DIECINUEVE

19

06.00 HORAS, 18 DE JULIO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / SIGMA OCTANUS IV, CUADRANTE 13/24

—¡Más rápido! —gritó el cabo Harland—. ¿Quiere morir en el fango, marine?

—¡Diablos, no, señor! —El soldado Fincher pisó el acelerador y las ruedas del Warthog giraron en el lecho del arroyo. Lograron afianzarse y el vehículo recorrió la grava coleando, cruzó la orilla y salió a la playa arenosa.

Harland se sujetó con el arnés a la parte posterior del Warthog, cogió firmemente con una mano la enorme ametralladora de cadena de 50 mm que estaba instalada en el vehículo.

Algo se movió entre los arbustos, detrás de ellos, y Harland disparó una ráfaga sostenida. El ensordecedor sonido de la Oíd Faithful le hizo entrechocar los dientes. Helechos, árboles y lianas estallaron y se astillaron cuando la barrera de proyectiles atravesó el follaje… y entonces ya no se movió nada más.

Fincher hizo correr el vehículo, rebotando, a lo largo de la orilla, mientras su cabeza iba de un lado a otro al intentar él ver a través del aguacero.

—Aquí somos blancos fáciles, cabo —chilló Fincher—. Tenemos que salir de este agujero y volver a lo alto de la cadena, señor.

El cabo Harland se puso a buscar un camino para salir de la garganta del río.

—¡Walker! —Sacudió al soldado Walker que ocupaba el asiento del pasajero, pero el hombre no reaccionó. Tenía aferrado en una presa de muerte el último lanzacohetes Jackhammer que les quedaba, y los ojos fijos ante sí, inexpresivos. Walker no había dicho una sola palabra desde que aquella misión se había ido al garete. Harland abrigaba la esperanza de que se recuperara. Ya había perdido a un hombre. Lo último que necesitaba era que el especialista en artillería pesada perdiera el seso.

El soldado Cochran yacía a los pies del cabo, abrazado al fusil con manos ensangrentadas. Había recibido disparos durante la emboscada. Los alienígenas usaban una especie de armas de proyectiles que disparaban largas agujas finas, las cuales estallaban segundos después del impacto.

El interior de Cochran era carne picada. Walker y Fincher lo habían llenado de bioespuma y le habían puesto apósitos —incluso habían logrado detener la hemorragia—, pero si el hombre no recibía pronto atención médica, moriría.

Todos habían estado a punto de morir.

Habían salido de la base de combate Bravo dos horas antes. Las imágenes de satélite mostraban que tenían la vía libre hasta la zona del objetivo. El teniente McCasky incluso había dicho que sería «coser y cantar». Se suponía que tenían que colocar sensores en el cuadrante 13/24, mirar qué había por allí y regresar. «Un simple trabajo de fisgoneo», lo había llamado el teniente.

Lo que nadie le había dicho a McCasky era que los satélites no penetraban demasiado bien a través de la lluvia y el dosel de la selva de aquella bola pantanosa. Si el teniente hubiera pensado en ello —como el cabo Harland estaba pensando ahora—, habría deducido que había algo raro en eso de enviar tres destacamentos a «coser y cantar».

El destacamento no era de novatos. El cabo Harland y los otros ya habían luchado antes contra el Covenant. Sabían cómo matar a los Grunts; sabían pedir apoyo aéreo cuando estos enemigos se reunían por centenares. Incluso habían acabado con unos cuantos Jackals del Covenant, los que tenían escudos de energía. Había que situarse en el flanco… dispararles desde posiciones ocultas.

Pero nada de todo eso los había preparado para esta misión.

Habían hecho todo correctamente, maldición. El teniente incluso había llevado el Warthog río abajo durante cinco kilómetros, hasta que el terreno se hizo demasiado empinado y resbaladizo para los vehículos blindados todoterreno. Y había hecho que los hombres recorrieran a pie el resto, encorvados. Se movieron con cuidado y en silencio, casi gateando a lo largo de todo el camino a través del barro hasta la depresión que supuestamente debían explorar.

