VEINTE

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18.00 HORAS, 18 DE JULIO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SIGMA OCTANUS IV, CUADRANTE 19/27

El Jefe Maestro recorrió con la mirada lo que quedaba del campamento Alfa. Sólo diecinueve marines regulares… de los cuatrocientos hombres y mujeres que habían sido masacrados en el lugar.

—Sitúa un guardia en la nave de desembarco —dijo a Kelly— y destina tres a patrullar. Llévate al resto y asegurad la zona de aterrizaje.

—Sí, señor. —Se volvió a mirar a los otros Spartans, señaló, hizo tres gestos rápidos con una mano y ellos se dispersaron como espectros.

El brigada se volvió a mirar al cabo.

—¿Está usted al mando aquí, cabo?

El hombre miró en torno.

—Creo que… sí, señor.

—Desde las 09.00, hora militar estándar, la NavSpecWep se hace cargo del control de esta operación. Todo el personal de los marines quedará sometido a nuestra cadena de mando. ¿Entendido, cabo?

—Sí, señor.

—Ahora, cabo, infórmeme de lo que ha sucedido aquí.

El cabo Harland se agachó y esbozó toscos mapas de la zona mientras narraba rápidamente la brutal serie de ataques sorpresa.

—Aquí mismo, cuadrante 13/24. Allí fue donde nos atacaron, señor. Allí está sucediendo algo.

El brigada estudió los toscos mapas, los comparó con los sondeos del área expuestos en el frontal de su casco, y luego asintió, satisfecho.

—Suban a los heridos a bordo de la Pelican, cabo —dijo—. Nos marcharemos dentro de poco. Quiero que establezcan tres turnos de guardia. El resto de sus hombres deben dormir un poco. Pero no cometan ningún error, porque si la Pelican resulta bombardeada, nos quedaremos en Sigma Octanus IV.

El cabo palideció.

—Entendido, señor —replicó. Se puso lentamente de pie, ya que el largo día de combate y huida estaba pasándole factura. El marine saludó y se marchó a reunir a su grupo.

Dentro del casco hermético, John frunció el entrecejo. Aquellos marines estaban ahora bajo su mando… y por tanto formaban parte de su equipo. Carecían del poder armamentístico y del entrenamiento de los Spartans, así que debían protegerlos, no valerse de ellos. Debía asegurarse de que salieran del planeta de una sola pieza. Un tropiezo más en una misión de por sí imprevisible.

El Jefe Maestro abrió el canal de comunicación.

—Jefes de equipo, reuníos conmigo en el zona de aterrizaje dentro de tres minutos.

En la pantalla del casco parpadearon luces: eran los Spartans que acusaban recibo de la orden.

Recorrió aquel desastre con la mirada. La débil luz del sol se reflejaba mortecinamente en los miles de casquillos de proyectiles que sembraban el campo de batalla. Docenas de carcasas de vehículos Warthog despedían humo que ascendía hacia el neblinoso cielo. Veintenas de cadáveres carbonizados yacían en el fango.

Más tarde tendrían que enviar un destacamento de enterramiento… antes de que los Grunts llegaran hasta los muertos.

El Jefe Maestro jamás cuestionaría las órdenes recibidas, pero experimentó una momentánea punzada de amargura.

Quienquiera que hubiera plantado aquellos campamentos sin haber hecho un reconocimiento adecuado de la zona, quienquiera que hubiera confiado ciegamente en las transmisiones de los satélites de una región que estaba en poder del enemigo, había sido un estúpido.

Peor aún, había desperdiciado las vidas de buenos soldados.

El Jefe del Equipo Verde llegó a paso ligero desde el sur. El Jefe Maestro no vio sus rasgos a través de la placa facial reflectante, pero supo, sin necesidad de comprobarlo en la pantalla del casco, que se trataba de Linda por el modo de moverse… por eso y por el fusil SRS99C-S2 AM con mira Oracle que llevaba.

Ella miró en torno con cuidado para verificar que el área era segura, y se colgó el fusil de un hombro. Lo saludó bruscamente.

—Me presento según las órdenes, Jefe Maestro.

El Jefe del Equipo Rojo, Joshua, llegó corriendo desde el este, y saludó.

—Detectores de movimiento, radar y defensas automáticas activadas y funcionando, señor.

