DIECIOCHO

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06.00 HORAS, 18 DE JULIO DE 2552 (CALENDARIO MILITAR) / «IROQUOIS» DE LA UNSC, ÁREA DE ESTACIONAMIENTO TEMPORAL MILITAR EN ÓRBITA ALREDEDOR DE SIGMA OCTANUS IV

El capitán Keyes tenía la desalentadora sensación de que, aunque había ganado la batalla, acabaría siendo la primera de muchas por venir en el sistema Sigma Octanus.

Observó a las cuatro docenas naves de la UNSC que orbitaban el planeta: fragatas y destructores, dos naves de transporte, y una descomunal estación de reparaciones y reacondicionamiento: más naves de las que el almirante Colé había tenido a su disposición durante la campaña de cuatro años de duración que tuvo por objetivo salvar al planeta Harvest. El almirante Stanforth no había reparado en gastos.

Aunque el capitán Keyes estaba agradecido por la rápida y abrumadora respuesta, se preguntaba por qué el almirante había destinado tantas naves a aquella zona. Sigma Octanus no estaba estratégicamente situado. No había en él ningún recurso especial. Era cierto que la UNSC tenía orden permanente de proteger las vidas de los civiles, pero la flota estaba peligrosamente dispersa. Keyes sabía que había sistemas más valiosos que necesitaban protección.

Apartó a un lado estos pensamientos. Estaba seguro de que el almirante Stanforth tenía sus razones para actuar así. Entre tanto, la reparación y reabastecimiento del Iroquois era su principal prioridad; si los del Covenant regresaban, no quería que lo pillaran a medias.

O cuándo regresaran, más bien.

Era algo curioso eso de que los alienígenas enviaran al planeta sus destacamentos de superficie y luego se retiraran. No era su modo de operar habitual. El capitán Keyes sospechaba que esto no era más que el movimiento de apertura de un juego que aún no entendía.

Una nube cruzó ante la cámara de popa del Iroquois cuando la estación de reparaciones Cradle hizo una maniobra y se acercó. Cradle era, esencialmente, una gran plataforma cuadrada con motores. Decir grande era una subestimación; medía más de un kilómetro cuadrado. Su sombra podía eclipsar a tres destructores. A pleno rendimiento, la estación podía reacondicionar seis destructores, tres en la superficie inferior y tres en la superior, en cuestión de horas.

De sus superficies sobresalían andamios destinados a facilitar las reparaciones. Tubos y mangueras de reabastecimiento y tranvías de carga entraban en el Iroquois. Aun así, sería necesaria toda la atención de Cradle durante treinta horas para repararla.

Los alienígenas no les habían causado ni un solo daño serio. No obstante, el Iroquois casí había resultado destruida durante la ejecución de lo que algunos de la flota ya denominaban el «bucle Keyes».

El capitán miró su computadora de bolsillo y la extensa lista de reparaciones. Había que reemplazar el 50 por ciento de los sistemas electrónicos, quemados a causa de los pulsos electromagnéticos generados por la detonación de la cabeza nuclear Shiva. Los motores requerían una revisión completa. En ambos sistemas de refrigeración había válvulas que se habían fundido a causa del tremendo calor. Cinco de los magnetos superconductores también debían ser reemplazados.

Pero lo más problemático eran los daños sufridos por la parte inferior del Iroquois. Cuando informaron a Keyes de lo sucedido, él salió en una Longsword para inspeccionar personalmente lo que le había hecho a su nave.

La parte inferior del Iroquois había raspado contra la proa del destructor alienígena al pasarle por encima. Sabía que había algunos desperfectos, pero no estaba preparado para lo que vio.

Los destructores de la UNSC tenían casi dos metros de blindaje de titanio-A en su superficie. Keyes se lo había arrancado casi todo. Había abierto una brecha en todas las cubiertas inferiores del Iroquois. Los dentados bordes de la herida se curvaban hacia el exterior. Hombres con mochilas propulsoras para maniobrar en el vacío se atareaban en cortar las secciones dañadas para que pudieran soldarse placas de blindaje nuevas en su lugar.

La parte inferior de esas naves era suave como un espejo y perfectamente plana, pero Keyes sabía que la apariencia de perfecta lisura era engañosa. Si el ángulo del Iroquois hubiera estado inclinado tan sólo un grado, la fuerza del impacto de las dos naves la habría partido por la mitad.

Las dos franjas rojas de guerra que le habían pintado al Iroquois en los costados parecían tajos ensangrentados. El jefe de muelle le había dicho a Keyes, en privado, que su tripulación podía quitar la pintura… o incluso repintar las franjas de guerra, si él quería.