Cuando llegaron al lugar, se encontraron con que no era sólo otro agujero lleno de fango. Una cascada caía al interior del lago de una gruta. Había arcos cavados en la pared, con los bordes extremadamente desgastados por los elementos. En torno al lago había unas cuantas piedras de pavimento dispersas… cubiertas de diminutas tallas geométricas.

Fue a lo único que el cabo Harland pudo echarle un vistazo antes de que el teniente les ordenara a él y a su equipo que retrocedieran. Quería que colocaran los sensores de movimiento donde tuvieran una línea de visión clara hasta el cielo.

Probablemente, era el motivo por el que estaban vivos.

La explosión había derribado a Harland y su equipo al suelo enfangado. Corrieron al lugar en que habían dejado al teniente, y encontraron fango vidrioso derretido, un cráter, unos cuantos cadáveres en llamas y trozos de esqueletos carbonizados.

Vieron una cosa más: una silueta en la niebla. Era bípeda, pero mucho más grande que cualquier humano que hubiera visto Harland. Y, cosa extraña, por el aspecto parecía llevar puesta una armadura que recordaba a las armaduras medievales de chapa metálica; incluso llevaba un gran escudo metálico de forma extraña.

Harland vio el resplandor de un arma de plasma que se regeneraba… y fue cuanto necesitó para retroceder a toda velocidad.

Harland, Walker, Cochran y Fincher corrieron, disparando a ciegas sus fusiles de asalto.

Los Grunts del Covenant los siguieron, acribillando el aire con aquellas armas que disparaban agujas, segando la jungla al estallar aquellas diminutas esquirlas afiladas.

Harland y los otros se detuvieron y se echaron al suelo, salpicando fango hacia todas partes cuando una Banshee del Covenant pasó volando por encima de ellos.

Cuando volvieron a ponerse de pie, Cochran recibió la andanada en el estómago. Los Grunts les habían dado alcance. Cochran dio un respingo, le estalló un costado, y se desplomó en el suelo. Cayó en estado de shock con tanta rapidez que no tuvo tiempo de gritar.

Harland, Fincher y Walker se agacharon y devolvieron los disparos. Mataron a una docena de aquellos pequeños bastardos, pero continuaban llegando más cuyos ladridos y gruñidos resonaban por la selva.

—Alto el fuego —había ordenado el cabo. Esperó un segundo, y lanzó una granada cuando los Grunts se acercaron más.

Con los oídos aún silbándoles, corrieron, arrastrando a Cochran consigo y sin mirar atrás.

De algún modo habían regresado al Warthog y salido de allí a toda velocidad… o, al menos, era lo que intentaban hacer.

—Allá —dijo Fincher, y señaló un claro que había entre los árboles—. Por ahí tendríamos que llegar a lo alto de la cadena.

—Adelante —asintió Harland.

El Warthog derrapó y luego pasó volando por encima de la orilla para caer sobre la blanda marga de la selva. Fincher esquivó unos cuantos árboles e hizo correr el vehículo pendiente arriba. Salieron a la cima de la cadena.

—Jesús, hemos estado cerca —dijo Harland. Se pasó una mano enfangada por el pelo, y se lo dejó negro.

Tocó a Fincher en un hombro, y el soldado dio un respingo.

—Soldado, deténgase. Intente comunicar con la base Bravo por onda corta.

—Sí, señor —replicó Fincher con voz temblorosa. Miró al casi catatónico soldado Walker, y sacudió la cabeza.

Harland comprobó el estado de Cochran. Los ojos del soldado se abrieron, y se resquebrajó el fango que le cubría la cara.

—¿Ya hemos regresado, cabo?

—Casi —replicó Harland. El pulso de Cochran era regular, aunque su cara, en los últimos minutos, había perdido el color. El herido tenía el aspecto de un cadáver.

«Maldición —pensó Harland—, va a desangrarse.»