—Bien. Repasemos esto una vez más. —El Jefe Maestro superpuso un mapa topográfico en las pantallas de los cascos—. Objetivo número uno de la misión: debemos reunir información sobre la disposición de las tropas y las defensas del Covenant en Cote d’Azur. Objetivo número dos de la misión: si no hay supervivientes civiles, estamos autorizados a detonar por control remoto una mina táctica nuclear HAVOK y eliminar a las fuerzas enemigas. Entretanto, minimizaremos el contacto con el enemigo.

Ellos asintieron.

El Jefe Maestro iluminó los cuatro afluentes que alimentaban el delta del río cercano a Cote d’Azur.

—Evitaremos estas rutas. Hay Banshees patrullándolas. —Trazó un círculo en torno al lugar en que había estado la base de combate Bravo—. También evitaremos esta zona; según los marines supervivientes, es una zona caliente. El cuadrante 13/24 también tiene actividad.

»Jefe Rojo, lleva a tu destacamento a lo largo de la costa. Manteneos en la linde del bosque, entre los árboles. Jefe Verde, reseguid la cresta de la cadena, pero también manteneos a cubierto. Yo seguiré esta ruta. —El Jefe trazó un sendero a través de una sección de selva particularmente densa.

—Ahora son las 18.30 horas. La ciudad está a trescientos kilómetros de aquí, así que no deberíamos tardar más de cuarenta minutos. Es probable que nos veamos obligados a ir más despacio a causa de las patrullas enemigas, pero todos deberíamos encontrarnos en nuestro sitio no más tarde de las 19.30 horas.

Acercó el visor al plano de Cote d’Azur.

—Los puntos de acceso al sistema de cloacas de la ciudad están… —marcó la pantalla con puntos de navegación—, aquí, aquí y aquí. El Equipo Rojo explorará el área de los muelles. El Verde se hará cargo de la sección residencial. Yo llevaré al Equipo Azul al centro de la ciudad. ¿Preguntas?

—Cuando estemos en el subsuelo, las comunicaciones quedarán limitadas —dijo Linda—. ¿Cómo informaremos mientras estemos bajo tierra?

—Según el archivo que la Autoridad de Administración Colonial tiene sobre Cote d’Azur, el sistema de cloacas tiene tuberías de acero que corren por encima de los conductos de plástico. Conectad con ellas y valeos de los transmisores de retorno por tierra para informar. Tendremos nuestra propia línea de comunicación privada.

—Entendido —asintió ella.

—En cuanto nos marchemos —dijo el Jefe Maestro—, la nave de desembarco despegará y se trasladará aquí. —Señaló una posición situada lejos del campamento Alfa, hacia el sur—. Si la Pelican no lo logra… nuestro punto de reunión será éste. —Señaló un punto situado a quince kilómetros al sur—. El comité de bienvenida de la ONI ha escondido allí nuestro comunicador de emergencia vía SATCOM, y equipos de supervivencia.

Nadie mencionó que los equipos de supervivencia serían inútiles cuando el Covenant recubriera el planeta con una capa vidriosa.

—Manteneos alerta —dijo John—, y regresad de una pieza. Podéis marcharos.

Saludaron bruscamente y se marcharon a paso ligero a cumplir las órdenes.

John cambió de frecuencia.

—Es hora de ensillar, Equipo Azul —dijo—. Reuníos en el búnker para recibir órdenes. —Las luces de acuse de recibo parpadearon en la pantalla.

Un momento después, los otros tres Spartans de su destacamento llegaron a paso ligero.

—Presentándose según las órdenes —anunció Azul-Dos.

El Jefe Maestro les informó de los detalles de la misión.

—Azul-Dos —le hizo un gesto de asentimiento a Kelly—, tú llevarás la mina nuclear y el equipo médico.

—Afirmativo. ¿Quién tendrá el detonador, señor?

—Yo —replicó John—. Azul-Tres. —Se volvió a mirar a Fred—. Tú llevas los explosivos. James, te harás cargo del equipo de comunicaciones adicional.

Todos comprobaron dos veces los equipos: fusiles de asalto MA5B modificados, adaptados para montarles silenciador; diez cargadores de munición de recambio; granadas de fragmentación; cuchillos de combate; pistolas M6D (armas pequeñas pero potentes que disparaban munición Magnum 450, suficiente para atravesar la armadura de los Grunts.

Además de las armas, llevaban un solo bote de humo azul para señalizar el punto donde debían recogerlos, y que sería responsabilidad de John.