El capitán Keyes había rechazado cortésmente la oferta. Quería que las dejaran exactamente como estaban. Quería tener un recordatorio de que, aunque todos admiraban lo que había hecho, en realidad había sido un acto de desesperación, no de heroísmo.

Quería que le recordaran lo cerca que había estado de la muerte.

Regresó al Iroquois y se encaminó directamente a su camarote.

Se sentó ante su antiguo escritorio de roble y activó el intercomunicador.

—Teniente Dominique, queda al mando del puente durante el siguiente ciclo. No me molesten.

—Sí, capitán. Entendido.

Keyes se aflojó el cuello y se desabotonó el uniforme. Sacó del cajón inferior la botella de whisky de setenta y cinco años que le había regalado su padre, y vertió cuatro centímetros en un vaso de plástico.

Tenía que atender a una tarea aún más desagradable: qué hacer respecto al teniente Jaggers.

El comportamiento de Jaggers había lindado con la cobardía y la insubordinación, y había estado punto de provocar un motín durante el combate. Keyes habría podido hacer que lo juzgaran en un consejo de guerra. Todos los reglamentos le gritaban que lo hiciera… pero no estaba en él eso de hacer comparecer al joven ante un consejo de investigación. Por el contrario, se limitaría a trasladar al teniente a un puesto desde el que aun pudiera hacerle algún bien a la UNSC… tal vez un lejano puesto avanzado.

¿La culpa era toda suya? Como oficial superior, era responsabilidad de él mantener el control, impedir que un tripulante pensara siquiera que el motín era una posibilidad.

Suspiró. Tal vez debería haberle explicado a la tripulación lo que tenía intención de hacer… pero simplemente no había habido tiempo. Y, desde luego, ni un segundo para discutir, como habría querido Jaggers. No. Los otros oficiales del puente habían estado preocupados, pero habían obedecido sus órdenes, como exigía el deber.

Por mucho que Keyes creyera en darle a la gente una segunda oportunidad, aquí era donde ponía el límite.

Para empeorar aún más las cosas, el traslado de Jaggers dejaría un vacío en la tripulación del puente.

El capitán Keyes accedió a los expediente de servicio de los alféreces del Iroquois. Había varios que podrían estar cualificados para ocupar el puesto de oficial de navegación. Fue recorriendo los archivos de la data palm, y de pronto se detuvo.

El artículo teórico sobre la compresión masa-espacio continuaba abierto, así como los precipitados cálculos que él había hecho para las correcciones de rumbo.

Sonrió y archivó esas notas. Tal vez un día daría una conferencia sobre esta batalla, en la Academia. Sería útil contar con el material original.

También estaban los datos enviados por el Puesto Avanzado de Sondeo Archimedes. El informe había sido minuciosamente elaborado: gráficos de datos claros, un rumbo de navegación del objeto a través del espacio estelar (cosa que no era una tarea fácil aunque se dispusiera de una IA). El informe tenía incluso etiquetas para que llegara a la sección de astrofísica de la UNSC. Previsor.

Miró el expediente de servicio del oficial que había enviado el informe: el alférez William Lovell.

Keyes se inclinó. El historial profesional del muchacho era casi el doble de largo que el suyo propio. Se había presentado voluntario y sido aceptado por la Academia Lunar. Recibió su primer destino en su segundo año, cuando ya había recibido un ascenso a alférez por heroísmo en un vuelo de entrenamiento en el que había salvado a toda la tripulación. Se embarcó en la primera corbeta que se dirigía a la batalla. Tres Estrellas de Bronce, un Agrupamiento de Plata, y dos Corazones Púrpura, y en el plazo de tres años había sido catapultado a teniente.

Entonces, algo salió terriblemente mal. El descenso de Lovell dentro de la UNSC había sido tan rápido como su ascenso. Cuatro expedientes por insubordinación, lo degradaron a alférez y lo trasladaron dos veces. Un incidente con una mujer civil (en los archivos no figuraban detalles, aunque el capitán Keyes se preguntó si la muchacha cuyo nombre aparecía en el informe, Anna Gerov, no sería la hija del vicealmirante Gerov).

Lo habían trasladado otra vez, ahora al Puesto Avanzado de Sondeo Archimedes, y allí había permanecido durante el último año, un período de tiempo inaudito tratándose de una instalación tan alejada de todo.

El comandante Keyes revisó los informes de cuando Lovell había estado de guardia. Eran cuidadosos e inteligentes. Así que el muchacho aún conservaba la agudeza mental… ¿estaría escondiéndose?

Se oyó una suave llamada a su puerta.

—Teniente Dominique, he dicho que no se me molestara.