Harland posó una mano tranquilizadora en un hombro de Cochran.

—Aguante. Lo remendaremos en cuanto lleguemos al campamento.

En Bravo había naves de descenso. Cochran tendría una posibilidad, aunque ligera, si lo llevaban hasta los cirujanos de combate del cuartel general… o, mejor aún, a los médicos navales de las naves que estaban en órbita. Por un momento, Harland se dejó deslumbrar por visiones de sábanas limpias, comidas calientes… y un metro de blindaje entre él y el Covenant.

—No se oye más que estática en el canal, señor —dijo Fincher, cuya voz atravesó la ensoñación del cabo.

—Tal vez la radio ha recibido un disparo —murmuró Harland—. Ya sabe que esas agujas lanzan un puñado de micrometralla. Es probable que tengamos esquirlas de esas cosas dentro del cuerpo.

Fincher se examinó los musculosos brazos.

—Fantástico.

—En marcha —dijo Harland.

Las ruedas del Warthog volvieron a girar y el vehículo avanzó con rapidez a lo largo de la cadena.

El terreno le resultaba familiar a Harland. Incluso vio tres grupos de camiones; sí, era el camino por el que los había conducido el teniente. Dentro de diez minutos estarían de vuelta en la base. Se habían acabado las preocupaciones. Se relajó, sacó un paquete de cigarrillos y cogió uno. Le quitó la banda de seguridad y le dio unos golpecitos al extremo para encenderlo.

Fincher aceleró para llegar a lo más alto de la cresta, la cruzó y derrapó al detenerse de golpe.

De no haber sido por la niebla, lo habrían visto todo desde este lado del valle: la lozana alfombra de la selva en el valle, el río que la atravesaba serpenteando, y en el grupo de colinas del otro lado, un claro punteado por ametralladoras fijas, alambre de espino, y estructuras prefabricadas: la base de combate Bravo.

Su pelotón había excavado parcialmente montaña adentro para minimizar la visibilidad del campamento, disponer de un lugar donde poder almacenar las municiones en sitio seguro, y habilitar los dormitorios. Un círculo de sensores rodeaba el campamento para que nada pudiera pillarlos por sorpresa. El radar y los detectores de movimiento estaban conectados con las baterías de misiles tierra-aire. Una carretera corría por la cadena opuesta: a tres kilómetros más abajo se encontraba la ciudad costera Côte d’Azur.

El sol atravesó la niebla de lo alto, y el cabo Harland vio que todo había cambiado.

Aquello no era niebla ni calina. El humo ascendía del valle en columnas… y ya no había selva. Todo había sido arrasado por las llamas. La totalidad del valle se había transformado en humeante carbón. Relumbrantes cráteres rojos cribaban la ladera.

Cogió torpemente los binoculares y se los llevó a los ojos… momento en que quedó petrificado. La colina donde había estado el campamento había desaparecido, había sido arrasada. Sólo quedaba una superficie espejada. Sobre las laderas de las colinas adyacentes destellaba una capa de vidrio cuarteado. A lo lejos, el aire estaba inundado de diminutas naves del Covenant. En el suelo, los Grunts y Jackals buscaban supervivientes. Unos pocos marines corrían a ponerse a cubierto, había centenares de heridos y muertos en el suelo, indefensos, gritando… algunos intentando alejarse a rastras.

—¿Qué tiene, señor? —preguntó Fincher.

El cigarrillo cayó de la boca de Harland y se atascó en su camisa, pero él no apartó los ojos del campo de batalla para quitárselo de encima.

—No queda nada —susurró.

Una forma se movió en el valle, mucho más grande que los otros Grunts y Jackals. La silueta era borrosa. Harland intentó enfocarla con los binoculares, pero no pudo. Era la misma cosa que había visto en el cuadrante 13/24. Los Grunts se mantenían a una buena distancia. La cosa alzó un brazo —todo el parecía un arma enorme—, y un proyectil de plasma impactó cerca de la orilla del río.

