuya voz grave estaba cargada de preocupación—, ninguna nave de salvamento ha abandonado la Cradle.

Los ojos de todos los presentes en el puente estaban clavados en la pantalla. Keyes apretaba los puños de furia e impotencia. No se podía hacer nada más que observar.

La pantalla de visión frontal se ennegreció al pasar ante ellos la estación. A lo largo de la superficie posterior aparecieron puntos rojos y anaranjados, mientras el vapor de metal formaba una nube. La Cradle se acercó bruscamente a la flota al ser empujada hacia atrás por los torpedos de plasma. La estación continuó descendiendo, para recibir los impactos que acabarían con ella. En la superficie aparecieron agujeros; el entramado de las vigas estaba a la vista y, segundos después, se puso al rojo; a continuación, la pantalla volvió a quedar despejada.

—Cámaras ventrales —dijo el capitán Keyes—. ¡Ahora!

La visión cambió cuando Dominique pasó a la pantalla las imágenes de las cámaras inferiores. La estación Cradle reapareció. Giraba y toda su superficie delantera resplandecía… El calor se había propagado a los bordes porque el centro se había fundido y había retrocedido.

—Cañones MAC preparados para disparar en tres segundos —anunció la teniente Hikowa, con voz fría y colérica—. Alcanzada la fijación del blanco.

Keyes se aferró a los reposabrazos del sillón de mando.

—La tripulación de la Cradle nos ha ofrecido la posibilidad de efectuar este disparo, teniente —gruñó el capitán Keyes—. Haga que cuente.

El Iroquois se estremeció al dispararse los cañones MAC. En la pantalla de estado, Keyes observó cómo el resto de la flota de la UNSC disparaba simultáneamente. Una salva de veintiún cañones, tres veces, para saludar a aquellos que estaban a bordo de la estación y habían entregado sus vidas.

—A todas las naves: ¡Rompan formación y ataquen! —bramó el almirante Stanforth—. Escojan blancos y disparen a discreción. ¡Acaben con tantos de esos bastardos como puedan! Stanforth fuera.

Tenían que moverse antes de que se recargaran las armas de plasma de las naves del Covenant.

—Deme el cincuenta por ciento de nuestros motores —ordenó el capitán Keyes—, y gire hacia rumbo 2-8-0.

—Sí —replicaron al unísono el alférez Lovell y la teniente Hall.

—Teniente Hikowa, retire los seguros del sistema de misiles Archer.

—Seguros retirados, señor.

El Iroquois se separó de la formación de falange en un ángulo casi recto. Las otras naves de la UNSC se dispersaron en todos los vectores posibles. Un destructor, el Lancelot, aceleró directamente hacia la línea del Covenant.

Cuando se dispersaban las naves de la UNSC, la andanada de MAC alcanzó a las naves del Covenant. Las soluciones de disparo del almirante habían tomado como objetivo al resto de las naves más pequeñas del grupo de combate enemigo. Sus escudos chisporrotearon, oscilaron, y luego se apagaron. Las fragatas se hacían pedazos bajo el impacto de los proyectiles que abrían agujeros en sus cascos. Las naves espaciales inutilizadas atravesaban lentamente el área de la batalla.

La segunda andanada sorpresa le había costado muy cara al Covenant: una docena de naves estaban fuera de combate.

Eso dejaba ocho naves enemigas: destructores y cruceros.

Se dispararon rayos de láser y misiles Archer, y todas las naves de la pantalla aceleraron las unas hacia las otras. Tanto las de la UNSC como las del Covenant lanzaron sus pequeñas naves caza.

El ordenador táctico estaba teniendo problemas para seguirle el rastro a todo lo que sucedía —Keyes se maldijo por la falta de una IA de a bordo—, mientras los disparos de misil y las descargas de plasma destellaban en la negrura. Las naves de un solo tripulante —los cazas Longsword de los humanos y los chatos cazas vagamente pisciformes del Covenant— calaban, esquivaban e impactaban contra las naves de guerra. Los misiles Archer dejaban estelas de vapor. Los azules rayos láser se dispersaban por el interior de las nubes de vapores de propulsión y atmósfera, e iluminaban la escena con un resplandor fantasmal.