—En marcha —dijo.

El Equipo Azul se puso en movimiento. Entraron rápidamente en la selva en fila india, con Azul-Cuatro en cabeza; James tenía un instinto especial para abrir la marcha. La fila iba un poco torcida, con John y Kelly ligeramente a la izquierda de James. Fred iba en retaguardia.

Avanzaban con cautela. Cada cien metros James le hacía una señal al grupo para que se detuviera mientras él observaba metódicamente la zona en busca de alguna señal del enemigo, y ellos se agachaban y desaparecían entre el follaje de la selva.

John miró su frontal; habían cubierto una cuarta parte del recorrido hasta la ciudad. El equipo avanzaba a buen ritmo a pesar de su cautela. Las armaduras de asalto MJOLNIR les permitían recorrer la selva como si estuvieran paseando por el bosque.

Más adelante, la fina niebla que impregnaba la selva cedió paso a un fuerte aguacero. El suelo empapado se transformó gradualmente en fango y obligó al equipo a reducir la marcha.

Azul-Cuatro paró en seco y alzó un puño: la señal para detenerse y permanecer inmóvil. John se quedó quieto, con el fusil en alto y barriendo lentamente el aire de un lado a otro, en busca de cualquier signo de movimiento enemigo.

Normalmente, los Spartans confiaban en los dispositivos de detección de las armaduras para localizar a los soldados enemigos, pero allí sus sensores de movimiento eran inútiles porque en la selva todo se movía. Tenían que fiarse de sus ojos y oídos, y del instinto del que iba en vanguardia.

— Vanguardia a jefe de equipo: contacto enemigo —dijo la serena voz de James a través del canal de comunicación—. Tropas enemigas a cien metros de mi posición, diez grados a la izquierda.

Con exagerada lentitud, Azul-Cuatro señaló el área de peligro con un dedo.

—Afirmativo —replicó John—. Azul-Cuatro: mantén la posición.

Aunque allí los sensores de movimiento eran inútiles, los térmicos resultaron ser de utilidad. A través de las espesas cortinas de lluvia el Jefe Maestro detectó tres puntos fríos: Grunts dentro de sus trajes presurizados.

—Equipo Azul: contacto enemigo confirmado. —Añadió la posición enemiga en la pantalla del casco—. ¿Número estimado de enemigos, vanguardia?

—Aquí vanguardia, distingo diez, repito, diez soldados del Covenant. Grunts, señor. Se mueven con lentitud. Formación de dos en fondo. No nos han visto. ¿Órdenes?

Las órdenes que tenía John eran minimizar el contacto con el enemigo siempre que fuera posible; los Spartans se encontraban demasiado dispersos por la zona de batalla como para arriesgarse a un enfrentamiento prolongado. Pero los Grunts se encaminaban directamente hacia el búnker de los marines…

—Acabemos con ellos, Equipo Azul —decidió.

El equipo de Grunts avanzaba trabajosamente por el fango. Los alienígenas vagamente simiescos llevaban lustrosas armaduras con adornos rojos. La piel negra purpúrea llena de bultos era visible debajo de los trajes presurizados. Máscaras para respirar les proporcionaban metano helado: la atmósfera de estos alienígenas. Eran diez que avanzaban en dos columnas separadas aproximadamente tres metros la una de la otra.

John advirtió con satisfacción que parecían aburridos; sólo el que iba en vanguardia y los dos de retaguardia tenían a punto los rifles de plasma. El resto charlaban unos con otros en una extraña combinación de chillidos agudos y ladridos guturales.

Blancos fáciles, relajados. Perfecto.

Le hizo al resto del equipo una serie de señales lentas con las manos; todos retrocedieron hasta haberse alejado bien del campo visual de los Grunts.

El Jefe Maestro abrió el canal de comunicación con todo el destacamento.

—Están a setenta metros de esta depresión. —Tecleó un punto de navegación en la pantalla topográfica del equipo—. Ellos se dirigen hacia la colina occidental y probablemente seguirán por el terreno hasta la cumbre. Ahora retrocederemos y ocuparemos posiciones ocultas a lo largo de la colina oriental.

»Azul-Cuatro, eres nuestro explorador: quédate cerca del pie de la colina y avísanos cuando pasen de largo los de retaguardia. Matadlos primero a ellos: parecen estar alerta.