Incluso desde aquella distancia, Harland oyó los gritos de los hombres que habían estado ocultos allí.

—Jesús. —Dejó caer los prismáticos—. ¡Nos largamos de aquí, ahora mismo! —dijo—. Haga dar media vuelta a esta bestia, Fincher.

—Pero…

—Han desaparecido —susurró Harland—. Están todos muertos.

Walker gimoteó y comenzó a mecerse atrás y adelante.

—Nosotros también moriremos, a menos que se ponga en movimiento —dijo Harland—. Hoy ya hemos tenido suerte una vez. No forcemos las cosas.

—Sí. —Fincher hizo girar el Warthog—. Sí, vaya suerte hemos tenido.

Bajó otra vez por la colina, hizo saltar al vehículo por encima de la orilla y volvieron al lecho del río.

—Siga el río —le dijo Harland—. Nos llevará hasta el cuartel general.

Una sombra atravesó la senda. Harland se volvió y vio que un par de Banshees de alas cortas y anchas se lanzaban en picado tras ellos.

—¡Rápido! —gritó a Fincher.

El soldado pisó a fondo el acelerador, y tras ellos se alzaron cortinas de agua. El vehículo rebotó sobre las rocas y coleó por el río.

Los proyectiles de plasma impactaban en el agua junto a ellos, y estallaban en bolas de vapor. Esquirlas de roca rebotaban contra los costados blindados del Warthog.

—¡Walker! —gritó Harland—. Use esos Jackhammers.

Walker se acurrucó, se dobló en el asiento.

Harland disparó con la ametralladora de cadena. Las balas trazadoras atravesaron el aire. Las naves aéreas los esquivaron ágilmente. La pesada arma sólo era precisa a distancias razonablemente cortas, y ni siquiera así con Fincher haciendo rebotar el vehículo de un lado a otro.

—¡Walker! —gritó—. ¡Vamos a morir si no dispara esos cohetes!

Le habría ordenado a Fincher que se hiciera cargo del lanzacohetes, pero habría tenido que detener el vehículo para cogerlo… o intentar conducir sin manos. Si el Warthog se detenía, serían blancos fijos para aquellas naves aéreas.

Harland miró las orillas del río. Eran demasiado empinadas para que el vehículo pudiera subir por ellas. Estaban atrapados en el río, sin posibilidad de ponerse a cubierto.

—¡Walker, haga algo!

El cabo Harland volvió a disparar con la ametralladora hasta que se le entumecieron los brazos. No sirvió de nada; las Banshees estaban demasiado lejos y eran demasiado rápidas.

Cayó otro proyectil de plasma… directamente delante de ellos. El calor envolvió a Harland, y le aparecieron diminutas ampollas en la espalda.

Gritó pero continuó disparando. Si no hubieran estado metidos en el agua, el plasma habría fundido la parte de goma de las ruedas… y probablemente los habría freído a todos en un instante.

Junto a Harland se produjo un estallido de calor y ascendió una nube de humo.

Por una fracción de segundo pensó que los artilleros del Covenant habían dado en el blanco, que estaba muerto. Gritó incoherencias mientras sus pulgares apretaban con fuerza los botones de disparo de la ametralladora.

La Banshee a la que apuntaba destelló para luego convertirse en una bola de llamas y una lluvia de metralla.

Se volvió, con el pecho dolorido al respirar. No les habían dado.

Cochran estaba arrodillado junto a él. Con un brazo se sujetaba el estómago, mientras con el otro alzaba el lanzacohetes Jackhammer y se lo apoyaba en el hombro. Le sonrió con labios manchados de sangre y rotó para seguir a la otra Banshee.

Harland se agachó, y otro misil pasó silbando directamente por encima de su cabeza.

Cochran rió, y al toser expectoró sangre y espuma. Lágrimas de alegría o dolor —Harland no lo sabía con seguridad— caían de sus ojos. Se desplomó de espaldas y dejó que el humeante lanzacohetes se le deslizara de la mano.