—¿Órdenes, señor? —preguntó Lovell, nervioso.

El capitán Keyes hizo una pausa; algo… no parecía ir bien. La batalla era un caos absoluto, y resultaba casi imposible saber con exactitud qué estaba sucediendo. Los datos de los sensores eran constantemente alterados por las continuas detonaciones y el fuego de las armas de energía alienígenas.

—Escanee las proximidades del planeta, teniente Hall —dijo Keyes—. Teniente Lovell, acérquenos más a Sigma Octanus IV.

—¿Señor? —preguntó el teniente Dominique—. ¿No vamos a combatir contra la flota del Covenant?

—Negativo, teniente.

Los tripulantes del puente se quedaron paralizados durante una fracción de segundo, todos menos Lovell, que tecleó en la consola y trazó un nuevo rumbo. En la última batalla, los tripulantes del puente habían saboreado cómo era aquello de ser héroes, y querían más. El capitán Keyes sabía cómo era eso… y sabía lo peligroso que resultaba.

De todos modos, no estaba dispuesto a cargar hacia la batalla cuando el Iroquois funcionaba a la mitad de su rendimiento, tenía ya comprometida la integridad estructural, y carecía de una IA para montar una defensa contra los cazas del Covenant. Un torpedo de plasma que impactara en las cubiertas inferiores lo destriparía.

Si permanecía donde estaba e intentaba disparar hacia la refriega, tenía tantas posibilidades de tocar accidentalmente a una nave de su bando como de alcanzar a una del Covenant.

No. Había varias naves del Covenant dañadas en la zona. Acabaría con ellas, se aseguraría de que no pudieran lanzar ataque alguno contra su flota. No había gloria alguna en esa acción, pero, considerando su estado actual, la gloria tenía poca importancia. Lo importante era la supervivencia.

El capitán Keyes observó la batalla a través de la cámara de estribor. El Leviathan recibió un impacto de plasma que incendió las cubiertas de proa. Una nave del Covenant colisionó con una fragata de la UNSC, la Fair Weather, la superestructura de ambas naves quedó encajada y ambos abrieron fuego a quemarropa. La Fair Weather estalló en una bola de fuego nuclear que envolvió al destructor del Covenant. Ambas naves desaparecieron de la pantalla táctica.

—Nave del Covenant detectada en órbita alrededor de Sigma Octanus IV —informó la teniente Hall.

—Déjeme verla —dijo Keyes.

En la pantalla apareció una nave pequeña. Era más pequeña que el equivalente enemigo de una fragata… pero definitivamente más grande que las naves alienígenas de desembarco. Era brillante y daba la impresión de aparecer y desaparecer de la negrura del espacio. Los motores estaban camuflados y carecían del característico resplandor blanco purpúreo del sistema de propulsión del Covenant.

—Se encuentran en una órbita geosincrónica sobre Cote d’Azur —informó la teniente Hall—. Sus propulsores funcionan con microrráfagas. Si tuviera que hacer conjeturas, diría que lo hacen para mantener la posición de manera constante.

La teniente Dominique la interrumpió.

—Detectando dispersión de una transmisión de rayo estrecho desde la superficie del planeta, señor. Un láser FIR.

El capitán Keyes se volvió a mirar la batalla principal en la pantalla. ¿Acaso aquella matanza no era más que una maniobra de diversión?

El ataque original contra Sigma Octanus IV había tenido como único propósito hacer aterrizar naves e invadir Cote d’Azur. Una vez logrado el objetivo, el grupo de batalla se había marchado.