—Perdone la interrupción, señor —dijo una voz apagada. Giró la rueda de la puerta hermética, y entró el almirante Stanforth—. Pero pensé en pasar por aquí, ya que estaba por las inmediaciones.

El almirante Stanforth era mucho más menudo en persona de lo que aparentaba en la pantalla. Tenía la espalda curvada por la edad, y su cabello blanco comenzaba a clarear en la coronilla. No obstante, radiaba un tranquilizador aire de autoridad que Keyes reconoció al instante.

—¡Señor! —Al levantarse y cuadrarse, el capitán derribó la silla.

—Descanse, hijo. —El almirante recorrió el camarote con la mirada, y sus ojos se posaron durante un momento sobre una copia enmarcada del manuscrito original de Lagrange en el que deriva sus ecuaciones de movimiento—. Puede servirme unos dedos de ese whisky, si tiene suficiente.

—Sí, señor. —Keyes cogió torpemente otro vaso de plástico y le sirvió un trago al almirante.

Stanforth bebió un sorbo, y suspiró apreciativamente.

—Muy bueno.

Keyes levantó la silla y se la ofreció al almirante.

Éste se sentó y se inclinó hacia adelante.

—Quería felicitarlo personalmente por el milagro que llevó a cabo aquí, Keyes.

—Señor, yo no…

Stanforth alzó un dedo.

—No me interrumpa, hijo. Fue una lección de astronavegación de los mil demonios, la que se sacó de la manga. La gente se dio cuenta. Por no mencionar cómo le ha levantado la moral a toda la flota. —Bebió otro sorbo de licor y exhaló—. Ahora bien, ésa es la razón por la que estamos todos aquí. Necesitamos una victoria. Ha pasado un tiempo condenadamente largo durante el cual hemos sido hechos pedazos por esos bastardos alienígenas. Así que esto tiene que ser una victoria. No importa lo que cueste.

—Lo entiendo, señor —dijo Keyes. Sabía que la moral había estado decayendo durante años en toda la UNSC. Ningún militar, por bien entrenado que estuviera, podía digerir una derrota tras otra sin que eso afectara su determinación en batalla.

—¿Cómo van las cosas en la superficie del planeta?

—Ahora mismo no se preocupe por eso. —El almirante Stanforth se echó atrás en la silla y la equilibró sobre las dos patas posteriores—. El general Kits tiene sus tropas ahí abajo. Han evacuado las ciudades circundantes y atacarán Côte d’Azur dentro de una hora. Harán papilla a esos alienígenas con más rapidez que usted escupe. Limítese a observar.

—Por supuesto, señor. —El capitán Keyes apartó la mirada.

—¿Tiene algo más que decir, muchacho? Escúpalo.

—Bueno, señor… éste no es el modo en que el Covenant opera normalmente. ¿Dejar en el planeta una fuerza invasora y abandonar el sistema? O bien lo matan todo o bien mueren en el intento. Esto es algo completamente distinto.

El almirante Stanforth agitó una mano para quitar importancia al asunto.

—Deje para los espectros de la ONI eso de intentar conjeturar lo que esos alienígenas están pensando, hijo. Ocúpese de hacer remendar el Iroquois y prepararla otra vez para el servicio. Y hágame saber si necesita cualquier cosa.

Stanforth bebió de un trago el resto del whisky y se levantó.

—Tengo que comandar la flota. Ah… —Hizo una pausa—. Una cosa más. —Se metió una mano en un bolsillo de la chaqueta y sacó una pequeña cajita de cartón que dejó sobre el escritorio del capitán—. Considérelo oficial. Ya le llegarán los papeles.

El capitán Keyes abrió la caja. Dentro había un par de galones para cuello: cuatro barras y una estrella.

—Felicidades, capitán de navío Keyes. —El almirante le dedicó un rápido saludo, y luego le tendió una mano.

Keyes logró aferrar y estrechar la mano del almirante. Los galones eran auténticos. Estaba pasmado. No podía decir nada.

—Se lo ha ganado. —El almirante comenzó a volverse—. Deme una voz si necesita cualquier cosa.

—Sí, señor. —Keyes se quedó mirando durante un momento más las barras y la estrella de latón, y finalmente apartó los ojos de ellas—. Almirante… hay algo que necesito. Me hace falta un sustituto del oficial de navegación.

La postura relajada del almirante Stanforth se tensó.

—He oído algo al respecto. Es un feo asunto cuando un oficial del puente pierde el valor. Bueno, no tiene más que decirme el nombre del candidato y me aseguraré de que lo consiga… siempre y cuando no quiera sacarlo de mi nave. —Sonrió—. Continúe con el buen trabajo, capitán de navío.

—¡Señor! —saludó Keyes.

El almirante salió y cerró la puerta, y él casi cayó en la silla.