La segunda Banshee explotó y cayó en barrena dentro de la selva.

—Dos kilómetros más —gritó Fincher—. Agárrense a algo. —Giró el volante y el Warthog salió del lecho del río, subió rebotando por la pendiente, pasó por encima de la cumbre y se deslizó a una carretera pavimentada.

Harland se inclinó y le tocó el cuello a Cochran en busca del pulso. Allí estaba, débil, pero el soldado aún vivía. Harland miró a Walker. No se había movido y tenía los ojos cerrados con fuerza.

El primer impulso de Harland fue pegarle un tiro allí y en ese preciso momento; el maldito gandul, el bastardo cobarde había estado a punto de costarles la vida a todos…

No. Harland estaba bastante asombrado de no haberse quedado petrificado también él.

El cuartel general estaba más adelante. Pero al cabo Harland se le cayó el alma a los pies al ver el humo y las llamas que ardían en el horizonte.

Pasaron por el primer control armado. La caseta de guardia y los búnkeres habían sido volados, y en el fango había miles de huellas de Grunts.

Bastante más al fondo vio un círculo de sacos de arena en torno a un bloque de granito del tamaño de una casa. Dos marines les hicieron señas. Cuando se acercaron en el Warthog, los marines se pusieron de pie y saludaron.

Harland bajó de un salto y les devolvió el saludo.

Uno de los marines llevaba un parche sobre un ojo y la cabeza vendada, además de manchas de hollín en la cara.

—Jesús, señor —dijo—. Nos alegramos de verlos, muchachos. —Se acercó al vehículo—. ¿Tienen una radio operativa en esa cosa?

—No… no estoy seguro —replicó el cabo Harland—. ¿Quién está al mando aquí? ¿Qué ha sucedido?

—El Covenant nos ha atizado con fuerza. Tenían tanques, apoyo aéreo… Miles de esos pequeños Grunts. Han vidriado las barracas principales. La oficina de mando. Casi le dieron al búnker de la munición. —Apartó la mirada por un momento, y su único ojo sano se puso vidrioso—. Pero nosotros nos rehicimos y los expulsamos. Eso fue hace una hora. Creo que los matamos a todos. No estoy seguro.

—¿Quién está al mando, soldado? Tengo un hombre gravemente herido. Necesito evacuarlo, y debo hacer mi informe.

El soldado negó con la cabeza.

—Lo lamento, señor. El hospital fue lo primero que bombardearon. En cuanto a quién está al mando… creo que usted es el oficial de más alta graduación aquí.

—Fantástico —murmuró Harland.

—Allí atrás tenemos cinco hombres. —El soldado movió la cabeza hacia las columnas de humo y ondulante calor que se veían a lo lejos—. Llevan trajes ignífugos. Están recuperando armas y municiones.

—Entendido —dijo Harland—. Fincher, pruebe la radio otra vez. A ver si puede contactar con el SATCOM. Solicite una evacuación.

—Recibido —replicó Fincher.

—¿Podemos obtener ayuda de la base de combate Bravo, señor? —preguntó el soldado herido.

—No —replicó Harland—. También ellos han sido bombardeados. Hay tropas del Covenant por todas partes.

El soldado dejó caer los hombros, apoyado en el rifle.

Fincher le entregó a Harland los cascos con micrófono de la radio.

—Señor, el SATCOM está operativo. Tengo al Leviathan en línea.

—Aquí el cabo Harland —dijo por el micrófono—. El Covenant ha bombardeado la base de combate Bravo y el cuartel general Alfa… y los ha masacrado. Hemos expulsado al enemigo del campo del Alfa, pero las bajas han sido de casi el cien por ciento. Tenemos heridos. Necesitamos realizar una evacuación inmediata. Repito: necesitamos realizar una evacuación inmediata.

—Recibido, cabo. Su situación ha sido comprendida. La evacuación no es posible en este momento. Aquí arriba tenemos problemas propios… —Se produjo un estallido de estática. La voz volvió a hablar—: La ayuda va de camino.