Y ahora, con independencia del propósito que tuviera el Covenant para bajar a la superficie, estaban enviando información a esta nave stealth… mientras el resto de la flota mantenía ocupadas al resto de las fuerzas de la UNSC para que no interfirieran.

—Y una porra —murmuró.

»Alférez Lovell, trace un rumbo de colisión con esa nave.

—Sí, señor.

—Teniente Hall, acelere los motores tanto como sea posible. Necesito toda la velocidad que pueda darme.

—Sí, señor. Si expulsamos el refrigerante primario y usamos la reserva, puedo aumentar el funcionamiento de los motores hasta el sesenta y seis por ciento… durante cinco minutos.

—Hágalo.

El Iroquois se movió lentamente hacia la nave del Covenant.

—Interceptación en veinte segundos —dijo Lovell.

—Teniente Hikowa, arme los lanzamisiles Archer. A a D. Borre del cielo a ese hijo de puta del Covenant.

—Lanzamisiles Archer armados, señor —replicó ella, tranquilamente. Sus manos danzaban ligeras sobre los controles—. Disparando.

Los misiles Archer salieron hacia la nave stealth del Covenant, pero al aproximarse al objetivo comenzaron a desviarse bruscamente de un lado a otro, y luego comenzaron a girar descontroladamente. Los misiles perdidos cayeron hacia el planeta.

La teniente Hikowa maldijo para sí en japonés.

—Han interferido en el sistema de seguimiento de los misiles —dijo—. Su ECM ha engañado al dispositivo guía, señor.

«Entonces no nos queda más alternativa —pensó Keyes—. Si pueden interferir en nuestros misiles, a ver si interfieren en esto.»

—Atropéllelos, alférez Lovell —ordenó Keyes.

El joven se relamió.

—Sí, señor.

—Haga sonar la alarma de colisión —ordenó el capitán Keyes—. Que todos se preparen para el impacto.

—Se está moviendo —dijo Lovell.

—Sígala.

—Corrigiendo rumbo. Ahora. Sujétense.

Las ocho mil toneladas del Iroquois impactaron contra la diminuta nave del Covenant.

En el puente apenas si notaron el impacto, pero el diminuto enemigo fue aplastado. El casco destrozado cayó girando hacia Sigma Octanus IV.

—¡Informe de daños! —bramó Keyes.

—Las cubiertas inferiores de la tres a la ocho presentan brechas en el casco, señor —informó Hall—. Los mamparos internos ya estaban cerrados, y no había nadie en esas áreas, por orden suya. No se informa de ningún sistema dañado.

—Bien. Sitúese en la posición enemiga anterior, alférez Lovell. Teniente Dominique, quiero que intercepte la transmisión de láser.

Las cámaras ventrales mostraban la nave del Covenant que se precipitaba a través de la atmósfera. Su escudo se encendió primero en color amarillo, luego blanco… para desaparecer finalmente al fallar los sistemas de la nave. Estalló en llamas y ardió sobre el horizonte, dejando atrás una estela de humo.

—El Iroquois está perdiendo altitud —advirtió el alférez Lovell—. Caemos dentro de la atmósfera del planeta… voy a hacer virar la nave. —El Iroquois giró 180°. El alférez se concentró en su pantalla, para luego añadir—: No ha servido de nada, necesitamos más potencia. Señor, ¿permiso para encender los propulsores de emergencia?

—Concedido.

Lovell encendió los propulsores de emergencia de popa, y el Iroquois dio un salto. Los ojos de Lovell estaban clavados en las pantallas del repetidor mientras luchaba por cada centímetro de maniobra que podía lograr. El sudor le corría por la frente y le empapaba el uniforme de vuelo.

—Órbita estabilizándose… apenas. —Lovell exhaló con alivio, y luego se volvió para encararse con Keyes—. Lo tenemos, señor. Las propulsiones necesarias para mantener la posición de manera precisa se mantienen.

—Recibiendo —dijo el teniente Dominique, y luego hizo una pausa—. Recibiendo… algo, señor. Debe de estar cifrado.