No había soñado siquiera con que lo ascenderían a capitán de navío. Le dio vueltas a los galones de latón en la mano, y mentalmente repasó la conversación mantenida con el almirante Stanforth. Había dicho: «Capitán de navío Keyes». Sí, esto era real.

El almirante también había apartado a un lado con excesiva rapidez sus preocupaciones respecto al Covenant. Había algo que no acababa de cuadrar.

Keyes activó el intercomunicador.

—Teniente Dominique, sígale la pista a la lanzadera del almirante cuando se marche. Hágame saber en qué nave está.

—¿Señor? ¿Hemos tenido al almirante a bordo? No se me ha informado.

—No, teniente, sospecho que no lo han informado. Simplemente sígale la pista a la siguiente lanzadera saliente.

—Sí, señor.

Keyes volvió a mirar el ordenador de bolsillo para leer otra vez el historial del alférez Lovell. No podía borrar lo que había sucedido con Jaggers; para él no podía haber una segunda oportunidad. Pero tal vez podría equilibrar de algún modo las cosas si le daba otra oportunidad a Lovell.

Rellenó los documentos de solicitud de traslado. Los formularios eran largos e innecesariamente complejos. Transmitió los archivos a UNSC PERSCOM, y le envió una copia directamente a la plana mayor del almirante Stanforth.

¿Señor? —sonó la voz de la teniente Dominique a través del intercomunicador—. La lanzadera ha atracado en el Leviathan.

—Pásela a pantalla.

La pantalla de encima del escritorio se encendió con las imágenes transmitidas por la cámara número cinco, la visión de popa-estribor. Entre las docenas de naves que orbitaban Sigma Octanus IV, identificó fácilmente al Leviathan. Era uno de los veinte cruceros que le quedaban a la flota de la UNSC.

Un crucero era la nave más poderosa jamás construida por manos humanas. Y Keyes sabía que estaban retirándolas lentamente de las zonas de vanguardia y aparcándolas en la reserva para proteger las colonias interiores.

Un trozo de sombra se movió debajo de la gran nave de guerra, negro sobre negro. Se mostró durante apenas un instante a la luz del sol y volvió a escabullirse hacia la oscuridad. Era una exploradora.

Esas naves stealth eran usadas exclusivamente por la Inteligencia Naval.

¿Un crucero y una nave de la ONI presentes allí? Ahora Keyes tenía la certeza de que estaba sucediendo algo más que un simple aliciente para la moral. Intentó no pensar en el asunto. Era mejor no ir demasiado lejos cuando uno se cuestionaba las intenciones de su oficial superior… en especial si ese oficial era un almirante. Y en especial cuando la Inteligencia Naval estaba literalmente acechando en las sombras.

Keyes se sirvió otros tres dedos de whisky, y recostó la cabeza sobre el escritorio… sólo para descansar los ojos durante un momento. Las últimas horas pasadas lo habían agotado.

* * *

Señor. —La voz de Dominique a través del intercomunicador lo despertó—. Entrando transmisión para toda la flota por canal de prioridad Alfa.

Keyes se sentó y se pasó una mano por la cara. Miró el reloj de metal que estaba sujeto sobre su cama: había dormido casi seis horas.

El almirante Stanforth apareció en la pantalla.

—Escuchen, damas y caballeros: acabamos de detectar un gran grupo de naves del Covenant que están reuniéndose en la periferia del sistema. Estimamos que son unas diez.

En la pantalla, las siluetas de las muy familiares fragatas y de un destructor del Covenant aparecieron como fantasmales manchas de radar.

—Permaneceremos donde estamos —continuó el almirante—. No tenemos ninguna necesidad de precipitarnos para que esos feos bastardos cojan un atajo a través del espacio estelar y nos saquen ventaja. Preparen sus naves para la batalla. Nuestras sondas están recogiendo más datos. Los informaré cuando sepamos algo más. Stanforth fuera.

La pantalla se apagó.

Keyes activó el intercomunicador.

—Teniente Hall, ¿en qué estado se encuentran nuestras reparaciones y reacondicionamiento?

—Señor —replicó ella—, los motores están operativos, pero sólo con el sistema de refrigeración de emergencia. Podemos calentarlos al cincuenta por ciento. El reabastecimiento del armamento Archer y nuclear ha concluido. Los cañones MAC también están operacionales. Las reparaciones de las cubiertas inferiores acaban de comenzar.

—Informe al jefe de muelles para que retire a su tripulación —dijo el capitán Keyes—. Abandonamos la Cradle. Cuando hayamos salido, ponga los reactores al cincuenta por ciento. Llame a todos los tripulantes a sus puestos de combate.