»Azul-Dos, te apostarás a vigilar desde la cumbre de la colina.

»Azul-Tres, cúbreme. Sólo armas con silenciador; nada de explosivos a menos que las cosas se pongan feas.

Hizo una pausa antes de dar la orden.

—Adelante.

Los Spartans retrocedieron sigilosamente por la senda que seguían, y se desplegaron a lo largo de la colina.

John —situado en el centro de la línea—, preparó su rifle de asalto. Los integrantes del equipo eran prácticamente invisibles en el espeso follaje, y quedaban ocultos por los troncos anchos como barriles de los árboles autóctonos.

Pasó un minuto. Luego dos… tres…

La señal de acuse de recibo de Azul-Cuatro parpadeó dos veces en la pantalla de John. Enemigo detectado. Relajó las manos con que sujetaba el arma y esperó…

Allí. A veinte metros de distancia, el Grunt de vanguardia llegó al pie de la colina occidental, justo al final de la cuesta donde estaba apostado John. El alienígena se detuvo y barrió el área con el rifle de plasma antes de comenzar a ascender lentamente por la cuesta.

Un momento después apareció a la vista el resto de la formación, diez metros por detrás del que iba en vanguardia.

El indicador de Azul-Cuatro volvió a parpadear. Ahora.

El Jefe Maestro abrió fuego, una ráfaga corta de tres balas. La apagada tos del arma resultó inaudible a causa del sonido del aguacero que caía sobre la selva. El trío de balas antiblindaje atravesaron la protección del cuello del alienígena y abrieron brechas en el traje presurizado. El Grunt se aferró el cuello, emitió un breve gorgoteo agudo y cayó sobre el fango, muerto.

Un momento más tarde las filas de Grunts se detuvieron torpemente, confundidas.

John captó dos destellos, y cayó el par de Grunts que cerraban la retaguardia.

—Azul-Dos a Jefe: guardias de retaguardia eliminados.

—¡Matadlos! —gritó John.

Los cuatro Spartans abrieron fuego en cortas ráfagas. En menos de un segundo cayeron otros cuatro Grunts, muertos a causa de disparos en la cabeza.

Los tres Grunts restantes se descolgaron los rifles de plasma del hombro y los movieron de un lado a otro, buscando objetivos y parloteando en voz alta en su extraño lenguaje de ladridos. John apuntó al alienígena que tenía más cerca y apretó el gatillo.

La criatura cayó al fango, donde el metano burbujeó al manar de la máscara destrozada.

Otro par de disparos sostenidos y cayó el último de los gruñidos.

* * *

Kelly se hizo cargo de las armas de los Grunts y le entregó un rifle de plasma a cada miembro del equipo; los Spartans tenían orden de apoderarse de armas y tecnología del Covenant siempre que pudieran.

El Equipo Azul se desplegó y continuó su camino. Cuando oían Banshees sobre ellos, se agachaban en el fango y las naves pasaban de largo.

Diez kilómetros más de fuerte lluvia, y luego la selva acabó, y ante ellos se extendieron campos de arroz que llegaban hasta la propia Côte d’Azur.

Atravesarlos sería más difícil que cruzar la selva. Activaron las capas de camuflaje que enmascaraban sus señales térmicas, y se arrastraron por el fango.

El Jefe Maestro vio tres naves de mayor tamaño que sobrevolaban la ciudad. Si eran de transportes de tropas, podían llevar miles de soldados del Covenant. Si eran naves de guerra, cualquier ataque de tierra dirigido contra la ciudad sería fútil. En cualquiera de los dos casos, era una mala noticia.

Se aseguró de que las grabadoras de vídeo y sonido obtuvieran buenas imágenes de las naves.

Cuando emergieron del fango se encontraban cerca de la playa situada en la periferia de la ciudad. El Jefe Maestro comprobó las indicaciones que había sobre el plano y se encaminó hacia el desagüe de las cloacas.

El conducto de dos metros de diámetro estaba cerrado por una rejilla de acero. Él y Fred curvaron fácilmente los barrotes hacia los lados y entraron.

Avanzaron por las aguas sucias que les llegaban hasta la cadera. Al Jefe Maestro no le gustaba aquel lugar estrecho. La movilidad de los Spartans se veía restringida por la estrechez de los conductos; peor aún, se encontraban apiñados y eran, por tanto, más fáciles de matar con granadas y disparos a bulto. Los sensores de movimiento captaban centenares de objetivos. Las constantes cascadas de las alcantarillas de arriba inutilizaban los sensores.