El canal quedó muerto.

Harland miró a Fincher.

—Compruebe el transmisor.

Fincher realizó un diagnóstico.

—Está funcionando —dijo—. Recibo una señal del SATCOM. El problema tiene que estar en el lado de ellos.

Harland no quería ni pensar en qué tipo de problema podía tener la flota. Había visto recubrir de vidrio demasiados planetas desde la órbita. No quería morir allí… ni de aquella manera.

Se volvió a mirar a los hombres del búnker.

—Han dicho que la ayuda viene de camino, así que relájense. —Miró hacia el cielo y susurró—: Será mejor que envíen a todo un regimiento aquí abajo.

Otro puñado de marines regresó al búnker. Habían rescatado munición, fusiles de recambio, un cajón de granadas de fragmentación y unos pocos lanzacohetes Jackhammer. Fincher se marchó con el Warthog y unos cuantos hombres para ver si podían transportar las armas más pesadas.

Llenaron a Cochran con más bioespuma y lo vendaron. El soldado entró en coma.

Se metieron en el búnker y esperaron. Oían explosiones a gran distancia.

Walker habló por fin.

—Bueno, y… ¿ahora, qué, señor?

Harland no se volvió a mirar al hombre. Cubrió a Cochran con otra manta.

—No lo sé. ¿Puede luchar?

—Creo que sí.

Le entregó un fúsil a Walker.

—Bien. Suba ahí arriba y haga guardia. —Sacó un cigarrillo, lo encendió, lo chupó una vez y luego se lo entregó a Walker.

El soldado lo cogió, se puso temblorosamente de pie y salió.

—¡Señor! —dijo—. Se aproxima nave de desembarco. ¡Es de las nuestras!

Harland cogió las bengalas de señales. Salió corriendo y entrecerró los ojos para enfocar el horizonte. Muy en lo alto del cielo que iba oscureciéndose se veía un punto, y se oía el inconfundible rugido de los motores de una Pelican. Tiró de la anilla y arrojó la granada de humo al suelo. Un momento después, espesas nubes de humo negro ascendieron hacia el cielo.

La nave de desembarco giró rápidamente y fue hacia ellos.

Harland se apantalló los ojos. Buscó el resto de las naves de desembarco. Sólo había una.

—¿Una sola nave? —susurró Walker—. ¿Es todo lo que han enviado? Cristo, eso no es un destacamento de apoyo, sino uno de entierro.

La Pelican descendió suavemente hacia el suelo, haciendo volar fango en un radio de diez metros, y se posó. Bajó la rampa de salida y por ella marchó al exterior una docena de figuras.

Por un momento, Harland pensó que eran las mismas criaturas que había visto antes, acorazadas y más grandes que cualquier ser humano que hubiese visto jamás. Quedó petrificado; no habría podido alzar el fusil aunque hubiese querido hacerlo.

Pero eran humanos. El que iba en vanguardia medía más de dos metros de estatura y parecía pesar doscientos kilos. Su armadura era de una extraña aleación reflectante por fuera, y negro mate por debajo. Sus movimientos eran muy fluidos y gráciles, además de rápidos y precisos. Más parecidos a robots que a seres de carne y hueso.

El que bajó primero de la nave avanzó hacia él. Aunque la armadura estaba desprovista de galones, Harland vio el galón de Jefe Maestro en la pantalla transparente del casco.

—¡Jefe Maestro, señor! —Harland se cuadró y saludó.

—Cabo —replicó el otro—. Descanse. Reúna a sus hombres y nos pondremos manos a la obra.

—¿Señor? —preguntó Harland—. Tengo muchos heridos aquí. ¿Cuál es nuestra misión, señor?

El casco del brigada se ladeó interrogativamente.

—Hemos venido a rescatar Sigma Octanus IV de manos del Covenant, cabo —le dijo con calma—. Para hacerlo, vamos a matarlos a todos.