—Asegúrese de grabarlo, teniente.

—Afirmativo. Grabadores activados… pero el programa de descifrado no puede decodificarlo, señor.

El capitán Keyes se volvió hacia la pantalla táctica, casi esperando ver una nave del Covenant en posición de disparo.

No quedaba mucho ni de la flota del Covenant ni de la flota de la UNSC. Docenas de naves iban a la deriva por el espacio, liberando atmósfera y ardiendo. El resto se movía con lentitud. En algunas destellaba el fuego. La negrura del espacio aparecía moteada por explosiones.

No obstante, un destructor del Covenant intacto dio media vuelta y abandonó el campo de batalla. Tras dar un rodeo, se dirigió directamente hacia el Iroquois.

—Oh-oh —murmuró Lovell.

—Teniente Hall, contacte con el Leviathan: canal prioritario Alfa —ordenó Keyes.

—Sí, señor —replicó ella.

La imagen del almirante Stanforth apareció en el tanque holográfico. Un tajo le cruzaba la frente, y la sangre le caía dentro de los ojos. Se la limpió con una mano temblorosa, y los ojos se le encendieron de cólera.

—¿Keyes? ¿Dónde diablos está el Iroquois?

—Señor, la Iroquois se encuentra en una órbita geosincrónica sobre Cote d’Azur. Hemos destruido una nave stealth del Covenant y estamos en proceso de interceptación de una transmisión segura procedente del planeta.

El almirante lo miró fijamente durante un momento, incrédulo, y luego asintió con la cabeza como si lo que acababa de oír tuviera sentido para él.

—Continúe.

—Tenemos un destructor del Covenant que está abandonando la batalla… para echársenos encima. Creo que la razón de la invasión del Covenant podría encontrarse en esta transmisión codificada. Y no quieren que lo sepamos, señor.

—Entendido, hijo. Resista. La caballería va en camino.

En la pantalla de popa, las ocho naves restantes de la UNSC interrumpieron el ataque y se volvieron hacia el destructor. Dispararon tres cañones MAC y los proyectiles impactaron en la nave del Covenant. Sus escudos fallaron durante un segundo; un proyectil le atravesó el morro… pero el destructor continuó hacia el Iroquois a máxima velocidad.

—Transmisión finalizada, señor —anunció el teniente Dominique—. Interrumpida a medio proceso. La señal se apagó en origen.

—Maldición. —El capitán Keyes consideró la posibilidad de quedarse e intentar repescar la señal, pero sólo por un momento. Decidió coger lo que tenían y huir—. Alférez Lovell, sáquenos de aquí en seguida.

—¡Señor! —dijo la teniente Hall—. Mire.

El destructor del Covenant cambiaba de rumbo… junto con el resto de naves supervivientes. Estaban dispersándose y acelerando hacia el exterior del sistema.

—Están huyendo —dijo la teniente Hikowa, cuya habitual contención había sido ahora reemplazada por un profundo asombro.

Al cabo de minutos, las naves del Covenant aceleraron y desaparecieron en el espacio estelar.

El capitán Keyes miró hacia popa y contó sólo siete naves de la UNSC intactas; el resto de las naves de la flota habían sido destruidas o estaban fuera de combate.

Permaneció sentado en su silla de mando.

—Alférez Lovell, llévenos de vuelta por donde hemos venido. Prepárense para recibir heridos. Vuelvan a presurizar todas las cubiertas que no estén comprometidas.

—Jesús —dijo la teniente Hall—. Creo que, de hecho… hemos ganado ésta.

—Sí, teniente. Hemos ganado —replicó Keyes.

Pero el capitán se preguntaba qué habían ganado, exactamente. El Covenant tenía que haber acudido a ese sistema por alguna razón, y tenía la descorazonadora sensación de que posiblemente hubieran obtenido lo que habían venido a buscar.