Siguió el plano electrónico a través del laberinto de conductos. Desde lo alto se filtraba luz, haces que descendían desde los agujeros de respiración cubiertos por rejillas. Con mucha frecuencia, algo se movía y eclipsaba esa luz.

Los Spartans avanzaron rápida y sigilosamente por las sucias aguas, y se detuvieron al llegar al final del recorrido: justo debajo del punto central del «centro» de Côte d’Azur.

Con un casi imperceptible gesto brusco de la cabeza, el Jefe Maestro le ordenó al Equipo Azul que se dispersara y mantuviera los ojos bien abiertos. El deslizó una sonda de fibra óptica a través de la rejilla de alcantarilla que había a nivel de la calle, y la conectó a su casco.

La luz amarilla de las lámparas de vapor de sodio bañaba el exterior con un resplandor sobrenatural. Había Grunts apostados en las esquinas de la calle, y se veían las sombras de las Banshees que describían círculos en lo alto.

Los coches eléctricos que estaban aparcados en la calle habían sido volcados, y los receptáculos para desperdicios habían sido puestos patas arriba o les habían prendido fuego. Todas las ventanas situadas al nivel de la calle estaban rotas. El Jefe Maestro no vio ningún civil humano, ni vivo ni muerto.

El Equipo Azul avanzó una manzana más. El Jefe Maestro volvió a espiar la superficie.

Allí había más actividad: una manada de Grunts con armadura negra recorrían las calles. En una esquina había sentados dos Jackals con cabeza de buitre, disputándose un trozo de carne.

Pero lo que llamó su atención fue otra cosa. En la acera había otros alienígenas… o, mejor dicho, por encima de la acera. Eran, a grandes rasgos, criaturas del tamaño de hombres, pero no se parecían a ninguna que hubiese visto hasta entonces. Las criaturas tenían una apariencia vagamente parecida a la de babosas, con una pálida piel rosa púrpura. A diferencia de otras razas del Covenant, no eran bípedos. En cambio, presentaban varios apéndices tentaculares que les nacían del grueso tronco.

Flotaban a medio metro por encima del suelo, como si las extrañas vejigas rosadas que tenían en el lomo los mantuvieran en el aire. Un alienígena usó uno de estos tentáculos para abrir el capó de un coche, y comenzó a desmontar el motor eléctrico a una velocidad asombrosa.

Al cabo de veinte segundos todas las piezas habían sido pulcramente colocadas en orden sobre la calzada. La criatura hizo una pausa y volvió a montar las piezas con una rapidez cegadora, para volver a desmontarlas y volverlas a montar varias veces en diferentes configuraciones. Finalmente, la criatura simplemente volvió a montar el coche y se marchó flotando.

El Jefe Maestro se aseguró de que la grabadora de la misión hubiera registrado eso. Era una raza del Covenant no documentada hasta el momento.

Rotó el cable de fibra óptica para que apuntara hacia el otro extremo de la calle. A una manzana de distancia había más actividad.

Retiró la sonda e hizo que el Equipo Azul avanzara una manzana hacia el sur. Le hizo una señal al equipo para que mantuvieran la posición, y entonces trepó por una serie de asideros metálicos hasta situarse justo debajo de una rejilla de ventilación.

Volvió a sacar con cautela la sonda a la superficie.

La pezuña de un Jackal le bloqueaba la mitad del campo visual. Hizo girar la sonda con una lentitud tremenda, y vio cincuenta Jackals más que se sonreían unos a otros. Se encontraban concentrados en torno a las proximidades del edificio que había al otro lado de la calle. La construcción se parecía a algunas imágenes que Déjà le había enseñado hacía años: un templo ateniense con blancos escalones de mármol y columnas jónicas. En lo alto de los escalones había un par de piezas de artillería estacionarias. Más malas noticias.

Retiró la sonda y consultó el mapa. El edificio estaba señalado como Museo de Historia Natural de Côte d’Azur.

El Covenant había desplegado allí una capacidad armamentística seria: las piezas de artillería estacionarias tenían una tremenda amplitud de disparo, lo que convertiría un asalto frontal en suicidio. ¿Por qué querrían proteger una estructura humana?, se preguntó. ¿Acaso habían establecido allí su cuartel general?

El Jefe Maestro le hizo un gesto a Azul-Dos y señaló el túnel de acceso que se adentraba por debajo del edificio. Le enseñó dos dedos, luego señaló los ojos de ella, a continuación indicó el pasadizo, y luego cerró lentamente la mano hasta formar un puño.

Kelly avanzó muy lentamente por el pasadizo para explorarlo.

El jefe miró la hora. Los Equipos Rojo y Verde tendrían que informar dentro de poco. Hizo que James conectara el transceptor de retorno por tierra a las tuberías de lo alto.

—Equipo Verde, adelante.

Recibido. Aquí Jefe de Equipo Verde, señor —susurró Linda por el canal de comunicación—. Hemos explorado la sección residencial. —Se produjo una pausa—. No hay supervivientes… Igual que en Draco III. Hemos llegado demasiado tarde.

Entendido. Ya habían visto lo mismo antes. El Covenant no hacía prisioneros. En Draco III habían observado, vía satélite, cómo los supervivientes humanos eran reunidos y hechos pedazos por los voraces Grunts y Jackals. Para cuando los Spartans llegaban al lugar, no quedaba nadie que rescatar.

Pero las víctimas habían sido vengadas.

—Equipo Verde: aguardad y preparaos para retiraros al punto de encuentro y asegurar la zona —dijo.

A la espera —replicó Linda.

Cambió al canal del Equipo Rojo.

—Equipo Rojo, informe.

La voz de Joshua resonó a través de la conexión.

—Jefe Rojo, señor. Tenemos algo para la ONI. Hemos visto un nueva raza del Covenant. Unos seres pequeños que flotan. Parecen ser algún tipo de explorador o científico. Desmontan las cosas, luego continúan, como si estuvieran buscando algo. No parecen, repito, no parecen hostiles. Se aconseja no enfrentarse con ellos. Darían la alarma muy ruidosamente, Jefe Azul.

—¿Tenéis problemas?

—Hemos esquivado problemas, señor —replicó Joshua—. Pero hay un inconveniente.

«Inconveniente» era una palabra que estaba cargada de sentido para los Spartans. Que los pillaran en una emboscada o se metieran en un campo de minas, que un compañero de equipo resultara herido o que se vieran atrapados en un bombardeo aéreo, eran todas cosas para las que se habían entrenado. Los inconvenientes eran situaciones que no sabían cómo manejar. Complicaciones para las que nadie tenía un plan.

—Continúa —susurró el Jefe Maestro.

— Tenemos supervivientes. Veinte civiles escondidos aquí, en una nave de carga. Hay varios heridos.

El Jefe Maestro evaluó la situación. No era asunto suyo sopesar el valor relativo de un puñado de civiles contra la posibilidad de eliminar a diez mil soldados del Covenant con la bomba nuclear. Las órdenes que había recibido eran muy claras a ese respecto. No podrían colocar la bomba si había civiles en peligro.

—Nuevo objetivo de la misión, Jefe Rojo —dijo el brigada—: Trasladar a esos civiles hasta el punto de recogida y evacuarlos a las naves de la flota. —Volvió a cambiar de canal para transmitir a todos los equipos—. Jefe del Equipo Verde, ¿continúa en línea?

Se produjo una pausa, antes de que llegara la respuesta.

—Afirmativo.

—id a los muelles y coordinaos con el Equipo Rojo; tienen supervivientes que es necesario evacuar. Jefe del Equipo Verde, tienes el control estratégico de esta misión.

—Entendido —replicó ella—. Vamos en camino.

—Afirmativo, señor —dijo Joshua—. Lo haremos.

—Equipo Azul fuera. —El Jefe Maestro desconectó.

Los Equipos Verde y Rojo iban a tenerlo difícil. Los civiles los retrasarían, y si se veían en la necesidad de protegerlos de las patrullas del Covenant, los descubrirían a todos.

Azul-Dos regresó. Abrió el canal de comunicación e informó.

—Hay un acceso al interior del edificio: una escalerilla y una placa de acero cerrada y soldada. Podemos atravesarla con soplete.

El Jefe Maestro abrió el canal de comunicación del equipo.

—Vamos a dar por supuesto que los Equipos Rojo y Verde sacarán a los civiles de Cote d’Azur. Procederemos según lo planeado.

Hizo una pausa, y se volvió a Azul-Dos.

—Saca la cabeza nuclear y ármala.